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12 de septiembre de 2014

 

 















Violación

 

Silba el amanecer, florece el hierro

bajo la incandescencia de los pájaros

Pero también sucede el mar y las preguntas caen sobre la piel de

la melancolía como un caballo que galopase en la memoria

y el hielo viene devorando sombra,

y esto es el día: sílabas azules

y las palomas perseguidas por el llanto.

 

­­­­­Nota­­­­­­­

 

En general, aborrezco los experimentos literarios, pero me atrae salvajemente la reescritura, la penetración de textos sin más fin que el de conducirlos a otra corporeidad despreciando el sentido y demás accidentes. Lo he hecho en dos o tres ocasiones con poemas ajenos, y Miguel Casado, que suaviza su autoridad con la ironía, definió cada actuación como un “atentado”. Acatamiento, por mi parte.

Violador relapso, esta vez les ha tocado a mis propios poemas. Eran tres. Fracasados, a mi modo de ver. La feroz turbina los ha destrozado y convertido en lo que arriba queda escrito. Renuncio a explicarme. Añado únicamente que esta nota tiene que ver con la perversión y la sinceridad.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Antonio Gamoneda

Rafael Gumucio (Santiago, 1970) es una de las figuras actuales más sólidas de las letras chilenas. El pasado junio, presentó en la Casa de América de Madrid su nuevo libro: Mi abuela, Marta Rivas González (Ediciones UDP).

Hija del diplomático Manuel Rivas Vicuña, y esposa del senador Rafael Agustín Gumucio, Marta Rivas González, una aristócrata de izquierdas, fue testigo de excepción de la historia de Chile de los últimos cien años.

De la mano de su abuela, profesora en la Soborna, Rafael Gumucio se estrenó de manera un tanto abrupta en la edad adulta. Tras el golpe de estado de Pinochet en 1973, Marta y Rafael compartieron la soledad del exilio en París al abrigo de autores determinantes en la vida de ambos como Proust.

Es esta una crónica familiar, escrita desde el humor, la poesía y la rabia, donde el escritor nos descubre a una abuela excéntrica, amiga de Marguerite Yourcenar, García Márquez o José Donoso, y a quien Cela invitó sin éxito a Mallorca.  Gumucio narra en primera persona, cómo fue aquella relación de amor y el vacío que dejó la muerte.

 

En nuestra conversación, el escritor y periodista habló además del futuro del periodismo, de su cátedra de Estudios humorísticos en la universidad santiaguina Diego Portales y, cómo no, de literatura.

 

-  Uno de los problemas primeros con los que se enfrenta un escritor es elegir un tema y unos personajes, en este libro lo has tenido fácil, estaba en tu familia…

-  Casi todos mis libros versan sobre mi vida familiar. He tenido la suerte de tener una familia muy divertida, que ha estado muy comprometida con sus circunstancias y con la vida de Chile; que además tiene un cierto gen exhibicionista que le hace contar sus cosas como si ellos esperaran que alguien las contara. He sido yo quien lo ha hecho. Cuando empecé a escribir no pensé nunca que este iba a ser mi tema. No pensé que iba a ser el cronista de mi familia, pero conforme pasan los años, la verdad es que las mejores historias son las que están cerca de mí. He tenido el raro privilegio de contar con el permiso implícito de contarla, y eso es lo que he hecho desde entonces.

-  Gracias a Marta Rivas,  el lector se acerca a una clase social que ella representa, me refiero a la aristocracia de izquierdas.

- En Chile ese grupo social se prolongó durante muchos años en la historia. De hecho, casi todo lo que el mundo conoce de Chile nace de esa clase social. Tuvo una enorme importancia. A mí me interesó sobre todo por las contradicciones, porque mi abuela era de izquierdas en cosas que uno no se esperaba, y de derechas en cosas que tampoco esperabas. Ella tenía el ADN de ambos mundos y eso era realmente interesante porque me ahorraba construir un mar de personajes; con ella tenía todo un mundo.

- Su abuela era una mujer de mentalidad abierta. Hoy la reconoceríamos como una feminista.

- Genéticamente era feminista, al contrario que otras mujeres que se han autoimpuesto ideológicamente la liberación. Ella lo era sin quererlo, en un medio donde el feminismo era impensable. Pero, creo que su intento no fue liberarse sino al contrario, amarrarse, encontrar un marido y una familia en la que buscar protección. Con tan mala suerte  de encontrar un marido como mi abuelo, que en el papel representaba el conservadurismo acérrimo, pero que en la vida real se transformó en un hombre de izquierdas y para nada machista. Con el tiempo he llegado a pensar que el hombre conservador que buscaba, no se hubiera casado nunca con ella, sólo mi abuelo pudo hacerlo.

- ¿Y eso?

- Porque ella era de las que decían a voz en cuello lo que opinaba, que era más inteligente y más culta que cualquier hombre, no estaba preparada para el matrimonio tradicional latinoamericano. Yo quise ir más allá de lo que era visible. A ella le importaban las convenciones pero nunca pudo amoldarse a ellas. En su vida tampoco tuvo ocasión de protagonizar ningún acto de rebeldía. Quiso siempre trabajar, pero no lo hubiera hecho si mi abuelo no se hubiera arruinado. No fue un acto de rebeldía o una Casa de muñecas, sino pura supervivencia.

- Dos exilios le marcaron la vida.

- Ella vivió en total 22 años de su vida fuera de Chile, la mayoría de su infancia y adolescencia. En su primer exilio vivió dos años en Suiza porque su padre fue nombrado presidente de la Liga de las Naciones. Pero era un fuera de Chile pensando en Chile, hablando de Chile, preocupada por Chile y entre chilenos. Ella tenía un empeño en lo chileno aunque nunca se sintió cómoda en Chile.

- Pero Marta Rivas quería morir en Chile a toda costa.

- Quería morir en Chile porque no que quería que Pinochet le ganara la batalla. Decía que quería volver por el clima. Yo no creo que fuera por eso, el clima de Chile es muy malo. Seguramente era por la luz. Hay una luz en Santiago que no tiene París y que a ella le era necesario; luego estaban los afectos. Vivir en el exilio exige vivir permanentemente en un logro, no te deja vivir en la inconsciencia. Pero para nosotros, que volviera a Chile nos parecía algo ilógico porque ella era feliz en París, había conseguido una buena vida. Era muy divertido porque los rusos blancos pensaban que mi abuela era una rusa y la llamaban: Olga, Sonia…

Vivió un tiempo en el mismo hotel que el príncipe Yusipov, que fue quien envenenó a Rasputín. Yusipov, que era buen mozo y muy homosexual, tenía un novio chileno: Cuevas, Cuevitas. Un personaje divertidísimo que se fue de Chile, se convirtió en un mecenas del ballet y se casó con Margaret Rockefeller, nieta del millonario. Yusipov era su amante. Terminó siendo rico e importante, pero en Chile le siguieron llamando Cuevitas, aunque en ese momento ya era el Marqués de Cuevas.

También vivió en el mismo barrio que Marguerite Yourcenar. Ella le tenía ganas a mi abuela, le regalaba huevos pintados de Pascua. Eras amigas, pero a mi abuela que era conservadora en el fondo, le asustaba que fuera tan abiertamente lesbiana.

Mi abuela amaba la literatura y quería a los escritores pero no le gustaba el esnobismo. En cuanto un escritor famoso le hacía demasiado caso, ella se distanciaba. Le pasó con Camilo José Cela. En sus clases ella hablaba de La familia Pascual Duarte. Cela se enteró que una profesora de la Sorbona hablaba de su obra y la invitó a Mallorca. Mi abuela le dijo que no porque no quería ser una esnob. Me parece que hizo una tontería, quizás Cela hubiera escrito este libro y me hubiera ahorrado a mí el tiempo…

-  Ella tenía sus más y sus menos con los escritores…  

- Normalmente los escritores son siempre arribistas, y eso era algo que mi abuela no olvidaba. Yo siempre le decía que si hubiera conocido a Proust hubieran sido amigos claro, porque tenían mucho en común, pero hubiera sido una amistad a la que mi abuela le hubiese puesto coto. Mi abuela hubiera suscrito la carta que le escribió Gide a Proust rechazando su manuscrito, donde le decía que un escritor joven no puede ser bueno si vive obsesionado con princesas y duques. Gide se arrepentiría después toda su vida, como se hubiera arrepentido mi abuela.

Entabló amistad con García Márquez, pero él se fue alejando y ella no hizo ningún esfuerzo de acercamiento. Lo mismo le ocurrió con Isabel Allende. En el fondo era una especie de timidez que la paralizaba.  De su relación con José Donoso hablo mucho en el libro, y lo pongo como ejemplo. Se conocieron cuando ambos eran muy jóvenes. Eran dos personas con gustos, fobias y aficiones en común realmente asombrosas. Lo que les distanció fue que Donoso era escritor, y tenía demasiadas ganas de ser su amigo… Y mi abuela pensó: si este tiene tantas ganas es porque está mal…

- Digamos que tampoco te animó a ser escritor.

- Sí y no. Me acercó a la lectura de escritores que para mí han sido fundamentales: Proust, Chéjov, Tólstoi, Shakespeare, también Ibsen, que  leí también por ella, pero que no fue tan importante. No sólo me alentó en la lectura, sino que fomentó en mí la idea de que yo era escritor, que debía dedicarme a la literatura. Pero cuando vio que esto se hacía realidad, entonces mantuvo una posición ambivalente.

- ¿Crees que sin la influencia de tu abuela, hubieras sido escritor de todas maneras?

- Yo quería ser escritor antes de conocerla, pero quizás me hubiera dedicado a escribir cómics. Yo tengo primos que no tenían ningún interés por la literatura y que mi abuela adoraba. Nunca se le ocurrió fomentarle esa afición, fue algo que yo pedí y que se transformó en el eje de nuestra relación.  Fui el único de sus descendientes que heredó sus tomos de Proust, un escritor fundamental en su desarrollo como persona. Pero al mismo tiempo me recordaba que yo nunca sería como Proust.

- La relación entre ustedes dos se forjó en París. Ella necesitaba un hijo y usted un padre. ¿Cómo fue aquel exilio para ti?

- Yo buscaba a alguien que hubiese vivido esa cosa inaudita y extraña que estábamos viviendo que era el exilio. Mi abuela era la única persona de las que me rodeaba para quien el exilio no era una novedad. Ella fue una guía.

Fue un tiempo doloroso porque en mi caso se cruzó con la separación de mis padres, la destrucción de un cierto equilibrio familiar que me influyó tanto o más que el exilio físico. Evidentemente las dos cosas juntas fue como una bomba. Yo era una persona hipersensible, que en mi caso vino acompañado de hechos externos. Ahora puedo ir al psicólogo y tener una justificación… (Ríe). 

- ¿Era París entonces una ciudad dura para un extranjero?

Muy dura, fría y solitaria. París no le ahorra dificultades a nadie. También hay un dato que está feo decirlo, pero nosotros nos desclasamos en París. Fuimos a vivir a una ciudad europea, importante, pero para mi familia fue una pérdida. En Chile contábamos con una red de apoyo en la que sentíamos que pasara lo que pasara no te iba a ocurrir nunca nada. Esto lo rompió primero Pinochet y luego el exilio confirmó esa sensación de que no estábamos seguros en ninguna parte.

- Los escritores chilenos de distintas generaciones, como Alberto Fuguet, Alejandro Zambra o tú mismo, llevan la dictadura en el ADN de su escritura.

- En los nombres que has citado cada uno lo vivió de un modo distinto: Alberto Fuguet vivió la dictadura hasta los 20-23 años. Yo la viví hasta los 18,  y Zambra hasta los 14. Pero hay un periodo del que se va a hablar con toda seguridad en la novela chilena.  Yo mismo estoy escribiendo sobre la época de la transición: del 88 al 98, donde Pinochet ya estaba preso en Londres, pero su sombra era alargada.

La dictadura es un tiempo donde los países se reencuentran con sus peores y sus mejores demonios. Allende era algo que nosotros no hubiéramos querido ser, pero nunca fuimos. Pinochet fue alguien que nunca quisimos ser pero fuimos. Un dictador se parece a lo peor de su país.

- En estas memorias hay dos voces: la voz de Marta Rivas y la tuya. Tú planteas cosas que quizás no te hubieras atrevido a decirle.

- Estuvo demente muchos años antes de morir. Yo me había resignado a la idea de que ya no me hacía falta, que no la necesitaba. Cuando se fue, empecé a necesitarla, ajustar cuentas con ella, y sobre todo preguntarle muchas cosas sobre cómo vivir. Yo la conocí de vieja y yo aún era un niño. Nunca supe cómo vivió de los 35 hasta los 60 años, que es el tiempo en la que uno tiene hijos, casa, perro, donde se vive de una manera rutinaria. Cuando empecé a vivir ese tiempo, fue cuando comencé a hacerle esas preguntas: cómo nosotros, que éramos tan distintos por herencia histórica, que no estábamos hechos para una vida burguesa y banal podíamos construir la vida. Me hubiese sido muy útil, pero ya no estaba. De alguna manera tuve que inventarla para que me respondiera a todas estas cuestiones. 

- ¿Crees que a Marta Rivas le hubiera gustado el libro?

- Hay un poeta chileno muy bueno, Armando Uribe, que fue muy amigo de mi abuela, y a quien yo le di a leer el manuscrito.  Él me dijo: tu abuela hubiera odiado tu libro y a la vez hubiera sentido mucho orgullo. Habría detestado que hubieras sido capaz de escribirlo y habría adorado que lo hubieras hecho. No sé si se entiende la paradoja.

- ¿Ha sido una manera de enterrarla?

- Sí. Entre su muerte y la novela escribí una obra de teatro que estaba basada en ella y que protagonizó una actriz que se le parece mucho, Delfina Guzmán. Con esa obra pensé que de alguna manera había logrado resucitarla, pero cuando se publicó este libro, mi abuela ya no estaba.

- Colaboras con diversos periódicos. En tu caso, ¿trazas una línea entre el escritor y el periodista?

- Yo nunca he pretendido ser periodista. Escribo como un escritor que se amolda al formato y a las necesidades editoriales del diario. Mis columnas son de opinión, cultura, literatura, política y sociedad; también hago entrevistas.

- ¿Cómo ves el oficio de periodista en el mundo actual?

 Hay una inflación del periodismo, lo mismo que pasa con la democracia porque ambos están relacionados. El poder opinar desde tu móvil parece democrático pero no es democracia. La democracia también supone someterse a un orden. El periodismo es el derecho a opinar de una sociedad a través de un periódico, pero no es lo mismo a que todos los ciudadanos griten al mismo tiempo.

El periodismo y la literatura sobrevivirán, pero creo que acabará con los profesionales que tienen este oficio como forma de subsistencia. Se perderá parte de la historia, la diversidad de voces, se convertirá en un periodismo previsible donde lo más importante serán las firmas.

- Háblame de tu faceta como director del Instituto de estudios humorísticos en la Universidad Diego Portales. ¿En qué consiste esta cátedra?

- Es un curso complementario en la Escuela de Periodismo en la universidad, donde enseñamos maneras de hacer humor aplicado en su trabajo. Organizamos también actividades donde explicamos el tipo de humor que se hace en Chile.

- Viviste en Madrid, después en Barcelona. El atractivo de España para los escritores hispanoamericanos se prolongó más allá del Boom.

- Cuando vine, el centro de la cultura en castellano era España, ya no lo es. Vinimos a España y fue una época gloriosa. Lamento mucho que después, con la crisis, los destinos se hayan alejado tanto. Un chileno conoce a muy pocos escritores españoles, y a un español le pasa lo mismo con los escritores chilenos. Es una pena.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Yolanda Delgado

9 de septiembre de 2014

La conmemoración en 2014 del centenario de la fecha que da nombre a una de las más importantes generaciones de intelectuales – para algunos, la más destacada – de la historia de España ha servido, entre otras cosas, para revisar la vida y reivindicar la obra del que, a mi juicio, es el mejor pensador que ha dado la cultura española contemporánea y el miembro más preeminente de aquel grupo de hombres y mujeres que, con su esfuerzo individual y sus iniciativas conjuntas, trataron de regenerar y modernizar un país que dormitaba, desde la fecha simbólica de 1898, encerrado en una especie de bucle melancólico y autodestructivo.

Esta puesta en valor de la obra de José Ortega y Gasset (1883-1955) tiene uno de sus hitos fundamentales en la publicación por parte de Alianza Editorial de una biblioteca de autor en formato de bolsillo, destinada a albergar un total de cuarenta títulos, seleccionados de entre la vasta y variada producción del filósofo madrileño. Junto con la puesta en marcha de esta colección, pensada para facilitar el acceso del gran público a un corpus textual que se ofrece en ediciones accesibles y económicas, el broche de oro a esta recuperación del legado orteguiano ha sido la publicación de una edición conmemorativa de Meditaciones del Quijote en dos pequeños libros: un primer volumen con una exquisita reproducción facsímil de aquel ensayo editado en 1914 por las Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, y un segundo tomo con un documentadísimo estudio introductorio de Javier Zamora Bonilla y un detallado apéndice a cargo de José Ramón Carriazo Ruiz, en el que se reúnen todas las variantes que fue introduciendo Ortega en las sucesivas reediciones del ensayo.

Como es sabido, el origen de este texto fundamental, el primero que concibió y publicó su autor en forma de libro, se sitúa en torno a los años 1912-1913, cuando Ortega redactó un conjunto de escritos que, en principio, estaban destinados a formar parte de una serie de volúmenes de los que, no obstante, solo vio la luz el primero, titulado Meditaciones del Quijote. Consistía dicho proyecto, finalmente inconcluso, en la publicación de varios “ensayos de amor intelectual” sobre la cultura española a los que el filósofo dio el nombre provisional de “salvaciones” (después lo cambió por el de “meditaciones”), con los que pretendía despertar la aletargadas conciencias de los españoles y generar un debate alrededor de ciertos temas considerados por él de alcance nacional. Contrariamente a lo que se podría pensar por el título del único volumen publicado, las más importantes de estas “meditaciones” (de las que fueron escritas por aquellas fechas, pero no publicadas en ese libro de 1914) no tenían como objeto de análisis la obra de Cervantes, sino la de dos escritores de su tiempo por los que sentía un gran aprecio: Azorín y Baroja. Sin embargo, la realidad es que esos textos, cuya edición se anunciaba “en prensa” en la contraportada, jamás fueron publicados dentro de este núcleo de ensayos en los que, “al lado de gloriosos asuntos”, Ortega pretendía hablar, también, “de las cosas más nimias”.

En el caso concreto de Meditaciones del Quijote, lo que nos proponía el filósofo era un “estudio del quijotismo” que no se centraba únicamente – como habían hecho otros – en el personaje protagonista de la novela, sino en El Quijote como “libro-escorzo por excelencia” en el que encontrar ese modi res considerandi o nueva manera de mirar la realidad española, que andaba buscando: “Si supiéramos con evidencia en qué consiste el estilo de Cervantes, la manera cervantina de acercare a las cosas, lo tendríamos todo logrado. Porque en estas cimas espirituales reina inquebrantable solidaridad y un estilo poético lleva consigo una filosofía y una moral, una ciencia y una política”. En otras palabras, y como resume bien Zamora Bonilla en su ya citada introducción, lo que pretendía Ortega era “mostrar que el Quijote no es solo una obra de burlas sino que entraña una filosofía humana que contraponer al idealismo de la modernidad europea”. En este sentido, nos encontramos ante una obra que rebasa claramente la categoría de ensayo para convertirse, salvando las distancias y las formas, en un auténtico manifiesto personal y generacional – un “idearium patriótico, estético y científico que una generación anuncia al empezar su vida”, como era descrito en el prospecto que acompañaba a la primera edición – que debía leerse en el contexto de ese proyecto orteguiano de mayor alcance que toma carta de naturaleza, precisamente, con la publicación de este primer libro.

De hecho, era el propio Ortega quien reconocía en el prólogo de 1914 que, independientemente de la forma que adoptaran (docencia universitaria, participación en política, colaboración en prensa o publicación de ensayos), todas sus acciones iban enfocadas a canalizar un deseo de cambio que partía de la “negación de la España caduca” y apostaba por una regeneración del país que pasaba, más que por la adopción indiscriminada y estéril de todo lo que viniese de Europa, por el establecimiento de un diálogo recíproco y enriquecedor entre la cultura española y la europea. Quizá por este carácter provisional que reviste un ensayo sin ninguna pretensión de ser exhaustivo ni definitivo, dice Jordi Gracia en su recientemente publicada biografía del filósofo – José Ortega y Gasset (Taurus, 2014) – que estas Meditaciones no son tanto un libro nuevo de Ortega, cuanto “un diccionario personal y abreviado” dirigido, sobre todo, a sus lectores fieles, conocedores ya de ese “programa de acción intelectual” que aquí se formula, insiste Gracia, de forma “metódicamente dispersa”, a la manera más puramente orteguiana. Una obra, en definitiva, que representa – como argumenta Zamora Bonilla – toda una “encrucijada filosófica en la biografía de su autor” y que, solo por eso, justifica una reedición tan rigurosa y cuidada como la que, gracias a la efeméride recientemente celebrada, podemos disfrutar ahora.

 

 

José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, Alianza/Residencia de Estudiantes/Fundación José Ortega y Gasset – Gregorio Marañón, Madrid, 2014.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Francisco Fuster

8 de septiembre de 2014

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A veces hay dentro de mí otra memoria

un viento que salpica en el rostro

confundiendo el espacio. Soy una sombra,

mis manos ya no son mis manos,

y esa vieja memoria me muestra una casa que

ya he habitado, un amor que ya he llorado,

una batalla donde he perdido. En esa

soledad que invita a los colores

en esa llama que no se quema y

que me quema, que permanece.

 

A veces hay dentro de mí otra memoria,

la memoria del fuego, la palabra del árbol,

y esa sombra tuya que a veces me ha amado.

Escrito en Lecturas Turia por Teresa Agustín

3 de septiembre de 2014

I

 

 

 

No hay quien te mueva ya,

siempre feliz, jamás infortunado,

pues el mal sabor salió de ti.

 

Hiciste lo que no querían, es cierto, mas era necesario,

de lo contrario qué soberbio,

qué otro vanidoso les hubiera gobernado.

 

 

II

 

Por qué seguís insistiendo,

sé que mal habláis de mi.

 

¿Acaso no sabéis que sin adhesión

no habrá bienestar ni petróleo para los coches;

que los televisores nunca se apagarán,

se os quedará la casa vieja revieja

y vuestros clientes os dirán:

cómo no tienes sal ni aceite de girasol ni sujetadores?

¿Acaso no habrás de pedir perdón

pues enloquecí,

cuando veas desatar mi tormenta

y no quede un barco apenas por salvar,

mientras tu gato, el ficus, un traje azul,

se embiste dulcemente hacia las rocas?

 

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Jordi Virallonga

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