La inmensidad del paisaje rural canadiense, la nieve y el hielo incesante, y la dureza de aquellas vidas de hijos y nietos de pioneros, se vuelven cálidas cuando hablan en boca de Alice Munro. Es en este escenario de sencillez y dureza -bajo el  eco de un país que despega de una depresión y se acerca a un posible resurgir, tras la II Guerra Mundial- donde se mueve Munro en esta ocasión, nueva para nosotros, pero una cita ya lejana en el tiempo, pues (Lives of Girls and Women) La vida de las Mujeres llega en castellano casi cuarenta años después de que fuera escrita y publicada en inglés.

No me pregunten por qué. Ni idea. Mientras tanto, ustedes habrán podido leer sus cuentos en Secretos a voces o Demasiada Felicidad, donde Munro cede la voz a mujeres que  -como dice Muñoz Molina- “tienen la tentación urgente del porvenir y el legado de una memoria que las vincula a un ayer extinguido, opresor y mezquino, marcado por la pobreza y las tristes sombras familiares, pero también iluminado por las sensaciones de la infancia”.

No es exactamente el caso de la protagonista de esta novela, más bien, Del Jordan es una niña que lucha por evitar caer en ese marasmo. Inmersa en el terreno movedizo que supone crecer y elegir, ella se alza serena y conmovedora bajo el perfil de una jovencita desenvuelta y curiosa. Su vida se reduce a los conocidos de su pequeña población, donde toma forma la aventura más universal: la de observar cómo cambia una misma y el mundo a su alrededor.

Con una aparente facilidad y ligereza, Alice Munro novela el camino que tiene que trazar Del, y que ella misma trazó a su manera, para enfrentarse a un mundo de convenciones y reglas definidas por hombres, en el que es difícil para una mujer encontrar su lugar. Por la novela -organizada como una colección de siete relatos y un epílogo- desfilan las dichas y desdichas de un pequeño pueblo canadiense en una época de penurias y cambios sociales que empiezan a olerse desde un territorio vecino, Estados Unidos, y que desembocarán en la posibilidad incipiente de la mujer de decidir sobre su sexualidad, su maternidad, y en clave, sobre su vida.

Desde la granja donde vive Del con sus padres y su hermano, en la difusa frontera que separa la pequeña población de Jubilee del campo, empieza este relato, una suma exquisita de episodios vitales, donde el pasar del tiempo transforma el paisaje y los corazones de todos los personajes. Excentricidades, chantajes sociales, acontecimientos cotidianos, deseos frustrados, suicidios disfrazados de accidentes, marchas repentinas...Todo tiene cabida en Jubilee, donde Del lucha por no seguir el camino marcado por los otros.

La disonancia con voz de mujer

Cuando lees a Munro piensas que -aunque parece no contar grandes cosas, sino narrar una sucesión de hechos que no resultan heroicos o relevantes, centrados en personajes anodinos o excéntricos y sin aventuras deslumbrantes-  en sus historias austeras, sensibles y humildes descubrimos mayores dosis de humanidad, de pasión y de hondura que en grandes peripecias noveladas. La vida de las mujeres es así: sencilla, cercana, sin heroicidades, pero de una hermosura sin límites por lo profundo de su propuesta.

Así suena la voz de la joven Del, cuya mirada aguda y perspicaz traduce con parsimonia e ironía el mundo que la rodea, empezando por ella misma y su familia. Del observa sin límites y en sus ojos el minúsculo pueblo se convierte en un pequeño mundo de resonancias universales. Y es que, tal como escribe Muñoz Molina, “al gran planisferio de la literatura moderna Alice Munro ha añadido su rincón apartado de la provincia de Ontario, habitado por mujeres tan bravas y rectas como ella, por seres ásperos, pintorescos y perdidos de un mundo que ya no existe. Su naturalidad es tan perfecta, sus personajes parecen tan comunes, que no siempre se advierte a primera vista la magnitud de su talento”.

Del -esa niña que sabe observar el mundo y sacar buen provecho de lo que ve- compadece la poquedad del padre, un taciturno que cría zorros para vender sus pieles y que prefiere vivir rodeado de naturaleza que prestar atención a lo que ocurre en su casa; se resigna a duras penas a la vulgaridad de un hermano sin ambiciones ni modales, e ironiza con admiración sobre una madre inteligente y culta, insatisfecha por ese villorrio en el que apenas tiene oportunidad de escuchar la radio, pero tenaz y valiente, que se ha lanzado por caminos de tierra batida a vender enciclopedias.

Es pues en este entorno frío e indomable del universo rural, limitado en el espacio y en el tiempo, donde Munro muestra un repertorio de temas inacabables y donde su sencillez se vuelve grandiosa mientras la pequeña Del se construye como mujer y escritora.

Con un tono íntimo y austero pero recubierto de humor, Munro y Del nos arrastran a otras vidas. Ambas se alían en una elegancia innata; una manera especial de contar las situaciones cotidianas; de lidiar con Dios y con el sexo, y bajo esa gracia casi divina capaz de modelar unos personajes tan cargados de humanidad que parece que se nos aproximan físicamente.

Desde el principio de la novela, si algo tiene claro Del es la capacidad  de decidir sobre ella misma. Tenaz y resuelta, entenderá la urgencia de elegir entre la existencia socialmente aceptada y una vida que está en otra parte. En esta elección se asoma, sin duda, aquella Alice Munro que desde niña “se había sabido rara y distinta, y había comprendido que para no sufrir el escarnio de los demás tendría que disimular, fingir que acataba las expectativas permitidas a una mujer”, y como dice Muñoz Molina, “preferir secretamente la vocación de la literatura a la de la maternidad”, lo cual tenía algo de impulso de “perdición”.

En esta perdición se encontró Munro a sí misma y nos encontró a nosotros, en sus tantos relatos y en su única novela, estrictamente hablando. En ella -escrita a sus cuarenta años hace ahora cuarenta años- asomaban ya todo el talento, la ironía y el modo tan peculiar de ver la realidad con que sigue sorprendiéndonos todavía.- LOURDES TOLEDO.

 

Alice Munro, La vida de las mujeres, Barcelona, Lumen, 2011.