A bordo de un rompehielos
de seis mil toneladas y dieciocho mil caballos,
leo tu libro, querido amigo, y leo
que el tiempo se ensombrece
en la obsesión de huir, sobre todo
de ti mismo, acechado
por el hastío, esa partida
de luz morada, casi negra,
que tanto cansa, repetida
y última.
Pero de uno mismo no se huye;
uno se engaña
simplemente,
con el frío de las horas contadas
que nadie recuerda; y negocia
un viaje hacia la primera aurora
en la lejanía
del horizonte, donde los fantasmas
son sólo el hielo que nos hace
y el aire nuevo limpia el pulmón
que apenas te sostiene.
Este barco nos lleva a los dos
mientras escribo,
con tu furia y mi sosiego,
hasta el lugar de los principios.