Abandonaría mi casa, el paisaje,
mi propia extrañeza ante lo desconocido.
Los caminos serían hermanos de leche
y los pueblos y las ciudades renovados hogares
si así me lo pidieses y tu voz susurrante
escuchase en la atroz distancia.
Acudiría con mi ejército enseguida
si la guerra convocases;
arrasaría, como una estrella moribunda
justo antes de desaparecer,
al enemigo que sufrimiento te infligiera,
y tu alegría yo preservaría
como si fuera la reliquia primigenia:
llevada sería a mis templos
como fe verdadera.
Me entregaría cautivo si necesitases
como precio de rescate mi agonía,
si con ello libre puedes acogerte
a la inmensidad de la vida.
Compartiríamos la felicidad del mundo,
sorbiéndola toda, con el egoísmo avaro
del ladrón hambriento,
y nuestras risas se convertirían en eco
que recorrería cada rincón del mundo.
A mi hogar regresaría, la paz
guardaría con celoso sigilo
mientras supiera que mi amigo
entre lujuriantes bienes anida.