He aquí otra historia. “Otra historia, una historia quizá muy simple pero divertida, de esas que, pensándolo bien, he escrito y lanzado al mundo a espuertas, quizá demasiadas, y que probablemente han contribuido a deteriorar mi buena reputación, si es que no la han echado a perder por completo.”
A primera vista, un relato de Robert Walser, este Diario de 1926 por ejemplo, nos da la impresión de no ser más que una serie de digresiones encadenadas, un ir y venir de un tema a otro, de una idea a otra, de un recuerdo a otro, sin ningún orden ni concierto, y no tenemos precisamente la sensación de que las piezas vayan a encajar en algún momento, y la trama, que supuestamente subyace a todo relato, sea finalmente visible, finalmente inteligible, sino más bien la sospecha de que todo lo que nos cuenta el autor esté fuera de lugar, sea un mero divertimento, un juego, un pasatiempo. Y efectivamente, Walser no suele tardar en confesarlo, sus libros no tienen argumento, en el sentido en que se entiende habitualmente esta palabra. No hay trama, no hay desenlace, no hay personajes, sólo hay literatura, y ni siquiera literatura al servicio de una idea, ya que, si me permiten la expresión, en Walser generalmente es la idea la que está al servicio de la literatura. Un divertimento, un juego, un pasatiempo, pero serios, muy serios, y cómicos, muy cómicos, en cierto modo como la vida, la del propio Walser o la de cualquiera de nosotros. Pero con una particularidad específicamente walseriana, típicamente walseriana. Walser, los asuntos serios, los temas importantes, los trata, los vive, cómicamente, y los cómicos con una seriedad digna de mejor causa, en el dudoso caso de que hubiese mejor causa que la risa. Lo trágico y lo cómico suelen estar separados por una sutil línea, como la risa y el llanto. No se trata, en su caso, de ninguna estratagema literaria, sino de una saludable actitud ante la vida, y en consecuencia también ante la literatura. A lo que hay que añadir su idea, fecunda donde las haya, de que conviene completar la realidad con la fantasía, o si prefieren la experiencia con la imaginación. Y así, Walser mezcla en la misma coctelera, el espacio de la novela, ideas y sentimientos en idéntica o parecida proporción, de forma que lejos de diluir sus propiedades, las multiplican haciendo la mezcla a la vez más intensa y delicada, aunque quizá no apta para todos los paladares. Cuando escribe: “Encuentro, por ejemplo, que la escritura corre pareja a la vida; se entrevera con ella”, quizá nos esté dando la clave de toda su literatura.
Al escritor de reseñas no le resulta fácil decir de qué trata un libro de Robert Walser, cosa que en el fondo debería de agradecer, pues quizá una reseña no tendría que contar nunca de qué trata un libro. Una reseña no es, o no debería ser, una nota bibliográfica, y menos todavía un resumen. Pero no nos pongamos demasiado walserianos. Algo hay que decir del libro que anime al lector. Así que digamos algo de este Diario de 1926. En primer lugar digamos que, a pesar de su título, no es un diario, ni un dietario, ni unas memorias. Es una historia, una historia típicamente walseriana, una más de las miles que escribió Walser, escrita a lápiz, como acostumbraba, esta vez en el reverso de las hojas de un calendario de 1926, poco antes de ingresar en un sanatorio del que no saldría ya con vida. Una historia en que nos descubre además los entresijos de su literatura. “Si la historia se viniese abajo” – pero, ¿por qué iba a venirse abajo?, podríamos preguntarnos. Pues porque Walter no se ha tomado la molestia de levantar sus cimientos sencillamente --, “emprendería de inmediato otra, algo nuevo, ya que nunca me apoyo en una única idea creativa.” Y acto seguido nos descubre cuál es el filón de muchas de sus historias: los paralelismos. Y se explica: “Con ello me refiero al camino que intenciones, deseos y aspiraciones distintos recorren juntos en la misma dirección.” Pero no teman, Diario de 1926 no es un ensayo sobre la novela, es sencillamente una historia, y una historia de la historia que se está contando, que se está escribiendo.
Una característica de los relatos de Walser consiste en anunciarnos que va a hablar de una cosa, del amor por ejemplo, y naturalmente hablar de otra, del polvo por ejemplo que acumulan los objetos de adorno en las casas, o de un inocente paseo por el bosque, tema éste, el de los paseos, favorito de Walser, que precisamente, y dicho sea de paso, murió dando un paseo un 25 de diciembre de 1956. Del mismo modo que anuncia, como de pasada una vez más, algo de lo que de momento, nos dice, no tiene la más mínima intención de hablar, para a renglón seguido hablar de ello con profusión de detalles; o en otros casos, lo que había anunciado como algo sorprendente, resulta ser una nimiedad absoluta. Y digamos para terminar que no era cierto que sus novelas no tuvieran personajes: amables viudas, dependientas, jóvenes encantadoras, mujeres hermosas y distantes, poetas, antiguos camaradas del colegio, fatuos caballeros algo orondos, pueblan todos sus relatos; y digamos también que el protagonista de esta historia, como de tantas otras suyas, es el propio Walser, un escritor más o menos frustrado, sin aptitudes especiales para nada, un hombre, como dice de sí mismo, que no ha conseguido nada en la vida, y añade “gracias a Dios”, a no ser que prefiramos conceder el protagonismo de sus historias a la literatura. O, por qué no, al amor. Un amor que se revela tan sui generis como su escritura misma, quizá porque en el fondo, en su caso, se trate pura y simplemente de amor a la escritura; aunque las mujeres hermosas, “extraordinariamente hermosas, incomparablemente hermosas, indeciblemente hermosas”, nunca le dejaron indiferente; mujeres a las que suponemos debió de intrigar, abrumar, confundir y divertir a partes iguales con las cartas y poesías que les escribía. Y en cierto modo este Diario de 1926, que no es un diario ni una novela, sino “una serie de hechos vividos contados de la forma más agradable y amena” (y magníficamente traducido), surte en nosotros un efecto parecido: nos intriga, nos abruma, nos confunde, nos divierte.- MANUEL ARRANZ.
Robert Walser, Diario de 1926, traducción de Juan de Sola, Segovia, La uña rota, 2013.