Siguiendo los pasos de Le Clezio y Modiano, la escritora Annie Ernaux recibió el año pasado el premio de Literatura más prestigioso del mundo porque, según el comité del Nobel, “su obra que examina constantemente, desde distintos ángulos, unas vidas marcadas por las disparidades, a saber, de género, de lengua y de clase social”.
A sus ochenta y dos años, fue la decimoséptima mujer de los ciento catorce Premios Nobel de Literatura que se han concedido desde 1901. El último francés en recibir el galardón fue Patrick Modiano en 2014, y antes Le Clézio en 2008. De los diez últimos premios, cinco han sido europeos y cuatro han recaído en mujeres. La Academia coronaba así a una autora que “examina constantemente, desde distintos ángulos, vidas marcadas por disparidades, a saber: el género, la lengua y la clase social”.
Nacida en 1940 en Lillebonne (Seine-Maritime), Annie Ernaux creció en el corazón del Pays de Caux, en Yvetot, donde sus padres regentaban una pequeña tienda de ultramarinos-bar. Desde esa Normandía semi-rural, desde sus modestos orígenes, ha escrito más de veinte libros únicos, en un estilo caracterizado por una “escritura blanca”, despojado y seco, algunos de los cuales han cosechado un gran éxito, ilustrando una vida fuertemente marcada por las huellas del pasado y por sus orígenes.
Después de un primer intento fallido de publicación de su primera obra, Du soleil à cinq heures (inspirada en el poema de García Lorca “A las cinco de la tarde”, inédita aún hoy, ya que la escritora ha afirmado que solo permitirá que vea la luz tras su fallecimiento), puesto que es rechazada por distintos editores, su segundo relato, Los armarios vacíos (Cabaret Voltaire, 2022), se ve reconocido por fin por la crítica y el público como una obra de gran originalidad, tras ser publicada por Gallimard en 1974. En efecto, ya en este libro, aunque Ernaux no ha encontrado todavía su estilo propio y definitivo, apunta ya lo que serán sus grandes apuestas: una escritura autosociobiográfica (aunque aquí, como en su siguiente novela, tengamos que hablar aún de autoficción), una legitimación de sus orígenes populares desde su condición de tránsfuga de clase (muy influenciada por Bourdieu en este sentido), de su condición de mujer, y de una lengua popular que pone en escena con una densidad argótica y una ‘vulgaridad’ que le son propias, sin tapujos y sin complejos.
Mientras enseñaba literatura francesa en un insituto, publicó Ce qu'ils disent ou rien (1977), que tuvo buena acogida también, pero dentro de una relativa discreción. En 1981, ya en Cergy (una “ciudad nueva” del Val-d’Oise, cerca de París), Ernaux publica su tercer libro, La mujer helada (Cabaret Voltaire, 2015), acercándose cada vez más a ese género socioautobiográfico, al que se mantendrá fiel en el resto de su producción, aunque cada libro revista una forma distinta, la que exige la temática abordada. La mujer helada relata desde un “yo transpersonal” la condición “normal” de una mujer casada y madre de familia de los años sesenta en Francia. La toma de conciencia de sus decepciones y sus frustraciones, que hacen que se convierta en una mujer “helada”, la llevan a narrar una situación personal de manera descarnada, objetiva, sin grandes declaraciones feministas ni reivindicativas. Annie Ernaux inaugura así un discurso postfeminista que hoy ha cobrado mucho protagonismo, y que parte más de una constatación lúcida la situación real de la mujer que de sus aspiraciones más o menos idealizadas.
El éxito le llegó en 1984 con El lugar, que obtuvo el Prix Renaudot. Se trata de un relato íntimo de su infancia y juventud en Normandía. Aquí Ernaux consolida ese género socioautobiográfico concebido ya como una especie de puzle constituido por relatos breves y personales de títulos cortos y sencillos que narran distintos episodios de su vida. Se convierte así en etnóloga de sí misma, manteniendo esa distancia objetiva con respecto a lo narrado tan característica de su escritura que se ha tildado de ‘fría’ pero que en realidad es un mecanismo que fomenta la empatía con el lector. Ernaux considera imprescindible, en efecto, ese distanciamiento precisamente para acercarse más a las sensaciones de la Annie del pasado que ella pone en escena. Para ello, se ‘ayuda’ de su diario íntimo, que lleva escribiendo ininterrumpidamente desde los diecisiete años.
La existencia de esos “cuadernos” explica, por ejemplo, la doble publicación de Passion simple y más adelante Se perdre (Perderse, Cabaret Voltaire, 2021). En efecto, en el primero, Ernaux revela su breve y apasionada relación amorosa con un hombre casado, un diplomático ruso afincado en París. Pues bien, aunque el éxito de público fue total (si bien la crítica se mostró dividida como a menudo al abordar las obras de Annie Ernaux a la que no perdonan que como tránsfuga de clase no se haya pasado al bando de la ‘intelligentsia’ francesa y reivindique “a su raza”) Annie Ernaux volvió sobre el tema, publicando Perderse, un libro compuesto de extractos, sin modificar, de su diario “crudo y negro” de la época, para que el lectorado no se perdiera nada de lo que había sido su estado de ánimo en esa época, algo que creía la autora, podía haberse visto desfigurado simplemente al pasar el diario a una narración más estructurada.
Todo ello conforma un eterno retorno a uno mismo, a una misma, enriquecido por una contextualización sociohistórica que dan envergadura a sus obras, haciendo de ellas casi auténticos documentos de época. En este sentido, su obra más ‘lograda’, es sin duda Los años (Cabaret Voltaire, 2019, año en que recibió el Premio Formentor), auténtica crónica de la “pequeña historia” como dicen en el país vecino, del siglo XX, y que la autora ha definido como “una especie de autobiografía impersonal”.
Cergy será escenario y telón de fondo de algunas de sus obras (Journal du dehors, La Vie extérieure y Mira las luces amor mío, este en Cabaret Voltaire, 2021), lo que le permitirá hacer una crónica de los suburbios e introducir temáticas hasta entonces inéditas en la literatura, y propias de su origen de clase y de su condición de mujer, como los viajes en ese tren que une París con las afueras, el RER, o los centros comerciales. Otra de las características de su escritura socioautobiográfica, y que hace que sea tal, es que cada episodio que cuenta de su vida lo tienen, lo tenemos en común, miles, millones de personas, de mujeres: el aborto clandestino (Cabaret Voltaire, Los armarios vacíos, 2022; El acontecimiento), la crisis de la adolescencia (Ce qu’ils disent ou rien), la violación (Cabaret Voltaire, Memoria de chica, 2016), el cáncer de pecho (Cabaret Voltaire, El uso de la foto, 2018), la pasión amorosa por un hombre casado (Cabaret Voltaire, Perderse, 2021), la aventura sentimental con un hombre joven (Cabaret Voltaire, El hombre joven, 2023), la vida y la muerte del padre (El lugar), la enfermedad de la madre y su paso por una residencia de ancianos (Cabaret Voltaire, No he salido de mi noche, 2021, Cabaret Voltaire, Una mujer, 2020), el descubrimiento de una hermana muerta antes de que ella naciera (Cabaret Voltaire, La otra hija, 2023) … son temas fundamentados en el trauma y que nos resultan familiares, tanto que tenemos la impresión de que alguien, por fin, ha puesto palabras a nuestras impresiones, sensaciones y sentimientos más hondos.
Se le ha criticado haber recuperado el verso de Rimbaud “Soy de raza inferior por toda la eternidad” (“Mala sangre”) para explicar el motor de su escritura mediante esa frase que escribió en su diario cuando, de muy joven, decidió ser escritora: “Escribo para vengar a mi raza”, y que repitió en su discurso de recepción del preciado galardón. Sin embargo, lejos de las connotaciones que el concepto ‘raza’ puede evocar hoy, Ernaux, entonces (es importante la contextualización espaciotemporal, algo clave para descifrar correctamente el mensaje ernaldiano) la escritora reenviaba a esa “raza” de ‘seres inferiores’ condenados al silencio, a la no existencia y a quienes ella quiere dar voz y entidad, pese a quien pese.
Ernaux dijo en una ocasión: “Escribo mis historias de amor y vivo mis libros”, con esta variación: “A veces tengo la impresión de vivir en dos planos a la vez, el de la vida y el de la escritura”. Deberíamos decir que, como lectoras y lectores, vivimos sus libros y tenemos la sensación de vivir en dos planos a la vez, el de la vida y el de la lectura, el de la literatura, gracias a ella.
Su estilo, su lengua, necesitan, pues, de un análisis particular, más allá de esta presentación general. En 1983, en un célebre pasaje de El lugar, Ernaux afirmaba realizar una “escritura plana”, rechazando toda escritura literaria que traicionara a la clase “dominada” a la que pertenecía su padre. Para dar cuenta de una vida sometida a la necesidad, decía, no podía hacer uso del arte, ni intentar hacer algo ‘conmovedor’. Así pues, la escritura plana era la única que le resultaba natural, la misma que entenderían sus padres y nos les sonaría a falso a ellos, esa misma que usaría para escribir a sus padres para contarles las noticias esenciales.
El contexto literario y crítico de finales del siglo XX y principios del XXI ha llevado a asociar esta escritura plana con la noción de “escritura blanca” propuesta por Roland Barthes a propósito del Extranjero de Camus, obra de la que se reclama la heroína de Ce qu’ils disent ou rien. Barthes define esa escritura un esfuerzo por liberarse del lenguaje literario, una escritura inocente que eliminaría todo recurso al ornamento considerado literario. No por ello dicha escritura es de un estilo ‘descuidado’, al contrario, puesto que la propia Ernaux subraya la importancia de la elaboración de un texto que procede de la clase trabajadora y de las mujeres toda vez que para su elaboración hace uso de las herramientas de la cultura dominante. No obstante, cabe precisar que Ernaux no intenta situarse contra la lengua elitista de la producción literaria francesa, que ignora, sino, sobre todo, fuera de ella, aparte, en otra dimensión lingüística, cultural. De suerte que hemos de considerar este discurso de Ernaux, hecho de normandismos, de un léxico infantil, popular, de un entorno social de ama de casa, de obrero, popular y tangencial, en suma, como una posición política, como un compromiso ideológico. Por ello, no puede extrañarnos que Ernaux aparezca en la escena social y política tomando partido como en otro tiempo lo hicieran Beauvoir o Sartre.
Así pues, Annie Ernaux insiste en la importancia de no escribir de manera demasiado densa, demasiado rica o demasiado lírica. El objetivo es doble. Por una parte, quiere acercarse lo más posible a la realidad y retratarla con veracidad; por otra, está decidida a rechazar toda escritura demasiado literaria que traicione a su clase.
La posición de Annie Ernaux es eminentemente política y debe leerse desde una perspectiva sociológica. Utiliza la escritura como instrumento de diferenciación social y de lucha para invertir la relación de fuerzas entre dominantes y dominados. Se sitúa deliberadamente al lado y por debajo de la literatura tradicional para dar voz a los silenciados y ofrecer otra forma de entender el lenguaje.
De este modo, Annie Ernaux adopta una “postura de escritura”, según sus propias palabras. Produce un discurso enraizado en reivindicaciones sociopolíticas. Sus libros constituyen un verdadero escenario literario y político de enunciación, un ejercicio de estilo destinado a pasar a la acción en lugar de permanecer confinado a una dimensión puramente estética.
Con todo, esa postura, lejos de ser novedosa, aunque sí subversiva, es clásica. El estilo deliberadamente sencillo de Annie Ernaux, alejándose del miles dominans, no hace sino adaptarse a la forma de hablar adecuada al estilo medio (agricola) o al sencillo (pastor octiosus, algo que ya hiciera Du Bellay en el Renacimiento.
Pero la lengua ernaldiana no se ciñe a un estilo, por iconoclasta que sea, sino que se fundamenta, también, de manera retóricamente equilibrada, en una temática abordada que se aleja de los temas heteropatriarcales de la literatura tradicional, masculina y clasista. Ya nos hemos referido a la temática popular, al lugar excepcional que ocupan temas supuestamente triviales como los medios de transporte o los espacios comerciales. Pero también están, y, sobre todo, priorizados, esos temas considerados vulgares y que sin embargo son esenciales en el universo reivindicado por Ernaux: la sociabilidad popular en torno a una mesa rige las escenas de Los armarios vacíos y también de Los años, y el sexo, desde su descubrimiento en la infancia y la adolescencia, hasta su prioridad en la edad adulta, marca prácticamente todas las obras publicadas por Ernaux entre ambos libros.
Y, soldando esas relaciones entre familiares, amigos y amantes, está esa cultura popular que florece con el mismo orgullo y a la misma altura que todas las referencias literarias cultas que también sabe hacer suyas la autora: los anuncios de la radio y de la tele, las novelas por entregas, las canciones populares, las películas destinadas al gran público, salpican y colorean un relato que, gracias a ello, se convierte en familiar para un lector, una lectora, que, gracias a ello, recuerda, empatiza, asume, se asume.
Y en esta constelación de diversidad cultural popular, la imagen, lógicamente, adquiere una importancia especial. Si la foto juega un papel semejante al del diario personal en Ernaux, llevándola a recordar sensaciones y sentimientos de años pasados, esas imágenes sirven igualmente para que el lector o la lectora se retrotraiga a esos años de su infancia, de la de sus padres o de sus abuelos donde esas caras, esos cuerpos se transforman en reminiscencias de los cinco sentidos súbitamente despertados.
En suma, Annie Ernaux, autora original, única, escribe en un estilo infraliterario que es a la vez sociológico, político e histórico. Su escritura está determinada por figuras microestructurales que luego influyen en el modo de enunciación total de la narración. Por consiguiente, los elementos retóricos deben estar siempre vinculados a un contexto metatextual más amplio.
No obstante, como su estilo ha ido depurándose al cabo de los años, también lo ha hecho su lengua. De un registro fundamentalmente popular trufado de idiotismos propios de ese nivel de lenguaje, con una puntuación escasa, al límite de la simulación de una oralidad usual rayana en la trivialidad, el estilo ernaldiano ha pasado a una concisión más sobria, de frases más breves, a menudo contenidas en enumeraciones, para evitar toda jerarquía temática pero también lingüística, de donde se eliminan las mayúsculas, en un acto escritural casi simbólico. Así, ha ido pasando de un sociolecto a una lengua suya, propia, estilizada, con un origen popular, ciertamente, pero que ha evolucionado hasta un lenguaje autorial característico de ella, con un refinamiento que ha acabado superando el burdo y trasnochado refinamiento de la literatura más tradicional y convencional.
Y todo ello contemplado por la autora como un riesgo vital, un desafío, porque, para Annie Ernaux, la escritura solo puede ser utilizada como un cuchillo (La escritura como un cuchillo, con Frédéric-Yves Jeannet, Cabaret Voltaire, 2023).