Evocar la figura del escritor y editor Jacobo Siruela al calor de un nuevo libro resulta siempre una idea atractiva. Al ponerse a ello, uno recuerda de inmediato unas palabras suyas en torno al principal de sus quehaceres, la edición, en las que se definía a sí mismo como un artesano. De repente nos vienen a la cabeza libros como el opúsculo de Beatrice Warde (La copa de cristal. La tipografía debería ser invisible) o los que dio a la imprenta el malogrado Josep Maria Pujol. De igual modo su labor en la editorial Siruela, en la que publicó a clásicos modernos como Italo Calvino y Robert Walser –ahí es nada– o recuperó títulos de una inextinguible Edad Media. 

Jacobo Siruela se caracteriza, pues, por confeccionar buenos libros (la referencia a Warde y Pujol no era gratuita, aunque también es cierto que podríamos haber mencionado otros nombres del oficio tipográfico o simplemente libresco), tanto en el fondo como en la forma, se entiende. Libros, añadimos, que en su mayoría llegan avalados por él mismo. Libros, en fin, que definen un vasto grupo de intereses, de entre los que podríamos destacar los que conformarían –en una imprecisa definición– el subgrupo dedicado al “pensamiento mágico”. Valga como ejemplo la recuperación de la obra ensayística y poética de Juan Eduardo Cirlot o la de su hija, Victoria Cirlot, en torno a dos cuestiones que le son queridas a nuestro escritor y editor: la Edad Media y el misticismo. O, más recientemente, ya en su nueva casa editora, los rescates de estudiosos del mito como Karl Kerenyi o Joseph Campbell. 

Tras esta breve evocación del personaje, el lector que se adentra en las páginas de este nuevo libro siente de inmediato la familiaridad de los temas tratados. Nos hallamos, cabe tenerse muy en cuenta también, ante un volumen misceláneo en el que se recogen diversos textos, escritos durante épocas diferentes y a menudo por encargo, del conde de Siruela. 

El primero de ellos, como explica nuestro autor, le fue encomendado por Sergio Vila-Sanjuán, director del suplemento de cultura del diario La Vanguardia. En esta ocasión el también escritor barcelonés ejercía como responsable del ciclo de conferencias titulado El libro como universo, celebrado en la Biblioteca Nacional en 2012. Así pues, Libros secretos supuso la contribución de Jacobo Siruela a dicho acontecimiento. 

En éste, como en otros textos que conforman este libro, aparece una de las tesis defendidas por el autor: la necesidad del mito como creador de sentido. Una idea que conecta con la concepción tradicional de la obra de arte como “portadores de significado” (según la definición de “sémiophores” de K. Pomian), a menudo receptáculo del propio mito como puede comprobarse –para remontarnos a la Antigüedad– en las cerámicas áticas de un maestro como Exequias. 

Para desarrollarla, Siruela pone en juego una serie de libros que tienen “cierto grado de complejidad”. El más significativo de todos ellos es el titulado Though Forms, obra de Annie Besant y Charles Webster Leadbeater. Ambos se integraron en la Sociedad Teosófica Inglesa, convirtiéndose de este modo en discípulos de Madame Blavatsky. Como tales, pusieron en marcha estudios de hondo calado como el origen del universo. La importancia que les otorga Jacobo Siruela tiene que ver con la influencia que algunos de los artistas de las vanguardias históricas (fundamentalmente Kandinsky) reciben de ellas. En su búsqueda de lo real, afirma siguiendo a Platón, “la mera imitación de la apariencia exterior no bastaba”. 

Siruela insiste –y éste es uno de los puntos más interesantes del libro y de este primer texto– en la importancia de la espiritualidad, negada por el “materialismo científico moderno”, en la aparentemente impermeable obra de artistas de la modernidad como Piet Mondrian o el ya citado Vasily Kandinsky. Se hace necesaria, pues, la “tensión entre opuestos”: razón y magia se dan la mano para dar de sí el conocimiento completo. Este punto conecta con otros textos del libro, como el que le dedica a Valentine Penrose, poeta surrealista y esposa durante unos años de Roland Penrose, pero también con su disertación en torno a uno de los primeros mitos de la civilización como Gilgamesh

Otro de los atractivos de este libro son las fuentes que maneja su autor. De vuelta a Libros secretos, en él nos damos de bruces con el relato de una serie de títulos enigmáticos, lo que nos lleva a sentirnos inmersos en una suerte de Wünderkammern o cámara de maravillas. El primero de ellos es el conocido como Manuscrito Voynich. De origen medieval, llega a las manos de un exrevolucionario metido a librero llamado Wilfrid Michal Habdank-Wojnicz procedente de un lote adquirido a los jesuitas. Descubre que nadie ha podido descifrarlo.  El segundo de ellos, el Mutus liber (o Libro mudo), es un libro sin texto escrito pero con significado que arrastra la influencia de la escritura jeroglífica del Egipto antiguo. Por último, La arquitectura natural (Vega, 1949) hace lo propio en referencia a las proporciones áureas tan comunes en la Antigüedad (volvemos a la Grecia antigua, donde el mito convive con la ciencia de arquitectos como Ictino, proyectista del Partenón). 

Los textos que completan el libro, y que en cierto modo confirman la gran tesis del autor en torno a la necesaria convivencia de razón y pensamiento mágico en aras a un conocimiento completo, son los que Siruela escribe para su recopilación de cuentos en torno a la figura del vampiro y el que dedica al fotógrafo japonés Masao Yamamoto. 

Acabemos como empezamos: volviendo a la figura del editor para insistir una vez más en el buen diseño y la legibilidad de lo publicado. No es habitual destacar aspectos de la manufactura del libro en cuestión en una reseña, pero debiera serlo. Los libros se leen de un modo u otro según cómo estén editados. Lo decía el poeta de Moguer, y nosotros lo tenemos muy en cuenta. Por eso tampoco nos olvidamos de la fotografía del autor hecha por Inka Martí que aparece en la contraportada: otra maravilla.- RAFA MARTÍNEZ. 

 

Jacobo Siruela, Libros, secretos, Atalanta, Vilaür, 2015