Regresé del Sur hace unos años
Olvidé la humedad en un armario
Lo cerré a cal y canto,
igeramente desmemoriado.
Del aire seco hago ahora
riguroso calendario
que observo con atención
aunque el cierzo lo desmienta
de tanto en tanto.
Trastorno de la emoción
que me procura su soplo inesperado
confluencia de vientos sin gobierno
que descienden por el valle del Ebro
para morir en una esquina de Montevideo.
Pampero y cierzo
¿Ha sido mi destino estar sacudido
(tan luego)
por estos vientos?
Idéntica fase inicial,
la ráfaga intensa
descenso brusco de temperatura
el modo que tienen ambos de enervarnos
impaciencia del gesto con que los soportamos.
Mas luego aquel lejano Pampero llena de vapor el aire
asciende la presión atmosférica
se diferencia en húmedo o seco
y se pierde en nubes de polvo
o en la esperada lluvia,
en el mejor de los casos.
Éste
—el viento cercio de la Hispania Citerior descrita por Catón el Censor—
reseca el aire.
Lo dicen activo y animoso,
aunque irrita su persistencia
el duro quemar de las plantas su temprano brote.
Lo dicen perecedero, aunque el poeta David Mayor nos asegura
el cierzo “nunca huye:
a los días silba de nuevo por los ribazos,
depredador con la tez del desierto encima;
a limpiar las costumbres vuelve;
el itinerario de los viajeros cambia”.
Con los años lo prefiero
me aguza el ingenio el frío que provoca.
Lo siento en Zaragoza, lo respiro en Oliete
(¿Se llama esto integrarse o es pura resignación?)
Del clima húmedo añoro la empalagosa omnipresencia
de su agobio y cristales empañados
el sudor con que acompañó mi juventud de ventanas abiertas al Río–mar
el cuerpo desnudo sobre la sábana tibia del verano
el frío penetrante de un invierno de bombillas callejeras
oscilando en una esquina mal iluminada
donde se pierden amigos y recuerdos
y adonde acudo ahora buscando desentrañar su esencia
antes de que la niebla del olvido lo disuelva todo.
(De Clima húmedo, de próxima publicación)