
Abro los ojos a los colores,
 negro, rojo, amarillo, blanco...
 y todos tienen la misma luz.
A veces alguno muere
 frente a las tapias del miedo
 que levantaron seres sin rostro
 en distintos campos de batalla.
¿Quién decretó que fuera
 el negro de luto, de arañar
 en el corazón del dolor,
 que el blanco se hiciera gris
 cuando se envuelve de indiferencia
 o que el amarillo se hundiera
 en vastos arrozales encharcados?
Hay un mañana de un solo color
 que muestran las manos abiertas
 al viento libre de las calles,
 donde los hijos de la pobreza
 y el desamparo se cobijan,
 frutos del árbol del tiempo
 que esperan, entre el sol y la lluvia,
 a que crezca el día del amor
 y acabe con las trampas y espinas
 que sembraron en la selva
 algunos que aún se llaman hombres.


