lo raro lo increíble es que a pesar
de mi desamparada expectativa
no sé qué dice el viento del exilio
Escribir sobre Mario Benedetti tiene para mí un peso emotivo por el recuerdo de los años consecutivos en que el escritor uruguayo estuvo en la Universidad de Alicante, el Doctorado Honoris Causa por la misma en 1997, la cesión de su nombre para nuestro Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti y, finalmente, en 2006, la última cesión, generosísima, de una parte esencial de su legado: su biblioteca personal de Madrid, que a día de hoy se encuentra en el CeBaB para consulta de todo usuario[1].
El título del presente artículo proviene del propio Benedetti, de su idea de exilio y de lo que él llamó “desexilio”, para referirse al periodo en que pudo regresar a su país una vez concluida la dictadura militar en Uruguay; también lo que denominó “patrias interinas”, que son las que lo acogieron en su peregrinar por el mundo. Pero comencemos por el principio. Como es bien sabido, el uruguayo es un referente de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, al tiempo que un ejemplo paradigmático de civismo y de resistencia ante la dictadura, la de su país, que determinó su exilio y su tránsito vital por diversas geografías. Recordemos que el golpe militar que se perpetró en Uruguay en 1973 supuso el gran éxodo de la historia del país y, para Benedetti, una nueva forma de posicionarse ante la vida y ante la escritura. Su exilio, iniciado en 1974 y finalizado en 1985, duró por tanto doce años que transcurrieron entre Argentina, Perú, Cuba y España. Son estos países esas “patrias interinas” en las que fue adquiriendo una conciencia y, consecuentemente, lo que bien podemos denominar, en su caso, una cultura del exilio, cifrada en buena medida en aquel verso de “Otra noción de patria”: “el exilio también tiene barrotes”.
Al igual que otros escritores latinoamericanos que sufrieron esta dolorosa experiencia, Benedetti puso todo su talento para escribir en dicha etapa algunas obras de intenso compromiso social, como los ensayos titulados El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974), Notas sobre algunas formas subsidiarias de la penetración cultural (1979) o El recurso del supremo patriarca (1979). Preciso es señalar que desde esta posición comprometida incidió en sus escritos en los posibles riesgos que se corren al practicar un tipo de escritura muy ligada al recuerdo, a la memoria y a la nostalgia. Por un lado, porque la ausencia del país y de los seres queridos dejados atrás podría dar lugar a una literatura de aflicción que nada aportaría a la reconstrucción personal y social; por otro lado, por el hecho de que las difíciles circunstancias en las que vive un escritor exiliado pueden propiciar “facilismo panfletario”, como advirtió en La cultura, ese blanco móvil (1989). Con la voluntad de evitar estos riesgos, Benedetti se sumó a un “exilio combatiente”, como dijo el escritor argentino Julio Cortázar, consistente en plantearse ese desplazamiento forzoso desde una visión positiva que superara los pesimismos. Su conclusión fue clara y significó un posicionamiento sobre la controvertida relación entre literatura y compromiso social: el deber primordial de todo escritor exiliado es contribuir a la cultura de su país, pero sin perder de vista la dimensión estética de lo literario, fundamentada en el coloquialismo poético característico de su generación.
Como no podía ser de otro modo, el golpe militar de 1973 marcó una nueva etapa en su obra literaria, en la que el exilio se canalizó a través de la idea de una soledad comunicante. No obstante, la visión desde el exilio sin duda le proporcionó perspectivas diferentes, lo que contribuyó a la inclusión de un léxico renovado en su poética, que sirviera para transmitir los nuevos estados de ánimo. Una de estas perspectivas o enfoques sería lógicamente la memoria, cardinal en sus escritos de esta etapa, que llevaría asociada palabras como nostalgia, así como el convencimiento de que todo olvido está, y debe estar, lleno de memoria (recordemos que uno de sus poemarios se titula El olvido está lleno de memoria). El mejor antídoto para superar la nostalgia y no sólo vivir de la memoria sería nuevamente la escritura y en estos años Benedetti escribió una de sus más memorables novelas, Primavera con una esquina rota (1982); dos libros de cuentos, Con y sin nostalgia (1977) y Geografías (compuesto también de poemas, 1984) y publicó cuatro libros fundamentales de su trayectoria poética: Poemas de otros (1974), La casa y el ladrillo (1977), Cotidianas (1979) y Viento del exilio (1981).
Estar en continua alerta y mantener viva la esperanza son estados vitales que se despliegan en los relatos, artículos y poemas de esta etapa. Benedetti se aferr entonces a la memoria de su país y esta memoria se convierte en el testigo que sostiene la ilusión del regreso. Así, la idea del retorno, a pesar de los momentos de desesperación, se hará cada día más fuerte y presente en vida y obra del autor. Como la mayoría de intelectuales latinoamericanos exiliados, el escritor entiende esta experiencia como un hecho vivencial que pasa por la aceptación y por su análisis; es decir, que dicha experiencia pasará a ser parte insoslayable de la propia identidad personal y, consecuentemente, de su literatura.
En concreto, Benedetti comienza su exilio el 1 de enero de 1974. Su destino primero fue la ciudad de Buenos Aires, donde consiguió un empleo en dos casas editoriales. Pero recordemos que en la capital argentina también los tiempos políticos eran predictatoriales y al poco tiempo Benedetti entró a formar parte, como persona non grata, de una lista confeccionada por la AAA (Asociación Anticomunista Argentina). Ante esta crítica situación que le podía costar la vida, Benedetti ya había cambiado de residencia: Lima sería su nuevo destino, aunque tampoco por mucho tiempo, pues en agosto del 75 sería nuevamente deportado a Buenos Aires hasta comienzos de 1976, cuando decidió, finalmente, viajar a un país que le ofreciera seguridad. Así, Cuba se convertiría en su nueva patria.
Cabe recordar, para el trazado de este itinerario, que en su exilio cubano Benedetti dirigió el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, fundó la serie Valoración Múltiple, el Archivo de la Palabra y la colección Palabra de esta América; compiló antologías, organizó ciclos de conferencias, ofreció lecturas públicas de sus textos, participó en jurados y revistas cubanas y su presencia se hizo habitual en la isla. Poco antes del tiempo cubano, y a pesar de los cambios de residencia y los continuos controles policiales, habían aparecido nuevos libros de su amplia bibliografía: en 1974 publicó sus Poemas de otros, el libro poético más conocido del autor, y el ensayo El escritor latinoamericano y la revolución posible.
Poemas de otros –poemario en el que los protagonistas de sus versos son personajes ficticios a partir de los cuales en realidad él construye su propio yo– abre en la vida de Benedetti el tiempo del destierro, que dará paso a poemas en los que la tristeza y la indignación, así como la solidaridad, serán tema y tono de su literatura. El ritmo y la musicalidad son una marca de estilo de estos poemas, que se acercan hacia las fuentes orales de la poesía. Sin duda, las composiciones pertenecientes a este libro son paradigmáticas de gran parte de su producción poética porque es aquí donde el poeta ha conseguido encontrar un tipo de expresión amorosa que será, ya, “benedettiana”, a través de una aparente sencillez, de un lenguaje claro, de imágenes directas, juegos de contrarios, de refranes y expresiones coloquiales modificadas, en construcciones muy elaboradas. Con este mecanismo nacerían poemas tan conocidos como “Táctica y estrategia”, “Los formales y el frío”, “Hagamos un trato” o “No te salves”. También perteneciente a este libro es el archiconocido “Te quiero”, musicalizado por Favero y cantado por Nacha Guevara; un poema en el que imbrica el amor con la militancia, subrayando la significación de estos términos y también su complejidad. Pero la insistencia en las relaciones amorosas no iría nunca en detrimento de que el poeta expresara abiertamente el sentimiento de soledad y desamparo en esos primeros tiempos del exilio (así, por ejemplo, de Poemas de otros, el poema titulado “Hombre que mira a su país desde el exilio”).
En esta dirección, en el ensayo El autor latinoamericano y la revolución posible Benedetti subrayó la necesidad de que el intelectual, especialmente el latinoamericano, se conviertiera en un intérprete de la realidad, dejando constancia de que toda revolución constituye para la cultura un tremendo desafío. También en agosto de 1974 se estrenaría una película, dirigida por Sergio Renán, basada en su novela La tregua, que fue nominada para el Oscar al mejor film en lengua extranjera. Tres años después, Benedetti, instalado en tierras cubanas, publicó otro libro de poemas, La casa y el ladrillo, y los cuentos Con y sin nostalgia, ambos en 1977. Es en los poemas de La casa y el ladrillo donde se definieron con claridad las primeras vertientes del exilio. De hecho, la dedicatoria hace alusión a dicha experiencia, vivida tanto desde fuera como desde dentro: “A los que adentro y afuera viven y se desviven mueren y se desmueren”. Y hay que subrayar que es en este libro donde Benedetti escribió: “Uno va fundando las patrias interinas”, patrias que ya venían ocupando desde 1974 una buena parte de su producción poética. Las composiciones se articulan con versos de larga tirada que prolongan la extensión del poema y el nombre del país de origen y de los escritores y amigos que acompañaron al poeta se suceden, porque parece que la mención de lo propio aporta al poeta mayores señas de identidad. Benedetti, como poeta exiliado, también funda poéticamente una ciudad, creándola a partir de sus recuerdos para, a través de la literatura, seguir viviendo en ella. Lejos del país de origen, el tiempo queda suspendido entre un pasado al que se recurre para no olvidar y un futuro entrevisto como liberación. Pero ese presente, puesto entre paréntesis, será la dura realidad cotidiana. Unos años después, ya en los 80, en Viento de exilio y en Geografías el tema no sería tanto la partida del país, la ida (como en La casa y el ladrillo), sino el regreso; así, por ejemplo, en los poemas “La casa y el ladrillo” y “Otra noción de patria”.
De índole más social serán sus relatos Con y sin nostalgias, donde encontramos muestras de esos héroes positivos que después aparecerían en Primavera con una esquina rota (1982); héroes que anteponen los intereses colectivos a los personales, prefiriendo la tortura o la muerte antes que traicionar a sus compañeros. La lucha, en estos cuentos, se afronta con el optimismo que se desprende de la capacidad de la reacción popular contra la dictadura. En resumidas cuentas, este conjunto de relatos supone un reconocimiento a todos los que lucharon por la libertad, y un llamamiento contra las injusticias que se vivieron en Uruguay y en tantos países de la América Latina de aquellos años.
De 1979 es el siguiente libro de poemas, Cotidianas, así como Pedro y el capitán, la obra teatral que ha sido tan representada hasta la actualidad. También dos libros de ensayos, uno de crítica literaria, El recurso al supremo patriarca, y otro propiamente ensayístico, Notas sobre algunas formas subsidiarias de la penetración cultural. El poeta, por su situación, se ve forzado a convivir con la ausencia, en un deambular vital que quedaría reflejado en sus poemas, no sólo de Cotidianas, sino también de libros posteriores como Viento del exilio y buena parte de las composiciones de Geografías.
Siguiendo el itinerario del exilio, tras la intensa actividad cubana el escritor decidió cambiar de país, otra patria desde la cual poder ayudar de forma más directa a sus compatriotas: Palma de Mallorca sería el nuevo destino. En 1980 llegó a la isla mediterránea y, con el tiempo, empezó a colaborar semanalmente con un artículo de opinión en El País, una actividad periodística que iría unida a su traslado de Palma de Mallorca a Madrid, ciudad que, desde el fin de la dictadura en Uruguay, fue su lugar de residencia compartida con Montevideo hasta 2006, cuando se trasladó definitivamente, dejando atrás el Madrid que le acogió durante tantos años.
En 1981 publicó un nuevo libro de poemas, Viento del exilio, en el que evocó con intensidad no sólo lo montevideano, sino lo latinoamericano en su globalidad. Los espacios afectivos, materializados en nombres propios, se combinan con los temas de la tortura y el horror de la dictadura, así como con los rostros de los desaparecidos y con otros temas que comienzan a adquirir importantica, tales como el paso del tiempo y la muerte, tras los cuales el amor siempre aparece como fuerza vital insoslayable. Recordemos, por ejemplo, algunos versos del poema “Viento del exilio”:
Un viento misionero sacude las persianas
no sé qué jueves trae
no sé qué noche lleva
ni siquiera el dialecto que propone
[...]
no abro hospitalidad
no ofrezco resistencia
simplemente lo escucho
arrinconado
mientras en el recinto vuelan nombres
papeles y cenizas
[…] lo raro lo increíble es que a pesar
de mi desamparada expectativa
no sé qué dice el viento del exilio
Entre la producción novelística de estos años, Benedetti ofreció un testimonio de excepcional significación en su citada novela Primavera con una esquina rota (publicada en 1982, año en el que se le concedió en Cuba la Orden Félix Varela), una historia de represión en el contexto de la dictadura, protagonizada por un preso que es símbolo para todos aquellos que sufrieron cárcel, exilio y desexilio, y que, por tanto, tiene una honda carga autobiográfica, como la tienen también los libros de Con y sin nostalgia (1977) y Geografías (1984).
1984 sería un año clave para los uruguayos de dentro y de afuera. En noviembre se celebraron las elecciones y democráticamente salió elegido Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado. Uruguay volvió a la democracia con un índice elevadísimo de desempleo, con una enorme deuda exterior y con miles de uruguayos a la espera de regresar a su país. Se reestableció la libertad de prensa, se produjo la legalización de la CNT y del Partido Comunista y se procedió a la liberación de los presos políticos. Tras meses de indecisión, por la situación aún inestable de Uruguay, Benedetti regresó en 1985 a reencontrarse con su gente, con sus paisajes, con sus vivencias. Y es así como el duro exilio daría lugar a la no menos dura etapa del desexilio, neologismo acuñado por el autor y que consiste en la necesidad de hacer un ejercicio de comprensión por parte de todos –los de afuera y los de adentro–, y una aguda reflexión crítica sobre lo ocurrido.
Por último, hay que recordar que durante este peregrinaje Benedetti viajó con una patria interina que nunca le abandonó: su biblioteca del exilio, que tendría en Madrid su hogar, y que Benedetti, como ya he avanzado, donó en 2006 a la Universidad de Alicante; donación que gestionó la entonces directora del CeMaB, la profesora Carmen Alemany. Fue en aquel año cuando, desde la casa de Mario Benedetti, en la calle Ramos Carrión de Madrid, los más de 6000 libros que fueron la parte principal del hogar del poeta, viajaron hacia Alicante para encontrar una nueva residencia en el campus alicantino. La Universidad de Alicante se convertía a partir de entonces en depositaria de la colección de libros que responde a los años del prolongado exilio del escritor, vivido en España, como hemos evocado, desde 1980. Tras la posibilidad de regresar a su país en 1985, Benedetti prolongó su vida en Madrid durante varios meses cada año, en los que la biblioteca continuó creciendo hasta el año de su donación a la UA. Son por tanto más de treinta años los que ocupan esta biblioteca en la vida de Benedetti.
Sus libros reflejan su atención permanente a la literatura y la sociedad, que son las materias que la forman principalmente. Ediciones dedicadas de muchos creadores, libros comprados que demuestran sus preocupaciones e intereses, anotaciones en los márgenes de no pocos ejemplares que expresan su atención por la poesía contemporánea y por la sociedad en que vivía, volúmenes propios recién editados e inmediatamente sometidos a correcciones y variaciones que señalan su inquietud por el texto; todos ellos conforman esta biblioteca que es reflejo de una parte sustancial de la vida del escritor. Discos y vídeos completan esta donación que revela también la vida cotidiana de Benedetti. Como las bibliotecas suelen ser la historia intelectual de sus propietarios, adentrarnos en la biblioteca de Mario Benedetti es, pues, una aventura de descubrimiento de un escritor en su etapa vital del exilio al desexilio que he recorrido en estas páginas.
En ese adentramiento, es posible descubrir los “vasos comunicantes” que le unieron con toda una generación, la de la poesía coloquial o conversacional, cuyos integrantes (Juan Gelman, Nicanor Parra, José Emilio Pacheco, Roberto Fernández Retamar, Eliseo Diego, etc.) fueron entrevistados por Benedetti en el libro Los poetas comunicantes (1971). Este grupo de escritores tiene, obviamente, una presencia destacada en la biblioteca personal madrileña de Mario Benedetti, en libros que atesoran un valiosísimo material de investigación para comprender mejor las relaciones que mantuvieron estos poetas entre ellos y en especial con Benedetti, a la luz de las dedicatorias y de los subrayados y anotaciones con que el uruguayo dejó marcada esta parte sustancial de su legado.
En el mencionado libro, Benedetti insiste en los “vasos comunicantes” que se reiteran en todas y cada una de las entrevistas. ¿Por qué esta insistencia? Por un lado, la idea de “vasos comunicantes” contiene en sí misma la voluntad de continuidad en la poesía latinoamericana del siglo XX y de visibilización de la misma, frente al parricidio generacional propio de la sucesión de movimientos literarios y generaciones de la historia de la literatura. Benedetti destaca esa continuindad desde el prólogo. En otro sentido, los “vasos comunicantes” se refieren a la voluntad de comunicación con el lector que caracterizó a estos poetas, de modo que la afirmación de esos “vasos” significaba encontrar un elemento común entre ellos y, al tiempo, diferenciador de lo que se configuraba, así, como una generación. Por tanto, insistir en los “vasos comunicantes” con la tradición, y con el lector, no parece una simple fijación del poeta. Con ello Benedetti estaba intentando configurar en su libro un grupo poético, precisamente porque todas las direcciones de dichos “vasos” (con la tradición, con el lector y entre los poetas coloquiales) finalmente potenciaban y universalizaban no solo a esta generación, sino la tradición poética latinoamericana del siglo XX:
Una cosa es cierta: la poesía latinoamericana no necesitó del boom para situarse en un nivel óptimo. Pero ese nivel no es una novedad de estos últimos años. Antes de Parra y Cardenal, de Octavio Paz y Eliseo Diego, de Gelman y Fernández Retamar, está la formidable columna vanguardista (Vallejo, Neruda, Huidobro, Guillén, Girondo), y antes de los vanguardistas están nada menos que Delmira, Darío y Martí… [Neruda después] (Benedetti 1981, 14)
En suma, con la publicación de este libro Benedetti estaría construyendo esa comunidad poética a través de la visualización de los elementos comunes que hay entre los autores de esta generación (y en relación también con las generaciones anteriores), salvando distancias más que evidentes que él atribuye en el prólogo a las “diferentes coyunturas”, para poner las bases de esa nueva poética “coloquial o conversacional”, que Carmen Alemany descifra en su libro de 1997 titulado Poética coloquial hispanoamericana. En este punto resulta interesante la opinión de Retamar en la entrevista que le realiza Benedetti incluida en Los poetas comunicantes: “no conozco ningún poeta honrado que diga lo contrario (que no le importa la comunicación) y siga escribiendo y publicando. Pues publicar es hacer público, es ir hacia el público” (en Benedetti 1981, 179). Y Benedetti, con la publicación de este libro de entrevistas, quiso llevar esta idea de grupo hacia el público.
Desde mi punto de vista, la clave fundamental de ese elemento común que puede extraerse de las entrevistas está en las respuestas acerca no sólo de la preocupación por la “comunicación” con el lector sino sobre el “posible” sacrificio estético en aras del compromiso o de la revolución. Todos responden que no sienten la búsqueda del registro coloquial como una concesión estética, sino que en realidad la plantean como una nueva estética. Es muy significativa en este sentido la respuesta de Gelman: “Si me preguntás si me quiero comunicar, te contexto que sí; si me preguntás si estoy dispuesto a sacrificar algo para comunicarme, te digo que también. Pero lo que estoy dispuesto a sacrificar para esa comunicación no es cuestión poética, sino una cuestión de vida [...]. Pero de ninguna manera pienso renunciar a lo que aparentemente pueda ser difícil de entender” (Gelman, en Benedetti 1981, 189).
En definitiva, con este libro Benedetti estaba intentando poner el foco no solo en el grupo poético “comunicante”, sino en la idea del mismo como exponente de la potentísima tradición poética latinoamericana, que ocupa todo el siglo XX y que a lo largo de las décadas permaneció en constante renovación. Fundamental resulta el siguiente párrafo para completar la reflexión:
Hoy (escribo esto en junio de 1972) la ola del boom virtualmente se ha retirado. Y, por supuesto, en la orilla no queda únicamente la resaca [Cien años de soledad, Rayuela, La casa verde, Pedro Páramo]. Pero tampoco, al retiro de la ola [y al fin llegamos al sentido de este libro] queda allí, como recién llegada, como recién hallada, la gran poesía latinoamericana. El boom se olvidó de traerla, quizá porque los editores más mercantiles llevan su contabilidad-ficción, y a partir de sus asientos y contrasientos, llegaron a autoconvencerse de que la poesía no es negocio. ¿Cómo saberlo exactamente? ¿Acaso algún editor se animó, en relación con un libro de poesía, a bombardear propagandísticamente un mercado con el mismo empuje que generalmente dedica a sus novelistas? (Benedetti 1981, 13).
En este sentido, quiero concluir señalando lo obvio, y es que, con los años, el propio Benedetti lograría vencer las barreras de las minorías de lo poético (y las barreras aludidas del mercado editorial) para llegar a la gran mayoría, esa a la que hoy día sigue llegando, precisamente porque la poesía no es un negocio.