ANTOLOGÍAS: Monterroso figura en muchas y, además, confeccionó con Bárbara Jacobs la Antología del cuento triste (1992). Allí anotaron, con precisión muchas veces citada: “La vida es triste. Si es verdad que en un buen cuento se concentra toda la vida, y si la vida es triste, un buen cuento será siempre un cuento triste”. En “Prólogo a mi Antología personal” (Fondo de Cultura Económica), escribe ya él solo: “Como mis libros son ya antologías de cuanto he escrito, reducirlos a ésta me fue fácil; y si de ésta se hace inteligentemente otra; y de esta otra, otra más, hasta convertir aquéllos en dos líneas o en ninguna, será siempre por dicha en beneficio de la literatura y del lector”. Y en una entrevista con Marco Antonio Campos incluida en Viaje al centro de la fábula aclara sobre el prólogo a esa antología: “Me gusta la idea de que se trata de un homenaje a Cervantes, cuyo prólogo a El viaje del Parnaso tiene cincuenta y dos palabras. En mi prólogo yo quería decir algo con menos palabras y lo hice con cincuenta y una”.
BREVEDAD: una de las bazas de su triunfo. Aunque escribió cuentos que entran en las dimensiones habituales del género, Monterroso cultivó lo sucinto a fuerza de podar. Su primer libro, Obras completas (y otros cuentos) (1959) incluye algunos de una, dos o tres de páginas y otro que –siete palabras– no alcanza ni siquiera un renglón. Hoy es considerado el gran precedente del microrrelato. Con ironía, en “Fecundidad” el narrador escribe: “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”. Para entender la comparación debemos tener en cuenta la extensión enorme de la obra del francés (ochenta y siete novelas solo del ciclo La Comedia humana, que proyectaba muchas más). Esa labor de poda es evidente también en una anécdota. Presentado ante un público estudiantil junto a Alfredo Bryce Echenique en una universidad canadiense, este contó con todo lujo de detalles cómo escribía, casi sin corregir. Atacado de pánico escénico, Monterroso, que intervino a continuación, solo acertó a decir: “Yo no escribo; yo solo corrijo”. El público se lo tomó a broma, y rio y aplaudió.
Contra el fárrago escribió esto otro en su diario: “Un libro es una conversación. La conversación es un arte. Un arte educado. Las conversaciones bien educadas evitan los monólogos muy largos, y por eso las novelas vienen a ser un abuso del trato con los demás”. En uno de los aforismos de Lo demás es silencio atribuidos a Eduardo Torres amplificó la idea con una traducción falsa a cargo del sabio tonto cuyo sentido es contrario al del original: “Todo trabajo literario debe corregirse y reducirse siempre. Nulla dies sine linea. Anula una línea cada día”.
CUENTOS: no son tantos los que ha cimentado su fama, pero en ellos, no hay que descubrir el Mediterráneo, prima la calidad sobre la cantidad. Sus únicas tres colecciones combinan el retrato de personajes extravagantes con otros de gran realismo, y diseccionó muy bien la realidad hispanoamericana, su conflicto con la metrópoli española primero (“El eclipse”) y la estadounidense después (“Míster Taylor”), así como la hipocresía clasista criolla de “Primera Dama”. Abunda en ellos (si tal cosa puede abundar) la elipsis, muy bien tratada en “Sinfonía concluida”. Ya lo dejó dicho Keats en su “Oda sobre una urna griega”: “Heard melodies are sweet, but those unheard / Are sweeter”.
Para la supervivencia del cuento frente a otros géneros que querrían eclipsarlo, Monterroso creyó que había que transformarlo, incluso disfrazándolo “de poema, de meditación, de reseña, de ensayo”. Para Monterroso, el escritor actual (bueno, el de hace más de tres décadas cuando escribió esas líneas) va más allá del horror de Poe, la melancolía de Chejov o lo insólito y el pintoresquismo de Maupassant, y sigue la estela de Baudelaire y sus poemas en prosa. Ciertamente, puede uno pensar en las nuevas formas híbridas como los poemas de Paz recogidos en La estación violenta, más microcuentos que poemas al uso.
Para Monterroso, los cuentos no debían ser muchos, y esta creencia la llevó a rajatabla, escribiendo pocos y publicando aún menos. Pocos han de ser también los temas, siete a lo sumo. “Las páginas también tienen que ser sólo unas cuantas, porque pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder como un cuento. Diez líneas de exceso, y el cuento se empobrece; tantas de menos, y el cuento se vuelve una anécdota, y nada más odioso que las anécdotas visibles, escritas o conversadas”.
DINOSAURIO: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, reza, completo, el que durante un tiempo fue el cuento más breve de la literatura. Una anécdota muy comentada relacionada con este cuento es la siguiente: una vez, un amigo le presentó a una señora "¿Conoce usted a Augusto Monterroso?", le preguntó. "Sí", "lo he leído", respondió ella, "¿Y qué le parece el cuento de El dinosaurio? "Ése es uno de los que más me gustan, pero apenas voy por la mitad". Aunque la misma anécdota conforma un microrrelato de José de la Colina, “La culta dama”, sin que sepamos si el mexicano de origen español se basó en la anécdota o inspiró una espuria: “Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado “El dinosaurio”. –Ah, es una delicia –me respondió–, ya estoy leyéndolo”.
La sombra del dinosaurio es alargada, y se extiende a otras páginas de Monterroso (por no hablar de tantas de los demás). Así, en un manuscrito hallado en las cercanías de ese San Blas de su imaginación se lee: “Algunas noches, agitado, sueño la pesadilla de que Cervantes es mejor escritor que yo; pero llega la mañana y despierto”. La brevedad del cuento (anterior a que tomara carta de naturaleza el término “microrrelato”) es inversamente proporcional a la cantidad de páginas que se han escrito sobre él. ¿A qué se refiere Monterroso, cuál es el sujeto de esa frase y el protagonista del cuento todo? En español hay afortunadamente una ambigüedad que en otras lengua se pierde, como en el inglés, donde el traductor se las tiene que ingeniar para no determinar con un pronombre (masculino, femenino o neutro) el género de quien despertó. Hay quien atribuye el cuento no a un ejercicio de fantasía sino a un suceso bien realista. Según Arreola, el dinosaurio era un amigo común, así apodado por su sobresaliente estatura, que solía sentarse a los pies de la cama de un apartamento que ocupaba él y otro amigo, mientras ellos estaban allí tendidos. Aquel hombre se ponía a hablar de sus peripecias de la jornada y tanto se enrollaba que los otros se quedaban dormidos. Al despertar, “el dinosaurio todavía estaba allí”.
Entre las incontables citas del cuento las hay erróneas, naturalmente: lo curioso es que los responsables de algunas de estas han sido egregios escritores. Sin que conste que fuera de manera deliberada, Mario Vargas Llosa lo cambió por un unicornio; Carlos Fuentes, por un cocodrilo.
E: La letra e es un diario fragmentario del autor que recoge entradas de los años 1983-1985, publicado al siguiente. Fue apareciendo en el suplemento Sábado del diario Unomásuno. Monterroso fue un gran admirador del diario de Samuel Pepys y del de James Boswell que registra el cotidiano vivir de Samuel Johnson. El título alude al libro de Georges Perec escrito como tour de forcé sin esa letra: La Disparation (que en español pasó a ser El secuestro, donde es la letra a la que está ausente). Publicado su tercer libro de cuentos, Monterroso optó por la hibridación de géneros y el cultivo del ensayo trufado de erudición y memoria personal, y aquí aborda temas muy variados en entradas por lo general de un párrafo o dos. Algunos valen como microrrelato. El concepto de fragmento le era querido, como el de la elipsis, no tanto por su timidez personal como por las posibilidades que supone para el texto: a un tiempo concentración y sugerencia. (Curiosamente, mi ejemplar, comprado cuando el libro ha dejado de estar en circulación y por lo tanto ya sin posibilidad de ser cambiado por otro en buen estado, tiene varias páginas en blanco, no por inspiración de Laurence Sterne sino por defecto de imprenta. Estoy persuadido de que eso lo mejora, siendo estupendo el contenido al que he tenido acceso en lo mucho anterior y posterior a esa deserción de la tinta.)
FÁBULAS: Se aficionó nuestro autor a ellas en su juventud, cuando estudió latín de manera autodidacta y con la ayuda de un antiguo seminarista, y así memorizó a Fedro, a quien recitaba. Dos versos de una de ellas tuvieron especial fortuna en su propia obra. Si Fedro escribió “Vacca et capella et patiens ovis injuriae / socci fuere cum leone in saltibus”, él lo utilizó como comienzo de su fábula “La parte del león”, perteneciente a La oveja negra y demás fábulas (1969), que un amigo suyo traductor de Horacio y de Tibulo vertió al latín como Ovis nigra atque caeterae fabulae.
GUATEMALA: aunque nacido en Honduras, el escritor se crio en Guatemala y fue ciudadano de este país, en cuyo servicio diplomático sirvió. Un golpe de Estado lo obligó a exiliarse en México, Chile y de nuevo en México, donde tuvo mucho trato con su compatriota Luis Cardoza y Aragón. Sin duda uno de los grandes autores guatemaltecos de todos los tiempos, su patria le otorgó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias.
HUMOR: pletórica presencia en su obra, teñida igualmente por la melancolía. Los ramalazos de humor aparecen de continuo en todo cuanto escribió. Por ejemplo, al hacerse eco de que La oveja negra había sido traducido al latín, escribió: “Un amigo que se cree ingenioso me manifiesta su envidia por esta paradoja o inmortalidad al revés que significa pasar a una lengua muerta”. A la pregunta “¿Crees, como la Jirafa de La Oveja negra, que todo es relativo?”, Monterroso contestó: “A veces sí, a veces no; según”.
INNOVACIÓN: En “El árbol” (La vaca) leemos: “Ninguna innovación, ninguna ingeniosidad narrativa, ningún experimento con la forma que no estén sustentados en la autenticidad de los conflictos de cada personaje, consigo mismo y con los demás, harán por si solos que determinados cuentos y sus autores se establezcan y perduren en la memoria literaria”. Él fue un adelantado en lo que luego ha sido reconocido como rasgo principal de la literatura posmoderna: la mezcla de géneros, el collage.
JACOBS, BÁRBARA: su tercera esposa y apoyo indeclinable durante más de cuarenta años. Al casarse, Monterroso se fue vivir con la novia a la casa familiar de ella en Chimalistac, al sur de la ciudad de México, con un amplio jardín en el que tenían sus estudios. Ella, autora de una importante obra propia que ha merecido el Premio Xavier Villaurrutia, relata la relación con él en Vida con mi amigo (1994).
KAFKA, FRANZ: autor muy importante para el guatemalteco, que lo cita a menudo. Su obra preferida era América. En La letra e recuerda cómo hacia 1950 un grupo de escritores entre los que se encontraba Juan José Arreola instituyó un premio de 25 pesos a quien leyera El proceso y pudiera demostrarlo. Visitó varias veces Praga, atraído por el imán del padre (literario) de Gregorio Samsa y recuerda “ir a la casita de la calle de los Alquimistas, en la que ahora se sabe que Franz no vivió y que antes era conmovedor imaginar como la casa en que había vivido ascéticamente y escrito sus interminables postergaciones”. A, Kafka esa devoción, lo allega al mítico Juan Rulfo, de quien se creyó equivocadamente, escribe, que “era realista cuando en realidad era fantástico. En un momento dado Kafka y Rulfo se estrechaban la mano sin que nosotros, perdidos en otros laberintos, nos diéramos cuenta”. Para él (también como Borges, por raro que parezca), el praguense era sobre todo un gran humorista a pesar del malentendido alentado por los estudiosos de su correspondencia y biografía.
LISTAS, o enumeraciones: Fue muy aficionado a ellas, como clasificaciones en las que cada una de sus posibilidades viene encabezada por una letra en orden alfabético. Eduardo Torres, su heterónimo un tanto descacharrado, tuvo también esta pasión que lo llevó a componer un decálogo de doce puntos.
MÉXICO: país en que radicó aunque nunca adquirió su nacionalidad, a pesar de haber podido hacerlo. Llegó en 1944 con una mano detrás y otra delante, como suele decirse, aunque en su caso, además de un jersey y una camisa para cambiarse, con un ejemplar de los Ensayos de Montaigne. Fue corrector de la editorial Séneca que dirigía José Bergamín. Fue becario del Colegio de México gracias al patrocinio de Alfonso Reyes. Como este, y su amigo Rubén Bonifaz Nuño, fue un amantes de los clásicos grecolatinos. En la Capilla Alfonsina, casa que fue de Reyes y santuario de su extensa biblioteca, impartió un taller de cuento, “y una vez por semana, como a las once de la mañana, acudía allí a enseñar algo que yo necesitaba aprender”. Uno de aquellos privilegiados alumnos fue Juan Villoro.
NICARAGUA: fue partidario de la revolución sandinista e invitado por Sergio Ramírez a participar en el V Aniversario del triunfo de la revolución. Siempre admirador de Rubén Darío, valoró también y mucho, las posteriores cumbres de la poesía nicaragüense: José Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal (“el hombre más extraño que conozco”) y Ernesto Mejía Sánchez (ese casi anagrama del torero ilustrado destinatario del “Llanto” de Federico García Lorca). Si el sandinismo luego fue usurpado por Daniel Ortega pero en los ochenta era aún una posibilidad de justicia, el apoyo de Monterroso al castrismo sonroja cuando en 1985 acepta ser jurado del Premio Casa de las Américas después del “Caso Padilla” y tantas sevicias del régimen. Cuesta trabajo dilucidar si hay ironía (aunque parece que no) en la reproducción que hace en su diario de unas palabras oídas personalmente a Castro en La Habana (Castro, el orador de discursos de varias horas de duración): “Hemos llegado a una situación en que podemos hacer nuevos planes para los próximos diez, quince, veinte años. Y los estamos habiendo. El cumplimiento de nuestros sueños ha multiplicado nuestros sueños”. Pero volvamos a Nicaragua, y a Cardenal, en estas líneas casi de apólogo de la India traducido por Jesús Aguado. Escribe Monterroso: “oigo que la gente va y le pide no autógrafos como a cualquier escritor, sino la bendición, pues saben que es sacerdote y le dicen padre y le quieren besar la mano, y él entonces se ríe y no se lo permite pero los mira con una mirada con la que más bien les pide perdón por él poseer el don de perdonarlos”.
OVEJA NEGRA: título de uno de sus fábulas más perfectas y acerbísima crítica social. Cuenta cómo una Oveja negra (él lo escribía así, con mayúscula inicial) vivió hace mucho tiempo en un lejano país y fue fusilada. Transcurrido un siglo, el rebaño le erigió una estatua ecuestre en un parque (como las muchas que abundan en Hispanoamérica y sobre las que escribió un libro de poemas el colombiano Juan Manuel Roca). Concluye así la fábula: “Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían las ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura”. Al respecto del libro en el que se incluye, Isaac Asimov escribió lo que sigue: “Estos pequeños textos, en apariencia inofensivos, muerden si uno se acerca a ellos sin la debida cautela y dejan cicatrices, y precisamente por eso son provechosos. Después de leer “El mono que quería ser escritor satírico”, jamás volveré a ser el mismo”.
PALÍNDROMOS (o palíndromas, nombre que él prefería): los disfrutó y cultivó, los comentó y reprodujo. “Acá solo Tito lo saca” es como su lema. También los anagramas le atrajeron: su segundo cuento publicado, basado en la tragedia Otelo y no incluido en Obras completas (y otros cuentos), como ha desempolvado su biógrafo, Alejandro Lámbarry, es relatado por alguien que llamándose Goya no es el pintor español ni nadie de tal nombre, sino anagrama de Yago, protagonista de la obra de Shakespeare. Estos juegos con las palabras fueron una constante incluso fuera de las páginas. Cuando se enfrentaba en su juventud al dictador Jorge Ubico, escribió en una pared de Ciudad de Guatemala: “No me Ubico” (luego se desubicaría aún más, pues a aquel dictador le sucedió otro no más blando, pasando el país y el propio Monterroso, nunca mejor dicho, de Guatemala a Guatepeor).
QUIJOTE: Uno de los primeros recuerdos de Monterroso es una lámina que representa las bodas de Camacho, en el Quijote. Lo cuenta en Los buscadores de oro (1993). También allí evoca que su hermano mayor soltaba a menudo, sin venir a cuento, citas textuales del Quijote. Esto debió de quedársele grabado al niño Augusto, Tito. Álvaro Mutis recordó que ambos se pasaban horas enteras comentando la novela de Cervantes. No fue el único que compartió esta devoción con Monterroso. Juan Villoro recuerda que, cuando fue alumno de un taller con él, la primera tarea impuesta fue la de releer el Quijote. “Dije ‘sí’ con voz temblorosa por dos razones: nunca había hablado con un escritor famoso y no había leído el Quijote”. Cervantes es una constante recurrencia en Monterroso, que al conocimiento profundo une , como es marca de la casa, la ironía. Y es raro leer cualquier colección ensayística suya que no dedique al menos un párrafo al Quijote y Cervantes. En La palabra mágica (1983) anota esta observación tan borgeana (Monterroso tiene mucho de Borges en esos ensayos breves que merecen una visita allende los más populares volúmenes de cuentos): “mientras Shakespeare escribía sus obras y las actuaba en Londres, Cervantes cobraba impuestos o recolectaba granos para la Armada Invencible (destinada entre otras cosas a acabar, sin proponérselo, con el teatro de Shakespeare)”.
Tan minucioso era su conocimiento de la obra de Cervantes que en “Encuestas” (La vaca, 1998) contradice a Borges cuando este dice en un prólogo de su Biblioteca personal: “Que yo recuerde, no llueve una sola vez en todo el Quijote”. Aduce Monterroso el episodio del yelmo de Mambrino (capítulo XXI de la Primera Parte), donde dos veces se menciona la lluvia. Pero hombre cordial y benevolente, el guatemalteco no quiere hacer sangre y apostilla que la afirmación de Borges que puede llamar a engaño a quien nunca haya leído el Quijote viene precedida, hay que reconocerlo, del prudente o instintivo ‘que yo recuerde’”.
Otro de sus peculiares y libérrimos ensayos se titula “Yo sé quién soy”, que es lo que dice Don Quijote en el capítulo V de la Primera Parte: “—Yo sé quién soy—respondió don Quijote—, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías”. Se refiere Monterroso al error impreso en un libro del que por otra parte disfrutó mucho, El loro de Flaubert de Julian Barnes, donde se lee que la célebre frase de Flaubert “Madame Bovary c’est moi” “es una alusión a la respuesta que dio Cervantes cuando en su lecho de muerte le preguntaron por el origen de su famoso personaje”. ¿Y no es una alusión al comienzo del Quijote esta otra del inicio de su cuento “Míster Taylor”: “conviviendo con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar”?
Para Monterroso, el Quijote era la vara de medir la literatura toda. Siempre lo tenía presente, como cuando declaró en una entrevista de Viaje al centro de la fábula (1981) que el muy alabado cuento “La vida privada de Walter Mitty”, de James Thurber, es una especie de Don Quijote en seis páginas.
Tenía, informó una vez, un ejemplar del Quijote en su dormitorio, otro en el comedor, uno más en el salón y otro en su despacho. Además, su estudiosa An van Hecke descubrió que su ejemplar del Quijote de la editorial Séneca ostentaba esta dedicatoria: “Para Augusto con un brazo de Miguel”.
REVISAR: Algo que estuvo haciendo siempre, ya fuera para reducir lo escrito, ya para corregir en general, la obra propia y la ajena. Se dedicó profesionalmente a la corrección de estilo, tanto en la editorial Séneca como en la UNAM. Consecuencia de esa revisión es también la reedición, no siempre afortunada. A veces sus textos pasaban de un libros a otros, recuperados, aunque en el caso de Pájaros de Hispanoamérica es sangrante que el volumen no indique que se trata de una recopilación de páginas sacadas de sus libros anteriores. Esto, cierto es, es menos culpa suya que de la editorial Alfaguara.
SWIFT, JONATHAN: Tradujo su Modesta proposición, publicada en la Revista de Bellas Artes, 1966, que firmó con su apócrifo Eduardo Torres. Como el irlandés, “el mayor escritor satírico de la lengua inglesa”, cultivó sobresalientemente la sátira. Vertió, adaptando, “chamacos” por children, y “mole verde” por fricasee, además de “centavos” por pennies. En La vaca habla de su predilección por cinco autores: Cervantes, Swift, Melville, Horacio y Montaigne, “dedicados a observar, aceptar o rechazar: tres de ellos con una sonrisa; dos, con amargura irremediable. Si es que he de hablar de mí, desde muy joven caí en sus brazos, por no decir que en sus garras”. Hablando de escritores y política en una entrevista, señala que ni Dostoievski ni Kafka “estaba en lo fundamental descontento con ningún sistema político, sino, como todo buen escritor, como Cervantes o como Swift, con el género humano, simple y sencillamente”. Recordando a Francisco Zendejas, escribió también de Swift: “no hablamos nunca de algo que no fuera literatura y, como quien no quiere la cosa, del Joyce de Finnegan’s Wake [sic] o de Pomes Penyeach, el Melville de Pierre or the Ambiguities o el Siwft de A Tale of a Tub: creo que un tanto pedantescamente dábamos por descontado nuestro conocimiento y admiración por Ulises, Moby Dick o Los viajes de Gulliver”.
TORRES, EDUARDO: escritor apócrifo creado por Monterroso que se asoma a diferentes páginas suyas y que es objeto de la novela armada con diversos testimonios Lo demás es silencio (1978). Monterroso fue en la creación de Torres émulo de Charles Lamb, quien en su autobiografía declaró ser él mismo el verdadero Elia al que endilgó la autoría de unos ensayos publicados en un pequeño volumen. A este heterónimo de Monterroso se le podría aplicar lo que su autor dijo en Viaje al centro de la fábula de ese tándem singular, valga el oxímoron: “ya no sabes a quién querer o admirar más, al sabio o al aparente imbécil” (en el caso de Torres, ambas una sola persona). En la misma entrevista añade: “cuando expresa ‘tonterías’ no se sabe si son naturales o parodia de las tonterías que él lee en libros de crítica aparentemente inteligentes”. Ya veía Monterroso la deriva de la academia y la industria crecida como un parásito en las universidades, pero se sorprendería del nivel de sandeces actual. Así habló en 1982: Las tonterías dichas con solemnidad por muchos señores que “explican· la poesía, se enseñan en las Universidades; las de Torres son recibidas son risa, ¿por qué? Las tonterías son las mismas”.
VACA: hay dos en su obra, la del cuento del mismo título en su primer libro, que no ocupa media página, y la del libro recopilatorio de ensayos y discursos La vaca (donde además traduce dos de las Vidas breves de John Aubrey: la de Erasmo y la de Tomás Moro). El primer cuento que leyó fue “Adiós, ‘Cordera’”, de Clarín, y ya nunca abandonó su memoria la vaca a la que llevan al matadero.
WHISKY: aparece en el cuento “Movimiento perpetuo”, encabezado por un verso nonsense del libro VII del Infierno de Dante: Pape Satàn, pape Satàn Aleppe. También en “La cena” de La palabra mágica. El padre de Monterroso estuvo “atado al potro del alcohol”, como el de Paz. Bebía en exceso, confiesa su hijo, quien añade en Los buscadores de oro: “Constantemente se llevaba a la boca puños de bicarbonato de sodio para combatir los males gástricos que le producían sus bebidas de alto o bajo precio”. Más probable es que bebiera aguardiente y no whisky. Cuando José Donoso tuvo casa en Cuernavaca, esta fue la casa con piscina en la que vivió Malcolm Lowry, el alcohólico creador del alcohólico cónsul. Monterroso, entonces casado con Milena Esguerra, acostumbraba viajar allí los fines de semana a visitar a su amigo. Llegado determinado momento, se propuso moderar el uso y abuso del alcohol: no quería acabar como su padre (también su hermana Norma tuvo problemas con la bebida).
X, de exilio: Del suyo, mucho más benigno que el de los miles y miles de campesinos y pobres (si no son la misma cosa) de los países centroamericanos que vía México, también con la x en el nombre, desembocan cada años en los Estados Unidos. Sobre el propio dijo: “fue algo que considero valioso, y jamás he hecho un problema de que soy un exiliado, jamás he escrito una línea quejándome del exilio, ni mucho menos. Lo converso a veces, pero nunca quejándome”.
Y: Una de las letras de molde disponibles en la imprenta de tipos móviles su padre, editor del periódico Los Sucesos. En Los buscadores de oro le dedica dos páginas que no sé si habrá leído el tipógrafo Trapiello.
ZORRO: Protagonista de una de sus fábulas (“El Zorro es más sabio”), es sin duda un alter ego del propio autor, pero también (al menos muchos lo han visto así) de Juan Rulfo. Trata de un zorro que decide hacerse escritor; dicho y hecho, publicó un libro muy exitoso que fue ampliamente traducido. Siguió un segundo libro, aún mejor, que se granjeó la atención de estudiosos que “escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro”. Pero ahí se detuvo el animal: alcanzado ese nivel, ya no publicó nada más, para desesperación de sus seguidores, que le preguntaban constantemente cuándo volvería a publicar algo nuevo. El Zorro pensaba para sus adentros: “En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”. Y efectivamente, los otros se quedaron con las ganas (esto, narrado así un poco atropelladamente, hay que leerlo tal como Monterroso lo escribió). Él requerido constantemente para publicar más, se resistió cuando pudo.