El artificio de la eternidad
(a partir de dos versos de W.B. Yeats)
Un hombre anciano no es más que
un abrigo andrajoso sobre un bastón,
a menos
que las manos del alma
le dejen ir
a la eternidad.
No bastan para el viejo, no,
el mármol de los tiempos llenos
antiguamente,
ni la canción del día de sol
que una gramola del año
en que nació
repite por los bosques una y otra vez.
El bosque de la música ligera.
Tampoco basta.
Tampoco el verde vidrioso
de las hojas del árbol perenne,
ni el enjambre de las abejas en su tropel.
No hacen ruido bastante.
El alma del anciano necesita
más melodía.
La voz entera de algún amor no del todo acabado,
el estribillo de las promesas aún por cumplir,
y un argumento leve
de comedia
con un final abierto,
más que feliz.