Luis Buñuel es inagotable. Por más que pase el tiempo, y ya van casi tres décadas de su muerte, el cineasta calandino sigue suscitando libros y más libros. Los que estudian su obra resultan por lo general reiterativos, mientras que los que más interés despiertan son aquellos que insisten en revelar las “confesiones” del cineasta con quienes mantuvo una estrecha relación profesional o de amistad. Entre ellos, a la espera de lo que lamentablemente nunca harán sus hijos Juan Luis y Rafael, sobresale Jean-Claude Carrière, el guionista fiel, el escritor con el que Buñuel regresó a sus orígenes cinematográficos, con el que escribió los guiones de su última etapa, la francesa, y a quien confió sus memorias en Mi último suspiro. No es la primera vez que Carrière escribe de Buñuel, aunque sí la primera en la que centra su discurso en la relación del cineasta con su país natal. Anteriormente lo había hecho en obras más generales sobre su trayectoria o incluso en libros de entrevistas publicados por festivales de cine, pero ahora habla de Buñuel en y sobre España en Para matar el recuerdo, un libro de memorias que aparte de servir para revelar las “confesiones” que le hizo el realizador durante las dos décadas de convivencia profesional que mantuvieron, permite a Carrière reflexionar en voz alta sobre un país ignoto cuando puso su pie en él por primera vez a principios de los años 60, y que acabó conociendo a través del realizador.

Hay por ello en Para matar el recuerdo un profundo sabor a Buñuel, pero también una mirada crítica desde fuera sobre la reciente trayectoria social y cultural de España, con apuntes históricos que abarcan desde cómo la religión ha marcado tanto el devenir de los españoles, hasta los vínculos con América Latina a través de figuras como Fray Bartolomé de las Casas. Estamos ante un viaje a los recuerdos de quien ha convertido España en su segunda patria, aunque el autor deteste este término al igual que lo hacía Buñuel. Sin el cineasta de Calanda, la trayectoria profesional de Carrière no hubiera sido la misma, si bien su filmografía como guionista tampoco ha quedado marcada por el influjo buñueliano, sino más bien lo contrario. A pesar de ello, si se le conoce por algo es por haber sido el guionista fiel de Buñuel en su última etapa francesa, el que rescató al cineasta para esta cinematografía, pese a que su cine está lleno de las contradicciones y la picaresca de la cultura española.

El título del libro responde a un comentario que el propio Buñuel hacía a Carrière refiriéndose a aquellos lugares de los que se guardan gratos recuerdos y a los que hay que volver “para matar el recuerdo”. Carrière lo hace con la España de Buñuel, que no es otra que la de su juventud, la de la Residencia de Estudiantes, la de Toledo, la de la Edad Media, la del subdesarrollo cultural y social que alentó el franquismo, la de personajes como Carlos Saura, José Bergamín, Fernando Rey o el “enigma sin fin” que fueron Buñuel, Lorca y Dalí, y no parece que a través de sus páginas haya matado el recuerdo sino que lo ha avivado. El guionista de Buñuel reconoce que debe muchas cosas a España, y no solo su barba, sino momentos entrañables ligados al cineasta turolense y el interés hacia figuras como Goya.

Peca a veces Carrière de dejarse llevar por la nostalgia, de evocar sin más sus estancias en lugares como Toledo y El Paular, y se echa en falta que esas memorias en torno a Buñuel se circunscriban exclusivamente al paso de ambos por España mientras escribían juntos sus guiones, menospreciando una vez más, como ya ocurriera en Mi último suspiro, la etapa mexicana del realizador. El guionista francés se ha dejado llevar por los recuerdos sin más en esta obra repleta de anécdotas sobre Buñuel, pero sobre todo reflexiones sobre España, que sin duda será lo que menos interese a los lectores, que preferirán indagar más en las “confesiones” y el “anecdotario surrealista” del director de Ese oscuro objeto del deseo. Carrière conoció España a través de Buñuel, y así lo relata en este libro, pero en cambio, con el paso del tiempo fue el guionista quien acabó enseñando al realizador esa otra España que estaba más allá de la meseta central, como sucedió con Sevilla, donde se rodó la película antes citada.

Para matar el recuerdo son las memorias, quién sabe si otro “último suspiro”, de quien fuera la mano derecha de Buñuel durante las dos últimas décadas de su trayectoria profesional. Son unas memorias libres, espontáneas, hasta cierto punto desordenadas, aunque a veces su autor quiera imponer un cierto orden cronológico sin conseguirlo, en las que se da pie al ejercicio “tramposo” del recuerdo, tamizado siempre no solo por los hechos ocurridos en nuestras vidas sino por la idealización y fantasías que sobre los mismos ejerce la memoria. A este respecto, Carrière advierte de que ese “defecto” lo posee también Mi último suspiro, como por otra parte se ha puesto de manifiesto a lo largo de estos más de cinco lustros de estudios sobre su obra, en los que los investigadores han podido dar fe de las contradicciones entre lo “recordado” por Buñuel y lo ocurrido realmente. Quién sabe si a veces esos “falsos” recuerdos no fueran sino bromas premeditadas por el propio cineasta, como aquella ya conocida, y que Carrière vuelve a recoger en este libro, del soborno hecho a los miembros de la Academia de Hollywood para que le entregaran el Oscar, y que escandalizó a su productor Serge Silberman.

El anecdotario, tratándose de Buñuel, vuelve a ser lo más suculento de este libro. Aunque muchas anécdotas ya las había contado el propio Buñuel en sus memorias o eran conocidas por otras fuentes, hay nuevos aportes sobre ese “bromista empedernido” que era el realizador, donde además de sus recuerdos se suman los de otras personas próximas a él como el doctor José Luis Barros o Conchita, su hermana, sobre la que Carrière rememora aquella llegada en tren del cineasta a Zaragoza, en la que fue recibido por sus familiares con balidos como si fueran un rebaño de corderos, y a los que respondió de igual manera hasta que salieron de la estación. Una imagen que, por otra parte, recuerda algunas escenas cinematográficas de su obra y no precisamente de su etapa francesa, sino mexicana.

Para matar el recuerdo es un libro de memorias ameno, entretenido para los seguidores de Buñuel e interesante para cualquiera que quiera mirar hacia la España de la segunda mitad del siglo pasado a través de la mirada de alguien de fuera, como es Carrière, para descubrir que más allá del surrealismo cotidiano mexicano que tanto gustó al cineasta, la España franquista también fue una permanente fuente de inspiración de su obra, aunque siempre desde el exterior, para indagar en la condición humana desde lo local a lo universal. En definitiva, tras su exilio, ya no solo político sino intelectual desde finales de los años veinte, Buñuel también miró así a España, desde fuera aunque conociendo desde dentro el país, y así se lo enseñó a Carrière. El guionista francés descubrió España a través de la mirada del realizador de Calanda y en las páginas de este libro se adivina la nostalgia de quien sigue viendo un país a través de los ojos y los recuerdos de Buñuel. Quién sabe si mediante ese ejercicio traicionero de introspección que es la memoria, el guionista fiel de Buñuel haya matado definitivamente el recuerdo. –FRANCISCO JAVIER MILLÁN

 

Jean-Claude Carrière, Para matar el recuerdo, Barcelona, Lumen, 2011 .