Tú esperas sentada en un banco
junto al semáforo.
Él se acercar al lugar.
Camina desde el otro lado
de la gran avenida.
Reconoces su forma de caminar
desde bastante lejos.
Aunque lejos, te ve y te saluda.
El semáforo se ha convertido
en un punto de encuentro
y en un punto de partida también.
La vida es frágil,
como un vaso siempre dispuesto
para brindar o derramarse.
Mirar se ha convertido
en un ritual impuesto
entre cosas y espacios sin resolver
de mimos y automóviles.
Todos los viernes, a las cinco y media.
Treinta segundos para cruzar,
esta mirada no es suficiente.