Hace ya trece años que murió Roberto Bolaño y su figura literaria no ha dejado de crecer. Al reconocimiento de la crítica, que el propio autor vivió en la recta final de su trayectoria novelística, se ha unido una auténtica mitificación académica y universitaria -sobre todo estadounidense e hispanoamericana- de su particular estética narrativa, sin olvidar una creciente masa lectora que sigue expectante la acostumbrada publicación de recuperados inéditos; se conoce ya el título y la próxima aparición de una nueva entrega de esta singular literatura póstuma: El espíritu de la ciencia-ficción, una novela en la habitual línea intergenérica y multitemática del más característico Bolaño. Es este un escritor que ha ido afianzándose con el tiempo como un claro ejemplo de entrega total a una escritura reivindicada personalmente como de elaborada factura estilística, creativos argumentos de ideológica intencionalidad, original interacción entre los géneros literarios y un elevado rigor en la configuración prosística del relato. Y, además, su oficio estaba profundamente entrañado en una concepción visceral e íntima de la propia existencia; “Para Roberto -ha escrito Rodrigo Fresán- ser escritor no era una vocación, era un modo de ser y de vivir la vida”.[1] Por otro lado, la literatura es aquí una forma de conocimiento, una metodología de conformación de la realidad ficticia. Por ello, nuestro novelista rechazará -es ya legendario su enfrentamiento dialéctico con Isabel Allende- una escritura de la mera fabulación lúdica o el discurso de simple información testimonial. Bajo esta idiosincrasia conviene revisar qué tipo de escritor es Roberto Bolaño, cuáles son sus señaladas filias y fobias, a qué modalidad del realismo se le podría adscribir, en qué consiste la hasta cierto punto desconcertante originalidad de su particular estética y cómo su obra se ha erigido en un icono del obsesivo rigor de una escritura sin fin.
Remontándonos a aquel inquieto joven, de airada pose y trangresor estilo, a principios de los años setenta en México, encontramos ya la decidida formación de un personal e incipiente canon literario que define muy tempranamente su perfil intelectual. Se muestra fascinado ante La región más transparente, de Carlos Fuentes, aunque este escritor, de quien admiraba la atinada complejidad estructural de su novelística, le parecerá de una diplomática lejanía y un cierto engreimiento cultural y personal (Lo mismo le sucedería, en curiosa mera coincidencia, años después, a Reinaldo Arenas). Ante Octavio Paz muestra una distante admiración irónica, que escenificará durmiéndose ostentosamente en una conferencia suya[2]; prefiere a Borges, enigmático, ocurrente y penetrante, antes que a Neruda, de quien rechaza su cosmogónica grandilocuencia y ortodoxo surrealismo; le deslumbra el impresionante García Márquez de Cien años de soledad y le fascinará sin reservas Julio Cortázar, de quien destaca su entereza ideológica, su creativa narratividad de clara intención rupturista y la construcción de inolvidables personajes -la Maga al frente- de bohemia y desclasada referencialidad. Y caso aparte es la entrega a Juan José Arreola, a quien califica de “anticuentista”, como innovador total del relato breve, deslumbrado Bolaño ante la original revisión que el mexicano realiza del “tranche de vie” de ascendencia mauppassiana.
Hallamos en suma a un joven letraherido, lector compulsivo y mordaz opinante de lo leído, con un definido criterio que, en esencia, mantendrá toda su vida, sin dejar de ser aquel enfant terrible, rebelde con causa -la de la rigurosa literatura-, impulsor de unas emociones vitales que circulaban ya por la entregada dedicación a la escritura. Resulta curioso observar en esa época el poco entusiasmo, por no decir rechazo, que le suscitan los emblemáticos pintores muralistas mexicanos; Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros le parecerán convencionales gestores estéticos de un ideológico arte de masas, hábiles creadores de un hierático realismo simbólico. Y es que para Bolaño la realidad debe mutar en ficción literaria desprendiéndose de su anclaje testimonial y civil, recreando así un espacio metafabulesco donde el relato tiene entidad propia, responde sólo ante la calidad estilística, la imaginativa invención y el compromiso rigurosamente estético.
Las características maneras literarias que apuntaba desde su juventud se irían reforzando a través de habituales grandes clásicos contemporáneos, de entre los que cabe destacar a Franz Kafka. El autor de La metamorforsis orienta a nuestro escritor por la senda de una antinarrativa donde el absurdo existencial y la lúcida desesperanza se combinan con una oscura ironía: tramas argumentales de dudoso sentido lógico, personajes desubicados en busca de su destino, una soterrada violencia cotidiana y la propia irracionalidad de la condición humana. Sin olvidar el singular protagonismo de un texto metaliterario que se fuga continuamente del descripcionismo realista, adentrándose en el juego de opciones morales -que no moralistas-, pintorescas situaciones e insospechados planteamientos en el que viven los protagonistas del mundo bolañiano. Éste se explica mejor con la simple mención de autores tan cercanos, tan coincidentes con muchas de estas propuestas como Francisco Casavella, Félix Romeo, Jordi Bonells, Javier Tomeo, Rodolfo Wilcock, Enrique Vila-Matas o, claro está, Antonio García Porta, de estrechas complicidades novelescas. Resulta común a la mayoría de ellos el elemento autorreferencial; es decir, sin ser el suyo exactamente un relato autobiográfico estricto, esta escritura se desenvuelve en la estética del "otro yo" autorial, del desdoblamiento del escritor en un protagonista que ostenta reconocibles perfiles, datos y episodios de su más señalada idiosincrasia; de más está recordar la "construcción" de Arturo Belano como ente alteregótico que recorre Los detectives salvajes como un investigador de la vida, un indagador en la realidad poética y ficcional.
Estamos, en suma, ante un estilo marcado por el reflejo de lo personal, la expresión heterodoxa, el desinhibido tono vital y una disimulada -aunque evidente- tendencia a la transgresora pulsión vanguardista. Recuérdese en este sentido el protagonismo del joven Bolaño en México como impulsor del rupturista grupo de noveles escritores "infrarrealistas", atrabiliarios y algo juerguistas postulantes de un arte de la desfiguración narrativa y la subversiva crítica antiburguesa; y su admiración por Georges Perec, en cuya literatura cabe el diario personal, la reflexión íntima, la anécdota episódica, los juegos ideográficos, la teorización conceptual y la meditación irónica. Se trata de una vocación literaria llevada al límite, en la arriesgada frontera en que transcurre lo insólito y original; nuestro escritor lo tenía claro: "¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso".[3]
Uno de los más característicos temas bolañianos es la violencia; violaciones y crímenes a menudo indiscriminados se suceden en parte de esta narrativa, integrados en una sociología del terror que tiene un fondo atávico, telúrico y visceral. Los detectives salvajes y, sobre todo 2666 son novelas motivadas por el horror colectivo de numerosas mujeres torturadas y asesinadas, impune y sistemáticamente, en el actual México profundo -en el entorno de Ciudad Juárez- de las maquiladoras, trabajadoras ya de por sí duramente explotadas laboralmente. El periodista y escritor mexicano Sergio González Rodríguez ha documentado definitivamente este singular fenómeno en Huesos en el desierto[4], un libro que aborda las vertientes machista, de marginalidad social, miseria económica y hasta sospechosa proyección política de toda esta crueldad. Pero en Bolaño destaca el compromiso del artista que debe enfrentarse a una representación de la realidad, donde el miedo y la muerte forman parte del tejido social hispanoamericano, como arraigada herencia de una mentalidad salvaje y depredadora.
Esos cuatro profesores de literatura, fascinados por la obra literaria de un tal Archimboldi, son en 2666 el símbolo de una voluntad indagadora que, más allá de lo académico, les llevará a ir incardinando diversas historias concéntricas vinculadas a crímenes atroces que alientan en esa conocida dialéctica entre civilización y barbarie. Si algún tipo de lógica pudieran tener todas esas muertes nos encontraríamos, de modo absurdamente inexplicable, ante el narcotráfico, las sectas satánicas, el sadismo misógino o la simple expresión de la pura maldad. Una cierta distancia irónica, determinada tendencia a una melancólica tristeza, imprimen al extensísimo relato un tono de desgarrado melodrama envuelto en una característica crónica criminal. Los feminicidios de la aquí imaginaria ciudad de Santa Teresa conllevan una visión apocalíptica de la América latina; una cuestión que, en su dramática cosmogonía, aparece trasladada a los años setenta en Nocturno de Chile y Estrella distante, novelas donde la violencia adquiere un claro valor nacional identitario.
En 2666 el estilo narrativo es duro, deliberadamente impersonal, de una sobrecogedora frialdad y un evidente tono testimonial; en referencia, por ejemplo, a María Estela Ramos, personaje reivindicador de mejoras laborales, leemos: "Según el forense, la causa del deceso había sido un golpe con objeto contundente en la cabeza, aunque también tenía cinco costillas rotas y heridas de arma blanca, de tipo superficial, en los brazos. Había sido violada. Y su muerte se produjo por lo menos cuatro días antes de que los drogadictos la encontraran entre las basuras y malezas del descampado de la Sur"[5]. Compartiendo elementos del relato policíaco, la crónica de sucesos, la denuncia social o la intriga sentimental esta novela representa una definitiva inmersión en un universo marcado por la violencia metaliteraria -el propio Sergio González aparece en el relato- y el horror como tema conceptual.
Uno de los mejores hallazgos de la narrativa de Bolaño radica en la creación de unos protagonistas inquietantes y perturbadores, cuando no decididamente luciferinos, malévolos, parafascistas (o fascistas directamente), encarnación del mal y esencia de lo más denigrante de la condición humana. Ya en una de sus primeras novelas, La literatura nazi en América, aparecía un ficcionario basado en entradas bibliográficas y reseñas críticas sobre inventados escritores de reaccionaria ideología y atrabiliaria trayectoria. El efecto, entre divertido y desconcertante, no podía ser más eficaz en la recreación de un imaginario universo, señaladamente borgeano e irónicamente cultista, donde una relación de esquinados personajes simbolizaban la negatividad del racismo, la misoginia o la homofobia. Estrella distante desarrolla la historia, en el convulso Chile de los años setenta, de un siniestro tipo, el poeta Ruiz-Tagle reconvertido en el aviador militar Wieder, quien colaborará del más sangriento modo con la dictadura pinochestista. La efectividad de esta novela consiste en la hipócrita capacidad de este ambivalente ser para moverse entre el oscuro lirismo y la desgarradora brutalidad. Una vez más hallamos una fabulación basada en la funesta caracterización del personaje que, en su sibilina maldad, atrae y fascina. Bianca es la joven protagonista de Una novelita lumpen; a raíz de la accidentada muerte de sus padres, se adentra en una imparable espiral de violencia personal. Maquiavélicos engaños y estudiadas mentiras hacen avanzar una trama centrada en la degeneración íntima de esta muchacha. En El Tercer Reich, el protagonista es un creador de juegos de ficción bélica como el que da título a la novela; junto a su novia, se verá introducido en una extraña comunidad sectaria, donde proliferan inquietantes personajes de simbólico nombre, como el Lobo o el Cordero; o el Quemado, taciturno constructor de un enigmático búnker, y el Musculitos, quien ostenta en su cuerpo misteriosas e impresionantes cicatrices. Aquí lo siniestro se reparte entre personajes secundarios, pero no banales, porque en conjunto forman un malévolo elenco de indefinida perversidad. Y, de un modo todavía más disperso, en Los detectives salvajes pulula un apreciable reparto de matones a sueldo, asesinos profesionales, conspicuos traficantes, algún que otro neonazi ocasional y variados desesperados de la fortuna, con los que se van topando los ya emblemáticos Arturo Belano -trasunto recordemos del propio Bolaño- y Ulises Lima (a todas luces, el poeta Mario Santiago, muerto en 1998 y buen amigo de nuestro novelista) en sus mixtificantes investigaciones; un claro ejemplo aquí de esa transgresora idiosincrasia del mal que protagoniza en buena medida toda esta narrativa. Por no detenernos en 2666, donde aparece una prolija relación de impunes crímenes sobre los que alienta la difusa culpabilidad de una siniestra especie social. Se trata así de un discurso narrativo presidido en buena medida por una eficaz, e irónica visión en ocasiones, de lo trágico y malévolo como motor de historias, ejerciendo lo dañino, inquietante y desastrado una poderosa fascinación narrativa.
Se reconoce a Roberto Bolaño como un maestro de la denominada "novela total", un tipo de extenso discurso narrativo en el que se entrelazan diversas tramas argumentales y multitud de protagonistas encaran variadas experiencias personales. Un estilo torrencial, un pulso prosístico incesante configuran una escritura que descompone la estructura clásica del realismo. El conocido trinomio de planteamiento, nudo y desenlace se dinamita en aras de un multitexto poliforme, de numerosas posibilidades argumentativas y donde la ironía y hasta la parodia de géneros literarios tienen mucho que ver. Gérard Genette, en Palimpsestos. La literatura en segundo grado, apuntaba así los términos de esta especie de "no-novela": "La antinovela es, pues, una práctica hipertextual compleja, que se emparenta por algunos de sus rasgos con la parodia, pero a la que su referencia textual siempre múltiple y genérica impide definir como una transformación de texto. Su hipotexto es, de hecho, un hipogénero".[6]
(6) Bolaño no sólo rebasa y supera así el realismo mágico en el que se formó, sino que se adentra en una reinterpretación de la novela como ente de ficción basado en una sucesión acumulativa, hasta irónicamente fatigosa, de situaciones, anécdotas e incidencias de muy variada extracción. Un potente hilo argumental, generalmente de carácter detectivesco-policial, aglutina una aparente trama donde lo esencial radica en las atrabiliarias relaciones establecidas entre extravagantes personajes. Pero nuestro escritor también llegó a dominar la técnica y los formantes del cuento como género de enormes capacidades expresivas, donde la estructura ausente y la realidad elíptica tienen tanta presencia -o más- que la evidencia escrita. En este sentido, la crítica ha convenido, con razón, que "Sensini", relato incluido en Llamadas telefónicas, es una muestra perfecta de lo que supone la conversión de una reducida acción anecdótica en una historia de contenidos autobiográficos, teórico-literarios, de azarosa y sugestiva sentimentalidad. El narrador protagonista, aquí el propio Bolaño en sus primeros años en Girona, elabora la ficción de su amistad con un escritor argentino, Luis Antonio Sensini, con quien comparte una persistente dedicación a los concursos de cuentos que proliferan por toda una provinciana geografía española. A partir de este planteamiento, se evidencian los más claros referentes bolañianos: su admiración hacia el malogrado Rodolfo Walsh, su mantenida fascinación por Kafka (Gregorio, por Gregor Samsa, es el nombre del hijo de Sensini), la conciencia de que el relato breve requiere una metodología propia, la nostalgia y emotividad que contiene el pasado (a través de las fotos familiares del admirado escritor que motiva el cuento), la certidumbre identitaria de lo hispanoamericano, la eficacia narrativa del sistema epistolar (un cruce de cartas que puede valer por un conocimiento personal) y la reivindicada dedicación exclusiva al oficio de escribir, dentro de una digna austeridad cotidiana. "El policía de las ratas", de El gaucho insufrible, es asimismo un representativo relato, en este caso de cierta tendencia contenidamente surreal que se observa en la obra de Bolaño. Recordemos que se trata de la figuración fantástica de una sociedad de ratas en la que un esforzado polícía patrulla las alcantarillas, investigando lo que parecen ser crímenes de sus congéneres a cargo de indeterminados depredadores. Pero la desconcertante realidad se abre paso, desmintiendo el aserto fundamental del relato, "Las ratas no matan ratas"[7], ante la sospecha de que el asesino sea de su misma especie. A partir de esta imaginativa ficción, se establece una mirada irónica sobre las relaciones de poder en toda sociedad constituida. En un anecdotario paralelo a la propia condición humana, estos roedores evidencian las desigualdades de toda comunidad, sus terrores colectivos, ancestrales prejuicios y absurdas mentalidades.
Es muy posible que la imagen de Bolaño como poeta haya quedado algo desdibujada por la abrumadora envergadura de su obra narrativa. Quizá ha sido incluso algo tardíamente descubierto, sobre todo a través de un póstumo volumen compilatorio de su lírica fundamental, La Universidad Desconocida, que da la medida de su entregada dedicación poética. En diversos textos autorreferenciales mostraría su admiración por Georg Trakl, Charles Baudelaire o César Vallejo, mientras que siempre mantuvo una lejanía admirativa respecto a un Juan Ramón Jiménez o a la generación del 27. Cabría deducir de estas preferencias que su poética es antisentimental, de cierto contenido vanguardista, de un neorromanticismo sarcástico, tendente a la antipoesía (leería con atención toda su vida a Nicanor Parra), de claros acentos autobiográficos y notable admiración hacia la anécdota cotidiana. Cercano por lo tanto a la lírica de la experiencia, aunque no formalmente encuadrado en ella, sus versos son de una característica figuración prosística, de un significativo coloquialismo y de una frecuente intencionalidad irónica; sin olvidar el componente claramente autobiográfico. Véase, por ejemplo, el poema titulado "Según Alain Resnais": "Según Alain Resnais / hacia el final de su vida / Lovecraft fue vigilante nocturno / de un cine en Providence. // Pálido, sosteniendo un cigarrillo / entre los labios, con un metro / setenta y cinco de estatura / leo esto en la noche del camping / Estrella de Mar." Temáticamente se observa una preferencia por escenas y situaciones que expresan un cierto desencanto, un nihilismo literario y vital próximo a una estóica desesperanza, a una calmada serenidad, como lo muestra "Dentro de mil años no quedará nada": "Dentro de mil años no quedará nada / de cuanto se ha escrito en este siglo. / Leerán frases sueltas, huellas / de mujeres perdidas, / fragmentos de niños inmóviles, / tus ojos lentos y verdes / simplemente no existirán. / Será como la Antología Griega, / aún más distante, / como una playa en invierno / para otro asombro y otra indiferencia." No descuida la reflexión sobre el hecho poético, planteándose los propios límites de su expresión lírica, con sentido autocrítico, lúcidamente acertado en la significación de unos versos que huyen de la convencionalidad intimista y sentimental. Un poema como "Ésta es la pura verdad" muestra a las claras estos aspectos: "Me he criado al lado de puritanos revolucionarios. / He sido criticado ayudado empujado por héroes / de la poesía lírica / y del balancín de la muerte. / Quiero decir que mi lirismo es DIFERENTE / (ya está todo expresado pero permitidme / añadir algo más). / Nadar en los pantalones de la cursilería / es para mí como un Acapulco de mercurio / un Acapulco de sangre de pescado / una Disneylandia submarina / en donde estoy en paz conmigo." No es su poesía, como quizá fuera fácil pensar, una prolongación de su obra narrativa; tiene una entidad y una idiosincrasia propias, basadas en la autoreferencialidad, el coloquialismo de lo cotidiano, la ironía metaliteraria, el escepticismo existencial y un contenido malditismo no exento de una particular ternura, algo desabrida y esquinada.
La literatura bolañiana, que conoció ya en vida de su autor un notable reconocimiento de crítica y público, se ha ido afianzando en estos últimos años; ha ayudado a ello la publicación de diversos textos inéditos, la atención que le ha dedicado el mundo académico y la permanencia -y el incremento- de un lector fiel y entregado a las particularidades de esta singular escritura. Se caracteriza la misma por una magistral construcción de inquietantes personajes, representación simbólica de telúricas fuerzas del mal, que acaso no sea más que la expresión estética de oscuros resortes de la condición humana. Y es una narrativa igualmente efectiva tanto en la estructura de una ambiciosa "novela total", de sobrepuestas tramas argumentales, como en el estilizado desarrollo del relato breve, con cuentos donde un característico horror existencial y un curioso sentido metafórico de lo anecdótico alcanzan su mejor expresión artística. Una poesía entre la estética de la experiencia, el autobiografismo y la libre coloquialidad completan la rica versatilidad de una obra de rigurosa elaboración y entregada factura. "Soy mucho más feliz leyendo que escribiendo".[8], señalaba Bolaño en palabras de clara reminiscencia borgeana. Muy probablemente en la madurez de su trayectoria literaria nuestro escritor acabara siendo, como su admirado Kafka, ya sólo pura literatura, culminando así un proceso vocacional ineludible, basado en el viejo arte de contar historias, pretendiendo así asumir la realidad y dar sentido a la vida.
[1] Enrique Vila-Matas: "Un plato fuerte de la China destruida". En Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau: Bolaño salvaje. Candaya. Barcelona, 2008, p. 48.
[2] Jaime Quezada: Bolaño antes de Bolaño. Diario de una residencia en México (1971-1972). Catalonia. Santiago de Chile, 2007, pp. 54-55.
[3] Roberto Bolaño: "Discurso de Caracas". En Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau: Bolaño salvaje. Candaya. Barcelona, 2008, p. 39.
[4] Sergio González Rodríguez: Huesos en el desierto. Anagrama. Barcelona, 2002.
[5] Roberto Bolaño: 2666. Anagrama. Barcelona, 2004, p. 722.
[6] Gérard Genette: Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Taurus. Madrid, 1989, p.189.
[7] Roberto Bolaño: El gaucho insufrible. Anagrama. Barcelona, 2003, p. 84.
[8] Roberto Bolaño: Entre paréntesis. Anagrama. Barcelona, 2004, p.20.