La conmemoración en 2014 del centenario de la fecha que da nombre a una de las más importantes generaciones de intelectuales – para algunos, la más destacada – de la historia de España ha servido, entre otras cosas, para revisar la vida y reivindicar la obra del que, a mi juicio, es el mejor pensador que ha dado la cultura española contemporánea y el miembro más preeminente de aquel grupo de hombres y mujeres que, con su esfuerzo individual y sus iniciativas conjuntas, trataron de regenerar y modernizar un país que dormitaba, desde la fecha simbólica de 1898, encerrado en una especie de bucle melancólico y autodestructivo.

Esta puesta en valor de la obra de José Ortega y Gasset (1883-1955) tiene uno de sus hitos fundamentales en la publicación por parte de Alianza Editorial de una biblioteca de autor en formato de bolsillo, destinada a albergar un total de cuarenta títulos, seleccionados de entre la vasta y variada producción del filósofo madrileño. Junto con la puesta en marcha de esta colección, pensada para facilitar el acceso del gran público a un corpus textual que se ofrece en ediciones accesibles y económicas, el broche de oro a esta recuperación del legado orteguiano ha sido la publicación de una edición conmemorativa de Meditaciones del Quijote en dos pequeños libros: un primer volumen con una exquisita reproducción facsímil de aquel ensayo editado en 1914 por las Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, y un segundo tomo con un documentadísimo estudio introductorio de Javier Zamora Bonilla y un detallado apéndice a cargo de José Ramón Carriazo Ruiz, en el que se reúnen todas las variantes que fue introduciendo Ortega en las sucesivas reediciones del ensayo.

Como es sabido, el origen de este texto fundamental, el primero que concibió y publicó su autor en forma de libro, se sitúa en torno a los años 1912-1913, cuando Ortega redactó un conjunto de escritos que, en principio, estaban destinados a formar parte de una serie de volúmenes de los que, no obstante, solo vio la luz el primero, titulado Meditaciones del Quijote. Consistía dicho proyecto, finalmente inconcluso, en la publicación de varios “ensayos de amor intelectual” sobre la cultura española a los que el filósofo dio el nombre provisional de “salvaciones” (después lo cambió por el de “meditaciones”), con los que pretendía despertar la aletargadas conciencias de los españoles y generar un debate alrededor de ciertos temas considerados por él de alcance nacional. Contrariamente a lo que se podría pensar por el título del único volumen publicado, las más importantes de estas “meditaciones” (de las que fueron escritas por aquellas fechas, pero no publicadas en ese libro de 1914) no tenían como objeto de análisis la obra de Cervantes, sino la de dos escritores de su tiempo por los que sentía un gran aprecio: Azorín y Baroja. Sin embargo, la realidad es que esos textos, cuya edición se anunciaba “en prensa” en la contraportada, jamás fueron publicados dentro de este núcleo de ensayos en los que, “al lado de gloriosos asuntos”, Ortega pretendía hablar, también, “de las cosas más nimias”.

En el caso concreto de Meditaciones del Quijote, lo que nos proponía el filósofo era un “estudio del quijotismo” que no se centraba únicamente – como habían hecho otros – en el personaje protagonista de la novela, sino en El Quijote como “libro-escorzo por excelencia” en el que encontrar ese modi res considerandi o nueva manera de mirar la realidad española, que andaba buscando: “Si supiéramos con evidencia en qué consiste el estilo de Cervantes, la manera cervantina de acercare a las cosas, lo tendríamos todo logrado. Porque en estas cimas espirituales reina inquebrantable solidaridad y un estilo poético lleva consigo una filosofía y una moral, una ciencia y una política”. En otras palabras, y como resume bien Zamora Bonilla en su ya citada introducción, lo que pretendía Ortega era “mostrar que el Quijote no es solo una obra de burlas sino que entraña una filosofía humana que contraponer al idealismo de la modernidad europea”. En este sentido, nos encontramos ante una obra que rebasa claramente la categoría de ensayo para convertirse, salvando las distancias y las formas, en un auténtico manifiesto personal y generacional – un “idearium patriótico, estético y científico que una generación anuncia al empezar su vida”, como era descrito en el prospecto que acompañaba a la primera edición – que debía leerse en el contexto de ese proyecto orteguiano de mayor alcance que toma carta de naturaleza, precisamente, con la publicación de este primer libro.

De hecho, era el propio Ortega quien reconocía en el prólogo de 1914 que, independientemente de la forma que adoptaran (docencia universitaria, participación en política, colaboración en prensa o publicación de ensayos), todas sus acciones iban enfocadas a canalizar un deseo de cambio que partía de la “negación de la España caduca” y apostaba por una regeneración del país que pasaba, más que por la adopción indiscriminada y estéril de todo lo que viniese de Europa, por el establecimiento de un diálogo recíproco y enriquecedor entre la cultura española y la europea. Quizá por este carácter provisional que reviste un ensayo sin ninguna pretensión de ser exhaustivo ni definitivo, dice Jordi Gracia en su recientemente publicada biografía del filósofo – José Ortega y Gasset (Taurus, 2014) – que estas Meditaciones no son tanto un libro nuevo de Ortega, cuanto “un diccionario personal y abreviado” dirigido, sobre todo, a sus lectores fieles, conocedores ya de ese “programa de acción intelectual” que aquí se formula, insiste Gracia, de forma “metódicamente dispersa”, a la manera más puramente orteguiana. Una obra, en definitiva, que representa – como argumenta Zamora Bonilla – toda una “encrucijada filosófica en la biografía de su autor” y que, solo por eso, justifica una reedición tan rigurosa y cuidada como la que, gracias a la efeméride recientemente celebrada, podemos disfrutar ahora.

 

 

José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, Alianza/Residencia de Estudiantes/Fundación José Ortega y Gasset – Gregorio Marañón, Madrid, 2014.