Esta mañana me dedicaron una placa
Conmemorativa en la casa donde nací.
Después, fui al otorrinoetcétera.
Más tarde rotularon una calle con mi nombre.
A continuación me recibió el cardiólogo
quien comentó que debía cuidarme.
A la una visité un instituto
(Los niños recitaron perplejos
varios poemas míos).
Poco después me esperaba el dentista
y me habló sobre la higiene
y que una persona como yo
debía dar ejemplo.
Al terminar el almuerzo con las autoridades
Inauguramos un taller literario
-que preside mi nombre, por supuesto-
en el Hogar del Pensionista.
Acto seguido me fui al neurólogo
y luego al psiquiatra,
quien me recomendó que abandonara el escaparate.
Sobre las siete, al gimnasio,
donde me di un buen tute para estar en forma
cuando dos horas después me nombraran
hijo predilecto de la ciudad.
No ha sido posible. Al atardecer
He muerto y el sacerdote ha oficiado
una misa por el eterno descanso de mi alma.
Pero tampoco ha habido suerte
para mi alma, y ya estoy a la vez
en la muy fugaz gloria de la tierra
y en el furor más largo del infierno.
Baudelaire, Marlowe, Verlaine o Pavese
se preguntan quién será el desgraciado
que acaba de llegar y ya crepita,
como la castaña que es, a la brasa.
Son, naturalmente, insidias del sueño.