Que los libros de Jon Fosse circularan por el mundo antes de recibir el Nobel y que su nombre sonara durante años para el premio se lo debemos en gran parte a Daimon Searls, su traductor al inglés. Los traductores van teniendo cara y nombre en el siglo XXI. 

Hace veinte años Daimon Searls tradujo al inglés un sample en alemán de Melancolía. Fascinado por su estilo decidió co-traducir el libro con una noruega nativa. Después de ese trabajo, ella decidió no seguir con Fosse y Searls aprendió noruego para continuar trabajando con la obra del que creía un genio. Desde entonces, no sólo ha traducido sus libros, sino que ha proclamado su genialidad y se ha convertido en un amigo incondicional, en la persona en la que Fosse confía. Sin esta ayuda, sin la pasión de alguien dispuesto a proclamar la genialidad de un autor no comercial, probablemente no estaríamos hablando de este premio Nobel. 

La literatura de Jon Fosse es el ejemplo perfecto de que un buen libro no sólo necesita un autor con un punto de vista y un estilo nuevos enfrentado a una hoja en blanco, necesita además una cadena de lectores, una comunidad que crece poco a poco con el apoyo de instituciones, premios o fundaciones. En este caso, el apoyo de la crítica literaria ha sido prácticamente nulo. Atravesar el ruido del mundo literario no es fácil y menos para un autor que representa el silencio, que construye personajes empeñados en cruzar la vida cotidiana hacia otro tipo de experiencias y que escribe libros que escucha y no piensa. 

 Fue en 2014 cuando me encontré con Alice at the fire, publicada recientemente en España como Alice ante la hoguera. Estaba buscando un autor diferente en la infinita red de conexiones que es internet. Y no me acuerdo cómo llegué en ese navegar a la deriva hasta Fosse.  De repente descubrí una forma de narrar completamente diferente, un autor que dirigía al lector a un estado de conciencia alterado. El libro no me convenció, pero el estilo de escritura me pareció absolutamente genial. No pude olvidarlo y en 2018, cuando Beatriz González y yo fundamos De Conatus, fue Fosse el primer autor que quería tener en nuestro catálogo. Me puse a investigar sobre él y me asombró descubrir que había publicado unas treinta obras de teatro, diecisiete obras de narrativa, nueve libros de poesía, varios libros de ensayo e incluso cuentos infantiles. Tenía numerosos premios, estaba clasificado como el número ochenta y tres en la lista de los 100 genios vivos del The Daily Telegraph, había sido nombrado caballero de la Orden Nacional del Mérito de Francia y podía usar de manera permanente la residencia Grotten, situada en las instalaciones del Palacio Real en Oslo. Me pareció muy curiosa la mezcla de toda esta información. No sólo era abrumadora sino también extraña. Su obra no estaba apenas traducida, en español existía Melancolía en la editorial Emecé descatalogada y sin ningún éxito y el teatro tampoco había sido prácticamente representado en nuestra lengua. Ni siquiera llegué entonces al estupendo vídeo de una entrevista que Ana Fernandez Valbuena con la Sgae le había hecho en Noruega. Las personas que conocían a Fosse en España probablemente se podrían contar y ningún periodista se había interesado por él. 

Con estas premisas contradictorias: una escritura tan íntima y fuera del mundo convencional, un autor sin embargo tan reconocido y un desconocimiento prácticamente total de su obra en el mundo entero, escribí a su agente, Gina Winje. Gina también es un personaje fundamental en la vida de Jon Fosse. Durante muchos años ha puesto su agencia a su servicio. Ha apoyado su obra sin descanso intentando conseguir el apoyo no sólo de editores extranjeros sino también del gobierno de Noruega. Ha transmitido un entusiasmo genuino que me contagió hablándome de Trilogía, el libro que pude leer ya en inglés para valorar su edición en España. El autor con el que había experimentado una alteración de conciencia años atrás ahora había conseguido dominar su estilo. Trilogía me pareció una obra redonda, una historia que de alguna forma respondía a aquel deseo de Walter Benjamin de volver a la narración comunitaria, a los relatos que los humanos se contaban alrededor de la hoguera en un afán de compartir un sentido. Asle y Alida caminaban por las calles de Biørgvin, Asle llevaba al hombro dos hatillos con todo lo que tenían y en la mano la caja con el violín que había heredado de su padre Sigvald. Dos amantes adolescentes que van a ser padres, pobres, con dos hatillos, pero con un violín. En este comienzo están todos los elementos que llevan a un relato clásico. Podría ser Un corazón sencillo de Flaubert donde el amor también aparece en la pobreza, en la sencillez. Podría ser Dafnis y Cloe de Longo, esos pastores que desconocen la sofisticada maldad del mundo. ¿Es necesaria la desnudez total para que exista el amor? ¿Viene a contar Fosse lo de siempre? Que encontremos el mismo mito en distintas culturas y distintas épocas quizás signifique que el mundo tiene una racionalidad inespecífica que el arte puede captar. Ese es el sentido del mito y esa es la lectura de Trilogía, una lectura mitológica que de repente llama la atención y tiene la capacidad de impactar a lectores del siglo XXI, lectores que han perdido esa capacidad de escucha ancestral pero que todavía pueden reconocer de una manera inconsciente lo específicamente humano. 

Escribir con un narrador ancestral que parece totalmente nuevo significa haber encontrado un nuevo campo de exploración narrativa. Conocemos a Dafnis y a Cloe por sus actos y por lo que el narrador nos dice que sienten, pero no asistimos en directo a su interior. Muchos años más tarde conocemos a Molly Bloom en Ulises de Joyce presenciando su flujo de conciencia, y en Trilogía podemos sentir la percepción de la existencia de Alida, ese momento de temblor ante el hecho radical de existir. Los acontecimientos en la historia no parecen reales del todo, importante el matiz del todo porque aunque suenan a cuento sin embargo el lector los vive como una experiencia propia. Lo que verdaderamente atrapa al lector es esa consciencia de la existencia, que no es vacío. No es eso, ni es nada concreto, es simplemente existencia. Ponemos nombre no sólo a las cosas, también a emociones, percepciones, formas de sentir. La literatura en lugar de nombrar crea una emoción. Si en nuestra vida cotidiana nos hemos olvidado de qué significa sentirnos existiendo, en las obras de Fosse lo podemos experimentar. Me gusta pensar en la Historia de la Literatura como una carta de experiencias a elegir. Y en ese sentido los genios son los que aportan una radicalmente nueva.

La forma es fundamental en Fosse. Muchas veces he escuchado a lectores que preguntan cómo es capaz de crear tantas sensaciones que no tenían registradas. No hay tanta necesidad de hablar sobre los temas que trata como sobre su forma de escritura. Y tienen razón en que es lo más importante en su literatura. Cristina Gómez Baggethun es la traductora de Fosse en España. Su madre, Kirsty Baggethun era la gran recomendada y le pareció muy adecuado trabajar con su hija en los textos de un autor tan importante. Cristina estudió Filosofía, ha escrito una tesis sobre Ibsen y tiene pulso de escritora, así que podíamos hablar de aspectos formales en Trilogía y tomar decisiones en la traducción desde una intuición perceptiva que tenía que ver también con entender qué estaba haciendo Fosse. Las dos estábamos de acuerdo en que había que mantener su estilo por encima de todo, trabajar cada matiz del texto para que la versión española de su obra mantuviera la poesía que hay detrás de los textos. Fosse entiende que escribe prosa poética. Siempre he tenido prejuicios acerca de llamar poética a la prosa, pero en este caso lo acepté sin reservas porque Fosse entiende la poesía como misticismo y el misticismo como poesía. Para él son inseparables. En su forma de escritura, una actitud de escucha total sin pensar en lo que escribe, aparece la música. El ritmo no es aleatorio, responde a una respiración y, en el fondo, al enfrentamiento del ser humano ante la consciencia de estar existiendo. Sus personajes son noruegos que han nacido en medio de una naturaleza abrumadora, omnipresente, mucho más poderosa que cualquier idea, imposible de dominar. En un territorio enorme en extensión y poco poblado, las relaciones sociales son mínimas y se producen en medio de un silencio solemne que a la vez se solapa con el estruendo de las cascadas. No hay espacio para largas digresiones. El habla, de alguna manera, tiene que sobrepasar una barrera natural. Así que en ese traspaso de una lengua a otra había que tomar decisiones que mantuvieran la esencia de la cultura noruega que Fosse atraviesa hasta una concepción universal del ser humano. Esas decisiones tenían que ver con el sentido de las mayúsculas, con dejar nombres propios de lugares o piedras en noruego y traducir aquellos en los que el significado era necesario, no perder nunca la pulsación, dejar que se escuchara el silencio entre parlamentos, mantener la ausencia de puntos y que la lectura respirara en una especie de ondulación muy parecida a la que se siente en una barca a la deriva en medio del mar. Y nunca olvidar el sentido, las ideas filosóficas que subyacen bajo el texto. 

Fosse está muy influenciado por Heidegger o Wittgenstein. Él mismo ha dicho en numerosas ocasiones que vivió la esquizofrenia entre su lado teórico y su pulsión artística. Estudió Filosofía y escribía artículos académicos y hubo un momento en que eligió permanecer en la parte musical de su escritura, en el lado más puramente artístico. Puede que en su escritura haya un aspecto heideggeriano de sentir la existencia como sensación de estar lanzado al mundo. Sus personajes sienten ese terror existencial de distintas maneras, pero las raíces cuáqueras de Fosse matizan ese existencialismo y, su protagonista principal, Asle, el pintor de Septología, lo conduce a una búsqueda interna de Dios. Jon Fosse es conocido por su conversión al catolicismo. Una de las entrevistas más interesantes que se le han hecho es la de Valbuena. Entrevistar a Fosse no es fácil. Se tiene que sentir cómodo, tiene que intuir que la persona que le pregunta ha entrado de alguna manera en su escritura como él mismo entró en el texto en el momento de escribir, tiene que sentir algo así como compartir algo que nos eleva por encima de las conversaciones banales, que nos lleva más allá de los aspectos más superficiales del sistema literario. No importa la biografía, no importa el éxito, no importa el número de lectores, los temas, las modas. Lo importante es entrar en un estado de conciencia extático. En esa conversación se sintió cómodo y a la pregunta sobre el tema de la religión respondió que había crecido entre cuáqueros y que ellos, que están en contra de toda forma de ritual y autoridad, buscan “la luz interna dentro de cada uno”. Incluso describe esas reuniones como un círculo de personas en silencio. Si alguna necesita hablar lo hace y si no, permanecen en silencio. En un momento dado levantan los brazos y se termina la reunión. Creo que es importante entender el aprendizaje que ha tenido en ese mundo de lo que significa el silencio y de la no necesidad de hablar para tapar una emoción o el aburrimiento o la vivencia del tiempo como si fuera un metrónomo. Lo interesante es que esa forma cuáquera de experimentar el silencio lo ha llevado al Maestro Eckart, que aparece de manera directa en Septología, y que el Maestro Eckart lo llevó a los místicos medievales y que los místicos medievales lo llevaron a un acercamiento a la Iglesia Católica. La evolución literaria de Fosse es paralela a su evolución personal. Su biografía sólo es pertinente en la comprensión de su escritura por aquellos acontecimientos que lo empujaron a experimentar una luz que procede de la oscuridad creando un resplandor. Desde mi punto de vista, esta descripción del momento místico es el ingenio que lo distingue como autor. Una intuición poderosa que ordena su narrativa. Es posible que esa naturaleza noruega en la que algún rayo surge de la oscuridad en mitad de las altísimas montañas haya creado en él esa sensación de ir más allá, de entender que en un resplandor está todo y que ese todo no está físicamente aunque podemos sentirlo. El hecho es que narrativamente, sus personajes, guiados por una búsqueda de “el gran vuelo”, como dice Asle en Trilogía, viven situaciones de oscuridad que en otras novelas estarían planteadas como conflicto pero que Fosse las recrea como una caída de la inocencia en la perversión. La perversión en múltiples manifestaciones, la perversión como una salida inconsciente de lo natural, como una forma de vida sin esperanza, sin sentido y, lo más importante, sin energía. Los personajes de Fosse caen en el alcoholismo o la desesperanza pero nunca pierden la búsqueda inocente de “el gran vuelo”. En lugar de un conflicto, la nostalgia del ser de la que hablaba Heidegger es una forma de vida que va más allá de un combate con los otros. En las novelas de Fosse, cada personaje principal vive un momento donde el cuerpo y el espíritu son uno y sufre el shock de tomar conciencia de la existencia. Es una especie de relámpago con su descarga eléctrica física que Fosse llama resplandor y que aparece de una forma muy específica en Septología. Algo muy diferente a otra percepción fantasmagórica descrita en Blancura, que tiene que ver con la calma, con lo atemporal, indefinido, silencioso, que está ahí también para quien lo escuche. 

La novela amplía sus campos de representación en cada momento histórico. El autor que sea capaz de captar algún aspecto de la sensibilidad de su época que, de alguna manera, no existía antes, es un autor representativo. Y Fosse capta ese aspecto actual del ser humano en una relación con su mundo complicada por una desvinculación generalizada. Desvinculación con la naturaleza, consigo mismo y con el mundo. El existencialismo, creado en el siglo XX y que ya describe esa desvinculación de una manera radical, se convierte ahora en una oportunidad no para unirse al mundo tal y como está concebido sino para ir más allá. La incapacidad de los personajes de Fosse de construir una vida en su entorno, la huida a través del alcohol de los más sensibles o la obcecada concentración en la pura supervivencia de los otros parece venir de un temblor muy nórdico ante un absurdo lleno de sentido, ante algo desconocido y necesario a la vez.  En algunas culturas, la palabra que se usa para relámpago es lóstrego o lústrigo, lluched, llaucet. La etimología de la palabra es incierta, pero puede venir del latín lustrum que tiene que ver con la iluminación y la purificación, el sacrificio o del protocelta lowstriko. En cualquier caso, en ese resplandor está la idea de purificación, sacrificio, iluminación. Hacia ahí van algunos personajes de Fosse, los que están abducidos por esa percepción de la existencia. En esos momentos de experiencia mística absolutamente terrena los otros están lejos para el personaje. Sus palabras se escuchan lejanas. Fosse es capaz de crear esa distancia como un eco, en realidad es la revelación del absurdo de la vida cotidiana que arrastra al fondo en lugar de llevar al vuelo. Ante esa intuición de algo más potente, cuando alguien ha visto un resplandor, la vida cotidiana aparece como una forma de organización alejada de lo esencial. La novela siempre ha narrado el conflicto entre un personaje que quiere desarrollar su singularidad y una sociedad que se le opone como si fuera un enemigo. En el caso de Fosse el conflicto se vuelve más radical porque esa singularidad del personaje en realidad encarna lo humano común a todos.   

Se puede hablar de un personaje global, prototipo en Fosse, que está en Alice ante la hoguera, Blancura, Infancia, Mañana y tarde, Melancolía, Trilogía y Septología. Es el personaje que no tiene angustia existencial, que no se ve lanzado al mundo y abocado al vacío, a la nada como especificaba Heidegger, sino que más bien se ve sobrepasado por la consciencia de la existencia, que entiende que hay algo más. Mientras otros personajes secundarios viven la cotidianidad estos personajes se sienten existiendo y en ese momento la cotidianidad se convierte en un mundo incomprensible. Esa mirada distanciada de nuestro día a día, de nuestra forma de organizarnos, de nuestro estilo de vida siguiendo inconscientemente reglas y hábitos y costumbres que nos definen de forma automatizada lleva al lector a sentir dos grandes impactos: el conocimiento de una vida consciente sensible y el darse cuenta de la falta de humanidad en las relaciones preestablecidas por la sociedad, sea la que sea. Piensa Diótima, el gran personaje femenino de El hombre sin atributos de Musil: “no hay hombres de razón y de provecho en estado puro; cada uno entra en la vida con un alma viva, pero la monotonía de la existencia lo cubre como la arena cubre los obstáculos del desierto, las pasiones vulgares caen sobre él como un incendio y el mundo gélido causa en su ser esa frigidez en la que languidece el alma”. El estilo de Fosse es nuevo, pero su impulso artístico tiene unas profundas raíces en la cultura europea. La pérdida de la energía vital en el día a día de nuestra cultura ya se vislumbra en Longo, ya está en el nacimiento de la novela. Nuestra sofisticada forma de organizarnos provoca esa consciencia de pérdida vital. Lo más interesante de Diótima, ese personaje tan europeo de Musil es su salvaje intento de vivir conscientemente y esa es la gran diferencia entre el vacío y la existencia plena. A eso se enfrenta Asle, el personaje de Septología, que incapaz de vivir la tediosa vida que le espera en un mundo de relaciones sociales sin lenguaje, sin matices, sin posibilidad de llenar su impulso artístico, se sumerge en la bebida para vivir en un estado amniótico, un movimiento ingrávido constante alejado de la percepción definida y por supuesto de cualquier posibilidad de relación. 

En la Septología, con sus tomos titulados El otro nombre, Yo es otro y Un nuevo nombre, Fosse llega al culmen de su estética. El estado de alteración de conciencia que crea en el rezo del rosario, en el movimiento ondular del barco, en la luminosa claridad ante la muerte en una experiencia infantil es una puerta a percibir el mundo de otra manera. No es lo mismo vivir en la inmediatez que vivir en la distancia de ser consciente de estar viviendo, de experimentar la existencia. 

Al lector no le interesa la voz individual de un individuo sino la voz singular de un individuo que no está separado, que no es un átomo en medio del mundo. Los personajes de Fosse precisamente sufren una incomprensión de su singularidad, en especial porque son artistas y no se atienen a reglas y formas de comportamiento estipuladas. Su mundo nórdico parece libre, de hecho, las instituciones no están presentes, hasta un personaje es ajusticiado sin juicio, sin embargo, es el lugar más cerrado a cualquier experiencia que vaya más allá de la supervivencia. El pecado de vivir no está dictado en leyes religiosas, está marcado por una especie de pobreza ancestral que domina el territorio. Cualquier forma de comportamiento que se aleja del hecho de sobrevivir es enemiga, temible. Puede ser fumar un cigarrillo o adoptar una intención estética como dejarse el pelo blanco o vestir una americana de pana. Puede ser tener una pulsera de oro, pero también simplemente querer pintar un cuadro abstracto, un cuadro que no represente la realidad. O tocar el violín con una intención que vaya más allá de hacer bailar a la gente en una celebración como en Trilogía. Cada miembro de esa sociedad actúa como un policía, como alguien que tiene que mantener ese espíritu de austeridad que nadie ha tocado durante siglos. Y resulta que austeridad es sinónimo de sobrio, grave, parco, riguroso, severo, duro, rígido, puritano. Esa es la sociedad en la que se mueven los personajes de Fosse con alma de artistas, que no está alejada aunque con otros matices de cualquier sociedad del mundo. Y ese conflicto es el que los empuja al alcoholismo. El alcoholismo está naturalizado en las obras de Fosse. Empieza un día, está muy bien contado en Septología, empieza un día en el que compartes la inquietud con alguien que ya está instalado en ella y te ofrece una cerveza. Algo tan simple, una asociación de lo sublime y lo vulgar. 

En realidad Fosse crea su propio universo, su propia estética a lo largo de toda una carrera. Atiende a distintos planos de la vida del ser humano: el físico, el artístico y el espiritual en esa interesante emoción que aparece y desaparece y que en su momento Roman Rollain llamó sentimiento oceánico.  Ese sentimiento que surge en el silencio obliga a Fosse a representar algo en principio no representable. ¿Se puede hablar del silencio? Narrar es contar, contarnos algo que nos lleve a otro lugar. Los personajes de Fosse buscan el silencio y sus novelas, especialmente Septologia, nos cuentan el camino hacia allí. Un camino que Asle no escoge, porque está impreso en su propia naturaleza, pero que está lleno de dificultades, la más importante, o la fundamental, el miedo a los otros, los que organizan el mundo desde un punto de vista contrario, desde la negación del silencio. La simple materialidad de los cuerpos ante la muerte, la violencia sexual que no es deseo sino desesperación, la necesidad de ser alguien a través de un trabajo sin alma como puede ser pintar bonito, representar una realidad edulcorada, eso es lo que está permitido, lo aceptado. Así que Asle, que puede ver la perversión que esconde ese mundo parco, sencillo de formas, austero incluso, teme a ese grupo inconsciente de hombres y mujeres que exigen que sea como ellos. 

Ojalá Asle o cualquiera de nosotros pudiéramos llegar a iluminarnos en ese resplandor sólo con desearlo o en la soledad elegida, con ella comienza el primer libro de Septología. El gran giro narrativo de Fosse es el descubrimiento de la necesidad del otro en el miedo que nos provoca.