«Todo el mundo tiene experiencias poéticas —la vida ya es en sí una experiencia poética— y todos sienten la necesidad de comunicarlas a sus semejantes», pero solo unos pocos deciden hacerlo por medio de un lenguaje artístico[1]. José Verón Gormaz (Calatayud, 1946-Calatayud, 2021) es uno de esos seres poetas que pertenecen al ámbito de lo poético, ese lugar donde surge el impulso de indagar en los fenómenos ocultos del universo y de expresar la experiencia más íntima a través de poemas o de fotografías. Si tuviera que elegir una palabra que sirviera para nombrar lo esencial de la identidad de este autor, sería la de poeta, porque más allá de sus palabras que narran, de sus fotografías que hablan o de sus versos que trascienden, la poesía brota de lo más profundo de su ser y se imprime mágicamente en cada una de sus obras, materializándose en diferentes formatos artísticos. Y es que la poesía es inherente a José Verón, indisoluble a su esencia y su sello indiscutible, nace de su espíritu y se renueva sorprendentemente en cada una de sus manifestaciones artísticas.

Verón estudió Ingeniería Agrícola y Administración y Planificación de Empresas con el objetivo de administrar los viveros familiares. Sin embargo, el destino le depararía otros caminos muy alejados de aquellos a los que parecía estar abocado inicialmente. Transitó la poesía, el ensayo, la crítica literaria, la fotografía, la narración y el periodismo, y fue Cronista Oficial de Calatayud, la ciudad que lo vio nacer y que lo nombró Hijo Predilecto en 2006. Miembro de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, Consejero y Vicepresidente del Centro de Estudios Bilbilitanos y socio de honor de la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, obtuvo el título EFIAP (Excelencia de la Federación Internacional de Arte Fotográfico) y recibió numerosísimos y prestigiosos premios —más de 300— a lo largo de su trayectoria profesional, sobre todo por su labor fotográfica y literaria.

En esta aproximación a la obra de José Verón Gormaz, me centraré de manera general en su labor fotográfica, poética y narradora, tres expresiones artísticas a las que dedicó gran parte de su vida y trayectoria profesional. Para ello, recorreremos algunas de las obras más importantes que marcaron su hacer literario y fotográfico.

 

 

Obra fotográfica

Su pasión por la fotografía empezó a gestarse muy pronto. Con tan solo doce años comenzó a disfrutar de la aventura fotográfica con su padre y a dar sus primeros pasos en el aprendizaje de los conceptos básicos de una nueva afición que acabaría siendo parte fundamental de su vida. Padre e hijo compartirían momentos fotográficos inolvidables y cámaras como la Retina II B, que fue la primera que manejó Verón. A los dieciséis años ganó su primer certamen de fotografía, el primero de muchos otros que se sucederían a lo largo de su sólida y productiva carrera (José Verón Gormaz, p. 67).[2]

Las fotografías veronianas son auténticas narraciones y cada una de ellas pretende contar una historia que conmueve y traslada al espectador al lugar y momento justo de la toma. Además, como buen poeta, fue capaz de extraer la poesía de todo aquello que captó con su cámara y de sorprender al público con nuevos poemas visuales que parecían renovar los viejos paisajes conocidos. Para esa mirada poética, era imprescindible mimar cada imagen y ser paciente hasta hallar la luz exacta y el instante decisivo en el que todo confluía destinado a dar forma al sentimiento que invadía al autor en esos momentos de la captura. Gran observador del paisaje, buscaba incansablemente nuevas localizaciones que pudieran expresar lo que quería contar. Verón fue un gran fotógrafo de Aragón, en particular de Calatayud, y el amor por su ciudad natal le hizo recorrer apasionadamente sus lugares emblemáticos, pero también los rincones más insospechados con el objetivo extraer lo mejor de su tierra y darlo a conocer.

       En un momento dado, se especializó en macrofotografía, pero también realizó otro tipo de obras y trabajó el retrato, el desnudo, la fotografía abstracta, el reportaje y el paisaje, convirtiendo poco a poco estos dos últimos en los grandes temas protagonistas de su trabajo, o al menos, los más conocidos. Aunque manejó cámaras como la Retina III C de sus inicios, tenía predilección por las Nikon, que le daban el rendimiento y la calidad que necesitaba. Solía trabajar con diafragmas que no superaban el f/16 y aunque reveló en blanco y negro, el color invade la mayoría de sus fotografías, un color intenso que junto con suaves brumas y un ligero desenfoque, crean atmósferas poéticas y artísticas que conducen al asombro y al extrañamiento de aquellos que contemplan sus obras. Las fotografías de José Verón tienen una composición muy cuidada, sobria y equilibrada, sin grandes estridencias ni recargamientos. La mirada de quien las recorre fluye suavemente guiada por la claridad y la rotundidad de los motivos destacados en sus imágenes, bien de naturaleza o paisaje urbano, bien de grandes extensiones o de detalles que se posan en un primer plano (José Verón Gormaz, p. 13). Su actividad fotográfica incluye numerosas exposiciones, así como una enorme cantidad de publicaciones en libros, revistas, catálogos, carteles y periódicos, entre otras. Algunos de los premios que recibió por su labor fotográfica fueron el Premio Santa Isabel de Portugal de Fotografía (1992) y el Premio Nacional de Fotografía (CEF, 2000). Publicó varios libros de fotografía, alguno en colaboración con otros autores.

En el año 2000 vio la luz la colección Calatayud, imágenes y sueños, una iniciativa del Centro de Estudios Bilbilitanos que dedicaba un volumen a cada uno de sus fotógrafos más destacados, dando fe de la belleza paisajística e histórica de un lugar tan fotogénico y especial como Calatayud, al que también se dedicaría el libro Calatayud, ciudad en el tiempo (2001), obra promovida por el Ayuntamiento de Calatayud y encargada a la Delegación de Turismo con el objeto de promocionar el rico patrimonio artístico e histórico de la ciudad. Recoge textos de José Verón Gormaz, Manuel Martín Bueno y Agustín Sanmiguel Mateo, así como fotografías del propio Verón. En 2002 se publicó Plaza de Toros de Calatayud con motivo del 125 aniversario de su construcción.

Un año más tarde, el Departamento de Cultura y Turismo del Gobierno de Aragón quiso unirse al reconocimiento que suponía el Premio Nacional de Fotografía para José Verón, reuniendo una selección de sus fotos más representativas en el libro-catálogo José Verón Gormaz, que recogía las fotografías que habían sido expuestas en las salas «Hermanos Bayeu» y «María Moliner» del Edificio Pignatelli (Zaragoza), del 24 de enero al 18 de febrero de 2001. «Imágenes en el tiempo» se presentó en la sala «Hermanos Bayeu» y pretendía dar una visión global de la trayectoria artística del autor desde su primera exposición. El amor de Verón por la tierra que le vio nacer y por sus gentes se manifiesta impecable a través de sus lentes, dando lugar a una nueva imagen de la realidad en la que se entremezclan las sensaciones del autor y las del espectador, que puede sentir el alma de cada rincón fotografiado. En esto último ahonda «El color del silencio», expuesta en la «María Moliner» (José Verón Gormaz, p. 7).

De 2003 es Los dedos de la luz, un libro que combina poemas de Mariano Castro con fotografías de José Verón. Se trata de imágenes donde el autor realiza una verdadera abstracción hacia los caminos de la mente a partir de fragmentos de muros que habitan el paisaje urbano. Palabras e imágenes transitan el tiempo, la escucha y el silencio bajo la misteriosa luz que da vida al color, a la materia y al ser. En palabras de Mariano Giménez que podemos leer en el catálogo Los dedos de la luz (2004), «la luz de la materia expuesta en estas imágenes nos asalta la poética de lo que podría reconocerse como expresividad abstracta de la concreción matérica». Las fotografías presentes en la publicación se mostrarían también en una exposición de idéntico nombre que se realizó en 2004 en la Escuela de Arte de Zaragoza, del 29 de abril al 28 de mayo de 2004. Ese mismo año se publicó Ecos de la vieja Roma para conmemorar el XIX centenario de la muerte de Marco Valerio Marcial, poeta nacido en la ciudad romana de Bílbilis. Textos de M. Martín Bueno y del propio Verón comparten espacio con epigramas de Marcial seleccionados por Verón. También son varios fotógrafos, entre ellos nuestro autor, los que colaboran con sus imágenes en el recuerdo de los lugares que pudo transitar en el pasado el poeta bilbilitano.

Aragón imágenes (2009) recoge las fotografías que fueron expuestas en la segunda planta del Pabellón de Aragón en la Exposición Internacional que tuvo lugar en Zaragoza en 2008, todas ellas de José Verón. En esta publicación, las imágenes son reflejo de la geografía aragonesa en toda su extensión y están acompañadas por reflexiones poéticas del propio autor que refuerzan, si cabe, la poesía que cada fotografía ya evoca por sí misma. También aparecen citas de otros poetas aragoneses.

       José Verón realizó más de setenta exposiciones, algunas individuales y otras en colaboración con diferentes autores, algunas nacionales, y otras internacionales, fundamentalmente en Europa y América. Aparte de las exposiciones ya mencionadas que fueron publicadas en formato libro, podemos mencionar alguna otra como «Las orillas del cielo» y «Los Instantes y los Días». La primera de ellas tuvo lugar en las Salas de Exposiciones de la UNED, tanto en Calatayud, del 6 de septiembre al 14 de octubre de 2003, como en Barbastro, del 31 de octubre al 28 de noviembre de 2003. En la muestra se expone una cuidada selección de las obras de Verón, que recorre, con su particular forma de sentir, las brumas, los reflejos, los cielos y, en definitiva, todo aquello que atraviesa su mirada, como diferentes paisajes naturales y urbanos, reportajes, fiestas, retratos, abstracciones, etc. En todas ellas se manifiesta aquello que no se puede expresar si no es desde la sensibilidad de un poeta que sabe captar lo que está más allá de la razón y la apariencia. En la introducción del catálogo, escribe María Jesús Buil: «Para Heidegger, el poeta es un médium que está entre los dioses y los humanos» y «está expuesto al relámpago de Dios» (Las orillas del cielo, 2003). «Los Instantes y los Días» fue otra de sus conocidas exposiciones, organizada por el Gobierno Comarcal de Calatayud. Se trata de una colección de fotografías expuestas en el Aula Cultural San Benito (Calatayud), del 2 al 19 de septiembre de 2004, que supone un fiel reflejo de los pueblos y rincones de la comarca de Calatayud, de su folklore, de su patrimonio, de sus costumbres y de su esencia. El título —en opinión del comisario de la muestra, F. J. Lorenzo de la Mata— sugiere lo que muestran delicadamente las imágenes que aparecen, la poesía de la sencillez del día a día y la magia de unos momentos y lugares que se alzan ante nosotros y no siempre somos capaces de apreciar (Los Instantes y los Días, 2004).

 

Obra poética

A pesar de su amor por la imagen y de la intensa labor fotográfica que llevó a cabo a largo de su vida, José Verón se define ante todo como poeta. Afirma en una entrevista realizada por Antón Castro tras ganar el Premio de las Letras Aragonesas de 2013: «La fotografía y la poesía son formas de expresión en cierto modo cercanas. Creo que soy un poeta que hace fotografías».[3]

Su aventura literaria se inició muy pronto y, mientras estudiaba Ingeniería Agrícola en Madrid, frecuentaría diferentes cafés literarios y se sumergiría en la lectura de grandes poetas que le influenciarían, como Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Ezra Pound o José Ángel Valente, entre otros. Comenzaba a gestarse una gran vocación que lo llevaría a convertirse en uno de los mejores poetas aragoneses del último siglo, reconocido así por la crítica literaria. A su vuelta a Calatayud, alternaría ya sus dos grandes pasiones, poesía y fotografía (José Verón Gormaz, p. 14).

       Verón fue muy prolífico y, aunque la lírica fue su gran dedicación literaria y por la que obtuvo sus más importantes premios, cultivó también otros géneros literarios como el cuento, la novela, la copla y los epigramas. Algunas de las distinciones más significativas de su carrera lo fueron a su obra poética, como el Premio Isabel de Portugal de Poesía (1988) y el Premio Hermanos Argensola de Poesía (1999), aunque también hubo otros premios, entre ellos el Premio San Jorge de Novela por La muerte sobre Armantes (1981). El reconocimiento a su obra completa llegaría con la entrega del Premio Imán en 2009 y más tarde con el Premio de las Letras Aragonesas 2013 (José Verón Gormaz, p. 67).

       El autor publicó sus primeros poemas en los siguientes volúmenes colectivos: Trilogía (1971), Gestación de la Sorpresa (1972) y Poesía Bilbilitana Actual (1979), así como en diferentes revistas literarias, hasta que, en 1980, la Institución «Fernando el Católico» publicó en su colección «San Jorge» su primer poemario, Legajo incorde, por el que recibió el Accésit del Premio San Jorge de Poesía 1979. La publicación está introducida por una nota previa en la que el autor dice haber dividido el libro en dos partes independientes oscuramente relacionadas que pueden dar lugar a confusiones, para lo que recomienda la lectura de Estructura y pre-estructura. Notas sobre la guerrilla poética, de Betulius J. Charpentier. También advierte sobre las diferentes posibilidades de lectura de algunos de los poemas (Legajo incorde, p. 5). Abre el poemario un soneto de título «Vida - Poema - Teorema», en el que hace una declaración de su poética y en el que se ponen sobre la mesa algunos de los temas que más le interesarán a lo largo de su trayectoria, tales como el tiempo, el recuerdo, el misterio, el camino, la nostalgia o la metapoesía: «quiero vivir mi vida y mis recuerdos: / mi vida es culto al mundo de los cuerdos: / mi culto a la locura es el poema». Se advierte en el poemario un sutil culturalismo propio de la época, la fina ironía que le caracterizaba, su pasión por la música y una gran admiración por autores como Goya o Lorca, a los que dedica algunos de sus poemas (Antología poética, p. 9).

En 1983 se publica el poemario Instrucciones para cruzar un puente, también en la colección «San Jorge». El propio autor, en la primera solapa del volumen, lo define como «una odisea poética al final de la cual sólo importará el camino recorrido». El tono ha adquirido ahora un tinte más apesadumbrado y pesimista que da paso al siguiente poemario, Tríptico del silencio (Cavernario) (1984), galardonado en 1981 con el XXV Premio de Poesía Amantes de Teruel y en 1982 con el Premio Ciudad Santo Domingo de Poesía (Tríptico del silencio, p. 3). Las tres partes en que se divide: «Rumor deshabitado», «Depredaciones» y «La estación imbricada», quedan atravesadas por el tiempo, la muerte y sobre todo el silencio, que no por casualidad aparece en el título. Dice el autor en el primer poema, «Isagoge»: «En silencio / con esa melancolía serena de la fatal certeza / dispuestos a morir» o «La noche el sol / el tiempo inexistente / serán nuestro verdugo» (Tríptico del silencio, p. 11).

Unos años más tarde, se edita Baladas para el tercer milenio (1987), un libro que se adscribe al culturalismo y que de nuevo se divide en tres partes (algo habitual en Verón): «Un planeta y un día», «Poemas de viajeros» y «Las puertas de la noche» (Baladas para el tercer milenio, p. 55). El libro hace gala de numerosas referencias culturales, citas y dedicatorias a otros autores. De carácter narrativo y con cierto aire filosófico, sus poemas se hacen ahora más extensos que en poemarios anteriores. Un año más tarde se publica Auras de Adviento (1988), Premio del III concurso Isabel de Portugal. Como el anterior, este libro se encuentra dividido en tres partes: «Mitos privados, públicas leyendas», «Paraíso perdido en una botella» y «Brisas de la memoria», y también forma parte de la «Colección San Jorge». Un cierto aire de pasado y melancolía se respira en este poemario protagonizado por la historia, la leyenda, la mitología y la memoria. En él conviven con armonía universos tan alejados como el mundo heroico y el rural, lo elevado y lo popular, el pasado y el futuro. Dice el poema «Mecedora»: «ADORMECIÉNDOSE recorre / con suave movimiento de vaivén / los extremos del mundo» (Auras de Adviento, p. 45).

Ceremonias dispersas (Epigramas, espumas y otras depredaciones), opúsculo publicado en 1990 y Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide, continúa la tradición epigramática greco-latina de la que es prototipo incuestionable Cayo Valerio Marcial, conciudadano de José Verón. En una combinación de tradición y originalidad, el autor utiliza la sátira para hablar de la condición humana. Para Javier Barreiro, «Conceptualismo y juego verbal son los ejes sobre los que se construyen estas breves y jugosas ceremonias» (Antología poética, p. 13), dando lugar a un tipo de escritura en la que José Verón se moverá con soltura a lo largo de su trayectoria literaria, no siendo esta la única publicación dedicada a la escritura aforística. Aún publicaría Verón otro opúsculo del mismo tono epigramático, Epigramas desnudos (1991), con tan solo diecinueve poemas que habían obtenido un accésit del Premio de Poesía Ciudad de Zaragoza en 1991 y 1992, y habían aparecido también en el libro Poemas 1991, publicado por el Ayuntamiento de Zaragoza.[4]

Pequeña lírica nocturna (1992) recoge algunos ejercicios poéticos realizados entre 1979 y 1990. «El poeta, al que generalmente sitúan dentro de un vanguardismo que él solo admite parcialmente, muestra en este libro una parte de sus cimientos clásicos» (Pequeña lírica nocturna, primera solapa). El poemario se divide en tres partes: «Suite del tiempo herido», que dedica a los poetas Ildefonso Manuel Gil y Rosendo Tello Aína; «Romancero Mudéjar», constituida por romances dedicados a diferentes autores y, por último, «Sonetos para un reloj de mar», una selección de sonetos dedicados a sus hijos (Pequeña lírica nocturna, p. 65). En este libro de abundantes dedicatorias y más rimas que de costumbre, queda patente su pasión por la música, como ya señala el título del poemario.

El último libro publicado en la «Colección San Jorge» es A orillas de un silencio (1995), Premio de Poesía Isabel de Portugal 1994. Prologado por R. Tello, este poemario se dispone en tres partes: «Exordios», «Exorcismos» y «Sombras del blanco día», y está poblado de citas y dedicatorias a otros autores, algo que ya es habitual en José Verón. Afirma el autor: «Al fin venció el silencio»; «Poesía es la tensión engendrada entre un grito y su silencio»; «El grito es un poema fugitivo». El silencio, el grito, la palabra, el poema, el día y las sombras confeccionan minuciosamente las páginas de este libro marcadamente metapoético y veroniano, que bien podría adscribirse a la «Poética del silencio» (Antología poética, p. 14). Dice el poeta en el poema «Tiempo de brumas»: «La palabra y el silencio se miraban / se amaban» (A orillas de un silencio, p. 30).

En 1997, José Verón encarga a J. Barreiro la introducción y selección de textos que habrían de constituir su Antología poética. Serían finalmente ochenta y cuatro poemas procedentes de los trabajos publicados hasta el momento: Legajo incorde, Instrucciones para cruzar un puente, Tríptico del silencio (Cavernario), Baladas para el tercer milenio, Auras de Adviento, Ceremonias dispersas (Epigramas, espumas y otras depredaciones), Epigramas desnudos y Pequeña lírica nocturna (Antología poética, p. 139).

Epigramas del último naufragio, publicado en 1998, sigue la línea de libros epigramáticos anteriores y es un tipo de escritura que el autor sabrá combinar a la perfección con otro tipo de poesía más honda y filosófica. El libro, prologado por Enrique Badosa, ofrece una satírica radiografía social, como es típico en este tipo de lírica, en la que se entreveran precisión, agudeza, sorpresa e ingenio. «Son epigramas que despliegan una fuerza inusual en la poesía de nuestro tiempo, y un vitalismo que trasciende en armonía el canto de lo cotidiano, lo próximo, en clara alegoría del universo moderno» (Epigramas del último naufragio, primera solapa). Un epigrama que creo que define muy bien el tono del libro es el titulado «A un escritor de moda», que dice: «¡Oh narrador fecundo / tengo mil razones / para no leer tus libros, / pero con una, basta: / ¡no me da la gana!» (Epigramas del último naufragio, p. 30).

En 1999 se publica la primera edición de El naufragio perpetuo, Premio «Hermanos Argensola» 1999, donde el autor vuelve a hablarnos de naufragio, de ilusiones perdidas, de fracaso, en definitiva. En palabras de Ildefonso-Manuel Gil, que prologa esta edición, «La poesía de Verón tiene clara la existencia del mundo y la del trasmundo. Realidad e irrealidad dejan de ser términos antitéticos, conviven, no en contraste, sino en armonía, enriquecidos uno y otro por el emparejamiento» (El naufragio perpetuo, p. 12). En 2016 se publica una edición ampliada que prologará Miguel Ángel Yusta.

Rayuela blues (2000) es un poemario de tan solo ocho poemas que dedica a Julio Cortázar y que surge como reflexión tras la lectura de su novela Rayuela. De nuevo advertimos la importancia de la música para Verón en un libro metapoético y lleno de referencias culturales por el que desfilan músicos y escritores a los que admira, como Charlie Parker, Villon o Rilke. Para el poeta, vivir es jugar rayuela: «Jugaremos rayuela en aquel manicomio / que nunca existirá aunque ha existido siembre […] Jugaremos rayuela en las barricadas grises, en los días malditos», porque todavía hay esperanza: «Y esperamos, / esperamos que un viento diferente / nos abra nuevamente la ventana» (Rayuela blues, pp. 37 y 17).

Admirador de la poesía medieval de origen popular desde niño, y de la labor coplista de poetas como Manuel Machado o Federico García Lorca, Verón publicó en 2002 Cantos de tierra y verso con la intención de renovar las coplas de la jota aragonesa y despojarla de los tópicos y el baturrismo que la solían caracterizar. La primera parte del poemario, «Voces cautivas», está dedicada a la creación de coplas; la segunda, «El papel y la sangre», se compone de sonetos conceptistas en un intento de combinar las formas poéticas populares y las formas cultas. A modo de ejemplo, una copla que recoge muy bien el carácter de la publicación dice así: «tú y yo sabemos muy bien / que hay dos clases de amoríos: / unos, todos los demás, / y otros el tuyo y el mío» (Cantos de tierra y verso, pp. 5 y 35). Un año más tarde se incluirá este poemario en La llama y la sombra: dos poemarios, que incluirá Pequeña lírica nocturna y Cantos de tierra y verso. El Libro de las horas perseguidas (2005) es otra recopilación, aunque en esta ocasión se trata de una selección de sonetos, muchos de ellos provenientes de publicaciones anteriores como Legajo incorde, Pequeña lírica nocturna y Cantos de vida y verso, pero también de poemas inéditos dedicados a poetas que el autor admira, como es el caso de «Quevedo en Cadaqués» o «La biblioteca de Babel», dedicado a Borges. El autor defiende el hecho de publicar sonetos en pleno siglo XXI, y es que «la poesía es intemporal y no debe caer en las trampas de la moda: todos los caminos poéticos de ayer y de hoy se dirigen a un mismo territorio habitado por la palabra en libertad y el misterio del universo» (Libro de las horas perseguidas, p. 3).

Los siguientes tres poemarios son cruciales en la obra poética de Verón y constituyen la trilogía El tránsito y la duda: El exilio y el reino (2005), En las orillas del cielo (2007) y El viento y la palabra (2010), que se iba a llamar El jardín transparente.[5] El primero de ellos destaca por un tono íntimo que va recorriendo el paisaje, la soledad, el olvido, la nostalgia y el misterio, motivos habituales en Verón, plasmados ahora con absoluta perfección: «Crece la sombra, crece / en torno a la nostalgia», escribe en el poema «Lluvia de verano»; «Calla la voz. La noche asoma / detrás de los enigmas», en «El tránsito y la duda»; «Sobre los horizontes / el silencio dibuja, muy despacio, / los signos vivos del olvido», en «Crepusculario» (El exilio y el reino, pp. 32, 33 y 14). En las orillas del cielo transita los enigmas del tiempo y de la memoria y busca la palabra a través de luces y sombras que se entremezclan.  El poema es palabra, pero es también luz, soledad, incertidumbre, ausencia, desolación, en definitiva, el reflejo del sentir del poeta. Las palabras viajan desde la memoria a través del tiempo y se posan en la hoja en blanco en forma de poema. En su «Poética», afirma: «Han llegado hasta mí niebla y palabras / desde el confuso mar de la memoria. / Les pregunto qué quieren o qué buscan / en el cansado yermo que hoy habito, / y callan. / No responden, / pero en una hoja en blanco del cuaderno / han dejado un poema» (En las orillas del cielo, p. 14). Por su parte, El viento y la palabra, prologado de nuevo por J. Barreiro, es el poemario que culmina la trilogía. El tiempo, el silencio y la soledad, acompañados del viento y la palabra, se hacen ahora protagonistas y llegan a su expresión máxima en el tránsito del misterio de la noche y del paisaje. En el poema «Signos del laberinto», «El silencio remoto de los cielos / seduce la ciudad, / colma sus calles, / golpea en las ventanas. / Sobre el lienzo infinito de la noche / se encienden los enigmas y las fábulas, / arde la soledad de los misterios» (El viento y la palabra, p. 21).

En el mismo año en que fue publicado En las orillas del cielo (2007), aparece también Epigramas incompletos, de inspiración marcialesca. Este poemario se publica diez años más tarde que Epigramas del último naufragio e incluye la mayoría de los poemas pertenecientes a este género tan habitual ya en Verón. Así pues, la primera parte de la nueva publicación se constituye con la obra completa Epigramas del último naufragio, prologada por Enrique Badosa, y la segunda parte, «Otras depredaciones», reúne epigramas ya aparecidos en otras publicaciones junto con otros inéditos, con la intención de explorar y demostrar las posibilidades de este tipo de escritura (Epigramas incompletos, p. 7). Los motivos principales de los epigramas de Verón son los tradicionales en este género, mencionados por J. Barreiro en un artículo publicado en esta misma revista: «la política, la vacuidad del mundo literario o las peculiaridades humanas con especial atención a la hipocresía, la fatuidad, el sexo, la ignorancia, la falsa moral»[6]. Otros poemarios del autor que se adscriben a este género epigramático son: Sala de los espejos (Epigramas, enigmas y otras contemplaciones) (2014) y Satirologio. Epigramas del siglo XXI (2018). El primero de ellos es prologado por Ángel Guinda, que afirma que «Hay en esta poesía una incondicional defensa de la sabiduría y de la prudencia. Y un rasgo característico en la historia de la literatura aragonesa: el didactismo moralizador no dogmático» (Sala de los espejos, p. 12). Es Satirologio. Epigramas del siglo XXI (2018) el último poemario de epigramas que publica Verón, esta vez con un prólogo de Manuel Martínez-Forega en el que señala que «Son fundamentalmente necesarios el genio y la sabiduría para profundizar y encontrar el fondo miserable y oculto de las aparentes grandezas humanas que Verón nos revela haciendo un alarde de concisión, vitalidad y buen humor sin renunciar a la gravedad» (Salirologio, p. 20).

Ritual del visitante se publica en 2012 y de nuevo se estructura en tres partes: «Entre las horas», «Voces y versos» y «Sombras de la ciudad». También habitual en la obra de Verón, es la utilización de un léxico normalmente cotidiano y sencillo, pero no exento de originalidad, sensibilidad y precisión. Los poemas se tejen de nuevo con tiempo, preguntas, incertidumbre, silencio, pero sobre todo con la búsqueda incansable de la palabra. Las palabras «Buscan, bajo la lámpara, el amor de algún verso», dice el poeta en «Poética naciente»; en «Invocación ante un papel en blanco»: «Invoco a la palabra para ver tras la niebla, para buscar los senderos del conocimiento», «Invoco a la palabra para sentir el tiempo. / Invoco a la palabra para nombrar la realidad / que tantas, tantas veces desconozco». Por otro lado, «El silencio responde, / omnipresente y sabio, / que ese vacío es nuestro, / tan lejano y confuso / tan dentro de nosotros / como la soledad, / como la duda» (Ritual del visitante, pp. 15, 39 y 51).

En el año 2014 se publican otros dos libros aparte de Sala de los espejos: Un mar de montes (con motivo de la entrega del Premio de Las Letras Aragonesas 2013) y Cancionero del café. Pequeños poemas para leer y cantar. La decisión del jurado fue unánime: «considerando su trayectoria multidisciplinar, orgullo de las letras aragonesas. La obra de José Verón refleja una dimensión humana y su enraizamiento con la sociedad de su tiempo» (Un mar de montes, p. 6). El libro se divide en dos partes: En la primera, «Poesía, penumbra en el tiempo», aparece una breve selección de poemas de 1980-2010. En la segunda, «Microcosmos», se reúnen algunas narraciones extraídas del libro Cuentos para sentir las horas. El poemario Cancionero del café. Pequeños poemas para leer y cantar está compuesto por pequeños poemas para leer y cantar basados en la lírica popular. Dice José Luis Melero en el prólogo:

Solo quien sigue libremente al margen de pautas establecidas, solo quien entiende que no hay poesía con mayúsculas y minúsculas, sino solo poesía buena o mala, está capacitado para tomar la decisión de trocar en algunos de sus libros la lírica culta por la lírica popular (Cancionero del café. Pequeños poemas para leer y cantar, p. 7).

Explica Verón en la introducción al libro que este se estructura en tres partes: la primera reúne poemas variados, algunos que han sido cantados con tonadas de jota, aunque no los había compuesto para ello; la segunda parte es un homenaje a la jota aragonesa y, en este caso, los poemas sí que han sido compuestos para tal fin; la tercera parte está dedicada al Sur y a sus soleares, piezas que ya trabajaron Antonio y Manuel Machado (Cancionero del café. Pequeños poemas para leer y cantar, p. 12). También de la misma temática que este último libro es Cantares y presagios (2020), que incluye dos libros: Huellas del camino y Cancionero del café, este último ya publicado con el mismo prólogo de J. L. Melero, que afirma: «Nunca en la poesía de Verón hubo impostación, aceptación de las modas o sujeción a intereses inconfesables. Todo en Verón ha sido siempre de verdad» (Cantares y presagios, p. 9).

Dedicado a su nieta María, Claros de bruma (2016) es un poemario de nuevo metapoético y de gran intensidad donde la búsqueda de la luz, de la palabra y de los enigmas de la existencia se hace primordial a la hora de afrontar las preguntas, las dudas, el olvido y el dolor. En el poema «Palabras» el poeta dice: «Llegó prendida de la aurora […] la esperanza desnuda / la palabra», y en «Poesía secreta»: «como un milagro mudo, / la voz, la poesía» (Claros de bruma, pp. 13 y 53). Destaca en el poemario la presencia del paisaje, aunque hay que decir que este es un elemento habitual en gran parte de su obra, como no podía ser de otra forma, como buen fotógrafo que es. A través del paisaje, Verón se pregunta por los enigmas del universo y busca incansablemente el conocimiento que quizá en alguna ocasión pueda ofrecerle algunas respuestas: «¿Y qué pregunta el mar / ahora que la noche se despierta / sobre los horizontes? / ¿Qué dudas sin destino / orlan el oleaje?» (Claros de bruma, p. 21).

Poco antes de morir, el autor escribía Íntimo retorno, libro que fue publicado póstumamente en 2023. Nuevamente palabras que hablan de palabras, de paisaje, de memoria y sobre todo de tiempo, un tiempo que se acelera sin poder hacer nada para evitarlo. Quizá intuía Verón, avanzada su enfermedad, lo que había de llegar y sentía el pasar del tiempo de manera más veloz que nunca: «¡Reloj mío, / mensajero del tiempo, / cierra ya la ventana de las horas, que se están despeñando en un raudal sin límites!»; «Sentir, sentir la estela de las horas / que se despeña en el abismo del ayer / y andar, / andar, / andar…» (Íntimo retorno, pp. 12 y 54). Temas conocidos en poemas renovados magistralmente que hasta el final de sus días demostraron la belleza del preciso y cuidado lenguaje de Verón, en el que las palabras buscan «su destino, el poema». A pesar del paso del tiempo y del estado en el que se encontraba, dice Verón en el poema «Límites»: «a pesar de las puertas y los muros / sigue llegando a mí la poesía» (Íntimo retorno, pp. 38 y 55).

 

Obra narrativa

José Verón fue un autor muy polifacético, y aparte de su labor fotográfica, poética, ensayística y periodística, cultivó también la narrativa —no sin éxito ni reconocimiento—, aunque de forma más esporádica. Ya había escrito algunos libros de poesía como Legajo incorde (1980) o Tríptico del Silencio (1981) cuando se publicó La muerte sobre Armantes (1981), novela de ciencia ficción que recibió el Premio «San Jorge» de Novela 1981, convocado por la Institución «Fernando el Católico». Se trata de una ficción histórica desarrollada en las cercanías de Calatayud, lugar donde dos pueblos invasores (terrones y espigos) luchan a muerte por el dominio de otro pueblo, Armantes. Dice José Luis Gracia Mosteo en el proemio de la edición publicada en 2006 que este es «un relato épico, pero también una alegoría moral; una novela sobre las convenciones de la civilización y persecución de la libertad» (La muerte sobre Armantes, p. 6).

En 1994 se publica Camino de sombras y otros relatos impíos, con un prólogo de José Antonio Duce. El libro reúne diecinueve narraciones independientes escritas en prosa poética que se estructuran en dos partes diferenciadas. Son «una especie de curiosas parábolas en las que los personajes hablan con la espontaneidad de los hombres verdaderos» (Camino de sombras y otros relatos impíos, p. 8).

El siguiente libro en publicarse es La letra prohibida (2004), que reúne diez narraciones breves en las que los sueños se entremezclan con los hechos reales. Forma parte de la colección CANTELA de la editorial Libros Certeza, voz popular aragonesa que recoge cuentos, leyendas y relatos (La letra prohibida, cubierta).

En la novela Las puertas de Roma (crónicas de Marco Valerio Marcial), publicada en 2012 y prologada por José Luis Corral, de nuevo queda patente la admiración de Verón por su conciudadano Marcial. Poeta bilbilitano que vivió en la Roma Imperial, será protagonista de esta narración en la que se trasluce, ahora en forma de prosa, la sutil ironía y sentido del humor de los que Verón hace gala habitualmente en sus poemarios aforísticos. Las puertas de Roma es una novela multigénero: histórica, didáctica, de memorias, de viajes e incluso picaresca (Las puertas de Roma, p. 9). El tiempo del presente y el tiempo de la Roma Imperial se contraponen en capítulos alternos mostrando así diferentes perspectivas en una estructura tan singular como interesante.

Cuentos para sentir las horas (2014) es una obra narrativa, una reunión de relatos cortos que se estructuran a lo largo de cuatro partes: «Microcosmos», «Rumores de Lilandia», «El laberinto de la dicha» y «Cuaderno de notas». Señala A. Castro en el prólogo que se trata de un «libro emotivo, de instantes e intuiciones, de alguien que explora el corazón del hombre», un libro con «tensión y ritmo, con atmósferas y con personajes intensos y sorprendentes, entre ellos uno que bien podría parecerse a sí mismo» (Cuentos para sentir las horas, p. 13), un libro donde reverberan la magia y la belleza del lenguaje propios de la esencia poética de Verón.

En 2017 se publica El espíritu del frío, que prologa Juan Bolea y que consta de cuatro partes: «El espíritu del frío», «El enigma del signo sonriente y otras breves odiseas», «Pasos en la niebla» y «Apéndice. Dos rarezas de ayer». La primera parte, de igual título que el libro, consta de una narración que se ambienta en la sierra de Teruel y tiene que ver con la asolación en la que se ha sumido ese lugar a consecuencia de la violencia. En las partes segunda y tercera, se presentan varios relatos de signo variado. El volumen se completa con un apéndice que contiene otras dos narraciones.

Creo que través de este recorrido por la obra de José Verón Gormaz podemos comprender mejor la labor de un autor enormemente versátil que desde muy joven supo combinar las pasiones de su vida y dejar su huella poética en todos los trabajos que realizó. Y es que Verón es ante todo un poeta de la palabra o de la imagen, pero un poeta, cuya esencia se filtra por cuantas páginas recorre su pluma, por cuantas imágenes traspasan el objetivo de su cámara. Varias son las constantes de su obra, entre las que podríamos destacar la continua reflexión que hace sobre la palabra en una obra marcadamente metapoética. También el tiempo, el paisaje, el camino, la melancolía y el recuerdo son temas que recorren muchas de sus obras, en las que tampoco faltan referencias musicales y culturales. Del silencio, también fundamental en su hacer, brotan la imagen, la palabra y el poema como destino, como esperanza, como milagro. Su fina ironía y sentido del humor le permitieron renovar la escritura epigramática, y también regeneró la copla aragonesa, combinando con gran acierto lo culto y lo popular. Escribió poesía hasta el final de sus días, una poesía cada vez más intensa y sincera que sigue deleitando a quienes se sumergen en ella. Como lectora, quedo prendada de este extraordinario autor aragonés que, a pesar de su inmenso trabajo y dedicación, de la calidad de su poesía y de su buen hacer literario y fotográfico, ha destacado sobre todo por su forma de ser, su sencillez y su amabilidad, y por eso siempre ha sido muy querido por quienes han tenido la suerte de conocerlo en persona. Yo no pude hacerlo, pero descubrir su obra ha sido un auténtico viaje para mis sentidos a través del apasionante mundo poético de sus palabras y de sus imágenes. Gracias a Alfredo Saldaña y a Ignacio Escuín por haber hecho posible este encuentro entre el universo de Verón y el mío.

 



[1] Llorenç Raich Muñoz, Fotografía como poesía, Madrid, Casimiro, 2018, p. 18.

[2] Señalo aquí las ediciones de las que he extraído las referencias citadas en el texto: José Verón Gormaz, Legajo incorde, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1980; La muerte sobre Armantes, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1981; Instrucciones para cruzar un puente, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1983; Tríptico del silencio, Zaragoza, Colección Poemas, 1984; Baladas para el tercer milenio, Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 1987; Auras de Adviento, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1988; Ceremonias dispersas: (Epigramas, espumas y otras depredaciones), Valdepeñas, Ayuntamiento de Valdepeñas, 1990; Epigramas desnudos, en Poemas 1991, Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza, pp. 26-49, 1991; Camino de sombras y otros relatos impíos, Calatayud, José Mª López Alcoitia, 1994; A orillas de un silencio, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1995; Antología poética, Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 1997; Epigramas del último naufragio, Barcelona, Seuba ediciones, 1998; Pequeña lírica nocturna, Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 1999; Rayuela blues, Zaragoza, Lola Editorial, 2000; Calatayud, imágenes y sueños, Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 2000; Ciudad en el tiempo, Zaragoza, Ayuntamiento de Calatayud, 2001; José Verón Gormaz, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2001 (Libro-Catálogo de las exposiciones celebradas en las Salas «Hermanos Bayeu» y «María Moliner» del Edificio Pignatelli del 24 de enero al 18 de febrero de 2001); Cantos de tierra y verso, Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 2002; La llama y la sombra: dos poemarios, Zaragoza, Vinci Park, 2003; Los dedos de la luz, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2003; Ecos de la vieja Roma, Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 2003; Las orillas del cielo, Barbastro, UNED, 2003 (Catálogo de la exposición celebrada en las Salas de Exposiciones de la UNED de Calatayud del 6 de septiembre al 14 de octubre de 2003, y de Barbastro del 31 de octubre al 28 de noviembre de 2003); La letra prohibida, Zaragoza, Libros Certeza, 2004; Los dedos de la luz, Zaragoza, Escuela de Artes de Zaragoza, 2004 (Catálogo de la exposición celebrada en la Escuela de Artes de Zaragoza del 29 de abril al 28 de mayo de 2004); Los Instantes y los Días, Calatayud, Ayuntamiento de Calatayud, 2004 (Catálogo de la exposición celebrada en el Aula Cultural San Benito de Calatayud del 2 al 19 de septiembre de 2004); Libro de las horas perseguidas, Zaragoza, José Verón Gormaz, 2005; La muerte sobre Armantes, Zaragoza, Certeza, 2006; El exilio y el reino, Zaragoza, Prensas universitarias de Zaragoza, 2005; En las orillas del cielo, Zaragoza, Tropo, 2007; Epigramas incompletos, Zaragoza, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 2007; Aragón Imágenes, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2009; El viento y la palabra, Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos-Institución «Fernando el Católico», 2010; Las puertas de Roma (crónicas de Marco Valerio Marcial), Zaragoza, Mira editores, 2012; Ritual del visitante, Zaragoza, Olifante, 2012; Sala de los espejos (Epigramas, enigmas y otras contemplaciones), Zaragoza, Olifante, 2014; Cuentos para sentir las horas, Zaragoza, Mira editores, 2014; Un mar de montes, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2014; El naufragio perpetuo, Toledo, Lastura, 2016; Claros de bruma, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2017; El espíritu del frío, Zaragoza, Mira editores, 2017; Cantares y presagios, Zaragoza, Pregunta, 2020; Satirologio. Epigramas del siglo XXI, Zaragoza, Pregunta, 2018; Íntimo retorno, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2023. A partir de ahora, indicaré solo el título de la obra y la página correspondiente a la edición citada.

[3] Antón Castro, «José Verón Gormaz: “El humor es como un viento fresco para la existencia”», Heraldo de Aragón, 17.06.2020, accesible en línea: <https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2020/06/17/jose-veron-gormaz-el-humor-es-como-un-viento-fresco-para-la-existencia-1380915.html> [Consultado el 27.03.2024].

[4] Javier Barreiro, «La obra poética de José Verón (1980-2090)», Turia, 147, p. 380.

[5] Javier Barreiro, «La obra poética de José Verón (1980-2090)», Turia, 147, p. 383.

[6] Javier Barreiro, «La obra poética de José Verón (1980-2090)», Turia, 147, p. 383.