Habíamos conocido la querencia de Fermín Solís por la obra de Luis Buñuel con la aparición del majestuoso “Buñuel en el laberinto de las tortugas” que recogía el rodaje de “Tierra sin pan”, con el apoyo logístico y económico de Ramón Acín y que reflejaba el retraso social de Las Hurdes tuvo su adaptación posterior en una película animada donde el actor Jorge Usón realizó un doblaje extraordinario de la voz de Luis Buñuel, en especial en los momentos donde el director de Calanda hablaba con acento francés. En esta ocasión acompañado en el guion por Óscar Arce y Esteve Soler, “Buñuel y los sueños del deseo” reproduce las semanas de escritura del guion de “Belle de jour” con un esquema que va de lo onírico a lo arquitectónico. 

No puede ser casualidad que, hace unas pocas semanas, me encontrara paseando por Zaragoza, ciudad mutante, ciudad que se ausenta, y encontrara en una librería de lance dos ejemplares de la edición de bolsillo de “Mi último suspiro”, la autobiografía de Luis Buñuel en la que dedica unas líneas al laborioso proceso de preparación de aquel rodaje: «En 1966 acepté la proposición de los hermanos Hakim de adaptar “Belle de jour” de Jose Kessel. Ofrecía, además, la posibilidad de introducir en imágenes algunas de las ensoñaciones diurnas de Severin, el personaje principal, que interpretaba Catherine Deneuve. La película me permitía describir con bastante fidelidad varios casos de perversiones sexuales. Me divierte y me interesa, pero yo, personalmente, no tengo nada de perverso en mi comportamiento sexual. Lo contrario sería sorprendente. Yo creo que a un perverso no le gusta mostrar en público su perversión, que es su secreto». Buñuel fuma, como si fumar fuera respirar y, en la primera semana madrileña, contempla a la diosa Cibeles desde su hotel. Si el acto de fumar es la respiración, el corazón son las teclas de su guionista, golpeando la máquina de escribir, en un ejercicio desesperanzado. Una jirafa y un folio en blanco. En el aire, uno de los mayores misterios de Luis Buñuel, de su obra: ¿Qué hay en la cajita que provoca el temor? Nada. El director se pregunta: «Y si lo invisible fuera lo único que hay ver en el cine?». Los autores hacen aparecer a una pareja de fantasmas parisinos como catalizador del proyecto. Presentados por invitados por Luis Buñuel a su compañero, le deja claro que no es necesario que estén muertos. Parte de la arquitectura lírica con la que se construyen las viñetas lo constituyen las imágenes del metro de Madrid, completamente vacío y cubierto de destrozados maniquíes. Es de una sugerencia abrumadora. Como asumir que es en el blanco y negro de Friz Lanz, en su película “Las tres luces” donde Luis Buñuel encuentra su inspiración. De nuevo, en declaraciones extraídas de su libro “Mi último suspiro”: «Abrió mis os a la poética expresividad del cine». El guion debe de ser un demiurgo frente a la escena: el cementerio de Madrid, territorio entre Mariano José de Larra y el joven Francisco Umbral, los autores cobijan el concepto de que los fantasmas no deben estar ausentes, solo aislarse, suministrar su aliento frío desde el lugar preciso. En voz de Buñuel: «El mundo ha llegado a su fin. Si la muerte es la nada, ¿Cómo le va a tener nadie miedo a la nada?». Escenarios como los Estudios de Chamartín, donde Luis Buñuel aparece disfrazado de muerte, un traje que ha traído desde México y que le sirve para el encuentro con el vino y Jean-Claude, el segundo protagonista del tebeo. Jean-Claude Carrière, un treintañero con cierta fama como guionista, que se encuentra junto y tras Luis Buñuel en esta aventura. El paralelismo entre el demente Quijote y el prosaico Sancho Panza resulta evidente en las primeras páginas, hasta que, como todo en la obra de Luis Buñuel, se desborda: la destrucción de la novela, las páginas al azar como en procesos de escritura automática de William S. Burroughs, nos llevan a la pregunta: ¿Qué es lo que quería Buñuel? ¿Hasta dónde quería llegar? ¿Comercial o anárquico? La decisión se la dará su viaje, simbólico y pleno, al otro lado del espejo, con el que termina el primer acto. 

Ese paso hacia el otro lado, del que en ningún momento se nos hace acuse de recibo, nos revela que Luis Buñuel quiere que su cine sea para la pareja parisina, que los retenga en la sala, sin que piensen en salir. Una sencillez que provoca la complicidad con el lector. La segunda semana, de nuevo la belleza del viejo Madrid es parte intrínseca del desarrollo de la historia de “Buñuel y los sueños del deseo”, ofreciéndonos algo del Madrid antiguo, delicado, bello, donde aún queda algo de Emilio Carrere y en el que los transeúntes apartan viejos periódicos con artículos de Cesar González Ruano. La famosa receta del martini perfecto, el Buñueloni, los productores, el dinero, la doble página de cuatro por seis viñetas donde nos muestran la combinación del alcohol y la actriz, los cameos de Yves Saint Laurent y Louis Malle, la llegada a París. Ceniceros llenos, desbordados, el cinzano, los cinzanos acumulados, la prueba de cámara de Catherine Deneuve. El momento del surrealismo, con Carrière sufriendo un confeti de teclas en una arquitectura de tela de arena. Es un sueño: «Los fantasmas disfrutan más del sueño que de la muerte». Muerte y Dios, los grandes temas de la obra de Buñuel. De París a San José Purúa, un lugar para el descanso y la creación. Balneario con radiación, sueño, aperitivos y trabajo. El guion toma forma: lo que no se ve es un maullido constante durante todo el metraje. Por fin, al final de segundo acto, Jean-Claude Carrière ve por fin a los ancianos, a los fantasmas, y comienza el teclear enfebrecido del texto, como una Sábana Santa, como un manuscrito beatnik, anfetamínico y es en esa febrícula donde se ve atrapado, la inspiración se convierte en una bella alfombra de letras. La vuelta a Madrid, al Hotel Palace nos ofrece una experiencia total, una inmersión de urbanismo y arte que hace de esta obra algo más que la simple narración ilustrada de los hechos: la sirena Deneuve, el advenimiento de la muerte como cierre, el Museo del Prado, un túnel con luz en el fondo -ahí es donde está la parca, está claro-, Jean-Claude Carrière y Luis Buñuel frente a las pinturas negras de Francisco de Goya: «Hagamos una agujero en la noche/para saber si mañana habrá día». Atravesaron el espejo, quizá en el momento final, cuando ambos contemplan ‘Las meninas’ de Velázquez se produce la vuelta. La quinta y última semana se completa con más fantasmas, más cementerios, más máscaras y un aviso: la genialidad puede acabar siendo premiada. El cierre majestuoso con la presencia del Cine Doré de la capital de España, donde se encuentra la sede de la Filmoteca Nacional, demuestra que estamos ante una de las novelas gráficas más sugerentes y profundas del año.

  

“Buñuel y los sueños del deseo”. Ilustración de Fermín Solís y guión de Óscar Arce/ Esteve Soler, Barcelona, Reservoir Books, 2024.