No es ningún secreto, para cualquier persona atenta a la literatura europea de los últimos años, que se repite una presencia espléndida, continuada, en ocasiones realmente espectacular, a través de varias generaciones de escritores rumanos que van cosechando los mejores premios europeos e internacionales de nuestros días. Traducidos muchas veces a una notable cantidad de lenguas, algunos de estos grandes autores contemporáneos (como es el caso de Norman Manea, Ana Blandiana o Mircea Cartarescu) figuran de forma invariable, año tras año, en las listas de un posible Premio Nobel de Literatura que, a pesar de la grandeza de la lengua rumana en el siglo pasado, en su día nunca había recaído en ninguno de los más célebres nombres como es el caso de Camil Petrescu, Mihail Sebastian, Mircea Eliade, Eugène Ionesco o Emil Cioran.

    Se diría que, si no se trata de una “edad de oro”, que quizá ya correspondió a la gran generación de entreguerras, verdaderamente internacional, hoy en día estamos viviendo, en el caso de la literatura rumana actual, una auténtica “edad de plata”. Esto no solo lo avalan el número de traducciones y premios otorgados, o la gran aceptación del público en no pocos casos, sino sobre todo, una invariable y sostenida gran altura literaria, de un exigencia y ambición realmente descomunal en cuanto a lenguaje, temas sutiles y nada obvios tratados en profundidad, todo ello con una deslumbrante capacidad de penetración y análisis, y un admirable tratamiento e intersección en sus obras del pasado histórico y cultural común a todos ellos.

    Uno de los más grandes escritores de la actualidad, el rumano Norman Manea (Bucovina, 1936), muy amigo de los escritores Philip Roth y Saul Bellow a su llegada a América, se vería obligado a emprender, como explica en su magnífica novela autobiográfica El regreso del húligan (2003, Tusquets) dos exilios a lo largo de su vida “con una simbólica simetría”. La simetría funesta la establecerían los distintos totalitarismos que exterminaron y depuraron a lo largo del siglo XX en Europa a un buen número de no alineados, “extraterritoriales”, “desarraigados”, parias indeseables e inadaptados para el sistema de cada momento. Dos exilios, dirá Manea, “a los cinco años, por culpa de un dictador, Antonescu” (aliado de la Guardia de Hierro, los feroces fascistas rumanos de los años 30, entre los que se contaban por entonces Cioran y Mircea Eliade, como se recordará en esta novela) “y de su ideología, que se completó, a los 50 años, por culpa de otro dictador Ceausescu, de una ideología aparentemente opuesta”. La maldición, el doble exilio que sufriría en sus propias carnes gente como Manea, se había cerrado como una garra y el recordarlo, el recordar ciertos paralelismos más que incestuosos, años después, incluso tras la llegada de la democracia, sería considerado por algunos como una especie de traición al gran pasado nacional, y a las figuras insignes, que tienen que ser defendidas siempre por encima de las ideologías, erróneas o no.

Nacido en la Bukovina, lugar también de origen del gran poeta Paul Celan, región austrohúngara hasta finalizar la Primera Guerra Mundial, en que pasó a formar parte de Rumanía, Norman Manea sería deportado por los nazis en vagones de ganado a los cinco años, junto a su familia judía, al campo de concentración de Transnistria, en Ucrania, donde también estuvo internado el poeta Paul Celan. Una etapa atroz que quedará reflejada en algunos impresionantes relatos de El té de Proust. Cuentos reunidos (Tusquets) inspirados en aquella aterradora experiencia infantil del Holocausto. Al finalizar la guerra mundial, parte de ellos regresarían a su lugar de origen, a Suceava.

    Si James Joyce realizó una parodia magistral, desde el exilio, de su orgullosa pero frustrada Irlanda natal; si Musil satirizó sin piedad la decadencia e inmovilismo agónico del Imperio de los Habsburgo; o Bulgákov e Ilf & Petrov (citados en la novela de Manea El sobre negro, Tusquets) hicieron lo mismo con la degeneración cotidiana y soez del sistema soviético, Manea se convertiría con el tiempo en el más feroz e implacable retratista de la sociedad de su país, Rumanía, durante los años de la dictadura de Ceausescu. Se convertiría en un afiladísimo y cáustico ojo crítico, en el más sutil y penetrante diseccionador de un mundo invisible y subterráneo que atravesaba, día a día, las peores pesadillas y las más opacas e indescifrables maniobras con las que un poder despótico, no democrático, buscaba perpetuarse. Un terror que se conseguía, como se narra en el escalofriante relato “El interrogatorio” (perteneciente a su espléndido libro Felicidad obligatoria, 2005, Tusquets) por medio de la intimidación psicológica, de la más absoluta anulación de las víctimas y de un cínico sadismo, en medio de escenarios muchas veces, paradójicamente, exentos de violencia. Un envilecido clientelismo y un “lenguaje patológico y estratificado”, intraducible, se unirían para asentar aquellas suprarrealidades inconcebibles desde otras circunstancias o percepciones de mundos en libertad. Otras de las más grandes obras maestras de este autor son su novela La guarida (2009, Tusquets), los brillantísimos ensayos reunidos en Payasos: el dictador y el artista (2005, Tusquets), La quinta imposibilidad. Judaísmo y escritura (Galaxia Gutenberg) y, por fin, una obra cumbre como La sombra exiliada, extraordinaria novela y reflexión intelectual y metafórica que narraría la vida de un superviviente del Holocausto y su existencia posterior, primero en una dictadura comunista y luego en un largo exilio en América.

     La de Mircea Cartarescu, aparte del reconocimiento a un autor que lleva tiempo traspasando sus fronteras, con públicos entusiastas en las más diversas lenguas, siendo merecedor de grandes premios internacionales,  como el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2022, que Norman Manea recibió igualmente en 2017, representa hoy la renovación continuada de una de las más vitales y pujantes literaturas de todo el espectro europeo, muy en concreto de la Europa Central, que actualmente cuenta con un plantel de autores de espectacular altura y exigencia creativa. 

Autor ya de una amplísima bibliografía, en obras siempre deslumbrantes, a cada nueva entrega y a cada nuevo tour de force como su deslumbrante trilogía Cegador, o la última aparecida Theodoros, tocará en su obra, como otros de los más grandes autores de su literatura, los grises y sombríos años del comunismo en Rumanía hasta llegar a la liberación. Pero en su caso es un telón de fondo ocasional, como siempre, entre otros muchos otros de gran magnetismo que se superponen siempre en sus relatos de múltiples tentáculos.

   Poeta, narrador, teórico de la literatura y principal representante de la llamada Generación de los 80 de la literatura rumana, Mircea Cartarescu, unánimemente celebrado hoy día por la tremenda y versátil riqueza de su obra, es un extraordinario y singular creador cuyo estilo y genial capacidad  de invención lingüística ha marcado las últimas décadas no sólo en Rumanía, sino en toda Europa. Crítico literario y profesor que se ha dividido a lo largo del tiempo entre Bucarest, Viena, Amsterdam y Stuttgart, ciudades donde ha dado cursos sobre la célebre vanguardia rumana de entreguerras, con Tristan Tzara a la cabeza, Cartarescu es a la vez cabeza de serie del posmodernismo en su país, sobre el que ha teorizado abundantemente, doctorándose en su día con una tesis acerca de este movimiento. Entre sus obras más conocidas está una paródica y cómica epopeya titulada Levante (1990) en la que recicló todo tipo de estilos poéticos de la literatura rumana, utilizando como inspiración el capítulo del Ulises de Joyce titulado Los bueyes del sol.  En 1993 aparecería su espléndido libro de relatos, Nostalgia. Más tarde iniciaría otro ambicioso, bellísimo y monumental ciclo entre fantástico y cripto-onírico, la trilogía Orbitor (Cegador) que contiene los volúmenes El ala izquierda (1996), El cuerpo (2002) y El ala derecha (2007). Su obra Por qué nos gustan las mujeres (2004, Funambulista), definida por él mismo dentro del campo de “la fantasmagoría social”, compuesta por veinte retratos o ensoñaciones posibles de mujer, con numerosas referencias, como suele suceder en su obra, a otros muchos escritores y “lecturas” de la siempre dudosa realidad –de Salinger, Nabokov, Breton, Joyce y Stendhal, a escritores rumanos como Ion Creangă - significó un éxito rotundo de ventas en su país. Seducido siempre por la figura ambigua del doble, por torturadas sensualidades –como se percibe en el relato “Los gemelos” de su libro Nostalgia, pero también en El Mendébil y en la magnífica nouvelle REM- por el travestimiento, la androginia y la figura mitológica de la “Quimera”, todo ello se materializaría de forma central en su novela Lulú (1994), que traía a la memoria el perturbador personaje de la ópera de Alban Berg, basada en la obra homónima de Wedekind.  En 2010 aparecería Las Bellas Extranjeras y en 2012 otra de sus obras de más éxito, El ojo castaño de nuestro amor.

La suya es una cautivadora y muy brillante prosa entre lírica, siniestramente cómica, especular y metafísica, siempre llevada hasta sus mismos límites, en una especie de arriesgada mise en abyme. Las legiones de lectores que acompañarían cada una de las apariciones de sus libros se habituarían poco a poco a sus hipnóticos y fantásticos laberintos, a sus singulares mundos literarios, entre realidad y fantasía, entre sueño y alucinación, entre parábolas y alegorías, o entre juego y parodias desopilantes, que ensalzaban sobre todo una soberbia puesta en escena de una imaginación sin límites ni fronteras de ningún tipo. Una escritura siempre llevada al máximo de su poder expresivo, a la ambición más total y desusada.  La siempre asombrosa singularidad de los textos de Cartarescu, lo fantasmagórico, tortuoso,  kafkiano y posromántico de sus laberínticas pesadillas surreales, que beben tanto de la poesía de Novalis como de Poe, Nerval, Borges y Hoffmann, y que crecen y se embrollan fantásticamente, como en un caleidoscopio polifónico y monstruoso, mezclando la crudeza y grisura de lo cotidiano, con lo inconcebible de la Historia y del pasado que los ha borrado a todos como sujetos reconocibles en una sola identidad, no dejan nunca indiferente al lector. Un lector que, borradas por completo las fronteras de lo real, recorre los pasadizos subterráneos de la ciudad de Bucarest, la verdadera y oculta protagonista de sus relatos, en ocasiones sórdida y truculenta, otras deslumbrantemente bella y sinuosa, sostenida en el espacio por la introspección onírica y por la fuerza de las imágenes de otros tiempos, cuando un viajero de lujo como Paul Morand la llamaba “el París de los Balcanes”. Toda la obra de Cartarescu está traducida en la editorial Impedimenta, con traducciones siempre magníficas y admirables de Marian Ochoa de Eribe.

     Conocida sobre todo como una de las mejores poetas contemporáneas a nivel internacional, con una buena representación de libros traducidos al español, como prosista, Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2024, publicó en 1992 la novela El cajón de los aplausos; igualmente dos espléndidos y brillantísimos libros de relatos, en los que trenzaba, entre realidad y fantasía, entre sueño y tenebrosa duermevela cotidiana, momentos y fases históricas de la asfixiante y ultrajante vida bajo una dictadura. Uno de ellos es Las cuatro estaciones, de 1977 (traducido en 2011 en la editorial Periférica, por Viorica Patea y Fernando Sánchez Miret, con un postfacio de Viorica Patea) y Proyectos de pasado de 1982 (también en Periférica, en 2008, por los mismos traductores, con prólogo de Patea).

      Uno de los mejores libros de relatos de las últimas décadas de la literatura rumana, es sin duda Proyectos de pasado, compuesto por once espléndidos relatos, de distinto género e inspiración: biográficos y memoralísticos, poéticos y fantasiosos, evocativos o más documentales, con tenebrosas historias que ilustran ese triste género, la literatura concentracionaria, propia de los totalitarismos. Igual que sucedió en su día con autores como el checo Václav Havel, el húngaro György Konrád o como la Premio Nobel Wislawa Szymborska, encerrada esta última entre las cuatro paredes de su casa de Cracovia, Ana Blandiana, seudónimo de Otilia Valeria Coman (Timișoara, 1942) hija de un profesor y sacerdote ortodoxo, perseguido y encarcelado por el régimen comunista, que moriría poco después de salir de prisión, ejerció y ejerce en su país, incansablemente, de firme referente moral. Un referente persistente e inasequible al desaliento, de cara al resto de sus conciudadanos.

      En los años más duros de la dictadura, cuando la soledad y el aislamiento no pocas veces hacían abatirse a aquellos valerosos luchadores por la libertad, Blandiana protagonizó un inapreciable magisterio moral y ético que sirvió, como en los anteriores casos citados, pertenecientes a los distintos países sometidos a dictaduras comunistas del centro y el este de Europa, de aliento espiritual y de símbolo para la no claudicación. En su libro de relatos Proyectos de pasado, la presencia de lo fantástico destacaba de forma deslumbrante a la hora de denunciar la dimensión grotesca y siniestramente esperpéntica de la vida bajo un régimen totalitario. Así lo hizo en su día magistralmente el ruso Mijaíl Bulgákov en El maestro y Margarita. Situándose sin cesar en la frontera de lo real y lo imaginario, en las ficciones de Blandiana los acontecimientos milagrosos, sobrenaturales y excepcionales se infiltran en los pliegues de lo cotidiano y remiten a sentidos más profundos y siniestros de lo real.

Por su parte, una de las principales autoras de nuestros días, de todo el espectro europeo, de las más traducidas a otras lenguas, es Gabriela Adamesteanu. Nacida en Târsu Ocna, en el distrito de Bacău, en 1942, Adamesteanu ha sido periodista, activista democrática durante el comunismo y traductora del francés (su tesis doctoral versó sobre Marcel Proust), además de escritora y editora. En 1990, recién caído el régimen de Ceausescu, fundaría junto a otros el denominado Grupo para el Diálogo Social, convirtiéndose en editora de la Revista 22, perteneciente a este grupo de defensa de la sociedad civil. Hija de un sacerdote ortodoxo y de una madre especialista en economía que perdió su puesto de profesora al ser retirada su materia de estudio por parte de las autoridades comunistas, Adamesteanu provenía de un mundo en el que precisamente estas dos palabras –religión e intelectual- eran consideradas de raíz netamente “asocial”, por no decir “potencialmente sedicioso”.

En España se han traducido varias novelas suyas, siempre de igual y excepcional calidad: Una mañana perdida (la novela que la lanzó a la fama en muchos países, de 1983, en Lumen), El encuentro, de 2003 (Xorku), Vidas provisionales (2010) y Fontana di Trevi (2018), ambas en Acantilado. En estas dos últimas novelas, nos volvíamos a encontrar como protagonista a Letitia, que ya estaba presente en la gran novela de iniciación de Adamesteanu, crónica de los años 50 y 60 en Rumanía, que era El mismo camino de todos los días, de 1975 (Xorku), un auténtico clásico de la literatura contemporánea en esa lengua.

La suya es una literatura de una notable densidad, y a la vez microscopia detallista, que alterna radiografías históricas elaboradas en profundidad, combinadas magistralmente con retratos de personajes e interiores. Se trata de radiografías agudas, no exentas de ironía, minuciosas y devastadoras en ocasiones, a veces concentradas a través de un solo gesto o matiz y de un simple diálogo. Unas radiografías que adquieren una lucidez estremecedora, casi fantasmal y despiadada, y que tienen como inspiración principalmente los años del comunismo en su país, en la época del dictador Ceausescu. Un presente que se alterna con otras etapas negras del país: con los viajes a un pasado vergonzoso y colaboracionista con los nazis, bajo el mando también férreo del dictador Antonescu. 

Gabriela Adamesteanu saltaría a la fama internacional sobre todo con su obra Una mañana perdida, una historia o tapiz centrado en el siglo XX rumano. O lo que es lo mismo, la crónica de varias generaciones perdidas, de guerras e innumerables sacrificios personales, evocada en este caso a través del personaje de una anciana, Vica, que sale una mañana de casa y emprende –como la Mrs. Dalloway de Virginia Woolf en Londres- un periplo por su ciudad, Bucarest.

      Construida a base de breves capítulos, al modo de poéticas y fulminantes escenas, de una enorme negrura y a la vez de una terrible y estremecedora belleza, la escritora en lengua rumana Tatiana Tibuleac (Chisináu, Moldavia, 1978) compuso con su novela El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes un extraordinario e insólito relato dedicado a la violencia y cicatrices incurables del amor en el seno de la familia. Amores que en ocasiones matan y que dejan heridas de por vida. Unas heridas y un rencor profundo, rememorado años después, con una rabia sin consuelo, desde las primeras líneas de esta historia. La segunda gran novela de esta autora, El jardín de vidrio (2018), continuaría cimentando el enorme prestigio y extraordinaria calidad literaria de Tatiana Tibuleac. Galardonada con el Premio de Literatura Europea de 2019, en esta bellísima y dolorosa novela de iniciación se cuenta, de nuevo, con un fastuoso y sumamente cautivador trabajo de lenguaje, de poética y rica imaginación, la dura, a la vez que delicada y conmovedora, historia de la pequeña Lastochka, una niña huérfana rescatada de un orfanato durante los años más oscuros del comunismo en Chisinau, Moldavia. Ambas obras están editadas en Impedimenta.

El autor de una obra maravillosa, El libro de los susurros (Pre-Textos), de 2009, traducida a gran cantidad de idiomas, es Varujan Voganian (Craiova, 1958), escritor, político y economista, que nació en una familia de origen armenio de Rumanía. Su novela sería probablemente una de las más valiosas recuperaciones literarias sobre la memoria e historia moderna de los armenios. Comenzando en una calle armenia de Focşani, en el este de Rumanía, El libro de los susurros se convierte en una magnifica crónica, llena de color, aroma y poesía, pero también en un fiel retrato de la dura realidad vivida por varias generaciones de armenios sacudidos por el exilio: desde las mesetas de Anatolia hasta los terribles círculos de la muerte en el desierto de Deir-ez-Zor, y desde Constantinopla hasta Rumania en la década de los 60. Con el admirable talento de un narrador oriental, Vosganian reconstruiría la vida de sus padres, antepasados y vecinos armenios, convirtiéndose en uno de los textos rumanos más potentes publicados tras la caída del comunismo.

Otro autor sumamente brillante, de los que debutaron tras la caída del comunismo, será el irónico escritor, sociólogo y ex senador Dan Lungu  (Botoșani, 1969), autor de dos estupendas obras: ¡Soy un vejestorio comunista!, de 2007 (Pre-Textos) y El paraíso de las gallinas, de 2004 (Editorial Icaria, libro del año en Alemania en 2007). En la primera, retrataba jocosamente las contradicciones de su sufriente país durante décadas: de esa Rumanía profunda que puede ser “divertida, irracional y fascinante” y que, en medio de una dictadura, sigue inventando chistes sobre Ceausescu y riéndose, pero que tras una milagrosa revuelta popular, disfruta de la ejecución del dictador el día de Navidad, sin impedirle tampoco, poco después de la ejecución, “caer en la nostalgia” y lamentar la caída del comunismo. Por su parte, alternando la ironía y la ternura, en una formidable visión sociológica de la Rumanía poscomunista, El paraíso de las gallinas (Premio de Literatura Europea 2008) retrataría la vida en una calle tranquila, la calle de las Acacias, en la periferia provinciana de Rumanía,  donde sus habitantes están jubilados o desempleados, pero donde las habladurías y chismes televisivos no permanecen en absoluto ociosos.

Autora de dos destacables novelas traducidas a nuestro idioma, Los inocentes(Armaenia) y La vida empieza el viernes (Premio de Literatura de la Unión Europea 2013, en Báltica), Ioana Pârvulescu (Brasov, 1960) es de las escritoras más importantes del panorama actual de la literatura rumana y ha recibido dos veces el Premio de Literatura de la Unión Europea. Ha sido editora de la revista România literara y traductora del francés y el alemán. En La vida empieza el viernes se cuenta la misteriosa aparición el viernes 19 de diciembre de 1897, de un joven que nadie conoce: un hombre desconocido que ha sido encontrado desmayado en la nieve, en un bosque cerca de Bucarest. Una gran cantidad de teorías y especulaciones surgirán alrededor de este acontecimiento. Por su parte, en Los inocentes, se narra la historia de una familia y una casa de la ciudad transilvana de Kronstadt (Brasov), a través de la mirada ingenua y luminosa de una niña.

Otro autor que ha significado un fabuloso descubrimiento en los últimos tiempos es Cristian Fulas que recibió el Premio Observator Cultural al mejor debut en 2015 por su dura novela de trasfondo autobiográfico La vergüenza. El libro trata sobre la impresionante bajada a los infiernos de un personaje,  en el abismo obsesivo de una adicción, el alcoholismo, con las  consiguientes “vueltas en círculo”, planeando sombríamente por clínicas, tratamientos médicos, rehabilitación, recaídas, lucha en soledad y aislamiento “consigo mismo y con los demás”, en medio de una Bucarest fantasmagórica, en batalla permanente contra la felicidad y “la vergüenza que le persigue como una maldición”.

Junto a todos estos buenos autores, hay que destacar también notables novelas traducidas estos últimos años a nuestra lengua como: Interior cero (Automática), de la joven promesa actual Lavinia Braniște (Brăila, 1983), donde se aborda con una gran agudeza la deriva y angustias de una generación que vive entre las expectativas creadas y la amenaza permanente de una perturbadora precariedad; Una forma de vida desconociday El viento, el espíritu y el aliento, galardonada con el Premio Ion Creangă de la Academia Rumana (ambas en Confluencias) de Andreea Rasuceanu (1979), esta última una ambiciosa ficción que documenta fabulosamente dos siglos de la historia rumana, desde la época de los boyardos hasta la actualidad; Cercanías (Traspiés), de Marin Mălaicu-Hondrari, nacido en 1972, historia que reúne a un grupo de poetas rumanos, con sus pactos, ideales y sueños; Negro y rojo (Xorki), de Ioan T. Morar (Şeitin, 1956) novela que aborda temas tabúes como la deportación de los gitanos a Transnitria y el genocidio cometido por el ejército rumano contra los judíos de Odesa; La gata del viernes: el libro de los manjares perversos (Esdrújula), de Doina  Ruști (Comosteni, 1957), que mezcla ficción histórica con una trama detectivesca; Punto y aparte (Huso) de Gabriel Chifu (Calafat, 1954) cuya trama de comienzos del siglo XXI retrotrae también a los años 40 y la posguerra mundial, en que Rumanía cambió completamente de historia;  En ausencia del padre (Dalya) de Stelian Țurlea, periodista nacido en 1946, donde se narra la historia de un hombre detenido y encarcelado en los años 50, a causa de un accidente, dejando a su hijo de 11 años al cuidado de la familia; No pasar (Do not cross), editado por Dos bigotes, de Dora Pavel (Deva, 1946), que narra en primera persona la confesión de un secuestrador escapado de un hospital psiquiátrico; Saludos (Pre-Textos) de Alexandre Ecovoiu (Bucarest, 1943), cuya novela se convierte en una parábola sobre la libertad y la utopía, mezclando elementos eróticos, mágicos y fantásticos; La sexagenaria y el joven (El Nadir) de Nora Iuga (Bucarest, 1931) escogido como mejor libro por la Unión de Escritores Rumanos en el año 2000, donde esta conocida poeta rumana ofrecía una obra llena de humor, ternura y seducción.

      Un grupo importante de autores rumanos de nuestros días que están escribiendo en otras lenguas está encabezado por la Premio Nobel de Literatura Herta Müller, descendiente de suabos emigrados de Rumanía que vive en Berlín, adonde se exilió en 1987. Nacida en Nitzkydorf, pequeño pueblo perteneciente a la minoría germanófona de Rumanía, en la región del Banato, Herta Müller vivió allí sus primeros años, hasta el comienzo de sus estudios en la Universidad en Timisoara, inmersa en un ambiente claustrofóbico, dominado por el miedo y por la idea de pertenecer a un gueto vergonzoso, a causa de su colaboracionismo durante la guerra. Müller saltó a la fama internacional con dos magníficas obras, ambientadas en el Banato, En tierras bajas, de 1982, que hoy puede ser considerado perfectamente un pequeño clásico moderno, que lanzaría a la fama a esta escritora y que le haría obtener numerosos premios, y otra espléndida obra  posterior, El hombre es un gran faisán en el mundo, de 1986 (ambas en Siruela).

    Un apartado este en el que, sin duda, hay que citar  a otro excelente creador, el dramaturgo, poeta y narrador rumano en lengua francesa Matei Visniec (Rădăuți,1956), autor de una original y fantástica filigrana literaria, El hombre que vendía comienzos de novela (Galaxia Gutenberg) de humor feroz combinado con una fascinante erudición, donde abundan los personajes en busca de un autor, y donde el lector se pasea desde un pasaje parisino del Café des Timides hasta la Casa de los Escritores de Bucarest.

       Por su parte, la bellísima novela La casa limón, de la poeta y traductora Corina Oproae (Transilvania, Rumanía, 1973) ha sido la justa ganadora del Premio Tusquets de Novela 2024. Oproae es una escritora que ha alternado en su obra el catalán y el castellano. En esta lengua ha escrito su primera novela, en la que se cuenta la historia de una niña soñadora, y fervorosa lectora, que evoca sin cesar una casa que ya no existe: la añorada Casa Limón, “engullida y luego vomitada” por máquinas implacables del régimen de Ceausescu, en favor de un minúsculo y triste apartamento obligatorio. Junto a ella, otra destacada autora, nacida en Bucarest, en 1978, pero que escribe en español, es la poeta, narradora, ensayista y profesora en la Universidad de Granada, Ioana Gruia, con excelentes libros como El expediente Albertina (Edhasa), La vendedora de tiempo (Renacimiento), Las mujeres de Hopper (Tres Hermanas) y La mujer de rojo (Sonámbulos). Juntas representan a la nueva y brillante generación de autores rumanos de nacimiento que están escribiendo obras en lenguas de nuestro país distintas a la suya materna.