La poesía de Vicente Cervera alcanza plenitud expresiva en El sueño de Leteo (Sevilla, Renacimiento, 2023) gracias a una destilación estética en la que se dan cita el impulso hímnico y la cadencia elegiaca, la emoción y el misterio, la sensualidad y la erudición. A lo largo de la trayectoria del autor se prefiguraban diversos temas que encuentran una feliz decantación en estas páginas. El descubrimiento de la otredad, la interrogación sobre el enigma de la existencia o la reflexión metapoética son motivos que ya asomaban en la galería de semblanzas literarias contenida en De aurigas inmortales (1993, reeditado en 2018), en los acordes que animaban La partitura (2001) o en las inquisiciones metafísicas que protagonizaban El alma oblicua (2003) y Escalada y otros poemas (2010). No obstante, El sueño de Leteo aporta una nueva tonalidad que surge de la aleación entre la serena distancia y la combustión emotiva, de tal modo que se difuminan las fronteras que separan “el desgarrón afectivo” de la evocación lírica. También la impronta de los maestros aparece ahora metabolizada en una voz personal, por más que adivinemos aquí y allá la huella de los clásicos latinos, la altivez estoica tamizada por los vates del Siglo de Oro, el homenaje a los románticos alemanes o la acogedora sombra de Borges, a quien Cervera ha estudiado en su faceta de investigador y profesor universitario.

Si bien El sueño de Leteo se divide externamente en tres partes numeradas, no es difícil apreciar una serie de hilos conductores que dotan de continuidad al discurso. El primero se corresponde con las paradojas de la identidad, que nos muestran a un yo escindido y tentado alternativamente por la luz y la oscuridad. Ya el primer poema, “Leteo”, en el que el poeta discute con “el impostor de la conciencia”, remite a los monodiálogos de Gil de Biedma, aunque sustituyendo el efecto de intimidad y el registro coloquial por una pudorosa lección existencial. La presencia del doble se advierte asimismo en “Mi maestro”, una recreación del mito de Jekyll y Hyde, o en “Over the rainbow”, donde el camino de baldosas amarillas conduce al extrañamiento: “Bajé / la vista y allí esperaba, radiante, / mi otro yo: la fecha, el nombre y el árbol / de la genealogía”. Las máscaras subjetivas se asocian en ocasiones con el somnium imago mortis, según se observa en “Despiertas” o “Del sueño”, y con los símbolos de la desazón, como la lechuza o el “felino rampante” que vigilan a un yo aprisionado por la rutina en “El filo”.

Otro núcleo semántico del libro es la oda a los poetas, a quienes se les atribuyen valores vinculados a la ilusión, la inocencia y la libertad. Con todo, la materialidad del mundo circundante los condena irremisiblemente al desencanto: los retratos espirituales de Hölderlin (en la torre de “Tübingen”) y de Byron (ante las tinieblas de “Tenebrae factae sunt”) ejemplifican el combate entre el anhelo auroral y la propensión a la penumbra. De distinto sesgo es “Unidos en Eleusis”, que se eleva sobre la desesperanza para culminar con una admonición a los poetas de la Arcadia bajo la bandera del paganismo hedonista: “Unidos en Eleusis, poetas del Leteo”. Junto con la poesía, la música adquiere relevancia en “O grosse liebe!” (sobre una pieza coral de Bach), “Algarabía” (consagrado a un coro de gorriones) o “Bremen”, que retoma la melodía del cuento “Los músicos de Bremen” para reivindicar la capacidad catártica del canto “frente al presagio oscuro o la noticia / ronca o el heraldo negro o la sonrisa / hosca”.

La elegía amorosa constituye el eje de algunos poemas en los que se entrelazan la pérdida de la inocencia y la cicatriz del deseo. “La inocencia”, “Anima dannata” o “Dos almas” inciden en la fugacidad de una comunión erótica que a menudo desemboca en “turbias lágrimas de ausencia”. Siguiendo el lema del romance francés “plaisir d’amour ne dure qu’un moment, / chagrin d’amour dure toute la vie”, el personaje de estos versos lleva a cabo una ritualización amorosa presidida por la melancolía. Así ocurre en “Del absurdo” o en “Halloween”, en cuyo desenlace los disfraces aterradores se reemplazan por una espectralidad más inquietante: “Sabían que los esqueletos / no estaban en los disfraces ni en los filosos / chillidos, sino en sus pasos torpes y en sus desligados / corazones”. De ese desligamiento dan cuenta igualmente aquellas composiciones que afrontan con serena resignación el paso del tiempo, a veces atemperado por la compañía de los libros (“Clamor”, que rubrica el mensaje de Quevedo en “Desde la torre”) y otras veces adscrito a la plantilla tópica de las ruinas (“Mutaciones”, donde la devastación arquitectónica funciona como una suerte de correlato psíquico del paseante que contempla los estragos de la vanitas).

El último apartado de El sueño de Leteo aún nos depara más sorpresas: si “La vergüenza” ofrece una entrañada denuncia social mediante la reconstrucción de una estampa infantil, “Rosas y apotegmas” se erige en una conturbadora elegía a la figura del padre, más cerca del regeneracionismo del Machado que cantaba a Giner de los Ríos que del patetismo al que se prestan esta clase de composiciones, en las que el dolor por la pérdida suele imponerse a la coloración afectiva del recuerdo. En definitiva, con El sueño de Leteo Vicente Cervera emprende un viaje hacia el alumbramiento (tanto hacia la luz de la conciencia como hacia la ceniza de la memoria) y firma su mejor libro hasta la fecha.

 

Vicente Cervera, El sueño de Leteo, Sevilla, Renacimiento, 2023.