No se equivocó Pere Calders, auténtico padrino literario de Jesús Moncada, cuando en 1981 apostó por la narrativa del autor de Mequinenza. En esas fechas, tan primerizas, apenas unos pocos relatos –refrendados, eso sí, con algunos premios menores[1]-, hablaban de la incipiente trayectoria narrativa del autor que, sin embargo, para el buen olfato y la inteligencia literaria de Calders suponían ya la concreción de un universo sólido y asentado (“Hi ha contes seus que podrien figurar amb plena dignitat en quasevol antologia del génere…” Avui, 9-IX-1981). Apuesta que, asimismo con rapidez, fue corroborada por varias crónicas literarias y reseñas adelantadas, como las publicadas por María Aurelia Capmany o Francecs Parcerisas[2] que, sin duda, ayudaron al conocimiento del quehacer de Moncada. Tampoco erraron quienes, bastantes años después, al igual que Artur Ramoneda (Diario 16, 16-XI-1989), pronosticaron el “camino prometedor” que Cami de sirga abría para la literatura catalana y española. Por eso, desde la aparición de esta novela, en la raya misma de la última década del siglo XX, la realidad se impuso de forma tan tozuda y los galardones, merecidos, llovieron en tromba sobre la trabajada trayectoria del autor de Mequinenza, avalando de manera indiscutible el interés temático o la valía de su narrativa escrita en catalán, la lengua materna de Moncada. Una narrativa densa y siempre en progresión cualitativa con cada nueva entrega editorial. Entre los premios recibidos por aquellas fechas encontramos los más prestigiosos del panorama literario catalán como el “Ciutat de Barcelona” o el “Serra d´Or” y, por supuesto también, los que se consideraban claves en ámbito español, caso del “Premio de la Critica”, sin olvidar la condición de finalista en el “Nacional de Literatura”[3].
A partir de este momento esplendoroso, con el correr de las dos décadas siguientes, a Moncada aún le llegarían otros galardones sustanciosos, bien de corte institucional –Creu de Sant Jordi 2002, Letras Aragonesas 2004 – o bien de reconocimiento –Premi dels Escriptors Catalans ALEC, 2001- al margen de la mercadotecnia propia al consumo literario. Galardones que acompañaron merecidamente a su producción narrativa posterior, con un compás casi idéntico al paso que el autor dedicó a su singladura creativa, centrada en un universo particular que siempre deambuló por las proximidades de la mirada ensayada en sus primeros relatos, tal como puede verse -asumiendo algunos cambios de tiempo, atmósfera o espacio- en La galerie de les estàtues (1992), Estremida memòria (1997), Calaveres atonites (1999) e, incluso, en la compilación de artículos y prosas que publicó bajo el título de Cabòries estivals i otras proses volanderes (2004).
Sin embargo, entre todos estos datos, hay que dejar constancia de un hecho clave que, a la vez, es bastante inusitado en nuestros días: Estamos ante un sorprendente ritmo de escritura que, junto a otras cualidades como la serenidad o el afán de perfección – también visibles en el ritmo de publicación-, posee una lentitud significativa, algo que contrasta con el vértigo que habitualmente se puede observar en otros escritores contemporáneos de Moncada. Ciertamente, entre 1970, fecha del primer texto publicado por el autor mequinenzano, y 1989, inicio de un imparable éxito, transcurren diecinueve años y, en todo este tiempo, Moncada tan sólo publica dos libros de relatos -Històries de la mà esquerra y El café de la Granota- y una novela –Cami de sirga[4] - . Algo similar se observa en los quince años siguientes, puesto que, entre 1989 y 2004, publica las tres obras anteriormente citadas, además de una recopilación de textos y artículos menores. Es decir, un ritmo que, sin duda, permitió la solidez de un trabajo creativo, tan personal de nuestro autor, que, por fortuna para la literatura catalana y española, quedó traducido en el fecundo universo narrativo que define a su literatura. Un universo que, a la vez que peculiar, se muestra intransferible y, sobre todo, está lleno de intertextualidad, con Mequinenza y sus alrededores como epicentro de unas muy jugosas historias narrativas.
Mequinenza: El alma de Moncada
Si Històries de la mà Ezquerra o El Cafè del a Granota constituyen, con la brevedad del apunte y sus destellos, el embrión y el cañamazo del territorio imaginario-real usado por Moncada en narrativa y, también, en lo concerniente al perfil de los personajes que lo pueblan, Cami de sirga supone un magnífico punto central, cuando no casi el final logradísimo, de ese mismo universo y de sus atmósferas[5]. Ello es así, aunque, luego, en otras novelas, el universo que mencionamos continúe presente, parpadeando de tanto en tanto, y se prolongue temporalmente hacia la lejanía del pasado, caso de Estremida memoria[6], o hacia la cercanía del presente como sucede en La galeria de les estátues [7](7).
La conclusión es que, en todas las citadas obras de Moncada, la Mequinenza evocada y recuperada se asienta en la realidad del entorno vital de autor, en el pasado histórico de ese entorno y, especialmente, en el fluir de las charlas de café y de los carasoles que el autor llegó a conocer. Fluir con el que, como pocos, Moncada saber explorar, a la perfección, el filón de la oralidad. Un filón que, además, el autor usa para sintonizar con la voz colectiva que, al fondo de novelas y relatos, encarna el personaje, plural e innominado, de la población de Mequinenza, la cual acaba despojándose de todo localismo para hacerse universal. Y ello en parte es también así porque Moncada diferencia muy bien entre ser novelista y ser historiador. Una diferenciación que le permite no sólo huir de una interpretación plana de una realidad que descanse en la mera descripción de los hechos sucedidos, sino que le ayuda a la mixtura de esa realidad con la ficción sin, por ello, perder la esencia del alma mequinenzana que alienta con fuerza al fondo de sus novelas y relatos.
De ahí asimismo que esa voz de narrador omnisciente que suele usar Moncada se fusione o, mejor, esté asentada en una polifonía de voces, más o menos presente o potente. Voces que, con cualquier excusa, aparecen en las novelas o desde los relatos –objetos, fotografías, etc.- rescatando del olvido el pasado plural que el autor evoca y por el que, además, tanto interés muestra. Ello es así porque Moncada es consciente de cuán necesario resulta el poso secular para la entidad e identidad de un pueblo. Y más todavía, cuando ese pueblo, como le sucedió a Mequinenza, se ha convertido en una anodina planicie, sin apenas accidentes, representada a lo sumo por lo enigmático de la enorme balsa de un pantano.
La multiplicidad de puntos de vista, por nimios que sean, ayudan, con la especial suma de pequeñas historias que es la novela –también los libros de relatos-, a la buscada plasmación colectiva de la villa ya desaparecida, la cual, pese a su inexistencia, acaba siendo universal. En suma, gracias a ello, Moncada “verbaliza” la vida plural que existió y que configuró a Mequinenza y sus gentes: una isla proletaria en un mundo agrario. Es decir, Moncada con palabras hace real lo ya inexistente. Su literatura otorga realidad a la vida de una colectividad, suma de vidas, en todas sus dimensiones imaginables. Desde lo físico de una calle o una plaza, cargadas de una vida que viene desde el pasado, pasando por los sucesos que construyen la historia o la tradición, hasta el mismo arco iris de las pasiones humanas. Desde la extravagancia y la bufonada a la dura realidad del minero. Desde la dependencia de la colectividad con respecto al río hasta los íntimos secretos de familia.
De ahí que el universo menquinenzano que define a la narrativa de Moncada está compuesto de muchas microhistorias –piénsese en la importancia del concepto coral de Camí de sirga o en la ya señalada intertextualidad temática y de personajes, especialmente común a las tres primeras obras del autor- que, unidas todas, ofrecen una auténtica macrohistoria. Es decir, cada personaje, cada anécdota, cada suceso, cada línea argumental…, escamoteados al cementerio del olvido y, por tanto, recuperados en las novelas de Moncada, no son sino fragmentos de una realidad colectiva que tuvo entidad en el pasado –una realidad que, a pesar de haber desaparecido físicamente, seguirá teniendo entidad en la memoria literaria gracias a las ficciones de Moncada-. Y que, gracias a la suma y superposición de ellas, logra conformar el puzzle total que reconstruye tanto el edificio de la historia como el edificio de la memoria. El universo literaturizado por Moncada ofrece, en consecuencia, una rica visión y explicación de colectividad que, en el caso concreto de la lectura, corresponde a la de la de la villa de Mequinenza en todas sus direcciones vitales. Sin embargo, por su valor y por su proyección, lo narrado por Moncada no queda ahí, en el localismo, sino que posibilita, sin problema alguno, la representación de un período temporal idéntico en la misma Historia de España.
Ciertamente, las peleas sociales de la pequeña ciudad o villa de Mequinenza, su peculiar discurrir diario, tan multicolor –navegantes, mineros, agricultores, funcionarios, arrieros, burgueses, grandes propietarios, comerciantes…, ya autóctonos o foráneos-, que Moncada nos plasma en sus obras y, en particular con Cami de sirga, se convierte en trasunto de la realidad española de una época concreta, llegando así a dibujar un clarificador fresco colectivo de casi un siglo. Precisamente, a este concepto de metáfora sobre la España del siglo XX debe Moncada una buena parte de la condición de universalidad alcanzada por Cami de sirga y, por tanto también, la aceptación de los lectores de casi medio mundo (8).
Por otra parte, Moncada ha conseguido también que una sociedad no urbana, además de un tanto recóndita y alejada como es el caso de Mequinenza, adquiera valor universal al haberla convertido en mito literario. Junto al especial territorio que, para el mito, constituye la villa de Mequinenza -dado que atesora en su seno, como ya se ha apuntado, mundos tan distintos como los relativos a la navegación fluvial, la minería o la agricultura (9) con todas sus derivaciones-, nuestro autor utiliza otros resortes narrativos. Así, al lado del tratamiento épico, Moncada explota narrativamente la tragedia inherente que contiene la demolición y desaparición de una villa milenaria frente a ambiguas fuerzas del “progreso” –construcción de un pantano-(9), sin olvidar, tampoco, la unión de todo ello a un tono y a una postura elegiacos, o a la densidad vital y temática que se concentra en la novela: Idea de un paraíso perdido ante el empuje que conlleva la evolución y el progreso, la destrucción que acarrea el choque de estas dos fuerzas contrarias o, incluso entre otros variados aspectos, la confluencia y equilibrio de dos concepciones del mundo, tan distintas, que, al mismo tiempo, hacen de Cami de sirga una novela del río y una novela de la tierra –también se observa en algunos relatos de los libros que preceden a la novela-. Y, junto a ello, una oportuna distancia a la hora narrar que, sin embargo, no conlleva un abandono del compromiso. El trasfondo social y político ese vidente.
Todos estos elementos, sintonizados y engrasados con habilidad técnica y temática, son los que permiten la comparación de Cami de sirga con mundos narrativos universalmente aceptados, tales como los siempre citados de Macondo (G. García Márquez) o, entre otros, de Región (J. Benet). Y, también, los que hacen que Cami de sirga adquiera, en consecuencia, valor de referente universal.
Para lograr todo lo anterior, Cami de sirga comienza con las escenas que describen la explosión y el derrumbe de los primeros edificios mequinenzanos a principios de la década de los 70. La historia parte de ese “ahora”, del momento en el que se observa, al tiempo que se narra, la demolición y el abandono obligado de Mequinenza y, también, del mundo que en su interior ha ido atesorándose a lo largo de los siglos. Es, por tanto, un “ahora” emotivo y crítico, pues, por un lado, se descubren las hechuras de una realidad, hasta entonces oculta por el manto de la rutina que destila el día a día; y porque, por otro, el dolor se hace presente ante el descubrimiento de la realidad física que supone la ausencia definitiva de todo cuanto se ama y dota de sentido. Son escenas que conforman el principio de una realidad que tiene forma de ausencia definitiva y que, tan sólo, podrá ser atrapada, a partir de ese ·ahora”, mediante los recuerdos. Y, también, son escenas que marcan el término de otra realidad, la del fin de un presentimiento agónico que ha estado aleteando sobre Mequinenza y sus gentes desde que comenzó la construcción del pantano. Ambas presiden todo cuanto Moncada acomete en la narración de su especial universo, tan vital en casi todas sus novelas y relatos. Esa es la esencia de su fuerza narrativa, al tiempo que el destino implacable, conocido y presente, que guía los recorridos del discurrir narrativo de las historias creadas por Moncada.
No en vano, desde este instante - trágico para la colectividad que la villa representa y, por supuesto, para quien accede a la lectura de la novela o de gran parte de sus relatos- se produce en Cami de sirga una retrospectiva plural, gracias a las diversas historias contadas por los personajes que sostienen el edificio narrativo. Una retrospectiva que, además, deviene ya en el único mundo que puede ser real.
Se trata del ofrecimiento hecho a base de recuerdos por una serie de individualidades - de diferente condición social y narrativa- o de personajes que poseen dimensión colectiva –Familia Torres, por ejemplo- o, incluso, de personajes simbólicos – Doña Carlota…- que, con su particular y peculiar historia a la espalda, posibilitan una visión parcial para, en su conjunto, granar la panorámica más completa y verosímil de la vida social y espiritual. Una “mirada” múltiple que, a lomos del recuerdo, bucea por el pasado y nos trae todo lo esperado o imaginable: Desde la beatería al anticlericalismo, desde el trabajo a la diversión, desde la realidad al esperpento…. Pero, atención, la “mirada” múltiple se lanza sobre realidades que ya no existen porque las explosiones y derrumbes descritos por el autor al comienzo de la novela son quienes, de verdad, conforman la última realidad física existente. Por tanto, todo carece de la solidez del futuro. Lo que se cuenta, tan sólo es pasado inexistente, aunque sea pasado evocado y sen os permita ver, incluso, como envejecen los personajes. Por ello, es tan explicable la escasa sensación sobre el transcurso del tiempo –tiempo de duración del relato-, la estructura circular de Camí de sirga y la continua intertextualidad que preside la narrativa de Moncada.
La “mirada” persigue el alma de la colectividad de Mequinenza y su entorno. Persigue el rescate de la memoria a través de diversos círculos concéntricos que abordan desde lo material a lo inmaterial, de lo individual a lo social, desde lo íntimo a lo convencional . Y todo ello, en aras de evitar que la carga existencial que ha definido a Mequinenza y sus gentes en el tiempo y en el espacio se pierda en la corriente del olvido. Para que a la memoria –esta es la única razón de tener consideración y de ser humanos, pues a eso nos reducimos los humanos: a memoria - no le suceda lo mismo que a la realidad física de los edificios y muelles de la villa Mequinenza, desaparecidos tras la potencia de las detonaciones o con el traidor lameteo de las aguas retenidas por el pantano. Está claro: un suceso se encadenará a otro, un recuerdo llamará al siguiente, un personaje buscará a otro. La individualidad de un hecho, del recuerdo, de un personaje se ensancha, se funde y se reconvierte para dotar de esencia y así poder interpretar lo colectivo.
Al final, desde el flash back que inicia la novela -un flash back que permite simultanear historia y presente, recuerdos y realidad, añoranzas y crítica además, lógicamente, de hacer brotar la imaginación-, Cami de sirga conforma una retrospectiva de plural procedencia y de varia dirección que se apoya en una memoria fértil y prolija, tanto en precisión como en detalle. Aspecto éste que concuerda a la perfección con el entretejido de las historias individuales antes mencionadas, las cuales se hunden, con suma nitidez, hasta los inicios del siglo XX y, de manera menos precisa, por determinados momentos del XIX. De esta manera surge el mito: a partir de una memoria colectiva, recuperada en retazos, avivados todos ellos por lo trágico de una desaparición y, sin duda, también por el cruel destino que espera siempre a todo que cae en el seno ineludible del olvido.
Sin embargo, también se debe advertir que, aunque es evidente el uso a conciencia de ese mundo desaparecido y de su narrar doloroso que, por lo general, se escora hacia la tristeza y la elegía, Moncada ha sabido y ha conseguido distanciarse. En especial, gracias al tratamiento irónico con el que dota a gran parte de sus materiales narrativos. Y, también, por la sutil punzada con la que ensambla una historia real novelizada, construida con el cañamazo ya mencionado que proporcionan infinidad de pequeñas historias. Historias que, a su vez, posibilitan también la aparición de lo poético, del símbolo (11), la nostalgia, la crítica, el sarcasmo, el humor, lo carnavalesco…mostrando así la pericia de Moncada que, a su vez, incita a la reflexión plural. Pues, sus relatos y novelas, a través del alma perseguida –esa Mequinenza siempre presente, rescatada y evocada-, constituyen también un solar adecuado para el odio, el amor, el poder, la guerra, la violencia,
La memoria reconstruye un amplio periodo temporal y evoca y recupera espacios físicamente desaparecidos. Resumiendo, podría decirse que las mencionadas microhistorias que aportan los múltiples personajes del universo creado por Moncada (12) se impregnan de historicidad. Pues, por un lado, se apoyan en la verosimilitud que destila la realidad cotidiana que Moncada capta con rasgos próximos a lo etnológico –visión de oficios, costumbres, por ejemplo- y, por otro, se incardinan a los grandes hitos históricos que han definido y definen la existencia reciente de Mequinenza –siglos XIX y XX-. Y, tal como ya se ha dicho, obviando cualquier localismo, para, en último término, crear una macrohistoria o una crónica generalizable, capaz de proporcionar que el universo menquinenzano de Moncada conforme una metáfora de la sociedad española de parte del siglo XX.
Por otra parte, es esta misma evocación la que permite -al revivir lo no existente desde el punto de vista físico- que afloren también la imaginación y la fantasía. Sobre todo gracias al carril brindado por la pluralidad de perspectivas aportadas por los distintos personajes del universo coral de Moncada, cuyos antecedentes están ya muy visibles en los libros de relatos que preceden a Cami de sirga. Circunstancia que, también, en la última obra, Calaveras atontes, vuelve a tomar fuerza, puesto que posee consistencia coral a pesar del a independencia inherente a los relatos –de nuevo, una “mirada” omnisciente que tiende a la colectividad: el secretario de juzgados-. Y, también, porque aborda la vida y comportamiento de unos personajes que, además de descansar en la Mequinenza moncadiana, adquieren volumen gracias a ésta.
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Notas:
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(6) En Estremida Memoria, tercera y última novela de Moncada, se nos transporta a la Mequinenza del siglo XIX, Caspe y alrededores, puesto que se reconstruye y narra un hecho de vital trascendencia en la villa. Se trata de un suceso de crónica negra que, al mismo tiempo, fue también realidad histórica y que, en la novela, se mece en las olas de la imaginación Un suceso de bandolerismo, trágico, que aún vive en la tradición oral desde el lejano otoño de 1877. Otra vez, la tradición oral y la historia se funden en el trabajo creativo de Moncada. El asalto y muerte del recaudador de impuestos –además de la muerte de un arriero y un guardia civil- que conllevaron el fusilamiento de los asaltantes en Mequienza estaba vivo en la memoria de Jesús Moncada y del os habitantes de Mequinenza y fue accionado narrativamente cuando en el juzgado de Caspe se halló el manuscrito del escribano que siguió el proceso.
(7) Aunque el escenario principal se traslada a una imaginaria Terralloba que, sin duda, tiene mucho que ver con la Zaragoza de Moncada estudiante, Mequinenza y su entorno sigue siendo centro gravitatorio del universo narrativo de Moncada. El protagonista es un joven estudiante mequinenzano quien, lejos de su villa, observa la realidad de la España de los años 50, ejecutando un retrato pormenorizado de Torrelloba, dominada por la Iglesia y el estamento militar. Pero, mientras lleva acabo este retrato, en el fondo de la historia se escuchan ecos del pasado más reciente –Guerra civil, por ejemplo-, donde Mequinenza, de nuevo, es el eje central.
(8) La obra de Moncada –en especial, Cami de sirga- ha sido traducida a más de veinte lenguas: ruso, húngaro, portugués, inglés, danés, francés, alemán, sueco, holandés, rumano, esloveno, polaco, vietnamita, japonés… además de castellano, gallego o aragonés.
(9) Más concretamente Mequinenza es la rica simbiosis de un habitat fluvial con economía minera en un ambiente rural que hunde su origen en la Historia.
(10) Mequinenza, una villa con enjundia, historia y prosapia, fue víctima clara, en aras del famoso “bien común”, del desarrollismo español de los años 50 y 60. En 1950 se iniciaron las obras del pantano, obras que finalizaron en 1966. Son, por tanto, 16 años de incertidumbre y agonía, prolongados hasta el final de la década de los 60 con una luchas in futuro.
(11) El Ebro, por ejemplo, fuente de vida, acaba configurándose como un símbolo bastante significativo y claro: Mientras el río ha fluido libre, Mequinenza ha gozado de vida. Al estancar su aguas con el pantano, al aprisionarlas y dormirlas, la población también queda fijada en el tiempo, quieta. Es el tiempo del olvido. O, también, la vida es como un camino de sirga, a contracorriente, para evitar que se llegue demasiado pronto al mar, que es el morir.
(12) En varias entrevistas Moncada ha reiterado que, en proceso de construcción de sus novelas y, en particular, en el de Cami de sirga, sobre la experiencia personal está también la experiencia de otros mequinenzanos. Afirmaciones que bien podrían explicar no sólo la abundancia de la microhistiria, sino también los continuos cambios de perspectiva temporal, conseguidos gracias a la memoria evocadora de tal o cual personaje. Un ensamblado difícil y laborioso que, sin embargo, está perfectamente conseguido.
[1] Premi Burgés 1970 (La lluna, la pruna), Premi Joan Santamaría 1971, Premi “Crida als escriptors Joves”1971(Crónica del darrer rom) y Premi Jaume March (La pell del riu).
[2] “Tres propostes prou engrescadores pera la jove narrativa catalana”, El Mon, 15-X-1982.
[3] En el “Ciutat de Barcelona” Moncada compartió, nada menos, premio y cartel con Pere Gimferrer y Manuel Vázquez Montalbán, mientras que en la final del “Nacional de Literatura”, lo hizo con Bernardo Atxaga, Carlos Barral, Julio Llamazares, Juan José Millás y Vicente Molina Foix.
[4] Varios años de trabajo y siete reescrituras necesitó Camí de sirga antes de ver salir de la imprenta. Cuatro años y tres reescrituras Estremida Memoria”…