Solía contar Almudena Grandes que el éxito de ventas obtenido por Las edades de Lulú (1989) la había sacado de redactora anónima de entradas de Enciclopedia y Atlas y le permitió dedicarse de lleno a la literatura. Era Las edades de Lulu una novela erótica en la colección de Tusquets “La sonrisa vertical”, que asesoraba Luis García Berlanga y que junto a las novelas de Milán Kundera permitió el despegue económico de la editorial Tusquets, empresa que mantenian a flote Beatriz de Moura y Toni López Lamadrid. Es Tusquets editorial a la que Almudena Grandes siempre se mantuvo fiel y que ha sabido dotarse de unos pocos de siempre, como Luis Landero y Fernando Aramburu. Si Las edades de Lulú significó sus inicios rompedores al retratar la sexualidad desinhibida de la conocida como movida madrileña, tanto las dos novelas que la siguieron, Te llamare Viernes (1991) y Malena es un nombre de tango (1994), afianzaron el que sería su propio estilo novelístico en que más o menos explícitos o declarados, Almudena Grandes iba a incorporar episodios autobiográficos no presentados como tales, sino a la manera de fondo sobre el que armar la vida amorosa de una joven en la conocida como Transición española. Estas dos novelas primerizas aunque menos logradas que lo serían las siguientes, anclaron ya las dos causas más fuertes de la alianza de Almudena Grandes con sus lectores: un fondo de autenticidad en que la narradora se sitúa, con sus protagonistas, al nivel de ellos y el decidido empeño a que aquello que cuenta, el mundo de sus novelas fuera representativo de muchos, es decir de la sociedad de su tiempo, recuperando el denostado (entonces lo era) realismo narrativo que había tenido en maestros como Galdós su tradición más cierta.

Almudena Grandes quiso quizá hacer un guiño a su etapa de redactora de enciclopedias precisamente con una de sus mejores novelas, que me parece más sobresaliente de su primera etapa, la titulada Atlas de Geografía humana (1998). Lo primero que llama la atención en el Atlas es su cuidada estructura, porque se trata al mismo tiempo, en su forma externa, de una novela coral, con cuatro protagonistas sucesivas que van alternado la narración de su historia. Una vez nos adentramos en ella vemos que la estructura coral es tan solo aparente, porque en realidad la circunstancia de que todas las  protagonistas compartan una misma edad (entre 35 y 40 años) como la de compartir el mismo trabajo en una editorial de fascículos coleccionables, hace que este Atlas lo sea de una serie de continentes que están unidos por eso, por formar los cuatro una realidad única, que podríamos definir como la historia de las crisis de la mujer burguesa liberada a la edad en que abandona la juventud. He dicho mujer burguesa liberada, porque es muy importante en esta novela ese hecho: sería inimaginable esta novela fuera de la sociedad en que vivimos o en una sociedad rural. Es una novela visiblemente urbana y de una clase social muy definida, la burguesía media, en mujeres que trabajan fuera de casa y que tienen todas “desarreglos” sentimentales.

El conjunto de historias entrelazadas en Los aires difíciles (2002) es más ambicioso temáticamente y el cuadro que logra dibujar se ha hecho más complejo: entran episodios de la historia de España desde la guerra civil hacia acá, hay un contenido social latente, que enfrenta, en la historia de Sara, una de las protagonistas, a los ganadores y los perdedores, como una especie de revancha última de lo segundos; emerge asimismo el mundo de las nuevas estructuras familiares, nacidas de fracasos de la pareja tradicional, e incluso se narran las historias de un pelotazo financiero con fondo de corrupción política y una intriga de asesinato. Es más ambiciosa temáticamente y el cuadro que logra dibujar se ha hecho más complejo: entran episodios de la historia de España desde la guerra civil hacia acá, hay un contenido social latente, que enfrenta, en la historia de Sara, una de las protagonistas, a los ganadores y los perdedores, como una especie de revancha última de lo segundos; emerge asimismo el mundo de las nuevas estructuras familiares, nacidas de fracasos de la pareja tradicional, e incluso se narran las historias de un pelotazo financiero con fondo de corrupción política y una intriga de asesinato.

Considero que con Los aires difíciles cierra Almudena Grandes la que podríamos llamar primera etapa de su novelística, y que la siguiente novela importante (luego de un intermedio en una pieza casi teatral titulada Castillos de cartón (2004), titulada El corazón helado (2007) prepara, a modo de Prólogo, y hasta se diría que semánticamente le pertenece, su proyecto literario más ambicioso, la serie de novelas que ha publicado bajo el título de Episodios de una guerra interminable  formado por las novelas Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017), La madre de Frankenstein (2020). La enfermedad que le trajo la muerte le advino cuando estaba redactando la última novela del Proyecto, con el título Mariano en el Bidasoa. Esto lo sabemos porque desde la primera a la última tras cada página de créditos venia otra página con el título de todas las novelas de la serie.

            He dicho que tal serie, que defino como segunda etapa de su novelística, muy cohesionada, quizá se originó en la que queda fuera de la serie pero que la anuncia, la titulada El corazón helado (2007) título que recoge el antetexto de Antonio Machado dirigido al ciudadano español “Una de las dos España ha de helarte el corazón”. Es una novela que se ha hecho anteceder también por este lema: “Lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente”. Esta aguda reflexión de Ortega y Gasset, que Almudena Grandes ha tenido el acierto de situar como otro antetexto de su novela, sirve para situar su universo semántico. Al haberlo hecho así, El corazón helado que me parece una de sus mejores novelas, ha evitado los peligros que se cernían sobre el argumento de la obra. Almudena Grandes los evita haciendo que la Guerra civil, siendo el tema principal, no sea tratado no en sí mismo, como novela de guerra, sino en la herencia que ha dejado sobre hijos y sobre todo, tal es el aspecto central de la novela, sobre los nietos de sus protagonistas, cuestión ésta de la herencia que nutrirá el eje semántico central de todas las incluidas en Episodios de una guerra interminable.

La acción de El corazón helado discurre desde la República de 1931 hasta 2006, y tan importante es lo que se cuenta de la historia pasada como lo que esa historia pesa todavía sobre el presente. Pesa como herencia, y pesa como deuda, porque también se heredan las deudas. En un doble sentido. En el de la culpa y en el de la vindicación, que es el doble eje sobre el que bascula la trama. En efecto, la culpa es inevitable, y Julio Carrión, el formidable personaje padre del protagonista narrador, y motor de la novela, esconde la culpa de las fechorías cometidas. Su hijo Álvaro las va descubriendo y quiere liberarse a sí mismo de tal peso. Y en las memorables escenas finales de la novela, a su propia familia. Las fechorías de su padre fueron posibles en una España del miedo, en un contexto en que la venganza y la impunidad propiciaron la rapiña para con los bienes de republicanos huidos a Francia o América.

 Junto a la culpa está la otra herencia, la deuda contraída con muchas gentes anónimas, los perdedores de la contienda, y la necesidad de hacer justicia con ellos. Este se constituirá como núcleo semántico central de la serie Episodios que habría de seguir. Explica la otra perspectiva clave de la novela, la de Raquel, pero también explica su sentido de “justicia poética”, por la emoción con la que la autora ha sabido asumirla y decirla. Y vengo con esos rasgos al otro peligro que adelantaba y que Almudena Grandes ha sorteado de magnífico modo. En vez de hacer una novela histórica al modo externo, político, de los grandes hechos o las batallas libradas, ha elegido mostrar las consecuencias de ella en las vidas de familias desdichadas, focalizarla desde dentro. Galdós y Tosltoi son citados a través de sus personajes en la novela (pag.174), pero el Galdós de Fortunata y no el de los Episodios, y el Tolstoi de Ana Karenina y no el de Guerra y Paz. Y creo ver en ese detalle algo más que casualidad.

Veo en él la clave de la opción que Almudena Grandes toma dentro del realismo y que informa del estilo y sentido mismo tanto de esta novela como de toda la Serie Episodios de una guerra interminable. Como se sabe, en la primera frase de Ana Karenina dejó inscrito Tolstoi todo un programa novelesco: las familias desdichadas lo son cada una a su manera. Y Almudena Grandes que viene defendiendo la novela del XIX, y la horma realista como modelos de su creación, ha querido enfrentarse a lo que una escritora realista de su edad no tiene más remedio que sentir como un reto: contar la guerra y la posguerra en la forma como esa tragedia ha penetrado en vidas familiares, sobre todo de los perdedores de ella. Al elegir transformar el hecho épico, la Guerra Civil en una tragedia en forma narrativa sobre las vidas de dos partes de una misma familia, con los mismos bisabuelos, Almudena Grandes ha sabido dar a la trama de la guerra civil el sesgo que mejor le ha convenido a la suerte de su venero narrativo: dramatizarse en las vidas particulares de las familias y de unos personajes que parecen (son originariamente) personas.

El otro ingrediente estilístico clave en todas las novelas de la Serie Episodios de una guerra interminable dedicadas a la Guerra y sobre todo la larga posguerra, nace de la distinción entre persona y personaje que antes adelanté. El epílogo gratulatorio de cada una de esas novelas resulta fundamental para su poética, porque va dando cuenta, junto a las deudas de amistad, de otras: enumera la autora a quiénes les debe las historias reflejadas, señalando incluso las veces en que hay total invención. Esto me parece fundamental: lo contado en estas novelas, las fechorías cometidas, las pesadumbres (formidable la secuencia de penalidades del campo de Bacarés en Francia, también la de la División Azul y esa cotidianeidad nostálgica y penosa de las fiestas parisinas en L’Humanité o luego la ida carcelaria de las mujeres republicanas presas en la cárcel madrileña de Porlier en Las bodas de manolita, ocurrió a personas, con nombres y apellidos, que nunca van a figurar en libros de historia, pero que la sufrieron de un modo que contiene en sí mismo, por su densa humanidad (trágica y generosa, heroica y ruin, mendaz y confiada) el material más portentoso que un novelista de hoy tiene entre sus manos. Hay que saber contarlo, eso sí, y con Almudena Grandes ha ocurrido.

            En Inés y la alegría se centra en un momento concreto del fin de la guerra, con la traición que los combatientes comunistas sufrieron por parte del propio Partido y sus dirigentes en el valle de Arán, donde una columna resistía y planeaba un contrataque. Con El lector de Julio Verne segundo volumen de sus Episodios de una Guerra Interminable, entrega Almudena Grandes la que considero una de las mejores. La cualidad más evidente que mueve este juicio es que está escrita con mucho cuidado de las proporciones. Es muy contenida; podría decir que se ha visto beneficiada de estar toda ella edificada sobre la mirada de Nino, el zagal protagonista y entonces no se comporta como novela río, sino que las distintas historias que habría sido posible incorporar, se han elidido, para concentrarse en la fundamental. Hay otro rasgo que considero decisivo en la fortuna literaria del libro. Contra lo que parece más evidente no es una novela sobre el maquis, la guerrilla que en distintas sierras de España libraron republicanos escondidos nada más terminar la guerra civil que ha proporcionado una buena lista de precedentes. El más reciente Donde nadie te encuentre de Alicia Giménez Barlett; bastante años antes dos que cabe situar también en primera línea, Luna de lobos de Julio Llamazares y La agonía del búho chico de Justo Vila.

            Almudena Grandes acude al gran tema del maquis como marco y contexto de lo que realmente su novela es: el aprendizaje de una conciencia. Narra la historia de tres años en la vida de un niño de diez años, hijo de un Guardia Civil y de cómo va descubriendo los secretos escondidos por los adultos que el silencio y el terror tiene ocultos. Pero es al mismo tiempo un homenaje a la literatura, porque Nino descubre el mundo de la novela y de cómo la novela enseña que es posible la capacidad de los héroes. De manera que en esta novela el título, El lector de Julio Verne, prevalece sobre el subtítulo. Esta prevalencia de la mirada desde la conciencia de un niño ha favorecido también una perspectiva histórica más interna que externa. Desde luego son muchas las cosas que se cuentan respecto a sucesos acaecidos realmente o bien inspirados en algunos semejantes y que relatan la dura vida de posguerra en Fuensanta de Martos, un pueblecito de Jaén, pero se ve que Almudena Grandes se ha entusiasmado con esa mirada infantil, con la idea de descubrimiento, y también con un leit motiv poderoso que cabe situar en la urdimbre de la novela y le da cañamazo: lo que las cosas son por fuera no reflejan lo que son realmente por dentro.

             El lector de Julio Verne  se inscribe en la serie de novelas dedicadas a los maquis (guerrilleros que combatían a Franco una vez terminada la guerra), y que cuenta con buenos ejemplos de Llamazares, Justo Vila y Giménez Bartlett. La de Almudena Grandes, que tiene un fondo real, metamorfoseado novelísticamente en los guerrilleros de las sierras de Jaén. La novedad es que el punto de vista predominante es el de los guerrilleros sino el del hijo de un guardia Civil, lo que permite ofrecer la complejidad perspectivística de aquella tragedia y un homenaje a la lectura como forma mejor de liberación. El lector encontrará al final de la novela, cuando lea los Apéndices incluidos por la autora, la respuesta a una pregunta que se va haciendo a lo largo de toda la lectura de la novela anterior titulada Las tres bodas de Manolita y que narraba historias ocurridas en la cárcel de mujeres de Porlier: ¿tiene sentido contarlo todo, y con tanto detalle? Ciertamente la dedicada la vida carcelaria resulto excesiva porque desata Almudena Grandes en ella su característica proverbial de narradora torrencial, de manera que Las tres bodas de Manolita contiene al menos tres o cuatro novelas. Trata muy diferentes asuntos que podrían haber dado cada uno para una novela distinta. Incluso podría decirse que ya los lectores que lo hayan sido de La voz dormida de Dulce Chacón se reencontrarán con detalles de la vida carcelaria de los perdedores de la guerra, los lectores que siguieron Las máscaras del héroe de Juan Manuel de Prada encontrarán otra versión de la figura enorme del aristócrata anarquista y escritor bohemio Antonio de Hoyos y Vinent, rescatado aquí en sus días de heroísmo republicano. Incluso la figura del personaje de mote El Orejas que la novela deja claro haberse inspirado en la del comisario Roberto Conesa, trae situaciones parecidas a las que hemos leído en El día de mañana de Martínez de Pisón. Y podría seguir estableciendo relaciones, porque el final de la guerra civil y la posguerra es el territorio en el que decir algo nuevo, desde el punto de vista temático, resulta casi imposible. Por tal cosa es importante el estilo, la manera de abordarlo.  Aquí es donde entra el sentido que Almudena Grandes ha querido darle a su novela y que gobierna toda la serie. En el fondo esta novela quiere ser la crónica sentimental de los perdedores en la medida que quiere rescatar unos hechos muy emocionantes todos, que al final, en los apéndices del libro, sabremos que han sido contados a Almudena Grandes por algunos de sus protagonistas, o que los ha leído en fuentes que con honestidad revela.

            Los pacientes del doctor Garcia es quizá la más compleja en cuanto a construcción de una trama, lo que motivo ser la más voluminosa de la serie. De esa complejidad da cuenta dos de sus singularidades respecto a las otras novelas del conjunto. Lo primero es la espacialidad. Inés y la alegría estaba reducida a dos espacios, el valle de Aran y las familias de exiliados comunistas en Tolouse. El lector de Julio Verne un pueblo de la serranía de Jaen. Las tres bodas de Manolita, un espacio más reducido aún, la cárcel de mujeres de Porlier. Y un sanatorio psiquiátrico madrileño habría de ser el espacio de la última, La madre de Franquenstein. La singularidad de Los pacientes del doctor Garcia  es que es la única de la serie  que se plantea la internacionalización de las conexiones del franquismo, tanto con el exterminio nazi, como con el colaboracionismo del General Perón para acoger a los criminales alemanes, con conexiones en España. Otro elemento es el uso de la trama de las falsas identidades, con todo un mundo de disfraces al calor de la conveniencia, prejuicios y beneficios que la corrupción del Régimen franquista permitió de modo cómplice o que perpetro directamente. Aunque más extensa que la dedicada a la vida carcelaria, aquella en que su mayor extensión me ha parecido más justificada.

            La que lleva por título La madre de Frankenstein me parece la mejor de las cinco novelas aparecidas de la serie Episodios de una guerra interminable, destronando a la que hasta ella era mi preferida, El lector de Julio Verne (2012). No resulta casual que, siendo ambas novelas largas, sean las dos en las que Almudena Grandes ha contenido más su proverbial gusto por la amplitud de los meandros narrativos, consciente como es de su habilidad de narradora nata, en la estirpe de la novela decimonónica mal llamada realista. Como ocurre con las otras novelas de posguerra, Almudena Grandes trata diferentes asuntos de los dos años en que se centra (1955-1956), la locura en el manicomio femenino de Ciempozuelos de Aurora Rodríguez Carballeira, figura histórica que asesino a su brillante hija Hildegart, suceso que ha recibido tratamientos literarios anteriores tanto de Fernán Gómez y Rafael Azcona como de Fernando Arrabal. Hay una opción real de Grandes por separarse de estos precedentes, y de hecho se interesa mucho por la personalidad de la enferma, más allá del caso del asesinato. Traza una excelente figura, a la que concede pasajes muy logrados como narradora, dotada de un discurso peculiar, nada fácil de representar. Junto a ella sobresalen los otros dos narradores: la auxiliar de enfermería María Castejón, con la que Almudena Grandes homenajea la Fortunata galdosiana, y el psiquiatra Germán Velázquez que como profesional modernizador de la psiquiatría española adeuda mucho a la figura de Carlos Castilla del Pino, cuyos dos excelentes libros autobiográficos denunciaron los déficits por los que una autarquía profundamente ideologizada había mantenido aislada a la psiquiatría española durante la posguerra. Junto a Velázquez hay otros dos personajes que gran interés, como son el psiquiatra homosexual, Eduardo Méndez y José Luis Robles, quien jugó bazas políticas posibilistas. Los contextos de la indigencia radical de las enfermas, pero también la política siniestra del nacionalcatolicismo permite a Almudena Grandes una radiografía critica que no disimula nada su militancia (nunca lo hace Almudena Grandes) pero lo enriquece con figuras de gran calado humanista como la monja hermana Belén, superiora del manicomio, cuya complicidad con Velázquez proporciona uno de los momentos álgidos de la novela, mostrando el camino de como el humanismo podía defenderse tanto desde la laicidad como desde la piedad religiosa. Como contrafiguras la hermana Anselma y el padre Armenteros protagonizan cruzadas impías que dejan helado el corazón del lector.

             Los flash back narrativos que recorren la vida en el exilio suizo del German Velázquez permiten a Almudena Grandes adentrarse en la excelente figura del psiquiatra judío alemán Samuel Goldstein, quien es maestro y mentor de Velázquez, pero cuya trama familiar proporciona excelentes páginas de la vida de los judíos exiliados de Alemania y la difícil supervivencia del laicismo de Goldstein frente su mujer e hijas, cuando la tragedia del Holocausto se cierne sobre ellos. La madre de Frankenstein ejecuta una doble condición de estilo en que Almudena Grandes reina: el trazado de los personajes; es una novelista de personajes y ambientes, propiamente galdosiana por ello

 

                                                           JOSE MARIA POZUELO YVANCOS

                                                           Universidad de Murcia. Mayo 2022