El médico establece mi periodo de cura
y sólo soy capaz de hacer extrañas muecas.
Frágil la palabra cuando estoy lejos de casa.
Un vestido blanco tejido con hilos bendecidos
cubre el cuerpo ajeno que me nutre y me palpita.
Me santiguo mojando los dedos en mi propia sangre.
Me mantengo en la silla tambaleante pero firme
encima de un suelo lleno de pestañas de desconocidos
que rasgan la planta de mis pies y duele.
Bebo del líquido tóxico de cada una de las máquinas
que soportarán a los padres de mis padres,
y a mis padres, posponiendo la tierra en la cara.
Toco la piel virgen tras saltar la costra
y reto a cada desamor a presentarse
para decir que sí y rasgarla de nuevo.
El médico establece mi periodo de cura
y dudo de cada uno de los motivos:
Pues señor médico,
una flor con pulgón
acaba siendo sólo enfermedad.