El poeta portugués Sebastião Artur Cardoso da Gama, más conocido como Sebastião da Gama, nace un viernes de abril de 1924 en Vila Nogueira de Azeitão, distrito de Setúbal, y fallece, víctima de tuberculosis renal y con apenas 27 años, en Lisboa. Su breve e intensa vida se vertebró principalmente en torno a dos pasiones: la actividad poética y la docencia. Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Lisboa, Gama debe su reputación, además de a la considerable valía de sus libros de poemas y de su Diário, a su excelente capacidad pedagógica, siendo sobradamente conocida y casi legendaria su dimensión humana, su bondad natural y el exquisito trato que dispensaba a sus alumnos. Debido a sus problemas de salud, y bajo recomendación médica, Gama trasladó su lugar de residencia a la melancólica y mágica Sierra de Arrábida, muy cerca de la costa, gracias a lo cual desarrolló una rigurosa conciencia medioambiental: no en vano una carta de su autoría en defensa de la Sierra contribuyó decisivamente a que se fundara, en 1948, la Liga para a Protecção da Natureza, la primera asociación ecologista portuguesa.
Los dos primeros libros de Sebastião da Gama, Serra-Mãe (1945) y Cabo da Boa Esperança (1947), suponen un canto directo y sencillo de las innúmeras virtudes de la naturaleza y del amor: montes, nubes, mares y personas se alternan en sus versos desde una óptica inusitadamente optimista y romántica, en una suerte de hermoso panteísmo y de comunión entre los seres. Pero Gama no ha encontrado todavía su verdadera voz: no será hasta que la enfermedad comience a causar honda mella en su salud, hasta que la zarpa de la muerte planee concienzudamente sobre su cabeza, que su poesía gane en altura, riqueza formal y sentido de la trascendencia. En su cuarto y último libro publicado en vida, Campo Aberto (1951), es ya patente el salto de calidad conseguido con respecto a sus obras anteriores, que vendrá a confirmarse y a aumentarse en el póstumo Pelo sonho é que vamos (1953), considerado de manera casi unánime por la crítica como su mejor obra; sirva este ramillete de poemas, en traducción propia y, hasta donde llegan mis indagaciones, por vez primera en lengua castellana, para dar a conocer la voz franca y honesta de Sebastião da Gama.
LOS QUE VENÍAN DEL DOLOR
Los que venían del Dolor tenían en los ojos
cruelísimas verdades estampadas.
Lo que era difícil era fácil
para los que venían del Dolor directamente.
La flor sólo era bella en la raíz,
el Mar sólo era bello en los naufragios,
las manos sólo bellas si arrugadas
para los ojos vívidos y sabios
de los que venían del Dolor directamente.
Los que venían del Dolor directamente
eran demasiado nobles para despreciaros,
¡Mar azul!, ¡manos de lirio!, ¡lirios puros!
Pero en sus ojos graves sólo entraban
las verdades humanas y cruelísimas
traídas del Dolor directamente.
EL SUEÑO
Por el sueño nos vamos,
conmovidos y mudos.
¿Llegamos? ¿No llegamos?
Haya o no haya frutos,
por el sueño nos vamos.
Basta la fe en lo que tenemos.
Basta la esperanza en aquello
que quizá no tendremos.
Basta que el alma entreguemos
con igual alegría
a lo que desconocemos
y a lo que es del día a día.
¿Llegamos? ¿No llegamos?
?Partimos. Vamos. Somos.
MAÑANA EN EL RÍO SADO
Blancas, las velas
eran sueños que el río soñaba alto.
Muchachas acodadas en ventanas,
se veían, a través de la flor azul del agua, las gaviotas.
Y la Mañana tranquila (sonriendo, hermosa, llegaba la primavera…)
ponía sus pies melindrosos entre las conchas.
Emanaban jardines imponderables
de sus pasos de ninfa
y temblaban las conchas
por súbitas caricias.
Lejos estaba todo: el miedo del naufragio,
la angustia de los hombres, el disgusto,
las muecas de tragedias y comedias
de cada uno, el luto, las derrotas.
Lejos la paz verdadera de los niños
y la obstinación heroica de los que esperan.
Allí, en la orilla del río,
mirando sólo el río, con los oídos sordos
a lo que no es la música del agua,
un sosiego alegórico persiste.
Ni el jadear de las velas lo perturba.
Ni el rumor de los senos caprichosos
de la Mañana, que brotan en las aguas
y fluctúan, enfermos de perfume.
Ni la presencia humana del Poeta
?sombra que poco a poco se ilumina
y se diluye, anónima, en la brisa…
FLORBELA (A SU MEMORIA)
¡Soy yo, Florbela! Aquel a quien buscaste.
Hablan de mí tus versos de Muchacha.
Tu boca para mí se abrió, divina,
mas fue sólo el Luar lo que besaste.
¡Has de volver, Florbela! En débil asta
por entre el trigo crece, purpurina,
la más fresca amapola de este prado
que, por haberme visto, no cortaste.
Tengo yo tres mil años: soy Poeta.
Nací del labio seco de un asceta,
de una oración que Dios dejó de lado.
Redimí tantos cuerpos, tantas vidas
viví en ellos, que siento ya nacidas
alas para subir, para alcanzarte.
INSCRIPCIÓN
Nada sabe del Mar
quien no murió en el Mar.
Que callen los poetas
y que digan apenas la mitad
los que andan sobre las olas
sujetos por un hilo.
Sabe todo del Mar
quien en el Mar perdió todo.
Pero duerme en su fondo,
tiene los labios sellados,
y sus ojos, que reflejan
y explican claramente
los misterios del Mar,
para siempre cerrados.
POESÍA DESPUÉS DE LA LLUVIA
(A Maria Guiomar)
Después de la lluvia, el Sol: la gracia.
¡Oh, la tierra mojada iluminada!
Y regueros de agua atraviesan la plaza
?luz fluyendo, en un fluir imperceptible casi.
Canta, contento, un pájaro cualquiera.
Después, en las ramas desnudas, aletea.
El fondo es blanco –cal fresca en las casitas de la plaza.
Cascabeles, ruedas girando, voces claras en el aire.
¡Tan alegre este Sol! Hay Dios. (Si lo hubiera negado
antes del Sol, no lo dudaba ahora).
¡Tarde virgen, Señora aparecida! ¡Oh, Tarde,
igual a las mañanas del principio!
Y tú pasaste, flor de los ojos negros que yo admiro.
¡Grácil, tan grácil! Pura imagen de la Tarde…
Flor llevada por las aguas, mansamente…
(Fluía la luz, en un fluir imperceptible casi…)
PLAZA DEL ESPÍRITU SANTO, 2, 2º
Ni más ni menos: todo similar
al desmedido sueño que tenías.
Apenas no soñaste con estas golondrinas
que habitan el tejado.
Vivimos en la plaza… ¡Qué hermoso
es el nombre que tiene nuestra plaza!
Fíjate que con esto no contábamos.
(Éramos dos soñando y exigiendo.)
Desde la casa el Alentejo es verde.
Y basta abrir los ojos: son sembrados,
son olivares, huertas… ¡Y pensabas
que nuestros ojos vivirían sedientos!
Y el pan de nuestra mesa… ¡Y la jarrita
que nos da de beber! Los mil dibujos
de la vajilla: flores, peces pardos,
dos pájaros que cantan en un nido…
¿Y nuestro cuarto? Ahora puedes darme
tu cuerpo sin recelo ni amargura.
Observa a la Señora de la Moldura
reír por nuestra alma y nuestra carne.
En todo, Compañera,
nuestra casa es sin duda nuestra casa.
Hasta en las flores. O en la encina en brasas
que gime en la chimenea.
Así lo quiso Dios. Y nosotros al sueño alzamos muros,
yo rasgué las ventanas, tú bordaste
las cortinas. Después, flor en el asta,
fue cogerte y quedamos ambos puros.
Puros, Amor –y a la espera.
Y serenos. Igual que nuestra casa.
(Y llamará a la puerta, con un ala,
un ángel de sangre y carne verdadera.)
A LA MEMORIA DE ALBERTO CAEIRO
Ahora sí, ahora que he cerrado el libro de Poesía.
El Sol ha dejado de ser una metáfora para ser el Sol.
Los sentimientos han dejado de ser apenas palabras.
Todo es de verdad, ahora que he cerrado el libro de Poesía
y he mirado de frente todo aquello que existe.
¿Por qué demonios me enseñaron a leer?
(Si no supiera leer ni siquiera tendría que cerrar el libro,
insatisfecho por no haberlo abierto)
¿Por qué no me dejaron ser siempre agreste y niño?
Todas mis lecturas serían fuera de los libros.
Miraría todo con una alegría tan grande,
con una virginidad tan grande,
que hasta Dios sonreiría
contento por haber creado el Mundo…
CARTA DE GUÍA
Incluso con este calor, quiero ir.
A tropezones, serpenteando, como sea,
porque existen personas que me esperan
y que han nacido para que me preocupe por ellas.
Llevo veintidós años hablando de mí
y habré de hablar de mí la vida entera:
¡tengo tanto que decir
y pasar al papel!
La anatomía de mi alma, principalmente,
que ha de quedar escrita,
para que vean lo extraño que es un hombre por dentro.
Pero ahora, en este momento,
y en otros iguales a este,
dejo aparte el binóculo con el que acecho
y gracias al que todo lo que es pequeño en mí me parece grande
y voy hacia delante, a pesar del calor,
a pesar de marchar como un borracho.
Hay manos extendidas, labios secos.
Casas en las que el Sol tiene pudor de entrar, de tan infectas.
Donde Dios se taparía la nariz, si llegase a la puerta.
Cuando las palabras son como tiritas de lino,
no hay nada mejor para el alma, hecha de carne viva de un hombre.
Por eso voy indiferente a este calor de junio.
El binóculo puede esperar.
Yo me quedo esperando.
Suelto barcos y redes,
no vaya a ser que aquellos que me esperan
hubieran muerto ya, cuando yo llegue,
o no tengan ya oídos para mis palabras,
ni aun labios que sientan
la frescura del agua que les llevo…