La realidad, en ocasiones, parece surgida de la ficción. Hace algunas semanas, la idea de construir (en Barcelona) un aeropuerto en el mar, aparecía en todos los periódicos de tirada nacional. Mucho más bella la propuesta de Mariano Peyrou (Buenos Aires, 1971), El mar hospital es el mar aeropuerto (Espasa), un poemario que transita por la experiencia del exilio y trata de trazar su lábil hechura. Se cierra con unas notas a propósito del maridaje entre esta experiencia y la escritura.

 

- ¿Cuándo conviene quedar del lado de lo imaginario en vez de lo real, «sentir más interés por lo que podría haber que por lo que hay»?

- No sé si “conviene” eso, así, en general. Creo que el interés por lo imaginario es algo que todos tenemos en alguna medida y que en algunas personas está más desarrollado que en otras, hasta convertirse en una especie de rasgo de personalidad. Cuando se da en exceso, tiene efectos deplorables: la desconexión con la realidad. Pero también es deplorable una excesiva conexión con la realidad, por decirlo así.

Lo que sí sé es que, igual que conviene no desconectarse demasiado de lo que hay —de la gente que nos rodea o de los semáforos, por ejemplo—, igual que hace falta desarrollar una serie de habilidades para insertarse en el mundo, también conviene y hace falta estudiar en serio esa dimensión imaginaria, estudiarse en ella. Me parece que esa es una pequeña revolución que forma parte del conjunto de revoluciones que tenemos pendientes.

 

- ¿Hay voz capaz “de competir con mil graznidos”? ¿Cómo saber que lo que uno ve es “es digno de contarse”?

- Esas dos citas son del primer poema de mi primer libro. No recuerdo bien en qué pensaba cuando escribí eso, pero ahora me hace gracia que en ese primer momento esté el deseo de decidir de qué se va a hablar, qué entra en el poema y qué no, cómo se articula la voz.

Supongo que lo de los mil graznidos tiene que ver con eso real que nos deja callados, o con la necesidad de escuchar antes de hablar. Ahora lo que más me interesa de ese verso es la palabra «mil».

 

- ¿Qué discurre entre «el corazón y el pie»?

- Lo imprevisible.

 

- ¿Cuál es el riesgo de “entretenerse jugando a la indiferencia”?

- Evidentemente, distanciarse de uno mismo y meramente existir en vez de vivir. Por supuesto, esto no significa que me parezca mal la indiferencia en todos los casos.

 

“Me gustaba sospechar de los lugares comunes”

 

- ¿Qué podría tener de mentira el día?

- A veces el lugar común —lo estático— oculta una verdad. O la luz oculta las verdades de la sombra. Me gustaba sospechar de los lugares comunes y tratar de deshabitarlos.

 

- Con independencia de quien mande más (la aguja grande o la pequeña), ¿Qué es lo que marca el tiempo del poema?

- Las sílabas, las palabras, los espacios, los versos, las frases, el poema que fue antes y el que irá después, todos los demás poemas, la persona que lee, todas las demás personas, la luna y el sol y las demás estrellas.

 

- Pienso en el poema ‘En esa época’. ¿Qué distingue mirar por la ventana de mirar una pantalla?

- Depende de la ventana y depende de la pantalla.

 

- ¿El poema es también eso, «una verdad en fuga»?

- Sí, para mí es bastante eso. No el poema, en realidad, sino la experiencia de lectura. Un contacto con algo que se vive como verdadero, una especie de epifanía, algo que desaparece rápido y no deja un recuerdo claro, sino una sensación. Esto sucede poco, desde luego; no con cualquier poema.

 

- Si “el problema de hablar del deseo es darlo / por único”, ¿pueden convivir distintas presencias deseantes en el poema?

- Sí, diría que no pueden no convivir. Creo que en cualquier deseo hay más deseos: otros deseos y deseos de otros.

 

-¿Cómo se conjugan esas dos vidas que se afirman en el poema?

- ¡Malamente! Y también maravillosamente. En esto también hay tremendo vaivén. Y donde dice “dos” habría que leer “mil”.