“¿Por qué obras póstumas? ¿Por qué publicadas en vida?” Así comenzó Robert Musil su libro de relatos Obras póstumas publicadas en vida de 1935. Musil, que con su novela inacabada –y probablemente imposible de acabar– El hombre sin atributosnos dejó un texto cuya catalogación e interpretación sigue ocupando a lectores y filólogos hasta hoy, afirma en el prólogo de su libro de relatos que, a pesar de que existen legados literarios que son grandes regalos, las obras póstumas suelen tener un parecido sospechoso con una liquidación por cierre de negocios. Y para evitar que se publique su obra póstuma cuando ya no sea capaz de impedirlo, decidió publicarla él mismo en vida. A su manera. Aunque parezca raro, Robert Musil y Peter Handke son paisanos. Musil nació en 1880 en Klagenfurt, capital de la provincia austriaca de Carintia. Handke nació en la pequeña localidad de Griffen, a unos 35 kilómetros de Klagenfurt, en diciembre de 1942, ocho meses después de la muerte de Musil. Quizás sea esta coincidencia geográfica y temporal el nexo más fuerte que une a los dos escritores, tan distintos el uno del otro.
Pocos meses después del 75º cumpleaños de Handke, la editorial alemana Suhrkamp publicó la obra completa del autor. 14 volúmenes vistosos y bien encuadernados, divididos en tres grupos: prosa, poesía y teatro (9 tomos), ensayos (2 tomos) y los Journale, los libros de apuntes (3 tomos). En total 11.424 páginas, impresas con cierta holgura, por el módico precio de 355 euros. Toda una obra, toda una vida.
Poco antes, en otoño de 2017, Handke había vendido sus cuadernos de notas al Deutsches Literaturarchiv de Marbach am Neckar, el archivo que, aparte de ser el centro de investigación literaria más grande de Alemania, atesora el mayor legado literario y personal de escritores en lengua alemana, entre ellos el manuscrito original de El proceso de Franz Kafka. En 2007, el archivo había adquirido los primeros 67 cuadernos que abarcan los años entre 1975 y 1990, una década después compró 154 más que llegan hasta el año 2015. Un total de 221 libretas de los más variados tamaños, formatos, colores y encuadernaciones con aproximadamente 33.000 páginas que contienen los apuntes del autor hechos en 14.600 días, como han contabilizado los archiveros.
Los Journale, desde El peso del mundo (1977) hasta Vor der Baumschattenwand nachts (Delante de la pared de la sombra del árbol, de noche, 2015), pasando por el magistral Ayer, de camino (2005) con impresiones de sus estancias en España, han sido hasta ahora la fuente más directa sobre el proceso de creación de Handke ya que se nutren de textos elaborados a partir de sus cuadernos de notas. Los Journale son obras literarias en sí, llenas de observaciones, apuntes espontáneos, proyectos de libros, frases anotadas para incluirlas en las obras que el autor estaba escribiendo, reflexiones que se balancean entre lo sublime, lo efímero y lo banal. Algunos de estos Journale están aún por traducir al español pese a que pertenecen a los libros más interesantes de Handke.
Ahora, gracias a la adquisición de los cuadernos de notas originales por parte del archivo de Marbach, se puede consultar el material en bruto y ligar aún más la obra de Handke a su vida. El archivo acaba de publicar un pequeño volumen, Das stehende Jetzt (El ahora detenido), que, aparte de un extenso ensayo sobre los cuadernos y un largo diálogo entre Handke y el filólogo Ulrich von Bülow, muestra varias docenas de páginas de los cuadernos. Se trata de apuntes caóticos, hechos a vuelapluma y en cualquier situación, sentado en el metro o en la naturaleza, de pie andando por bosques o en ciudades, en los más variados lugares del mundo, textos manuscritos con una letra apretada y desigual, a veces apenas legible, en diferentes idiomas y caracteres incluyendo el griego o árabe. A ello se suman dibujos que a veces parecen emerger del texto, otras veces son rodeados por la escritura que en ocasiones se sobrepone a ellos como si de un palimpsesto se tratara, esbozos pintarrajeados en los que la letra confluye con los objetos dibujados. También se hace patente el propósito estrictamente literario de estos apuntes que no entran en la esfera personal ya que carecen de cualquier comentario privado. Es por ello que Handke rechaza calificar sus cuadernos de diarios.
A las obras completas y los cuadernos de apuntes se suma al prestigioso Premio Nestroy austriaco que Handke recibió en 2018 por al conjunto de su obra teatral. Y se suma una novela que, según el autor, es “su último gran texto épico”, La ladrona de fruta o Viaje de ida al interior del país, un libro de más de 550 páginas en el que una joven mujer recorre la Picardía francesa de, como no, una manera muy handkeana. Todo ello sugiere que nos hallamos ante un legado publicado en vida de un escritor a punto de convertirse en clásico.
Aunque lo que hay detrás de este cúmulo de indicios también podría interpretarse como una estrategia comercial de Suhrkamp aprovechando un cumpleaños redondo, por un lado, y, por otro, como una forma de garantizarse un plus a sus ingresos de un autor que no se retirará tan pronto, puesto que, según el propio Handke, no concibe la vida de otra manera que escribiendo. Tanto la publicación de las obras completas como la puesta a disposición del público de los cuadernos de notas permiten, sin embargo, analizar la trayectoria del autor y confrontar el “viejo” con el “joven” Handke. Una confrontación que el escritor ya anticipó en un gran texto, aún sin traducir al castellano: Immer noch Sturm (Tormenta todavía, 2010), una obra autobiográfica, a caballo entre el teatro, la prosa y el ensayo, en la que explora sus raíces a través del conflicto entre eslovenos y austriacos en su patria chica, Carintia. Hacia el final de este texto, un joven le toca al yo narrador, que no es otro que Handke “el viejo”, desde atrás con una mano “tan desconocida que me vuelvo bruscamente”. Pregunta a la madre detrás de la cual había estado oculto el joven: “Yo: ‘Y este, ¿quién es? ¿Qué quiere aquí?’ – Mi madre: ‘Eres tú. Tú mismo. Ahora que estás envejeciendo, ¿no es tu deseo, tu gran deseo, estar frente al tú de antes?’” Y así, Handke empieza a dar vueltas alrededor de su yo de joven, “me rodeo, me examino con la mirada, me observo, me contemplo […], me doy golpes en la barriga, me doy patadas en la corva” y hasta empieza a pegarse con su yo anterior para ver quién es más fuerte. Se coge de la melena y se revolea a sí mismo, sin que quede claro cuál de los dos vuela por el aire.
Con razón. Visto desde ahora, la vida, la escritura de Handke han sido una secuencia de transformaciones en busca de la poética adecuada a cada momento. Muy joven, con apenas 23 años, Handke se convirtió en la estrella pop de la literatura en lengua alemana. En 1966, en la famosa reunión de Princeton del “Grupo 47”, que reunía a muchos de los grandes nombres de la literatura germana de aquel momento, el joven osó insultarles a todos ellos proclamando, sin matizaciones ni miramientos, que la literatura alemana se veía abocada a una “impotencia descriptiva”. Su breve intervención, apenas preparada y tímidamente balbuceada, le valía la atención, medio irónica, medio crítica, del mundo literario. Poco después, la atención se convirtió en reconocimiento gracias al estreno de su primera obra de teatro, Insultos al público, que buscaba contravenir las reglas de juego del teatro convencional poniéndolas del revés. La obra no representa nada, en ella no ocurre nada, se reduce a la verborrea de cuatro actores que hablan al público y no solo cuestionan las normas teatrales y del lenguaje sino que ponen en duda la diferenciación entre el mundo y el arte: “Estas tablas no significan ningún mundo. Pertenecen al mundo”. El lenguaje se convierte en materia prima del teatro y de la prosa de Handke. Él no quiere contar meras historias, quiere contar a través del lenguaje, crear un nuevo mundo a partir del lenguaje.
De ahí que cualquier alusión directa a la realidad política y social es imposible para Handke, la literatura no puede ser usada con fines ideológicos. Consecuentemente, el autor se declaró “habitante de la torre de marfil” en pleno auge del “mayo de 68” para seguir su particular búsqueda literaria a través de un yo abolido por la politización del momento. No obstante, publicó uno de los libros paradigmáticos de estos años que analizaba desde el íntimo conocimiento y una distancia crítica, que a veces resulta fría, la situación de los más desfavorecidos: Desgracia impeorable (1972), un libro escrito en pocas semanas tras el suicidio de su madre y en el que retrata la degradación social de una mujer en la posguerra austriaca.
Después de una fuerte crisis existencial y literaria que quedó plasmada en su libro Lento retorno (1979), surgió el Handke “clásico” de los años ochenta, con casa en Salzburgo, que se medía, a su manera, con los grandes nombres de la historia universal de la literatura y del arte, con los griegos, los romanos y con Goethe al que convirtió en “su poeta”. Una época en la que la introspección dio paso a una cada vez mayor observación de la naturaleza y al hallazgo literario del andar como manera de descubrir el mundo. Es el caso de La ausencia (1987), un roadmovie “off the road” que discurre muy lejos de las aglomeraciones humanas como puede comprobarse también en la película homónima dirigida por el propio Handke. Muchas de las obras que el autor escribió en estos años eran textos cortos y de reflexión poética, La doctrina del Saint Victoire (1980) y Tarde de un escritor (1987) entre ellos, o de búsqueda de sus raíces como La repetición (1986), su gran novela sobre un recorrido a pie por el karst esloveno que en aquel entonces aún era yugoslavo.
A principios de los años noventa, después un viaje de tres años que literalmente le llevó alrededor del mundo, Handke se asentó en una casa con jardín de un pequeño pueblo cerca de París, su “bahía de nadie” en la que vive hasta hoy. En aquellos años comenzó, por un lado, la etapa del Handke “político”. Causó gran impacto mediático con libros sobre la tergiversación de la realidad por parte de la prensa en la guerra de los Balcanes –muy mal acogido por los mismos medios que había criticado– y una defensa tenaz de la posición de Serbia en el conflicto. Pero también reivindicó el papel de la resistencia eslovena contra el nacionalsocialismo durante la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, comenzó la etapa del Handke “épico” que retrata el mundo, su mundo, en grandes narraciones: Mi año en la bahía de nadie (1994), La pérdida de la imagen o A través de la Sierra de Gredos (2002), La noche del Morava (2008) y la novela ya mencionado La ladrona de frutas. Son libros inabarcables por su forma dispar, su mezcla entre narración, reflexión, memoria y ficción, con un yo narrador fluctuante y un enrevesado juego con vivencias reales del autor y elementos inventados. Hay pocos autores en los que la frontera –o para utilizar una palabra clave de Handke: el umbral– entre realidad y ficción, entre vida y obra es tan fina que, en última instancia, resulta obsoleta puesto que la literatura forma parte de la vida y la vida, en su caso, no es sueño sino material sin labrar para transformarlo en literatura.
Esta poética que adopta una postura casi religiosa hacia la vida y la escritura, junto con la incesante producción literaria del autor, conllevan un fuerte riesgo de fracaso, en textos que se regodean en la celebración de la palabra o en juegos autosuficientes que no van a ninguna parte. Algunos pasajes de sus grandes novelas o el tedioso “diálogo de verano” entre un hombre y una mujer que es Los bellos días de Aranjuez (2012) dan ejemplo de ello. Como algunas frases de Handke que oscilan entre la metafísica literaria y el patetismo existencialista, según se mire: “En medio de la escritura estamos en la muerte, estamos en medio de la vida”.
La escritura de Peter Handke es, en primera instancia, física, es la palabra tangible, como él mismo apunta: “Ésta es una frase tranquila que vibra a la vez”. Y consiste en el intento de narrar el narrar narrando, es decir, hacer visible el proceso de narrar, convertirlo en parte integral del texto mismo. La poética de Handke no sigue un programa elaborado sino está en constante desarrollo, se deja influir, penetrar por las vivencias y lecturas del autor, en un acto de enfrentarse escribiendo a la realidad y a sus propias verdades. Esto implica un rechazo absoluto de los tópicos sociales, como apunta en uno de sus cuadernos: “Conseguir vivir más allá de la consciencia, de las opiniones, imaginaciones de los demás”.
A pesar de su gran presencia en el mercado del libro y en la prensa, Peter Handke siempre se ha mantenido en los márgenes del llamado mundo literario, ha seguido sus propios cauces, ajeno a las modas. Parece casi un milagro que su escritura particular, enrevesada, fiel a sí misma en todos los cambios que ha dado, que sus textos periféricos, antididácticos y ajenos a las convenciones, que sus libros que exigen al lector un compromiso intelectual con el acto de leer sigan llamando la atención en un mundo literario que se ha trivializado, que se rige cada vez más por los números que por las letras. Esto se debe en partes iguales a sus lectores y a las editoriales que se mantienen fieles al autor. Traducir y publicar a Handke para un público tan minoritario como el español tiene gran mérito, y tiene mérito seguir las peripecias del autor de libro en libro, un esfuerzo que no todos los libros recompensan de igual manera. Como pocos escritores, Handke tiene lectores convencidos y no-lectores igual de convencidos. El flujo migratorio entre estos dos especímenes es escaso, hay pocos conversos. Además, es de temer que los handkeanos (en la terminología de su amigo y principal traductor al español Eustaquio Barjau) en España estén envejeciendo junto con el autor. Mientras que en el mundo literario y académico de lengua alemana Handke sigue siendo un escritor que provoca interés, tesinas y tesis, en España se le lee poco y apenas se le investiga. Las puestas en escena de sus obras de teatro son escasas y nada tienen que ver con el revuelo que causó el estreno de Gaspar en 1973 por José Luis Gómez que “fue saludada por la crítica como un acontecimiento”. En una entrevista, el propio Handke compara el ambiente literario de los años sesenta con el de ahora. Entonces las preguntas eran: “¿Qué es escribir? ¿Cómo se escribe? ¿Por qué se escribe? ¿Está permitido escribir?” Y continúa: “Yo sigo percibiendo aquel umbral, la idea de que, en el fondo, la escritura no debe ser. Hoy existe una enorme versatilidad que, por un lado, es agradable y, por otro, cuestionable. El haber superado este umbral: en eso consistía el éxito”. Un éxito no social sino ante uno mismo: una escritura necesaria que se justifica por su mera existencia, en eso debe consistir la tarea del escritor.
De ahí que la poética de Peter Handke resulta política en el sentido más amplio de la palabra. Handke concibe la literatura como medio para percibir y, a la vez, cambiar el mundo, por la fuerza inherente a la palabra, a la poesía, y por la fe en el poder transformador del arte. Un arte que establece un diálogo con los lectores a través de los tiempos, al igual que Handke lo hace con sus predecesores. Así, por ejemplo, en La pérdida de la imagen aparece de repente “una mano que escribía a la luz de una lámpara de aceite, que escribía y escribía y escribía –en un ritmo que [la protagonista] hasta ahora no había visto nunca– con plumilla de acero y tinta negra”; esta mano no es otra que la mano de Miguel de Cervantes.
Lo que nos lleva al mundo hispano en la obra de Peter Handke. Handke es uno de los pocos escritores en lengua alemana que han profundizado en la cultura española, aunque de forma muy particular y muy lejos de los tópicos. La España de Handke la pueblan autores como Cervantes, Antonio Machado, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, María Zambrano, en ella confluyen la idioma, los pueblos, el románico de muchas iglesias y los paisajes más variados en un juego de impresiones y asociaciones que retratan el país, su historia y su cultura de forma subjetiva. Handke lo hace a su manera, mezclando el paisaje, la lengua, la geografía de España con la de otros países, sobre todo con el “país soñado” de su infancia, Yugoslavia. España aparece como España, pero es, a la vez, un lugar que representa el mundo. Así, por ejemplo, a la estepa española se superpone otro paisaje hermano, el karst balcánico, y de esta convergencia emerge un pueblo invadido por la violencia, los crímenes y asesinatos. El único punto sosegado en esta localidad inhóspita está en la literatura, en “unos grandes almacenes de libros” de seis pisos “en los que lucen pilas del mismo título, desde el nivel uno hasta el nivel seis, todos estos millones de ejemplares del mismo grosor, con los mismos colores en la sobrecubierta”. Solo “arriba, en el sexto y último piso” destaca un libro que parece haberse caído de las largas filas de estanterías, quedándose colgado en la decoración que imita una red de pescadores, ”un libro con las páginas abiertas hacia abajo, de un grosor distinto del de los demás, sin sobrecubierta, con marcas de haber sido leído”, de modo que “si uno tiene unos prismáticos a mano para enfocar el libro […] podría descifrar: ‘En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía…’” Cervantes en el mundo de hoy.
La España de Handke tiene cierto grado de azar y de absurdo. La primera palabra en español que piensa, sin darse cuenta, un personaje de Peter Handke es “nieve”. Es navidad de 1989, el narrador del libro escribe casi en tiempo real sobre su estancia en una de las ciudades más remotas de España, Soria, a la que ha venido en busca de algo que no encontrará allí, o solo lo encontrará en una película inglesa que ve en un cine: un jukebox, ese aparato de música que había sido un frecuente refugio ante las adversidades en su juventud. Lo que el narrador, y con él el autor del libro, sí encuentra en la capital castellana son una cultura, un paisaje, un arte y una literatura que le acompañarán durante los próximos años y que se convertirán en el trasfondo de más de una docena de libros. Soria fue la segunda parada en España durante el ya mencionado viaje de tres años, entre 1987 y 1990, por el mundo. En Ensayo sobre el jukebox (1989) retrata la ciudad invernal y su descubrimiento de una lengua nueva. El escritor siguió su periplo por otros lugares, los Pirineos, la Mancha, las riberas del Duero, el norte de Andalucía, Teruel o Zaragoza. Al sur de esta ciudad, Handke sitúa una enorme estepa despoblada por la que vaga el farmacéutico del barrio salzburgués de Taxham en una novela con claras alusiones a San Juan de la Cruz: En una noche oscura salí de mi casa sosegada (1997). En A través de la Sierra de Gredos envía a su protagonista banquera en coche, autobús, a lomos de caballo y andando por las dos Castillas y la Sierra donde vivirá unas aventuras dignas de una heroína de novelas caballerescas para unirse finalmente con el mismísimo Cervantes. La España que se encuentra en los libros de Handke es a la vez física y literaria, real y fantaseada.
En mayo de 2017, Peter Handke fue nombrado Doctor honoris causa de la Universidad de Alcalá. Terminó su discurso, escrito íntegramente en español para rendir homenaje al idioma que aprendió en la calle y en los libros de los autores mencionados, con una cita de Antonio Machado: “Desnuda está la tierra / y el alma aúlla al horizonte pálido / como loba famélica. ¿Qué buscas, / poeta, en el ocaso?”