Me pedís que escriba de tres a cinco folios (me temo que apenas será uno) sobre la personalidad y obra de Luis Buñuel y, la verdad, sobre este genio del cine se podrían escribir de tres a cinco millones de folios por ambas caras y el texto quedaría corto. Cada vez soy más sintético en mi escritura porque me llevo mal con lo exhaustivo aunque no sea superfluo y, parece ser, que Buñuel pecaba de lo mismo, por eso iré al grano. Su estética y su ética le obligaban a evitar lo adjetivo. Don Luis era pura sustancia, puro y desnudo sustantivo como es la materia de los sueños. Nada sobra en su cine, y nada falta. Muy pocos artistas han entendido tanto y tan profundamente como Buñuel la belleza de la síntesis, de lo elíptico. Tal vez Alfred Hitchcock, su hermano gemelo y de algún modo Robert Bresson. Estos cineastas se sirven del cine para reflexionar sobre las luces y las sombras del ser humano pero a través de la óptica de sus sueños y de la óptica de esa máquina de fabricarlos que es el cine.
¿Buñuel surrealista?, no lo creo. En todo caso el surrealismo es Buñuel entendiendo el surrealismo como esa mirada que es capaz de atravesar el espejo (sin romperlo ni mancharlo), imaginarse a sí mismo, y por tanto, reflexionar sobre esa capacidad que sólo el artista verdadero posee siendo poseído por ella al mismo tiempo. No hay obra de arte sin esa mirada reflexiva desde la llamada realidad sobre la realidad de sus propios sueños.
En El Angel Exterminador Buñuel observa desde afuera, como si soñara, a esos personajes encerrados en sus propias pesadillas (sin poder escapar de su supuesta realidad) y reflexiona sobre las suyas propias. En ese sentido, tal vez sea esta película la más buñueliana de toda su obra en cuanto a que todo creador debe analizar la realidad encerrándose en sí mismo a partir de la reflexión sobre las visiones fantasmagóricas de sus sueños.
Otras películas significativas en ese sentido son Simón del desierto y Robinson Crusoe. En la primera se da otro “encierro”, en este caso voluntario, del inefable asceta. El alto de la columna es su isla y desde allí reflexiona sobre sí mismo, sobre el mundo, el demonio y la carne. En Robinson Crusoe el aislamiento es azaroso, fatalista, fruto de un naufragio de los designios del destino. Buñuel se “encierra” en los universos de sus protagonistas pero viéndose desde afuera, soñando que sueña...
El surrealismo en Buñuel no es onirismo ni irracionalidad (salvo Un perro andaluz y La Edad de Oro que son el “hallazgo” cinematográfico de ese movimiento) sino pura razón de ser de su imaginación más poética, de sus sueños más quirúrgicos. En todas sus películas sus personajes (y el mismo) se desenvuelven “cercados” por una realidad absurda que les agrede.
Así podría prolongar “ad infinitum” esta sucinta “reflexión” sobre Buñuel y su obra pero, evidentemente, no es ni el momento ni la pretensión de este homenaje de Turia al gran genio aragonés. Será en otra ocasión, espero, cuando me pidan medio folio.