1. El poeta orienta al lector cuando escribe, tras el nombre de su hijo Gabriel, seguido de dos puntos, las palabras, “un poema”. No estamos ante un desahogo, ni ante una hagiografía, ni siquiera ante una elegía propiamente dicha, sino meramente ante un poema. ¿Y qué es un poema? Un acto de alguna forma de conocimiento. “Gabriel era un secreto”. Y no hay mejor materia para la poesía que lo indescifrable. Para ir a lo que no conoces, tienes que ir por el camino que no conoces. Solo una vez el poeta se vuelve sobre el poema para dudar sobre el camino trazado: “Tengo miedo de estar sólo rondándolo/y convirtiéndolo en una historia”. Hirsch, antes que nada, en el título –Gabriel: un poema–, pone en práctica el arte de la separación del que hablara Mandelstam.
2. Resulta más fácil decir todo lo que este libro no es que decir lo que es. He señalado que no se trata propiamente una elegía porque está bastante alejado del lamento solitario, monódico, que ha prevalecido en la elegía occidental moderna. Ya en el motto hay una frase de “Strings”, la canción de Blink-182, que dice mucho: “No quiero vivir mi vida solo”. Imagino que es un guiño a su hijo, pero el poeta tampoco quiere escribir este poema solo. Integra a cuantos acompañaron a Gabriel (a veces cediéndoles la palabra): la madre, sus amigos, cuidadores, por no hablar del coro de voces –otros poetas que perdieron a sus hijos– a los que recurre para no encontrarse solo.
3. Mucho menos que una elegía, se trata de un kaddisch. Las razones se agolpan, y acaso podría decirse que es un anti-kaddish. Son los hijos los que pronuncian ese canto judío en los entierros de los padres, y no en los de los hijos, algo totalmente anti-natural que supone un desafío para la teología judía. En el kaddish se elogia al padre o a la madre muerta, a su vida cumplida, para, más allá, alabar a Dios y su orden del mundo, el orden en el que los padres trasmiten a los hijos las enseñanzas del Altísimo. Es el core de la Tradición. ¿Cómo puede un padre alabar el desorden que supone la muerte de su hijo? Lo único que puede hacer, a pesar de la increencia, es encararse con Él y retarle: “no te alabaré hasta que me lo devuelvas”.
4. Gabriel es un poema extenso. Un poema de poemas. Escritos en tercetos en verso libre en composiciones de diez de diez. Con un lenguaje rápido, preciso y coloquial, musical, anafórico; de carácter narrativo, y en ocasiones cómico, está cargado de intertextos y de referencias cultas. La estructura narrativa es circular (comienza y termina frente al cadáver de Gabriel) y describe en su amplia trayectoria una por una las estaciones de la vida de Gabriel desde su nacimiento hasta su muerte pasando por la crianza, los primeros síntomas de la enfermedad, la imposible educación, los intentos inacabables de encontrar una terapia, la afectación en la vida familiar, más relevante por estar apenas aludida, sus gustos y manías, los destrozos, comenzando por los que se infligía a sí mismo, como ejemplo cumbre su última y letal aventura. No solo por ser circular el poema tiene trazas enciclopédicas: para el poeta resulta necesario no olvidar nada. Se enumeran los colegios a los que fue (no pocos), los trabajos que tuvo (pocos), los casi innumerables médicos y curanderos, la larga lista de medicinas, todos los síndromes, posibles o reales, todo, hasta el informe de la autopsia que se traslada tal cual está redactado. Aparecen, sin ocupar nunca el centro de la escena, las dudas de los padres, la momentánea desesperación del padre (kafkianamente identificado con la Ley), el sentimiento de culpa, nel mezzo del cammin, la interrogación más profunda y la toma de conciencia de sí mismo, y al final la expresión de un dolor de amor a la vez visible e invisible.
5. Buscaba una pista que me permitiera acceder en el poema al plano del sentido. Y me encontré con este verso: “Lo que para otros fue naturaleza/para nosotros fue cultura”. Se refiere el poeta a que, por ser Gabriel un hijo adoptado, la decisión de los padres, en su caso, más que un hecho biológico fue una pura decisión libre. No pude evitar recordar otro verso de la Commedia –“ Mai no t´a apresentò natura o arte (Purgatorio, XXXI, v. 49)– en el que Beatriz reprocha a Dante que, tras la muerte de ésta, nada humano (arte, cultura) ni divino (la naturaleza) le complaciese, con la consecuencia de caer por el precipicio de la inanidad. Los versos inmediatamente anteriores del florentino son estos: “De todos modos, para que ahora sientas/vergüenza por tu error y en el futuro/seas inasequible a las sirenas,/abandona tus lágrimas y escucha:/así oirás que mi carne sepultada/debía conducirte hacia otra parte” (Purgatorio, XXXI, vv. 43-48).
6. Al principio pensé que se trataba de un mero contacto sin relación, como los que mantenía Gabriel con las mujeres. Pero la referencia dantesca a la “carne sepultada”, al frío transi, a la carroña que si no conforta al menos debería enseñar a vivir, me llevaba al cadáver de Gabriel. Naturaleza y cultura en este poema daría para un largo comentario… Lo que comenzó siendo la más generosa de las decisiones, la más civilizada, mucho más culta y humana que los poemas a los que el poeta dedica su vida, tratando demasiadas veces de huir y protegerse de esa fuerza de la naturaleza que ha admitido en su vida, de ese ser indescifrable e incómodo al que ama por encima de todo, amenaza con convertirle en una sombra, revelándole de paso la sombra que apenas somos en el mar inmenso del sentido.
7. Y dejo para el final la historia del libro. Una noche del año 2011, mientras la tormenta Irene asolaba la ciudad de Nueva York, Gabriel Hirsch, 22 años, hijo del poeta Edward Hirsch (Chicago, 1950), contra toda prudencia, sale de juerga y, tras ingerir una droga, aparece muerto de madrugada. En aquellos días de caos generalizado en la ciudad, los padres buscan durante tres días a su hijo. Edward Hirsch recopiló en un dossier cuanto pudo sobre Gabriel y vertió poéticamente parte de ese material y de sus recuerdos en un libro titulado Gabriel: a poem. El libro fue publicado en 2014 y ha sido brillantemente traducido en España por Aníbal Cristobo para kriller 71 ediciones.
“GABRIEL: UN POEMA”
Por Edward Hirsch. Traducción de Aníbal Cristobo
POEMA I
El director de la funeraria abrió el ataúd
Y ahí estaba él solo
De cintura hacia arriba
Me acerqué a mirar su rostro
Y por un momento me sorprendí
Porque no era Gabriel:
Era solo algún pobre chico
Con su rostro como una habitación
Que hubiera sido vaciada
Pero entonces me fijé con más cuidado
En sus pesados párpados
Y en la delicadeza de sus rasgos
Él que siempre había tenido un sueño tan liviano
Ahora estaba extrañamente quieto
Mi muchacho insensato
Vestido para una ocasión especial
Le gustaba ese traje azul marino
Y exhibirlo delante del espejo
Le gritaron Ey colega
En una calle de Northaptom
Te ves muy elegante con esa ropa nueva
Le encantaba cómo se veía
Después de haber dejado las pastillas
Que nublaban su mente
Se quedaba asombrado
Al verse en los espejos de las tiendas y en puertas giratorias
Que le devolvían su reflejo
Ahora se veía rígido y distante
Como si estuviera yendo a un funeral
En un viernes de inicios de septiembre
POEMA II
Como una jabalina cruzando la oscuridad
Siempre estuvo ansioso
Por encontrar un blanco que lo detuviera
Como un león joven probando su rugido
En el borde lejano de la cueva
El rugido dentro de él era aún más alto
Como la flecha del relámpago en la niebla
Como la flecha del relámpago a través de los mares
Como la flecha del relámpago en nuestro patio
Como la vez en que abrí el horno
Por la noche en la fábrica
Y las llamas causaron una explosión
No estaba preparado para la intensidad
Del calor escapando
Como si hubiera destapado el sol
Como una mosca demente monarca temerario
Como una abeja disparándose desde su colmena
Como un pájaro rebotando contra la ventana
Como un coche pequeño yendo demasiado deprisa
De noche en una autopista de dos carriles
Sus amigos pensaban que iban a morir
Como el grito de guerra de una grulla que cae
Herida hundiéndose en el mar
No vi cómo golpeó contra las olas
Como la furia descarrilada de una bala
Astillándose contra un cráneo
El soldado pareció sorprendido
No se movió cuando lo tocaron
Como la flecha del relámpago inundada por la oscuridad
Tras haberse estrellado contra el mar
POEMA III
Y el Padre la Ley
Que debería haber estado legando
Mandamientos desde lo más alto
Qué estaba haciendo todos esos años
Cuando debía haber estado reconfortando a su mujer
Y encargándose de su hijo
Qué estaba haciendo cuando debía
Mantenerse firme y cuestionar a los expertos
Que trataban de adivinar qué hacer
Debería haberle enseñado
Carácter haberle enseñado valores enseñado
A convertirse en el hombre que debería haber sido
Qué estaba haciendo el Padre la Ley
En la mitad exacta de la vida
Salvo luchar por su vocación
Fantasma de mi yo anterior
Te veo susurrarte a ti mismo
Y deambular
Por una habitación de la segunda planta
De la casa toda la noche cada noche
A través del final de tus cuarentas
Qué buscabas sino escapar
Del trance y el abatimiento
De los antiguos creadores
Poeta que trabajaste tan duro en tu oficio
En un escritorio de madera mellada
Es tarde ya
Es hora
De apagar esa lámpara
Y bajar de tu estudio
Poemas inéditos de Edward Hirsch
“Cuando tú escribes la historia”
Cuando tú escribes la historia
de ser padre
no dejes de lado la alegría
de subir y bajar
las escaleras jugando juntos
o de lanzar una pelota
a través del pasillo
o escabullirse
del pobre perro
que se ha quedado dormido
bajo el piano de cola
en la sala de estar
de la casa de Sul Ross,
no olvides el vértigo
de comer juntos
en una fortaleza secreta de invierno
escondida en algún lugar
–no voy a decir dónde–
en el patio trasero de alguien,
y ¿cómo era esa canción
que inventaste
para arrullarlo?
y ¿no fue ayer
que lo llevaste
por las escaleras
hasta el coche que rugía en la entrada
a las cinco de la mañana?
“Ocho personas”
Ocho personas murieron
en mi bloque en Brooklyn
la semana pasada
y no sabía
lo que significaba
estar viviendo
a una distancia
del otro,
discretos,
aislados,
encerrados
con las implacables
malas noticias
mientras las ambulancias
recorrían el barrio
que por lo demás era
tan tranquilo y silencioso
que me preguntaba
si Dios, también,
había ido a esconderse