A mi abuelo Antonio le dejo
mi nombre y mi miopía,
a mi padre un gesto que yo sé
y el amor desmedido por mi madre,
dueña entera
de esta nariz que le transmito.
A una rama de su familia,
la pasión por la música y las artes.
A mi tía Carmela,
cierta forma de mística.
A mi tatarabuelo Enrique, un sable,
o el gusto por los sables, no mellado
por la leva que lo puso en territorios
que yo sólo he pisado por turismo.
A mi abuela María, la mirada
y a ciertos tíos la melancolía,
que me privó de primos y de juegos
en jardines estériles.
A todo mi linaje, mi deseo
de cuerpos, que condujo hasta mi hoy,
pues crecieron y se multiplicaron
no como mis raíces, sino ramas
de esta luz que da sentido
a sus fúnebres sombras.
A vosotros, alocados, mi experiencia,
y a vosotros, sensatos, mi locura
que hizo que saltaseis los obstáculos.
Os lego mis sillares, mis orígenes,
y fundo vuestra estirpe en mi persona.
Cómo os moldeo, desvaídos.
Seréis como yo soy, desfigurados
vagamente por un tiempo que huye.
Reparto, distribuyo, dejo, doy.
Pero a ese del espejo, un parecido
que nada tiene que ver con la realidad.