Lo dijo Juan Ramón Jiménez y a mí me gusta repetirlo: a la hora de elaborar una antología las razones por las cuales se incluye a unos escritores y se excluye a otros depende en gran medida del grado de amistad, de enemistad o de indiferencia existente entre quien elige a los antologados y estos. Así que una antología, por lo general y según el poeta moguereño, no suele ser sino una criba hecha por afinidades electivas en la que obviamente y como no podía ser menos son todos los que están pero no están todos los que son. O dicho de otra manera: no hay antología en la que la subjetividad no sea el criterio de selección. En el caso que nos ocupa, el propio José Luis Morante, autor de esta antología de aforistas españoles comprendidos entre los siglos XX y XXI, nos recuerda ya al final de su prolijo y detallado prólogo algo que afirmó el también antólogo de aforistas José Ramón González a propósito del carácter personal y subjetivo de toda antología, en cuanto que «una antología es, por necesidad, una propuesta siempre incompleta y cuestionable, y es imposible sustraerse al juicio severo e inapelable del lector, que suele moverse entre el “falta este autor” y el “sobra este otro”». Ni que decir tiene que esta apelación al juicio severo e inapelable del lector parte de la suposición o de la hipótesis de que todo lector de una antología conoce al dedillo el universo literario en el que pulula una porrada de escritores dedicados a un mismo género, y que por esa misma razón estaría justificado entonces que se mostrara crítico con la selección llevada a cabo por el antólogo siempre y cuando echara en falta a tal autor o le sobrara tal otro. Pero, ¿realmente las antologías se elaboran pensando especialmente en ese tipo de lectores tan enterados y puntillosos? ¿O, más bien, se hacen para dar a conocer a los más representativos escritores de un género, sin más pretensión que esa?

En el caso de Paso ligero José Luis Morante ha seleccionado, según su criterio, «las aportaciones coetáneas más exigentes de la producción aforística en castellano desde el despertar del siglo XX hasta el ahora», que incluye a autores de la llamada Edad de Plata, como Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o José Bergamín, a autores de la Posguerra y la Dictadura, como Ramón J. Sender, Max Aub o Rafael Sánchez Ferlosio, y por último a autores vivos enclavados dentro del período de la Transición y la democracia, como Manuel Neila, Ramón Eder, Benjamín Prado o Erika Martínez. En total son veintisiete aforistas los que Morante ha seleccionado. Evidentemente podrían (o deberían) ser más, si nos atenemos a su criterio de máxima exigencia respecto a las aportaciones aforísticas producidas en castellano durante los aproximadamente últimos cien años, excluyendo las llevadas a cabo por autores hispanoamericanos (que, por cierto, aunque no son españoles, también escriben en castellano, lo cual no casa bien con lo que se apunta en el subtítulo del libro, dado que la tradición de la brevedad en castellano debería incluirlos).

En su largo prólogo (casi doscientas páginas), Morante se remonta a los orígenes de la escritura breve, situándolos en los «espacios colonizados por las civilizaciones fluviales: Egipto, Mesopotamia, Babilonia, China, India, Persia y Judea», donde fundamentalmente tuvieron un carácter práctico, moralizante y aleccionador, en forma de preceptos, normas, refranes o dichos, que más tarde llegarían a los territorios de las antiguas Grecia y Roma para incorporarse al pensamiento lapidario de la filosofía en autores como Diógenes Laercio, Protágoras, Parménides, Cicerón o Marco Aurelio. La Edad Media, el Renacimiento y el Barroco son otras estaciones de paso en las que se analiza el devenir de la escritura breve, estaciones en las que despuntaron Sem Tob, Juan Rufo o Baltasar Gracián, entre otros. Pero donde Morante se detiene con más ahínco es en el transcurso que va desde la Generación del 98 hasta nuestros días, pues es ahí donde percibe un cambio de rumbo en el género aforístico, que abandona su carácter moralizante y aleccionador para abrirse a nuevas expresiones que abarcan desde las reflexiones filosóficas hasta los divertimentos verbales, sin que las ocurrencias, las greguerías o las ideas líricas queden ni mucho menos postergadas, dado que «el aforismo ya no es solo “una sentencia breve y doctrinal que se propone como máxima”, según argumentaba el diccionario de la Real Academia, sino un material expresivo contradictorio, un género maleable que admite disquisiciones y da pie a una etimología donde conviven intenciones hondas y juegos verbales». Y es precisamente ese carácter contradictorio el que ha permitido que el género aforístico se haya convertido a lo largo de esta última centuria en un verdadero cajón de sastre, que incluso afecta al propio nombre del género, pues no han sido pocos los autores que lo han bautizado a su peculiar modo como cofrecillos de sorpresas (Benajmín Jarnés), aerolitos (Carlos Edmundo de Ory), sofismas (Vicente Núñez), greguerías (Gómez de la Serna), consejos, sentencias y donaires (Antonio Machado), máximas mínimas (Jardiel Poncela) o nótulas (Cristóbal Serra). 

Afirma José Luis Morante que «más allá de contingencias y gustos circunstanciales, el aforismo ha encontrado por fin, en su despliegue, reconocimiento mayoritario y activa presencia intelectual». Sin duda, tal aserto es manifiestamente optimista, quizá algo exagerado, porque que haya unas pocas pequeñas editoriales y algunos concursos dedicados al fomento y la publicación de libros de aforismos no supone, creo yo, un reconocimiento mayoritario entre los lectores, que probablemente no pasarán de los doscientos o trescientos en nuestro país, cosa que no es suficientemente notable como para tirar cohetes, lo cual no quita que Paso ligero sea una obra importante que ayudará a entender el devenir histórico del género aforístico en España y a conocer a algunos de sus principales representantes. Bien es cierto que estos representantes incluidos en este libro podrían haber sido otros, sobre todo los que pertenecen al último período, Transición y democracia, pues nombres como los de José Mateos, José Manuel Benítez Ariza, José Luis García Martín, José Luis Trullo, Javier Salvago o Antonio Rivero Taravillo hubieran merecido igualmente formar parte de la selección, tanto por su valor literario como por su notable producción aforística, cosa esta última que en tales autores está muy por encima de la de por ejemplo Juan Manuel Uría o Erika Martínez, pero ya recordé al principio lo que decían JRJ o José Ramón González y no vale la pena insistir más en ello. No obstante esta salvedad, unida a algún pequeño equívoco, como confundir la Alianza de Intelectuales Antifascistas con una inexistente Alianza de Intelectuales Antifranquistas (pág., 74) o referir que Max Aub ingresó en el PSOE en 1927 cuando en realidad lo hizo en 1929 (pág., 90), lo cierto es que la labor llevada a cabo por José Luis Morante en esta antología es irreprochable, no solo por su amplio y minucioso conocimiento de todo lo relativo al género aforístico de habla hispana sino también por su ejemplar difusión de la importancia que esta breve forma expresiva ha tenido en la obra de algunos de nuestros más insignes literatos. Razón suficiente como para que cualquier lector interesado en este género literario no deje pasar la ocasión de adentrarse felizmente en sus páginas.


Paso ligero. La tradición de la brevedad en castellano (siglos XX y XXI). Edición, selección y prólogo de José Luis Morante. La isla de Siltolá, 2024