Una de las mayores alegrías que puede encontrar un lector de poesía es la de un libro bien escrito y distinto, lejos de los cánones transitados (pero con los lenguajes y usos del momento que habitamos), y con esa autenticidad de la poesía genuina. Algo dice T. S Eliot sobre esa poesía en Lo clásico y el talento individual, aunque desgraciadamente para él, salvo Virgilio, todos seamos poetas menores. Lo cierto es que en este gran momento de las lenguas asentadas y donde el todo por venir está en las que aguardan su clasicismo, es esta incumbencia que vivimos, explicó Northrop Frye, la hipersubjetividad está a la orden del día. Es el caso de esta moderna elegía que guarda en lo íntimo el desgarro “él se quedará aquí en el pecho prendido y en las fotografías manchadas de huellas dactilares” porque no necesita enumerar para la gloria, para la Fama, las virtudes del padre a lo Jorge Manrique, sino guardarlas, atesorarlas en su propio dolor e intimidad, en la coraza de su propio pecho. Y es que Cabeza de familia es una moderna elegía a la muerte del padre con el horizonte referencial de Jorge Manrique (solo referencial, pues poco tienen en común salvo el óbito del progenitor), para hacer una emulación de las virtudes del fallecido, pero también del aura que se infiltra y tizna la espera ante la muerte de quienes le aman, las circunstancias, en el Hospital Arquitecto Marcide de Ferrol, ciudad donde nació Alicia Bouzao (1987). Y para mostrar esos dos mundos, el del recuerdo del muerto, el de las creencias, que “guarda mi madre” y el del puro fervor sin creencia, el yo lírico desenrolla estos versos llenos de delicadeza y ternura, emoción.

Cabeza de familia es un libro dividido en cuatro secciones con el mismo asunto, para contarnos un proceso emocional (y un suceso que lo desencadena) en verso libre y versículos, a veces casi “proemas” e indistinguibles en la práctica pues todo depende del cómo se lean… Así lo estudiaron Carlos Jiménez Arribas (demuestra en un ejercicio a propósito de ello) y María Victoria Utrera Torremocha. Proemas que han tenido en las dos últimas décadas una importante presencia en España, aunque vinculada a ciertos herederos de las poéticas del silencio en los 2000, si bien no solo. Y así asistimos al proceso de la espera, de la generosidad y virtudes del padre, a los vacíos, a veces con la técnica del leixa-pren para relatar ese dolor íntimo que algunos poemas sobrecogedores y espléndidos elevan a poemas que así pueden llamarse, con mayúsculas. Me refiero a «Dust» o «Para crear el ojo de Emilia», «En el cuello» y «Una bala llegó en mayo» que nos hablan del talento de una poeta relativamente tardía en cuanto a la publicación de su primer libro, Manual para la comprensión del insomnio (2019), y que ha sabido esperar para cantar con fuerza y autenticidad, con esa determinación literaria del poeta genuino, con el que comenzábamos la reseña. Lecturas no parecen faltarle y, además, bien escogidas (la de Dylan Thomas es estupenda), bien traídas. Y si a eso le sumamos la mezcla de referencias realistas (zapatos de Zara o Jin Morrison), y las asociaciones de corte irracional que maneja con tropología propia, “la chica de perfil recto/como la línea de un divorcio” o esa personificación de la melena que “empezaba a caer dormido sobre los hombros”, entre otras más arriesgadas y sugerentes,  pero controladas (no es Michaux ni Ashbery), sabremos que estamos ante una poeta que lo es, con mucho que decir y futuro por delante. Una grata sorpresa este Cabeza de familia y su cuidada edición en Lastura.

 

Alicia Loustao, Cabeza de familia, Madrid, Lastura, 2024