Son
una ventana abierta al mundo.
El racimo de una región. Un cielo diletante.
La mandíbula del horizonte llenándose como un vaso.
Las nuestras antes estaban
hechas de madera vieja;
responso tonto del bosque,
ajuar poroso y podrido, una
rutina de corteza seca día a día perdiendo centro.
¿Te acuerdas de cómo se las podía horadar con la uña del dedo meñique?
Mira que te he hablado veces de la conciencia.
Cáscara del castaño, quillas de nuestro asombro.
Este es el cristalino de la casa ungido por la transparencia.
Pulguitas de luz repican en los marcos.
A veces teníamos que poner un tope
improvisado para mantenerlas abiertas.
O no cerraban bien,
y el viento entraba silbante y violador por una grieta
hasta el puro hogar de nuestras casas.
¿Cómo prescindir de ellas? ¿Cómo estar sin estar?
Por eso ahora sonreímos felices, satisfechos,
emprendimos reformas e instalamos por fin las radiantes, las inteligentes
nuevas ventanas.
Como pájaros oscilobatientes encajan, reverencian.
Se abren
para dentro.