La veo tan moderna, tan poco preocupada
por lo que las generaciones
futuras digan de ella,
que no puedo evitar pensar en sus iguales
de hoy y de cualquier tiempo.
Pienso en cuántas posaron para cuántos mediocres,
cuántas fueron amantes del artista de turno,
cuántas quisieron serlo,
cuántas soñaron con la inmortalidad
de su cuerpo y su gesto,
nunca la de su nombre.
Tampoco hacía falta tanto:
una figura deseable,
un pudor que podía ser vencido
y alguna tonelada de vanidad hambrienta.