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Configurar sentido descendente

Hay hechos que los años no cicatrizan, vidas tejidas a la herida; pero cuando la memoria es útero del ser, el vacío una tensión dispuesta al alumbramiento y la ausencia una presencia por el alma interiorizada, es posible tener país, en un sentido que va más allá del territorio, leer el tiempo hasta volver a nacer entre los rostros de la ignominia y la muerte, asumir el dolor hasta transfigurarlo en espacio solidario y ser concebido de nuevo en virtud del amor. De este modo se podría resumir la vida y la obra de Juan Gelman, tan trenzadas, que la lengua al sufrir tanto daño acumulado necesita fracturarse, para así expresar en su total sentido sucesos como el secuestro y asesinato  por la dictadura argentina de su hijo y de su nuera, embarazada de siete meses, y la entrega a una familia uruguaya de su nieta, nada más nacer, cuya búsqueda fue una obsesión del poeta hasta poder abrazarla veintitrés años después. Macarena, ese es su nombre, acompañó, con el resto de la familia, a Juan Gelman en el acto de recepción del  premio Cervantes en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el pasado veintitrés de abril. Su rostro, íntimamente iluminado, fue el mejor testimonio de la entrega de su abuelo a lo largo de toda su existencia a la lucha, tan cervantina, por la verdad y la justicia, inseparablemente unida a la escritura, al “oficio ardiente” de la poesía como él mismo reconocía en una mañana también primaveral para el espíritu.

- La vida y la obra de un poeta, un escritor, un artista, no son cosas separables: se alimentan mutuamente. Claro que al lector sólo debe interesarle -o no- la obra.

- Una obra que encontró en el Quijote “manantiales de consuelo, pues sólo quien  desde el dolor, como Cervantes, ha escrito  con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante” Y así el texto más doloroso puede ser para el lector aurora y no crepúsculo, salvación  y no hundimiento.

- Cervantes se alzó de las miserias que lo cercaron y nos dio una lección literaria de vida, tierna, irónica, llena de compasión humana y clarividente  que perdura y perdurará siglos.

- La memoria, útero del ser, como dijimos al principio, es  para Gelman la causa motriz de cualquier empresa humana, incluida la creación literaria, en la que esté en juego la médula de la existencia y una mantenida actitud solidaria y de compromiso. Memoria que unas veces-pensamos- actúa sumando tiempos y espacios, y otras mediante un proceso selectivo. Y que tiene su respiración gemela en el olvido.

- John Locke propone en su Ensayo sobre la comprensión humana que la identidad personal es la conciencia que acompaña al pensar en tanto que se extiende hacia atrás a toda acción y pensamiento del pasado. Claro que se produce una selección de los recuerdos, lo cual, para Freud, es un trabajo del inconsciente, no voluntario. El resultado de este proceso es individual: hay quienes  olvidan sus malas acciones, otros no recuerdan las buenas que obraron. En cuanto al olvido y su articulación con la memoria, San Agustín, Nietzsche, Heidegger, Gianni Vattimo y otros grandes pensadores le dieron respuestas diferentes. No osaré dar la mía. Pienso, sin embargo, que en cada uno esa articulación no es abstracta: depende de sus actos, del entorno, de los acontecimientos, de la educación, de la subjetividad y de tantas cosas más.

Tanto la memoria y otras facultades psíquicas, como todo lo que le sucede a un ser humano , se encarna en la lengua en el acto de la creación, por eso no debe haber ningún temor, como tampoco lo hubo en el caso de Cervantes ,a introducir neologismos, a manchar el idioma con el barro de la vida. Esta encarnación ha sido un constante en la poesía de Gelman, fiel a su convicción de que “la lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma”.Un proceso, el de alumbramiento de la palabra, que es tanto externo como interno.

- La palabra , desde luego, viene de afuera, nos hiere en la cuna y abre una herida que, afortunadamente, no se cierra. Lo que nace en nuestro interior es el uso de la palabra y va hacia fuera provocado por el afuera, aunque uno sólo hable consigo mismo.

- Estas primeras reflexiones ligadas a  la obra compleja y extrema en su latido del poeta argentino, se alumbraron durante el acto  de Alcalá, donde colocó a la poesía en vanguardia de la lucha contra la muerte.

- Es así en la medida en que resiste contra el despiadado materialismo de esta época, un materialismo genocida que asesina por hambre. En el fondo, la poesía es una constante interrogación sobre la vida y la muerte

- Llena de preguntas como cuerpos doloridos o habitados por la angustia, se muestra el organismo latiente que es la obra de Juan Gelman, fruto, como hubiera dicho Marina Tsvetaeva, “de escribir para vivir, no de vivir para escribir”. Una poesía -afirma el también  Premio Cervantes Antonio Gamoneda-“que entiende la palabra en la magia de la realidad, para que la magia de la realidad transforme la palabra”. Con la inocencia que toda buena lectura poética exige intentaremos, a partir de ahora, transmitirles las huellas de una intensa existencia impresas en una lengua definitivamente vulnerada. La aventura comienza el 3 de mayo de 1930 en el barrio porteño de Villa Crespo, un barrio de inmigrantes de Buenos Aires.

- Nací -único argentino- en un hogar de emigrados ucranianos de origen judío, pero no practicantes. Mi padre fue social revolucionario y participó en la fracasada revolución rusa de 1905. Era un hombre culto, como tantos obreros de los movimientos socialistas de Europa del Este, conocedor de la historia, la economía y la literatura. Mi madre había estudiado  medicina, era gran lectora y adoraba la música. Llegaron a la  Argentina con mi hermano y mi hermana en 1928. Era la segunda vez que mi padre se iba del país, desilusionado con la revolución bolchevique, ya en las manos del terror estalinista; la primera, escapaba del zarismo. También mi hermano era un gran lector y yo le saqueaba la biblioteca a escondidas. Cuando tenía seis o siete años, él me recitaba poemas de Pushkin en un idioma incomprensible para mí, pero que tenía músicas y ritmos que me transportaban a otro lugar. Creo que así nació mi amor a la poesía. El barrio era el barrio, todos luchaban por sobrevivir en esos duros años treinta. Los chicos jugábamos en la calle con pelotas de trapo o de papel, atadas con cordeles. No había para más.

- Y a los nueve años, entre juego y juego, siente el misterio insondable del amor, prendándose de una vecinita a la que escribió algún poema. Entretanto, otra pasión se despertó en él: la pasión por la lectura.

- A los catorce años leí Crimen y castigo, de Dostoievsky, y eso me costó dos días de fiebre y cama. Y luego, Kafka y Joyce, que en la Argentina publicaron muy temprano editoriales fundadas por republicanos españoles exiliados. Cervantes, siempre, y Shakespeare. En poesía , Raúl González Muñón, César Vallejo, Neruda, Garcilaso, Quevedo, Góngora, San Juan de la Cruz; y Baudelaire, Villon, Mallarme, Rimbaud. Después, con el tiempo, se sumaron José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Antonio Gamoneda o Ángel González, por citar algunos poetas españoles contemporáneos.

- Lecturas que, junto al tango y la milonga, confidentes de su oído desde una vieja radio y pasos de baile familiares en el barrio, van modelando su forma de ser  y de estar en el mundo, un mundo que percibe desde muy temprano como injusto e insolidario, hasta el punto de ingresar a los quince años en la Juventud Comunista, decisión unida a su idea de la revolución que, como después se vio, siempre fue más allá de lo que por ella tantas veces entendemos

- Nunca pensé que la revolución era o es o será, si alguna vez será, la producción de un simple cambio político, económico y social. Si no procura el engrandecimiento del alma humana, no es revolución, es otra cosa. En todo caso el compromiso debe estar sostenido por la fuerza del espíritu. Escribo por necesidad, no para hacer la revolución. Usted habrá encontrado poemas míos en los que esta afirmación es explícita. El poeta es un ciudadano y, como tal, podrá querer o no  hacer la revolución. Hay grandes poetas que no fueron ni son revolucionarios, así como grandes revolucionarios que no fueron ni son poetas.O que son malos poetas.

- La llamada de la poesía como destino, se va haciendo cada vez más imperativa, por eso abandona sus estudios de Química y busca en el periodismo una forma de vida que esté también relacionada con el lenguaje, aparte de ejercer diversos oficios para salir adelante. A finales de los años cuarenta, su camino como creador estaba ya signado por el advenimiento futuro de la tragedia, por lo substancial humano,por la pérdida y extrañamiento; también por la energía salvadora del amor. Todo ello  dentro de una lengua permanentemente embarazada, en donde como una criatura crece el dolor, fluye la sombra o canta la aurora, donde se sedimentan los acontecimientos históricos y se libra un combate sin cesiones a favor de la verdad, la justicia y la libertad. Una lengua “moldeable como la cera”, en expresión de Fray Luis de León, cuya dinamita se alberga en su alto cielo de belleza. Tres etapas se suelen  señalar en la obra de Gelman: la de las décadas de los cincuenta y sesenta, caracterizada, en opinión del autor mexicano  Marco Antonio Campos, por “su ligereza, ludismo y destellos de ternura, con gran presencia del cuerpo de la mujer y la germinación de sueños y utopías ya nunca abandonados”;la oscura, plena de heridas irrestañables, correspondiente a la época de la dictadura argentina  y el exilio, y la marcada por una mayor serenidad para nombrar interiormente lo vivido y por la elección de un territorio, el mexicano, para reconstruir la existencia sin abdicar de ninguno de los principios éticos y estéticos.

- Clasificar es una tarea muy difícil. A mi me parece que, más que etapas, hay desarrollos en los que, sin duda, el afuera influye. El afuera escribe en uno, pero el que escribe es otro. La definición más perfecta de la belleza es, a mi juicio, la de Sor Juana Inés de la Cruz: una espiral en movimiento, cada vez más abierta, y esto puede aplicarse al trabajo de todo artista. Cada artista desarrolla mundos que son épocas del ser. No es, para mí, el círculo cerrado y perfecto de John Donne.

- En la senda creativa de nuestro autor, Violín y otras cuestiones es su primer libro, del que en 2006 se cumplieron cincuenta años y que se abre con unos versos verdadera declaración de principios sobre la poesía: “¡Quién pudiera agarrarte por la cola / magiafantasmanieblapoesía! / ¡Acostarse contigo una vez sola / y después enterrar esta manía! / ¡Quién  pudiera agarrarte por la cola!

- Así me parecía entonces y me sigue pareciendo. La poesía es inaferrable. Cada poema es el hecho cumplido de un deseo que nunca se agota, decía René Char.

- “La poesía es una manera de vivir”, dice también Gelman en este libro, una forma también de cristalizar la voz de los otros: de los que no tienen trabajo, de los golpeados por la vida. El lenguaje coloquial y los objetos con pulso son los hilos con los que se teje este tapiz solidario, en cuyo relieve aparece uno de los símbolos fundamentales de su obra: el pájaro.

- En el habla de las gentes no pocas veces se encuentra un temblor poético. Piense usted, por ejemplo, en los diminutivos de la lengua cotidiana, piense en el “agüita” de Santa Teresa. Pero no coincido con el adjetivo coloquial aplicado a la poesía, a cualquier poesía. Hay un gran equívoco en esto.¿Habrá que calificar de “poesía marina” a la escrita sobre el mar? La poesía es poesía o no lo es. La palabra es materia, como el mar. En cuanto a los objetos no sé si catalizan sueños, ilusiones y esperanzas. Depende. Me encanta esta definición de la antigua cultura china: llama al mundo “las diez mil cosas”. El poeta mexicano Eduardo Hurtado tituló así su libro más reciente. Por lo que se refiere al pájaro representa la necesidad de volar, cualidad que tiene naturalmente.

- En 1959, fecha de publicación de su segundo libro, El juego en que andamos, Juan Gelman manifiesta sus críticas al partido comunista, del que se separaría cinco años después, y se siente en cambio atraído por la revolución cubana, de la que, pasado algún tiempo, igualmente descreería. Todos estos acontecimientos son, como nos dice el poeta,  “el afuera que escribe en uno, pero el que escribe es otro”,  y el que escribe nos transmite en esta  obra la fuerza cósmica, genesíaca, del amor: “Habítame, penétrame./ Sea tu sangre una con mi sangre…Estés en mí como está la madera en el palito” . “Palito”,  un diminutivo ,¡tantos hay en la poesía de Gelman!, sinónimo de ternura, de fragilidad con horizonte.

- Creo que , sobre todo, expresa la ternura, el asombro y la magnitud del sentimiento amoroso que encarna hasta en lo más pequeño.

- Diminutivos, pálpito íntimo del lenguaje, y la contradicción, más que el oxímoron, según indica el poeta, que articula también su creación poética: “Si me dieran a elegir, yo elegiría/ esta salud de saber que estamos muy enfermos,/ esta dicha de andar tan infelices”. Un  paso más en este itinerario esencial, pues todo nos conduce al ser humano más allá de lo accidental, es Velorio del solo, publicado en 1961, obra que nos revela otra cuestión clave del universo gelmaniano, la imposibilidad de saber quiénes realmente somos, unida en el poema que da título al libro a la soledad radical y a la inocencia: “En esto era tenaz y los días de lluvia/ salía a preguntar si lo habían visto/ a bordo de unos ojos de mujer/ o en las costas del Brasil amando su estampido/ o en el entierro de su inocencia (muy particularmente)”.

- Más que imposibilidad, es una enorme dificultad. Así es, al menos en mi caso. Conocerse es un proceso en el que la razón cartesiana no sirve de mucho. La escritura me guía como una linterna en mi interior, pero cuánto hay que despejar para llegar a la verdad de lo que somos y nos pasa. El conocimiento de esa verdad por tal camino es un movimiento constante y cambia al ser. Es de por vida.

- Y junto a esta habitación de nosotros mismos entre tanta tiniebla, en Velorio del solo se trata de la propia poesía, considerándola un “arma” para enfrentarse a los dolores de este mundo y a la muerte. Tarea que el poeta debe desarrollar consciente de que no es el propietario del don de que está investido, sino el siervo que intenta iluminar el rostro de la vida.

- Pienso que todo arte es una afirmación de vida. Borges decía que si supiéramos lo que pasa después de la muerte, desaparecería el 95 por ciento de las manifestaciones artísticas. Creo asimismo que la palabra es de todos, como el aire, y que nunca pretendí que mi poesía fuera un ejercicio moral. Me siento llevado a escribirla por obsesiones que me ocupan. No reflexiono mucho.

- Dos nuevos términos aparecen ahora con su capacidad engendradora, “jugos” (“Jugos del cielo mojan la madrugada de la ciudad violenta”) y  “pedazos”, vocablo alusivo a fragmentación, pérdida, desligamiento, quizá materia sorda.

- El jugo es lo sustancial de cada cosa y hay que trabajar para obtenerlo. No es una palabra intercambiable, pero se puede decir médula, espíritu, meollo, fondo. Los pedazos… A veces tengo la sensación  de que vivimos a pedazos. Otras, nos hacen pedazos.

- El amor como invasión total, alumbrador  de una fisiología emocional en la que cada parte del cuerpo actúa como un todo, desata la “furia”, palabra dotada de un intenso movimiento psíquico, y pervive más allá de la muerte en el poema que da título al siguiente libro Gotán, editado en 1962: ”voy a pasar  toda la muerte tendido con su nombre,/ él moverá mi boca por la última vez”.

- El todo del amor es un momento excepcional. Se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da.

- Otros aspectos de este libro a sumar a su urdimbre poética son el engarce de lo popular y lo culto, la fecundación llevada a cabo por el tango (Gotán es tango al revés), el humor y la ironía.

- Esa convivencia existe en el habla popular. Oigo a veces frases sorprendentes. Y hay letras de tango-para hablar de lo que más conozco-que son verdaderos poemas. Claro que en poesía se trata de otra cosa y no busco esa convivencia, la encuentro, surge por necesidad expresiva. Volviendo al tango se integra en mi obra por  razones de vida, supongo. De muchacho salía a bailar casi todas las noches con los amigos del barrio. Eso lo sé. Lo que ignoro es en qué medida me acuñó junto con la lectura de los grandes poetas. En Gotán -como usted dice, tango al revés- ironizo sobre cierta mitología que en mi época, y aún hoy, baña la ceremonia de bailarlo. Por ejemplo: “Y la costurerita pálida y mustia/ que pesa lo que puede pesar un mirlo, /nos dice con su voz llena de angustia:/ “El tango, pa’bailarlo, hay que sentirlo”. Me ocurrió, ¿sabe?

- Juan Gelman  trepana el lenguaje con las vicisitudes de la existencia, busca la máxima precisión al nombrar exigida por la poesía, por eso en Cólera buey (de nuevo la contradicción), una de sus obras mayores, aparecida en 1965 en La Habana, y revisada y ampliada en la edición bonaerense de 1971, se producen una serie de movimientos sísmicos en el idioma empleado, consistentes en la transformación sin normas  de la morfología y la sintaxis, la creación de neologismos y la ausencia de puntuación, acompañados de la invención de seudónimos. Todo lo cual nos plantea interrogantes sobre los resortes íntimos de esta revolución lingüística.

- El título Cólera buey habla de cólera castrada, que fue una experiencia de vida. Me fui del partido comunista convencido de que obedecía a oportunismos varios, como antes señaló, y la revolución cubana, igualmente ya citada, nos mostró a muchos que ese sueño era posible en América Latina. Pero no encontrábamos la manera de llevarlo a cabo en Argentina y pasé un largo período de desorientación política que coincidió con situaciones personales difíciles. Mi poesía se encerró en un intimismo estéril. La intimidad, desde luego, forma parte de la subjetividad, pero no es toda la subjetividad, es un territorio mucho más amplio. Inventé entonces unos sosias que me ayudaron a salir de la clausura en que me había encerrado yo mismo: un inglés John Wendell, primero, luego un japonés, Yamanokuchi Ando y por último el estadounidense Sydney West. En el camino Dom Pero, un presunto poeta español del siglo XV. No son heterónimos, como los de Pessoa, son seudónimos que me permitieron romper el cerco y recorrer otras obsesiones. Tropecé además con los límites de la lengua, no alcanzaba palabras para esa  cólera castrada. Y sí, es el afuera que interviene en uno, sacude la vida, marca a la expresión. Esto se acentuó durante mis catorce años de exilio, llenos de dolor, impotencia, indignación y odio. Las furias y las penas, que decía Quevedo.

- Cólera Buey está compuesto por un poema al comandante Guevara y por  textos de nueve libros inéditos con vibraciones muy diferentes, acompasadas a la diferente tensión anímica del autor en cada momento, donde se entrecruzan, según señala Miguel Dalmaroni, “discursos heterogéneos, como lo público y lo íntimo, la política y la literatura, o lo narrativo y lo lírico”; “convivencia -añade Dalmaroni-  que será ya el sello identificativo del conjunto de su obra”. A lo que se añaden dos tipos de escritura: la que implica directamente al propio Gelman, y la que surge del desdoblamiento en otros “yoes” (con el resultado de extrañamiento) y la alteración de los espacios y los tiempos. A este segundo tipo pertenecen  los libros Traducciones I. Los poemas de John Wendell; Traducciones II. Los poemas de  Yamanocuchi Ando y Traducciones III. Los poemas de Sydney West, poemas estos últimos que constituyen historias narradas en tercera persona, donde se  lamenta la muerte de una serie de habitantes de Melody  Spring o Spoker Hill,que podríamos ubicar en el Medio Oeste de los Estados unidos si no fuera porque el propio Gelman nos avisa, no sin cierto humor, de que se trata de “un pueblecito del sur de la provincia de  Buenos Aires”, y de que detrás de Sydney West quizá haya un argentino, porque -afirma- “el libro respira los problemas, la atmósfera y el idioma de los argentinos, o no”. Los poemas de Sydney West ,declara Alicia  Borinsky, “nos ofrecen un espacio utópico que desarrolla la capacidad disociativa de lo fantástico y donde se nos asegura que hay lugar para el cuchicheo, para las parodias de la traducción y para esa gran fiesta íntima a la que nos invita el escritor argentino cuando entramos en su juego”. Valgan  como ejemplo estos versos: “Cuando Gallager Bentham murió/ se produjo un curioso fenómeno:/ a las vecinas les creció el odio como si hubiera aumentado la papa/ feroces y rapaces comenzaron a insultar su memoria/ como si el deber obligación o tarea de gallagher bentham/ fuera ser inmortal”.

En Cólera Buey, aparte del compromiso político, el cuerpo de la mujer  es fundación, cobijo, inundación animal, resplandor, ternura, placenta de los sueños, lugar sin geografías del amor, incendio de un mundo en libertad: “sonríe como un cómplice/bajo el calor suelta sus animales bellos desnudos indolentes/ y recorren la tierra llenándola de ansias de carne en libertad/ ella prepara sus abismos/ ninguno la conoce/ en la mitad de la noche me despierta la oigo cómo enciende su furor/ y las crepitaciones/ de rostros que ella quema lentamente/ contra su voluntad”. Por último, en esta obra central por todo lo ya dicho, se acentúa el convencimiento de que la creación poética es el resultado de una suma de voces.

- La poesía debe ser hecha por todos y no por uno, pedía Lautréamont. De algún modo es así, aunque los poetas sean pocos. Los pueblos crearon y siguen creando las lenguas y quién sabe cuántos antepasados hicieron la palabra “mar”. Pero hoy el autor no desaparece, aunque la suya sea una voz más. Un poeta es cualquier hombre, pero cualquier hombre no es un poeta, decía Raúl González Tuñón. El sueño de todos: desaparecer en el anonimato y que la gente recuerde o diga sus poemas sin conocer el nombre del autor. Le sucedió a González Tuñón durante la guerra civil española.

- Coincidiendo con la publicación ampliada de Cólera Buey aparece Fábulas, en 1971, poemario con atmósfera onírica, presencia de lo mágico y una potente imaginación, donde continúa esa cirugía a que somete el lenguaje Juan Gelman, en este caso el cambio de género (“las pechos tristes”, “una camino”), que  tiene como consecuencia la incorporación  de  la realidad en toda su complejidad, física y psíquica al poema. Operación realizada -afirma el autor-“sin perseguir objetivo alguno. La poesía no es cuestión de voluntad y el mejor momento es cuando ella nos mueve la pluma”. Movimiento  umbilicalmente unido al ritmo, creador de sentido.

- El ritmo es absolutamente esencial, es la economía de poema y de todo arte. Las palabras sólo pueden cabalgar en él haciendo música.

- A medida que avanzamos por una obra donde transparece la vida del autor, siempre trascendida por la palabra poética, con el fin de que resuene en corazones muy diferentes, lo íntimo se va tornando cada vez más voz colectiva. Esto sucede ya en plenitud cuando en 1973 se publica Relaciones, año del regreso de Perón a la Argentina, tras cuya muerte asciende a la presidencia su esposa Isabelita, quien nombra ministro de Bienestar Social a José López Rega, creador de  la Triple A. Comienza de este modo a abrirse una sima en el país de Gelman, que desembocará poco tiempo después en los años atroces de la dictadura. El escritor, miembro entonces de la organización Montoneros, que pronto pasará a la clandestinidad, realiza  una intensa actividad en favor de los derechos humanos; por eso Relaciones -como señala la profesora  Mª Ángeles Pérez López- “trata de la injusticia, la tortura, la anulación del diferente, la ignominia de la historia ,la insuficiencia de la poesía y el amor como forma de dolor”. El amor, que como ya hemos indicado, es núcleo de su poesía, supera la relación entre dos seres   para manifestarse como una fuerza cósmica

- No se muere de amor, se vive por amor. Y no se trata sólo del amor a la pareja, sino a la existencia misma con todo lo que la moldea. Hay quienes aman a la humanidad en general, pero odian a la gente en particular. Esto no me pasa.

- Relaciones es también un libro en movimiento hacia “el otro”, transitivo, que, a pesar de la insuficiencia del lenguaje para transmitir determinadas situaciones, es consciente del valor de la poesía para consagrar la dignidad de los oprimidos, para ser un bálsamo y para dar eternidad al instante. El poema titulado Bellezas, cuyo final transcribo, dirigido a los escritores, especialmente a Octavio Paz, Alberto Girri y José Lezama Lima , es un acto de fe en el poder de salvación de los versos: “Octavio José Alberto niños ¿por qué fingen que no llevan la calma donde reina confusión?/ ¿por qué no admiten que dan valor a los oprimidos o suavidad o dulzura?/ ¿por qué se afilian como viejos a la vejez?/ ¿por qué se pierden en detalles como la muerte personal?”. Y en ese diccionario de términos-símbolos que podría hacerse con la obra de Gelman, aparece ahora “tela”,que lo mismo es frontera, que nutriente vida o anuncio de muerte.

- La tela es un tejido que urdimos cada día, desparejo, abrigador, mortífero. La vida entrega los hilos.

- Los malos presagios que se cernían sobre Argentina, se convierten en tragedia el 24 de marzo de 1976 cuando una Junta Militar da el golpe de Estado. El horror y el desgarro  colocan al poeta en un abismo de ausencias que le dejarán una huella indeleble y vulnerarán hasta la respiración del lenguaje. Entre esas ausencias, lo recordamos de nuevo, su hijo Marcelo, de veinte años, y su nuera, María Claudia, de diecinueve y embarazada de siete meses, ambos secuestrados y asesinados, y su nieta, Macarena, que nada más nacer fue entregada a la familia de un policía en Uruguay. En su búsqueda Juan Gelman comprometió 23 años de su vida, hasta que en 2000 se produjo el encuentro. A ellos se suman otros seres muy queridos, igualmente asesinados o desaparecidos por la dictadura, como los escritores Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Miguel Ángel Bustos y Paco Urondo. El sufrimiento mina la carne y el espíritu de Gelman que se halla en un estado de fragilidad añadida: la del que ha perdido sus raíces, la del exiliado que, en un acto de suma generosidad, al analizar esta condición se siente uno más entre los expulsados.

- En mi caso, llegué a la sensación de que todos somos, de algún modo, exiliados en esta tierra. No me refiero a la manida frase “ciudadano del mundo”. Hablo del destierro material y espiritual que padecen miles de millones de personas, expulsadas de una vida digna y de una felicidad posible. El cabalista Isaac Luria imaginó que el primer exiliado fue Dios, ocupaba el universo entero y tuvo que abreviarse para dar lugar al mundo.

- Pero existe una patria de la que nunca somos desterrados: la lengua

- A pesar de los genocidas, la lengua permanece, sortea sus agujeros, el horror que no puede nombrar. El ser humano creó las lenguas y hace cosas que ellas no pueden nombrar. El ser humano está dentro y fuera de la lengua. La poesía, lengua calcinada,  tuvo que padecer en nuestro Sur discursos mortíferos, tuvo que atravesarlos y no salió indemne, pero sí más rica. Es que la poesía es un movimiento hacia el Otro, busca ocupar un espacio que en el Otro no existe. Pero,¿cómo hacer olvidar a la lengua su ayer manchado de espanto? ¿Cómo cicatriza la lengua olvidando su ayer?.

- Muchas preguntas e interjecciones habrá a partir de este momento en la poesía de Gelman, mucha necesidad de habitar la intrahistoria de la lengua, de diálogo dentro de ella, de encarnación de los ausentes entre sus huecos , en sus fisuras transformadas en luz. Hechos, el libro que abre la etapa del exilio y que no se publicará hasta 1980, introduce la barra gráfica, que acompañará al lector de ahora en adelante, y que no es un signo gratuito, sino que le obliga a hacer una pausa inconsciente dinamizadora del pensamiento, e integradora, a pesar de la aparente separación del verso, con lo que se acentúa la revelación ínsita  en el poema que, ante la nueva y dramática situación,  se convertirá en campo de resistencia, denuncia y reconstrucción del propio ser del poeta, en compañía siempre de los ausentes, con la energía prestada por la propia evolución de la lengua y  el futuro virgen alentado por la mujer; sin prescindir nunca del misterio entrañado en la creación poética, ni de las relaciones mágicas que se entablan dentro del cuerpo del texto. Una doble fractura, íntima hasta casi nublar la identidad del autor debido al dolor, y exterior, de desposesión de su país, entendiendo por país un entramado de relaciones físicas, afectivas y comunitarias, configurará a partir de este momento el mundo personal y literario de Juan Gelman. Y la primera respuesta será mirar de frente a los ojos de la derrota, cohabitando  con sus muertos, abrazándose a la memoria como un alba herida y rebelándose contra las furias o tinieblas interiores. Algunos versos entresacados de varios poemas del libro Notas, escrito en la segunda mitad de 1979, lo expresan bien: “te mataré los pedacitos./ te mataré  uno con paco./ otro lo mato con Rodolfo./ con Haroldo te mato un pedacito más./ te mataré con mi hijo en la mano…te voy a matar/ derrota.------. dicha infeliz/ país de la memoria donde nací/ morí/ tuve sustancia/ huesitos que junté para encender/ tierra que me entierraba para siempre.----- ya no te quiero/ furia/ no te quiero más/ rabia me desolás el corazón/ me volvés ciego el corazón”. “Huesitos” y “pedazitos”, palabras aparecidas en estos versos, significan una disección anatómica no sólo materia sino animada por el espíritu, dotada de biografía.

- Los ausentes vuelven de su pérdida y su repetición se convierte cada vez en otra cosa. En esos regresos hay mucha vida que pasó y, como usted señala, en el cuerpo y el espíritu se anidan. Fueron seres humanos  que buscaron un país más justo. Con los 30.000 desaparecidos también desapareció ese proyecto. A veces, cuando escribo, termino con dolor de huesos.

- El camino interior hacia los ausentes, hasta desvelarlos en una constante presencia, pasa por el despojamiento hasta el olvido de un mismo, por una vía unitiva escala silenciosa hacia el amor, por un no entender que colma; lo que significa el encuentro con los místicos.

- Fue, en efecto, un encuentro.  Leí a San Juan y Santa Teresa en mi juventud, pero en el exilio me dijeron otra cosa. Me hablaron del amor y de su presencia ausente. También las dos Hadewijch de Amberes, Beatriz de Nazaret, los escritos y la música de Hildegarda de Bingen, otras, otros.Tal vez haya leído usted estos versos de Guillaume de Saint-Thierry, el místico francés del siglo XII: “En la escuela del noble amor/ se aprende la ira sublime/ que al hombre sensato, en un instante/ convierte en errante vagabundo”. Hice parte de este viaje en compañía del inolvidable y querido José Ángel Valente.

- Así como Valente fue desembocando en el silencio, parece que el trato con los místicos a través de los poemas contenidos en los libros Citas y Comentarios, publicados conjuntamente en 1982, nos acercan también a él por sus zonas insondables, por su temblor de amor y fusión entre dos seres,  por la soledad querida.

- Es posible. No me ha ocurrido todavía, aunque mis poemas son ahora más breves, más concentrados. Tal vez sean el umbral del silencio. Pero no olvide usted que la experiencia de los místicos se cumple en la escritura.

- La toma de conciencia de una existencia doblemente exiliar, a través del pulso de la lengua, de sus manifestaciones más extremas de belleza y emoción, es la arritmia (salvadora) que guía su mano a la hora de escribir durante todos estos años. Por eso busca otro horizonte más, en el diálogo con el ladino, sefardí, o judeo-español que se produce en Dibaxu, obra  nacida entre 1983 y 1985 y acompañada por su traducción al castellano actual,  cuya lectura se recomienda que sea oral, para de este modo -pienso- hacer táctil el paso del tiempo.

- Me atrae del sefardí el candor de su sintaxis, la ternura de sus diminutivos y me conmueve como lengua antepasada. A ese estadio del castellano que fue lengua hace siglos y hoy está en vías de extinción, me llevó el diálogo que sostuve con el castellano del Siglo de Oro plasmado en Citas y Comentarios. Y también el exilio, porque fue lengua de exilio de los judíos expulsados de España. En cuanto a la posibilidad de una lectura en voz alta lo explico en el “Exergo”: “para escuchar, tal vez entre los dos sonidos, el del sefardí y el castellano de hoy, algo del tiempo que tiembla y nos da pasado desde el Cid”.

- Y el soplo del expulsado se detecta en toda la cultura judía, si la auscultamos, de ahí que Gelman sintonice visceralmente  con ella,aparte de sus orígenes, “una cultura -dice- cuya extraordinaria cualidad estriba en que fue construida a lo largo de los siglos alrededor de un vacío: el vacío de Dios, el vacío del suelo original, el vacío que conlleva a la Utopía”. Vacío que es para el poeta un tempero a punto de concebir, un espacio de revelación.

- El vacío, sí. La poesía le da forma al vacío, lleno de rostros desconocidos todavía. La nada es la muerte.

- Cuando la memoria arde y no admite la quietud, cuando se quieren borrar las distancias y hallar un respuesta en quien ya no tiene lugar ni hora para contestar, el poema adquiere la temperatura de la carta, y entonces el dolor se agiganta hasta la asfixia, y las preguntas se vuelven ojos, pasos, voz del interrogado. Todo esto es lo que sucede en la Carta abierta, dirigida por Juan Gelman a su hijo Marcelo Ariel, asesinado por la dictadura argentina, veinticinco poemas escritos en enero de 1980, de los que, al menos unos versos, deben hablarnos: “con la cabeza gacha ardiendo mi alma moja un dedo en tu nombre/ escribe las paredes de la noche con tu nombre/ sirve de nada/ sangra seriamente/ alma a alma te mira/ se encriatura/ se abre la pecho para recogerte/ abrigarte/ reunirte/ desmorirte/  zapatito de vos que pisa la sufridera del mundo aternurándolo/ pisada claridad/ agua deshecha que así hablás/ crepitás/ ardés/ querés/ me das tus nuncas como mesmo niño”.

- En este instante Juan Gelman rompe su silencio escuchador: “La dictadura militar argentina se caracterizó por una práctica siniestra: el secuestro de ciudadanos inermes, su tortura en centros clandestinos de detención, su asesinato y la desaparición de sus restos. Los militares guardaron silencio, y lo guardan aún hoy, sobre el destino de los que llamamos desaparecidos y así duplican su impunidad. Hoy se sabe que fueron asesinados, arrojados al mar vivos, incinerados o enterrados, pero en los años  de la dictadura, los familiares vivíamos acosados por la pregunta ¿están vivos, están muertos? Y en medio de esa angustia dolorosa, el deseo y la esperanza, siempre, de recuperarlos con vida. Esa esperanza se mantuvo incluso hasta años después de que los militares dejaran el poder. Conozco a una madre que limpiaba y arreglaba todos los días la habitación del hijo desaparecido, servía la mesa con el plato de sopa que él solía tomar de vuelta del trabajo y dejaba la puerta abierta para que pudiera entrar. No fue el único caso. Es muy difícil imaginar la cantidad de monstruos que alimentaban el insomnio de esas noches, los fantasmas diurnos que nos visitaban, las alucinaciones, creer que un muchacho que pasa por la calle es el hijo perdido porque camina como él, los rostros brutales de la incertidumbre,¿lo estarán torturando mucho?, ¿cómo será cuando regrese?, y tanto más. Supongo que algo de eso está presente en Carta abierta”.

- Tan grande es el amor por el hijo, el deseo de darle vida, que –añade el poeta- “el hijo desaparecido engendra a otro padre”. Esta misma conjunción astral de la sangre de dos seres, trastornadora de la propia relación familiar, se consuma en otra misiva, Carta a mi madre, cuyo origen  podría ser objeto de un relato: “Gelman, que vivía en Managua en 1982, recibió en el mismo día tres cartas: una de su consuegra que le dice que ha visto a su madre en una residencia de ancianos activa, organizando la biblioteca; otra de su hermana, que le da la noticia de la muerte de su madre, y una tercera de la propia madre que le habla de sus recuerdos lejanos”, así lo expresa el poeta mexicano, ya en otro lugar citado, Marco Antonio Campos, en el epílogo de la edición de 2007 de este poema largo que, en principio, fue una carta abandonada en un cajón durante muchos meses, y luego se transformó en un texto poético escrito en julio de 1984 en Ginebra y París, y en noviembre de 1987 en París. Obra confesional, como corresponde a su primaria naturaleza epistolar, y redentora desde una interminable cadena de preguntas medulares, pues hechas dentro del ser al que se dirigen, diseccionado en órganos movibles interiormente como el espíritu. Carta a mi madre ilumina dolorosamente toda la existencia del poeta, y le muestra el rostro más hondo del destierro: el que asume la vida entera de la persona que ama hasta ser su doble, y no es capaz de responder sino con la separación; pero cuando el destierro toca fondo hay una purificación, que es renacer, y se abre la esperanza. Se trata de un estremecedor poema en el que la muerte, o el desencuentro absoluto, se torna presencia raigal. De él transcribo pequeños relámpagos:”¿por qué tan vivo está lo que no fue?/ ¿nunca junté pedazos tuyos?/ ¿cada recuerdo se consume en su llama?/ ¿eso es la memoria?/ ¿suma y no síntesis?/ ¿ramas y nunca árbol?----me hiciste dos/ uno murió contuyo/el resto es el que soy/ ¿y dónde la cuerpalma umbilical?/ ¿dónde navega conteniéndonos?/ madre harta de tumba: yo te recibo/ yo te existo/ ----así mezclaste mis huesitos con tu eternidad/ tus besos eran suaves en noches que me dejaste solo con el terror del mundo/ ¿me buscabas también así?/ ¿hermanos en el miedo me quisiste?/ ¿en un pañal de espanto?/ ¿o me parece que fue así?”. En este poema, además -como afirma Antonio Gamoneda- se incardina la creación poética en la creación de la vida:”¿por eso escribo versos?/¿para volver al vientre  donde toda palabra va a nacer?”. “Pasamos -añade Gelman- del vientre materno a la lengua materna, de una matriz material a otra espiritual, que no nos abandonará hasta nuestra muerte”.

- En el desarrollo orgánico de esta obra labrada por tormentas y desiertos interiores, y siempre con la memoria en celo, llega un momento en el que la propia biología atempera la gelmaniana “furia”, que el poeta identifica con la tensión de las palabras, siempre sin renunciar a ninguno de sus principios y  sin dejar de estar fecundado por los ausentes . El año 1988, en que viaja a México con su segunda esposa, Mara La Madrid, país en el que ha residido desde entonces, abre un nuevo horizonte vital en el que el exilio se modula con la voluntariedad del trasterrado, y  donde la familia y los amigos son un ámbito donde es posible que lo perdido fluya como un atardecer y el amor  sea un pacto con la vida. Y sobre todo, dos años después, se produce el encuentro en Montevideo con su nieta Macarena Gelman García, pues ya lleva sus apellidos. Incompletamente, Valer la pena, País que fue será y este mismo año Mundar, son los libros nacidos en la que podemos denominar, para entendernos nada más, tercera etapa, en la que el lenguaje se hace más transparente y la voz se templa.

- Los años enseñan a convivir mejor con la pérdida. Por otra parte, se han reiniciado en  la Argentina los juicios contra los asesinos y torturadores de la dictadura militar. Es un logro de la sociedad, que comparto.

- En Incompletamente, publicado en 1997, el pájaro, símbolo nuclear en la poesía de Juan Gelman, es vuelo conciencia que traza con sus alas los invisibles círculos del desamparo, cruza con su impulso el vacío hasta amanecer un rostro, habita la sombra de lo inexistente para que no quepa el olvido, y aunque pertenezca al aire que falta, mantiene los ojos bien abiertos: “dibuja su claro delirio con los ojos abiertos/ canta incompletamente. El pájaro representa por tanto, sensorial y emocionalmente, la realidad vivida por el autor argentino que, ahora, tampoco, renuncia a ser dentro de todo aquello que le fue amputado, ni  a injertar  el recuerdo en el centro del sufrimiento para, en el límite, permitir a los sueños transpirar.

El encuentro con su nieta tras un largo alumbramiento de 23 años, acompaña la publicación en 2001 de Valer la pena ,título procedente de un verso de su amigo Paco Urondo calificado por Juan Gelman de “anfibio”.

- Tiene, al menos, dos significados: el corriente, comprar algo que vale la pena, esforzarse por conseguir algo que vale la pena, etc, y el otro, que llama al dolido a ser digno de su dolor.

- Es este segundo sentido, sin duda ,el que se corresponde con un libro que atañe a esa dignidad  para asumir el dolor desde el territorio del lenguaje, para a través de la palabra “ ardida de ausencia”,  reunirse de nuevo en su mansión más íntima con su país (“Una vaca pace en el hueso que vas a recordar), con los derrotados (“hablan con un fulgor maltrecho en la boca/ que no se termina de apagar”),con su abuelo (“Me mira con las ojeras lentas/ de quien veló el espanto”), o con su hijo Marcelo (“Tu saliva está fría y pesás/ menos que mi deseo”). Se trata de una obra en la que se intenta “cavar”, interminablemente, en lo que flota sin fondo como el horror, en la que hay un hondo callar que piensa y el cuerpo de la amada es el único lugar de resurrección (“Nacer es el apetito que das./ Caballa de la boca---los pedacitos del amanecer/en un rincón de la lengua”). No falta tampoco la ironía (“El poema no pide de comer. Come/ los pobres platos que/gente sin vergüenza  o pudor/ le sirve en medio de la noche”), ni la convicción de que la poesía “debe contar”, “no es un destino” y “sólo es rica en preguntas”.

La confusión de tiempos es, como ya apuntamos,  corolario de la escritura total, integradora, de Juan Gelmán, y tiene uno de sus últimos ejemplos en País que fue será ,título suficientemente claro a este respecto, más si a continuación leemos el epígrafe, puerta de entrada al poemario, de Guillaume de Poitiers: “El Paraíso perdido nunca estuvo atrás. Quedó adelante”

- Yo diría -interviene Gelman- que los instantes del presente se convierten en pasado con suma rapidez. Alguna vez fueron futuro.

- Esta confusión, o quizá mejor fusión de tiempos, origina- creo- en el lector la sensación de cierto descabalgamiento existencial, de no llegar a tiempo o de vivir un tiempo robado, y por tanto sin anclaje. De ahí ese constante “cavar” que vuelve a aparecer en este poemario, o como subraya el poeta, “el querer llegar a un fondo que no existe”. Y el imperativo más que nostalgia, de buscar tierra firme en la infancia (“¿No sabías que los otoños de un violín/ resuenan sobre nuestra cabeza?”), referencia  a su primer libro muy bien vista por Mª Ángeles Pérez López, o (“Han desaparecido los barcos/ que navegó mi juventud en / un vacío incesante”). Todo lo cual requiere la búsqueda, en compañía de la amada, de la duración: “Tu aire es el sol que tengo/y escribe ayer en hoy./El viaje es de hagamos/cielos que duren”.

- La reafirmación del compromiso con la poesía alcanza un grado máximo en País que fue será ,hasta el punto de  transformar al poeta -dice Juan Gelman-“en hijo de su obra”. Un libro solidario en donde, además, se abordan  temas tan actuales como la guerra de Irak, la pobreza en el mundo o la crisis económica de la Argentina en 2001.

- En esta travesía sin puerto, pues en la navegación está la altitud de la aventura existencial, llegamos a su último libro, Mundar, publicado este mismo año por la editorial Visor en su nueva colección de poesía “Palabra de Honor”. Visor, que asimismo ha editado  otros libros de Gelman, ha comenzado ya a publicar su obra completa como Biblioteca de Autor. Mundar, compuesto por ciento veintiún poemas, está encabezado por una cita de la mística alemana Hildegarda de Bingen que reza así: “El sonido con que resuena toda criatura” que, enseguida, nos pone en relación con lo inefable, y nos revela una vez más la comunión del escritor con la expresión literaria de la experiencia de lo divino a través, sobre todo, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. En cuanto al título  es un neologismo que permite una lectura abierta, en todo caso alusiva a estar y ser en el mundo, aunque atendiendo al fondo de esta poesía, me atrevería a convertir mundo en un sinónimo de volar, por la carga simbólica, reiteradamente manifestada, que tiene en ella el pájaro cantor que, en palabras del creador y crítico literario Saúl Yurkievich, desgraciadamente ya fallecido, “encarna al poeta al asociarlo a un ser alado, lo que implica despegue, elevación, belleza, y se opone a clausura, abatimiento y bajeza”. Características todas predicables de la biografía y los textos de este escritor  que, con las alas tronchadas, siempre remontó el vuelo. Mundar,una obra de plenitud, despliega todas las resonancias del universo gelmaniano, donde hay vocablos constitutivos como el repetido pájaro, sol, otoño, furias, niebla, vacío, país, niño o caballo; términos con un hondo horizonte simbólico entrañado en una realidad dolorosa de pérdida y destierro, donde las huellas del tiempo apenas dejan respirar el presente, donde se vuelve a los orígenes y el amor es salvación. Hermosos e intensos poemas de amor son la savia de este libro, presididos por un no saber, por lo que las palabras callan, o por la dificultad de conocer a la amada. Hay versos que se grabarán indeleblemente en el corazón de los lectores: “En la cama semidesierta yace/ tu aroma azul. Mis manos/ tropiezan con el vacío/ tu rostro”.

- Juan Gelman que, en los últimos años ha obtenido los más importantes premios, entre ellos el Juan Rulfo, el Reina Sofía de Poesía  Iberoamericana, y el Cervantes, el máximo galardón en lengua española, nos comentó casi en voz baja, mientras paseaba por los patios de la Universidad de Alcalá de Henares, que “espera con serenidad la muerte, porque ha muerto muchas veces, y una más… Que no le preocupa la inmortalidad, aunque le gustaría que algún poema, algún verso, viva más adelante todavía. Que hay grandes poetas en las lenguas de Iberoamérica,  estando convencido de que esa buena salud nunca se acabará. Que sigue escribiendo de una manera obsesiva, como siempre, y que no ha pensado en escribir sus memorias, porque apenas tiene setenta y ocho años. En cuanto a su persecución de la verdad y de la justicia, no cesará, continúa su lucha, por ejemplo para saber qué pasó con su nuera y para que los responsables sean juzgados”.

Aquí se hizo un silencio de noche estrellada en medio del campo, y es que llegaba su nieta Macarena. Gelman le miró a los ojos: brillaban como quien supo… y perdonó y amó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Javier Lostalé

Javier Marías, el escritor con brújula

20 de mayo de 2016 09:12:59 CEST

Hay un momento, en la primera parte de Tu rostro mañana, cuando el narrador está contando de su padre, y va diciendo que cuando hubo terminado la Guerra Civil el que fuera uno de sus mejores amigos lo traicionó y delató, y que además iba paseando por ahí pavoneándose de que iba a conseguir que le cayeran treinta años de cárcel, en el que Javier Marías escribe: “¿Cómo no puedo conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que enseñas o bajo la careta que llevas, y que mostrarás tan solo cuando no lo espere?”. Ahí, en el curso de la novela, cae así el impulso que remotamente la anima. ¿Qué sabemos del futuro de los que nos rodean, qué será de ellos, qué hay ahora que nos avise de lo que serán, qué margen en su rostro de ahora para adivinar el de mañana?

Fiebre y lanza, el primer volumen de la última novela de Javier Marías, empieza así: “No debería contar uno nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra ni cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido”. La última frase del tercer volumen, Veneno y sombra y adiós, la que cierra todo, son nada más que tres palabras: “No, nada malo”. Entre un extremo y el otro están contenidas las 1590 páginas de una de las aventuras literarias más ambiciosas de los últimos años. El pasado mes de agosto, refugiados del sol inclemente en su casa del centro de Madrid, el escritor se levantó a mitad de la conversación para ir a buscar en su despacho una cuartilla. Había ahí unas cuantas frases. “Son todas las notas que he tomado para escribir la novela”, explicó.

“La suerte del cobarde”. Eso estaba escrito ahí, en ese papel. Y otras anotaciones por el estilo, que fueron –quién sabe– las que fueron empujando a Javier Marías, las que le sirvieron de apoyo. Pero igual simplemente las escribió y luego las despreció. “Cada libro se va haciendo a medida que avanzo”, explica. Y así se hizo Tu rostro mañana (Alfaguara). “No hay ni esquema previo, ni sinopsis”, dice. Escribe y escribe, va afinando con las palabras, y al final se da por contento con una página. “Entonces la meto en una carpeta, y ya no la tocó más. No hago dos versiones. Me atengo a lo que he ido escribiendo. Y si surge una contradicción con lo ya dicho, la dejó ahí, ya veré la forma de arreglarlo”.

Así trabaja Javier Marías. Nacido en Madrid en 1951, publicó su primera novela en 1971: tenía 20 años. El 27 de abril de este año leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Española, que tituló Sobre la dificultad de contar. “Como si precisáramos conocer lo improbable además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo remoto, lo negado y lo que pudo ser, además de lo que fue y de lo que es; y, por supuesto, dialogar con los muertos”, dijo allí para explicar la necesidad de la ficción.

Lo cierto y lo improbable; los hechos y las hipótesis y fracasos. La ficción todo lo permite, y es la ficción la que define la larga trayectoria de Marías. En las casi 1600 páginas de Tu rostro mañana hay sitio para tocar muchos registros, muchos temas, para levantar escenarios distintos e inventar las más variadas historias. ¿Pero cómo empezó todo? “No es fácil decirlo, y menos ahora cuando ha pasado tanto tiempo”, contesta. “Pero seguramente fue una cosa pequeña, que luego en la novela incluí cuando ésta ya estaba bastante avanzada”.

Luego afina bastante más: “Los servicios secretos británicos pasaron una mala temporada entre la caída del muro de Berlín y los atentados de las torres gemelas. Fueron unos doce años en que no tenían trabajo, y durante los cuales no tuvieron otra manera de sobrevivir que saliendo a la búsqueda de clientes. En la novela lo cuenta uno de los personajes y es algo totalmente cierto, no una invención. Habían perdido a su tradicional enemigo, a los rusos por decirlo de manera simplona, y empezaron a ofrecer sus servicios a grandes compañías, a hacer espionaje industrial. Lo hicieron con el conocimiento de los altos mandos y la manera que encontraron para camuflar esta actividad fue utilizando el argumento de que si estaban sirviendo a las grandes compañías del Reino Unido es que estaban sirviendo a su país”.

El personaje al que se refiere Marías es la joven Pérez Nuix, una chica que trabaja con el protagonista en los servicios secretos británicos. En la novela se mezclan muchas historias, pero está también llena de reflexiones, de consideraciones, de ideas e hipótesis y pensamientos. “Las historias crecen a partir de sí mismas”, observa Javier Marías. “Aparecen algunas a las que les encuentras más posibilidades que las de quedarse en una mera digresión. Escribo con brújula. No tengo la historia completa cuando empiezo, ni siquiera cuando me voy acercando al final. Las digresiones se convierten en parte del libro, se incorporan como parte de la historia. Esto lo sé de lejos, de cuando traducía el Tristram Shandy, de Lawrence Sterne, hace más de treinta años. Sterne decía que avanzaba a medida que hacía digresiones. Pero entonces dejaban de ser una desviación, y formaban parte de la historia. Le daban cuerpo al libro”.

Son diez las novelas que ha escrito Javier Marías. Con la quinta, El hombre sentimental, que apareció en 1986, empezó a llegar a un mayor número de lectores. Todas las almas, de 1989, es uno de sus títulos fundamentales: ahí aparecen algunos personajes y preocupaciones y temas que lo llevan acompañando desde entonces. Corazón tan blanco (1992) y Mañana en la batalla piensa en mí (1994) trajeron el ruido de la consagración, el aplauso unánime, la proyección internacional. Con Negra espalda del tiempo (1998) rompió con la estructura y los registros que había cultivado en sus dos últimas novelas, las de mayor éxito hasta entonces, y se embarcó en otra cosa que terminó por llamar “falsa novela”. “Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad…”: con esas palabras empezaba aquel libro, y pronto confesaba: “Yo voy a cometer aquí varias afrentas porque hablaré, entre otras cosas, de algunos muertos reales a los que no he conocido, y así seré una forma inesperada y lejana de posteridad para ellos”.

Así que una trataba de algunos muertos reales, pero también incluyó a algunos vivos reales. Marías contaba la historia de John Gawsworth, por ejemplo, el escritor y rey de Redonda, y se entretenía largamente en hablar de cosas de la isla, pero se ocupaba también del profesor Rico, y se refería a colegas suyos de Oxford o a Mercedes Casanovas, su agente literaria. Un juego, una broma, una reflexión: y desplegaba esas dos corrientes, la de la realidad y la de la ficción, cuyo cruce y mezcla ya había desencadenado equívocos con Todas las almas. Fue un libro que interrumpía las estrategias narrativas que había utilizado en sus anteriores novelas y que abría su obra hacia el futuro. En Tu rostro mañana, dos de los personajes esenciales del libro son su padre, Julián Marías, y Peter Russell, su colega de Oxford, “el hispanista y lusitanista más importante de la segunda mitad del siglo XX”, escribió de él Ian Michael, otro profesor de la célebre universidad, y que como tal aparecía en Negra espalda del tiempo.

“Los cambios que se produjeron en los servicios secretos  británicos tienen algo que ver con el origen de Tu rostro mañana,  pero es lo anecdótico, lo que sirve como trasfondo de la novela”, cuenta Javier Marías. “Porque de lo que trata principalmente es de las dificultades de saber a qué atenernos con las personas que nos importan. De la dificultad de conocer el rostro que tendrán mañana. No tenemos ni idea de cómo serán y nos gustaría saberlo. Vas confiado en la vida y crees conocer el rostro que tienen hoy quienes te rodean y te importan. Pero hay muchas historias de grandes decepciones: con amigos, con amantes, con familiares. Y se oye tantas veces decir aquello de ‘Me habría jugado el cuello…’ o eso otro de ‘Habría puesto la mano en el fuego...”.

Y Marías prosigue: “Uno de los ejemplos más fuertes de todo esto es lo que ocurrió con mi padre. Fue traicionado por un amigo cuando terminó la Guerra Civil. Y esa traición pudo haberlo llevado a la muerte. La historia del padre de Jacobo Deza en la novela es la historia de mi padre, casi sin cambios. El 15 de mayo de 1939 lo detuvieron. Si se salvó fue porque hubo personas del bando de los vencedores que se portaron bien. Y es que dentro del conjunto monstruoso de la dictadura hubo individuos que se portaron decentemente. Y en el juicio de mi padre, un juicio que fue una farsa como tantos de los que se celebraron entonces, una persona que lo conocía de la facultad, Lissarrague, fue llamado como testigo de cargo. Era falangista, tenía una buena posición en el régimen franquista y habló muy bien de mi padre. Y negó veracidad a algunas de las disparatados cargos de los que lo acusaban, como el de conocer todas las redes en España de la NKVD, la que sería la KGB, o la de ser el hombre de Pravda en España durante la guerra. El caso es que el tribunal entendió que tenía que llamarle la atención a Lissarrague por hablar tan bien del acusado. Y le recordaron que estaba allí como testigo de cargo. ‘Creía que se me había llamado para decir la verdad’, contestó Lissarrague”.

Peter Wheeler, el nombre que adopta Peter Russell en Tu rostro mañana, le dice al narrador en una de las largas conversaciones que tienen a lo largo de la novela que todos los hombres “llevan sus probabilidades en el interior de sus venas, y sólo es cuestión de tiempo, de tentaciones y circunstancias que por fin las conduzcan a su cumplimiento”. De lo que se trataba con Javier Marías en Madrid este último agosto era justamente de aquel episodio de delación y traición, cuando Del Real, el viejo amigo de su padre, lo entregó a los franquistas para que procedieran a castigarlo. “Mi padre publicó durante la guerra artículos en el ABC de la zona republicana. No eran artículos rojos (que mi padre nunca lo fue), pero sí muy republicanos”, cuenta Marías. Y subraya: “Todo lo que pasó en esos años le parecía atroz. Su primera reacción fue la de exclamar ante cuanto ocurría: ¡qué exageración!”.

Decía Juan Benet, uno de los amigos y maestros de Javier Marías, que los escritores españoles tenían en la Guerra Civil materia con la que ocuparse largamente. En esta su última novela, y acaso por tratar extensamente del desgraciado episodio que llevó a su padre a la cárcel por culpa de uno de sus amigos, la guerra está presente de manera rotunda. “Cada bando se ha dedicado a demonizar al adversario”, dice Marías. “Y las cosas son mucho más complejas. En cualquier guerra civil ocurre con más facilidad lo que Wheeler comenta en el libro, que llevamos dentro de nosotros las probabilidades de actuar de distintas maneras, de matar, de traicionar. Hay contadas circunstancias que permiten que esas probabilidades se manifiesten. Una de ellas es una guerra civil”.

Luego se detiene un momento en lo que pasó más adelante. “Es curioso que tanta gente se escudara durante el franquismo en la justificación de que ‘todo el mundo hace lo mismo’ para justificar su actuación (o su pasividad total) ante diferentes situaciones ignominiosas. Pero no es verdad, no todo el mundo hizo lo mismo”.

Y Marías se explica: “Lo que llama la atención es que hubiera tanto afán de justificarse precisamente aquí, donde a los ganadores nadie les pidió cuentas de nada. Durante la guerra hubo gente decente en un bando y en el otro, gente que pasó sin mancharse a pesar de las dificultades. Mi padre era católico, como muchos de los que fueron apartados de sus respectivas actividades. Sólo más adelante le pidieron que se reintegrase a la universidad. No quiso hacerlo. Se negó a firmar los principios del movimiento. Es verdad que se decía que todo el mundo lo hacía, como tantas otras cosas, para quitarle importancia. Él no lo hizo. No estaba de acuerdo con esos principios, no firmó. Se portó bien. Y es eso lo que se va olvidando. Y es un inmenso empobrecimiento”.

Diez novelas, tres libros de relatos, un montón de volúmenes donde ha ido reuniendo sus artículos de prensa, traducciones (de Lawrence Sterne, Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, Thomas Hardy, Isak Dinesen, William Faulkner y Vladimir Nabokov, entre muchos otros), y una serie de libros atípicos, como ése de Vidas escritas, donde elabora distintos retratos de escritores desde perspectivas muy diferentes, dan cuenta de la trayectoria de Javier Marías. Un nombre que ya es indiscutible en el panorama de la literatura internacional por mucho que quieran restarle méritos cuantos arremeten contra él, muchas veces sin haberlo leído, o habiéndose quedado tan sólo en la espuma de sus habituales textos periodísticos.

Javier Marías señala en una de las paredes del salón de su casa el retrato de un oficial británico con corbata y bigotes. En Tu rostro mañana, ese dibujo está en el despacho del jefe del narrador, de Tupra, ese tipo duro y misterioso de los servicios secretos británicos para el que trabaja. En la novela, el que señala es Deza, que pregunta: “¿Quién es ese militar de ahí?”.

Tupra contesta de manera ambigua: “No lo sé. Mi abuelo. Me gusta su cara”. Y cambia de tema, como para quitarse la pregunta de encima. “En personajes como Tupra hay mucho de invención”, explica Javier Marías. “Pero en muchos de ellos hay cosas del propio autor. Les presto mucho de mí mismo. Les presto cosas mías. Ese dibujo se lo doy a Tupra en la novela. Y Custardoy, el menos atractivo de todos los personajes del libro, también tiene cosas mías, costumbres mías. Hay mucho de invención, pero sobre una fuente principal de información que soy yo mismo”.

“Sí, mi padre y Wheeler eran ya muy viejos y quizá ambos recorrían en ascuas sus penúltimos trechos, no por pavor religioso sino por aprensión biográfica; o quizá no tanto, y apenas si temían tiznarse”, escribe Javier Marías en Tu rostro mañana. “Tanto Peter Russell [Wheeler] como mi padre murieron durante la escritura del libro”, observa el escritor. “Y durante todo ese tiempo tuve que hacerlos hablar, tuve que hacerlos actuar. Con lo que tengo la impresión de que sólo cuando acabé la novela murieron en verdad del todo. Pero los otros personajes, la mayoría, no tienen un referente determinado. Ocurre como les ocurría a los novelistas antiguos, como a Flaubert por ejemplo, que de lo que se trata al escribir es de ponerse en el lugar de los otros”.

Desconfiar. Recordar y olvidar. El arte de mantenerse al margen. La necesidad de hablar y la pertinencia de callar. Conceder y negar. Pedir. El saber que la suerte está echada. La culpa. El diálogo entre los vivos y los muertos. Tu rostro mañana está lleno de digresiones. Todas ellas se van colgando de los hilos narrativos que mueve el texto. Claros en el bosque de la narración, fulgores instantáneos que iluminan su médula. El asunto principal es el trabajo que consigue Jacobo Deza, el narrador, cuando vive en Londres. Se ha separado de Luisa, su mujer, a la que ha dejado en Madrid con sus dos hijos. Los servicios secretos lo fichan. “Tú tenías el raro don de ver en las personas lo que ni siquiera ellas son capaces de ver en sí mismas, o no suelen”, le dice Wheeler a Deza. Por eso termina trabajando para Tupra. “Consistía en escuchar y fijarme e interpretar y contar, en descifrar conductas, aptitudes, caracteres y escrúpulos, desapegos y convicciones, el egoísmo, ambiciones, incondicionalidades, flaquezas, fuerzas, veracidades y repugnancias, indecisiones”, así define su trabajo. O de forma más sintética: “Interpretaba –en tres palabras– historias, personas, vidas”.

“Tupra es el que mueve los hilos”, comenta Javier Marías, todavía atrapado por su última novela durante esa larga conversación en el verano de Madrid. “Y es el rostro que no cambia, el que parece impenetrable. Pero también tiene sus momentos de debilidad. Ocurre cuando vuelve en tren de Edimburgo y Jacobo Deza le va leyendo unos poemas. Entonces le pide más, que siga leyendo. Y se nota que podría tener más debilidades que las que se apuntan. Pero, sí, es el personaje sin rostro, el que lo sabe todo, el que corrompe al narrador y lo envenena. El que le pregunta que por qué dice que no se puede ir por ahí matando a la gente. Y el narrador sabe que con él no vale ninguna respuesta convencional: porque está mal, porque la policía nos puede descubrir, porque no debe hacerse a nadie lo que no queremos que se nos haga a nosotros. Nada sirve, sin embargo. No hay respuestas. No las hay para quien carece de rostro y lo sabe todo y va a corromperlo y envenenarlo. Lo más sorprendente es que el narrador, cuando ya todo ha pasado y ha vuelto a instalarse en Madrid, y las cosas siguen su curso, sigue pensando en Tupra como en un amigo. El que tiene al demonio como aliado. Porque el demonio sabe manejarse en cualquier situación”.

Terminó el largo proceso de Tu rostro mañana, leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Española, recibió el homenaje de su editorial en Santillana del Mar, junto a Mario Vargas Llosa y Arturo Pérez-Reverte. Pero todavía ha habido lugar para otra iniciativa vinculada a Javier Marías en los últimos meses. Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrás (Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg) es un volumen muy particular. Como parece claro que Javier Marías es poco amigo de escribir sus memorias o de entretenerse en una autobiografía, Inés Blanca se ha ocupado de rastrear, aquí y allá, y reunir todos aquellos textos suyos en que se ha ocupado de sí mismo, de su familia, de sus amigos, de los más próximos y de su obra. Los textos más personales y evocativos, los que iluminan distintos rincones de su vida. El libro está dividido en ocho partes y cada una de ellas propone un acercamiento a diferentes ámbitos de la historia de Javier Marías: su infancia, sus padres, su juventud, los intelectuales a los que admira (Juan Benet, entre ellos), las grandes figuras de la generación que perdió la Guerra Civil, la historia del reino de Redonda (donde Javier Marías es monarca con el nombre de Xavier I) y de algunos de sus mejores duques, su madurez y, para terminar, dos apéndices: su Diario de Zúrich, que permite acercarse a un periodo de su vida desde su propia escritura, y la larga entrevista que le hizo Sarah Fay para The Paris Review.

“Hubiese podido ser mucho peor de no haber tenido éxito como escritor”, le cuenta ahí Marías a Sarah Fay cuando hablan de sus complicaciones iniciales, de la preocupación de sus padres porque no sentara cabeza, de sus pesares y desasosiegos. “Y eso hubiera podido ocurrir muy fácilmente, nunca lo olvido. No creo que mis libros sean fáciles, aunque tampoco son tan difíciles, pero en fin, tampoco habría sido de extrañar que de mis novelas se vendieran sólo diez mil ejemplares. Hay muchos escritores que venden bastante menos, incluso. He tenido mucha suerte, pero fue algo gradual”.

Suerte, dedicación, talento, capacidad de asumir riesgos. Aunque cada vez vaya a enfrentarse con más voces críticas –ha observado muchas veces lo  mal que en este país se lleva el éxito de los otros–, lo cierto es que Javier Marías es uno de los novelistas españoles de referencia. Durante el encuentro veraniego en su casa de Madrid hubiera sido necesario que el tiempo se dilatara para poder tratar de su larga trayectoria, pero no es fácil que las horas se alarguen por mucho que uno se empeñe. Y el encuentro se centró inevitablemente en Tu rostro mañana, y en sus ramificaciones y desafíos.

Acaso lo que más impacte en un momento dado de su desarrollo es la emergencia de la violencia (su utilización) en la propia vida del narrador. Es verdad que en la novela desde pronto está ya toda la sangre de la Guerra Civil y que la vinculación del narrador con los servicios secretos británicos, con el MI5 y el MI6, ya anuncia la apertura hacia un mundo lleno de pasadizos oscuros y de turbulencias. Pero hay un momento en que todo ese trabajo discreto de interpretar y traducir y contar y valorar que realiza el narrador de pronto se ve alterado por un episodio mínimo. Es una discoteca, Deza hace de intérprete y Tupra trata con un italiano que ha acudido con su mujer. Y es justo la mujer la que, gracias a la intervención de un patoso funcionario del consulado español en Londres, la que sufre un ligero percance. Y ahí interviene Tupra. Con eficacia, con una brutal eficacia. Y la novela cambia de rumbo.

La vida de los servicios secretos, cómo trabajaron durante la Segunda Guerra Mundial, y en otras circunstancias, sus estratagemas infernales para imponerse al enemigo. De todo está también hecho el libro de Marías. Lo singular ocurre cuando actúa el veneno, y la utilización de la violencia entra a formar parte de la propia vida de Jacobo Deza. “Hay una violencia que el narrador asume porque le toca ejecutarla y para la que, hasta cierto punto, encuentra una justificación”, cuenta Javier Marías. “En la violencia que utiliza contra el amante de su ex mujer podría haber algo de celos o de venganza, es cierto, pero lo relevante es que esa violencia forma parte de las decisiones que ha tomado, que son suyas. Incluso pudo haber ido más lejos”.

Lo que Marías subraya, una y otra vez, es que esa violencia ha estado en las manos del que la ejecuta, ha sido cosa suya, puede responder de ella. Hay otra violencia, que también surge del narrador, que inspira el narrador, que sugiere. “Es una violencia que ha inspirado pero que no ha decidido”, observa Marías. “Y sin embargo le atañe profundamente, le duele, le exaspera. Y no hace como suele hacer la gente, que tiende a justificarse cuando por su causa se han hecho daños. Enseguida se descargan de culpas: “no lo hice con intención”, “fue sin querer”. El peso de la culpa es muy llevadero cuando lo que se hace se hace sin querer. Pero es eso justamente lo que le afecta profundamente al narrador de Tu rostro mañana. Y es que lo más grave, lo más difícil de sobrellevar es lo que pasa a través de uno y sobre lo que uno no tiene al final el control”.

Se hacen barbaridades en las guerras. Y lo normal, dice Marías, es que luego se piense: “Sin mi participación podría haber pasado lo mismo, podría haberme ahorrado lo que hice. Muchas veces, cuando se conoce ya el final uno considera innecesario lo que hizo. Y se dice, ¡qué desperdicio!”.

Va pasando el tiempo, y de las batallas que salen en la novela se pasa a las batallas del mundo real. Hay cierta irrealidad a propósito del pasado cuando ya ha pasado. Lo observa Marías cuando comentaba que el Karadzic que acababa de ser apresado ya no tenía a nuestros ojos la consistencia del bárbaro que había realizado tantos desmanes en Bosnia. “Cuando las cosas terminan, la intensidad con que se han vivido parece que se va aplacando. Los bombardeos contra Irak exasperaban y, ahora que han cesado, parecen nada más que una lejana sombra irreal. A los seis meses de la muerte de Franco, ya parecía un individuo prehistórico”.

Y, sin embargo, las cosas no cesan. Siguen los horrores y permanecen las huellas de los que se fueron. En el texto que Javier Marías leyó en Santillana del Mar, durante el homenaje que le hizo su editorial, decía que es de los que opinan “que la única manera de contar algo verdadero es bajo el elegante y pudoroso disfraz de una invención, precisamente porque el que inventa o fabula –si lo hace bien y con consideración, o por lo menos no es un mastuerzo– nunca va a plegarse a las groseras y rocambolescas imposiciones de la realidad”.

Y confesaba allí, de nuevo, que escribe con brújula y no con mapa: “Si conociera de antemano la entera historia que me dispongo a contar, si la tuviera ya íntegra en la cabeza antes de ponerme a escribir, lo más probable es que ni siquiera me molestara en escribirla”.

Su última novela tiene casi 1600 páginas. En Madrid, con todo el calor de julio, y protegidos de su rigor en la discreta penumbra del salón de su casa, Javier Marías volvió en la conversación una y otra vez sobre Tu rostro mañana, sobre los hilos que dejan sueltos sus historias, sobre la manera en que se enfrentó a su escritura, sobre la Guerra Civil que invadió tantas de sus páginas (“Nada de lo que pasó entonces es para estar orgulloso”). Queda cerrar aquella cita. Conviene hacerlo con otro fragmento de su texto de Santillana:

“Al escribir me aplico el mismo principio de conocimiento que rige la vida. Así como a los veinte años hacemos lo que hacemos sin saber qué nos convendrá haber hecho cuando tengamos cuarenta, y así como a los cuarenta no tenemos más remedio que atenernos a lo que hicimos a los veinte, que no podemos borrar ni enmendar, yo escribo lo que escribo en la página 5 de una novela sin tener ni idea de si eso me convendrá cuando llegue a la 200, y, lejos de escribir una segunda y tercera versiones, adecuando aquella página 5 a lo que después he sabido que contendrá la 200, yo no cambio nada, sino que me atengo a lo escrito al principio tentativa o intuitivamente, azarosa o caprichosamente. Sólo que, a diferencia de lo que la vida hace –y por eso es tan mala novelista las más de las veces–, procuro que lo que inicialmente no tenía significación la acabe teniendo”.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por José Andrés Rojo

Francisco Brines, que tiene setenta y cinco años y hace algún tiempo sufrió un infarto que debilitó su corazón, conserva intacto su amor a la vida sin dejar en ningún momento de ser consciente de la caducidad de todo, y sin renunciar tampoco al deslumbramiento que, como un don, le producen la aparición de una criatura hermosa, o un paisaje que germina dentro de él. Todo esto sin perder esa mirada con la que cada día construye el mundo desde su propia biografía. Su obra, ya clásica por su capacidad para tratar temas universales, como el amor, la soledad,  la vejez o la muerte, dotándolos de un latido último en el que pueden reconocerse seres de cualesquiera  época, formación y estrato social, ha ido desarrollándose, durante casi ya medio siglo, en torno a un núcleo vivificador marcado por el paso del tiempo. Desde Las brasas hasta La última costa, pasando por Aún no, Insistencias en Luzbel, y esos dos libros medulares que son  Palabras a la oscuridad y El otoño de las rosas, Francisco Brines  ha escrito -como él mismo ha dicho- un único libro con múltiples registros, que se corresponden con las distintas edades y circunstancias vitales  y su relación con el amor, la soledad, el dolor, la naturaleza y el sentimiento de pérdida, porque para Brines la poesía y la vida son inseparables.

- Me importa la poesía porque me importa la vida, por lo tanto están interrelacionadas profundamente en mi caso. Es desde ella desde donde escribo, y la poesía la potencia, pues por su medio  desvelo la realidad, me hace conocer  lo que desconocía. También trata de salvarla, ya que cuando lees un poema surge el texto como si hubiese acabado de escribirse, no importa que hayan pasado muchos años de ello. Sí, creo que el transcurso de mi existencia va unido a mi poesía.

-  Vida y obra me gustaría que fueran en las próximas líneas materia humana transparente en el diálogo mantenido  con el poeta del Cincuenta en su casa de Elca, un término del campo de Oliva, localidad valenciana donde nació. Un territorio mítico de permanente alumbramiento físico y espiritual, al que siempre regresó y donde ahora reside. En él todos los sentidos se acoplan en natural armonía: la luz más pura convive con la sombra, el perfume de los naranjos destaca en una sinfonía de olores y el mar es apenas un línea azul donde descansar la mirada, para la que están hechos el jardín, los balcones y el intachable azul del cielo. Allí, suspendida casi, se levanta una casa grande y blanca, donde creció Brines.

-  En Elca transcurrió lo mejor de mi infancia, pues desde ese lugar me dispuse a contemplar con sosiego y temblor el mundo: el exterior y el de mi cuerpo y mi espíritu. Para mí ha llegado a simbolizar el espacio del mundo. Allí lo descubrí deslumbrante y eterno, y cuando la vida me dio una visión nueva, inesperada, de mortalidad, seguí amándolo desde su pérdida, y añorando en él su antiguo e imposible engaño divino. Allí experimenté, en la pausa de las vacaciones colegiales, pues durante el curso estudiaba el colegio San José de los jesuitas, en Valencia, la complacencia y el amor de mí mismo, que era también amor individualizado a los demás, la inquietante y turbia percepción de la inseguridad, o el rechazo de unos sólidos y falsos valores y, en horas amargas, el desengañado distanciamiento de mi propia persona. En ese lugar he vivido, sobre todo, el sentimiento de la pérdida del mundo. Desde pequeño me instalaba en la soledad del comienzo del otoño allí, y aprendía a reflexionar conmigo mismo, a descubrir el mundo pausado y a la vez riquísimo del campo, a leer sin prisas, a escribir con tiempo, eran días maravillosos. En ese lugar se han cruzado todas mis edades.

-  Un silencio con pulso se abre tras las últimas palabras,”se han cruzado todas mis edades”, y pensamos en la figura del hombre viejo que aparece en Las brasas, libro escrito en plena juventud, y en el que, sin embargo, hay  una visión final de la existencia, de acabamiento.

-  En Las brasas se produjo premonitoriamente el destino que me aguardaba. El personaje anciano del libro que vivía solo en la casa esperando la última despedida, mirando el mundo que en aquel lugar aprendió a amar de niño, soy yo, su habitante ahora. Es una suerte que haya podido suceder así, pues indica que he tenido una vida larga, y ese don aún existe. La persona que era yo, en el libro se transforma en un anciano porque se escribió en un momento mío de decaimiento, y lo vestí de una carne ya alejada de la alegría. Era una forma de distanciarme de una realidad demasiado cruda.

- Mientras Francisco Brines responde reviviendo lo que nunca ha muerto, recordamos unos versos de Las brasas: “Sin emoción la casa/ se abandona, ya los rincones húmedos/ con la flor del verdín, mustias las vides;/ los libros, amarillos. Nunca nadie/ sabrá cuándo murió, la cerradura/ se irá cubriendo de un lejano polvo” .La mirada después repasa algunos de los miles de volúmenes de la biblioteca albergada en los dos pisos de la casa: en uno se encuentran los autores contemporáneos, y en el otro, donde respiran los clásicos , destaca un espacio dedicado al siglo XVIII.

-  El siglo XVIII está muy representado, a pesar de no ser precisamente un siglo poético. Me interesó un escritor de esa centuria,  Gregorio Mayans, y como no había libros suyos, busqué ediciones del XVIII. Al ser Mayans un polígrafo, hizo que me interesara por el siglo en toda su extensión y variedad,  sorprendiéndome por su modernidad. España se relaciona entonces por primera vez con Europa,y es también el primer ejemplo de la presencia de las dos Españas:  la progresista y la reaccionaria. Mayans era progresista y estaba muy insertado en una tradición humanista, le interesaban los erasmistas del XVI.

-  La necesidad de la escritura se despertó en Brines al mismo tiempo que  el descubrimiento de su propio  cuerpo y del mundo exterior, susceptibles de ser creados mediante la palabra. Durante unos ejercicios espirituales, con todo lo que entrañan de sentimiento de culpa y castigo, una ventana le pone en contacto con una realidad desconocida y auroral.

-   El muchacho está asomado a una ventana viendo cómo la naturaleza se enciende, después de una tormenta repentina y primaveral, con un sol de resurrección. Han quedado con nuevo color aparecido las palmeras, más vivos y cercanos los estáticos rosales del paseo, y desde tanto mojado silencio está tornando poco a poco el aroma del azahar de todos los naranjos; parece que vida fuese sólo ese  debilitado olor. Cuando aquella tarde definitivamente caía, el poema estaba acabado : y ante mi asombro era en él donde yo descubría la única realidad acontecida. El muchacho había sido  el mágico creador de la tarde, y por ello la sentía como la más hermosa de su vida. No importa ahora que aquel poema fuera definitivamente malo y, con probabilidad, vergonzosamente juanramoniano;  es decir de otro. Yo carecía  por entonces de una mínima voz propia. Y, sin embargo, el placer de escribir, la emoción del resultado hallado, nunca fue tan grande como en aquellos lejanísimos años.

-    Esa necesidad de la escritura estuvo sustentada en la lectura del citado Juan Ramón Jiménez que -son palabras de Brines- le instaló definitivamente en la poesía.

-   Experimenté  que mi sensibilidad se afinaba, captaba mejor la belleza callada del mundo exterior, aprendía a reflexionar sobre el tumultuoso y fascinante mundo interior del muchacho que yo era, había un diálogo silencioso con el mundo exterior e interior y era enteramente personal. Aprendí a gozar más de la existencia; mi instalación en la poesía alcanzaba plenitudes impensadas.

-  Aprendizaje interior en compañía de la música silenciosa del poeta de Moguer, completado por el ejemplo moral y de rebeldía representado por Luis Cernuda.

-   Nadie como él , señalé el año pasado en mi discurso de ingreso en la Real Academia Española, supo incorporar con tanta verdad y plenitud al hombre que él era en las palabras escritas. Era una experiencia que me conmocionaba y una posible lección de proyección personal en el poema, que en unos momentos hostiles para cualquier desnudamiento de la verdad –añade ahora-se convertía en paradigma de autenticidad humana. A lo que se suma la variedad temática de su poesía, en la que el pensamiento  y la fruición sensorial colaboran en la tarea de mostrar la condición humana con todos sus momentos mágicos y de exteriorizar su espíritu rebelde.

-   Tampoco falta en la formación de quien busca la verdad  el magisterio de Antonio Machado.

-   En él hay otro gran poeta que es también un gran ejemplo moral. Me interesan todos sus libros,  pero creo que hay más concomitancias con el misterio simbolista de la primera época y con el emocionante metafísico último, que con el realista crítico de Campos de Castilla.

-    Otro nombre más, tantas veces olvidado, muy ligado al tiempo, tema central en la obra de Brines, surge también en la conversación: el de Azorín, tan cerca de la poesía por su precisión en el nombrar.

-    Sí, es un gran poeta en prosa, como también lo fue de otra manera, Gabriel Miró. Dos alicantinos, tierra y aire finos. Es uno de los grandes poetas del tiempo, el nervio más importante de la literatura del siglo xx. Pero como esa demorada visión temporalista  está en prosa,  los críticos no ven su presencia en tantos otros poetas.  En su discurso de ingreso en la Academia, Vargas Llosa  se refirió a Azorín, y en él dijo dos cosas que confirmaban su valor poético sin que se refiriera a ello: lo llevaba en sus viajes, y lo leía antes de dormir. Eso se hace con los poetas. Se trata de textos breves, con un mundo emocional concreto. Señaló luego que no había pensamiento original: los poetas hablan desde el tópico, o los sentimientos generales, pero el resultado es la intensa e individual emoción que originan en el lector. Estaba , sin decirlo, celebrando a un poeta.

-    Sobre una mesa próxima a un mirador hay un rodal de luz  en el que reposa un grueso volumen con un título que tiene el aroma de una existencia cumplida, aunque todo en el escenario que habitamos y la propia lucidez y disfrute de cada momento del poeta nos hable de futuro. El título, Ensayo de una despedida, expresa muy bien el sentido total de la obra de Francisco Brines, publicada, ya en su tercera edición por la editorial Tusquets, en la que se recogen también textos excluidos hasta ahora de los distintos libros, merecedores-en palabras del autor-de” darles su segunda y más poderosa vida: aquella que tiene su nacimiento en los ojos del lector.

-     Con cada uno de nuestros actos  vamos escribiendo nuestra biografía, en la que hay ascensiones estelares, y descensos abisales, gozo y dolor, siempre con la consciencia de que estamos abocados a la despedida final, de la que palabras, gestos y hechos, son anuncio a través de los años. Doble cara que explica el doble rostro de la poesía de Brines: el elegíaco y el celebratorio.

-   El poeta elegíaco parece lo contrario del poeta hímnico, celebratorio.  Y sin embargo son el anverso y el reverso de una misma moneda: uno celebra la vida desde su exaltación vivida, el otro la canta desde su pérdida, doliéndose de ello, pero en el fondo son dos cantos celebratorios. Mi poesía  respira, jadea de gozo, aúlla de dolor, entre esos dos polos nace y crece. Mi poesía trata de reflejar  o ahondar en la vida de todos los hombres, e incluyo ahí a los analfabetos, que asimismo alientan, jadean y aúllan, entre esas dos situaciones. A veces susurramos.   La representación, en que la vida consiste no cabe duda de que tiene escenas maravillosas, por eso uno siente verdaderamente tener que despedirse, tener que  bajar el telón.

-   Antes de que la memoria del escritor levantino sea revelación de su vida y de su escritura, en perfecta simbiosis, siente la necesidad  de comunicarnos hasta qué punto la poesía ha sido para él una vía de conocimiento.

-    Mucho de lo que sabía de mí aparece en ella desde perspectivas nuevas, con lo que el resultado me reservaba sorpresa, novedad, y también afloran territorios importantes que desconocía, como si se iluminaran zonas oscuras, inexistentes por invisibles. Es como descubrir con la mirada la otra cara de la luna. Lo que ocurre conmigo, me ocurre también con la realidad exterior. Pero hay, claro, otra clase de poesía que sólo pretende celebrar la existencia, y diversas  más. Es evidente que para mí es fuente de conocimiento, y es por ello por lo que me importa tanto en mi condición de lector como en la de creador. La emoción recibida en la lectura del poema que se ha escrito reside principalmente en el nuevo conocimiento adquirido. Conocimiento que puede ser racional, pero también sensorial o afectivo.

-  El poema no sólo desvela  aspectos ignorados del creador, sino que constituye, y es otro aspecto en el que Brines quiere detenerse,  el lugar de encuentro con el otro, con los otros.

-    Naturalmente, ya que todo lo que soy y me ocurre, sucede en cualesquiera seres humanos, y éstos sin ser iguales tienen muchos trazos semejantes. Esencialmente estoy hablando también de ellos, incluso cuando hablo de algo muy concretamente mío, y por eso el lector puede emocionarse con lo que lee. Esa parte que desconocía de mí mismo y que he accedido a ella por el poema, puede asimismo verse como la encarnación en mí del otro.

-  Encuentro con el otro a través de las palabras y desde una fidelidad irrenunciable tanto a lo ético como a lo estético.

-    Hay muchos poemas en que la moral está presente de un modo explícito en el contenido del texto, y siempre al margen de esa presencia concreta, entiendo que el acto de la escritura es un ejercicio moral. El asentimiento estético nos lleva  a un asentimiento textual con respecto al hombre que lo ha escrito y eso implica un sentimiento de tolerancia, y el ejercicio de la tolerancia es  un espléndido ejercicio moral. Es más el poema puede conseguir que en él encarne quien discrepa ideológica y vitalmente del autor, mediante ese asentimiento a la estética que toda obra artística comporta. ¿Hay tolerancia mayor?.

-    El tiempo y el espacio que aquí en Elca adquieren una dimensión carnal, son elementos fundadores del universo poético de Francisco Brines. Ambos se tejen en la mirada y luego se hacen sustancia del pensamiento. De esta conjunción de lo visible y lo invisible, de la naturaleza exterior e interior, fecundadas siempre por la memoria surge una obra unitaria, con el mismo tono cordial y meditativo, pero con distintos temas y luces. Con la ayuda del propio poeta intentaremos la honda aventura de su lectura.

-     Me refiero al tiempo. Como ya he dejado escrito, con el ejercicio poético no se pretende hallar ninguna piedra filosofal, sino dar testimonio de la sucesiva ruina y esplendor del tiempo, hacer sensible la dolorida o gozosa señal que yace oculta en la carne del hombre. El tiempo es mi cuerpo y mi enigma, y también el fracaso definitivo. Contra ese fracaso lucha el poema, que acomete la ilusión de detener el tiempo. Tiempo  y espacio, y paso así a otra de las coordenadas, unas veces dialogan y otras se superponen. En el poema pueden quedar reflejados con nitidez  o metaforseados. Eso no depende de mi voluntad, sino que ahí la fuerza transformadora reside en las palabras, en lo que la poesía se escribe a sí misma. Comparto con el poeta y ensayista José Luis Gómez Toré  que la experiencia plena del espacio necesita de la luz, que revela distancias, cercanías, horizontes y límites. E igualmente estoy de acuerdo en que en el negro esplendor de la nada no hay espacio, y con la idea de que el espacio por antonomasia es la infancia. En todo caso son inseparables el espacio y la mirada, que como afirma José Olivio Jiménez, el gran amigo y gran crítico, desgraciadamente  ya muerto, sigue el proceso de ver, sentir y ser. Yo soy un poeta intimista y contemplativo. Parece que estoy siempre asomado a una ventana mirando el mundo y la gente, y cuando el mundo exterior se oscurece miro dentro de mí. Y todavía sin abandonar este tema, coincido con Dionisio Cañas en que aquello que se escribe sobre lo visto da forma, y sitúa en el espacio al personaje que ve, y así, como dice Dionisio, una mirada mental puede crear espacios de la imaginación, aunque sean  formados a base de una realidad leída(no vivida), o vista a través de la pintura o simplemente inventada.

-    En cuanto al pensamiento, Carlos Bousoño te considera el poeta metafísico. por excelencia de tu generación, término  que no debemos identificar con lo abstracto, sino como encarnación de los temas eternos: el amor, el tiempo, la vejez, la muerte…

-    El lector es el que tiene que apreciar si mi poesía es metafísica o no. Y a partir de ese momento te diré que mi metafísica es de andar por casa( como a Santa Teresa Dios le andaba entre los pucheros).Lo que me hago son preguntas lanzadas en busca de respuestas que siempre son dudosas, pero las preguntas si se han concretizado ya, y mis respuestas son  lo que son, mi creencia personal, no pienso la respuesta  que objetivamente ha dado en la diana.

-   La luz,  y su ausencia, la sombra, están ligadas existencialmente a la mirada en la obra del poeta hasta el extremo de que, como afirma el profesor y poeta Dionisio Cañas, Brines “ve su vida en términos de luz y sombra. La luz gastada, piensa, es un síntoma plástico del paso del tiempo; y la luminosidad se corresponde con la niñez, la juventud y el amor. Y así como la mirada de  otros dos compañeros de generación, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, es respectivamente  auroral y nocturna, añade, la de Brines es crepuscular, particularmente presente en Las brasas y Palabras a la oscuridad. Un crepúsculo que se torna anochecer en Aún no y noche de los sentidos  en forma de nada, o como espacio para un erotismo carente de amor,  en Insistencias en Luzbel.” Y, por fin, la fecundación ejercida por la memoria a la que antes aludimos, determina el carácter narrativo de la obra del Premio Nacional de las Letras, una narración peculiar llena de espacios y de rostros,  ámbito emocional y de reflexión. Un territorio íntimo en el que se libra una dura batalla con el olvido, y que alumbra unas veces dicha y otras soledad y dolor. Existe por tanto, como indica José Luis Gómez Toré “una constante interrelación entre pensamiento ,memoria y sentimiento”. La memoria en definitiva, piensa Brines, nos dota de historia, y desde  luego es selectiva.

-   La memoria acaba siendo nuestra vida, es el único testimonio que nos queda de ella. Por qué persiste la memoria de algo, y borra el olvido cosas tan importantes o más que lo salvado por aquélla, es otro de los misterios con los que tenemos que convivir.

-    Misterio, por cierto, que no falta  en la poesía de nuestro autor.

-  Sí, la vida es un misterio general y está llena de enigmas concretos que tratamos de descifrar.  Mi obra tan interrelacionada con ella está surcada también por el misterio. Pretendo sentirlo a través de palabras en movimiento por espacios de soledad y belleza, e interrogarme sobre el misterio que todo ser entraña, donde tanto tiene que decir el amor.

 -  A medida que Francisco Brines habla con lentitud, como quien hace del lenguaje el sonido profundo de la existencia ,y en estrecha complicidad con la exuberante naturaleza que nos rodea, voy recordando unos versos: “El destino del hombre es el amor .Y cada uno tiene su propia lucha y su propio camino”.

 -   El amor nos proporciona momentos de gloria y ardentía, pero también nos abre a veces un hueco en el corazón, y el pensamiento toca el vacío. El amor nos revela mediante el descubrimiento del otro. Representa la mejor inserción del hombre en el tiempo. Yo desearía, querría creer, en un cielo que sólo consistiese en hacer interminable la existencia del amante correspondido. El amor es el destino del hombre, como digo en mis versos,  con  lo que se engloban otras modalidades de este sentimiento: el familiar, el amistoso, el humanitario…Cuando amamos somos más, y sentimos que nuestra naturaleza ha valido la pena.

 -  El amor se fundamenta en la cohabitación entre el cuerpo y el espíritu. El cuerpo no es sólo piel ,sino que transparenta el alma. Son inseparables.

 -  Es así, el espíritu habita en la carne, es su mejor prolongación. Y cuando muere el cuerpo el espíritu se desvanece. Hay que romper las barreras en la fusión de dos cuerpos, y buscar el resplandor último. Hay que convertir el tacto en un acto de conocimiento e integrar el deseo en el espíritu sin apagar su fuego.

 -   Un poema de El otoño de las rosas (Premio Nacional de Poesía) ,”El triunfo de la carne” empieza ahora a latir como una criatura deseada. Ambos callamos: “Me dabas sed y eras el agua toda, / y llegué a ti acaloradamente, /  y fui un ciego furor, una jauría / de blancos dientes en tu carne joven. / Intentaste apagar, y era una música, / El fuego de la antorcha con tu boca, / Y la sed que me dabas aún crecía. / Todo el lugar del mundo estaba en ti, /  y sólo mi tormenta lo habitaba. / Luchamos hasta el alba de aquel siglo, / Y al penetrar tu carne con mi fuego / el pecho se partía cada vez. / Y llegó la fatiga, y al vencerme / vencía yo también al fin un cuerpo / sólo mortal, y efímero, y terrible //  Al reposar la llama de la vida / puse mis labios con dulzura lenta / en torno a tu cintura, y los ojos / alcé para mirarte: con más luz, / con más belleza aún me sonreías. / Supe así la desdicha de la carne”.  El otoño de las rosas es junto a Palabras a la oscuridad, una de las cimas de la poesía de Brines. Se trata de un libro en el que, como indica José Olivio Jiménez, alternan las percepciones de orden metafísico y los signos vitalistas y posee una gran fuerza simbólica.

 -   Este es el libro del que me encuentro más cerca ahora. Si tuviera que regalar un libro a alguien que me quiere conocer, y me lee  por primera vez, lo haría con éste. Palabras a la oscuridad es el libro central de mi juventud, y El otoño de las rosas lo es de mi madurez. Mi persona es donde está mejor expresada. Son los libros más extensos de que he escrito. En cuanto a la fuerza simbólica apuntada por Olivio, el símbolo es una presencia indubitable en mi obra, y con respecto a la metáfora, al concretizar menos el significado, le da más margen creativo al lector. Rosa, mar, luz, sombra…son palabras muy simples, son tópicos, y sin embargo el campo significativo es en ellas inmensurable. Además son palabras que en el lector también pueden actuar simbólicamente en su vida personal, y eso las hace más universales. El símbolo se individualiza, y puede alcanzar una significación concreta, mediante las palabras que lo acompañan, y las connotaciones que producen en él.

 -  La cita de dos de los libros fundamentales de ese gran libro unitario que es toda la obra del poeta valenciano, me anima a preguntarle por el último poemario publicado hasta ahora, La última costa, que veo como una recapitulación de todos sus temas desde un final que no renuncia a volver a los orígenes, desde una vida casi cumplida, pero con aspiración de eternidad, y con la mirada todavía quemada por la belleza.

 -   La última costa tiene mayor gravedad, es más enjuto que El otoño de las rosas. Transcurre entre la infancia y la muerte: fíjate, mi último libro podría ser el primero que publiqué, escrito a los veintitantos años, me refiero  a Las brasas. Esto indica la circularidad. Sí, toda mi obra es un solo libro. Y permíteme qua aluda a un libro intermedio, Aún no, que Carlos Bousoño define como nihilista. Lo escribí en una situación anímica muy mala, lo que no quiere decir que no produzca gozo en el lector, porque  no tiene por qué producirte un mayor asentimiento estético el poema gozoso que el poema secamente dolorido; el placer receptor discurre al margen  de la circunstancia temática o anímica del autor. Así sucede también con una gran sinfonía, en la que un allegro radiante y un adagio tristísimo te proporcionan un equiparable placer al margen, repito, del sentimiento que te comunican, de alegría o de tristeza. En la vida real preferimos estar instalados en la alegría.

 -   En Aún no, existe alguna novedad como es la aparición del epigrama y la sátira.

 -    Sí, y no volví a ello, y no porque me disgustasen los resultados. Estimo que esa sección está bastante lograda, y me permitió ampliar mi poesía a un género nuevo en mí, la sátira, creo que con cierta personalidad. Surgieron nuevos procedimientos, descubrimientos expresivos, y mi inserción en una tendencia antiquísima y rica. Es decir no me limitó. Paradójicamente la escritura me brotaba con una gran facilidad, me bastaba con encontrar un motivo. Pero como no desvelaba  mis zonas de oscuridad, y sobre todo lo que predominaba era el ingenio, lo abandoné. Con lo escrito ya era suficiente.”

Un ejemplo remacha lo que el poeta ha dicho: “Eres mezquino en el oficio, todo / lo empobreces, reduces las carrozas /  a tartanas; aúñas cigarrillos, / dentaduras, y en plazas o tabernas / mudas reputación por risotada. / Eres chulo (y ladrón); mas no prestigias / oficio tan antiguo y respetable”.

 -   Las desnudas montañas que se divisan desde la casa de Francisco Brines en Elca  son poco a poco poseídas por una caudalosa sombra, y se adivina al fondo el “paisaje intocado, pero que está siempre en movimiento del mar”, como le gusta decir al poeta. “Se trata de un cuerpo vivo con distintas cadencias: desde la máxima quietud hasta la reacción más colérica”. Sombra y mar anuncian que ha llegado el momento de algunas confesiones, sin orden aparente pero con concierto.

 -   El poema acomete esa ilusión de detener el tiempo, de hacer que el instante transcurra sin pasar, efímero y eterno a la vez. En ese instante leo cuánto he gozado del amor físico, pero con qué poca frecuencia he estado verdaderamente enamorado. Al escribir, uniendo siempre vida y obra, el instinto es el del explorador, y la conciencia el del colonizador. Mi expresión quiero que posea la sencillez comunicadora de la palabra hablada, pero escribo como pienso. El pensamiento debe clarificarse, y la expresión, repito,  debe parecerse al habla cotidiana. Y hablando de claridad comprendo muy bien con el paso de los años cuál ha sido mi relación, aparte de la amistad, con el grupo de los Cincuenta, que durante una etapa adoptó un compromiso ideológico, político, del que los más jóvenes, Claudio Rodríguez y yo, nos quedamos al margen, y el resto también abandonó ese territorio muy pronto. Quien persistió más fue Ángel González, porque en él era más necesario, y  en ese terreno su ironía era magistral. La poesía social del grupo, estaba mucho más elaborada, cuidada, que la anterior, ya no se dirigían al obrero que no los leía, sino al burgués, fustigando su conducta con un lenguaje más indirecto, menos obvio, que se supone que éste entendería. Bien, quizá estoy mezclándolo todo, pero hoy tengo necesidad de manifestarme interior y exteriormente”.

 -   Aprovecho entonces esa disposición para  abordar otras cuestiones como, por ejemplo, su labor  en la Academia o su doble pasión por el fútbol y los toros.

 -  Desde que hace año y medio ingresé para ocupar el sillón del dramaturgo Buero Vallejo, siempre que estoy en Madrid acudo los jueves a la Academia. El ambiente allí es de gran cordialidad y cortesía. Mi papel claro, en las reuniones es el de creador, no el de lexicógrafo. Y en lo que se refiere a lo que denominas dos grandes pasiones, es cierto soy buen aficionado al fútbol y entiendo algo de toros. Los toros suelen ser aburridos, pero a veces brilla el arte; el fútbol siempre es divertido, pero nunca es arte. En el  toreo se puede detener el tiempo, en el fútbol, por el contrario, todo es velocidad, rapidez. Para mí, el arte es lo primero.

 -   Francisco Brines  sigue haciendo una vida normal, a pesar de la decena de pastillas que debe tomar para que el corazón no le vuelva a jugar una mala pasada. Ha vuelto a releer  a Juan Ramón Jiménez, con la misma fruición de la adolescencia, y tiene bastante avanzado un nuevo libro de poemas. Brines, que muestra su extrañeza cuando le pregunto si algún día ganará el Cervantes, espera como algo real  e ilusionante   tener en sus manos  la antología de su obra que ha preparado Dionisio Cañas, titulada Todos los rostros del pasado, como uno de sus poemas, y que ha publicado Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. Su actitud ante la existencia sigue siendo la del que apura los momentos hasta la última semilla del placer, consciente a la vez  de la pérdida final, a la que se enfrenta con estoicismo, y sin encontrar argumentos para la existencia de un Dios que nos asegure la supervivencia después de la muerte.

 -  Soy un agnóstico que quisiera tener fe. Me gustaría que los creyentes tuvieran razón, que no se perdiera la identidad del ser, que no se terminara la existencia como tal, pervivir del modo que sea. Lo que no puedo aceptar es una supervivencia  con castigo.

 -  En el firmamento de este lugar mítico llamado Elca, hay un enjambre de astros en los que  una vez más, se quema de belleza su mirada, y que, de nuevo, nos devuelve a la poesía de Brines, a su sed inagotable, presente en uno de los poemas aún no publicado en libro: “Hay veces en que el alma / se quiebra como un vaso, / y  antes de que se rompa / y muera (porque las cosas mueren / también), llénalo de agua / y bebe, / quiero decir que dejes / las palabras gastadas, bien lavadas, / en el fondo quebrado / de tu alma, / y, que si pueden, canten”.

 -   Sí, mientras tenga aliento, y ella quiera visitarme, seguiré escribiendo poesía

 Un ave cruza el cielo. Al fondo se ven las luces del puerto y ciudad de Denia.

 

                                                                   

                                    

 

   

                          

               

                           

 

 

 

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Javier Lostalé

La Haggadah de Sarajevo

5 de mayo de 2016 09:42:00 CEST

Esta historia empieza con una escritora ante la pantalla de su ordenador. Le han pedido que escriba un texto y ese es su oficio, un encargo así no debería incomodarla. Pero, ¡ay!, le han solicitado un cuento hermoso, una historia bonita y para la escritora “narración bonita” es un oxímoron, una contradicción en los términos o, así lo siente ella, una falsedad, una mentira. La escritora es una mujer llena de manías y prejuicios: le desagradan los finales felices, detesta a los autores que hablan de sí mismos en tercera persona, como si fueran jugadores o entrenadores de fútbol… Esa fastidiosa escritora soy yo, Clara, como sin duda habéis adivinado.

 

En los momentos difíciles de la vida hay quien se encomienda a Dios, a la Vírgen, a Alá, a Jehová, a Zeus, Afrodita o Neptuno; yo siempre recurro a Chéjov, al viejo Antón, mi escritor favorito. ¿Qué haría Chéjov en mi situación?, me pregunto, buscando una salida, una orientación. A diferencia de otros grandes de la literatura rusa del sXIX, Antón Chéjov no era de familia noble; su abuelo había sido esclavo, su padre, un tendero sin suerte cuyo negocio quebró. Empezó a escribir para ganar dinero con el fin de sufragar sus estudios de medicina y ayudar a su numerosa e improductiva familia. Firmaba sus primeros cuentos con un seudónimo porque esas narraciones de tono humorístico, escritas apresuradamente, le avergonzaban. Y un día recibió una carta del mayor crítico literario ruso de la época, Dmitry Grigorovich; en ella, el insigne hombre de letras ponderaba su talento, se confesaba seguidor suyo y le alentaba a no desperdiciar su don, esa chispa de genio; en resumen, le encarecía que se tomara en serio el oficio de escritor, ces’t à dire, que escribiera historias serias. Esa carta fue un regalo inesperado para Chéjov y también un espaldarazo, una señal: cambió su destino. A partir de entonces empezó a firmar sus narraciones con su propio nombre y abandonó la vena cómica para abordar otro tipo de historias, esos cuentos imperecederos en los que el escritor ruso ahonda en los conflictos y contradicciones de la naturaleza humana como nadie hizo antes. Antón Chéjov no sólo fue un inmenso escritor, también una buena persona; fundó hospitales, escuelas, bibliotecas, atendió como médico, sin cobrarles, a centenares de campesinos pobres… Era lo más parecido a un santo laico que quepa imaginar, pero nunca escribió sobre ello, nunca hizo alarde de sus buenas obras, ni pergeñó una historia hermosa y conmovedora sobre un joven escritor al que la carta de reconocimiento y apoyo de un viejo maestro infunde una nueva confianza en sí mismo y en sus capacidades, transformando su vida; no hizo nada de eso, sino que publicó, una tras otra, con fertilidad asombrosa, historias tristes. Se lo reprochaban sus amigos, sus lectores: usted, le decían, es un hombre alegre, optimista, ¿por qué escribe siempre esas historias tristes? Él esbozaba una sonrisa benévola, distraída, y se encogía de hombros, como diciendo, la vida es triste, no puedo hacer otra cosa.

 

De forma que en esta encrucijada, Chéjov no me sirve. Fiel discípula suya, yo también sostengo con fervor que para ser literaria una historia tiene que ser, si no triste y desoladora, sí un punto melancólica, nostálgica, desesperanzada. Y sin embargo…

 

Y sin embargo, a veces en la vida una tropieza con historias hermosas, conmovedoras, que cargan sobre sus espaldas con esos adjetivos detestables, ñoños, apropiados para las fábulas morales de los libros de autoayuda, del todo incompatibles, ya lo hemos dicho, con la verdadera literatura. Pero allí están. Son reales, han sucedido. ¿Qué hacemos con ellas? ¿No son dignas de relatarse porque no cantan desventuras?

 

Me viene a la memoria una de esas historias. Me tropecé con ella en el curso de mi investigación sobre la última guerra de los Balcanes, a la que dediqué tres años. (Chéjov, hombre generoso y pródigo en todo, también en consejos a escritores bisoños, recomendaba escribir sobre lo conocido, lección que no he seguido en mi última novela, “La hija del Este”. Los maestros están para escucharlos y luego desobedecerlos.) Es la historia de la Haggadah de Sarajevo.

 

La Haggadah (palabra que en hebreo significa narración), es un libro religioso judío que se lee en la noche del Pésaj, la Pascua judía, cuando las familias hebreas se reúnen para celebrar la liberación y salida del pueblo de Israel de Egipto. Hay distintas versiones de la Haggadah, pero todas contienen bendiciones, cánticos y textos del Libro del Éxodo. Cualquier familia judía que se precie tiene su ejemplar de la Haggadah. Allá por el año 1350, un escriba de bella caligrafía, ayudado por algún primoroso ilustrador, o ilustradores, culminó una obra única, prodigiosa, una Haggadah manuscrita en lengua sefardita, en el ladino que ya casi ha desaparecido. Para su confección se empleó piel de becerro blanqueada y las ilustraciones se hicieron en oro y cobre. Tiene 142 páginas, de las cuales 34 son ilustraciones, miniaturas. La fecha y la autoría de la obra son un misterio, propicio a conjeturas; hay una certidumbre, no obstante: esa Haggadah procede de España, del antiguo Reino de Aragón, probablemente del barrio judío, o call, de mi ciudad, Barcelona; un escudo de la misma figura en ella, así como dos escudos de armas en los márgenes inferiores, uno con una rosa y el otro con un ala, lo que hace suponer a los expertos que ese libro exquisito fue un regalo de bodas para los hijos de las familias Shoshán (rosa en hebreo) y Elezar (Ala en hebreo), quienes con su enlace sellaban la unión de dos de las estirpes más distinguidas de la comunidad judía de Barcelona. Los entendidos especulan con la posibilidad de que algún cristiano participara en la elaboración del manuscrito, pues la religión judía prohíbe la representación de figuras humanas y en las ilustraciones del libro abundan esas imágenes prohibidas: ¡Adán y Eva desnudos!, ¡hebreos de la época del rey David ataviados con las ropas propias de los cortesanos de la España medieval! Todo muy irregular, desde el punto de vista de la ortodoxia judaica. Ese librito único encierra otros portentos, como globos terráqueos, esa herejía por la que Giordano Bruno fue quemado vivo 200 años más tarde. Fue un regalo muy bien recibido, manchas de vino y agua en las páginas de pergamino atestiguan su uso, se brinda y se bebe en la cena del Pesaj… La convivencia feliz de las tres culturas y las tres religiones, cristiana, hebrea y musulmana, no había de durar mucho: en el año aciago de 1492, ese mismo año en el que Colón descubrió América, los muy católicos reyes de España, Isabel y Fernando, decretaron la expulsión de los judíos.

 

Y la Haggadah viajó con sus atribulados dueños; otra expulsión, otro éxodo. Quiere la leyenda que recalara en Portugal y que en 1497, cuando ese infame invento español, la Santa Inquisición, se propagó a ese reino, manos precavidas la enterraron para salvarla de los autos de fe. Años después fue exhumada de entre las raíces de un olivo y vendida a una familia judía, la cual se la llevaría a Roma o a Venecia; la suerte la acompañó en el exilio: en 1609, el inquisidor Vistorini estampó el nihil obstat en sus páginas y la autorizó con su firma, librándola de nuevo de la furia purgadora del Santo Oficio. Nuestro inquieto libro prosigue su periplo y llega a Sarajevo, cuando esta ciudad todavía se hallaba bajo el imperio otomano. No pudo encontrar mejor destino, Sarajevo, la pequeña Jerusalén, era una ciudad multiétnica en la que convivían las tres religiones del Libro, la cristiana (católicos croatas y ortodoxos serbios), la musulmana y también la judía, pues a mediados del sXVI se asentaron en ella numerosos judíos sefarditas expulsados de España (quién sabe si algún descendiente de aquellos Shosha o Elazar que fueron sus primeros dueños…) Una noche del año 1894 la familia Cohen celebra en Sarajevo la Pascua hebrea. El joven Josef, el primogénito, llamado a perpetuar la tradición familiar y a ejercer de médico, lee con voz temblorosa, llena de emoción, los conocidos versos de la Haggadah: El hambriento será bien acogido y se le dará de comer, al sediento se le calmará la sed… Los conoce de memoria y esa Haggadah tan manoseada forma parte de su existencia desde que le alcanza el recuerdo. Aquella madrugada sale de su casa, furtivo y silencioso como un ladrón; lleva consigo la Haggadah. Josef Cohen no quiere ser médico, la sola visión de una gota de sangre le produce náuseas; tampoco desea casarse con una joven de la comunidad sefardita de Sarajevo y pasar el resto de su existencia en esa ciudad; él ha urdido para sí otro destino, sueña con ser actor y triunfar en los escenarios de Viena, Praga o Budapest. Ofrece la Haggadah a la Benevolencija, una sociedad humanitaria y cultural establecida por la comunidad sefardita de Sarajevo, la cual lo adquiere por el precio de 150 Kruna. Josef Cohen no volverá a Sarajevo, ni sabrá nunca más de su familia, en cuanto a su carrera artística… Podéis imaginar lo que queráis, Josef, mi Josef, es maleable, como todos los personajes de ficción; del verdadero Josef, el hombre de carne y hueso que a finales del sXIX vendió el libro judío, nada se sabe, quienes lo conocieron han muerto hace mucho tiempo y con ellos sus recuerdos.

 

Lo primero que hicieron los ufanos nuevos propietarios de la valiosa Haggadah fue enviarla a Viena para su valoración por expertos. Y al punto se arrepintieron. ¿Y si no nos la devuelven? La rapacidad de los amantes de las antigüedades en el SXIX es conocida, las magníficas colecciones del Louvre, el British Museum o el Pérgamo de Berlín, dan fe de ella. Pero la Haggadah regresó a Sarajevo veinte años más tarde, algo decrépita y desmejorada, aliviada del peso de sus ribetes de oro y plata por dedos codiciosos. La visita a Viena no fue en vano, la Haggadah de Sarajevo adquirió renombre. Conscientes de ello, los sucesivos directores del Museo Arqueológico de Sarajevo fueron precavidos. Ese libro preciado nunca se exhibió, fue guardado bajo llave en un lugar seguro y únicamente podía ser consultado por los elegidos. Se ocultaba al público, pero todo el mundo sabía de su existencia. Cuando las fuerzas alemanas entraron en Sarajevo en 1942, el general alemán Johann Fortner se dirigió de inmediato al museo de la ciudad y exigió la entrega del manuscrito a su director, el croata y, por tanto, aliado, Jozo Patricevic.

 

-¡Qué extraña coincidencia! Hace menos de una hora ha venido un oficial alemán y se lo ha llevado- dijo, sorprendido, Patricevic.

 

Fortner quiso saber el nombre del compañero de armas que se le había adelantado y el director del museo repuso que no le había parecido prudente preguntárselo.

 

El general se tragó el embuste. Tras su marcha, el director y el custodio del museo, el musulmán Dervis Korkut, urdieron un plan para poner el libro a salvo. Esa misma noche, el intrépido Korkut desafió la luna traicionera y las patrullas alemanas y, campo a través, con la Haggadah oculta entre sus ropas, se la llevó a una aldea, en la falda de la montaña de Bjelasnica, y con la ayuda del imán la enterró bajo el suelo de la mezquita. O eso dice la tradición.

Tras la derrota alemana y la liberación de Bosnia, la Haggadah volvió al museo, que tenía un nombre nuevo: Museo Nacional. Centenares de miles de judíos perecieron en Jasenovac, Auschwitz, Gradiska, Jadovno y otros campos de concentración establecidos por los nazis y sus aliados croatas en el territorio de lo que pasó a llamarse República Federal Socialista de Yugoslavia, pero nuestra Haggadah sobrevivió.

 

Pasan los años, las décadas, muere Tito, se desmorona Yugoslavia. Una gran exposición de arte sefardita se prepara en Madrid para conmemorar, en 1992, el 500 aniversario de la expulsión de los judíos de España. La Haggadah de Sarajevo estaba llamada a ser la estrella de esa efeméride, pero la guerra de Croacia en 1991 impulsó al museo de Madrid a pedir un seguro por 7 millones de dólares.  Los organizadores tuvieron que desistir de su propósito, el libro se quedó en Sarajevo y junto con la ciudad, su ciudad, aguardó la nueva guerra, que estalló en abril de 1992. Durante el prolongado asedio de Sarajevo, sus habitantes desatendieron sus antiguas ocupaciones por un nuevo y absorbente empeño: sobrevivir. Pero cuando el Museo Nacional de Sarajevo se convirtió en objetivo del fuego serbio, su director, el musulmán Enver Imamovic, cambió de prioridad. Se las apañó para persuadir a un par de policías para que le acompañaran al museo bajo una lluvia de granadas y morteros. El jefe de policía le preguntó si el libro que quería rescatar era tan valioso como una vida humana e Imamovic, imperturbable, le contestó que sí. A velocidad suicida circularon por las calles vacías de la ciudad sitiada, consiguieron entrar en el museo y perdieron horas deambulando por sus pasadizos y sótanos hasta dar con la caja fuerte donde se guardaba el libro. Uno de los policías, experto en cerraduras, logró abrirla, y con el manuscrito protegido por sus cuerpos salieron de nuevo al exterior y otra vez sortearon balas, bombas, morteros, hasta depositar la Haggadah en la bóveda blindada del banco central. Y así fue como un puñado de bosnios musulmanes arriesgaron sus vidas por un libro judío.

 

En la guerra de Bosnia perecieron más de 100.000 personas, varios millones de habitantes fueron desplazados de sus casas, de sus pueblos y aldeas, la biblioteca de Sarajevo fue incendiada, ardió durante días y con ella dos millones de libros, pero la Haggadah, nuestra Haggadah, no.

 

Tras la guerra, rumores malévolos extendieron la especie de que el gobierno musulmán la había vendido para comprar armas. El Presidente Izetbegovic quiso desmentir esos infundios y ordenó trasladar el libro a la sinagoga de Sarajevo, para su exhibición al público durante la Pascua judía. Indignado, Imamovic, presentó su dimisión. No podía aceptar que aquel manuscrito, que apreciaba más que su propia vida, fuera expuesto a quién sabe que nuevos azares por la fanfarronería temeraria de un político. Fue una premonición; la Haggadah tuvo que afrontar un nuevo peligro por causa de la incuria y mala voluntad de un gobierno. Bosnia- Herzegovina  es un país imposible, los acuerdos de Dayton, que sellaron la paz en 1995, son un remiendo; no se ha creado un ministerio de cultura, ni institución que haga sus funciones, no hay interés político en preservar el legado cultural común y el Museo Nacional, privado de fondos y apoyo oficial, tras una larga agonía, cerró sus puertas el pasado año. Sus gestores no podían pagar la electricidad, el gas, ni la seguridad. Los 65 empleados del museo trabajaron sin sueldo, sin aire acondicionado, sin calefacción, durante un año entero, aguardando un milagro que impidiera el cierre. En octubre del 2011 se reunieron todos por última vez en torno a la fuente del jardín botánico, en el recinto de la institución, arrojaron al agua una moneda y formularon el deseo compartido de que el museo pudiera abrirse de nuevo. Antes de abandonar el edificio clavaron un letrero en sus recias puertas de madera con la leyenda “Cerrado” y luego se fueron a sus casas, mucho de ellos llorando.

 

Estudiantes de Sarajevo se encadenaron a los pilares del edificio, en una protesta desesperada a la que puso término la policía. Los aguerridos jóvenes dejaron una bandera en el museo, con un mensaje dirigido al gobierno de Bosnia-Herzegovina: “¡Deberíais avergonzaros!”

 

¿Y la Haggada, nuestra Haggadah?

 

El museo Metropolitan de Nueva York ofreció darle hospedaje durante tres años, pero una oscura “Comisión para la preservación de los monumentos nacionales”, el organismo gubernamental del que depende la Haggadah, condicionó la salida del libro a una hipotética resolución de la incertidumbre legal del museo, de modo que la Haggadah se halla en el limbo, ese misterioso no lugar en el que penan o levitan los muertos inocentes. El antiguo director del museo, Imamovic, teme que la UNESCO acabe por incautarse del manuscrito, pues tiene la misión y la facultad de velar por las obras de arte de relieve internacional en riesgo de destrucción o pérdida, a no ser…

 

A no ser que la fortuna, la baraka, o la divina providencia que nunca han abandonado a la Haggadah en sus ajetreados seis siglos de existencia, vuelvan a manifestarse bajo la forma de otro individuo anónimo, un eslabón más en esa cadena de gestos solidarios que ha logrado preservarla durante tanto tiempo, quien logre rescatarla de ese limbo jurídico y la devuelva a la vida, porque a diferencia de otros objetos y artefactos construidos por el hombre, que son perecederos, los libros nunca mueren, renacen cada vez que alguien los abre, pasa sus páginas, lee: El hambriento será bien acogido y se le dará de comer, al sediento se le calmará la sed…

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Clara Usón

El monumento

28 de abril de 2016 09:31:27 CEST

De qué está hecho, no lo sé.

Quizá de alguna clase de madera liviana

como el sauce,

o de escamas de cobre,

o del cristal que deja el caracol entre la hierba,

impuro y desenvuelto.

Difícil decidirlo a esta distancia.

La luz del mediodía

lo envuelve en brillos submarinos

como si fuera un ancla descansando en la arena.

Pero no está en el fondo de ningún mar

sino en la tierra,

sobre la tierra,

con sus raíces bien plantadas y el torso expuesto.

Respira el mismo aire que nosotros,

el mismo clima,

aunque el viento que emerge al final de la tarde

le haga mover las aspas de sus brazos

y parezca una estupa con banderas de oraciones.

Algo está claro: tiene ritmo. Sólo un maestro

ajustaría así cada fragmento,

las venas invisibles.

 

De qué está hecho, no lo sé.

El cielo, cada vez más teatral, me confunde.

Doy vueltas a sus formas con los ojos

y estudio cada muesca,

cada surco,

creyendo hallar correspondencias.

Hablo con él como con un hermano

pero me ignora como un hijo.

Una estatua de espinas, una cruz emplumada.

Y ese poco de sombra

que prospera en las horas muertas.

Visto de arriba abajo

es lo que tú quieres que sea.

Visto de abajo arriba

es lo que tú podrías ser.

En cualquier caso, estás perdido.

 

Escrito en Lecturas Turia por Jordi Doce

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