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Sobre Buñuel

29 de agosto de 2016 11:44:16 CEST

Me pedís que escriba de tres a cinco folios (me temo que apenas será uno) sobre la personalidad y obra de Luis Buñuel y, la verdad, sobre este genio del cine se podrían escribir de tres a cinco millones de folios por ambas caras y el texto quedaría corto. Cada vez soy más sintético en mi escritura porque me llevo mal con lo exhaustivo aunque no sea superfluo y, parece ser, que Buñuel pecaba de lo mismo, por eso iré al grano. Su estética y su ética le obligaban a evitar lo adjetivo. Don Luis era pura sustancia, puro y desnudo sustantivo como es la materia de los sueños. Nada sobra en su cine, y nada falta. Muy pocos artistas han entendido tanto y tan profundamente como Buñuel la belleza de la síntesis, de lo elíptico. Tal vez Alfred Hitchcock, su hermano gemelo y de algún modo Robert Bresson. Estos cineastas se sirven del cine para reflexionar sobre las luces y las sombras del ser humano pero a través de la óptica de sus sueños y de la óptica de esa máquina de fabricarlos que es el cine.

¿Buñuel surrealista?, no lo creo. En todo caso el surrealismo es Buñuel entendiendo el surrealismo como esa mirada que es capaz de atravesar el espejo (sin romperlo ni mancharlo), imaginarse a sí mismo, y por tanto, reflexionar sobre esa capacidad que sólo el artista verdadero posee siendo poseído por ella al mismo tiempo. No hay obra de arte sin esa mirada reflexiva desde la llamada realidad sobre la realidad de sus propios sueños.

En El Angel Exterminador  Buñuel observa desde afuera, como si soñara, a esos personajes encerrados en sus propias pesadillas (sin poder escapar de su supuesta realidad) y reflexiona sobre las suyas propias. En ese sentido, tal vez sea esta película la más buñueliana de toda su obra en cuanto a que todo creador debe analizar la realidad encerrándose en sí mismo a partir de la reflexión sobre las visiones fantasmagóricas de sus sueños.

Otras películas significativas en ese sentido son Simón del desierto y Robinson Crusoe. En la primera se da otro “encierro”, en este caso voluntario, del inefable asceta. El alto de la columna es su isla y desde allí reflexiona sobre sí mismo, sobre el mundo, el demonio y la carne. En Robinson Crusoe el aislamiento es azaroso, fatalista, fruto de un naufragio de los designios del destino. Buñuel se “encierra” en los universos de sus protagonistas pero viéndose desde afuera, soñando que sueña...

El surrealismo en Buñuel no es onirismo ni irracionalidad (salvo Un perro andaluz y La Edad de Oro que son el “hallazgo” cinematográfico de ese movimiento) sino pura razón de ser de su imaginación más poética, de sus sueños más quirúrgicos. En todas sus películas sus personajes (y el mismo) se desenvuelven “cercados” por una realidad absurda que les agrede.

Así podría prolongar “ad infinitum” esta sucinta “reflexión” sobre Buñuel y su obra pero, evidentemente, no es ni el momento ni la pretensión de este homenaje de Turia al gran genio aragonés. Será en otra ocasión, espero, cuando me pidan medio folio.

Escrito en Lecturas Turia por Luis Eduardo Aute

El discreto encanto de Patrick Modiano

23 de agosto de 2016 13:41:00 CEST

Si las novelas de Patrick Modiano fueran una música, serían Erik Satie. Si fueran un cuadro, un paisaje de Seurat. Si fueran una estación, el verano. Precisamente, las releo este verano mientras escucho a Satie, y la melancolía me cubre como un mosquitero que deja la realidad afuera.

Paul Valéry despreciaba el género novelesco y se rehusaba a escribir “La marquesa salió a las cinco”. En ningún libro de Modiano encontraríamos una frase similar, pero tampoco la famosa “tranche de vie” que los nuevos novelistas proponían  como alternativa. En Modiano no hay “franja de vida”, a menos que se piense en otra fórmula: la de las franjas de vida concéntricas. Un personaje determinado, en un momento determinado, recuerda un momento de su vida en el que ha sido feliz. Es un esquema que se repite, como en un juego de círculos concéntricos en el que los personajes buscan llegar al núcleo, allí donde tal vez puedan apresar la felicidad. Pero la búsqueda siempre queda trunca. El propio Modiano confiesa: “Siempre sentí que poseía una natural inclinación hacia la felicidad, pero que ésta me había sido arrebatada a lo largo de toda mi vida por circunstancias externas”. Al igual que su autor, los personajes no dejan de buscar una y otra vez, en un pasado que, sospechamos, nunca sucedió, esa felicidad perdida.

Las novelas de Patrick Modiano no se parecen a la vida ni guardan ninguna pretensión de realismo. El azar fulgurante es la regla. Los personajes, ensimismados,  grotescos o evanescentes, se unen y se separan como bolas de billar impulsadas por un destino ciego. Parejas abúlicas, mujeres que aparecen, desaparecen y cambian de nombre e identidad, hombres desocupados que viven de rentas o de la venta de libros usados, de dinero ganado en un casino o robado en una maleta misteriosa: todos son igualmente inverosímiles. Leen, viven en hoteles decadentes, deambulan por París, Londres, ciudades balnearias del sur de Francia, y proyectan viajes a Brasil, Marruecos, Mallorca. El protagonista de Más allá del olvido (Alfaguara, 1997) fantasea con ir a Buenos Aires en busca del poeta argentino Héctor Pedro Blomberg, cuyos versos despertaron su curiosidad: “A Schneider lo mataron una noche/ En la pulpería de la Paraguaya./ Tenía los ojos azules/ Y la cara muy pálida.” La elección no es casual, en esos versos idealizados aparece, concentrada, la esencia antimodiano: un depurado de exotismo y acción brutal. Nada más alejado de ese presente onírico y errático de estas historias, demasiado lleno de pasado como para poder cobrar consistencia.

Mientras los hombres y mujeres de Modiano se deslizan de fiesta en fiesta, de siesta en siesta, de bar en bar, la Vida –la Guerra, en muchas de las novelas- sucede en otra parte, sin rozarlos. Del mismo modo que ir a la Polinesia o perderse en un barrio de la periferia de París resultan experiencias equivalentes, no hay mayor diferencia entre el frente de combate, la Resistencia activa, o el anonimato y el sopor de un hotel ruinoso. Los personajes de Modiano no son héroes, ni lo quieren ser. Hagan lo que hagan, da lo mismo, y sin embargo no podrían hacer otra cosa. Es lo que confiesan también muchos personajes de Jean Echenoz. Ambos escritores comparten ambientes, temas y personajes, una impresionante nómina de premios y el talento de haber sabido abrevar en las aguas del nouveau roman, y haber salido no sólo indemnes sino también fortalecidos. Sin embargo, allí donde Echenoz se desliza fácimente hacia un humor un tanto cínico (imposible no imaginarlo con una mueca burlona frente a su ordenador), Modiano se sumerge en una melancolía brumosa que lo impregna todo y se apodera también de los sentidos del lector. Como el olor. El olor es muy importante en las novelas de Modiano, mucho más que la trama. Moho, cáñamo hindú, éter: el olor es esa presencia intangible que puebla las páginas como un estado de ánimo.

La engañosa estructura de novela policiaca, de aprendizaje, romántica, de aventuras o road movie muy pronto acaba por desdibujarse por el efecto erosivo de la melancolía y el recuerdo. La verdadera pregunta que subyace en el interior de la trama vale tanto para los personajes como para el lector: ¿A qué puede llamarse vida?

El protagonista de Viaje de novios (Alfaguara, 1991) intenta reconstruir una biografía ficticia de Ingrid, una mujer misteriosa de la que se enamoró un verano, a la que reencontró ocasionalmente en los años siguientes, y de la que no volvió a tener noticias hasta un suelto en Milán, dieciocho años después, informando de su suicidio. “¿Tiene derecho un biógrafo a suprimir determinados detalles, con el pretexto de que los considera superfluos?”, se pregunta, “¿O por el contrario todos tienen su importancia y hay que colocarlos en el montón sin permitirse resaltar uno en detrimento del otro, de manera que no falte ninguno, como en el inventario de un embargo? A menos que la línea de una vida, una vez llegada a su término, no se depure a sí misma de todos sus elementos inútiles y decorativos. Entonces ya no queda sino lo esencial: los blancos, los silencios y los calderones.” Ésa es la apuesta de Modiano, contar lo que no se puede contar. Un estilo elegante y sutil trabajado palabra a palabra. El resultado no es una escena, ni siquiera una imagen sino, como ocurre en los cuadros puntillistas de Seurat, una “impresión”.

Cada novela nos sumerge en un limbo en el que los personajes aparecen y desaparecen. Reaparecen en la misma novela, o en otra, con ligeras variantes de carácter, con el mismo nombre (como Cartaud) o con otro (Sylvie, Ingrid, María…). Las historias, con una amplia gama de levísimos matices, cambian muy poco, como si todas las novelas de Mediano fueran variantes o reescrituras de una única novela. Igualmente adictivas que las Gymnopédies de Satie, acaban por fundirse en la memoria en una sola melodía.

He pasado varios días de este verano deambulando de una novela a otra de Patrick Modiano, releyendo los pasajes leídos hace años, que ahora volvieron a emocionarme como un sabor o un perfume subrepticiamente recuperado. Leo una vez más las últimas líneas de Viaje de novios: “Ese sentimiento de vacío y remordimiento te inunda un día. Más tarde, igual que una marea, se retira y desaparece. Pero termina por regresar con mayor fuerza, y ella no podía liberarse de aquello. Tampoco yo.”

Satie ha dejado de sonar. Afuera anochece. Salgo de casa y camino hasta el jazmín. Aspiro violentamente el perfume apurando el final, allí donde empieza la podredumbre. Y entonces me doy cuenta: Modiano es un escritor nihilista. Sus novelas no hablan de la vida ni de los sueños ni de la felicidad, hablan de la muerte. A menos que la muerte se parezca demasiado a todas esas cosas.

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por María Fasce

Esta entrevista a António Lobo Antunes fue emitida originalmente por la RTP el pasado mes de enero de 2015. Agradecemos la autorización concedida por la Radio Televisión Portuguesa para que pueda ser reproducida y divulgada por primera vez en España a través de Turia.

- Antonio, parecería que ha pasado poco tiempo desde nuestra última entrevista, pero aún así hace ya casi cuatro años.

- Cuatro años, sí.

- Y cambiaron muchas cosas, cambió el mundo, cambiamos nosotros y el país tuvo una evolución bajo un plano de rescate económico. ¿Cómo ha sido su vivencia de estos hechos, la vivencia de los últimos años?

- Cuando nos conocimos yo había pasado por un cáncer, hace siete años, y tenía que pasar las revisiones obligatorias. Cuando me hicieron un examen, tenía un tumor en cada uno de los pulmones. Diferentes el uno del otro. Me operaron. Tuve suerte al ser tratado por una persona excepcional que ya me había tratado del otro y que me dijo: “te voy ha hacer un tratamiento de quimioterapia que puede provocarte complicaciones, pero aún así te curarás.” La terapia fue muy, muy violenta. Fueron cuatro meses horribles en los que no me podía mover. Y, al mismo tiempo, extraordinarios… En la otra ocasión había hecho un tratamiento de quimioterapia oral y esta vez fue inyectada; en una sala muy grande del Hospital de Santa Maria, llena de gente, de todas las edades, muchachas de 18 años con pelucas, y una vez más me sorprendió la extraordinaria dignidad de las personas. No se escuchaba una sola queja, no había lágrimas… y estaban contentos de verme allí. En los hospitales, las noches son terribles. Cuando la última visita se iba, yo me quedaba mirando por la ventana la llegada de la mañana, como Proust cuenta, como si la mañana me fuese a salvar de algo, y no me salvaba de nada. Pensaba que no tenía derecho a rezar. Primero, porque Dios tiene cosas mas importantes que hacer que ocuparse de mí. Imagínese, sólo el billón de chinos debe dar un trabajo de no acabar nunca. Dios tiene otras cosas que hacer, y además, sería un falso rezar porque, en mi caso, en realidad, estaba intentando negociar. No estaba en la situación de rezar, sino en la de llegar a un pacto.

- ¿Qué trae de nuevo a la Iglesia este Papa?

- Bueno, no tengo capacidad para juzgar eso. Ahora bien, en mi opinión, creo que él se aproxima a las personas de Dios, por lo que oigo, lo que me hace sentir, al menos en mi opinión nos da una dimensión casi humana de Dios, si es que se puede expresarlo así. Presenta a un Dios mucho más próximo y que yo deseaba que fuese, que no tiene nada que ver con aquel Dios terrible del catecismo que me enseñaban en la iglesia cuando era pequeño. Un Dios aterrador, que enviaba plagas de langostas, que mataba primogénitos, y como, además, yo era el mayor de los hermanos, pensé: tengo que portarme bien y rezar mucho, sino puede que vea una plaga de primogénitos cualquiera, o que me arrojen las langostas encima. Esas eran las cosas que me incomodaban del Antiguo Testamento.

- Además de esos dos cánceres a los que venció, también perdió a su…

- No vencí nada. Nadie vence al cáncer. Simplemente, de aquí a diez años, el cáncer se volverá cada vez más una enfermedad crónica, como si fuese una diabetes, o un reumatismo. Hace diez o quince años sólo el 5% de personas sobrevivía, ahora son el 80% o el 90%.

- Pero quería decirle que, además de aquellos dos cánceres, ocurrió también que, durante ese periodo, perdió a su madre.

- ¿Si hubiese servido para algo?, que es lo que la gente se pregunta habitualmente… Sí, mi madre murió también.

- Volviendo al país; porque han pasado tres años y han sido tres años difíciles aquí, en Portugal, con el plan de austeridad y con el rescate económico del que ha sido víctima el país, ¿cómo ve ahora?

- Me siento indignado con lo que se ha hecho con este país. Somos un pueblo extraordinario y que lo acepta todo. Ahora, lo que no entiendo, es cómo podemos aceptar  de una manera tan sumisa todo lo que pasa: aquello que los políticos resuelven. La sensación que yo tengo es que quien manda son las sociedades de abogados, ni siquiera son los políticos.

- ¿O es el poder económico y financiero?

- Exactamente. Pero ¿quién está detrás de eso?

- ¿Quién está detrás?

- En Portugal son las sociedades de abogados. Sabe, hace algunos años, cuando estuve con Steiner, antes del inicio de la crisis, en Cambridge, él me decía: “Esto comenzó en América; pero seréis vosotros los que lo vais a pagar: los portugueses, los españoles, los italianos, los griegos son los que van a pagar por todo ello.” Sabe, este es un barrio pobre, donde estamos, y las personas están a la última pregunta. ¿Y sabe lo que se ha vendido más en el barrio? Candiles de petróleo. Porque sale más barato que la electricidad. Las personas toman baño una vez por semana sólo, para no gastar agua. O estando en un supermercado, ver a la señora que está cortando carne, meter varios trozos en bolsas de plástico para ella, porque no tiene, porque está muy mal pagada. Somos miserablemente pagados. Y tengo mucho miedo de lo que nos vaya a ocurrir. Ahora habrá elecciones: es evidente que este gobierno va a cambiar.

- ¿Va a cambiar?

- No tengo duda que el partido que gobierna va a perder. El portugués que hablan los políticos es puramente anecdótico, ¿o no es así? Para empezar por el Primer-Ministro. Es una vergüenza. Es una vergüenza. La gente podría hacer todas las críticas del mundo a Salazar, pero era mucho más atractivo que los primeros-ministros que tuvimos después de la Revolución.

- ¿La figura de Salazar continua, en su opinión, siendo la figura más importante del siglo XX en Portugal?

- No, no estoy hablando de que sea la mayor o menor figura. Ese hombre sólo me hizo mal. Fue por su causa que fui a la guerra. Fue por su causa que sufrí tanto. Tuve un primo que murió en ella, tuve un hermano que fue reclutado antes. Siento una desconfianza natural en lo que respecta a los políticos: me resulta extraño que una persona se designe a sí misma para liderar lo que quiera que fuese.

- En los últimos días, las noticias no fueron buenas para el país, los portugueses fuimos informados de nuevos casos de corrupción.

- No me resulta extraño. El apetito de poder es tremendo porque en la mayor parte de las ocasiones, o en muchas de ellas, lo hacen personas que no lo necesitan, pues tienen dinero suficiente. Esto es lo paradójico. ¿Qué es lo que sucede con esa gente? Son personas con una valoración de sí mismas muy baja, y, entonces, el tener mucho dinero o tener mucho poder les refuerza la autoestima y les permite vivir con menos angustia. Son también personas sin grandes preocupaciones y con un problema de carácter moral, que les afecta a la personalidad entera, ya que no tienen escrúpulos de ningún tipo. Fíjese en esas otras personas que tenían el dinero en el banco pobre y que se quedaron sin nada. Los directivos de los bancos no se preocupan por eso. Además si no fuera de ese modo, dejarían de ser banqueros, ¿no es así?

- ¿Tampoco se sorprendió con la intervención del Banco Espíritu Santo?

- Un imperio dura tres generaciones: la del que lo construye y la del que lo mantiene son las primeras, luego comienza la decadencia. Era inevitable que esto fuera a suceder en esta generación o en la próxima. No me sorprende nada. Las personas, que para mí, son más prescindibles, entre las que me encontré, pertenecen a las llamadas clases altas. Son mucho más insignificantes que las de las clases bajas. Y mucho más ordinarias. Yo ví en Brasil a muchas de ellas.

- ¿Porque pierden la dimensión de lo real, de la realidad?

- Ah, sí, eso ocurre. Saben lo que cuesta cada cosa que tenemos. Miran mi ropa y se dan cuenta en seguida lo que ha sido comprado en una tienda de chinos. Acaso esté exagerando, pero no es muy diferente de lo que digo.

- Entonces ¿por qué son mucho más vulgares los de las clases dirigentes?

-Por egoísmo, por avaricia, por deseo de poder, por desprecio, por su incultura. Y, después, por su manera de mirar el dinero. Cuanto más rica es una persona más se fija en la pasta, ¿se ha dado cuenta?

- ¿Vale la pena vivir, sea como sea?

- Es bueno estar vivo. A mí nunca me han dicho: “¿Sabes quien se encuentra muy bien?”. Sin embargo, me he cansado de escuchar: “¿Sabes quien está muy mal?” Pobre, tiene un cáncer. Y tras esa afirmación hay un sentimiento de victoria. Él tiene cáncer y yo no. Él va a morir, yo no. Había un moralista francés del siglo XVIII, que decía: “En la desgracia de nuestros amigos, siempre hay algo que no es completamente desagradable.” No era sólo de los enemigos, sino también de los amigos. Cada vez que alguien me pregunta: “¿sabes quien está muy mal?”, me digo siempre a mí mismo: “no, ni quiero saberlo”, y le mando a la persona que me lo ha preguntado a un lugar del que no se debe hablar aquí, porque puede haber niños viendo su programa. Pero también me ha ocurrido entrar en una enfermería y ver a los médicos y a los enfermeros llorar porque ha muerto alguien. ¿Se acuerda de Malangatana Valente?[1] Murió en Santa María, tratado por una gran amiga mía a la que le debo el estar todavía vivo. Él comenzó a tener síntomas. Tenía un cáncer de pulmón que tardó algún tiempo en dar la cara. Y estaba en Mozambique con la mujer. Se planteó salir de Mozambique para ir a otra parte para tratarse. Su mujer le dijo: “Vamos a África del Sur”. Malangata le respondió: “No, vamos más cerca, vayamos a Portugal.” Mientras existan personas que cuando dicen vamos más cerca, piensan en Portugal, todavía hay alguna esperanza para nosotros como país. Esta frase es extraordinaria: “No, vamos más cerca, vamos a Portugal.”

- ¿Se siente amado, tratado con cariño, aquí?

- Pienso que las personas han sido muy generosas conmigo. Y me gusta nuestra manera de ser. Me sería muy difícil vivir con una mujer que no fuese portuguesa. Que no se quejase en la misma lengua que yo; que no hablase en la misma lengua; que no se irritase en la misma lengua. Nunca podría vivir con una extranjera. Le voy a contar algo íntimo, pero para acabar. Estuve en América, en Nueva York. Y las personas, allí, los sábados, se van a las discotecas, pero se van solos, hombres y mujeres, todos van solos. Las discotecas, además, suelen tener un cantante que imita, con frecuencia, a Sinatra. Esto ocurrió en Newark. En las cercanías de Nueva York. Conocí allí a una noruega, una dentista noruega, con la que, más tarde, tuve un encuentro más íntimo. Y ese encuentro íntimo fue horrible. Yo estaba acostumbrado a estar con portuguesas y aquella mujer me parecía que se estaba ahogando. Escuchaba el sonido bumbom, bumbom. Tenía la impresión de que ella estaba dentro de una bañera ahogándose y yo no lo pude soportar, sólo quería salir de allí corriendo, lo más deprisa posible. Dios mío, que saudades de las mujeres portuguesas que gritan en una lengua que yo entiendo, que se expresan en una lengua que entiendo. Hasta para eso. Que les gusta comer las mismas porquerías que a mí me gustan, cosas que te sientan mal, con mucha grasa. Me gusta.  Nuestro mal gusto me gusta. Me gustan los sujetadores feos que, a veces, las muchachas usan, aunque vistan mal, pero que, en realidad, visten triunfalmente mal. Todas están contentas. Son felices con ellas mismas. De ser como son. Estoy muy contento con todo eso.

- ¿Hay sujetadores feos?

- ¿Y no los hay? Como también los hay bonitos. Además, ¿sabe?, toda la ropa interior femenina es un misterio. Como ejemplo le contaré una anécdota: el único rey del tiempo de la reina Victoria, que no casó con una de sus hijas, fue Vittorio Emanuele, el unificador de Italia, que, estando en Londres para ello, concedió una entrevista y, al periodista que le preguntó: “¿qué es lo que más le ha impresionado de Londres?” , le dio como respuesta: “el hecho de que las mujeres usen calzones”. Y, sólo por causa de eso, la reina no le concedió a su hija en matrimonio. Porque los calzones eran un atuendo de prostitutas.

- No puedo dejarle de preguntar, ¿por qué continúa fumando?

- Porque me da placer.

- ¿Incluso después de haber estado enfermo?

- Por eso mismo, porque ahora no tengo más oportunidades que otros.

- Y eso, ¿por qué?

- Porque creo que ya tuve mi ración de cáncer. Ahora me apetecería variar un poco. Tener otras enfermedades cuando tenga que tenerlas. Y me gusta fumar. Siempre me ha gustado. Me gusta el sabor. Hay cigarrillos que no me gustan, pero estos sí.

- ¿Es el sabor lo que le atrae?

- Mi padre fumaba en pipa, toda su vida. Y murió con 89 años. Fumó en pipa hasta el final de su vida, y aquello olía…

- Pero la pipa tiene un aroma perfumado…

- Me refiero al olor de aquel tabaco. Él sólo fumaba una marca inglesa que era difícil encontrar, pues no la vendían en ninguna parte en Lisboa. Y finalmente, tras mucha búsqueda, había que encargarla fuera. Venía en latas. La enviaban desde Inglaterra. Era perfumado, sí. Pero me gustaba más su sabor. Y como decía Oscar Wilde, y mi padre repetía muchas veces, “resiste todo, menos las tentaciones…”

- ¿Tiene muchas?

- Tengo algunas, pero son muy personales.

- Suele decir que la cultura es la base de todo y que es lo que falta en Portugal.

- Saber hacer pasteles de bacalao es tan importante como haber leído Os Lusíadas: es una forma de cultura. Tenemos la tendencia a juzgar que cultura es haber leído muchos libros, tener mucha información sobre esto o aquello. Cuando invitaron a Agostinho da Silva, ¿se acuerda de él?

- Muy bien.

- Me gustaba la persona y me gustaba ir a su casa, pero era horrible, porque olía muy mal. Olía a orines de gato callejero. Y estar en su casa era espantoso. Bueno, él había sido nombrado, después del 25 de abril, presidente de la comisión contra el analfabetismo. Y me decía: “hijo mío, me han convidado para hacer esto. Y es algo muy difícil porque la mayor parte de las personas cultas que conozco son analfabetas.”

- Ya que hoy vivimos en una sociedad, la llamada sociedad mediática, que vive de acontecimientos, de performances, se podría suponer que el Premio Nóbel podría proyectarle tanto en Portugal como en el resto del mundo, ¿no sería una alegría para usted?

- Sólo si fuese una alegría para los portugueses, me quedaría contento.

- Pero, ¿estaría preparado para ese peso mediático?

- Yo vivo con eso todos los días. Es algo, sabe, que ha sido un infierno en mi vida. Hace 15 días tuve que ir a Bélgica, viernes, sábado y domingo, a la carrera entre Holanda y Bélgica. Infernal. Y después estar siempre hablando con periodistas, periodistas y periodistas. Yo ya no puedo, porque últimamente ha sido un infierno. Y tras los periodistas vienen los sabios y luego una clase especial que son los intelectuales. Bueno, hay algunos intelectuales que son interesantes. Pero todos son más o menos la misma cosa, unos antipáticos.

-  ¿Quienes son más complicados: los periodistas, los sabios o los intelectuales?

- Los periodistas sólo hacen preguntas, y si no quieres responder, no respondes. Sin embargo, los intelectuales se pelean continuamente.

- Volviendo al Nóbel, ¿en su opinión sería el mayor reconocimiento?

-Pero, ¿por qué hay que dar tanta importancia a algo que sólo es un premio?

- También es dinero.

- Por ejemplo, el Camões. Cuando me dieron el Camões, acaba de saber que tenía cáncer. Quería que el Camões se fuese a la mierda. No me hacía falta el Camões para nada.

- Entonces, ¿por qué dice que piensa que va a suceder?

- Porque es inevitable. Porque en este momento, como todo lo que pasa a mi alrededor, acerca de mí, es inevitable. En los próximos tres años, uno de estos años llegará. No me da una especial alegría. Sólo si se la diera a los portugueses, me quedaría satisfecho.

- ¿Mira con preocupación el surgimiento del Estado Islámico?

- Se trata de una perversión completa del Corán.

- ¿Piensa que tendrá una larga trayectoria?

- No. Y, además, como le digo, se trata de una perversión del Corán. Merece la pena leerlo, porque el Dios de Maoma es muchísimo más benevolente que el Dios del Antiguo Testamento, que es un Dios terrible, siempre dispuesto a matar personas, primogénitos, de enviar plagas de langostas, de ahogar gente en el Mar Rojo, y no sé que más. El Dios de Maoma, no. En el Corán, Jesús tiene un nivel altísimo, por ejemplo, entre los profetas.

- ¿Cuál es su Dios?

- Es aquel que a veces me dice al oído que me quiere… En serio.

 

Traducción de Antonio Maura



[1] Vicente Malangatana. Artista plástico, poeta y uno de los fundadores del Movimiento para la Paz, nació en Matalana (Mozambique) en 1936 y murió en Matosinhos (Oporto) en 2011. (Nota del traductor).

Escrito en Lecturas Turia por Fátima Campos Ferreira

Manuel Borrás: “Hemos desvirtuado la naturaleza lenta de la literatura”

El día que tuvo lugar esta entrevista Manuel Borrás, uno de los artífices de la editorial Pre-Textos, había llegado de Nueva York a Valencia y allí había cogido otro avión rumbo a Madrid para participar en un taller de edición en La Casa Encendida. No es infrecuente este tipo de combinaciones en la agenda de este editor viajero, que, lejos de la imagen del profesional leyendo tranquilamente, desconectado del mundo, escondido tras una pila de manuscritos –imagen, por otra parte, ya antigua porque la tecnología, las circunstancias, el ritmo veloz de los tiempos que vivimos, lo han modificado todo– ha montado su oficina en los aeropuertos, a bordo de aviones que le conducen allí donde está el mercado potencial de sus libros.

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Escrito en Lecturas Turia por Emma Rodríguez

Conversamos  en un salón de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Sus muros aún guardan el recuerdo de aquella simbiosis entre ciencia y humanidades, al abrigo de la Institución Libre de Enseñanza. José Ramón Sánchez Ron nos ha querido convocar en esta colina de los chopos que, además de a Lorca, Dalí y Buñuel, acogió a Juan Negrín, Severo Ochoa, Luís Calandre y otros investigadores de primera. Es Doctor en Física y catedrático de Historia de la Ciencia, por lo tanto lo primero es pedirle que nos aclare nuestra dependencia de la física, de la química o de la biología. Algo difícil de concretar. ” La física domina nuestra civilización. Pero yo, que soy físico, a veces digo que la historia me ha hecho mejor, me ha purificado, me ha hecho más consciente y más sabio. Así he podido apreciar que esa ciencia omnipresente que es la química, está en el aire que respiramos, los alimentos, los medicamentos, los vestidos. De manera que somos química y la química y la física están íntimamente relacionadas”.

 

- Hablemos de interdisciplinariedad, que es la idea a la que usted ha dedicado más atención en los últimos años. ¿Podemos definirla como una nueva Ilustración que nos retrotrae, incluso, al hombre renacentista?

 

- Ese es su espíritu.  En el libro  La nueva ilustración. Ciencia, tecnología y humanidades en un mundo interdisciplinar  defiendo que se debería fomentar una cultura en la que grupos de especialistas se formasen con el fin de comprender mejor la naturaleza, y que colaborasen entre ellos. No es sólo un programa deseable, sino una necesidad para comprender mejor, avanzar en la ciencia y la tecnología. Todos los científicos son especialistas, dominan una parte de su especialidad, pero la naturaleza no es así. Es una  y nosotros la hemos parcelado. Aparte de esta necesidad para avanzar en el conocimiento científico y tecnológico deberíamos recuperar ese espíritu de Leonardo, de los mejores ilustrados, de tratar de formarse. Cualquier persona debería intentar crearse una visión del mundo que no estuviera escorada a  una disciplina.

 

- A este concepto de interdisciplinariedad usted llega después de abordar el de mestizaje, y de recorrer tres siglos distintos: el XIX, XX y XXI. ¿Qué  define a cada uno de ellos, desde el punto de vista de la ciencia y la cultura?

 

- El XIX fue  un siglo maravilloso para la ciencia y la técnica, es el siglo del electromagnetismo de Faraday y Maxwell, que cambió nuestras vidas. Yo suelo decir en mis clases que ahora no nos sorprendemos cuando,  con los  ordenadores o teléfonos móviles, somos capaces de enviar cantidades extraordinarias de información, casi instantáneamente.  Pero cualitativamente hay que destacar  lo que significó el establecimiento   del primer cable telegráfico  submarino en 1986 que unió Europa y Estados Unidos. En el mejor de los casos, enviar y recibir información podía suponer un periodo de un mes.  Y cuando se estableció ese primer cable telegráfico transatlántico,  aunque se podían enviar pocas palabras  y eran muy caras, se consiguió establecer un diálogo. A partir de entonces el planeta se cubre de redes telegráficas que no solo cumplen misiones sociales sino también políticas. El XIX  es también el siglo de Darwin. A partir de él no nos podemos mirar de la misma manera. El XIX  lleva la ciencia, recupera aquello que de una manera primitiva, en el siglo XV ó XVI, estaba más unido  a la ciencia y la técnica,  las relaciona de manera mucho más estrecha, al mismo tiempo que se avanza en el plano del conocimiento fundamental. Se siembran las semillas de lo que serán las grandes revoluciones de la primera mitad del siglo XX, con el descubrimiento de los rayos x. En 1896 se descubre la radiactividad. Sin darse cuenta, hacía falta la física cuántica, los nuevos materiales. Un siglo en el que los científicos se convierten en trabajadores que ganan su salario frente al concepto de  científico  más elitista.

 

  José Manuel Sánchez Ron deja su pasión por el  siglo XIX para adentrarnos en el XX, al que ha denominado el siglo de la ciencia, “sin  ella no se puede comprender la sociedad, la historia. Los historiadores, cuando producen esas monografías donde todo pivota en torno a la política o la economía, no se dan cuenta de que aquello que ha transformado el mundo es la ciencia, las dos guerras mundiales y la guerra fría, que hay que leerlas en clave política y en clave científico-tecnológica, sobre todo la II Guerra Mundial. No se puede comprender la segunda mitad del XX  sin la energía nuclear, algo esencial en las relaciones  internacionales, aunque algo atenuada por la desaparición de la Unión Soviética. Es una revolución científica que tiene sus pies en la  física cuántica. El electromagnetismo es la otra revolución. En diciembre de 1999  la revista Time eligió a Einstein como el personaje del siglo, y eso quiere  decir algo. El  descubrimiento, en  1953, de la estructura del ADN, la molécula de la herencia, marca un punto que luego en 1970 se desarrolla con las técnicas del ADN, algo muy importante. Y el XXI: es pronto para decir cómo será este siglo en el que moriremos, pero creo que será el de la biomedicina y la interdisciplinariedad.”

 

    El físico e historiador de la ciencia  retrocede al siglo pasado para destacar otro momento que nos afecta, dice,  a lo más íntimo. Recuerda el sentimiento  que le origina explicárselo a los jóvenes, hablarles del Universo. “Cuando se lo digo a mis alumnos  no pierdo la emoción. Hasta la década de los  20 no quedó claro que la Vía Láctea no agota todo el Universo, que hay otras unidades, otras galaxias. Hasta 1929-30, y eso si que fue una sorpresa,  no se descubrió que el Universo se expande, y que por consiguiente parece que hubo un momento, hace 13.600 millones de años que se produjo el Big bang, la gran explosión. Esa idea que algunas religiones aceptaron con alegría rápidamente, ese descubrimiento es algo que hay que tener en cuenta cuando cada uno de nosotros intente construir una visión del mundo.  Luego hemos ido descubriendo objetos en el Universo que siempre han atraído nuestra atención. Entonces comprendemos  que los primeros homínidos ya se hacían preguntas.”

 

-¿En las mejores bibliotecas de nuestro país están Galileo y Darwin al lado de Cervantes y Shakespeare?

 

-No están pero deberían estarlo.  Yo dirijo una colección de clásicos de la ciencia y la tecnología en la editorial Crítica. Esa colección se inauguró con un titulo, El canon científico. Hay muchos cánones literarios, pero cánones científicos prácticamente ninguno  y en esas listas que nunca fallan de los 100 libros más importantes aparecen muy pocos volúmenes científicos. Encontramos a  Darwin con  El  origen de las especies, Galileo, Newton, pero se acabó la lista.   Uno de mis sueños sería que, a través de algún mecenas, esos libros  se ofrecieran a las bibliotecas de los institutos de enseñanza media, normalmente mal dotadas, para que no faltara un ejemplar de la Celestina, y las obra de Cervantes, Shakespeare, pero al lado de esos clásicos estuvieran  Galileo, Newton, Einstein y muchos más. Soy consciente de que  no por estar  en las bibliotecas se van a leer. Pero no todo el mundo ha leído el Quijote.  Yo soy de la opinión de que los libros, aunque no los leamos, nos hablan. Ojearlos ya nos hacen mejores.  La cultura no es sólo la cultura literaria y humanística, o incluso filosófica y científica; y existe una gran ignorancia y prejuicio en torno a eso. El origen de las especies, de Darwin, es un libro que cualquiera, no sólo puede sino que debe leer.  Galileo no sólo es un ejercicio  de buena literatura, sino de retórica, en los diálogos de sus tres personajes Sagrado, Simplicio  y Salvati. Son libros  que no exigen de un conocimiento técnico avanzado para comprenderlos.

 

- Ha hecho referencia a su faceta docente. En alguna ocasión ha dicho que Darwin está  más vigente que Homero. ¿Cree que el problema de la ciencia en España, la falta de arraigo, de resultados y desarrollo comienza en la educación y también en esa disociación entre ciencias y letras? ¿Podemos contrastar la pugna entre ciencias y letras, con la ausencia del latín en el bachillerato?

 

- No me gusta plantearlo como una pugna.  Por supuesto Darwin y Homero, Homero y Maxwell,  son necesarios sin duda alguna. Ahora  bien, es más necesario Darwin, y sobre todo Maxwell que Homero. Estamos hablando metafóricamente. Homero  nos enseña la vida  y tenemos oportunidades constantemente de acceder a esa literatura, a  esas historias creadas, imaginadas, buenas o malas, que nos sirven para vivir otras vidas. El problema de la ciencia es que no está integrada  en la cultura de nuestro país. La enseñanza secundaria es especialmente importante para la cultura científica. Me parece que, todavía, es más fuerte la enseñanza en humanidades  que en ciencias. Algún compañero de la Real Academia española  es un paladín de la permanencia  del  latín y el griego  en la enseñanza secundaria. Yo recuerdo que disfruté mucho con el latín, pero la cuestión es, ¿cuánto puede absorber un currículum razonable? No hay que prescindir de la historia, la lengua o la literatura, pero no hay que prescindir jamás de las matemáticas, la física o la química.  Obsérvese que en esta jerarquización no he incluido el latín o el griego que le hacen a uno mejor, pero lo que  no puede ser desde mi punto de vista, es que los alumnos salgan de la enseñanza media sin tener unas bases mínimas de matemáticas, física y química. Ésa es la cultura de nuestro tiempo, y algo imprescindible para el ser humano.

     Llegados a  este punto tenemos que hablar de la situación de la ciencia en España, que José Manuel Sánchez Ron  califica de “problema histórico”. Y que se resume en una frase: la necesidad de producir mejor ciencia.” La ciencia no  es solo cultura, es un instrumento para generar riqueza. Hay otra pata de la silla que cojea, que es la industria. La investigación científica no se puede alimentar sólo de los centros, la mayor parte públicos, o de la universidad.  Necesita del estímulo y también de puestos de trabajo de la industria, que sea sensible  e interesada  en lo que ahora llamamos I+D.

 

- El I+D para usted es incluso una cuestión de Estado. Debería plantearse un pacto de Estado.

 

- Sí, absolutamente. En todas las elecciones la cuestión del I+D+I figura en los planes y propuestas de los dos partidos mayoritarios. Parecía que les interesaba. En la segunda legislatura de Aznar se creó un Ministerio de Ciencia y Tecnología, que fracasó. En el segundo mandato de Rodríguez Zapatero se ha creado un Ministerio de Ciencia e Innovación, que parece  una buena idea, pero los partidos quieren buscar la diferenciación y renuevan el discurso cada cuatro años. Hace mucho tiempo que debía haberse establecido un pacto de Estado, porque esto tarda en fructificar, en producir resultados competitivos y en ciencia, en este I+D, para generar riqueza a través del conocimiento, lo importante es ser el primero, no vale el segundo puesto.

 

- ¿La Administración cuenta con los científicos a la hora de asesorarse?

 

-  La verdad es que no. Yo  he estudiado en alguno de mis libros, como El poder de la ciencia, la relación de Estados Unidos con los científicos. Y allí hay comités, que se crearon hace ya muchas décadas, para asesorar  al presidente y al Congreso. En España  es posible que haya algunos asesores del Gobierno,  pero por lo que yo sé no está establecido. En  el Parlamento tampoco, y esto, insisto, es como si no existieran economistas que al menos ilustrasen, informasen y tratasen de influir en las políticas económicas. La ciencia no es sólo cultura, es economía, es un futuro mejor. Desde ese punto de vista, la presencia de gente con formación científica en los gobiernos o parlamentos de nuestro país es escasa. Ha sido escasa, no digo que inexistente pero se acerca.

 

-Los poderes públicos desarrollan iniciativas para recuperar a científicos que protagonizaron lo que se conoce como fuga de cerebros. Usted no está completamente de acuerdo, ¿por qué?

 

-Lo explicaba en un artículo en El País titulado Juventud, maldito tesoro. No, no estoy de acuerdo, aunque  con matices. Fichar gente capaz es importante, eso  Felipe II y los ilustrados lo sabían muy bien,  los clubes de futbol  también. Aunque si se trata de recuperar cerebros hay que tener en cuenta que pueden ser científicos magníficos pero ya han dado de sí todo lo mejor que podían. Y eso no es un buen negocio, porque se trata de crear. Alguno de estos científicos pueden darnos  conocimientos y relaciones, pero eso no es tan importante. En el mundo actual las relaciones ya son fáciles de obtener.

 

-¿Desde su punto de vista sería más rentable localizar jóvenes?

 

-Exacto, ésa es la idea. Eso sí, que produzcan ahora, no sólo que organicen.  El ejemplo está en  la Universidad de Cambridge que dio un puesto muy importante a un científico, un físico muy joven que todavía no había dado todo de lo que era capaz. Eso es lo difícil, apostar por un científico que tiene un premio Nobel o ha sido reconocido eso lo puede hacer cualquiera, puede ser bueno y es cuestión de dinero y de facilidades. Como se ha visto recientemente en un centro nacional de investigaciones biomédicas, se ha ofrecido el puesto a científicos buenos del extranjero, y no sólo es cuestión de dinero. Lo importante, lo difícil es buscar  jóvenes talentos de futuro, españoles o no. Yo sostengo que sería bueno dar la oportunidad también a jóvenes científicos.  Creo  que estamos malgastando una o dos generaciones de jóvenes científicos mucho mejor formados que en el pasado. Las próximas generaciones, por el desencanto, no serán tan buenas.

 

     A José Manuel Sánchez Ron no le gusta que le califiquen de “divulgador”. Pese a que tal denominación aparece una y otra vez asociada a su persona. Por ejemplo, el jurado del  Premio Internacional Jovellanos lo considera el español que más ha hecho por divulgar los contenidos de  la ciencia. Comprende la buena intención de quien utiliza el término, pero dice que  fue científico, y físico, aunque la mayor parte de su carrera  ha pretendido ser  un historiador. “Y como tal pretendo que se entienda lo que explico y escribirlo  de la manera más bella posible. Entiendo al divulgador, dirijo una colección que es de divulgación, la colección Dracon 2 de Crítica. Pero para mí la idea de la historia  no es sólo contar algo por contarlo es con un fin: para influir en el presente y sobre todo en el futuro, orientar el futuro. Eso tiene una carga de ensayo también. Algunas de las partes de mis libros son de ensayo, la historia a veces se mezcla con el ensayo. Por eso no me gusta que me presenten habitualmente como divulgador. A veces más en serio que en broma, digo: “hombre, no le llaman divulgador  a Miguel Artola, el gran historiador, que se entiende todo lo que cuenta y ¿por qué a mí, si se me entiende, no  me llaman historiador?   Mi ideal de profesional al que no  renuncio es: que quiero ser mejor historiador.”

 

     Al mencionar su  faceta de académico le cambia el semblante, claro que se siente a gusto entre los encargados de fijar la lengua española. Se sienta en el sillón G que debía haber ocupado José Hierro, al que calificó en su discurso de ingreso como  “uno de esos raros alquimistas que conocen el secreto de la transmutación del resentimiento en generosidad para con los demás”.

 

-Sí, fue muy emocionante. En el discurso inaugural hay que hacer una pequeña necrológica  de aquel académico al que has sucedido.  Y como José Hierro  no llegó a leer su discurso, no hizo la necrológica de José María de Areilza. Yo tuve que hacer la de los dos. A José María  de Areilza tenemos mucho que agradecerle, se fue construyendo en dos regímenes políticos muy diferentes a los que sirvió con lealtad.  José Hierro era un hombre bueno comprometido y un poeta de  la poesía que a mí realmente me llega como por cierto, la de Ángel González, al que tuve el privilegio de conocer en la Academia, de ser su compañero. Un momento tan especial como ese, entrar en la Academia, no estaba  en mis planes de futuro y recordar algunos poemas de José Hierro fue un valor añadido que no tiene precio.

 

-Usted ha definido a la Real Academia con una frase muy hermosa: la casa de la vida, vida que se expresa y condensa en palabras.  Y añade que un diccionario no es sino vida en su esencia más pura. ¿Qué sería de la ciencia sin la lengua y de la lengua sin la ciencia?

 

(Suspira para sopesar sus palabras. Una pequeña pausa, un respiro.)

 

 -Podría sobrevivir. Uno  de los grandes libros de  ciencia, Los elementos de Euclides, durante generaciones  fue utilizado para enseñar matemáticas en Gran Bretaña. Es un libro que tiene una relación con la palabra  muy primitiva. Allí  lo que manda es la lógica, la demostración, los  axiomas y teoremas, pero su relación con el idioma no es lo mejor.  Ciencia creo que es aquello que tiene relación con la naturaleza, para mí es  el requisito, la ciencia supone  sistemas lógicos con capacidad de predicción, implica algo que tiene que ver con la realidad.  Pero la matemática crea mundos que parecen no tener correlato con la realidad.  Aunque  no pasa nada por decir que la matemática es también una ciencia. Es, digamos, la ciencia más pura, y en este aspecto,  la teoría de la Relatividad General, la teoría de la gravitación que Einstein culminó en 1915 la expliqué durante muchos años  cuando era físico. Yo suelo decir, no sé leer un pentagrama, no sé leer música, pero sé muy bien que  aquellos que  pueden leer la Novena Sinfonía,  la reproducen  en su mente y se emocionan. Yo puedo leer las fórmulas de la relatividad general y conmoverme también, pero la relación con el lenguaje no aparece.  La ciencia,  como instrumento técnico y exclusivo para mejorar o empeorar a veces el mundo,  no puede estar nunca de espaldas al lenguaje. Lo que yo sostengo es que no basta con la educación, con enseñar,  sino que hay que conmover. Si no conmueves con las palabras,  las ideas y las metáforas que construyes,  entonces la ciencia continuará siendo un elemento extraño en la vida de la mayor parte de las personas. Eso es una tragedia, porque la ciencia es aquello que  nos hace más libres, no más felices. Aquellos que, como yo, se consideran darwinianos probablemente encontrarán más difícil tener una visión trascendente de la vida. Darte cuenta de eso, tener esa convicción, no te hace más feliz, porque todos tenemos  los mismos problemas, pero sí te hace más digno y más libre. La dignidad y la libertad es algo que debemos buscar para todas las personas.

 

- Podemos decir por tanto que usted está en la Academia como defensor de la lengua en relación a la ciencia y como  defensor de la lengua en tanto que factor de libertad.

 

--Sí, claro. La libertad junto con la compasión y la justicia, es algo que desde luego debemos buscar en un mundo en el que ya sabemos que no somos libres, es un ansia, es un fin inalcanzable.  Pero esas ansias y esos modelos son los que nos hacen mejores y más dignos. No pretendo convertirme en el paladín de la libertad a través de las palabras, pero procuro no olvidar que la lengua no es un instrumento con el que uno juega  produciendo construcciones hermosas o analizando su estructura o tratando de  velar por su pureza, sino que también es algo consustancial, que nos hace humanos.  Vargas Llosa dice que es aquello  que nos hace  más plenamente humanos. SI hay algo que nos distinguió y nos permitió sobrevivir sobre otros homínidos es la facultad de la palabra, que además está íntimamente asociada a esa capacidad simbólica.

 

Cuando  nos despedimos de José Manuel Sánchez Ron empieza a caer la tarde sobre la Residencia de Estudiantes. Atrás han quedado el jardín de las adelfas, diseñado por Juan Ramón, y el canalillo que ya no corre libre por los jardines sino soterrado, aunque se mantenga, como vestigio del que recordaba Alberti, un tramo a guisa de estanque. Ciencia, lenguaje y libertad; nos llevamos  esos tres conceptos de la charla con José Ramón Sánchez Ron que dan sentido a las palabras que pronunció el 19 de octubre de 2003 al ingresar en la Academia: “no conozco mejor servicio a la lengua que el de utilizarla en defensa de la libertad”.

Escrito en Lecturas Turia por Juan Fernández Vegue

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