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La visión de Rubén Darío sobre España

26 de febrero de 2016 14:03:05 CET

 El gran poeta nicaragüense, cuya vida y obra todos conocemos, fue también un gran crítico literario, un hombre de prosa deslumbrante, que enamoró a sus contemporáneos, dejando páginas inolvidables en libros como Azul, esos cuentos que nos ofrecen un mundo mágico, un paisaje lleno de encantamiento. No solo Azul, también sus críticas a la España de la época fueron recogidas en España contemporánea, un libro que vio la luz en los últimos años del siglo XIX  y que son un testimonio necesario para conocer la mirada de Darío al mundo, una luz llena de sabiduría, que triunfó en su poesía, pero que no desmereció en su prosa.

   España contemporánea nos obliga a mirar a un país atrasado, que Darío conoce muy bien, que ya ha visitado anteriormente, pero que ahora analiza con mirada de entomólogo, con la precisión del analista de una sociedad que debe evolucionar, para no perderse en la eterna mediocridad.

    El 1 de enero de 1898, el poeta llega a Barcelona, se topa con el mundo marino que aparece en la Barceloneta, con una ciudad prendada de luz, moderna ya por la influencia de la cultura y el arte entendido como voraz protagonista en tiempos, no solo los suyos, sino los de todos, de corrupción política y de injusticia social.

   Describe las Ramblas, con ese pincel fino que lleva entre los dedos, con esos ojos de alquimista, que todo lo transforma en arte:

“En esta ancha calle, como sabréis, de un pintoresco curioso y digno de nota, baraja social, revelador termómetro de una especial existencia ciudadana. En la larga vía van y vienen, rozándose el sombrero de copa y la gorra obrera, el smoking y la blusa, la señorita y la Hermenegilda. Entre el cauce de árboles donde chilla y charla un millón de gorriones, va el río humano, en un incontenido movimiento”.

    La Rambla es ya el trasunto de la modernidad, un lugar donde los nuevos tiempos bailan al compás de lo antiguo, para generar un porvenir necesario y fascinante en nuestro final de siglo XIX:

“Fuera de la energía del alma catalana, fuera de ese tradicional orgullo duro de este país de conquistadores y menestrales, fuera de lo permanente, de lo histórico, triunfa un viento moderno que trae algo del Porvenir; es la Social que está en el ambiente; es la imposición del fenómeno futuro que se deja ver;  es el secreto a voces de la blusa y de la gorra, que todos saben, que todos sienten, que todos comprenden, y que en ninguna parte como aquí resulta tan palpable en magnífico alto relieve”.

    Darío ya presiente el futuro de la sociedad obrera, el mundo que se revela al señorito, que busca un lugar en la sociedad, que huye ya de la esclavitud de las relaciones laborales anteriores.

    Rubén Darío mira a la ciudad de Gaudí e intuye la Semana Trágica, que en 1909, llena de sangre las calles de la ciudad condal, donde los obreros se enfrentan en gran batalla contra la sociedad de clases que ha pervivido durante los siglos anteriores.

   Un obrero que se sienta al lado de dos aristócratas en una cafetería de la calle Colón y bebe su licor al lado de ellos, sin que estos se inmuten, donde el desprecio de unos hacia los otros ya revela lo que será el sangriento siglo XX.

    Pero Darío, gran poeta, va cincelando su España contemporánea, hace una semblanza del rey Alfonso XIII en este libro revelador, lo pinta en ese aire del pasado, como en una película de aquellas que adoraron nuestros abuelos, como la inolvidable Sissi, va en el carruaje, tiene ese aire de los Borbones que hereda algo de los Austrias, como si la sangre de ambos se mezclase en los salones donde el placer, la opulencia y la lujuria han sido emblemas de reyes, sin eludir una cierta tristeza y la melancolía de los locos, como en el rostro atormentado de Carlos II, señalando el rostro una cara esculpida con el detalle de los grandes romanos, como el amado Miguel Ángel:

“Iba el carruaje despacio, y así pude observar bien el aspecto de Su Majestad Infantil. No está tan crecido como los retratos nos hacen ver; pero muestra lo que se dice une bonne mine. Tiene la cara, ya señaladamente fijos los rasgos salientes, de un Austria, de un Felipe IV niño. Es vivaz y sus movimientos son los de quien se fortifica por la gimnasia. Los ojos son hermosos y elocuentes, la frente maciza sería un buen cofre para ideas grandes;  el cuerpo no es robusto, pero tampoco canijo”.

    Pero Darío ama a España, sin dejar de hablar en este libro prodigioso y no tan conocido (para muchos Darío fue poeta, de los grandes, pero olvidan su labor crítica y su temperatura de prosista de alta calidad), de la narrativa americana:

“Surge ahora en Chile un talento joven que es firme esperanza; ha demostrado la contextura de un novelista de base nacional, sostenido por la propia cultura, la necesaria cultura; me refiero al hijo de Vicuña Mckenna; a Benjamín Vicuña Mckenna Subercasseux, de nombre un poco largo, para nombre de autor. Del Perú no conozco novelista nombrable, aunque hay buenos cuentistas entre los jóvenes literatos, lo que no es poco. Ricardo Palma ha podido realizar una obra que habría completado su fama de tradicionalista: la novela de la colonia”

     Darío conoce la novela que triunfa, pero pasea sus ojos de poeta por los rincones de España, tanto es así que admira a Menéndez Pelayo, confraterniza con Valle-Inclán y con los modernistas españoles, para hilvanar su literatura de cisnes y de paraísos maravillosos, mientras su desencanto va fraguando la tristeza que anida en Cantos de vida y esperanza (1905), el libro que rompe lo idílico y hermoso que anidaba en su célebre Prosas Profanas (1898).

    Darío conoce el poder de los Estados Unidos y los critica, como el imperio que empieza a ser y canta a España, como el imperio que ha declinado para siempre.

   Cuando releo este libro portentoso de Darío que tanto nos enseña de su visión de España, me detengo en sus palabras laudatorias acerca de Menéndez Pelayo, el sabio que tan joven sentó cátedra en España:

“Y cuando en la conversación amistosa escucho sus conceptos, pienso en un caso de prodigiosa metempsicosis, y juzgo que habla por esos labios contemporáneos el espíritu de aquellos antiguos ascetas del estudio que olvidara por un momento textos griegos y comentarios latinos. Es difícil encontrar persona tan sencilla dueña de tanto valer positiva, viva antítesis del pedante, archivo de amabilidades; pronto para resolver una conducta, para dar un aliento, para ofrecer un estímulo”.

    Sin duda, Darío admira al sabio que no hace ostentación de ello, de conversación apasionante, en la modestia infinita del que se sabe mortal, del que duda de su propia presencia en el mundo, del que conoce la complejidad de todo  y la banalidad, a su vez, de cualquier espíritu trascendente.

  Y queda la imagen de la mujer española, para poner colofón a este repaso por la vena prosaica de Darío, por su coqueteo con el lenguaje de la buena prosa, con fino estilete, el de un creador de rápida imagen, de verbo sagaz y de clarividencia inigualable, un nicaragüense que es, sin duda, el padre de la literatura de la tierra posterior.

     En su visión de la mujer española, Darío nos habla de los tipos de mujer, como si poetizase al cisne, enamorado de ese dibujo impresionante que la mujer morena nos regala en nuestra bella Andalucía o la madrileña que pasea por las fiestas del quince de  Mayo:

“Hay distintos tipos que se imponen, pues en la Corte se hallan representadas las distintas provincias. Desde luego, la mujer suavemente morena, de un moreno pálido, cara ovalada, cuello colombino, boca sensual y mirada concentradamente ardiente, cuerpo en que se ritman felinas ondulaciones, y la rosada y firme de elasticidades, de cabellos dorados, un tanto gruesa; y la belleza decadente y tradicional, de los retratos en cuyas manos puso Pantoja tan preciadas gemas; rostros con algo de las figuras de los primitivos”.

     El divino poeta conoce a la mujer, la escruta y sabe que en sus rostros se halla la virtud y el pecado, la eterna contradicción de los sexos que se aman y se repelen desde tiempos ancestrales. La española es, para el poeta, un cuadro donde mirar España, donde contemplar su belleza y sus sombras.

    Concluyo con esta sentencia dariniana, dura afrenta que debe ser entendida en su contexto, pero que, desgraciadamente, pesa aún en los que vivimos las aulas cada día como docentes, esa idea de Darío de una educación prostituida por unos y por otros, siempre políticos que no entienden de enseñanza, sí de mezquinas afrentas al sentido común, que padecemos hoy día, de manera sangrante. En la España de la época, el problema no era un profesorado competente en manos de políticos incompetentes, como ahora, sino el de una España atrasada, donde ni los profesores tenían capacidad para serlo, porque no había una selección de rigor previa a la profesión docente. Darío, para no extenderme en un artículo duro y de gran hondura, sentencia:

“La ignorancia española es inmensa. El número de analfabetos es colosal, comparado con cualquier estadística. En ninguna parte de Europa está más descuidada la enseñanza”.

     Considera a los maestros como desgraciados que suelen carecer de medios intelectuales o materiales para seguir otra carrera mejor. También cuestiona la enseñanza de memoria y de ser profesor en su púlpito de la Universidad de la época, salva a la Institución Libre de enseñanza, pero señala el fracaso de esa propuesta tan interesante en la España del XIX. 

      Darío, en un artículo escrito el 8 de septiembre de 1899, nos habla de una enseñanza que condena a miles de estudiantes a la nada y a la ignorancia, ahora, si viviese, sabría que aún no hemos arreglado un tema tan importante y que las manos de la mala política nos condenan a la mediocridad para siempre. Darío fue y debe ser considerado un maestro, un precursor de las ideas de otros que hablaron del fracaso del sistema, de la necesidad de cambios sociales.  Darío merece, por todo ello, este homenaje a su labor de prosista, menos conocida y alabada que la de poeta.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

Sade

18 de febrero de 2016 11:59:32 CET

         A finales del pasado año, cuando se cumplieron los 275 años del nacimiento de Donatie Alphonse Fraçoise de Sade, escritor, filósofo, militar y, sobre todo, revolucionario y trasgresor, el artista multidisciplinar, plástico y visual, Paco Rallo, editó Tras las huellas de Sade, un trabajo coral firmado por quince escritores y veintidós artistas de diferentes edades, tendencias y procedencias geográficas. Tras Rocío erótico, esta publicación es la segunda de la colección La delicia del pecado, un proyecto personal de Rallo en el que además de editor, es diseñador gráfico, coordinador y participa también con colaboraciones propias, en este caso con la fotografía e infografía titulada “Divino marqués”, con la que se compone la portada del libro.

         El “Divino Marqués”, como lo proclamó André Breton, vivió entre escándalos y pasó más de un tercio de su vida encerrado en cárceles y manicomios, de manera que ha pasado a la Historia como paradigma de la perversión, de la obsesión patológica hasta casi la locura, pero lo cierto es que Sade fue un verdadero filósofo, un espíritu libre adelantado a su tiempo que dejó “huella” en escritores e intelectuales de la talla de Flaubert, Dostoievski, Rimbaud, Nietzsche, Freud, etc., y en todos los creadores del movimiento artístico más importante del siglo XX, el surrealismo, su figura resulta imprescindible para entender la obra de creadores como Dalí, Buñuel, etc.

         Tras las huellas de Sade aborda al pensador “libertino” desde diversos ámbitos: el ensayo, el relato, la poesía y las artes visuales, ya sea pintura, fotografía o creación gráfica mixta, conformando un volumen de 329 páginas que se encuentra a medio camino entre el homenaje a su persona y el estudio riguroso de su pensamiento y obra.

         Los ensayos los firman el escritor y catedrático de literatura, Javier Barreiro, La recepción en España del marqués de Sade y su obra; el historiador y crítico de arte, Manuel Pérez-Lizano, Ilustraciones para la cambiante imaginación de Sade, y el doctor en Historia del Arte y profesor, Manuel Sánchez Oms, autor del más extenso  de todos -ocupa casi la mitad de la publicación, e incluye más de trescientas notas-, SOPHIE o las virtudes del objeto, en el que sostiene que Sade fue el primero en desarrollar el sexo como asunto intelectual. En definitiva, estos trabajos sirven para situar la obra literaria y filosófica de un escritor aparentemente conocido y estudiado, pero del que descubrimos con la lectura de estos documentados trabajos que se trata de un gran desconocido para el común de los mortales.

         El segundo bloque del libro lo constituye una cuidada selección de ilustraciones de  artistas plásticos que utilizan las más variadas técnicas: fotografía -digital y analógica-, fotomontajes de todo tipo, infografía, acrílicos, dibujo, pintura, etc.

         El tercer bloque está dedicado a la creación literaria, son  once relatos que se aproximan al universo sadiano desde tan diferentes como imaginativas perspectivas: una muy particular versión fetichista de un nuevo Frankenstein encarnado en un conejito de peluche; el cuento infantil, casi navideño, en el que en lugar de campanadas suenan azotes; la perversa fantasía incestuosa y sádica de un niño que pasa una tarde solo; la represión sexual como potenciadora del solitario placer de la masturbación; las fantasías sadianas hechas realidad y llevadas a sus últimas consecuencias por un escritor voyeurista voluntariamente postrado; el manuscrito encontrado que recupera a Sade en su estancia en prisión y lo convierte en el maestro-amante, único amor de la protagonista; el espectáculo circense de sexo extremo; la reflexión metateatral sobre el proceso creativo trufada de simbolismos eróticos y guiños sadianos; la biografía apócrifa de Fernando Guinard de Rosellón, “fundador del primer Museo de Arte Erótico Americano MaReA”, cuya visita recomendamos encarecidamente desde aquí (http://www.revistaojos.com/), para así poder contemplar a las inspiradoras y bellas “nínfulas” de sus sobrinas que dan origen al relato; el voyeurismo extremo y la muerte a “sangre fría”; las “confesiones de un presbítero” en su lucha constante por ser un buen cristiano y escapar del “demonio de la lujuria”.

         Cerrando esta parte de creación literaria, Jesús París nos presenta su provocador y subversivo poemario con voz de mujer,  en el que presenta con profundo lirismo, descarnado erotismo y mucho humor, un amplio repertorio de prácticas sexuales.

         Tras el cierre de un relato y el comienzo de otro, se intercalan citas del Marqués, reflexiones que demuestran con claridad meridana la modernidad y agudeza de su pensamiento, como muestra estos botones: “¿Creéis que hay gran diferencia entre un banquero de una mesa de juego robándoos en el Palais-Royal, o Matasiete pidiéndoos la bolsa en el bosque de Bolonia? Es lo mismo, señora; y la única distancia real que puede establecerse entre uno y otro, es que el banquero os roba como cobarde, y el otro como hombre valiente”; “Ninguna religión vale una sola gota de sangre”; “Es tan injusto poseer exclusivamente a una mujer como poseer esclavos” “No hay más infierno para el hombre que la estupidez y la maldad de sus semejantes”; “Los hombres tienden a desear una mujer con cuerpo de virgen pero mentalidad de puta”; “Si no viví más, fue por que no me dio tiempo”.

         En definitiva, se trata de un libro que pretende profundizar en la compleja personalidad del "divino marqués" a través del erotismo y desde distintas disciplinas y ópticas; desde la palabra, la imagen y el estudio. En suma, una obra bien editada y con un contenido digno de figurar en las bibliotecas de los erotómanos más exigentes.

VV.AA., Tras la huella de Sade, Zaragoza, PR-Ediciones, 2015.

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Villalba Sebastián

La voz franca de Sebastiâo da Gama

15 de febrero de 2016 09:53:13 CET

El poeta portugués Sebastião Artur Cardoso da Gama, más conocido como Sebastião da Gama, nace un viernes de abril de 1924 en Vila Nogueira de Azeitão, distrito de Setúbal, y fallece, víctima de tuberculosis renal y con apenas 27 años, en Lisboa. Su breve e intensa vida se vertebró principalmente en torno a dos pasiones: la actividad poética y la docencia. Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Lisboa, Gama debe su reputación, además de a la considerable valía de sus libros de poemas y de su Diário, a su excelente capacidad pedagógica, siendo sobradamente conocida y casi legendaria su dimensión humana, su bondad natural y el exquisito trato que dispensaba a sus alumnos. Debido a sus problemas de salud, y bajo recomendación médica, Gama trasladó su lugar de residencia a la melancólica y mágica Sierra de Arrábida, muy cerca de la costa, gracias a lo cual desarrolló una rigurosa conciencia medioambiental: no en vano una carta de su autoría en defensa de la Sierra contribuyó decisivamente a que se fundara, en 1948, la Liga para a Protecção da Natureza, la primera asociación ecologista portuguesa.

Los dos primeros libros de Sebastião da Gama, Serra-Mãe (1945) y Cabo da Boa Esperança (1947), suponen un canto directo y sencillo de las innúmeras virtudes de la naturaleza y del amor: montes, nubes, mares y personas se alternan en sus versos desde una óptica inusitadamente optimista y romántica, en una suerte de hermoso panteísmo y de comunión entre los seres. Pero Gama no ha encontrado todavía su verdadera voz: no será hasta que la enfermedad comience a causar honda mella en su salud, hasta que la zarpa de la muerte planee concienzudamente sobre su cabeza, que su poesía gane en altura, riqueza formal y sentido de la trascendencia. En su cuarto y último libro publicado en vida, Campo Aberto (1951), es ya patente el salto de calidad conseguido con respecto a sus obras anteriores, que vendrá a confirmarse y a aumentarse en el póstumo Pelo sonho é que vamos (1953), considerado de manera casi unánime por la crítica como su mejor obra; sirva este ramillete de poemas, en traducción propia y, hasta donde llegan mis indagaciones, por vez primera en lengua castellana, para dar a conocer la voz franca y honesta de Sebastião da Gama.

 

LOS QUE VENÍAN DEL DOLOR

Los que venían del Dolor tenían en los ojos

cruelísimas verdades estampadas.

Lo que era difícil era fácil

para los que venían del Dolor directamente.

 

La flor sólo era bella en la raíz,

el Mar sólo era bello en los naufragios,

las manos sólo bellas si arrugadas

para los ojos vívidos y sabios

de los que venían del Dolor directamente.

 

Los que venían del Dolor directamente

eran demasiado nobles para despreciaros,

¡Mar azul!, ¡manos de lirio!, ¡lirios puros!

Pero en sus ojos graves sólo entraban

las verdades humanas y cruelísimas

traídas del Dolor directamente.

 

EL SUEÑO

Por el sueño nos vamos,

conmovidos y mudos.

¿Llegamos? ¿No llegamos?

Haya o no haya frutos,

por el sueño nos vamos.

 

Basta la fe en lo que tenemos.

Basta la esperanza en aquello

que quizá no tendremos.

Basta que el alma entreguemos

con igual alegría

a lo que desconocemos

y a lo que es del día a día.

 

¿Llegamos? ¿No llegamos?

 

?Partimos. Vamos. Somos.

 

MAÑANA EN EL RÍO SADO

Blancas, las velas

eran sueños que el río soñaba alto.

Muchachas acodadas en ventanas,

se veían, a través de la flor azul del agua, las gaviotas.

Y la Mañana tranquila (sonriendo, hermosa, llegaba la primavera…)

ponía sus pies melindrosos entre las conchas.

Emanaban jardines imponderables

de sus pasos de ninfa

y temblaban las conchas

por súbitas caricias.

 

Lejos estaba todo: el miedo del naufragio,

la angustia de los hombres, el disgusto,

las muecas de tragedias y comedias

de cada uno, el luto, las derrotas.

Lejos la paz verdadera de los niños

y la obstinación heroica de los que esperan.

 

Allí, en la orilla del río,

mirando sólo el río, con los oídos sordos

a lo que no es la música del agua,

un sosiego alegórico persiste.

Ni el jadear de las velas lo perturba.

Ni el rumor de los senos caprichosos

de la Mañana, que brotan en las aguas

y fluctúan, enfermos de perfume.

Ni la presencia humana del Poeta

?sombra que poco a poco se ilumina

y se diluye, anónima, en la brisa…

 

FLORBELA (A SU MEMORIA)

¡Soy yo, Florbela! Aquel a quien buscaste.

Hablan de mí tus versos de Muchacha.

Tu boca para mí se abrió, divina,

mas fue sólo el Luar lo que besaste.

 

¡Has de volver, Florbela! En débil asta

por entre el trigo crece, purpurina,

la más fresca amapola de este prado

que, por haberme visto, no cortaste.

 

Tengo yo tres mil años: soy Poeta.

Nací del labio seco de un asceta,

de una oración que Dios dejó de lado.

 

Redimí tantos cuerpos, tantas vidas

viví en ellos, que siento ya nacidas

alas para subir, para alcanzarte.

 

INSCRIPCIÓN

Nada sabe del Mar

quien no murió en el Mar.

Que callen los poetas

y que digan apenas la mitad

los que andan sobre las olas

sujetos por un hilo.

 

Sabe todo del Mar

quien en el Mar perdió todo.

Pero duerme en su fondo,

tiene los labios sellados,

y sus ojos, que reflejan

y explican claramente

los misterios del Mar,

para siempre cerrados.

 

POESÍA DESPUÉS DE LA LLUVIA

(A Maria Guiomar)

Después de la lluvia, el Sol: la gracia.

¡Oh, la tierra mojada iluminada!

Y regueros de agua atraviesan la plaza

?luz fluyendo, en un fluir imperceptible casi.

 

Canta, contento, un pájaro cualquiera.

Después, en las ramas desnudas, aletea.

El fondo es blanco –cal fresca en las casitas de la plaza.

Cascabeles, ruedas girando, voces claras en el aire.

 

¡Tan alegre este Sol! Hay Dios. (Si lo hubiera negado

antes del Sol, no lo dudaba ahora).

¡Tarde virgen, Señora aparecida! ¡Oh, Tarde,

igual a las mañanas del principio!

 

Y tú pasaste, flor de los ojos negros que yo admiro.

¡Grácil, tan grácil! Pura imagen de la Tarde…

Flor llevada por las aguas, mansamente…

 

(Fluía la luz, en un fluir imperceptible casi…)

 

PLAZA DEL ESPÍRITU SANTO, 2, 2º

Ni más ni menos: todo similar

al desmedido sueño que tenías.

Apenas no soñaste con estas golondrinas

que habitan el tejado.

 

Vivimos en la plaza… ¡Qué hermoso

es el nombre que tiene nuestra plaza!

Fíjate que con esto no contábamos.

(Éramos dos soñando y exigiendo.)

 

Desde la casa el Alentejo es verde.

Y basta abrir los ojos: son sembrados,

son olivares, huertas… ¡Y pensabas

que nuestros ojos vivirían sedientos!

 

Y el pan de nuestra mesa… ¡Y la jarrita

que nos da de beber! Los mil dibujos

de la vajilla: flores, peces pardos,

dos pájaros que cantan en un nido…

 

¿Y nuestro cuarto? Ahora puedes darme

tu cuerpo sin recelo ni amargura.

Observa a la Señora de la Moldura

reír por nuestra alma y nuestra carne.

 

En todo, Compañera,

nuestra casa es sin duda nuestra casa.

Hasta en las flores. O en la encina en brasas

que gime en la chimenea.

 

Así lo quiso Dios. Y nosotros al sueño alzamos muros,

yo rasgué las ventanas, tú bordaste

las cortinas. Después, flor en el asta,

fue cogerte y quedamos ambos puros.

 

Puros, Amor –y a la espera.

Y serenos. Igual que nuestra casa.

(Y llamará a la puerta, con un ala,

un ángel de sangre y carne verdadera.)

 

A LA MEMORIA DE ALBERTO CAEIRO

Ahora sí, ahora que he cerrado el libro de Poesía.

El Sol ha dejado de ser una metáfora para ser el Sol.

Los sentimientos han dejado de ser apenas palabras.

Todo es de verdad, ahora que he cerrado el libro de Poesía

y he mirado de frente todo aquello que existe.

 

¿Por qué demonios me enseñaron a leer?

(Si no supiera leer ni siquiera tendría que cerrar el libro,

insatisfecho por no haberlo abierto)

¿Por qué no me dejaron ser siempre agreste y niño?

Todas mis lecturas serían fuera de los libros.

 

Miraría todo con una alegría tan grande,

con una virginidad tan grande,

que hasta Dios sonreiría

contento por haber creado el Mundo…

 

CARTA DE GUÍA

Incluso con este calor, quiero ir.

A tropezones, serpenteando, como sea,

porque existen personas que me esperan

y que han nacido para que me preocupe por ellas.

Llevo veintidós años hablando de mí

y habré de hablar de mí la vida entera:

¡tengo tanto que decir

y pasar al papel!

La anatomía de mi alma, principalmente,

que ha de quedar escrita,

para que vean lo extraño que es un hombre por dentro.

 

Pero ahora, en este momento,

y en otros iguales a este,

dejo aparte el binóculo con el que acecho

y gracias al que todo lo que es pequeño en mí me parece grande

y voy hacia delante, a pesar del calor,

a pesar de marchar como un borracho.

Hay manos extendidas, labios secos.

Casas en las que el Sol tiene pudor de entrar, de tan infectas.

Donde Dios se taparía la nariz, si llegase a la puerta.

Cuando las palabras son como tiritas de lino,

no hay nada mejor para el alma, hecha de carne viva de un hombre.

Por eso voy indiferente a este calor de junio.

El binóculo puede esperar.

Yo me quedo esperando.

Suelto barcos y redes,

no vaya a ser que aquellos que me esperan

hubieran muerto ya, cuando yo llegue,

o no tengan ya oídos para mis palabras,

ni aun labios que sientan

la frescura del agua que les llevo…

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Miguel Ángel Manzanas

Poemas

5 de febrero de 2016 09:35:00 CET

 

Antonia Pozzi nació en 1912 en Milán, donde murió en 1938.
Ha publicado: Parole y La vita sognata e altre poesie inedite.

 

 

 

 

 

 

 

LA VIDA

En el umbral del otoño
en un ocaso
mudo

Descubres la ola del tiempo
y tu rendición
secreta

Como de rama en rama
ligero
un caer de pájaros
a los que las alas ya no aguantan.

 

GRITO 

No tener un Dios

no tener una tumba

no tener nada firme

solo cosas vivas que huyen  —

ser sin ayer

ser sin mañana

y cegarse en la nada —

— ayuda —

por la miseria

que no tiene fin —

 


INCREDULIDAD

Las estrellas - las nubes exiliadas
más allá del viento
quién sabe por qué
espacios desconocidos caminan.

Ayer corrían sombras
sobre las nieves de la colina -
como dedos ligeros.

Ojos no míos
que la niebla invade -



PENSAMIENTO

Tener dos largas alas
de sombra
y plegarlas sobre tu mal;
ser sombra, paz
vespertina
en torno a tu apagada
sonrisa.


LA ARMÓNICA

En un claro - dulce
sollozante armónica -
quisiera oírte - acompañando
una danza de muchachos
ante rocas
que el ocaso desangra y deja exánimes
en brazos del cielo -

no aquí - en la dura calle
donde cantas canciones de miseria
y tu voz es un sarmiento
reluciente de hiedra
que abraza en vano
las altas casas enemigas.


MUERTE DE LAS ESTRELLAS

Montañas - ángeles tristes
que en la hora del crepúsculo
mudas lloráis
al ángel de las estrellas - desaparecido
entre oscuras nubes -

arcanos florecimientos
esta noche
en los abismos nacerán -

oh - sea
en las flores de los montes
el sepulcro
de los astros apagados -


RÍO

Oh día,
oh río,
oh irreparable andar -

suben a tus riberas las mentiras
como duras gravas -
se eleva en tu desembocadura un blanco
sepulcro para tus
olas -

oh día,
oh río,
oh irreparable andar que recorre el alma -

oh alma mía
en soledad elegida
para que viva entre
en su ataúd.


REFLEJOS

Palabras - vidrios
que infielmente
reflejáis mi cielo -

en vosotras pensé
después del ocaso
en una oscura calle
cuando sobre los guijarros cayó una vidriera
y los fragmentos largamente
esparcieron en el suelo luz.



AMOR DEL AGUA

Por el valle que es un lago
de sol - agitado por la ola
de las campanas -
huye la sombra
y se reúne
bajo un árbol solitario
donde el torrente
cae -

Toda la sombra y la frescura del mundo
se cierran en torno
a la frente acalorada
del niño
que - asomado a la orilla -
no sabe liberar
su alma abandonada
de los plateados brazos
de la casc

Escrito en Sólo Digital Turia por Antonia Pozzi

El coleccionista de sonidos

8 de enero de 2016 10:48:57 CET

Traducción y nota de Álvaro García

No encuentro muchos poemas infantiles como 'The Sound Collector', de Roger McGough, donde las cosas concretas se abren a lo inconcreto y el sonido de los versos, con sus fijaciones y oscilaciones, deja lo cotidiano ante el vacío que nos amenaza y nos potencia. Recitado, puede ser inquietante.

 

 

 

 

 

Hoy llegó un desconocido

vestido de negro y gris.

Empaquetó los sonidos

y se los llevó de aquí.

 

El hervir con un silbido,

el cerrarse el pasador, 

el ronroneo del gatito,

el tic tac del reloj.

 

El salto de la tostada,

el crujir los cereales.

Al untar la mermelada,

el áspero ruido que hace.

 

El chupchup de la cazuela,

el tintineo del horno,

el borboteo en la bañera

al llenarse poco a poco.

 

El golpeteo del agua

de la lluvia en el cristal.

Cuando se hace la colada,

el glugú del desaguar.

 

El llanto del niño chico.

La silla cuando la arrastro.

De la cortina, el chirrido.

El crujir de los peldaños.

 

Alguien vino esta mañana

sin decir su identidad.

Nos dejó sólo el silencio.

La vida no será igual.

 

THE SOUND COLLECTOR

 

A stranger called this morning

Dressed all in black and grey

Put every sound into a bag

And carried them away

 

The whistling of the kettle

The turning of the lock

The purring of the kitten

The ticking of the clock

 

The popping of the toaster

The crunching of the flakes

When you spread the marmalade

The scraping noise it makes

 

The hissing of the frying-pan

The ticking of the grill

The bubbling of the bathtub

As it starts to fill

 

The drumming of the raindrops

On the window-pane

When you do the washing up

The gurgle of the drain

 

The crying of the baby

The squeaking of the chair

The swishing of the curtain

The creaking of the stair

 

A stranger called this morning

He didn’t leave his name

Left us only silence

Life will never be the same.

Escrito en Sólo Digital Turia por Roger McGough

Poemas

21 de diciembre de 2015 14:13:51 CET


 

Giuseppe Conte nació en 1945 en Porto Maurizio (Liguria) y reside en Sanremo.
Entre otros libros, ha publicado: L’ultimo aprile bianco, Le stagioni y L’oceano e il ragazzo.

 

 

 

 

 

 

 

 UN NUEVO ADIÓS

                                  a Michele Montagnese

Donde estás ahora, ¿ves aún sobre el mar
la geometría acribillada de las nubes
porosas, purpúreas, las columnatas de
luz invertidas, del otro lado del horizonte?
¿Desde el puente de qué trasbordador ves el
Tirreno y el Jónico desembocar aún
el uno en el otro en lucha, en las caricias?
Más allá duerme una palma, un canto, África.

Adiós, amigo, la vida es incesante
y tú lo sabes, tú que ya no estás ni
sobre un mar ni sobre el otro. Ahora
caminas sobre el límite indivisible
donde nada es distinto de nada
tus Eólidas de sal son islas
nacidas en el Norte de brumas y turberas.

Pero la vida es incesante, y fiel
el canto. Nosotros volveremos al estrecho de Mesina
‒tú tendrás en los ojos demacrados nuevos pensamientos‒
y hablaremos como aquel día de Argel, de oasis,
de las muchachas sin velo y del rostro blanco de
Constantina.

 

EL ÚLTIMO MUCHACHO DROGADO

 

El último muchacho drogado ha muerto a la
orilla del mar, tirado como un
corazón de manzana, comido y
frágil, impotente contra la continuidad
de la resaca, incrustado de granos
de arena reluciente, él humilde
residuo orgánico, ennegrecido, ya
en vías de corrupción.
Era el último, de él ya no se sabe
el nombre ni el apellido, ni qué
buscaba.


QUÉ ERA EL MAR

¿Qué era el mar? Tenía
colas y patas de agua entre las
rocas, pulía los guijarros, hacía
siglas de luz sobre la arena: era
profundo pero insensible, se decía, y
célibe, individual, estéril.
En olas obstinadas o tranquilas
subía y bajaba mareas, rodeaba
las tierras, él lunar, él frío, irreductible
en su consagrarse al movimiento y la aridez.
Las naves lo surcaban con largas estelas.
Ahora se ha perdido la memoria de las tempestades
y de los faros, de los veleros y de los transatlánticos, de los
náufragos, de los cargueros de púrpura y
de carbón, de Tiro, de Londres.
Era profundo, pero insensible, se decía, morada
de las conchas, de las familias de los
peces, extinguidas, ahora: tenía profundidades viscosas, cráteres y
algas y corales.
Tallaba los promontorios, sostenía las islas.
Jugaba, él mudo, desdeñoso, inservible,
feliz en sus movimientos
vitales.



CUANDO SE REGRESA A DONDE SE NACE

Regreso a esta calle, donde he nacido
como una luz a su estrella estallada.
En éste mi viaje, estos
portones, los dos peldaños de pizarra, las
fachadas altas, desconchadas, con las ventanas
ciegas, la subida, el arco que marcaba
el límite, abajo mi casa
que tenía la galería sobre el patio de
musgo y zarzas en torno a un pozo, y
el balconcito azul, el parral
en vilo sobre los huertos de nísperos.
Tras aquellas persianas, en el tercer piso,
fue el amor, estaba la guerra fuera
los soldados alemanes ya exhaustos, en
fuga. El destino es volver a donde se ha nacido.
Lo saben todas las flores, los templos, los soles
que son como nosotros aún por alzar
no profetizados, y ya polvo.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Giuseppe Conte

El amanecer cósmico

4 de diciembre de 2015 12:40:35 CET

Roge nació una tibia tarde otoñal. No hizo mucho ruido al nacer, no abrió los ojos hasta pasadas semanas y su respiración tranquila, a veces, asustaba mucho a sus padres. El día en que nació todos los vecinos del pueblo fueron a visitar a la madre exultante y orgullosa. Por fin había un alumbramiento en el pueblo, hacía cinco años que eso no pasaba. El niño enrojecido no se movió ni un ápice cuando cada hombre y cada mujer de la villa asomaron su cabeza por encima de su cuna. Tampoco se quejó cuando las ancianas comprobaron concienzudamente que hubiera cinco dedos en cada mano y en cada pie.

“Tendrá que ir a la escuela”, decían los hombres jóvenes. “Podré jugar al escondite”, pensó sonriente uno de los pocos niños. “Será callado”, aseguró el progenitor. La madre le miró con dudas y quiso saber por qué su hijo sería callado. “Los niños que nacen en otoño son poco habladores porque les da muy poco la luz. Sin embargo, los niños que nacen en verano pronto empiezan a parlotear porque durante dos meses los rayos del sol activan cosas que tenemos por dentro”, dijo el padre pensativo y la madre asintió.

Durante la primera noche, a la madre le costó un mundo dormir. Le dolían los bajos y la espalda, pero lo que le quitaba el sueño era el dislate que había dicho su marido delante de todos. Estaba la dueña de la pensión, el labrador de la loma, el médico de la cabeza que era capaz de curar casi todos los males solo con sus palabras, el hijo del general y la nieta del alcalde. Todo el pueblo diría que su esposo era tonto.

Las semanas avanzaban sin sobresaltos. Cuando el padre de Roge se iba al campo a trabajar, la madre lo arrimaba a las ventanas desde bien temprano. A veces incluso abría el tragaluz del salón pobre para que el sol incidiera directamente en el rostro de la criatura. Pero hacía mucho frío y lo cerraba pocos minutos después. Roge casi no abría su boca menuda, solo para mamar. Tampoco lloraba por las noches ni por las mañanas, ni cuando lo lavaban con paños calientes ni cuando los pañales de trapo irritaban su suave y débil piel.

Había mucho silencio en la morada, y la madre veía con tristeza como las palabras que había dicho su marido empezaban a cobrar sentido. “Será callado”.

Roge aprendió a pedir el pecho con las manos, a pedir cariño con los labios y a indicar que le molestaban los pañales húmedos con las piernas. Un día, pasados varios meses desde su nacimiento, abrió por completo los ojos. Sus esferas cristalinas eran azules y grises, tenía las pupilas muy dilatadas y cuando su madre lo miraba quedaba encandilada. A Roge le gustaba observarlo todo, pero no decía nada. Los ojos se le desorbitaban por las noches cuando veía a través de los cristales las farolas tintineantes del exterior. En la calle sombría se dibujaban aureolas naranjas y amarillas alrededor de los farolillos que colocaron los hombres del pueblo hacía ya muchos años para poder volver achispados de la taberna local sin tropezarse con todo. A Roge le fascinaba más la noche que el día.

“Te lo dije. Será un crío callado por nacer en otoño”. Y la madre rompió a llorar. “Dices tonterías porque eres tonto y lo sabe todo el pueblo. Tu hijo no es una planta, no es por eso que dices de la luz. El sol está allá arriba y nosotros aquí abajo. No tiene nada que ver”. Y se sentó en una esquina del salón cercana a la estufa, y siguió llorando hasta que le escocieron los ojos. Las lágrimas y las mucosidades formaron un charco en el suelo que limpió con su propio mandil. Mientras, Roge miraba atento por la ventana porque estaban a punto de encenderse los farolillos de la calle. El padre se acercó a él, le agarró de la cara con fuerza y le gritó. Cuando el pequeño consiguió desatarse de las nudosas manos del hombre recio, las luces ya se habían encendido y sonrió.

Cuando Roge tuvo edad de ir a la escuela, en casa hubo grandes discusiones. La madre quería llevar a su primogénito al médico de la cabeza para que lo curase, pero el padre se negaba con rotundidad. “Si no vale para estudiar tendrá que venir conmigo al campo a trabajar”. Los litigios duraban días enteros. La madre pensaba que estando con otros niños Roge se arrancaría a hablar; el padre le contradecía repitiendo una y otra vez que los niños que nacen en otoño son callados, “y este, concretamente, nos ha salido mudo”.

 Una mañana, el padre taciturno desayunó ferozmente, empaquetó pan y carne en salazón y en el umbral de la puerta avisó con voz grave, “volveré en unas semanas, nos vamos los hombres del pueblo a hacer madera al otro lado de la montaña roja”. Con vehemencia y sin mirar a Roge, cerró de un tirón brusco la puerta. La madre, que en otra circunstancia hubiera roto a llorar por la forma dramática con la que el hombre de la casa anunciaba sus viajes de trabajo, esta vez sonrió. Sin pensárselo dos veces, agarró a su hijo, lo aseó con el agua helada de la tina y lo vistió sin orden ni concierto. “Tu padre dice paparruchas, porque a él sí que le falta un hervor, pero a ti, hijo mío, te vamos a curar”. La madre fue a su alcoba, se metió debajo del catre y levantó una madera astillada del mosaico deforme del piso. Metió la mano en el hueco y extrajo de las entrañas del hogar una bolsita con forma de corazón.

Roge ya tenía seis años pero seguía sin hablar. En alguna ocasión su madre había intentado que otros niños fuesen a casa para trastear con él, pero ninguna madre estaba dispuesta. “No es que no me guste ese muchacho, pero no quiero que le pegue el mutismo a mi hijo, ahora que ya le han enseñado a leer en la escuela”. El padre de Roge prohibió tajantemente de su hijo fuese a la escuela porque no quería que todo el mundo se riera de su familia.

La madre de Roge lo cogió de la mano y lo llevó a ver al médico de la cabeza, curandero del pueblo capaz de sanar todos los males solo con sus palabras. El niño se sentó frente al doctor, la madre miraba sonriente a su vástago. “Quiero que lo cures, quiero que hable, que sea como los demás”. La consulta del médico de la cabeza no era blanca. Colores vivos inundaban la estancia angulosa, que apenas tenía tres sillas y una mesa llena de restos de hierbas medicinales. En las paredes había decenas de cuadros, dibujos, colgajos ruidosos, mapas y el busto disecado de un ciervo poco cauto.

El doctor miró a la madre desilusionado, de pronto en su rostro se dibujaron ojeras de pena, sombrías. Pidió a la madre que llevase a Roge a la biblioteca, una sala anexa a la disparatada consulta. “No puedo curar a tu hijo porque yo curo con las palabras, y sé de sobra, porque este pueblo es muy pequeño y contagioso, que Roge no puede hablar”. La madre no se resignó, “imagino que podrás utilizar otro tipo de técnicas, técnicas más especiales para que mi hijo se arranque de una vez. Tengo mucho dinero”. Y enseñó al médico de la cabeza su sonora bolsita con forma de corazón. “No se trata de dinero. Yo no sé lo que tiene tu muchacho. Creo que es callado y que no hay que darle más vueltas. Lo mejor será que le enseñen un oficio”.

La madre, con un cabreo monumental fue a buscar a Roge a la biblioteca, que miraba boquiabierto un libro de planetas. Mientras agarraba a su hijo de la camisa, y este a su vez asía con fuerza el libro de la solapa, la madre gritaba un sinfín de improperios al médico torticero. Éste, avergonzado, solo acertó a decir “señora, no es mi culpa que usted pariese en tan mala época para el habla. Su marido me avisó de que vendría en cuanto él se fuese a hacer madera. De regalo, que Roge se quede el libro de astronomía”.

La madre, encendida por las palabras socarronas del médico de pacotilla, arrastró al niño de vuelta a casa bajo la mirada atenta de todos los vecinos, que observaban con lástima la mala fortuna del mudito Roge. Una vez en el hogar, la madre se calmó con infusiones de manzanillas y se sentó junto a su hijo a mirar el libro que lo tenía ensimismado desde que salieron de la consulta. Roge miraba cuidadoso cada página del libro gordo y colorido. La madre lo cogió en su regazo y empezó a leerlo a viva voz, se olvidaron de merendar y de cenar, estaban enganchados a los planetas y a las estrellas. Juntos se embarcaron en el viaje de la creación de las constelaciones, orbitaron con la luna y descubrieron que una de sus caras era más tímida que la otra. Se asustaron con la materia oscura y los agujeros negros, y rieron con la explosión de las estrellas viejas.

Cuando comenzó a anochecer, Roge huyó del regazo de su madre para mirar por la ventana, y ver, una noche más, cómo se encendían los farolillos de la calle. Contrariado, miró a su madre y ésta se acercó. Las lucecillas para los borrachos no funcionaban, el tendido eléctrico se había roto. La noche oscura dibujaba tinieblas de fauces feroces y muchas mujeres del pueblo comenzaron a gritar y a llorar. Algunos niños aprovecharon el apagón para jugar al escondite y para urdir fechorías.

La noche siguiente tampoco se encendieron los farolillos, tampoco la siguiente, ni la consecutiva a esta… Hasta que los hombres no regresasen de hacer madera, el cielo cubriría de negro las noches del pueblo perdido. Roge estaba triste y taciturno. Por las mañanas y por las tardes no se separaba de su nuevo libro, pero cuando anochecía y se arrimaba a la ventana para ver el encendido que no llegaba, las lágrimas se le acumulaban en sus cuencas oculares y rompía a llorar.

Una mañana luminosa, pasadas ya varias semanas desde que los hombres bastos se marcharan a derribar árboles, apareció el padre en la casa exigiendo comida y bebida en la mesa. La madre, que no esperaba otro saludo, hizo carne y pan para el esposo peludo y mugriento. “Ya me han dicho que se ha roto el alumbrado y que habéis tenido miedo por aquí. Pero tranquila mujer, que esta tarde lo arreglaremos todo, y ¿qué es ese libro que mira el crío?” La madre no contestó y el marido dejó de hablar para engullir la comida caliente.

Después de comer todos los hombres se reunieron en la plaza para examinar los cables y las bombillas. Nadie se electrocutó. Pocas horas después la luminaria estaba arreglada. El padre volvió a casa, se acercó a su hijo y le dijo, “Roge, tranquilo, que esta noche podrás ver tus lucecitas otra vez”, el niño no levantó la vista de su libro, miraba unas páginas brillantes llenas de esferas ardientes. “Ya ni me mira. No es que sea mudo, es que te salió tonto”, le dijo a la mujer entre risotadas.

La tarde llegaba a su fin, todas las familias del pueblo se disponían a ver el encendido del pobre alumbrado. Roge, acompañado de sus padres, salió a la plaza atestada de curiosos que querían comprobar que los farolillos funcionasen. Roge tenía los ojos vivos y sedientos de luz, miraba hacia arriba, casi hacia el cielo, ansioso de ver lucir las tristes bombillas que lo habían abandonado hacía unas semanas. Y por fin lucieron. La gente empezó a aplaudir y a gritar, Roge dio saltos de alegría, sus lucecitas habían vuelto, y en medio de la algarabía se oyó una voz infantil desconocida, “¡Esto ha sido como en el amanecer cósmico! ¡Es el amanecer cósmico! ¡Es el amanecer cósmico, mamá!”

Escrito en Sólo Digital Turia por Cristina Armunia Berges

Poemas

12 de noviembre de 2015 14:55:56 CET

 

Sandro Penna nació en Perugia en 1906 y murió en Roma en 1977.
Entre otros libros, ha publicado: Appunti, Croce e delizia y Una strana gioia di vivere.
En español: Una extraña alegría de vivir (La garúa, Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, 2004).

 

 

 

 

 

 

 


CUANDO...

Cuando la luz llora por las calles
quisiera en silencio a un chico abrazar.

 


YO EN LA RADA...

Yo en la rada seguía a un chico encantado
solo de sí, entre escasas luces. Solo yo
mantenía al chico suspendido en el mundo.

 


LIGERA...

Ligera se precipita sobre el bien y el mal
su dulce prisa de gozar.

 

 

EN LA LUZ...

En la luz lunar apareció en la cima
del muro de mi harén un muchacho.
Resonó un golpe y se hizo silencio en torno.
No declines jamás luna de marzo.



PASAN LOS PESADOS BUEYES...

Pasan los pesados bueyes con el arado
en la gran luz. Enciérrame en un beso.

 


YO QUISIERA...

Yo quisiera vivir adormecido
en el suave rumor de la vida.



COMO BEBE...

Como bebe en la fuente el bello muchacho
así hemos pecado y no pecado.


ESTABA MI CIUDAD...

Estaba mi ciudad, la ciudad vacía
al alba, plena de mi deseo.
Pero mi canto de amor, el más mío
era para los otros una canción desconocida.

 

FELIZ...

Feliz del que es distinto

siendo distinto.

Pero pobre del que es distinto

siendo común.

 

DESPUÉS...

Después vuelto el rostro hacia la almohada
sonreía a sí mismo, con beato
rubor.

 


Y LUEGO ESTOY SOLO...

Y luego estoy solo. Queda
la dulce compañía
de luminosas e ingenuas mentiras.

 

TÚ ME DEJAS...

Tú me dejas. Dices "la naturaleza...".
Qué saben las mujeres de tu belleza.


SE DESBORDA...

Se desborda en la húmeda noche en silencio
el río. Adiós seco vigor de mi juventud.



ESTÁN SOLOS...

Están solos y atados, ahora esposos.
Fuera está la vacía libertad invernal.


BELLA NOCHE...

Bella noche, reduce mi pena.
Atorméntame, si quieres, pero hazme fuerte



SOL...

Sol con luna, mar con bosques,
todo junto besar en una boca.

Pero el muchacho no sabe. Corre a una puerta
de triste luz. Y su boca está muerta.

 

QUIZÁ...

Quizá la juventud sea sólo este
perenne amar los sentidos y no arrepentirse.


AMOR EN LIMOSNA...

Amor en limosna, solfeo.
Oh luz del mediodía sin un gesto.
Regresará más tarde, rico en alas
el incendio de los recuerdos personales.


PERO QUÉ GRACIA...

Pero qué gracia de sol y de aguas sucias
nos separó de pronto a la mañana.



AMIGO...

Amigo, estás lejos. Y tu vida
tiene en torno a sí colores que yo no veo.
Tiene mi vida en torno a sí colores
que yo no veo.

Traducción de Carlos Vitale

Escrito en Sólo Digital Turia por Sandro Penna

Poemas

16 de octubre de 2015 08:11:20 CEST

Pietro Civitareale nació en 1934 en Vittorito (L'Aquila) y reside en Florencia.
Entre otros libros, ha publicado: Il fumo degli anni, A sud della luna y Altre evidenze.
En español: Alegorías de la memoria, Olifante, Zaragoza, 1988.

 

 

 

 

 

 

 

 


RELATO


1

Bajo los árboles de la estación
se encienden las luces. A esta hora
la mente regresa a misteriosas
lejanías. En la espera miramos entre
el verde y las casas con el extraño
pensamiento de detenernos entre las vías
a recoger las cosas abandonadas.
Todas las tardes partimos con la oscuridad
y en el tren nos sigue un recuerdo
de escaparates reflejantes y personas
que pasan y no miran a la cara
(la ciudad es un patio cerrado
entre murallas y la gente mira
desde los balcones), cada tarde regresamos
con los ojos distraídos de colores
y de deseos y observando desde el tren
pensamos en el canto de los grillos en la
noche, en las estrellas que se encienden
con el viento, en el río que corre tranquilo
espumado por los últimos pájaros.



2

Entretanto miramos. Como el aliento
de quien está a punto de morir se abre
la tarde sobre el convoy que espera.
Desde lejos nace un soplo de viento
que lava el rostro y lapida
el pensamiento que consume la vida.
Recuerdo vago, de ansias y escalofríos
antiguos (ya he sentido estas cosas
una tarde, solo; velaba bajo una luz
ausente y acusaba al destino
que nos tiene clavados en nuestros años).
Sombras largas visten ahora la calle
recta como dos cuchillas, ensombrecen los ojos
apenas entornados. Y la locomotora
vibra en el adiós dilatado de las manos
y de los ojos, el aire exhala
su jadeo apagado, el aliento que enferma
los cobertizos y el cielo amontonado.
Las ruedas que pisan el hierro
parecen grabar palabras ligeras.


3

Así sonreímos, cansados de ir
y de venir, pensando en abandonar
la ciudad. Escuchamos el vacío
que hay bajo las estrellas. Quedarnos
solos a esperar, no pedir
nada porque no hay nada que sirva
a nadie. Y hasta que las casas
hayan reaparecido, angustiarnos
por estos absurdos deseos,
mirando desde el tren que corre.

 

Traducción de CARLOS VITALE

Escrito en Sólo Digital Turia por Prieto Civitareale

     La obra de Francisco Brines (Oliva, 1932) es una de las más importantes del panorama poético actual, hombre arraigado a la poesía desde muy joven, gran amigo de Vicente Aleixandre, poeta perteneciente a la Generación de los cincuenta, junto a figuras tan importantes como Caballero Bonald o Ángel González, entre otros, comenzó su obra con Las brasas (1960), el cual ganó el Premio Adonais, posteriormente fue valedor del Premio de la Crítica por Palabras a la oscuridad.

En 1986 escribe, tras otros libros tan deslumbradores como Aún no (1971) o Insistencias en Lúzbel (1977), una de sus obras más importantes, El otoño de las rosas, que ganará el Premio Nacional de Poesía en 1986.

    Recientemente ha ganado el Premio Reina Sofía y sigue siendo uno de los poetas más prestigiosos de la poesía española contemporánea, uno de los referentes fundamentales de una lírica elegíaca, donde la emoción y la importancia del paso del tiempo cobran especial relevancia.

     Siempre se ha considerado deudor de poetas de la talla de Luis Cernuda, Vicente Aleixandre o Juan Gil-Albert, donde la palabra poética se ha convertido en todo un ejemplo ético y estético, donde el poema cobra especial relevancia como forma de reflexión vital, donde el hombre se encuentra con sus certidumbres y sus emociones esenciales.

     Su importancia y trascendencia para la literatura española contemporánea está fuera de toda duda, siendo uno de los poetas más estudiados por investigadores extranjeros en la actualidad, además de uno de los más valorados por nuestros críticos y escritores, ya que refleja una obra madura y hermosa sobre la importancia de la infancia como etapa feliz de la vida y la relevancia del paso del tiempo en ese proceso de vivir que tanto ha preocupado al poeta valenciano.

 

 LA POESÍA DE FRANCISCO BRINES

 

    En sus poemas, y a lo largo de toda su vida, existe un paraíso llamado Elca, donde Brines ha soñado las cosas, ha transitado por las emociones y ha dejado afectos inolvidables.

   Si para Cernuda España era, en su poesía, Sansueña, para Brines, Elca es la tierra valenciana, su Oliva natal, donde crecen los naranjos, la luz del mediodía, el esplendor entero de la huerta.

    Para José Olivio Jiménez el tiempo es clave en la poesía de Brines y la belleza de las cosas que pasan, siempre tamizadas por el paisaje levantino: “Y como marco, la belleza y fragancia de la pródiga naturaleza levantina, en compañía –y fortalecimiento- de la humana fragilidad” (José Olivio Jiménez, La poesía de Francisco Brines, Renacimiento, Sevilla, 2001, p. 23).

     Es cierto que Brines inunda al poema de meditación desde Las brasas hasta su último libro hasta la fecha La última costa, si en el primero aparece el anciano que contempla al niño que fue, en el último, la constatación de la vejez es plena, el tiempo ha pasado irremisiblemente.

     Su poesía es también una continua reflexión sobre el absurdo de la vida, sobre su fantasmagórica realidad. Dice muy bien Francisco José Martín en su estudio El sueño roto de la vida lo siguiente: “La vida es un destino ciego, un fracaso. La vida es un don gratuito al que accedemos sin merecimiento alguno” (Francisco José Martín, El sueño roto de la vida , Aitana Editorial, 1977, p.82).

    En otra página de este libro dice algo muy revelador sobre la obra de Brines:

“Lo que nos entrega Brines es la doble faz irreductible del mundo, su hermosura y su miseria. Situada en la antesala de la muerte, a la luz del crepúsculo, el poeta efectúa su Homenaje y reproche a la vida” (p.87).

      Todo ello, me lleva a interesarme por dos momentos claves en la poesía del valenciano, su primer libro: Las brasas (1960) y el último, La última costa (1995). En los treinta y cinco años que distancian a ambos, el poeta ha escrito sobre el tiempo, sobre la infancia perdida, sobre el amor que se escapa furtivamente de madrugada, sobre la luz del Mediterráneo, etc.

    En Las brasas aparece el hombre viejo que le visita (recordemos que Brines era un joven poeta en ese momento). Ya aparece en el libro el tiempo, su hondura sobre las cosas, la certeza de la fugacidad de la vida, el efímero transcurrir de nuestros sueños. El poema que comento pertenece a “Poemas de la vida vieja” y dice: “El visitante me abrazó, de nuevo / era la juventud que regresaba / y se sentó conmigo” (vv.1-3).

     Si en ese momento hay lozanía (juventud), en los versos que siguen, como si el tiempo del día hubiese transcurrido dando lugar a la noche, el joven ya es viejo: “Vela el sillón la luna, y en la sala / se ven brillar los astros. Es un hombre/ cansado de esperar, que tiene viejo / su torpe corazón, y que a los ojos / no le suben las lágrimas que siente” (vv. 15-19).

      Desde el comienzo al final hay todo un proceso existencial, sin olvidar que ese  hombre  que  visita  al  poeta llevaba tristeza, la misma que anidaba en él:

 “Se contaba a sí mismo / las tristes cosas de su vida, casi / se repetía en él la triste vida” (vv. 6-8).

        Lo que nos dice el poeta valenciano que ese visitante es él mismo, el cual se contempla desde el espejo del tiempo, tornando la vejez en juventud y viceversa. El poeta y, por ende, el ser humano, no puede cambiar el destino que la vida, en su fluir, nos va dejando.

         Siempre aparece en este libro las sombras, no es arbitrario el primer verso del poema II:   “La sombra de la tierra va creciendo”, la noche: “sube los aires, y la noche queda / sobre el alto tejado de la casa” (vv. 2-3).

        También la sombra que interviene en la naturaleza afecta por igual al hombre y a su universo, para dejarnos un ámbito de tristeza: “Se ensombrece el naranjo, y azahares / huelen por el desván, pesan los muros / y el hombre que la habita se detiene / para pensar vanos recuerdos” (vv. 4-7).

        Si nos fijamos en el último libro de Brines, La última costa (1995), el mundo del poeta no ha cambiado, es el mismo universo teñido de sombra donde el tiempo ha horadado toda su esencia. Lo expresa muy bien en el poema “Pérdida del Dios que fui”: “Fue aquella tarde un tizón, / y después fue violeta / todo el aire. Blancas luces / en el cielo destellaron. / Y ya oscuro / Larga noche. / Y al llegar la madrugada / del cuerpo nació la sombra”. (vv. 1-8).

      Como podemos ver, para Brines es importante la luz, siguiendo la senda de los pintores valencianos, ya que, en muchos de sus poemas, hay referencias al color (aquí violeta), pero predomina en el poema el destino adverso, a través de la larga noche, en ese itinerario que nos recuerda al mundo de San Juan de la Cruz en busca de la unión del alma con Dios. Pero aquí no hay fusión, sino renunciamiento, espejo del fracaso de la vida.

      Y refleja todo ese mundo de esplendor que se convierte en nada en un bello poema titulado “El azul” (otra referencia al color), cuando dice: “Busqué el azul, perdí mi juventud. / Los cuerpos, como olas, se rompían / en arenas desiertas”. (vv. 1-3). La comparación de los cuerpos como olas nos empuja a la sensualidad mediterránea, a la belleza de un espacio único, donde no hay nadie que rompa la belleza del momento: “arenas desiertas”.

        También el jardín, símbolo clave en su poesía (como lo fue también para César Simón, como comentaré en el estudio que le dedico), donde nacen las rosas, pero también la tentación carnal: “Hubo amor / en el rincón florido de mi jardín / clausurado” (vv. 3-5). ¿Por qué clausurado? Sin duda, es espejo del paso del tiempo que nos niega el amor.

        Pero el final nos estremece: “Voy llegando al final. Ciega mis ojos / un desnudo azul iluminado” (vv. 7-8). Como vemos, ese azul no es otro que el universo que ya no se rinde a sus pies, sino que se muestra, triunfante, sobre nuestra pobre caducidad humana.

        Siempre hay, como dije antes, en Brines luz y fulgor, desde Las brasas y en otros libros tan representativos de su obra como Aún no o Insistencias en Luzbel, sin olvidar el maravilloso El otoño de las rosas, pero también hay sombra, clara antítesis de las oposiciones claves en el ser humano: vida-muerte, dicha-dolor. Si es un “desolado azul iluminado” es que el destello pervive, continúa el fulgor de la Naturaleza, pero  no el del hombre, condenado a no vivir eternamente.

      Cito las palabras de David Pujante en su libro Belleza mojada, cuando dice acerca del poema “Pérdida del dios que fui”, perteneciente a La última costa algo que sirve para entender este cierre que supone el libro y que nos hace reconocer al mismo poeta que escribió Las brasas: “Sintetiza uno de los mitos básicos de la escritura de Brines, el del desengaño, el de la pérdida de la inocencia” y, a la vez, sintetiza, en expresión manifiesta, por primera vez, lo que hay tras su mitología escritural, la originaria lucha entre el yo oscuro y el yo social” (David Pujante, Belleza mojada, Renacimiento,2004, p. 283).

        Y esa lucha que señala Pujante es la que mantenía el poeta en Las brasas entre el viajero y el vate, (el hombre social que conoce gente y el que permanece en la oscuridad de su casa, pero ambos tocados por el sino de la soledad, ya que no hay mayor soledad que la de aquel que viaja siempre, ni mayor desolación que la que siente el que contempla la vida de los demás a través de balcones (símbolo clave en la poesía de Brines), ya que refleja el espacio imposible de traspasar del interior al exterior).

      Ese antagonismo, aparente, sólo conduce a un solo hombre, desdoblado entre el interior (el poeta que medita la vida) y el exterior (el viajero, ser social, que la vive sin vivirla en realidad). Son espejos que están marcados por el sino del destino trágico de la vida.

         La relación entre los dos libros es muy clara (como si representasen las dos caras de una misma moneda). Pujante la vuelve a señalar, cuando dice: “El anciano habitante de aquella solitaria casa rural, aquel yo poético, que no podía ser el joven Brines que con veintitantos años construyó Las brasas, en realidad era una radical intuición que ahora se materializa” (p. 287).

         Se refiere al hombre contemplativo que mira su vida en el poema “Espejo en Elca”. Y es cierto, ya que Brines anticipa en el joven el sino de la vida, su certeza que le llevará a contemplarse anciano, como si llevase ungido en su interior el estigma de la condición humana.

        En definitiva, Brines ha condensado su pensamiento y en la simplicidad de un lenguaje exento de retoricismo, pero no por ello ausente de buena literatura, encuentra la mejor forma para expresar lo que representa su hondo sentir poético: la elegía al tiempo que se nos va, la búsqueda del paraíso de la infancia, terreno que le marcó siempre.

      Me refiero a esa Elca donde anida el Mediterráneo y su luz especial que destella en sus poemas, con la luminosidad de la buena pintura levantina, lo que nos obliga a leer de nuevo, para encontrar nuevos sentidos a tanta hondura existencial.

       Refleja la obra de Francisco Brines un legado que ha de perdurar y cuya influencia es manifiesta en otros poetas de la tierra (Marzal, Gallego), porque no es una voz impostada, sino verdadera, cuyas certidumbres sobre la vida están muy cerca de las nuestras.

       A continuación, le dedico un apartado al que considero uno de los mejores libros de Francisco Brines, donde consigue aunar todos los temas que han hecho posible una de las mejores obras de la literatura valenciana en castellano,

 

 

EL OTOÑO DE LAS ROSAS: EL GRAN LIBRO DE FRANCISCO BRINES

 

  Llegó El otoño de las rosas publicado por la Editorial Renacimiento en Sevilla, en 1986. Y llega este libro en un momento culminante de su poesía, el poeta expresa su amor por la vida (tema ya aparecido, pero ahora con diferente tono).

    Dionisio Cañas lo dijo muy bien en un estudio sobre Brines: “Esta obra es el ejercicio de una mirada retrospectiva llena de amor y fervor por haber tenido el privilegio de la vida” (“Francisco Brines, plenitud y entusiasmo de un canto otoñal”, Ínsula, núm. 485-486, 1987). Es cierto, el poeta se siente afortunado, privilegiado, frente a otros que no han pensado la vida, él conoce el placer de verse viviendo, entregado al instante, tan lleno de emociones.

   Son más de setenta poemas, sin separación interna (como era habitual en otros libros del poeta) en secciones o apartados.

  José Olivio Jiménez considera en su estudio La poesía de Franciso Brines a este libro como “el más alto sitio de la obra total de Brines: su libro más pleno y sugerente”. Llama a este lugar pleno de creación al que llega Brines como una “conjunción de nihilismo y vitalismo”, es decir, una tensión entre dos fines: la Nada (nihilismo) y la vida (vitalismo).

   Olivio nos advierte en el estudio citado lo siguiente: “El camino hacia la constatación afirmativa de la vida, que se ensancha abiertamente es este libro, venía preparándose desde muy atrás en la obra de Brines”, y, puntualiza “Uno de ellos ocurre, nada menos, que en la sección inicial de Insistencias en Luzbel, la más “conceptual” de aquel libro y de toda la poesía del autor”.

   Se  refiere  a  “Respiración hacia la noche”  cuando dice lo siguiente: “Alegría es la luz, el aire, / la carne es alegría, / y cuando se fatigan y se apagan / entonces son visibles. / La luz, la carne, el aire, el daño”. Como vemos, hay júbilo, pero al final aparece la palabra “daño” como si esa plenitud no fuese completa, pues el dolor es telón de fondo de la vida.

   Dicho esto, veamos esa vivencia de plenitud que se ensancha en el poema “El otoño de las rosas”, dice así: “Vives ya en la estación del tiempo rezagado: / lo has llamado el otoño de las rosas. / Aspíralas y enciéndete. Y escucha, / cuando el cielo se apague, el silencio mundo” (vv.1-4). Vemos el deseo de vivir: “aspíralas y enciéndete” porque ha llegado a la madurez de la vida “el otoño”, el símbolo del instante, lo efímero y lo bello es evidente: la rosa. Se equipara a la vida por su hermosura y brevedad.

   No importa que haya llegado ese momento, el poeta quiere vivir, pero sabe la gran verdad del acabamiento de lo humano. “Y escucha, / cuando el cielo se apague, el silencio del mundo”.

  Ha de llegar ese momento donde no haya mirada y todo sea Nada. Bello y breve poema que abre una ventana al hermoso mundo que desvela este libro.

  Vuelve en el libro al lugar de la infancia: Elca, soñada por el poeta, desde su cima de la vida. Consigue que sintamos los olores, naveguemos por aquellos mares, caminemos extasiados por aquellos huertos levantinos. Tan sutilmente (y con tanta armonía) describe el poeta que nos impregna de vida en cada página, nos hace paladear cada instante como si fuese único.

    Comento “Días de invierno en la casa de verano”, poema dedicado a Vicente Gallego, joven poeta que conoció a Brines y que se sintió (como otros muchos) seducido por su poesía.

  El poema dice así: “Vivo en la intimidad de la casa vacía, / y en las habitaciones despobladas / puedo escuchar el sonido apagado de la vida” (vv. 10-13). Sorprende esa vuelta a la casa vacía (recordemos Las brasas), pero aquí esplende la vida, pese a ese “sonido apagado” que es el tiempo, dice así: “Y hay, con todo, un calor de vida ya gastada / un secreto entusiasmo de haber sido” (vv. 17-18). El secreto tiene que ver con la complicidad de lo vivido, tesoro tan solo para él, en esencia solitario.

   Vuelve de nuevo al cuerpo, tan presente en el libro anterior, afirmación del goce y el placer: “Era el ritmo muy lento, y muy secreto / con el vigor del agua, y la presencia joven / de la carne desnuda” (vv. 26-28). Cuenta como se desvestía, y se bañaba, nos recuerda esa efusión de los cuerpos compartiendo el baño infantil en “El barranco de los pájaros”, pero no olvidemos que Brines escribe ahora desde la soledad, el muchacho en sus actos, en su intimidad (de ahí el adjetivo secreto).

 Con una sutileza magnífica, Brines describe esos momentos placer sexual individual que el muchacho tiene que “gozar solo” porque nadie comparte entonces su cuerpo: “La intimidad del mundo, y el placer / que aprendía, me hacía como un dios” (vv. 37-38). Poder gozar de uno mismo y comprender así la vida es ser un dios para Brines (como vemos, el paganismo de Brines queda manifestado, no quiere ser Dios sino un dios, como en la antigüedad grecolatina).

  Y después del sexo llega esa calma, ese reposo, como un hermoso caballero griego o romano: “Con el balcón abierto a los jazmines, / y el cuerpo descansando, fresca el alma, / la luz daba en el libro, diligente, / y un doliente poeta me decía / mágicos versos” (vv. 43-47). Vemos el goce de los sentidos: la mirada-el balcón, el olor- los jazmines; también el crecimiento del joven hacia la poesía: el libro del doliente poeta es un tributo a Juan Ramón Jiménez y su famoso libro: Poemas mágicos y dolientes (1909). Es indudable el influjo de Juan Ramón en Brines, como ya señalaré después.

    El muchacho está enamorado de la poesía, descubriendo  el secreto de los versos, guía ya del resto de su vida. No hay turbación ni pecado por el acto sexual solitario, sino complacencia ante el placer de “sentir el cuerpo y el alma fresca”. Vemos de nuevo la luz y el cuerpo del poeta descansando con un libro, lo que nos recuerda al caballero que piensa en la vida y la muerte mientras lee.

   La luz y la naturaleza en su esplendor: “los jazmines” (blancos como la pureza), todo está poblado de dos mundos que no se contraponen como sí ocurrió en Las brasas. El mundo interior: la casa vacía, el joven, el libro; el mundo exterior: los jazmines, el balcón (puente comunicante de dos mundos).

 Vuelve la noche: “Olorosa la noche, / llena de estrellas bajas y de fuego, / era el espejo ardiente de mis ojos” (vv. 38-40). La noche de la creación, no es la noche enemiga, sino la que hace crecer y soñar, porque es “espejo ardiente de mis ojos” (el joven se mira en ella).

  Lo dice todavía más claro: “En el tiempo feliz no había muerte, / y juntos la pureza y el pecado / descubrieron el mundo más dichoso” (vv. 41-43). Esa certeza de la vida plena y gozosa contrasta con la palabra “muerte”, aun desconocida, pero ya mencionada, como presagio del futuro de la vida.

  Lo expresa al final del poema: “No había aún vergüenza de los años, / ahora que ya conozco que la muerte / existe, y nada sabe” (vv. 44-46). Magnífica manera de decirnos que la muerte no es trascendencia, no nos encamina a otra vida, todo acaba en la Nada.

   Y el final es muy hermoso, incidiendo el poeta en su evocación de lo vivido: “Con todo, en este invierno tan lejano, / hay un calor de vida ya gastada, / la seca aceptación del mal o la alegría, / un secreto entusiasmo de haber sido” (vv.47-50). Incide en el secreto de haber vivido. Si los años traen “vergüenza” y la vida está “gastada”, el poeta afirma que hay aun “calor”, hay efusión, deseo de proseguir, pese al conocimiento: “la seca aceptación del mal o la alegría”.

   Merece la pena comentar la visión de Elca, ese paraíso de la infancia que nos regala José Luis Gómez Toré en La mirada elegíaca, dice así: “Víctor García de la Concha ha relacionado la visión de la infancia de la poesía briniana con la lírica de Juan Ramón Jiménez”.

   Y, tras ello, Gómez Toré desvela ese mundo en el poeta moguereño y alude también a Luis Cernuda: “En efecto, el poeta de Moguer había hablado ya de esa divinidad de la infancia, figura sagrada que se identifica con el yo perdido y con el lugar paradisíaco”.

  Se refiere el crítico a los Poemas  revividos del tiempo de Moguer (J.Ramón Jiménez, Cuando yo era un niñodios”, Poemas revividos del tiempo de Moguer (1895-1954), Madrid, Artes Gráficas, Luis Pérez, 1970) y, es cierto, que en esos poemas Juan Ramón siente que la infancia es divinidad, lugar y momento que no ha de volver jamás.

   Luis Cernuda, por otra parte, recuerda en Ocnos la eternidad de la infancia, como nos señala Gómez Toré en el libro.

   Brines, en El otoño de las rosas, busca al niño perdido, ese niño feliz, ajeno al pasado (pues aún no lo tiene) y exento de pecado. No excluye el poeta la inteligencia como cualidad de lo humano (ya lo vimos en el poema: el joven leyendo). El hombre perdió el paraíso de la infancia, pero no ha perdido el milagro del saber, el conocimiento, único eslabón de felicidad que le une a ese paraíso (pese a que el saber también entrega dolor).

  Vayamos a Elca, Gómez Toré desvela qué hay detrás de ese nombre: “Elca, ese término del campo de Oliva donde reside secreto el Edén”. Y además nos dice “Pero Elca no es sólo  un  lugar concreto”, para el crítico “ese lugar se convierte para el poeta en el mundo entero”. Si quedaba alguna duda de ello, el propio Brines lo confiesa en una entrevista a Luis Antonio de Villena (amigo de Brines y poeta de los “novísimos”) cuando dice: “Para mí ha llegado a simbolizar el espacio del mundo. Allí lo descubrí deslumbrante y eterno, y cuando la vida  me  dio   una  visión  nueva,  inesperada,  de  mortalidad,  seguí amándolo desde su pérdida, y añorando en él su antiguo e imposible engaño divino” (Luis Antonio de Villena: “Una charla con Francisco Brines”, Olvidos de Granada, 13, 1984, pp. 35-36). Todo ello se refleja muy bien en el poema donde el poeta miraba, desde la soledad de su cuerpo, al mundo entero (en la casa de Elca, donde Brines descansaba en verano de un año escolar en un internado) (Rafael Alfaro, “Experiencia de una despedida”, Cuadernos de Cultura, 1980, pp. 25-41)

  Comentamos seguidamente “Collige, virgo, rosas” donde hará mención de nuevo de la noche, creadora de magia en ese instante de la vida.

  Vemos al poeta decir a alguien (recurso ya muy utilizado por Brines, en ese diálogo consigo mismo) que ría y goce, también que ame. Es muy bello cuando dice en el segundo verso: “Y enciéndete en la noche que ahora empieza”, es una verdadera invocación a la vida. Si el hombre es “luz” en la noche, brilla como un “astro” (hace referencia a esa luz alta que miraba el niño-Brines). Continúa diciendo: “y entre tantos amigos (y conmigo) / abre los grandes ojos a la vida / con la avidez preciosa de tus años” (vv. 3-5). Parece que el poeta se refiere a otro cuando apela a ese tú, pero sabemos que es él, desdoblado, viéndose vivir en la noche con un grupo de amigos (también existe en el poema el joven, quizás algún amigo de Brines, futuro espejo del poeta).

  Dice el poema “abre los grandes ojos a la vida / con la avidez preciosa de tus años”. Los grandes ojos son como “astros” que iluminan al poeta. Resucita así el niño- creador, el niño-Dios (en palabras de Gómez Toré).

  Dice después: “La noche larga, ha de acabar al alba, / y vendrán escuadrones de espías con la luz, / se borrarán los astros, y también el recuerdo, / y la alegría acabará en su nada” (vv. 6-9). En este poema la “luz” es negativa, trae la infelicidad, oponiéndose a la “luz” de la infancia, generadora de vida.

  Brines utiliza aquí los símbolos de sus primeros poemas: la noche, la luz, los astros; pero han cambiado de significado, la noche es alegría y magia, junto con los astros y la luz, sin embargo, trae el infortunio a la vida.

   Pese a todo, Brines no desiste  cuando dice: “Mas aunque aquí suceda, / enciéndete en la noche” (vv. 10-11), la repetición del verso muestra la importancia del acto, el deseo pleno de vivir esos instantes irrepetibles.

   La noche, con todo su sentido, es protagonista del poema. Dice el poeta: “pues detrás del olvido puede que ella renazca”, no está seguro, pero piensa que la vida vuelve en cada noche de goce, además, lo expresa con la hermosura serena que le caracteriza: “y la recobres pura, y aumentada en belleza” (v. 12), este verso requiere una interpretación que llena el poema de mayor simbolismo. Es, desde luego, el joven o el niño que vuelve en esa noche “recobrada”, lo sabemos por los adjetivos “puro y aumentada belleza”. El hombre-Brines vuelve a la niñez en la noche evocada que se repite en el pensamiento.

   El final del poema nos muestra hasta qué punto Brines es consciente del dolor, de la pérdida, pero no por ello desiste de entregarse a esa noche inolvidable. Dice así en esta noche que es la de la muerte, noche antitética de la noche creadora: “cuando la noche humana se acabe ya del todo / y venga esa otra luz, rencorosa y extraña, / que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido” (vv. 15-17). Nos queda claro que será la última luz, trae la muerte y la Nada, está desvestida de trascendencia, será “rencorosa y extraña” como un enemigo para el hombre.

   Da la sensación que habla a alguien, quedó claro cuando dijo: “la avidez preciosa de los años”. Es ese amigo o ese niño que vive ahora la vida y que no conoce el dolor. Nos desvela entonces que sí existió un diálogo hacia alguien que participa en la charla con los amigos. La modestia del poeta se hace evidente, ya que aparece entre paréntesis: “y entre tantos amigos (y conmigo)”. El poeta es uno y es otro, el contemplado por en el paso del tiempo. Magnífico poema donde Brines insiste en la alegría del instante y en la meditación que prosigue a la dicha.

    Afirma, con gran sentido común, José Olivio lo siguiente  (en el estudio que se llama La poesía de Francisco Brines): “Apurando  el  seno  acogedor  de  la  noche, y  conjurando  el olvido, será posible que la alegría quede vivificada por la voluntad del espíritu”.

   Si leemos ahora el poema de Luis Cernuda “Viendo volver” (28) perteneciente a “Vivir sin estar viviendo” (1944-1949) podemos observar ese diálogo de Cernuda consigo mismo: “Irías y venías / Todo igual, cambiado todo / Así como tú eres / El mismo y otro. ¿Un río? / A cada instante / No es él y diferente?”. Hermosos versos que se cargan de simbolismo: el río es la vida cuyo cauce da al mar “que es el morir” como dijo Jorge Manrique, Cernuda se acerca a la tradición y Brines, en su diálogo con el amigo joven y consigo mismo bebe del poeta sevillano en su técnica de los espejos.

   La única diferencia entre ambos poetas (aparte del estilo y del mundo de la noche que no aparece en el poema de Cernuda) es que el poeta sevillano no tiene ese amigo (el que dialoga con é, su espejo) que sí posee Brines. Cernuda se halla solo y así lo dice: “Impotente, extasiado / Y solo, como un árbol, / Le verías, el futuro / Soñando, sin presente, / A espera del amigo, / Cuando el amigo es él y en él espera”.

 Y además Cernuda es consciente que la vida es “una burla delicada / Y que debe ignorarlo el mozo hoy”. Para el poeta, como para Brines, esa sensación de dolor no ha de pertenecer al niño o al joven, porque sólo es castigo del adulto.

  En “Huerto en Marrakech”, Brines no solo nos indica el lugar de la dicha, el mundo árabe, sino también un juego de símbolos que hace enormemente ingenioso el poema: “Entré en la breve noche para gozar tu huerto: / rincón de madreselva, dos pequeños naranjos, / y aquel jazmín tan negro, de tanto olor, rodando / la falda del ciprés que sabe al cielo” (vv. 2-5).

   Como vemos, el “huerto” es símbolo del “cuerpo” y todo lo que sigue son extensiones del mismo: la madreselva es el vello, los pequeños naranjos son los ojos y el jazmín es el sexo en toda su plenitud, hasta tal punto es así que cita el “ciprés que sube al cielo”, es decir, el éxtasis amoroso. Como vemos, la naturaleza sirve a Brines para crear un poema íntimo, erótico y sensual. Pero con ese tacto y esa sutileza que le caracteriza el poema nunca es procaz, sino hermoso y delicado (su sutileza se pone de nuevo de manifiesto, inunda, mejor dicho, todo el libro).

  Continúa diciendo: “Bañó el árbol la luna, y se mojó mi boca” (v.6), de nuevo, el placer, la corriente exultante le arrasa.

   Después llega la fatiga: “Y qué cansados luego las aguas y las rosas, / el ciprés, los naranjos, el ladrón de aquel huerto. / Y todo fue furtivo: el alba, luego el sueño” (vv.7-9). Recoge en este final a los amantes: el cuerpo del amado y el ladrón del cuerpo: el amante. Y no hay que olvidar el tiempo: “Y todo fue futuro: el alba, luego el sueño”.

   Vuelve el alba a ser el punto final de lo mágico, de la dicha sexual, como en el poema anterior (en aquel el alba trajo la separación de los amigos y el fin de la fiesta).

   Como hemos podido ver el poema es muy hábil para enlazar símbolos que emparentan con la tradición simbólica de los místicos españoles, no olvidemos la poesía mística (con su traducción erótica) de San Juan de la Cruz en la ya famosa interpretación de la amada como el alma y el amado como Dios. Para Brines, desposeído de cualquier sentimiento religioso, el simbolismo alcanza altura de hedonismo y paganismo.

   Hay otros poemas de gran calidad sobre el erotismo, el sexo y la noche (“Envío del recién llegado”, “Historias de una sola noche”, “El triunfo de la carne”), pero voy a comentar un poema muy bello que se llama “Los veranos”, en él la evocación (que está en todo el libro) parece paladearse con mayor insistencia y podemos oler ese tiempo de verano que el paso de la vida no devuelve. De nuevo, Brines habla del desnudo, en esa estación pura de la vida: “Estábamos desnudos junto al mar,/ y el mar aún más desnudo” (vv. 2-3). Vemos como Brines  enlaza  el  cuerpo  desposeído de ropajes junto al mar entregado, lugar que nos evoca a ese baño con los amigos en la niñez.

   Además, vuelve la mirada: “Con los ojos, / y en sus cuerpos ágiles, hacíamos / la más dicha posesión del mundo” (vv. 3-5).

   El mundo les poseía y ellos poseían al mundo, entrega al unísono del mar y el cuerpo, el cuerpo y el mar.

  Aparece también el adjetivo “encendido” para referirse a la luna, astro clave en la noche (lugar ideal para gozar): “Nos sonaban las voces encendidas de la luna / y era la vida cálida y violenta, / ingratos con el sueño transcurríamos” (vv. 7-8).

  Para el poeta, la vigilia es importante, solo así puede darse el placer, pues la noche, el mar, los cuerpos desnudos son todos lo mismo: la felicidad. De nuevo el mar: “El ritmo tan oscuro de las olas / nos abrazaba eternos, y éramos sólo tiempo” (vv.9-10). Hay que fijarse en estos versos y en la relación olas-agua  y el verbo “abrasar” como si el agua fuese llama y, además, eterna.

  Los jóvenes al quererse en el agua la hacen arder (porque ella participa de la unión amorosa), el “ser sólo tiempo” nos señala que eran instante, goce pleno (fuera del concepto de la vida que transcurre). De nuevo los astros: “Se borraban los astros en el amanecer/ y, con la luz que fría regresaba/ furioso y delicado se iniciaba el amor” (vv. 11-13) Es curioso que Brines aquí no rompa el amor con la llegada del alba (como vimos en poemas anteriores) sino que es la rampa de salida, tras el juego de los cuerpos, llega el amor verdadero.

  Al final, el poeta valenciano acaba el poema con la sensación de pérdida: “Hoy parece un engaño que fuésemos felices / al modo inmerecido de los dioses / ¡Qué extraña y breve fue la juventud!” (vv.14-16). Queda un vacío, pero también la dicha de haber asistido a un momento hermoso de la vida, la tristeza es el resultado siempre de la efímera felicidad. Brines, que no suele usar exclamaciones, las emplea para enfatizar lo perdido, lo irrecuperable.

 Su comparación con los dioses nos llama la atención (como ya vimos  en  aquel  poema  donde  el  niño era un dios y no Dios) porque hace referencia al mundo de los griegos, a la mitología (no olvidemos que ese mundo mítico fue invento de los hombres, tras el engaño que supuso su fascinación vino la infelicidad de descubrir la mentira que había en ello).

  Gómez Toré lo dice claramente: “Así, un poema como “Los veranos” atribuye a los jóvenes la cualidad de anular el tiempo, cualidad propia tan sólo de los dioses”. Vemos que el crítico insiste en la felicidad de esa estación dichosa de la vida, no sólo por la carencia del tiempo, sino también por la ausencia de culpa o pecado en los momentos de placer.

   Considera Toré al joven y al niño uno solo como dice a continuación (en La mirada elegíaca): “El niño y el joven no son sino uno solo. Así cuando Narciso envejecido mire a aquel primer Narciso contemplará a un ser inmortal, niño o joven, mirándose no en el río de Heráclito, sino en un mar eternamente renovado”.

   Ese Narciso es, no cabe duda, el poeta, ensimismado por el tiempo y su imagen que decae y envejece. Pero también el demiurgo que posibilita el regreso del niño y el joven.

    José Olivio en La poesía de Francisco Brines se fija también en este hermoso poema y en el instante en que describe el amor diciendo: “hacíamos/ la más dichosa posesión del mundo”. Para Olivio este verso “quedará como la siempre vibrante definición de la experiencia amorosa”.

   Brines evoca el amor puro y además sitúa al alba ese “furioso y delicado amor que se iniciaba”, queda claro que, oponiendo esos dos adjetivos, el poeta da una descripción completa del juego amoroso y nos conduce a Lope de Vega en un famoso soneto, concretamente el núm. 126 cuando dice el poeta: “Desmayarse, atreverse, estar furioso/ áspero, tierno, liberal, esquivo/ alentado, mortal, difunto, vivo/ leal, traidor, cobarde y animoso” (Lope de Vega, Lírica, ed. De José Manuel Blecua, Castalia, 1987). Como vemos, el poeta en el primer cuarteto expresa las condiciones contrarias del amor en un juego de oposiciones.

    Terminará  (para no explayarme en todo el poema, pese a su gran calidad) con estos versos: “creer que un cielo en un infierno cabe / dar la vida y el alma a un desengaño / esto es amor. Quien lo probó lo sabe”. Afirmo que Brines insiste en esta tradición para señalar esas características opuestas del amor y, desde luego, acierta plenamente.

  Finalizo este recorrido por el libro con un poema muy breve, pero destacable por dos aspectos: la aparición de la muerte y la referencia a Dios.

   El poeta dice en “Física de la muerte”, lo siguiente: “Prietas y extensas sombras nos acogen / allí en las Humedades, fría Nada, / después que nos fulmina el rayo blanco / del Dios que no sabemos” (vv.1-4).

   Brines pone en mayúsculas la Nada como el fin de todo, límite de nuestra vida, futuro irremediable. Y además hace referencia a Dios, pero no en su aspecto apaciguador sino que “nos fulmina el rayo blanco”. Este verso nos explica parte de su obra, esa insistencia en el engaño, con la vida que fue “realmente vivida”. El título del poema

“Física de la muerte” rompe cualquier atisbo de trascendencia, el poeta anula así al   mundo religioso con su afirmación de un Dios que no conocemos ni podemos ver, sino es a través de la fe.

   Merece la pena terminar los comentarios a este libro, pensando en Juan Ramón Jiménez, porque Brines ha leído atentamente al poeta moguereño y sabe muy bien que Juan Ramón, descreído de Dios, buscó en la conciencia ese lugar para vivir su eternidad.

   He seleccionado un poema perteneciente a La estación total, cuando el poeta dice (el poema se llama “El creador sin escape” perteneciente a “Canciones de una nueva luz”): “Enseña a dios a ser tú / Sé solo siempre con todos, / con todo, que puedes serlo. / (Si sigues tu voluntad / un día podrás reinarte / solo en medio de tu mundo.) / Solo y contigo, más grande, / más solo que el dios que un día / creíste dios cuando niño”.

  Juan Ramón expresa su Dios de la conciencia frente al dios (en minúscula) que ha inventado el mundo. Ese deseo de eternidad quiere vivir en Brines en los instantes evocados en El otoño de las rosas, donde el goce de vivir se manifiesta en toda su extensión, dicha que dará lugar, tras su breve paso, a la tristeza del poeta.

    El poeta valenciano se perfecciona con esta obra, nos muestra las aristas de la vida y, consciente de todo lo que se pierde (se canta lo que se pierde, dijo el gran poeta andaluz Antonio Machado) revive el tiempo de la felicidad, haciendo de su canto una elegía magistral.

   Su obra no ha de morir, por la alta calidad de sus versos y por la entrega absoluta al mundo con todo el dolor y la alegría que hay en él.

 

BRINES: LA RELEVANCIA DE UN POETA CONTEMPORÁNEO EN NUESTRA POESÍA ACTUAL

  

    Hombre de verso profundo, pensador de una palabra que ha ido creciendo, donde lo elegíaco, el recuerdo de la infancia cobra especial resonancia, la etapa de la felicidad perdida, su obra queda como un gran ejemplo de la relevancia de la lengua española, ya que su obra ha sido traducida a múltiples lenguas y ha interesado a muchos estudiosos extranjeros de la literatura española.

 

    Se ha convertido en un referente fundamental para muchos poetas, como Jaime Siles, Vicente Gallego, Carlos Marzal y otros que han destacado su legado y la ineludible necesidad de conocer su obra a todos los amantes de la poesía y a todos aquellos que se acerquen a la lengua española, ya  que su léxico es enriquecedor y supone un interesante acercamiento a todos aquellos que, fascinados por la poesía, quieren conocer el español, desde el mundo de la palabra poética.

   Brines sigue presente, mientras otros poetas de su Generación han culminado ya su obra o han muerto, dejando una obra de gran calado existencial y de necesario estudio para todo investigador de la poesía de posguerra (Valente, Gil de Biedma, Ángel González). El poeta valenciano sigue siendo reconocido, premiado  y, sin duda alguna, queda todavía, pese a que él ha confesado en algunas ocasiones que ha puesto fin a su obra, el último libro, donde resuma todo lo que ya nos ha legado en libros anteriores, donde la poesía, su latido, nos llegue de forma definitiva, siendo ya un referente para futuros poetas y críticos de poesía.

    Sin duda alguna, Francisco Brines nos llega al corazón, penetra con su reflexión vital en nuestras emociones, convirtiendo su obra en un lugar de encuentro con la palabra verdadera, desde el niño que fue al hombre que lamenta su pérdida, la de la inocencia, en una clara armonía con el mundo, cuya hermosura es cantada con alegría y tristeza al mismo tiempo, todo un maestro de la poesía contemporánea.

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

Brines, Francisco: Poesía Completa (1960-1997). Tusquets, Barcelona, 1997.

 

Cañas, Dionisio: “Francisco Brines, plenitud y entusiasmo de un canto otoñal”, Ínsula, núm. 485-486, 1987.

 

Cernuda, Luis: Antología poética, edic, de José María Capote, Cátedra, Madrid, 1987.

 

Gómez Toré, José Luis: La mirada elegíaca, El espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines,  Pre-Textos, Valencia, 2002

 

Martín, Francisco José: El sueño roto de la vida. Aitana editorial, Altea, 1977.

 

Pujante, David: Belleza mojada (La escritura poética de Francisco Brines), Renacimiento, Sevilla, 2004.

 

Olivio Jiménez, José: La poesía de Francisco Brines, Renacimiento, Sevilla, 2001.

 

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

Presocráticas del XXI

24 de septiembre de 2015 12:27:37 CEST

“Se posan en olas de nieve, muy quietas, vuelan por dentro, quedan varadas en esta orilla que nunca existe“, escribe Esther Ramón (Madrid, 1970). Pero, ¿quienes vuelan por dentro, posadas sobre la nieve…?

Tanto Esther, como Lila Zemborain (Buenos Aires, 1955), han compuesto sus recientes poemarios en condiciones extremas de frío, que las abocaron a una quietud atenta. En cuanto a “esta orilla que nunca existe donde quedan varadas, es, sin duda, la orilla de esa terra incógnita que cada una ha ido abriendo a golpes de palabra.  Me refiero a la sorpresa de descubrir en el sexto libro de Esther Ramón, Desfrío, un paisaje en el que para entrar a fondo, has de rehacerlo vocablo a vocablo con tu imaginación, como un ciego que asiste a un filme sonoro.

¿Por qué? Porque no hay un “yo lírico” para guiarte por un paisaje que sea mero reflejo de su estado de ánimo –como querían los románticos-, sino un mundo inaudito, pululante de voces de la naturaleza, donde las palabras se emiten desde otro lugar. Así, las piedras cuentan memorias de imantación, y las plantas dejan oír el silencio de su rumiar sin boca. O un pájaro desobediente –quizás tú mismo, lector- desoye a la bandada, no migra y solitario pasta la nieve.

El yo poético -confirma Esther Ramón- ya no surge directamente de la emoción de un yo, sino que a veces se configura formando una estructura determinada, requiriendo en cada libro un "cuerpo" distinto, un mundo para explorar. Pienso en sus anteriores títulos que aluden a otras tantas materias, sustancias, elementos de la naturaleza: Tundra, Reses, Grisú, Sales, Caza con hurones

Desde esa premisa común: convertir al yo poético a la vez en territorio de exploración y en explorador de ese territorio, Lila Zemborain rastrea en su séptimo y crucial libro: Materia blanda (Amargord, 2014), un “cuerpo” ya no mineral o animal, sino humano: la masa de materia blanda del cerebro y su relación con los procesos mentales.

La intriga por conocer aquello que esta debajo y no se ve, pero que digita todos los movimientos –soy “lo que el cerebro me permite ser”- se le impone como una compulsión. Insistente, el tema busca explicitarse a través de la escritura hasta cuajar un ritmo, mediante el cual, con precisión e intensidad van apareciendo las ideas y los vocablos necesarios para decirse.  Muchos de ellos del léxico científico, con los que acuña un lenguaje deudor de Proust y su revelación de que lo abyecto –órganos, glándulas, vísceras- puede ser bello.

Magnética, esa corriente verbal mima el encadenamiento de las sinapsis, para develar los atavismos y pasiones de la mente. Con ello, crea un poema de sorprendente fuerza y belleza, dividido en cuatro cantos, como si de una presocrática del siglo XXI se tratara.

 

 

Esther Ramón, Desfrío, Varasek ediciones, Madrid 2015  y Lila Zemborain, Materia blanda, Amargord, Madrid 2014.   

Escrito en Sólo Digital Turia por Noni Benegas

Sebastião Alba, el vagabundo ilustrado

24 de septiembre de 2015 12:04:03 CEST

Sebastião Alba, seudónimo de Dinis Albano Carneiro Gonçalves, nace en la bella ciudad de Braga, noroeste de Portugal, el 11 de marzo de 1940. En 1949, junto a su familia, emigra a Mozambique, país en el que vivirá durante 35 años y donde ejercerá de profesor, periodista e incluso político. En 1965 publica Poesias, su primer libro, tras el que siguen O ritmo do presságio (1974) y A noite dividida (1982). Desengañado con la situación política de Mozambique, en 1983 regresa a su ciudad natal, iniciando una vida de auténtica bohemia y voluntario vagabundaje, durmiendo en estaciones de autobuses, pensiones miserables o casas de amigos. La poesía de Alba, al igual que su vida, es un elogio y una reivindicación de la libertad, de la libertad de la palabra poética: la originalidad de sus poemas radica en un feliz equilibrio entre la rigurosa sobriedad de su estructura y el impulso musical, telúrico e inefable del que nacen; en la búsqueda lograda de una palabra limpia, despojada de barreras ideológicas o sociales, nueva y primitiva a la vez, sin miedo a los abismos. Tras publicar en 1996 su poesía completa en la editorial lisboeta Assírio & Alvim, el 14 de octubre de 2000, a las siete de la mañana, en Braga y tras una de sus frecuentes borracheras, Sebastião Alba es atropellado, falleciendo en el acto; poco antes de morir, y a modo de premonición, Alba le había entregado un papel a su amigo Vergílio Alberto Vieira, también escritor, en el que le decía: “si encuentran muerto a tu hermano Dinis, el expolio es fácil de verificar: dos zapatos, la ropa sobre el cuerpo y algunos papeles que la policía no entenderá”; tratemos de apreciar este ramillete de poemas, cuya traducción es de mi autoría y que, hasta donde llegan mis investigaciones, supone la primera aproximación a la poesía de Sebastião Alba en lengua castellana.

 

 

NADIE AMOR MÍO

 

Nadie amor mío

Nadie conoce el sol como nosotros

Pueden utilizarlo en los espejos

borrar con él

los barcos de papel de nuestros lagos

lo pueden obligar a detenerse

a la entrada de las casas más bajas

pueden hacer incluso

que la noche gravite

del mismo lado hoy

Pero nadie amor mío

nadie conoce el sol como nosotros

Hasta que el sol degüelle

el horizonte en el que uno por uno

nos recuestan

vendándonos los ojos.

 

 

EL LÍMITE DIÁFANO

 

Me muevo en los bastidores de la poesía,

y me ruborizo si la escucho levemente.

Pero el pan de cada día

por la noche está consumido,

y la siguiente alborada

baña sus escorias.

¡Palco apenas el de mi muerte,

si fuese en la cama!,

con su aseo sin derramamiento…

El lado del que duermo

es un límite diáfano:

allí los versos espigan.

Eso me basta. Despierto

antes de que la mies quede madura

y en la extensión planeen,

de Van Gogh, los cuervos.

 

 

SEGURO DE QUE VUELVES, CANCIÓN

 

Seguro de que vuelves, canción,

a incierta hora,

espero, como quien vive

solo, la visita.

 

Sé, por señales y ángeles y desviados,

que brotas de los sueños desolados

en flores en el suelo.

 

Apenas flores, ni siquiera nimbos en la solapa.

Flores para la mesa,

con el olor de la certeza

de agua, vino y pan.

 

Apenas flores y tú,

oh mi amor sin nombre,

y nuestro doble hambre

de un niño desnudo.

 

 

COMO LOS OTROS

 

Como los otros discípulo de la noche

frente a su cuadro negro que es

exterior a la música desnudo el reflejo

soy uno y deslustrado

 

Me doy las manos en el estrecho

pasaje de los días

por el café de la ciudad adoptiva

los pasos discordando

incluso entre sí

 

Las cosas son su morada

y hay entre mí y mí un oscuro limbo

pero es en esa disyunción el istmo de la poesía

con sus grutas sinfónicas

en el mar.

 

 

NECESITO CUALQUIER OBJETO

 

Necesito cualquier objeto de los tuyos, una cosa de la que ya te puedas deshacer, pero que haya sido tuya, para llevar conmigo, en estos días.

No recuerdo si te conté que el escritor norteamericano Ernest Hemmingway andaba siempre con una pata de conejo en el bolsillo. Los antepasados de tu padre, los míos, eran magos, brujos, fetichistas.

Déjalo ahí en la puerta, he de verlo, querida.

Vendré siempre con una carta para ti. Cuando no venga, será porque las campanas de Braga me estaban ensordeciendo, y fui a dar una vuelta.

Toma aquí el rocío y la rosa, amor mío.

 

 

NO SOY ANTERIOR A LA ELECCIÓN

 

No soy anterior a la elección

o nexo del oficio

Nada en mí comenzó por un acorde

Escribo con saliva

y el hollín de la noche

en medio del mobiliario

indesviable

atento a la efusión

de la niebla en la sala.

 

 

DEJA QUE ENTREN EN EL POEMA

 

     Una palabra que está siempre en la boca se convierte en baba.

         Proverbio burundés

 

Deja que entren en el poema

algunos clichés.

 

Sometidos a la experiencia inefable,

su carga (¿eléctrica?)

desaparecerá.

 

No hay una fosa común para las palabras

decaídas,

un diccionario en el infierno;

 

deja apenas que afloren

a la claridad,

y nada les insufles. Mira:

 

no soportan la belleza

que las circunda, se abisman

en su ridículo.

 

 

COMO SI EL MAR

 

Quiero la muerte sin un defecto.

Sin planos blancos.

Sin que luces minúsculas se apaguen

dentro de los ruidos.

Tampoco la quiero providencial,

con un ángel vengador y secretísimo

al fin posado.

Ninguna mitología. Ninguna

complacencia poética. Del tipo: como si el mar

me soplase en los oídos… etc.

Sino súbita y civil,

con reparticiones abiertas,

comercio, la luz graduada

en las altas paredes

de un buen día sonoro.

 

 

ÚLTIMO POEMA

A Jorge Viegas

 

En estos lugares desguarnecidos

y en lo alto limpios en el aire

como las bocas de los túmulos

¿de qué nos sirve ya pulir más símbolos? 

 

¿De qué nos sirve ya en los tejados

acanalar las aguas de gritos

y con ellos barrer el cielo

(o con los haces de luar que devolvemos)?

 

¿Es o no es el último vuelo

bíblico de la paloma?

 

Que sin horizonte esperamos

en nuestro arca donde hace ya milenios se acumulan

las ramas podridas de la esperanza.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Miguel Ángel Manzanas

Poemas

18 de septiembre de 2015 11:34:44 CEST

Eugenio Montale nació en Génova en 1896 y murió en Milán en 1981.

Entre otros libros, ha publicado: Ossi di sepia, Le occasioni y La bufera e altro.

En español: Las ocasiones, Ediciones Igitur, Montblanc, Tarragona, 2006.

 

 

 

 

 

 

 

UN POETA

Poco hilo me queda, pero espero hallar el modo

de dedicar al próximo tirano

mis pobres cármenes. No me pedirá que me abra las venas

como Nerón a Lucano. Querrá una alabanza espontánea

surgida de un corazón agradecido

y la tendrá en abundancia. Podré igualmente

dejar huella duradera. En poesía

lo que cuenta no es el contenido

sino la Forma.

 

DUERMEVELA

El sueño tarda en venir

luego me llegará sin preaviso.

Afuera debería suceder algo

para demostrarme que el mundo existe y que

los supuestos vivos no están todos muertos.

Los aculturizados, los poetas, los locos,

los coches, los negocios, las opiniones,

¡qué nauseabunda olla podrida!

¡Y yo allí dentro metido hasta los pelos!

Esta vez la piedad vence a la risa.

 

PARA TERMINAR

Recomiendo a mis herederos
(si es que existen) en cuestiones literarias,
lo que es improbable, que hagan
una buena hoguera con todo lo que atañe
a mi vida, mis hechos y no hechos.
No soy un Leopardi, dejo poco para quemar
y ya es demasiado vivir a porcentaje.
Viví al cinco por ciento, no aumentéis
la dosis. Con demasiada frecuencia, en cambio, llueve
sobre mojado.


NO ME CANSO…

No me canso de decirle a mi entrenador:
tira la toalla,
pero él no oye nada porque ni en el ring ni fuera
jamás se lo ha visto.
Quizá, a su manera, trata de salvarme
del deshonor. Que se preocupe tanto
por mí, el idiota, o yo sea su bufón
me tiene en vilo entre la gratitud
y la furia.

 


EL

Los críticos repiten,
despistados por mí,
que mi es una institución.
Si no fuera por mi culpa sabrían
que en mí los muchos son uno aunque aparezcan
multiplicados por los espejos. Lo malo
es que el pájaro apresado en la red
no sabe si él es él o uno de sus demasiados
duplicados.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Eugenio Montale

Poemas

26 de agosto de 2015 13:59:14 CEST

Amerigo Iannacone nació en 1950 en Venafro (Isernia, Molise), donde reside.
Entre otros libros, ha publicado: L’ombra del carrubo, Semi y Oboe d’amore.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

QUIZÁ JAMÁS...

Quizá jamás 
me abandone
el pensamiento de ti.

Querría que jamás
me abandonara
el pensamiento de ti.


ESTÁS EN EL AIRE...

Estás en el aire en los paseos
en los muros en el viento
en el vuelo de los pájaros
en el firmamento
en las policromadas alas
de las mariposas.
Estás en los prados de alrededor
húmedos de rocío,
en los olivos serenos
que te vieron el último día.

 

BAJO UNA CRUZ...

Bajo una cruz,
discreta, pero constante,
está tu voz muda.
Está viva,
y desde el lejano misterio de la muerte
llega
al corazón ignorante
y señala el camino.


QUÉ ALBOROTO...

Qué alboroto por la mañana
los pájaros en el algarrobo:
despiertan a toda la familia.
Pero tú, que duermes en otra parte,
no te despiertas.


Y LUEGO VENDRÁ...

Y luego vendrá
otro verano
y ya no te veré
a la sombra del algarrobo,
no me pedirás un periódico
cualquiera
—aunque sea de ayer—,
no irás a mi biblioteca
a coger
un libro al azar,
quizá de poesía,
quizá de historia, quizá
de filosofía.

Y ya no serás
el primer lector
de mis banales escritos,
cada vez más inútiles.

 

ESPERO...

Espero

verte entrar de repente,

como cuando venías para estar

un momento con nosotros

y nosotros, absorbidos por las cosas más banales,

por los papeles

por el periódico

por la televisión,

no te prestábamos

ninguna atención.

 

YA SÉ QUE NO ESTÁS...

Ya sé que no estás

pero no puedo dejar

de volverme a mirar cuando paso

por delante de tu habitación.

Y te veo.

Te veo en las actitudes verdaderas

que me resultaban

tan habituales

que no te veía

cuando estabas.

Escrito en Sólo Digital Turia por Amerigo Iannacone

Un buen hijo

26 de agosto de 2015 12:18:04 CEST

UNA ESTIMULANTE NOVELA DE FORMACIÓN


Pascal Bruckner, filósofo, ensayista y novelista francés, nació en París en 1948, en el seno de una familia mitad protestante, mitad católica. La vida de Pascal Bruckner está marcada por la contradicción y el espíritu provocador. Ahora, la editorial Impedimenta acaba de traducir uno de sus libros más sugerentes y descarnados: Un buen hijo. Se trata de una estimulante novela de formación en la que Pascal Bruckner nos plantea, a través de su propia biografía, un recorrido por la cultura francesa de la segunda mitad del siglo XX.

Un buen hijo es la historia de un amor imposible. El amor a un individuo despreciable. Un fascista autoritario y mujeriego que es a la vez un hombre culto y de firmes convicciones, y que resulta ser el padre del propio Bruckner. Semejante conflicto filial da paso a una maravillosa novela de formación, personal e intelectual, de quien es uno de los escritores más sólidos y controvertidos del panorama actual de las letras francesas. El hijo adulto se enfrenta en primera persona y sin ningún tipo de máscara narrativa a un personaje por el que siente, a un tiempo, rechazo y compasión, en un relato que nace del odio pero que va adquiriendo un inesperado y reconfortante tinte de ternura. Semejante giro acaba por sorprender al propio narrador. Bruckner no puede culminar su particular condena al padre, y ve cómo el inspirador rencor de partida se va derritiendo para dejar paso a un tímido cariño, que no comprensión, y a la certeza definitiva de que no es posible juzgar de forma absoluta los comportamientos ajenos.

Pascal Bruckner. Un buen hijo. Impedimenta, 2015.

Escrito en Sólo Digital Turia por Pascal Bruckner

POEMAS

7 de julio de 2015 09:31:38 CEST

 

 

Dino Campana nació en Marradi (Florencia) en 1885 y murió en San Martino alla Palma (Florencia) en 1932.
Ha publicado: Canti orfici.
En español: Cantos órficos y otros poemas, DVD Ediciones, Barcelona, 1999.

 

 

 

 

 

 

 

 


  LA QUIMERA

No sé si entre rocas tu pálido
Rostro se me apareció, o sonrisa
De lejanías ignoradas
Fuiste, inclinada la ebúrnea
Frente fulgente, oh joven
Hermana de la Gioconda:
Oh de las primaveras
Apagadas por tus míticas palideces
Oh Reina, oh Reina adolescente:
Mas por tu ignoto poema
De voluptuosidad y dolor
Música muchacha exangüe,
Marcado con una línea de sangre
En el círculo de los labios sinuosos,
Reina de la melodía:
Mas por la virgen cabeza
Reclinada, yo, poeta nocturno
Velé las vívidas estrellas en los piélagos del cielo,
Yo por tu dulce misterio
Yo por tu devenir taciturno.
No sé si la pálida llama
De los cabellos fue el vivo
Signo de su palidez,
No sé si fue un dulce vapor,
Dulce sobre mi dolor,
Sonrisa de un rostro nocturno:
Miro las blancas rocas, los mudos manantiales de los vientos
Y la inmovilidad de los firmamentos
Y los henchidos arroyos que van llorando
Y las sombras del trabajo humano encorvadas allá en las gélidas colinas
Y aún por tiernos cielos lejanas y claras sombras fluyentes
Y aún te llamo, te llamo Quimera.

 


 FURIBUNDO


Yo la había abrazado.
Mientras afanoso por las ciegas ebriedades
En el umbral ciego iba a tientas
Y rápidos golpes repetía
Sobre la puerta de los eternos deleites:
De pronto, sobre mi espalda
Se alzó y volvió a caer martilleando sordo
Y rítmico su pie. Fue el recuerdo
Del instante fugaz, en la plenitud
Fantástica el llamado de la muerte.
Ardiendo desesperadamente entonces
Redoblé mis fuerzas ante aquel llamado
Fatídico y jadeando traspasé
La morada de la nada y de la ebriedad, altivo
Penetré, con fervor, alta la frente
Empuñando la garganta de la mujer
Victorioso en la mística fortaleza
En mi patria antigua, en la gran nada.

 

 

 EL VENTANAL

La humeante noche de verano
Desde el alto ventanal vierte claridad en la sombra
Y me deja en el corazón un sello ardiente.
Pero ¿quién (en la terraza sobre el río se enciende una lámpara), quién,
A la Virgencita del Puente, quién es, quién es el que le ha encendido la lámpara? — hay
En la habitación un olor a podredumbre: hay
En la habitación una desfalleciente llaga roja.
Las estrellas son botones de nácar y la noche se viste de terciopelo:
Y tiembla la noche fatua: es fatua la noche y tiembla pero hay
En el corazón de la noche hay,
Siempre una desfalleciente llaga roja.

 


 BUENOS AIRES


El buque avanza lentamente
Entre la niebla gris de la mañana
Sobre el agua amarilla de un mar fluvial
Aparece la ciudad gris y velada.
Se entra en un puerto extraño. Los emigrantes
Enloquecen y se enfurecen agolpándose
En la áspera ebriedad de la inminente lucha.
Desde un grupo de italianos vestido
De manera ridícula, a la moda
Bonaerense, arrojan naranjas
A los paisanos alterados y vociferantes.
Un muchacho de porte ligerísimo
Prole de libertad, pronto a lanzarse
Los mira con las manos en la faja
Multicolor y esboza un saludo.
Pero gruñen feroces los italianos.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Dino Campana

"Poemas"

29 de junio de 2015 11:31:54 CEST

Sibilla Aleramo nació en Alessandria (Piamonte) en 1876 y murió en Roma en 1960.
Entre otros libros, ha publicado: Selva d'amore, Aiutatemi a dire y Gioie d’occasione.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


OTRA VEZ MARZO NOS ENCUENTRA

Otra vez marzo nos encuentra,
es de nuevo primavera,
otra vez con sus cielos leves,
la tierna luz y la fragancia del viento,
y aquello que nos une,
arcana claridad
antiguo es, y no obstante joven,
dulce temblor de aire
y quieta voluntad del hado
juntos nos mantiene, y marzo nos encuentra,
una vez más es primavera.

 

UN DON ERAS DE LOS DIOSES

Imágenes resurgen en el viento,

nuevo el tiempo regresa,

un don eras para la vista y el corazón

cuando desnudo corrías por el estadio desierto

en las mañanas de Delfos,

alta la frente al viento de abril,

como una pura estrofa

sonreías a los Dioses,

sobre mí feliz

los dulces ojos posabas

más que abril alegres,

en la gran luz de la primavera

un don eras de los dioses... 

 

GRAVE, PERO COMO UNA ARDIENTE MÚSICA

Grave, pero como una ardiente música,
este latir fuerte de tu vida,
y ver reflejada en tu mirada
el alma que ya tuve en mi juventud,

este sentirte himno y ala y luz
en el mundo que divino quieres recrear,
grave a mi corazón
este revivir en ti mi antigua fábula,

pero como una ardiente música.

 


HE VUELTO A SER BELLA...

He vuelto a ser bella
y quizá sea éste mi último otoño.
Más bella que cuando le gusté en el sol,
bella, y vana a sus ausentes ojos,
como una hoja de sombra...
Pero algunas noches,
en el silencio que ya no turba el llanto,
invocada me siento
con desesperada sed
por su boca lejana...

Escrito en Sólo Digital Turia por Sibilla Aleramo

Poemas

5 de junio de 2015 14:05:49 CEST

Salvatore Quasimodo nació en Modica (Ragusa, Sicilia) en 1901 y murió en Nápoles en 1968.
Entre otros libros, ha publicado: Giorno dopo giorno, La vita non è sogno y La terra impareggiabile.

 

 

A UN POETA ENEMIGO
 

Sobre la arena de Gela color de la paja

me tendía de niño a la orilla del mar

antiguo de Grecia con muchos sueños en los puños

apretados y en el pecho. Allí Esquilo exiliado

midió versos y pasos desconsolados,

en aquel golfo árido el águila lo vio

y fue el último día. Hombre del Norte, que me quieres

mínimo o muerto para tu paz, espera:

la madre de mi padre tendrá cien años

en la nueva primavera. Espera: que yo mañana

no juegue con tu cráneo amarillo por las lluvias.

 

 


DE LA RED DEL ORO

De la red del oro cuelgan arañas repugnantes.

 



Y DE PRONTO ANOCHECE

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de pronto anochece.

 



EN LAS FRONDAS DE LOS SAUCES

¿Y cómo podíamos cantar
con el pie extranjero sobre el corazón,
entre los muertos abandonados en las plazas
sobre la hierba dura de hielo, ante el lamento
de cordero de los niños, ante el alarido negro
de la madre que iba hacia su hijo
crucificado en el poste del telégrafo?
En las frondas de los sauces, como ex votos,
también nuestras liras estaban colgadas,
oscilaban leves bajo el triste viento.

 

 

Traducción de Carlos Vitale

Escrito en Sólo Digital Turia por Salvatore Quasimodo

Poemas

25 de mayo de 2015 12:57:36 CEST

 

Traducción de Carlos Vitale

 

Cesare Pavese nació en 1908 en Santo Stefano Belbo (Cuneo, Piamonte) y murió en Turín en 1950.
Entre otros libros, ha publicado: Lavorare stanca, Verrà la morte e avrà i tuoi occhi y La luna e i falò.

 

 

 

 

 

 

 

 

MUJERES APASIONADAS

En el crepúsculo las muchachas descienden al agua,
cuando el mar se desvanece, extenso. En el bosque
cada hoja se agita, mientras emergen cautas
sobre la arena y se sientan en la orilla. La espuma
hace sus juegos inquietos, a lo largo del agua remota.

Las muchachas temen a las algas sepultadas
bajo las olas, que aferran las piernas y los hombros:
cuanto está desnudo del cuerpo. Suben rápidas a la orilla
y se llaman por sus nombres, mirando a su alrededor.
También las sombras sobre el fondo del mar, en las tinieblas,
son enormes y se las ve moverse, inciertas,
como atraídas por los cuerpos que pasan. El bosque
es un refugio tranquilo, en el sol poniente,
más que el pedregal, pero a las oscuras muchachas les agrada
estar sentadas al aire libre, en la sábana recogida.

Están todas acurrucadas, apretando la sábana
contra las piernas, y contemplan el mar extenso
como un prado al crepúsculo. ¿Se atrevería ahora
alguna a tenderse desnuda en un prado? Desde el mar
saltarían las algas, que rozan los pies,
para agarrar y envolver el cuerpo tembloroso.
Hay ojos en el mar, que se vislumbran a veces.

Aquella desconocida extranjera, que nadaba de noche
sola y desnuda, en las tinieblas cuando cambia la luna,
desapareció una noche y ya no volverá.
Era alta y debía de ser blanca deslumbrante
para que los ojos, desde el fondo del mar, llegaran hasta ella.

 


LA CASA

El hombre solo escucha la voz calma
con los ojos entornados, como si un suspiro
le soplara en el rostro, un suspiro amigo
que se remonta, increíble, desde el tiempo pasado.

El hombre solo escucha la voz antigua
que sus padres, en otros tiempos, han oído, clara
y recogida, una voz que como el verde
de las charcas y de las colinas se oscurece al atardecer.

El hombre solo conoce una voz de sombra,
acariciadora, que brota de los tonos calmos
de un manantial secreto; la bebe abstraído,
ojos cerrados, y no parece que la tuviera al lado.

Es la voz que un día ha detenido al padre
de su padre, y a todos los de la sangre muerta.
una voz de mujer que suena secreta
en el umbral de casa, al caer la noche.


TIERRA ROJA…

Tierra roja, tierra negra,
tú vienes del mar,
del verde árido,
donde existen palabras
antiguas y fatiga sanguínea
y geranios entre la grava –
no sabes cuánto traes
de mar, palabras y fatiga,
tú, rica como un recuerdo,
como el campo yermo,
tú, dura y dulcísima
palabra, antigua por la sangre
recogida en los ojos;
joven, como un fruto
que es recuerdo y estación –
tu aliento reposa
bajo el cielo de agosto,
las olivas de tu mirada
endulzan el mar,
y tú vives, revives
sin sorprender, segura
como la tierra, oscura
como la tierra, molino
de estaciones y de sueños
que a la luna se descubre
antiquísimo, como
las manos de tu madre,
el cuenco del brasero.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Cesare Pavese

El amor necesita miradas de terceros

8 de mayo de 2015 13:19:07 CEST

"Debemos buscar un tercero que nos mire, nos envidie y nos reproche. Entre dos personas solas el amor no es posible...". Así se interrumpe uno de los textos más importantes jamás escritos acerca de la pasión amorosa, acerca de su insostenible afán de absoluto, acerca de la totalidad que arranca de cualquier otra realidad: el fragmento Viaje al paraíso incluido en la parte inconclusa de El hombre sin atributos de Robert Musil.

 

Como en el texto musiliano -obra maestra en la obra maestra- también en La tercera persona, de Álvaro de la Rica (Ediciones Alfabia, 2012), la presencia de un tercero en el amor no tiene nada que ver con el rancio ménage à trois ni con ninguna resabiada transgresión erótica. Es la intensidad de un amor total, el absoluto de un amor que, en Musil, necesita de una relajación; tiene necesidad del mundo, de su relatividad y de su banalidad, es decir, de terceras personas que, precisamente porque son extrañas a la incandescente plenitud de Eros, ayudan a encontrar aquella indiferente costumbre cotidiana que no se puede dejar de lado, porque no se puede estar siempre en la cumbre y en el corazón de la vida, en lo esencial, como tampoco se puede permanecer estable en una perfecta tensión mística.

 

Más allá de la incomparable grandeza de Musil, la intensa y potente novela de Álvaro de la Rica afronta con fuerza poética y con sobriedad el tema del amor y de su relación con aquella tercera persona que siempre es el mundo respecto a Eros. Nacido en 1965 en Madrid y profesor en la Universidad de Navarra, Álvaro de la Rica es un escritor agudo y original, autor de ensayos interesantísimos (como uno fundamental acerca de Kafka) y de una novela, como la reciente No te vayas sin mí, que vuelve sobre el tema de la cercanía/lejanía del amor y, además, retoma explícitamente La tercera persona, que se convierte aquí casi en el prólogo de una historia más vasta. Libros invadidos por una profunda humanidad, por una pietas religiosa y desprejuiciada, por un sentido de la sagrada, dolorosa y apasionada condición humana, todo ello expresado con una concisa precisión estilística.

 

La tercera persona se articula en tres partes. En la primera, la historia de dos amantes encuentra un oyente en un casual vecino de mesa en un bistró, aquel "otro" sin el cual nuestras historias no existirían, porque una historia no contada y no escuchada por nadie es como si no existiese. Aquel tercero es el mundo que devuelve como un eco las historias que le llegan; eco que se enreda con las otras voces creando un coro o, por lo menos, un contracanto, un diálogo en el que esas voces, las palabras, los sentimientos y las cosas adquieren un significado posterior.

 

En los dos capítulos que siguen, una mujer le habla a un hombre y el hombre le habla a la mujer de su historia conjunta, de su vínculo estrecho y frágil, del tercero que ha entrado en sus vidas interponiéndose entre ellos.

 

También en estas páginas, como en No te vayas sin mí, Álvaro de la Rica se adentra en los meandros de la existencia en los que, entre los amantes -que querrían ser una sola cosa pero no pueden lograrlo, por causas tanto externas como internas, y que tal vez no resistirían el hecho de ser auténticamente una sola cosa- se introduce alguien o algo que los coloca en un camino que, tal vez, es el humanamente más justo.

 

Il Corriere della Sera, 13 de agosto de 2014.

Traducción al castellano de Victor Balcells Mata

Escrito en Sólo Digital Turia por Claudio Magris

Poemas

8 de mayo de 2015 13:12:10 CEST

GERARDO VACANA

 

 

Gerardo Vacana nació en 1929 en Gallinaro (Frosinone, Lacio), donde reside. Entre otros libros, ha publicado: Variazioni sul reale, Taccuino greco e altri versi y L’orto.En español: Variaciones sobre lo real, La Poesía, señor hidalgo, Barcelona, 2002; Cuaderno griego y otros poemas, El otro el mismo, Mérida, Venezuela, 2007; y La luz muy temprano, Fundación Inquietudes-Asociación Poética Caudal, Madrid, 2012. En catalán: Quadern grec i altres poemes, Emboscall Editorial, Barcelona, 2011.

 

 

 

 

 

 

 

 

 



                                      EXISTIR ES RESISTIR

Existir es resistir.
Siempre.
No sólo al ocupante.

Resistir también en la paz:
a los males al mal.
De por vida.




                        INDECIBILIDAD DE LO VERDADERO

Sólo lo inicial
lo intacto
lo no dicho
es verdadero
es exacto.



                                             SOBRE LA POESÍA

No se niega el sabor
de las castañas. Al contrario.
(Se alcanza con algún esfuerzo:
es preciso pasar
por el erizo y la doble corteza.)
¿Pero por qué negar valor
a las dulces pulpas,
que se ofrecen inmediatas
al disfrute, al mordisco? 



                                             EL MURO A SECO 

El muro a seco detrás de casa
esconde entre piedra y piedra
serpientes y caracoles en abundancia.
Nosotros no lo demolemos,
ni rellenamos los espacios vacíos
con cemento.
Nos persuade su belleza
—todo de piedra viva
y obra de una excelente mano—,
nos quedamos con sabiduría
nutrición y espanto.


 

 

                    EL ACONTECIMIENTO EN BUSCA DE AUTOR

 

El acontecimiento grande o mínimo

pasa por mil bocas distraídas

sufre mil tergiversaciones

pero reclama verdadera atención

busca un paso

entre gente resuelta, indiferente,

llega hasta ti

atenta, inquieta desembocadura

terminal doliente.

 

Por más esfuerzos que haga

tu mente (mente, no mar)

no le devolverá

la original pureza

la inicial, intacta verdad. 

Traducción: Carlos Vitale

Escrito en Sólo Digital Turia por Gerardo Vacana

   El mundo es un espejo donde vamos completando nuestra vida, un lugar donde nos hacemos y nos deshacemos en miradas que vuelven a nosotros, son nuestra infancia, el edén perdido, aquel paraíso que la vida, en su indigencia, nos ha ido negando.

   Crecer es asombrarse, hacer de cada respiración un espacio de reflexión, por ello, la obra de Claudio Magris, ensayista nacido en Trieste en 1938, hombre de gran calado intelectual, catedrático de literatura germánica en la Universidad de Trieste, traductor de Ibsen, Kleist, Schnitzler, creador de El Danubio, El anillo de Clarisa, Otro mar, Microcosmos, Utopía y desencanto o El infinito viajar, entre otras obras, es un viaje por los sentidos, cada lugar que contempla es un paisaje donde vive el recuerdo de una Europa que ha desaparecido para siempre, un espacio que nunca podremos olvidar.

    En El Danubio, la prosa de Magris lo cincela todo, como un buen escultor, nos ofrece el paraíso de los lugares donde ha amado, Praga, la Antigua Baviera, la Selva Negra, todo es un edén por descubrir, el escritor mira y se detiene en cada pasaje, inventa así el mundo, le da forma, esculpe con su prosa un escenario de estatuas intemporales que prevalecen al tiempo, no mueren nunca.

   En Microcosmos, tenemos al prosista que pinta los paisajes que ve, como podemos ver en Café San Marcos, principio del libro, en el fragmento que cito: “El San Marcos es un arca de Noé, donde hay sitio, sin prioridades ni exclusiones, para todos, par toda pareja que busque refugio cuando fuera llueve a cántaros y también para los que carecen de pareja”.

    El lugar para la compañía, pero también para los detalles, de este fino prosista, que hace del ensayo una novela, porque la descripción está cincelada a la página, nos llega con su corporeidad: “La gente entra y sale del Café, a sus espaldas las hojas de la puerta continúan oscilando, una leve bocanada de aire hace ondear el humo estancado. La oscilación tiene cada vez un aliento más corto, un latido más breve. En el humo flotan franjas de polvillo luminoso, espiras de serpentinas se desarrollan lentamente”.

   Hay en Magris un deseo de describir, de que el lector vea cada paisaje, pero no elude la reflexión, la intelectualidad que hay detrás de cada mirada, un eco que persiste en el alma del que viaja, como nos deja claramente en este Microcosmos: “La vejez es una exuberancia caótica; vida que crece destruyendo su propia forma y muere por exceso”.

     En Utopía y desencanto, un libro magistral, el escritor habla de la literatura y de muchos escritores, el libro es un deleite de sabiduría, de saber mirar el mundo, de diagnosticar los problemas que nos asolan, aquello que hemos perdido, ese espacio de tiempo que ya es recuerdo, las voces que ya no llevan ecos, los olvidos que perecen en un rincón, cuando era fácil mirar atrás y hacernos más sabios, algo extraño se nos va, un pasado que nos enriqueció, una estirpe que se ha ido alejando, porque el mundo todo lo fagocita, hasta no dejar nada.

  Su visión de la literatura, en este afán de mirar a la literatura y al mundo, como dos espejos, es muy interesante, porque, según Magris, todo está en ella, en ese afán de envolver lo mejor de nosotros para ser contado: “Hay una irresponsabilidad que la literatura reivindica como su derecho inalienable y que protege de la insoportable seriedad de la vida, de sus deberes y sus atosigamientos, recordando que es necesario asistir a clase, pero también hacer novillos”.

     Es en la literatura donde vive el afán de dibujar otra realidad, donde quepa el sentido del humor, donde lo trascendente no lo sea y donde lo banal pase a primer plano, la mirada del escritor escruta el mundo y lo define, como si fuese un entomólogo.

    Y en El infinito viajar, otro libro esencial, nos dice que el viaje supone el reencuentro consigo mismo, pero también la pincelada necesaria para fundamentar su vida, es el viaje un eco que viene de lejos, de otros que viajaron antes y de otros que lo harán después, en esa simbiosis de mundos que se encuentran, el viaje es un caleidoscopio donde el hombre se mira hacia la eternidad, solo en el viaje uno vive del todo y para siempre, se hace inmortal, porque el viajero conoce que el paisaje lo bautiza y le hace nacer de nuevo, cada país es un nuevo nacimiento, una nueva alborada: “No me basta con viajar solo en la cabeza porque me interesan las personas y las cosas, los colores y las estaciones, pero me resulta difícil viajar sin el papel, sin libros que poner delante del mundo como un espejo, para ver si se confirman o se desmienten recíprocamente. Hay dos tipos de libros que el viajero puede llevar consigo: los escritos por autores que expresan el genuis loci, que lee para comprender mejor la realidad desconocida en la que se adentra, y los escritos por autores llegados desde lejos sabiendo poco, como él mismo, sobre aquellos lugares y que lee para comprender cómo los miraron otros por primera vez”.

     Sin duda, el libro que se lleva en el viaje y el que se va creando en el interior, porque el viaje invita a escribir, pero también a leer, mirar un paisaje nuevo es esculpirlo con los ojos, es darlo forma, para mostrarlo en un cuadro, en una estatua, en una sinfonía o en un papel. El libro nace en el viaje, porque viene de otros libros, se alimenta de ellos y la literatura copia a la vida y la supera, para que la vida sea también literatura a la vez.

    Sin duda alguna, Magris es un gran pensador y un gran prosista, es consciente del derrumbe de la antigua Europa, como nos dejó claro en El Danubio, pero también es el viajero que vive el mundo como un eco de otro tiempo, de épocas pasadas, historiador de un ayer que aún se presiente en las ciudades amadas, pero es, desde luego, el viajero, que se enamora del mundo, porque cree que literatura y vida son la misma cosa, ambas se nutren a la vez, para configurar el paraíso de la página en blanco.

    Acaba de recibir el Premio de la Feria Internacional de Guadalajara por su obra, es un pensador que hace falta, porque reivindica el pasado para entender el presente, porque nos invita a leer para ser más sabios, con sus estudios de los grandes escritores, Hesse, Goethe, Mann, Kafka, Joyce, para dejar huella en los lectores, para que estos sean más cultos también y sepan decir no a la mentira que rodea el mundo. Nada más y nada menos.

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

Albada

20 de marzo de 2015 09:44:54 CET

 

Trabajo todo el día, y por la noche bebo.

Despertado a las cuatro, miro la calma oscura.

Tendrán luz las cortinas, despacio, en sus extremos. 

Miro mientras lo que hay ahí sin duda:

la muerte infatigable, hoy un día más cerca,

que no deja pensar más que de qué manera

y dónde y cuándo moriré yo mismo.

Árido interrogante: pero el miedo

a morirse, a estar muerto,

aterroriza y siempre está encendido.

 

Más luz. La mente en blanco. No por remordimiento

-el bien que no ha hecho uno, el amor que no ha dado,

tiempo arrancado intacto-, ni depresión ante esto

de que una sola vida tarde tanto  

en rehuir sus comienzos erróneos, si es que puede;

sino por el vacío total y para siempre,

la segura extinción hacia la que viajamos

a perdernos del todo. A no estar más aquí,

a no estar en ninguna parte y

pronto. ¿Hay algo peor y más exacto?

 

Es un modo especial de tener uno pánico

que no hay trucos que quiten. La religión lo quiso,

brocado musical y apolillado

creado para hacer como que no morimos,

o ese rollo engañoso de que Un ser racional

cómo puede temer lo que no sentirá,

cuando el miedo -no ver, no oir- es ése,

sin tacto, gusto, olfato, nada con que pensar,

nada que amar o con que conectar,

la anestesia total de la que nadie vuelve.

 

Y así está en el umbral de la visión,

vaho borroso y breve, un frío siempre ahí,

que frena cada impulso hasta la indecisión.

Tantas cosas es raro que ocurran: ésta sí.

Y su conciencia nos encorajina

igual que algo que quema, si nos pilla

sin nadie o sin alcohol. Inútil ser valiente,

es decir, no asustar a otros. La bravura

no libra a nadie de la sepultura.

En la muerte da igual quejica o resistente.

 

Poco a poco hay más luz y el cuarto se percibe.

Simple como un ropero esto que sí se sabe,

que siempre hemos sabido, que no puede rehuirse

ni aceptarse. Tendrá que irse una parte.

Los teléfonos, prontos a sonar, laten mientras

en despachos cerrados; toda la indiferencia

amanece del mundo alquilado y complejo.

Blanco como la arcilla está el cielo, nublado.

Habrá que ir al trabajo.

Van de una casa a otra carteros como médicos.

   

    

 

Traducción de Álvaro García

Escrito en Sólo Digital Turia por Philip Larkin

Canción de amor de J. Alfred Prufrock

13 de marzo de 2015 08:36:08 CET

  

                         Si yo creyese que mi respuesta fuese

                                             para alguien que retornare alguna vez al mundo,

             esta llama dejaría de refulgir,

                                              pero como de estas profundidades,

                                       no volvió nadie vivo, si lo que he oído es cierto,

                    sin temor a la infamia, te respondo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vayamos pues, tú y yo,

cuando la tarde se extiende contra el cielo

como un paciente eterizado en una mesa;
vayamos por algunas calles medio desiertas,

retiros murmurantes

de noches sin descanso en hoteles baratos de una noche

y restaurantes de serrín y cáscaras de almejas[i];

calles que se siguen como un argumento tedioso

de intención insidiosa

que te lleva a una pregunta abrumadora…

Ah, no preguntes “¿Qué?”

Vayamos a hacer nuestra visita.

 

En la habitación las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

 

La niebla amarilla que se frota el lomo con los ventanales,

el humo amarillo que se frota el hocico con los ventanales

lamía con su lengua las esquinas de la tarde,

se paraba en los charcos de las alcantarillas,

dejaba caer sobre su lomo el hollín que cae de las chimeneas,

se resbalaba por la terraza, daba de pronto un salto,

y al ver que era una suave noche de octubre,

se hacía un ovillo junto a la casa y se quedaba dormido.

 

Y es cierto que habrá tiempo

para el humo amarillo que se desliza por la calle

frotándose el lomo con los ventanales

habrá tiempo, habrá tiempo

para  preparar una cara que se encuentre con las caras que uno encuentra,

habrá tiempo para asesinar y crear,

y tiempo para todos los trabajos y días de las manos

que levantan y dejan caer una pregunta en tu plato.

Tiempo para ti y tiempo para mí;

y tiempo aún para mil indecisiones

y para mil visiones y revisiones

antes de tomarse un té y una tostada.

 

En la habitación las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

 

Y es cierto que habrá tiempo

para preguntarse, “¿Me atrevo?” y “¿Me atrevo?”

Tiempo para volverse y descender por la escalera

con una calva en mitad del pelo.

(Dirán: “¡Cómo se le está cayendo el pelo!”)

Mi chaqué con el cuello firmemente levantado hasta la barbilla,

mi corbata, viva y sencilla, pero sujeta por un simple alfiler-

(Dirán: “¡Pero qué delgados tiene los brazos y las piernas!”)

¿Me atrevo

a perturbar el Universo?

En un minuto hay tiempo

para decisiones y revisiones que un minuto deshará.

Pues ya las he conocido todas, las he conocido todas:

He conocido las noches, las mañanas, las tardes,

he medido mi vida con cucharillas de café;

conozco las voces que mueren con una cadencia mortuoria

bajo la música de una habitación alejada.

Y ¿Cómo podría asumir yo?

 

Y ya he conocido los ojos, los he conocido todos –

los ojos que te fijan en una frase formulada,

y cuando esté yo formulado, estirado en un alfiler,

cuando esté pinchado y retorciéndome en la pared,

entonces ¿Cómo podría empezar

a escupir todas las colillas de mis días y manías?

        ¿Y cómo podría asumir yo?

 

Y ya he conocido los brazos, los he conocido todos–

brazos con brazaletes y blancos y desnudos

(¡pero bajo la luz de la lámpara con pelusa rubia!)

¿Es el perfume de un vestido

el que me hace divagar?

Brazos que se posan a lo largo de  una mesa o se envuelven en un chal.

¿Y debería entonces asumir?

¿Y cómo debería comenzar?

.   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .

¿Digo : he pasado al anochecer por calles estrechas

y mirado el humo que sale de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa asomados a las ventanas?

 

 

 

Yo tenía que haber sido un par de poderosas pinzas
que se arrastran por el fondo de mares silenciosos.

.   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .

Y por la tarde, ¡la noche duerme tan plácidamente!

suavizada por largos dedos,
dormida, cansada... o haciéndose la enferma

estirada en el suelo, aquí delante de ti  y de mí.

¿Debería yo, después del té y los pasteles y helados,

tener la entereza de forzar el momento de la crisis?

Pero aunque he llorado y  he ayunado, llorado y orado,
aunque he visto mi cabeza (ya un poco calva) servida en una bandeja,
no soy un profeta – ni es que importe;
he visto titilar el momento de mi grandeza
y he visto al eterno lacayo sosteniéndome el abrigo y reírse por lo bajo,
y, en breve, tuve miedo.

 

Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre las charlas de ti y de mí,
habría valido realmente la pena

haber abordado el asunto con una sonrisa,
haber exprimido el universo en una bola
para hacerla rodar hacia una pregunta abrumadora,

para decir: –“Soy Lázaro que vuelve de entre los muertos,
que vuelve para decíroslo a todos, os lo diré todo”–
Si alguien, poniéndose  una almohada bajo la cabeza ,
dijera: “No es eso lo que yo quería decir en absoluto,
no es eso en absoluto”.

 

 

Y habría valido la pena después de todo,
habría valido la pena,
después de los atardeceres y los rellanos de la puerta y las calles regadas,

después de las novelas, después de las tazas del té, después de las faldas que dejan una  estela al arrastrarse por el suelo
y esto, y cuánto más–
¡ Es imposible decir justo lo que quiero decir!
Pero como si una linterna mágica proyectara los nervios en imágenes sobre una

[pantalla;                                

habría valido la pena
si alguien, colocándose una almohada o quitándose un chal
y volviéndose hacia la ventana dijera:
“No es eso lo que yo quería decir en absoluto,
no es eso en absoluto”.

¡No! No soy el príncipe Hamlet ni nací para serlo;
soy un sirviente noble, el que servirá
para rellenar la trama, empezar una escena o dos,
aconsejar al príncipe; sin duda una herramienta fácil,
deferente, contento de ser útil,

político, cauto y meticuloso
lleno de frases elevadas pero un poco obtuso;
a veces, la verdad, casi ridículo–
Casi, a veces, el necio.

Me hago viejo...Me hago viejo…

el pantalón por abajo me lo pliego

¿Me echo el pelo hacia delante? ¿Me atrevo a comerme un melocotón?
Me pondré pantalones blancos de franela y caminaré por la playa.
He oído a las sirenas cantarse unas a otras.

 

No creo que me canten mí.

 

Las he visto subidas en las olas dirigiéndose al mar,
peinando el pelo blanco de las olas revueltas con el viento
cuando sopla en el agua y la vuelve en blanco y en negro.

Nos hemos quedado en las cámaras del mar
junto a chicas marinas con collares de algas marinas marrones y rojas
hasta que las voces humanas nos despiertan y nos hundimos.

 

 

 

 

 

(Traducción de MARÍA JOSÉ CARRASCO)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



N del T:

El verso original es: “And sawdust restaurants with oyster-shells” pero hemos creído oportuno traducirlo por y restaurantes de serrín y cáscaras de almejas” ya que las ostras en tiempos de Eliot eran un alimento muy común que solían comer los pobres, como afirma Dickens a través de su personaje Sam Weller en  Los papeles póstumos del club Pickwick:La pobreza y las ostras  parecen ir de la mano”.

  El verso original describe un restaurante barato, donde hay serrín en el suelo para absorber  las bebidas que la gente probablemente derramara en el suelo o incluso para los que escupían y en el que la gente tiraba las cáscaras de las ostras al suelo. Hoy esto confundiría mucho al lector porque las ostras son generalmente un símbolo de lujo y sofisticación, todo lo contrario de lo que expresa el texto original.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por T.S. Eliot

En busca del paraíso. Gentes de ningún lugar

17 de febrero de 2015 10:07:45 CET

 

   El periodista afincado en Teruel, Francisco Javier Millán, fiel a su cita con el Festival Internacional de Cine Guanajuato GIFF, en México, de cuyo Consejo Consultivo es miembro, nos presenta su obra Un mundo de alambradas. Desplazados: cine y realidad, editado por el mismo Festival, con la colaboración del Gobierno del Estado de Guanajuato, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) y la Fundación Expresión En Corto. Se trata de un riguroso ensayo, que como todos sus anteriores, aúna rigor científico, fluida escritura, amenidad y, sobre todo –verdadera seña de identidad de los escritos de  Millán-, compromiso social, en el que nos invita a conocer cómo el cine ha tratado el tema de los desplazados a lo largo de la historia con la finalidad de abrir una reflexión, personal y colectiva, sobre cómo se puede encarar el problema en la sociedad actual.

   El libro, magníficamente editado, presenta un apoyo gráfico valioso consistente en fotogramas extraídos de algunas de las películas comentadas, y cuenta además con la participación del fotógrafo francés, afincado en México, Philippe Perrin, quien además de la portada, ilustra el inicio de cada capítulo con fotografías alegóricas a la soledad y los desplazados, pertenecientes a la serie Lejano adentro, exhibida en diferentes salas de exposiciones.

   En su estudio, Millán utiliza el termino “desplazado” en el más amplio sentido de la palabra y comprende desde  aquellas personas que huyen por las guerras y persecuciones de toda índole -políticas, ideológicas, étnicas o religiosas-, hasta quienes se ven afectados por todo tipo de catástrofes naturales, pero también se refiere con él a todos aquellos que se marchan del campo a la ciudad dentro de su mismo país, e incluso a los afectados por el fenómeno contrario, mucho más reciente en las sociedades desarrolladas, de regreso al medio rural, como intento de garantizarse un medio de vida más humano.

   Javier Millán va de lo local a lo universal, desde lo próximo e inmediato, su tierra –Teruel-, al mundo globalizado en el que vivimos. Los primeros capítulos están dedicados a analizar cómo el desplazamiento forzado de las personas ha estado siempre presente en la historia de la humanidad, y de qué manera las religiones, o el uso manipulador de las mismas, contribuyen a ello. En este sentido, se nos recuerda que Adán y Eva podrían ser considerados como los primeros desplazados de la humanidad.

   Millán conoce Teruel y su provincia a la perfección, no en vano reside y trabaja en ella desde hace ya más de 20 años. Por desgracia, él sabe bien que se trata de un territorio que ha conocido en el último siglo el drama de los desplazados, primero durante la guerra civil española y después debido a la emigración por causas económicas, que ha situado a este territorio entre los más despoblados del continente europeo, por lo que se convierte en un magnífico microcosmos del problema planteado que le sirve al autor como punto de partida, para desde lo próximo extender sus observaciones al resto del mundo. De igual forma, la mirada cinéfila de Millán abarca desde la filmografía del calandino universal, Luis Buñuel, del que es uno de los mayores expertos, hasta directores de las cinematografías más recónditas y desconocidas del resto del planeta, en un alarde de ejemplificación tan exhaustivo como agudo en su análisis.

   A continuación se abordan algunos conflictos bélicos del siglo XX –Segunda Guerra Mundial (con especial atención a Polonia y al holocausto judío), Guerra Civil española,  Revolución Mexicana, antigua Yugoslavia  y los todavía no resueltos problemas del pueblo Kurdo, Palestina, Afganistán, Siria, etc., marcados todos ellos por grandes desplazamientos de personas.

   Prosigue estudiando los fenómenos migratorios y sus causas (tanto políticas, como sociales, económicas etc.), y los refugiados medioambientales debidos a fenómenos de todo tipo, analizando en profundidad el fundamento final de todos ellos: el cambio climático.

   Por último, se observa el fenómeno de los desplazamientos forzados en América Latina desde diferentes ángulos, tanto los causados por los conflictos armados (golpes de estado de Chile y Argentina, y sus consecuencias de represión y exilio) y las desigualdades sociales, como los que son por motivos políticos (balseros cubanos, entre otros) o por la violencia de la delincuencia organizada y el narcotráfico.

   Un mundo de alambradas es una propuesta tan interesante como comprometida que, como hemos anticipado, a pesar de que son cientos las películas comentadas y analizadas, no se queda en modo alguno en la mera erudición, sino que denuncia el problema y obliga al lector a pensar soluciones en aras de mejorar nuestro mundo.

 

Francisco Javier Millán, Un mundo de alambradas. Desplazados: cine y realidad, León, Festival de Cine de Guanajuato, 2014.

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Villalba Sebastián

Las palabras...

17 de febrero de 2015 10:01:33 CET

En memoria de los estudiantes de las Escuelas Normales Rurales

asesinados por gobiernos y autoridades municipales, estatales

 y federales a lo largo de los años, los últimos en

septiembre de 2014

 

 

 

 

 

 

 

—En otros tiempos la fortuna era la secuela del poder. Hoy el poder es la secuela de la fortuna. Desde el Gengis Khan a Julio César, Alejandro Magno o Napoleón -pasando por los grandes señores aztecas, los hombres con mando y poder, ya fuese por herencia o por conquista, tuvieron a su alcance lo que quisieron. Usando términos actuales: eran ricos.

—Pero su riqueza era una consecuencia del poder. Su ambición fue el poder; gobernar y tener a los pueblos bajo su mando. No soñaban con el oro, aunque lo saquearan y acumulasen en sus victorias. Necesitaban el oro para pagar a los soldados, para mantener sus ejércitos y algunos reyes usaban la riqueza para impresionar a los súbditos y a los embajadores extranjeros con ceremonias fastuosas. Pero la mayoría de los grandes conquistadores pensaban más en el mando que en la riqueza.

Vio la incomprensión en los rostros de algunos alumnos y la duda en otros y añadió:

—Otro día les hablaré de Julió César, Alejandro y Gengis Khan.

Su pasión por las letras y las palabras le había dado conocimientos que estaban muy por encima de escuelas como la suya. Varias veces le ofrecieron ser profesor de una preparatoria en la capital del Estado, pero prefirió seguir con los suyos.

Sabía que nombres que se le escapaban, como Julio César o Gengis Khan, eran insólitos en las escuelas Normales Rurales, porque él mismo había sido alumno de una de ellas, la "Isidro Burgos", de Ayotzinapa. Orgulloso de su piel oscura, orgulloso de ser indio, y de facciones recias, labradas en el rostro, como las de sus alumnos y, como ellos, campesino hijo de campesinos. Pero así como algunos se apasionan por las peleas de gallos, por las carreras de caballos, por las mujeres, o por sepa Dios qué, él se apasionó por las palabras y sus significados. Pasaba leyendo o estudiando el tiempo en que otros jugaban o descansaban. Trabajó desde pequeño en el campo, como los demás niños de su ranchería, y ayudaba en la casa cuidando a sus hermanitos más chicos, Pero si tenía un tiempo libre, o uno de los cabos de vela que le regalaba un amigo monaguillo, en lugar de jugar con los demás, se concentraba en los papeles que tenían letra impresa. Un profesor de primaria, viendo su interés en aprender, le ayudó, le enseñó a utilizar las bibliotecas y le recomendó y prestó libros.

Ganó dos becas consecutivas y se graduó en la Normal Rural de Ayotzinapa (de aquellas que hizo Tata Lázaro para los campesinos) e hizo la Prepa en la universidad del Estado. Sus conocimientos estaban muy por encima del profesor rural que era. Miró a sus alumnos con simpatía, con cariño porque había vivido sus vidas y sabía lo duras que eran. Y siguió hablando:

—Al contrario de la antigüedad, hoy es la riqueza la que lleva al poder; las más grandes fortunas del mundo de hoy, que dominan y manejan a la humanidad, no lograron tan enorme poder con victorias militares, sino manipulando la ambición de unos y la necesidad de otros. Y su origen se debe a factores muy diversos y complejos, como la diferencia entre lo que cuesta un producto en materiales y mano de obra y el precio al que se vende. Pero antes de que alguien se diera cuenta de esa diferencia, los que hacían, (con su trabajo personal y ayuda de algunos familiares o vecinos) las cosas que se necesitaban para vivir, como casas, ropa, muebles, sillas de montar, carretas, espadas y mil cosas más, se cansaron de ser propiedad de los amos, los "nobles", como si fuesen cosas o animales. El abuso del poder creó la ira de los artesanos y sus obreros contra la injusticia. Y estalló y triunfó la Revolución Francesa.

Un alumno había levantado la mano en una de las primeras filas:

—Profesor usted nos habló del mando como orígen de la riqueza. Y en México de hoy, ¿Cuál es el origen de la riqueza?

—Salvo muy pocas excepciones aquí en México es la corrupción, la sucesiva corrupción de los gobiernos posteriores a la Revolución, la base de la riqueza. Aquí se llega a un puesto político como clase media baja y se sale millonario. Unos roban directamente del dinero del erario y otros de manera indirecta, dando contratos de obras públicas a empresarios que les dan su parte de lo inflado de esos contratos con regalos fastuosos, como una casa en las Lomas o automóviles que valen un millón o más ded pesos. Para esa realidad que, poco más o menos, parte de la toma del poder por Calles y Obregón y llega hasta hoy (con la sola excepción de Lázaro Cárdenas) se necesita la complicidad y la aquiescencia de todo el grupo en el poder, llamese PNR, PRM o PRI, y la de un pueblo cómplice y agachado que en el fondo, aunque no lo confiese, aspira a alcanzar la fortuna mediante la corrupción. Y ese grupo, ahora llamado PRI, necesita y tiene el visto bueno del gobierno de Washington que, merced al gobierno actual, controla los recursos naturales de México, como el petróleo, la minería y otros.

Los rostros oscuros, como el suyo, de facciones recias, talladas con surcos rectos y duros, hijos y nietos de campesinos, le escuchaban con gran interés. Sus abuelos habían sido peones antes de la Revolución y fueron ejidatarios cuando Cárdenas repartió las tierras. Y ahora, esas tierras, a las que estaban enraizados, como el maíz, como el frijol, como la vid, tenían que defenderlas de engaños que les inducían a venderlas por mucho menos de su valor.

Los que no se dejaban engañar eran presionados, amenazados, o asesinados para quitarles sus parcelas y hacer centros de recreo, hoteles, o riberas, más o menos mayas, que atrajesen al turismo, o interesaran a compañías mineras. Aunque para eso fuese necesario robar el agua a los yaquis, invadir centros ceremoniales indígenas o expulsar de sus pueblos y de sus tierras a los indios para que inversionistas extranjeros ganen millones.

Cuando todavía era niño, y aprendió castellano para ir a la escuela, nació su amor por las palabras, las de su lengua nativa que le parecía muy bella, el otomí, un secreto precioso al que sólo tenían acceso sus padres, sus hermanos y los vecinos de la remota ranchería en que nació. Aprendiendo como se decía la misma cosa en castellano y en otomí comenzó su interés en las palabras y en su significado.

Y, como amante y respetuoso de las palabras, le producían náuseas los discursos de los políticos, estructurados con expresiones vacías de su verdadero significado y convertidas en vocablos sin contenido. Usaban las palabras –pensaba- con el mismo cinismo e indiferencia con que, en los mítines de sus campañas electorales, sin amor, sin empatía y sin interés humano, levantaban en brazos a niños humildes para mostrar ante los fotógrafos su gran amor por el pueblo. Las palabras de nuestros políticos no tienen valor, son mentiras, las escupen, no las dicen.

El profesor sabía mucho de las vidas humanas que jamás saldrán en páginas sociales de bodas o bautizos, y también de esos exponentes de la bajeza moral, que ocultan que su padre fue obrero y desprecian a los indios. Sabía, como sus ancestros, como sus alumnos, que para los indios la palabra "riqueza" sólo identifica hacendados, políticos o ladrones de cuello blanco.

El significado de las palabras le atrajo desde que aprendió, poco a poco, qué eran las lenguas y con frecuencia se sorprendía pensando en ello, a veces en otomí, pero más a menudo en español, porque era el idioma que estaba aprendiendo. Alguien tocó con los nudillos en la puerta del aula, la abrió y entró al salón; era un alumno de la normal rural de Ayotzinapa.

—Perdón maestro, dispense que interrumpa, pero vamos a protestar por los asesinatos de Tlatlaya y vengo a invitar a los compañeros y a usted a que nos acompañen.

México estaba indignado por la ejecución de dos estudiantes y 22 civiles por el ejército, después que se habían rendido. Se decía que eran narcotraficantes y quizá lo fueron pero, con rarísimas excepciones, los miles de muertos que el gobierno mexicano siempre atribuye al narcotráfico, son gente del pueblo humilde.

—Pués vamos todos, –dijo el maestro levantándose- no podemos aceptar mansamente que nos sigan asesinando los presidentes municipales, los gobernadores o los gobiernos federales, aunque la justicia en México es una palabra casi siempre vacía.

—Los compañeros han tomado camiones para que nos lleven a Iguala. Vengan conmigo, están cerca.

Profesor y alumnos salieron de su salón y comenzaron a caminar hacia la carretera. El maestro pensaba en las palabras mientras caminaba; sabía a dónde iba y era muy consciente de porqué iba.

Recordaba que su abuelo Herminio (que a los catorce años, había luchado con Emiliano) le contó de Benito Juárez, indio que a esa misma edad sólo hablaba zapoteco, su lengua, como la de ellos era el otomí, y que llegó a ser presidente de México.

No tenía nada contra los que no eran indios, soñaba con un México de trato parejo para todos, pero tenía una amargura ya de años: ¿de qué le sirvió tanto estudiar si las Normales Rurales no interesaban a los gobiernos, que querían acabarlas porque enseñaban sus derechos a los campesinos?

Se sabía un animal extraño: un indio enamorado del lenguaje. Hablaba bien el otomí y el castellano, pero soñaba con aprender otras lenguas, incomprensibles al principio, pero que llegaría a entender estudiándolas. Su pasión era la lingüística, el significado de las palabras, pero, ¿hasta dónde se puede llegar siendo profesor de una Normal Rural en Ayotzinapa?

Caminaba por la carretera con sus alumnos, pidiendo justicia por los asesinatos de Tlatlaya, pero también pensando en cómo solicitar un mayor presupuesto para las Normales Rurales, que carecían de todo.

Mientras marchaba iba recordando que los normalistas de Ayotzinapa han sido reprimidos muchas veces, y algunos muertos, en la interminable lista de asesinatos cometidos por los gobiernos de México que han quedado impunes. Y los fue recordando, como ejercicio de memoria:

Ignorando los del porfiriato (Cananea y Rio Blanco, por ejemplo) y hablando sólo de los más importantes posteriores a la revolución, los crímenes políticos son parte habitual de la vida en los estados.

Los presidentes municipales generalmente solapan algún homicidio cuando el autor intelectual es un diputado o senador de su paretido. En algunos estados los gobernadores ordenan eliminar físicamente a opositores demasiado imprudentes.

Pero cuando el Presidente cree que el sistema peligra, sea o no acertado su temor, no hay freno. Ese fue el caso de Diaz Ordaz en 1968 y después el de Salinas de Gortari y Zedillo.

La estructura del poder en México, pensó el maestro, está bajo el signo de Huitzilopochtli y es indiferente como el sumo sacerdote haya llegado al poder; si por la violencia y la sangre, como Victoriano Huerta, o por la ambición de mando, como Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles (recuerdo a Serrano y los suyos, en Huitzilac o a los vasconcelistas más tarde) o mediante la manipulación de las elecciones y el fraude electoral, como Gustavo Díaz Ordaz, Tlatelolco en 1968, de 100 muertos para arriba; Luis Echeverría, 10 de junio de 1970, 125 muertos; Zedillo, 28 junio 1995, Aguas Blancas, 17 muertos; Zedillo: Acteal, Chiapas, 22 de diciembre 1997, 45 muertos, incluyendo mujeres y niños, en una iglesia.

Y ahora, pensó, la de la de Tlatlaya por la que estamos caminando, además de los asesinatos individuales de dirigentes obreros y campesinos y periodistas de los estados.

Sacudió esos pensamientos al tiempo que, instintivamente, sacudió la cabeza. Y pasó a su pasión: los giros del idioma castellano; cómo una letra o una coma pueden cambiar el sentido de una frase. Sus amigos se reían de él diciéndole que mejor que de las palabras se enamorase de una joven bonita y con buenas curvas y gozaría mucho más que con un abecedario.

Le gustaba poner en duda si alguien dice una cosa u otra. Por ejemplo, hay una canción de José Alfredo Jiménez que dice: "Y me iré con el Sol, cuando muere la tarde". Y pensaba: si se va con el Sol, se va al atardecer, pero si se va como el Sol, solo toma del Sol la forma de irse, la manera de irse, se va a ir como el sol se va al atardecer, pero no necesariamente a la misma la hora.

La manifestación avanzaba por la carretera y el maestro seguía lucubrando con las palabras. Recordó a los cantantes que tergiversan las letras populares deteriorando la sutileza del humor popular mexicano: hay quienes –se dijo- cambian el corrido de la cárcel de Cananea y en vez de decir: "me llevaron a Agua Prieta a ver si me conocían, ninguno me conoció, del miedo que me tenían" dicen "me fui para l’Agua Prieta a ver si me conocía y a las 11 de la noche me agarró la "polecía". O en lugar de "como a un hombre de delito todos con pistola en mano" (no entienden que ese "como" encierra todo el sarcasmo del pueblo mexicano, el mismo humorismo agrio de la suerte que tuvo Rosita Alvírez porque de tres tiros que le dieron nomás uno era de muerte) cantan: "por ser hombre de delito..etc." aceptando la culpabilidad…Y anulando el humorismo.

Un alumno a su lado le dijo:

-¿En qué piensa, maestro? Hace rato que lo veo muy abstraído.

- En nada importante, cosas del idioma.

-Pues yo siento como si tuviese un mal presentimiento…

-¿Cómo qué?

-Es que estaba acordándome de Tlatelolco el 68.

El profesor se detuvo, palideció y fijó su mirada en los ojos del muchacho, en un reflujo ancestral e instintivo, frecuente en la gente del campo, que ha vivido su infancia en la naturaleza, donde no hay más subterfugio que la imaginación, y le dijo con voz indecisa:

-¡No seas ave de mal agüero!

-Pues, maestro… Pensaba en el 10 de junio y los que desaparecieron en Iguala.

El profesor se rehízo:

-No hay que ser así, quienes piensan con miedo, tienen miedo…

-Maestro, este es nuestro México, aquí hicimos la Revolución.

-Sí, unos cuantos. Como ahora, sólo unos cuantos. Los demás sólo protestan no con las manifestaciones, sino contra ellas cuando les estorban. La mayoría son muy machos, pero en la cantina.

-¿Y el que es valiente en la cantina, no lo es en otra parte?

-No es lo mismo. Cualquiera brinca si le insultan y más si es en público. Pero el valiente de verdad lo es en frío. El cobarde es el que borracho se enfrenta al mundo, porque "es muy macho". Tiene que haber un matiz, una forma de distinguir….

Llegaron a los camiones; profesores y alumnos subieron. Arrancó el camión y rodó. El profesor nunca llegó a saber cuánto tiempo había pasado desde que entraron al vehículo.

Súbitamente, el mundo hizo explosión. La Tierra estalló. Hay un momento en algunas historias individuales, en el que el mundo estalla: cuando la muerte llega sin avisar y con estruendo. Y también avisando, cuando el estruendo es ya tan enorme, tan desproporcionado, tan canalla, que es imposible de explicar. Como en España en la batalla del Ebro. Como en Rusia en Stalingrado. Como en Dresde, con el bombardeo aliado de fines de la guerra. No revienta el mundo con las bombas nucleares, no para los homínidos víctimas, que ni se enteran. Pero sí revienta cuando un grupo de personas, más o menos numeroso, es de pronto atacado a muerte. Para ellos, para los que sufren el premeditado asesinato colectivo, el mundo hace explosión en ese instante. No importa qué pasa en Picadilly, ni en la Vía Veneto, ni en la Gran Vía Diagonal, ni en el Zócalo. Para los que están allí, en ese momento, el mundo estalla, revienta, se vuelve el infierno.

Por eso hablé de historias individuales: de cuando los seres humanos ven cómo los asesinan.

Y detrás de cada una de estas explosiones siempre hay un canalla que queda en la historia, aunque esté lejos, aunque no lo vean las víctimas. Y en todo el mundo la historia les identifica: Atila, el Voivoda Dracul, Hitler, Franco, Stalin, Videla, Bush, Pinochet y la lista sería muy larga. Pero en México no. Aquí resulta que los culpables son dos o tres asesinos de tres al cuarto, siempre profesionales del delito, de nivel muy menor, narcotraficantes que, por una misteriosa razón de fenómeno paranormal, se dedican a asesinar estudiantes.

Y así, para el profesor y sus alumnos, ese día que usted sabe, el mundo hizo explosión en el Estado de Guerrero.

Desde ambos lados de la carretera les disparaban con fusiles y con pistolas. Los estudiantes caían y los agresores brotaban, disparando, de entre los matorrales más allá de las cunetas.

El profesor alcanzó a reconocer a uno de ellos, era pistolero del gobierno, paniaguado de todos los gobernadores, los demás eran policías y más lejos creyó ver algunos soldados. De pronto se dio cuenta de que estaba en el suelo y sangrando. A su lado, muerto, estaba el estudiante que le habló del mal presagio. Pero el maestro no se dio cuenta de que estaba muerto y le hablaba:

—¡Ya lo sé! Ya lo encontré, la clave, está en un corrido…

Algunos hombres de uniforme, que venían con los asesinos o eran parte de ellos, llevaban cadáveres a camiones y otros perseguían a los que venían a pié, detrás de los camiones, que corrieron desde los primeros disparos.

-¡Ya lo encontré! –seguía el profesor, hablando al estudiante muerto mientras él mismo se desangraba.

Se diría que el haber encontrado lo que fuese le daba fuerzas y le mantenía con vida, porque tomó aliento y siguió con el mismo tono que empleaba en la escuela:

-La letra original, la antigua, del Corrido del Norte, en la parte aquella de "Yo fui uno de aquellos dorados de Villa"…. no dice, como los cantantes de cantina: "de los que NO dimos valor a la vida"… esos son los disfrazados de valientes, los "muy machos".

Se ahogó, vomitó sangre y repitió:

-¡Muy machos! A la vida hay que darle su valor, pero hay que tener muchos tompiates para luchar por la libertad y la justicia; más que para gritar en una cantina y muchos más que para morir en una riña callejera, porque la decisión de luchar por la libertad se toma "en frío", se necesita convicción y no exaltación pasajera..

Pareció que se ahogaba, tosió sangre, pero seguía hablando, con dificultad, como el que habla con la boca llena, la suya llena de sangre.

—La letra auténtica del Corrido del Norte, la de los hombres de verdad dice: "Yo fui uno de aquellos dorados de Villa, de los que le dimos valor a la vida" ¿ves? –se dirigía al cadáver del estudiante- Lo que le da valor a la vida es luchar por algo que valga la pena, luchar por la libertad, contra las tiranías, contra los poderes que abusan del pueblo…

Y siguió, medio inconsciente:

—¡Aquello fue bueno, muy bueno! Pero los que en 2014 le dan valor a la vida no son los dorados de Villa, no, ya no, ya están muy lejos.

- Tosió arrojando sangre, se irguió y levantó el tono:

—¡Son los estudiantes de Ayotzinapa!... y antes los de Tlatelolco y mañana…

"De los que a la guerra llevamos nuestra hembra, de los que morimos amando y cantando, yo soy… de ese bando"

Uno de los sicarios que revisaban y recogían los muertos oyó algo, se acercó y deshizo la cabeza del profesor con una bala calibre 45.

Luchar y morir amando y cantando. Está dicho todo.

 

14 de octubre, México, 2014.

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Miguel de Mora

César Simón: una mirada sentimental hacia la vida

9 de febrero de 2015 08:27:29 CET

         César Simón nació en 1932 en Valencia, pero pasó su primera infancia en Villar del Arzobispo, localidad a la que pertenecía su familia materna.

      Su padre fue Manuel Simón Berenguer y su madre Carmen Gordo. A la madre de César se le ofreció la posibilidad, cuando las tropas republicanas salieron de Villar del Arzobispo, de mandar al niño a Rusia, pero su madre se negó.

       Fue un niño abocado a las letras, un hombre persuadido por el espíritu del lenguaje, por la belleza de las palabras. Estudió en Las Escuelas Pías, primero, luego, en la Academia Castellanos y, por último, en los Hermanos Maristas.

       Conoció, en 1948, cuando César tenía dieciséis años, a su primo Juan Gil-Albert, el cual volvía del exilio. Su figura y su talento fueron ya influencias decisivas a lo largo de su vida. Gracias a Gil-Albert, conoció el joven poeta valenciano a Jaume Vidal, Xavier Casp, Pedro de Valencia, Genaro Lahuerta y Ramón Gaya, entre otros.

      Establece contacto con la hermana de Gil-Albert, Tina, madre de la que será más tarde su mujer, Elena. También conoció a Feli López, ama de llaves de la familia Gil-Albert, por la que sintió un gran cariño.

       Todo este repaso biográfico es necesario para entender que la figura y el pensamiento de César Simón estuvo marcada por una infancia donde se desarrolló la Guerra Civil, por una juventud donde conoció a un gran escritor, de su estirpe familiar, el cual marcó decisivamente la trayectoria de su obra.

       Todo ello, sirve para entender la hondura de la voz del poeta valenciano, uno de los de mayor talento y de pensamiento más profundo de su generación.

        Fue un hombre de gran sentimentalismo, un ser de mirada verdadera y un espíritu reflexivo. Sobre su obra gravitan temas esenciales como el paso del tiempo, la muerte, el amor efímero, el fracaso de la comunicación con el otro, la conciencia como fatalidad en la vida del hombre, etc.

         De sus años de profesor de Instituto le quedaron amigos como Arcadio López Casanova y Pepe Mas, entre otros. De su experiencia docente en la Universidad de Valencia nació su gran amistad con profesores y poetas de la talla de Pedro J. de la Peña, Jenaro Talens y Guillermo Carnero.

         Como podemos observar, el mundo de César Simón estaba lleno de referencias artísticas, envuelto en una atmósfera de creación.

         Para Guillermo Carnero, el ensimismamiento es un tema clave en el poeta valenciano (en mi opinión, fue un tema que le persiguió toda su vida). Lo dice en el número de El Mono-Gráfico dedicado a él: “Ese ensimismamiento era la manifestación externa de la realidad, de su segregación de ella, y al mismo tiempo de su repugnancia a sustituirlas por quimeras o paraísos en los que no creía” (Guillermo Carnero, El Mono-Gráfico, Valencia, 2003, pp.27-28).

       Cita Carnero, al final del artículo, el poema “Frente al balcón” perteneciente al libro de poemas Extravío, donde el poeta plasma una mirada que revela la hondura de las cosas, pero también la certidumbre de ser miradas sólo en la conciencia, interiorizando su ser, en lo más profundo de sí mismo.

       Comento  unos  versos  de  este poema: “El vacío, mi fiel y noble pulso / mi

saliva y mi propio corazón, / mi calor y mi temperatura, / mi secreto: el silencio” (vv. 8-11)-

        Magnífica forma de expresar al ser que se afirma en su  conciencia, el vacío expresa el absurdo de la vida, la saliva y el corazón son pulsaciones de su ser, lo que le condena al cuerpo, a una existencia real. El calor es metáfora de su hálito humano y la temperatura es espejo de su arraigo a la tierra y, por último, el silencio, ensimismamiento, búsqueda del ser en el no ser, extrañamiento de su ambigua condición humana.

        El poema termina de forma magistral y nos confirma que el poder de mirar es un impulso creador, quizá el único que nos mantiene en pie, que nos salva de la nada en que habitamos al vivir: “Ah, delicadamente, entonces, contemplé de nuevo el balcón, / el pálido sol del muro, las oscuras plantas, / mi cuerpo milagroso en un instante / del mundo: la mirada” (vv. 12-16).

       Nos llama la atención el adverbio “delicadamente”, lo que nos demuestra la sensibilidad inherente en el poeta, el cual llega a las cosas con sigilo y con tacto.

La presencia del balcón (nos recuerda, sin duda,  a algunos poemas de Brines, que reflejen muy bien el abismo entre el espacio interior y el exterior), la antítesis entre la luz: el sol tenue (pálido) y la negrura: “oscuras plantas”. Y, como era de esperar, la certidumbre del cuerpo, como si el poeta se viese a sí mismo (ensimismado) en el cotidiano acto de vivir, sorprendido del milagro de respirar, de habitar en un cuerpo: “mi cuerpo milagroso en un instante” y, naturalmente, la mirada, potencia que hace posible la efímera felicidad de sentirse vivo.

         César Simón logra en “Frente al balcón” una rara perfección y nos ofrece todo lo que para él es la vida: sorprenderse ante el acto de respirar.

          Considero que Extravío es uno de sus libros más logrados, un libro donde el poeta descubre su profundo sentimiento por estar vivo. En las Elegías (I,II y III) aparece el mar, metáfora de la vida que transcurre sin clemencia, el jardín, espacio de la felicidad, el sol, poder luminoso (en la estela de aquellos pintores que impresionaron a través del color) que alivia la mirada por la blancura que nos deja (el alba) pero nos hiere al ir muriendo (el crepúsculo).

          El prestigioso poeta y crítico Ricardo Bellveser escribió en El Mono-Gráfico un artículo dedicado al primer César Simón, y llama la atención en la insistencia, como hizo Carnero, en la mirada del poeta: “Se añade la mirada del poeta quien se nos presenta como un delator confundido en la muchedumbre, que pasa inadvertido a la policía, pero está ahí, a nuestras espaldas “Os contemplo”, amenaza inquietamente y anuncia grave: “Soy. Y lo sé. Os miro” (Ricardo Bellveser, El Mono-Gráfico, Valencia, 2003, p. 33).

        Para Bellveser, Simón vive en la mirada, se manifiesta en el poder de contemplar a los otros, pese a que su poder pueda parecer ínfimo no lo es, es su manifestación más contundente de estar en el mundo. Se refería, con estas certeras palabras, al tercer libro del poeta valenciano, titulado Estupor final.

        Pero también constata la presencia del mar en su primer libro, Pedregal, cuando lo relaciona con la muerte  y la vida, inmerso este antagonismo en la  tradición clásica de la poesía española.

       El mundo de César, su enorme humanidad, fue muy bien vista por Teresa Garbí en “Apuntes sobre César Simón” en el citado número de El Mono-Gráfico, cuando dice acerca de su compenetración con la Naturaleza, con su universo cercano lo siguiente: “Y era tal la humanidad de los paisajes que amaba que los quería poblados de animales, sobre todo de perros, cuya mirada y gestos, como sabemos, nos hacen sentirnos humanos y acompañados” (Teresa Garbí, El Mono-Gráfico, Valencia, 2003, p. 65).

     Cuenta en este artículo que César, pleno de humanidad, recogía perros abandonados. Para él, sin duda alguna, lo más sencillo era lo más profundo y despreciaba aquello que llegaba con facilidad: el halago hipócrita, el dinero inmerecido, etc.

      No en vano, uno de sus libros más estremecedores en prosa fue Perros ahorcados (Pre-Textos. Valencia, 1997), donde César nos habla de la vida, de su casa, del campo, de las cosas verdaderas y, por supuesto, del amor por los perros, por su cercanía y por el afecto que le producían: “De pronto, he sentido detrás de mí un rumor y he vuelto la cabeza. Un perro grande, pastor alemán casi blanco, ya me lamía la mano. No me he asustado. He dejado que me husmeara muy cariñoso, encaramándose a mi pecho con sus manos” (p. 10).

      El hombre y el animal establecen una comunicación profunda, basada en la mirada y en la confianza, al igual que el caballo lo será para un gran amigo de César y poeta también, Pedro J. de la Peña, cuando nos regale los maravillosos versos de su Poesía Hípica, un canto de amor entre el hombre y el caballo como muy pocas veces ha producido la literatura.

       Merece la pena comentar unas palabras de Marcos Ávila del citado Mono-Gráfico y de su artículo “Al correr del tiempo”, cuando dice acerca de César: “Sí, César Simón era un poeta de ahora, de los pocos de verdad que son poetas, alguien que escribía desde el no saber, desde la búsqueda, y por eso tuvo algo que decirnos entonces y sigue teniendo algo que decirnos ahora que ya no somos el joven, pero sentimos aún más dentro el sentido de libros suyos como el titulado Erosión”.

       La palabra de César no muere, nos dice Ávila, sigue presente, latiendo en sus amigos  y en cada uno de los lectores que nos adentramos, entregados, en sus versos apasionados-

         ¿Y el amor? Tema indudable en su obra, fuego que no ha de morir nunca, porque vive en el momento en que triunfó la pasión amorosa. Lo refleja muy bien el poema “Cuando amas” de Extravío: “Permanece un silencio cuando amas. / Escucha al fondo / la vastedad de la respiración, / la gota de agua y el rumor del viento” (vv. 1-4).

        El amor, en estos versos, lo es todo, hay que callar para sentir que es lo más hondo y verdadero que poseemos, la culminación de nuestra ambición humana, la forma de sentirnos realmente inmersos en el mundo, en un momento pleno donde no existe conciencia de la muerte.

       Y hay que fijarse en los últimos versos del poema para recordar esa unión mística, que nos recuerda a San Juan de la Cruz, cuando, tras la noche oscura del alma, encuentra al esposo- Dios: “Y ves de lejos. / Ven, al amor, de lejos. / Desde la  noche, / desde  el  desierto, /arrimado  a  los muros, / a perecer en él, como acto único” (vv. 5-10).

     Sí, el  amor llega tras la noche, tras un proceso de búsqueda y de soledad, hasta la consumación. Pero esta muerte no es la que acaba con el ser humano, injusta y cruel, que no hace distinciones de edades ni de condiciones, sino una muerte que propicia la vida eterna, la que nos salva de pensar en nuestra caducidad.

      Muy pocos poetas han expresado tan bien el amor, lo que significa, su recorrido desde la noche hasta la claridad, y, por ende, la magnitud del instante no tiene parangón, pues en ésta se propicia la vida verdadera.

      Hay otro símbolo constante en su poesía: los muros. Representan la ausencia de la libertad, que el hombre, en su vocación de entrega, debe vencer para adquirir la efímera, pero plena, felicidad del amor.

      Me gustaría terminar este estudio dedicado a la obra de César Simón (limitado al espacio que supone la investigación sobre otros importantes poetas valencianos contemporáneos) con algunos versos de su libro El jardín.

      Lo publicó Hiperión en 1997 y hay, en el mismo, poemas muy significativos, porque buscan la esencia, como si el poeta hubiese ido afinando su pensamiento, al igual que Juan Ramón Jiménez, en pos de la verdad de la vida.

     Antes de comentar un poema del libro, merece la pena citar las palabras de Pedro J. de la Peña y lo que nos dice acerca del sentido del mismo: “Este libro de César  es, por lo tanto, una pregunta sobre nuestro origen, una inquisición a las sombras para arrebatarles un perfil de luz, un resquicio olvidado de lo insondable” (Pedro J. de la Peña, El Mono-Gráfico, Valencia, 2003, p. 74).

       Muy cierto lo que nos dice el poeta de Reinosa, porque el libro es, ante todo, un deseo de saber, una búsqueda hacia el origen de nuestro existir. Éste está compuesto de varias partes, la primera: Una noche en vela es la noche de la aventura hacia el origen de la vida, donde destacan poemas como “Lejanía”:

“hay un lector insomne / que se abstrae en el grillo” (vv 3-4).

       La mirada de Simón está cerca de cualquier ser del mundo, llena de luz y sombra. Repite en “Textura veraz” el mundo del hombre que contempla, pasivo, “vivir el canto de los grillos”.

       Hay algo arcano en Simón, algo que viene de la tradición de aquellos que miran el campo para conocer la vida, lejana de toda cultura libresca. Lo dice muy bien en el poema antes citado: “ser un bulto aterido, / quieto, simbólico, distante, / sentado en una silla; / ser quien piensa y respira / lo más antiguo, lo más cierto” (vv. 7-11).

       La verdad está en ese poder de la contemplación, en ese ocio de ver pasar la vida, como muy bien hizo Juan Gil-Albert, cuya influencia en nuestro poeta es indudable. Late en el poeta valenciano el mismo ímpetu que Gil-Albert, ese deseo de estar a solas con la Naturaleza, de entender los significados del Universo.

       En esta primera parte hay un poema donde César Simón niega el amor humano, porque encuentra en la respuesta de la Naturaleza una fidelidad mayor, una entrega verdadera que en el ser humano siempre decepciona: “¿Amar? No amar a nadie / con  la  proximidad   que fue ceguera. / Amar…Hay

otras cosas, / el  aire  puro, / la  corteza  del  árbol, / las  criaturas  desvalidas”

 

(vv. 1-6).   

           ¿No es amor también? Se trata de un amor que queda, porque no se nos va, no nos arranca de su lado.

            Simón reniega del amor humano: “Pero, ¿amar otro cuerpo, / fingir alcances, / ser ciego y sordo. No, no sirve” (vv. 7-9).

           En definitiva, lo más hondo es, como ya comenté antes, el silencio, una entrega al mundo sin palabras, poseído por la mirada: “El pasmo más profundo es el silencio, / los roces de las manos sobre la dura piedra” (vv. 10-11).

          Si hay roce en la piedra (lo que nos lleva a recordar a Rubén Darío y su poema “Lo fatal”: “y más la piedra dura, pues esa ya no siente”) es que el poeta entiende que el verdadero amor está en su arraigo a la Naturaleza, e, incluso, a lo que no siente, como la piedra, de ahí ese tímido contacto con ella “roce”.

           En el segundo apartado del libro, ese universo nocturno llega a desaparecer y surge “Al alba”, sólo compuesto de dos poemas: “El final” y “Sala con sol”. La repetición de las cosas aparece en el segundo poema: “Ah, qué antiguo, qué antiguo / estar aquí, / entrar en esta sala / inundada de sol, / y sentir el silencio más sumido / que ayer y que anteayer, / siempre lo mismo y nunca más que entonces” (vv. 1-7).

           Todo es igual, el tiempo se repite y el sol (espacio de luz que invita a la vida) vuelve, de nuevo, a nuestros ojos.

            Llega luego Intermedio (parte III) con el poema “Dos enfermos”, donde un amigo visita a un moribundo, suenan las notas de Chopin, lo que me hace pensar en Juan Gil-Albert, no en vano, él, extremadamente sensible y amante de la música dedicó un poema al genial músico.

           En el transcurso del poema habla el visitante, no el enfermo, pero el final nos estremece: “Él, esta noche, ha murmurado / la terrible belleza de las notas” (vv. 19-20). Si recordamos el final de la vida de Gil-Albert, cuando su porte elegante y su sabiduría se fueron apagando irremisiblemente por la decadencia de su mente prodigiosa, el poema nos parece reflejar al hombre moribundo, de espíritu excelso, pero devastado por la enfermedad y por la crueldad de la muerte próxima.

          Luego llega el apartado IV, titulado Cosmológicas, con dos poemas: “Unidad ilusoria” y “La vida inextinguible”, donde Simón reafirma su visión del mundo, la condición trágica de la vida. Y, por último, Jardín (apartado V) compuesto de bellos y cortos poemas que parecen aforismos.

         Cito, para no extenderme más sobre lo ya comentado antes, el poema “Lo postrero” donde afirma su falta de fe religiosa, la sensación de que, tras la vida, no hay nada: “Sólo el edén espera, / el edén de las rosas / que no se ven, / de los árboles que no existen” (vv. 1-4).

         Ese paraíso es un vacío que sólo existe en nuestra ilusión, no hay forma de volver, ni vida posible, ni tan siquiera espiritual, (en mi opinión), ya que nada sustenta el mundo conocido, con nosotros y nuestra muerte se apaga todo vestigio de nuestra existencia. El único espacio donde puede vivir el hombre que se ha ido es en el recuerdo de los otros, nos dice Simón.

 

Y hay otro poema donde el poeta insiste en la idea que sustenta su poesía: el deseo de aferrarse al mundo, mientras  la   vida quiera, adherirse a su belleza trágica. El poema se llama “Los pasos últimos” y dice: “Jardín, centro del mundo, / tierra sin nadie, / por tus pasos anda / un cuerpo todavía / buscando no sé sabe qué objetivo, / más sintiendo en las venas el rumor generoso / y silencioso / de la sangre” (vv. 1-8).

          Este poema resume muy bien toda su obra, el jardín es símbolo de la vida, el lugar donde ha plantado sus raíces (donde ha dejando hijos) y el poeta pasa por ella, agradeciendo lo que ésta le ha dado y le da, aunque desconozca qué ha ido a buscar en realidad. El hombre, ensimismado, porque lleva dentro la extrañeza de su condición humana y una soledad que le arraiga a las sombras, pero que le han regalado luz.

         Quiero terminar este estudio sobre el gran poeta valenciano que nos dejó un diciembre de 1997, citando las palabras de José Luis Falcó, perteneciente a su artículo “Los días hermosos” que apareció en el homenaje que la revista El Mono-Gráfico le dedicó en el año 2003-

        Dice Falcó: “Como dije al principio, siempre recordaré a César por los días hermosos. Pocos amigos he tenido la fortuna de conocer que supiesen acompañar tanto con apenas un gesto de pena o de alegría. Ahora, mientras escribo de nuevo estas líneas, sé que está, que estará siempre conmigo, ayudándome a saber escoger y a vivir siempre, a decantarme por lo esencial, por los días hermosos, por ese enigma encadenado al sol y no resuelto” (José Luis Falcó, El Mono-Gráfico, Valencia, 2003, p. 45).

        Qué mejor forma de terminar que esa entrega del amigo al hombre que supo sentir la vida, con comprensión y afecto a los demás, cuya modestia le llevó a acoger a perros abandonados, como fieles compañeros, lejos de los posibles galardones que un hombre de su talla recibió. Su obra sigue siendo un misterio, un lugar donde residen certezas y oscuridades, un espacio de humanidad y belleza, no exentos del sino trágico que siempre acompañó al poeta valenciano desde su más tierna infancia.

         La luz de su poesía, su mirar a la vida siempre quedará en nuestra retina, ya que César Simón alumbró una de las mejores obras que nos ha regalado el mundo literario levantino.

     

     

 

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

José Duro, el decadentista olvidado

30 de enero de 2015 14:41:46 CET

José António Duro, más conocido como José Duro, “el olvidado de los olvidados”, −como le definiera el periodista Mayer Garção en su libro Os esquecidos−, nació en la coqueta ciudad de Portalegre, Alto Alentejo, Portugal, el 22 de octubre de 1875, y murió en Lisboa una gélida mañana de enero de 1899, cuando contaba apenas 23 años. Su breve vida estuvo totalmente marcada por los estragos de la tuberculosis, dolencia que contrajo a edad temprana y que dejó igual huella tanto en su carácter solitario y sombrío como en su obra poética, impregnada de referencias a su enfermedad, a los oscuros mundos del esoterismo, la prostitución, el tedio, la desesperación por su estado de salud y la consciencia de una muerte inminente; ya en 1895, en su poema más precoz, un soneto con claras influencias de Antero de Quental titulado Morte, José Duro no duda en presentarse al mundo literario con todo su dolor y toda su decadencia, constantes que marcarán, salvo escasas excepciones, el resto de su brevísima obra.

 

No todo es sufrimiento y queja en la obra de José Duro; en su primer libro, Flores, una plaquette publicada en Portalegre en 1896, Duro da aún algunas muestras de frescura y de amor por la sencilla vida de campo que tan bien conocía; sin embargo, tras su marcha a Lisboa, donde ingresará en la Escola Politécnica, comenzará a frecuentar tertulias literarias y a interesarse por la poesía de Charles Baudelaire −sin duda su mayor influencia extranjera−, así como por la obra de poetas portugueses decadentistas como Antero de Quental, António Nobre o Cesário Verde, influenciados a su vez por la larguísima sombra del vate francés. Todo ello, unido al progresivo avance de su enfermedad, irá a desembocar en su segundo y último libro, radicalmente titulado Fel (“Hiel”), inédito hasta la fecha en lengua castellana y del que presentamos varios poemas traducidos a continuación. Fel, publicado apenas tres semanas antes de su muerte, y cerrado con un largo y magnífico poema titulado Doente, es una suerte de trágico testamento, un patético diario de sus últimos días, un lúcido testimonio que aún es considerado, a pesar de su escasa difusión en la actualidad, como la concretización más pesimista de las corrientes decadentistas de su tiempo en lengua portuguesa. No en vano el propio Fernando Pessoa llegó, en su juventud, a definirse como su deudor: aunque sólo sea por ello, démosle una penúltima oportunidad al triste destino de José Duro, a quien las Parcas no dudaron ni un segundo en llevarse muchísimo antes de tiempo. De su tiempo. 

 

MUERTE 

 

Oh muerte, ve a buscar la rabia consagrada

con que matas al mal y creas nuevos seres…

Oh muerte, ve deprisa y tráeme los poderes,

me canso de vivir, quiero estar en la nada…

 

Escurre de mi boca esta voz que aún murmura,

y arráncame del pecho el corazón exangüe,

que yo he darte a cambio los restos de mi sangre

para el negro festín de tus hambres oscuras…

 

Oh Santa que yo adoro, Virgen de mirar triste,

bendita seas tú, oh muerte inexorable,

llorando por el mundo desde que el mundo existe…

 

Dame de tu licor, quiero beber sin tino…

¡que vivo abandonado y soy un miserable

errando por la Vida, en busca de mí mismo! 

 

DOLOR SUPREMO 

 

Donde quiera que ponga mis ojos malheridos,

−me he acostumbrado a ver el mal en todas partes−

no me topo con nada que no vaya a dañarte,

oh mi pobre alma ciega, hermana de tullidos.

 

Pasión de un Viernes Santo repleto de cuidados,

el Libro de Ezequiel… Voluntad de llorarte…

¡Y no tener siquiera llanto para lavarte

estas manchas de Hiel, hijas de mil pecados!

 

¡Ay de aquel que no llora por haber olvidado

cómo se ha de invocar la lágrima en el ojo

en la penosa hora que precisamos de ella!

 

Pero es mucho más triste aquel que mira al Cielo

esperando que Dios le libre del abrojo

y sólo ve la luz de pálidas estrellas…

 

 TEDIO

 

Ando a veces estúpido y me siento incapaz

de encontrar una rima o producir un verso;

y me hago de mí mismo la idea de un perverso

capaz de apuñalar hasta a la luz del gas.

 

Me incomoda el Color, la sangre del Poniente,

−un rojo Waterloo del que es sol Bonaparte−;

y no entiendo, Mujer, cómo puedo aún amarte

si tengo rabia, mucha, contra toda la gente.

 

Donde alcanza la vista alargo mi mirar,

y me creo que existe alguna mancha oscura

que lágrimas de Llanto jamás van a lavar…

 

¡Extraña concepción! Abarco el mundo todo,

y en cada estrella veo la misma lama impura,

¡y en cada boca roja el mismo impuro lodo!

  

EN BUSCA

 

Los ojos pongo en mí, igual que ante un extraño,

y lloro al notarme tan otro, tan cambiado…

Sin desvelar la causa, el íntimo cuidado

que sufro de mi mal −el mal del que provengo.

 

Ya no soy aquel Yo de aquel tiempo pasado,

Pastor de ilusiones, olvidé mi rebaño,

nada sé de mi amor, la salud se ha perdido,

y vivir sin salud es sufrir duplicado.

 

Mi alma me la rasgó el trágico Disgusto

en silvas de abandono, en un atardecer,

cuando el azul comienza a diluirse en astros…

 

Y al borde del camino, a lo lejos, muy lejos,

como un mendigo solo, como un sombrío monje

marcha mi corazón en busca de sus rastros…


ENFERMO (estrofas finales)

 

Pero en vano medito, y es en vano que sueño:

mi corazón murió, mi alma está casi muerta…

Se marchita en el cráneo la linda flor del Sueño,

y oigo llegar la Muerte, siniestra, hasta mi puerta…

 

Ya sufrí demasiado, me cansa el sufrimiento,

y por mayor desgracia, y por mayor tormento,

¡llego a pensar que tengo −estúpido recuerdo−

un alma de poeta y un poco de talento!

 

¡El dolor que me mata es moral, y aun es físico!

¿De qué me sirve ahora albergar esperanzas,

si no puedo besar a los trémulos niños,

pues afluye a mis labios este tóxico tísico?

 

¡Y me muero tan joven! Hace apenas un mes

Le pregunté al Doctor: −¿Y bien? −Yo he de curarle

Pero ya no me importa, quiero morir, dejadme…

Que morir es dormir… Dormir… Soñar tal vez…

 

Por eso iré a soñar debajo de un ciprés,

ajeno a la quimera de ideales perversos…

¡El poeta no muere, aunque parezca agreste

su propia inspiración, y sean tristes sus versos!

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Miguel Ángel Manzanas

Poner nombre a los gatos

16 de enero de 2015 14:05:08 CET

 Poner nombre a los gatos no es sencillo,  

juego de vacaciones sí que no es.

Podréis pensar de pronto que me falta un tornillo,

pero nombres un gato siempre ha de tener tres.       

Uno, el que la familia usa a diario,

Juan, Alberto, Cristóbal o Vicente,

Ricardo o Nicolás o Luis o Mario.

Todo muy razonable y muy corriente.

Los hay más chic, que igual suenan mejor,

para damas o para caballeros:

Sócrates, Afrodita, Eolo, Thor.

Siguen siendo sensatos, llevaderos.

Pero, creedme, el gato quiere un nombre especial,

un nombre peculiar, que de estilo lo dote.

¿Cómo lleva, si no, la cola vertical

y tiesos el orgullo y el bigote?

Nombres así me salen un montón:

Atrapatón, Cuajón, Coricopato,

o bien Bomularina o Mermelón,

nombres que nunca lleva más de un gato.

Y aun así, y más que nada, falta uno todavía,

y es un nombre imposible de entrever:

el nombre que un humano jamás descubriría

y sólo el gato sabe y no deja saber.

Si descubrís que un gato está muy pensativo,

sin duda va a haber siempre un único motivo.

Estará ensimismado en el murmullo 

de ideas de ideas de ideas del nombre suyo:

su inefable efable

efablinefable

profundo inescrutable nombre suyo.

 

 (Traducción de Álvaro García)

 

 

 

Nota del traductor.- Esta versión de "The Naming of Cats" está dedicada a mis alumnos del Máster de Traducción Literaria de la Universidad de Málaga, con quienes la inicié. Recuerdo que intentamos también, un curso antes o después, una traducción rítmica de "Lady Weeping at the Crossroads", de Auden y madame Sarkozy, que en cambio no conservo. Si la tiene alguien al otro lado de esta página, me encantaría que la recuperáramos para Turia digital.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por T.S. Eliot

Redescubrir las novelas del Oeste

24 de noviembre de 2014 08:00:43 CET

A finales de 2011 apareció el primer volumen de la colección «Frontera», dentro de la editorial Valdemar. En el prólogo, a cargo de Alfredo Lara López, director de la colección, se establecía el propósito de ofrecer a los lectores en español las mejores obras de la literatura del Oeste. Aquel primer título –Indian Country- se debía a la novelista norteamericana Dorothy M. Johnson, autora de relatos que luego fueron llevados al cine en películas emblemáticas del género western como El hombre que mató a Liberty ValanceEl árbol del ahorcado o Un hombre llamado caballo

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Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro Moreno Pérez

Con el absurdo a cuestas

22 de octubre de 2014 12:51:29 CEST

   Desde la noche de los tiempos, Eros y Thanatos han conformado los dos grandes ejes, además de básicos, sobre los que suelen asentarse y moverse los mecanismos de las grandes obras literarias. Ambas fuerzas están presentes  en Samsa, de Lorenzo Ariza, latiendo con gran potencia en su horizonte, aunque el latido camine más por el carril de la sugerencia que por el trillado de la evidencia.

   Así, Grete, la hermana de Gregor Samsa (que, en la novela, también actúa como elemento metafórico, capaz de retardar y ocultar la problemática al personaje central), actuará como eje erótico ante el protagonista-narrador, quien, sin saber la causa, se ve empujado a escribir sobre todo cuanto le rodea para así disipar, cuando menos, alguna de las muchas nieblas que se ciernen  sobre su existencia. 

   Frente a éste eje sexual, femenino y erótico, en paralelo, caminará la fuerza del thanatos, asentada en el extraño accidente y  posterior muerte del “principal” –brazo derecho del protagonista-narrador- quien hasta su óbito ha llevado con precisión matemática la ancestral empresa familiar que el protagonista heredó de sus mayores; una muerte que revolotea de forma insistente en todos los actos y sucesos de la novela.

   Pero aún siendo importante la presencia de tales polos universales, Lorenzo Ariza, con el potente eco de Kafka al fondo, hace parpadear  con contundencia su interés por el tema del absurdo y sus muchas adherencias y ramificaciones. Nos referimos al absurdo que borra límites y que emborrona las fronteras de la lógica. Con ello, la visión de la existencia humana perderá su prístina claridad y posibilitará el paso al lado oscuro de la vida y, a la vez también, permitirá el acceso a la “otredad” (no olvidar la persistente metáfora del protagonista ante el espejo. Valga una cita como ejemplo: “Por la mañana, al despertar, observándome en el espejo, pensé a que lado del mismo se encontraba aquel que decía ser yo”, pág. 89). De eso, precisamente, trata Samsa, en permanente diálogo con La Metamorfosis de Kafka (y de algunos otros cuentos del checo: “el artista del hambre”, por ejemplo), del lado oscuro de la vida y de la necesidad de hablar del “otro” o de encontrar al “otro” que está instalado en nosotros. Un diálogo o narración que se consigue, sobre todo, gracias a la abundante presencia y poder de los sueños (“”sólo en el sueño se hacían factibles las metamorfosis” confesará el protagonista- narrador en la pág. 96 al saber con certeza que “en los sueños somos los que nos somos”) y, también, al poder de las alucinaciones o de las locuras personales que habitan y viven en la mayoría de los personajes de la novela (y de todo lector, por supuesto).

   ¿Cómo llega a ello Lorenzo Ariza?, ¿cómo  consigue exponer el absurdo de la existencia? O ¿cómo accede y traspasa la oscuridad que envuelve a ésta?  Lo consigue  haciendo uso de la anécdota con el mencionado apoyo de la historia de Gregor Samsa en lontananza. Con la anécdota, en una continuo y permanente ramificación, logra expandir su historia narrativa hacia el problema de cómo acceder, conocer y comprender la existencia del ser humano. O, cuando menos, de cómo acceder mínimamente el lado oscuro del ser humano. Un lado oculto e inquietante a la vez que gratificante.

   La anécdota en Samsa, tal como ocurre también en la narrativa de Javier Tomeo, por ejemplo, se reduce a un hecho en apariencia trivial  que, sin embargo, es marcado de forma puntual en tiempo y en el calendario desde el inicio de la novela (“Día lluvioso de noviembre”). Es decir, lo imprevisto, rebozado de lógica. Y con esa lógica asentada en la anomalía, la profundización. La historia en pleno sentido apenas tiene cabida. Todo se reduce a lo que un narrador omnisciente quiere contar. Estamos ante el arte de componer con un material mínimo, celular, para derivar a lo monumental y de trabajada arquitectura. Y ello es así porque la clave de la novela no radica en el suceso o circunstancia, sino en el desarrollo a que es sometido el breve suceso o anécdota, ramificada en una tupida red de disyuntivas.

 En Samsa la anécdota desencadenante es la siguiente: Un mozo de almacén comunica al principal y éste al dueño de la empresa (a la postre protagonista y narrador de la novela) que uno de sus comerciales no ha acudido, como de costumbre, a la estación para tomar, como estaba fijado, el tren de las cinco. Es decir, la lógica de la rutina cotidiana del trabajo en la empresa se ha roto y debe ser conocida la causa de tal interrupción de la cadena. Un suceso simple, pero imprevisto, trastoca el orden secreto de la cotidianidad y debe ser analizado en profundidad. Ahí reside el desarrollo de la novela, pues la falta a la cita del comercial, conlleva la investigación del principal y a causa de lo que éste descubre cuando acude a la casa para interesarse y saber de él –algo desconocido para el lector y continuamente aleteando en la narración- la locura ocupa su persona y acaba muriendo arrollado por un tranvía. Tras este arranque, la historia narrada adquiere rápidamente ramificaciones en varias e imprevistas direcciones: investigación de la muerte, indagación introspectiva del protagonista-narrador, salida a la luz de circunstancias oscuras  tales como la vida oculta (“otredad”) del principal y del comercial, etc. En suma, el suceso y su imprevisto acaecer permiten traspasar los límites de la realidad aceptada como verdadera y normal y, por tanto, acceder a otro mundo paralelo o submundo desconocido que deja claro que el absurdo es quien domina la vida.

   Una vida desconocida a cuya información se irá accediendo a cuentagotas, engrosando la anécdota inicial para arribar a una realidad plural, ramificada en varias direcciones, sean las  varias relativas a la vida de quien narra (desde el sueño, la introspección, la alucinación o la impresión), sean las relativas al hecho narrado y sus secuelas, o sean las propias a las vidas del resto de  los personajes que pululan por la novela. La conclusión final será de desasosiego, de manera similar a lo que acontece en las creaciones kafkianas o en las obras de Javier Tomeo con quienes Lorenzo Ariza se emparenta.

    No quiero –no debo- desvelar más, pero sí decir, por ejemplo, que la historia narrada cuadra a la perfección con los lugares donde acaece –almacén, calles, casa...- y, también, que tales espacios poseen su buena dosis de tribulación dentro de la lógica de la cotidianidad. En ellos, la sensación de lo cerrado, de clausura, de oclusión, de agobio... abunda. En ellos y en los muebles y demás elementos que los cercan, dando así la fisonomía adecuada cual geografía acompañante, al tiempo que asisten a los sueños, cuadran con lo imposible y dan forma a la alucinación (remito a la casa de la familia Samsa, por ejemplo). Y, también apuntar otro buen hallazgo de Lorenzo Ariza: maneja bien los tiempos verbales en función de la materia narrada (narración de hechos,  introspección, sueño...) sin que haya quiebro alguno en lo relatado. O que lo pictórico ayuda perfectamente al aura de las descripciones. O que las enumeraciones concuerdan como guantes con la introspección... En suma, una primera obra, densa, sugerente, profunda que rompe con el típico esquema que se espera de cualquier opera prima. Una primera obra que sorprende por su prosa  medida, equilibrada, comunicativa y, sin duda, fiel a los momentos que el autor relata y, ante todo, una prosa rica en contenido y significados, por su detallismo comunicativo tanto a la hora de dar fe de  sucesos, como a la hora de especificar rasgos físicos y psíquicos.

 

Lorenzo Ariza, Samsa, Oviedo, Pez de Plata, 2014.

Escrito en Sólo Digital Turia por Ramón Acín

Juan Ramón Jiménez y su fundamental guerra en España

9 de octubre de 2014 08:26:39 CEST

    Guerra en España supone un importante corpus documental de textos de Juan Ramón Jiménez, cartas, reflexiones, etc, que vieron la luz, por primera vez, gracias al esfuerzo editorial del poeta Ángel Crespo, en 1985. La labor docente de Crespo en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez le permitió el acceso al más importante archivo documental de Juan Ramón, tras su muerte, ubicado en la “Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez” del Recinto Universitario de Río Piedras.

   Fue la consulta de esos documentos lo que posibilitó el encuentro con tres sobres repletos de papeles que habían sido escritos por Juan Ramón con el título de Guerra en España. La existencia de esa documentación sólo era conocida, por entonces, por el profesor Ricardo Gullón y la bibliotecaria Raquel Sárraga, encargados de la organización y gestión de la Sala y por Francisco Hernández-Pinzón, sobrino del poeta moguereño y por aquellos años representante de sus herederos.

    Los sobres contenían una gran cantidad de documentos compuestos y recogidos por el poeta desde su salida de España en 1936 hasta 1954. No había orden alguno, lo que supuso para Ángel Crespo una importante labor de ordenamiento de papeles, entre los que se hallaban textos propios y ajenos: entrevistas, cartas, informes, aforismos, artículos de prensa, fotografías, manuscritos, etc.

    En el libro que hoy cito y estudio (me refiere a la edición de Guerra en España revisada y ampliada por Soledad González Ródenas, que completa la edición de Crespo) se nos habla de varios títulos al conjunto de papeles, de las ideas que Juan Ramón tenía de la publicación de todo el material, pero también, para no extenderme en tantos detalles, de la mala relación con la editorial Losada de Buenos Aires, lo que llevó a Juan Ramón a rescindir su contrato con ellos y publicar su libro Romance de Coral Gables en 1948 con la editorial Stylo de México.

     La correspondencia que mantiene Juan Ramón con Max Aub entre principios de 1953 y 1954 nos aclara esta mala relación con Losada y su deseo de cambiar, como hizo, de editorial (Animal de Fondo apareció en la editorial Pleamar en 1949).

    Max Aub estuvo muy interesado en la publicación de todo el material que Juan Ramón tenía, pero éste fue retrasando la publicación, dado su nivel de perfeccionamiento en cuanto a su obra y frente a ciertos períodos de depresión que pasó entonces (ya sabemos que los tuvo durante toda su vida).

    Max Aub había formado junto a Giner de los Ríos, Joaquín Díaz-Canedo y Julián Calvo la colección “Patria y Ausencia” donde pretendía publicar libros de diferentes exiliados como era el caso de Francisco Ayala, Emilio Prados y el mismo Juan Ramón. Pero la colección no se llevó a cabo, acuciado Aub por problemas económicos y las dificultades que presentaban sus colaboradores.

    Nos cuenta Soledad González Rodenas que Crespo tuvo que organizar todo el material que encontró de Juan Ramón, ya que estaba muy desordenado. Por ello, en Prosa y verso (subtítulo que lleva el libro de Juan Ramón) se reúnen materiales pertenecientes a los “Diarios poéticos” del autor moguereño.

    El resto del material que encontró lo ordenó cronológicamente, compuestos por ensayos, cartas y reflexiones diversas escritas por Juan Ramón, que se entremezclan con artículos y críticas de otros poetas.

    La edición que publicó Seix Barral fue sólo una versión abreviada del ingente material que poseía Crespo, ya que la editorial no estuvo dispuesta a publicar todo lo que el poeta había seleccionado. Para González Rodenas, el mayor error fue publicar una obra de esta enjundia en una edición de tipo comercial en Seix Barral.

   Por ello, la empresa de publicar íntegramente todo aquello ha sido muy importante. De ahí que este libro de la editorial Point de Lunettes pretenda y consiga completar una edición (la de Crespo) limitada, donde faltaban muchos documentos importantes.

COMPROMISO ÉTICO CON LA ESPAÑA REPUBLICANA

 Para no entrar en detalles de la vida de Juan Ramón, muy estudiados ya por la mayoría de los investigadores que han profundizado en su obra, pretendo destacar algunos fragmentos del libro, esclarecedores para entender la forma de ser y de pensar de Juan Ramón frente a la Guerra y al exilio.

    La dedicatoria que el poeta moguereño en el principio del libro realiza a Manuel Azaña, Julián Besteiro y Cipriano Rivas-Cherif llama ya nuestra atención. También le dedica el libro a Juan Guerrero Ruiz, todos personas intachables que demostraron su dignidad en momentos de gran crisis para nuestra España. Estas dedicatorias ya abren una senda de compromiso ético con la España republicana. El poeta de Moguer se caracterizó por defender siempre la República, por criticar a personajes que demostraron su hipocresía en aquel momento, como lo fueron, entre otros, José Bergamín o José Ortega y Gasset.

    Juan Ramón era un hombre difícil, lo que le llevará a no participar con ningún poema a la antología llamada Laurel que se realizó en México en los años cuarenta. El desprecio que sentía por Bergamín, responsable de la editorial Séneca fue una de las causas de su negativa a participar en la famosa antología. Pero también chocó con Salinas, Jorge Guillén y con muchos otros, lo que demuestra que el poeta de Moguer era un hombre de difícil trato y muy susceptible a recelos con la intelectualidad de la época.

     De la primera sección “Diarios poéticos”, me gustaría destacar algunos fragmentos de ese periplo en el exilio, su viaje a Puerto Rico, su estancia en Cuba, etc: “He recorrido la isla de Puerto Rico en distintas direcciones. Su riquísima naturaleza interior confirma mi duda primera. ¿Por qué esa naturaleza hermosa me parece blanda, floja, insuficiente? Tierra, piedra, árbol, ¿por qué es todo demasiado bonito?...

 España, con sus altos castillos eternos, su normal casa sólida, su piedra familiarizada, se me representa desde aquí más tremenda que nunca. Si Puerto Rico, querido Tomás Blanco, quiere ser solo y libre, si quiere “de veras” su independencia, debe construir, cimentar y levantar, dividir y repartir su casa con doble piedra” (pp. 26-27).

    Merece la pena también citar su llegada a Santiago de Cuba, podemos ver cómo no deja de hablar de España, como si la nostalgia fuese tan honda que todo paisaje quedase anulado ante el recuerdo de su patria: “España (corazón, cerebro, alta entraña) sale de España. Y aquí fue España, una España sin agua, heroica como la actual contra viento, marea y codicia” (p. 29).

    La ética del poeta de Moguer puede verse en otro apartado de estos “Diarios”, me refiero a “El desterrado”, cuando dice acerca del chantaje que se le propuso desde Valencia a Nueva York, en 1938, para apoyar la Guerra, desde luego, no cabe duda de que se trata de los republicanos, pero no nos debe hacer pensar que no defiende la idea de la izquierda, sino que desprecia el comunismo que hay detrás: “Algunos traficantes de la guerra y la paz, bien conocidos de todos, me escribieron desde Valencia a Nueva York ofreciéndome “apoyo moral y material del Gobierno y del Pueblo. Es decir, hablando en cristiano o en comunista, que deseaban mi apoyo moral a cambio de dinero, ellos, no el pueblo ni el gobierno” (pp. 46-47).

   La respuesta de Juan Ramón es clara, la indiferencia hacia cualquier chantaje de esos “milicianos de la cultura”, como los llama en un momento determinado de este fragmento.

   Merece la pena citar también el texto titulado “Poesía de la Guerra” donde destapa la hipocresía de un León Felipe (no fue el único que hizo bandera de la República mientras se sentía protegido) que pasea con un abrigo de pieles mientras arenga al soldado: “En Cuba supe, por un testigo de vista, que durante la Guerra León Felipe se refugió en la Embajada de México, donde protestaba de todo envuelto en el gran abrigo de pieles del Duque de T´Serclaes asesinado, y jactándose de ello con vociferación y bromita” (p. 48).

    Luego repasa a verdaderos héroes, seres que sí han sido carne de cañón, valientes de verdad, como Pablo de la Torriente, Miguel Hernández o Gustavo Durán. Le dice a León Felipe: “O no gritar tanto o irse a las trincheras, León Felipe”.

    Termino este apartado con el doliente canto de un hombre que, en Charleston en 194º, dice, recordando su país, lo que sigue: “Lejos de España, desterrado, prefiero vivir en país sin tradición, en ciudad nueva. No quiero prendarme de una tradición que no puedo comprender ni amar como la mía.

  Así tengo siempre y “sólo” la tierra, el cielo, el mar, que son eternidad, tradición universal. Y tengo mi obra, que es mi tradición y mi eternidad, para vivir, como debo, en mi pasado, en mi vida y mi obra de España, en España, ya que fuera de España no tengo, no puedo ni debo ni quiero tener presente ni porvenir” (p. 58).

    El dolor del desterrado, en la línea de lo que nos decían Llorens o Jordi Gracia, pervive para siempre, es una herida que no puede cicatrizar.

    En el apartado titulado “En los Estados Unidos”, hay un subapartado titulado “Comprensión y justicia”, donde Juan Ramón expresa su compromiso con la República y la ayuda de los americanos y de otros países a su querida España: “Pido aquí y en todas partes simpatía y justicia, es decir, comprensión moral para el Gobierno español, que representa a la República democrática ayudada por todo el Frente Popular, por la mayoría de los intelectuales y por muchos de los mismos elementos conservadores” (p. 195).

    Resulta interesante la labor que Juan Ramón y su mujer hicieron para ayudar a los niños españoles, ya que el poeta moguereño y su esposa pertenecían a la Protección de Menores, una asociación creada para ayudar a los niños en la guerra. Por ello, Juan Ramón publicita en La Prensa, un periódico americano, el deseo de que otros se suscriban a la asociación para ayudar así a los niños españoles: “El señor Jiménez ha encomendado a este diario la tarea de dar a conocer entre sus lectores que esta suscripción está abierta aquí en Nueva York, en la misma forma que lo está en París, y de recoger y enviar los fondos recogidos a España” (p. 197).

   Muchos de los que reciben la notificación del periódico quieren conocer el funcionamiento de la citada asociación, por lo que La Prensa, dirigida por el hermano de Zenobia, José Camprubí, da a conocer a los posibles suscriptores que el poeta y su esposa comenzaron a trabajar como voluntarios en la citada asociación tres días después del levantamiento militar en España.

   No sólo van a colaborar en la asociación, sino que la bondad manifiesta de Zenobia acogió a un pequeño grupo de niños de cuatro a ocho años para que vivieran con ellos en familia, por lo que arregló un piso bajo, el número 65 de la calle Velázquez, de Madrid. Amigos de los Jiménez ayudaron al cuidado y mantenimiento de aquella casa y de sus habitantes.

   Pasando a otro tema de este interesante apartado, el poeta moguereño muestra su disconformidad con la vida en Nueva York, ciudad que, en su parecer, muestra la antipatía y la deshumanización de las grandes urbes: “Vivir, como en New York, en casas donde los sentidos pierden su derecho y su objeto, desde donde mujer y hombre son invisibles, es morir” (p. 211).

 “El sol, la luna, las estrellas, no tienen, en 1936, peor que en 1916, más valor, perdidos en la confusa máquina neoyorkina del crepúsculo, que el de un anuncio cualquiera, que anuncia, aun en lo corriente, menos que cualquier anuncio” (p. 212).

 

    La llegada a Puerto Rico en el apartado que sigue al citado, nos ofrece la mirada de Juan Ramón a un país que tiene una semejanza con su Andalucía, donde va a encontrar el sosiego y la paz que necesita: “San Juan le recuerda a Cádiz y a Almería; el litoral, la costa gallega. La gente le parece andaluza” (p. 216).

     Juan Ramón anota sus impresiones y las guarda en cajas. Luego las selecciona y cuando se produce el flechazo con lo verdadero, con lo que le emociona, se lo dicta a su mujer, su fiel compañera, su verdadero sostén, la que transforma su humor acerado en sosegado y fino, sin rencores que sí vienen en aluvión a su boca en un primer momento: “Ella tiene una gran paciencia conmigo. Una gran dosis de ternura que heredó de su madre, la puertorriqueña de quien le hablé al principio” (p. 223)

 Estas palabras, recogidas en el libro, proceden de una entrevista de Juan Ramón a Ángela Negrón Muñoz, recogidas en el periódico El Mundo, en Puerto Rico, el 7 de octubre de 1936.

     En el apartado titulado “En Cuba”, hay una parte interesante para mi estudio, donde Manuel Aznar cita en el Diario de la Marina, La Habana,  de marzo de 1937, la siguiente precisión que hizo el doctor Marañón en Francia cuando habló de la huida de España del ochenta y ocho por ciento del profesorado de Madrid, Valencia y Barcelona por el temor a ser asesinados por rojos, cuando ellos eran hombres de izquierda.

    Aznar los llama fugitivos y además aparece una lista de la mayoría de ellos, en la que está el poeta de Moguer, éste contesta al Diario lo siguiente:

“Pero yo “no he huido” de los rojos ni de los blancos ni de los de ningún otro color o matiz. Salí de España, con mi mujer, el 22 de agosto pasado, porque tenía pendiente, con anterioridad al levantamiento militarista, un compromiso literario, muy importante para mí, con el Departamento de Educación de Puerto Rico, que no pude cumplir en Madrid por los trastornos naturales de la guerra, y que estoy realizando aquí en La Habana; y porque otros intereses particulares de mi mujer y los míos lo reclamaban” (p. 265).

    Dice también que ni su mujer ni él han cobrado ni un céntimo del Estado español. La República sí le ayudó a llegar a América, pero se considera libre e independiente, aunque sí defienda los valores de los republicanos y ataque a los sublevados.

    La idea de ir a México, desde Cuba pasa por la cabeza de Juan Ramón, pero lo tiene muy difícil, dada la enorme actividad que tiene en La Habana, como nos cuenta aquí: “Para mí sería un gusto verdadero poder ir a Méjico, ver a mis amigos de Méjico y a Méjico mismo. Pero ahora no puedo decir que sí ni que no.

   Estoy imprimiendo en La Habana 4 libros, 3 encargados desde Puerto Rico y uno de aquí. Van  muy  despacio y no sé cuándo estarán acabados. Por otra parte, los médicos me han recomendado últimamente, a causa de mis trastornos circulatorios, que no suba a más de 1.000 metros. Esto no sólo sería un verdadero obstáculo”.

    La carta va dirigida a su amigo Genaro Estrada, que sí se halla en México. Para el poeta de Moguer, los amigos son importantes, pero los enemigos siempre lo serán y mantendrá una dura actitud en contra de poetas como Pedro Salinas o Jorge Guillén.

CONTRA BERGAMÍN

   Haciendo un salto importante en el libro (un estudio detallado del mismo, me alejaría de esta visión de conjunto que pretendo transmitir), merece la pena citar las palabras de Juan Ramón en contra de su adhesión a la “Alianza antifascista” de escritores en defensa de la República, porque en ésta había nombres de conocidos falangistas:

“Yo no acepté vivir en “La alianza antifascista”, por lo mismo que antes dije. Allí estaban conocidos fascistas, falangistas, los amigos de J (osé) B (ergamín) y C (orpus) B (arga), la redacción de El Sol, etc” (p. 448).

    Tampoco aceptó la propuesta hecha por Adolfo Salazar, Serrano Plaja y otros para dar una charlas en El Mono Azul, ya que Antonio Machado, con el que Juan ramón mantenía una gran amistad, había rechazado participar en las citadas charlas, ya que su hermano Manuel estaba en el otro bando. La negativa de Machado es el rechazo, también, de Juan Ramón.

    Resulta interesante también el apartado trece, titulado “Respuestas”, en el cual aparece la inquina que Juan Ramón tiene a Bergamín, se trata de una carta de Octavio García Barreda, director de Letras de México, donde colaboró Juan Gil-Albert. La causa es la propuesta del poeta moguereño de colaborar en la revista, ya que ha rechazado abiertamente hacerlo en El Hijo Pródigo, porque en ella se halla Bergamín:

“Nada tengo contra El Hijo Pródigo en sí misma. Me gusta la revista por su forma y su colaboración general, y colaboraría gustoso en ella, como empecé, si no advirtiera la predominancia mayor cada día y más arbitraria de J (osé) B (ergamín). Y no porque me ataque a mí, sistemática y bajamente; ya en Cruz y Raya, como digo en esta carta que le mando, y antes del ataque de J. B. en el primer número, desdeñé colaborar con él” (p. 639).

     Para Juan Ramón, la valía de Bergamín es mínima, además lo considera un hombre que, en un principio, cuando editó el poeta de Moguer la revista Índice sí gozó de su amistad y su ayuda, pero luego fue perdiendo esa amistad debido a la vanidad desproporcionada de Bergamín y de los amigos que tenía.

    En otra de estas cartas, dice que Bergamín tergiversa o calumnia al escribir, duras acusaciones que muestran la animadversión del poeta andaluz sobre el madrileño.

    Hay muchas cartas entre Bergamín y Juan Ramón donde mutuamente se lanzan dardos envenenados, pero nos apartaría de nuestro verdadero objetivo, que es la mirada del poeta andaluz en el exilio y sobre algunos de los emigrantes intelectuales que conoció o trató antes o después de su salida de España.

 

   También manifiesta su admiración por Antonio Machado, por el que sigue la senda de la mejor poesía española, pero desaprueba el último Machado, el que sirvió de pretexto para ensalzar la guerra a través de la imagen de Castilla, de sus encinas, de sus olivos, etc:

“Y este Antonio Machado, es el que, por desventura, a cuenta de realidad más urgente, ha sido montado sobre el segundo, es decir, el primero en vida y muerte. Las guerras siempre exaltan lo grosero, porque la guerra es gruesa, es natural que lo sea, y la lírica es delicada; y no deben mezclarse guerra y lírica. Lo que corresponde a la guerra, en escritura, es la épica; pero la épica nunca ha sido la forma suprema de la poesía ni en Antonio Machado ni en nadie” (p. 656).

    Tampoco deja en buen lugar a otras figuras señeras de nuestra poesía española, como Guillén, Neruda (aunque fuese chileno, su impronta fue esencial), Salinas, Gómez de la Serna y, como era de esperar, Bergamín:

“Dentro de mí hay algo que se levanta y se echa contra lo falso, sin yo poderlo evitar. En mi normal crítica literaria siempre coincide el ataque con la falsedad de la persona: Neruda, Gómez de la Serna, Salinas, Guillén, Bergamín, oportunistas generales todos. Pero yo pruebo los hechos que ellos cuando atacan no pueden probar porque yo pruebo con documentos.

  Yo no puedo soportar el doble juego. Tengo amigos de todas las ideas, incluso falangistas, pero consecuentes toda la vida. Mi sobrino J (uan) R (amón) lo mejor de mi familia, educado en un ambiente de religiosidad seria (toda mi familia es conservadora) murió en el frente de Teruel forzado del fuego de un ideal” (p. 672).

   Considera falsos a quien utilizan las ideas para jugar con ellas, para mentir y desmentir sucesivamente, sin asomo de verdad en nada.

   Dice, acerca del oportunismo de todos ellos, que Pedro Salinas lo fue, porque organizó un homenaje, junto a otros, al Dictador Primo de Rivera. Considera que Guillén fue un “émulo” de Salinas, un hombre sin ideología que nunca creyó en la República. Los otros tampoco mostraron su nobleza, como los ya citados (Salinas, Guillén), o personalidades como Navarro Tomás o Américo Castro, los cuales asistieron varios años a cursos de verano en Middlebury bajo la bandera franquista.

    Para Juan Ramón, no era de honor que se izara la bandera de la España franquista, ya que él había asistido a cursos donde no había ocurrido eso.

    Me gustaría terminar este repaso a este libro, con la sensación que dejan las palabras de Juan Ramón, como exiliado de un país al que amó y al que no volverá. Queda su amor por España, esa lucidez infinita que le llevó a denunciar cualquier atisbo de deshonestidad, aunque algunas de sus imprecaciones nos parezcan exageradas o injustas, como las que dirigió a buenos españoles como Guillén o Salinas.

    El poeta de Moguer es un hombre que ama su lengua, que la paladea en cualquier lugar en el que se halle, un hombre que conoce el sabor de la derrota, el agrio dolor de su voz, la cual ha ido perdiendo su aventura vital, la del decir en España lo que quería, pero ahora se resiste a callar, clama con la hondura del que posee su verdad: “Y yo un día, escribí un español auténtico y propio, y fui sencillo a veces y a veces complicado, corazón o cabeza, lírica o sátira; pero siempre de “dentro” de España y de los españoles de España.

Yo estaba “creando” un español de España, ¡mi español!” (p.69).

    Como dice muy bien Jordi Gracia en su libro La resistencia silenciosa, resulta difícil saber quién fue fascista y quién no, porque las circunstancias eran complicadas, sin embargo, sí es fácil sacar conclusiones por ejemplos palmarios como los que tuvieron los que nunca dijeron ni participaron en ningún foro donde pudiese haber asomo de fascismo alguno: “¿Fueron los nombres que regresan –Baroja, Azorín, Ortega y Marañón- totalitarios y fascistas porque defendieron la victoria de Franco? ¿Fueron simples franquistas después de la guerra, o franquistas renuentes, o franquistas críticos, o franquistas de la resistencia o quintacolumnistas del franquismo, quizá? Lo que ninguno de ellos fue nunca es fascista, por mucho que el nuevo Estado exigiese eso de ellos y el exilio les imputase lo mismo. Desde ese patrón podrá acercarse al afán del héroe la trayectoria de Juan Ramón Jiménez, la de Cernuda o la de Salinas, que se exilian sin doblegarse a la ley del fascismo, antes que la de Gregorio Marañón o la de Ortega o la de Pérez de Ayala. Pero también por eso está más cerca de lo admirablemente humano la repulsa temprana de Dionisio Ridruejo a su propio pasado y sus convicciones fascistas antes que el caso de Laín Entralgo y su maquillaje de una biografía no asumida ni deplorada” (p. 81).

    Sin duda alguna, la actitud de Salinas no fue, en ningún caso, de connivencia con ideas franquistas y la inquina de Juan Ramón nació más por otros motivos que no lo ennoblecen (temas literarios). Pero sí hay que tener en cuenta que el exilio español contó con figuras fuera de toda sospecha, que nunca aceptaron la más mínima ofrenda del gobierno que había derrotado a la Segunda República Española. El silencio de Juan Gil-Albert fue también una forma de denuncia, ya que su obra tuvo que esperar mucho para encontrar su aprecio mayoritario y nunca dejó de mostrar su repulsa a Franco como muestra su excelente Drama Patrio.

 

Juan Ramón Jiménez. Guerra en España (prosa y verso), 1936-1954. Point de Lunnettes, Sevilla, 2009. Edición de Ángel Crespo, revisada y ampliada por Soledad González Ródenas.

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

Certero relámpago

6 de octubre de 2014 08:24:58 CEST

“Después de escribir un aforismo, entran ganas de decir He escrito”.“Después de escribir un aforismo, entran siempre ganas de reír”.He citado dos aforismos de Carlos Marzal sobre el arte de escribirlos. Hay muchos en La arquitectura del aire, pero estos me llaman la atención especialmente porque muestran dos facetas importantes del aforismo: su rotundidad literaria, por un lado, y por otro, su puro juego que provoca alegría.

 

No es de extrañar que, después de alumbrar un buen aforismo, el autor se sienta muy satisfecho. Difícil debe de ser lograr esa arquitectura tan sutil y tan contundente e iluminadora que conlleva en sí misma la esencia de la vida y la alegría de descubrirla.

 

Concisión, precisión, riqueza de connotaciones, de sugerencias y, al mismo tiempo, sabiduría, conocimiento profundo del ser humano y de su experiencia, en todas sus dimensiones, son propiedades que posee este libro. Pero hay muchas más.  Sólo un verdadero conocedor de la vida, sólo alguien que la ama, puede escribir sobre ella de una forma tan precisa y tan libre:

 

“Soy tan voluptuoso de vivir que podría ser feliz en otras vidas, aunque no fuesen las mías”. “Amar es conocer, y a pesar de todo, seguir amando”. “Está pasando la vida, y no dejo de tener la misma edad”. “Aprender a encontrar tiempo para la vida nos lleva la vida, y no se aprende a tiempo”.

 

El amor, la literatura, el paso del tiempo, la infancia, la muerte, el arte de la música, el arte de escribir aforismos, la política, son temas que se abordan en este libro. El tema que más se repite es la experiencia de vivir, el comportamiento del ser humano en todas sus facetas, captado de manera irónica, en muchas ocasiones y, siempre, con luminosa profundidad.

Según Erika Martínez (Ínsula 2012) “hay aforistas que siguen cultivando las máximas morales y sus ideas redondas, cerradas, autosuficientes; aforistas con inclinación por el fragmento romántico, cuyo pensamiento es inseparable de la búsqueda epifánica y la imagen sensorial, o por el fragmento posmoderno, que no aspira a completarse; aforistas entregados al humor lúdico y ocurrente de ciertas vanguardias”. Se puede decir que Carlos Marzal abarca todas esas variedades.

La arquitectura del aire es un libro sabio que debe consultarse de continuo.  Bastantes aforismos se repiten con variaciones contradictorias. Es una forma de mostrar la riqueza de la vida que no puede agotarse en una afirmación. Ni siquiera en la contundente e inteligente brevedad del aforismo.

 

“Más que una teoría de uno mismo, lo que uno tiene son fragmentos teóricos sobre su ser fragmentario”. Realmente, La arquitectura del aire es una obra cargada de resonancias. El aire sostiene palabras que se mueven y se desplazan como las nubes: “Las palabras construyen arquitecturas en el aire: son otra forma de la solidez”.

 

Esa arquitectura hecha de apreciaciones y de sus contrarios es lo que ha creado un edificio luminoso, en donde cabe la experiencia de vivir, nada menos.

 

Libro excepcional que debería leerse en las escuelas como modelo de reflexión, aunque no pretende ser modelo de nada. Pero sí incita al pensamiento riguroso, a la gimnasia lingüística que tan esencial es para la Literatura. Y no sólo se trata de ejercicio de lenguaje, sino que muestra una de las más admirables propiedades del ser humano: la comprensión. Y la sabiduría y la bondad, que son su consecuencia.

 

 

Carlos Marzal, La arquitectura del aire, Barcelona, Tusquets, 2013.

Escrito en Sólo Digital Turia por Teresa Garbí

Benjamín Jarnés

29 de septiembre de 2014 10:57:05 CEST

Una vez más, Benjamín Jarnés vuelve a nosotros. Esta vez viene de la mano de Turia, la prestigiosa revista literaria aragonesa. Hay escritores cuyo destino parece ser el de ir y venir con paso ligero por los anales de la literatura. La fama y el olvido, que conocieron en vida, se prolongan después de su muerte y la balanza, en casi todos los casos, suele inclinarse del lado del olvido, porque olvidar es probablemente lo más fácil. Son escritores de difícil clasificación. No encajan del todo en la trayectoria central de la historia de la literatura. Dan vueltas alrededor de un centro que construyen para ellos mismos. Pertenecen a otros sistemas planetarios, aunque están ahí, conviviendo con el gran sistema solar y en ocasiones se confunden con él, pero es sólo por un momento. Es, casi, un malentendido. En todo caso, una rareza. Pero, ¿qué sería de la historia del arte sin las rarezas?

 

Las Meninas es una rareza. El Quijote es una rareza. Sin embargo, son cumbres artísticas. No se ajustan a las convenciones de la época. Irrumpen por sorpresa y, asombrosamente, se imponen. Llevan dentro de sí una fuerza que se diría no calculada, imprevista, inesperada. No se sabe lo que sucede en el cuadro que pinta Velázquez y no se sabe cuál es el último mensaje de Cervantes. Pero un público acostumbrado a los retratos reales, a los bodegones y a las estampas religiosas, un público acostumbrado a que los héroes de las novelas de caballerías rescaten a la doncella y den muerte al malvado dragón, se rinde ante Las Meninas y ante el Quijote.

 

Ese margen de incertidumbre que está en la raíz de la creación resulta alentador para los artistas. La fe siempre nace de la incertidumbre.

 

Hay creadores que simplemente se instalan en ese margen, que hacen de él su territorio. Seguramente, no de forma voluntarista, sino casi instintiva. De una forma que está inextricablemente unida a la personalidad del artista.

 

Benjamín Jarnés pertenece a esta estirpe de creadores. Es un escritor que vive fuera de la corriente del legado literario. Observa, examina ese legado con un agudo sentido crítico, busca pistas que le permitan transitar por otros espacios. Quiere ser moderno, adelantarse a los tiempos. Es una voluntad en la que no hay impostura alguna. Es su visión de la literatura lo que le empujar hacia la modernidad. Desde el lugar en el que se ha situado, eso es lo que ve: hay que escribir de otro modo y de otras cosas, hay que partir de nuevos presupuestos. Sus textos literarios están llenos de pensamiento, pero es un pensamiento que, en sí, es ya literatura. Es el pensamiento de alguien que está convencido de que la creación es la meta vital de los seres humanos. Del “hombre”, diría Jarnés. Como diría, en casos semejantes, el mismo Ortega.

 

Más que con Ortega, Jarnés está emparentado espiritualmente con Unamuno. Pero Jarnés es un literato puro, no aspira a ser filósofo ni profesor (aunque lo fue, impartió clases de literatura española en la Escuela Normal Superior de Maestras de México, DF y dirigió cursos para norteamericanos en la Universidad de México, explicando la novela picaresca durante varios años, como nos dice Juan Domínguez Lasierra, en la biocronología jarseniana que se publica en este número de la revista Turia).

 

La meta y la materia de los libros de Jarnés es, siempre, literaria. Las pesonas que son objeto de sus biografías, el género que más practicó, se convierten en sus manos en personajes literarios, impregnados, eso sí, de dudas filosóficas y metafísicas, dudas unamunianas, incluso orteguianas. Pero su propósito es esencialmente literario. Es aquí, en el terreno de la literatura, donde Jarnés quiere dar la batalla.

 

Creo que todos los artículistas que han colaborado en el dossier Jarnés que nos ofrece Turia destacan el vitalismo del escritor. Su apuesta por la vida. Jarnés no se considera un vanguardista únicamente interesado en romper con la forma tradicional de la novela, quiere alcanzar momentos reveladores, conocer los entresijos de las emociones, bucear en los laberintos de la personalidad. Y quedarse, finalmente, con el aliento de la vida, como si se tratara de un elixir mágico, un Santo Grial.

 

Si Jarnés rechaza la prosa decimonónica es porque le se le ha hecho plúmbea. Domingo Ródenas de Moya resume muy bien el concepto de prosa que guía a Jarnés: “la prosa, en manos del artista, es un instrumento de creación en el que la idea y la imagen encuentran su perfecta conciliación, pues mientras la idea sostiene sólidamente la pasarela sintáctica, la imagen permite pasar deliciosamente de un lado a otro de la frase” (p. 173)

 

Jarnés -sigue diciendo Ródenas de Moya-  “preconizó para el arte joven una vía de conciliación entre idealismo, realismo e infrarrealismo que llamó integralismo, en el que la sublimación romántica (la ensoñación), la cotidianidad realista (la vigilia) y las simas oscuras del subconsciente (los sueños) se equilibraban en una representación idedigna de la compleja naturaleza humana” (p. 173)

 

Una meta muy ambiciosa, ciertamente. Pero está muy bien descrita. Jarnés, como teórico, tiene la facultad de seducirnos, de convencernos. Su teoría literaria es, en sí misma, literatura. Así, por lo demás, lo concebía el autor, que contaba con el pensamiento como parte constitutiva de la creación.

 

En este contexto, es la bandera de la moderación lo que hace singular a  Jarnés. Sus estudiosos lo señalan siempre: huye de los extremos y del autoritarismo, se refugia en la sensatez y en el diálogo. Desde este refugio, se acerca al ser humano corriente, a cualquier lector. Y se brinda a ser recatado del olvido una y otra vez. Sus aspiraciones, sus metas, se pueden compartir.

 

A diferencia de otros teóricos, Jarnés hace hincapié en la imaginación, que prefiere llamar “fantasía”. Juan Herrero Senés señala en su texto la importancia de lo corporal en Jarnés como sustento de las emociones. El cuerpo es “el mediador indiscutible entre el sujeto y el mundo circundante”, un excelente “conductor” para “poner en contacto a los seres”, los momentos y las escenas se desprenden de los recuerdos, el futuro y la eternidad y alcanzan lo “efímero esencial” (p. 184). Y aquí, en lo efímero esencial, también cabe el pensamiento. Herrero Senés cita una frase de Jarnés en El convidado de papel: “Solo una discreta pausa a medio aprendizaje de sensibilidad -unos zapatos a tiempo- permite conservar en los dedos todos los hilos de la enmarañada sinfonía de lo vivo” (p. 185)

 

Su desconfianza hacia la naturaleza objetiva de la realidad también nos hace cercano a Jarnés. Cada observador capta una realidad distinta, y no siempre la misma, puesto que cada observador lleva dentro de sí a muchos otros. Los estados de ánimo cambian, las miradas sobre la realidad también.

 

Ciertamente, como señala Herrero Senés, los personajes novelescos de Jarnés son “solitarios hasta los huesos, vueltos sobre sí mismos, separados de los otros por fronteras invisibles”, sus relaciones dejan “un poso de incomprensión e insatisfacción” (p. 188) El protagonista jarnesiano “sufre de un hastío casi congénito y sus momentos aislados de felicidad no le curan esa cierta desgana, esa indiferencia, ese arrojar la toalla que es precisamente lo que Jarnés va a cuestionarse hacia 1929” (p. 189)

 

La vida y la obra de Jarnés giran alrededor de las fechas. 1929 es un año clave, el año del éxito, un año de intensa actividad y numerosas publicaciones. Diez años más tarde, en 1939, encontramos a Jarnés en el campo de concentración de Limoges. Otros diez años más tarde, en 1949, muere, de regreso en Madrid, después de haber vivido largo tiempo en México. Su vida está, como la de otros escritores de su tiempo, marcada por

el exilio. Jarnés, hombre moderado, no encuentra su sitio. Moderado, pero inclasificable. No es hombre de grupos. Está interesado en la exploración literaria, y eso se lleva a cabo en soledad.

 

No fue totalmente incomprendido ni totalmente marginado. Participó en muchas tertulias literarias, colaboró en muchas revistas, la Revista de Occidente, entre otras. En 1943, se le rindió un homenaje en el Palacio de Bellas Artes de México con motivo del 25 aniversario de su obra literaria (p. 285) y de regreso a Madrid, en 1948, contó con el interés del editor José Janés.

 

El panorama literario de esos años, que conocieron tantos cambios y convulsiones, y que finalmente se encauzaron hacia una estabilidad gris, marcada por la censura y una obligatoria uniformidad, no sería completo sin figuras como Benjamín Jarnés. Nos haríamos una idea errónea de ese tiempo si no consideramos lo que significó la obra de unos escritores que se apartaron de la corriente literaria heredada y se plantearon nuevas metas, se dejaron guiar por otras luces.

 

En este tipo de escritores se refleja, de una forma más evidente que en otros, la crisis de los valores, la transición hacia nuevas épocas, un futuro que se desconoce.

 

El universo de Benjamín Jarnés, la trayectoria que recorrió, las sucesivas miradas que arrojó sobre la compleja relación del ser humano consigo mismo y con los otros, son fruto, sin duda, de un tiempo convulso, desorientado, que, insatisfecho con su pasado, se mueve a tientas en un presente neblinoso y se esfuerza por encontrar pequeñas señales indicadores, pequeños destellos de luz que le permitan avanzar. Y es fruto, también, de sus inquietudes artísticas y vitales. Si en Jarnés no se puede separar el pensamiento de la acción, tampoco puede existir, claro está, la separación entre arte y vida. Ese arte total al que en definitiva aspiraba lo define como escritor y como ser humano. Y, como apuntan algunos de los textos que Turia ha recogido en este número que hoy presenttamos sobre el escritor, quizá encontremos en su obra algunos indicios que lo llevaron a defender, a la vez, el experimento y la moderación, la divagación y la sensibilidad, la belleza y la vida.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Soledad Puértolas

Vida recreada

22 de septiembre de 2014 14:14:28 CEST

Escribir sin pasión sobre esta obra fascinante es muy difícil pero intentaré ser comedido. Lo que te pide el cuerpo al contacto con estos poemas es hacer un alarde de lirismo; de hecho, cuanto he leído sobre ellos es poesía sobre la poesía y a partir de ella, un vuelo lírico como el de un planeador que se sirve del aire caliente para elevarse en pleno descenso. Intentaré evitar ese camino.

El título completo del libro que nos ocupa, el quinto de Luz Pichel (Alén, Lalín, Pontevedra, 1947), es Cativa en su lughar/Casa pechada.  Así pues, no es un libro sino dos, y hasta tres o cuatro, en un solo volumen editado con meticuloso esmero. El primero –aunque aparece al final- es el poemario en gallego Casa pechada (aparecido en 2006, en la colección Esquío de Poesía). El segundo es Cativa en su lughar,  traducción del anterior al castrapo, variedad fronteriza entre castellano y gallego propia de zonas rurales como Alén, la aldea de la autora; no fronterizo en el sentido geográfico, sino en el lingüístico. El tercero estaría formado por una serie de notas aclaratorias que aparecen junto a los poemas en castellano, en página distinta, siempre par, y que constituyen un corpus independiente del resto con su propio mundo lírico y su propia historia, sus personajes y diálogos.  Podría hablarse, por último, de un cuarto libro, el conjunto de “carteles” que la autora dice que va colgando por distintos rincones de la casa, como este “LETRERO PARA LABRAR EN LA PIEDRA DEL LAVADERO  Frío en la fuentefría./La niña lava y llora,/vese en el fondofondo” (27), o  “ESTE LETRERO HASE DE COLGHAR EN LA CUADRA DE LA YEGUA La bestia mía/negharonle la lengua/no puede andar” (73).

Los tres, o cuatro, se entrelazan y forman una red (un verdadero textus) que la autora va arrastrando por el mar de su memoria como una pescadora de esencias poéticas, pero el fruto de ese arrastre no es un conjunto de elegías, contra lo que podría parecer por lo dicho, sino todo lo contrario, es vida recreada, revivida dramáticamente, como en el teatro, podría decirse.  

Todo está cargado de sugerencias, desde los títulos: Casa pechada viene a significar “casa cerrada”, pero también “nublada”, “apretujada” o “de acento dialectal marcado”. Cativa significa “cautiva”, claro, pero también de “mala calidad”, “ruin” o “pobre”, y también “rapaza”, “niña”; es adjetivo que al final se convierte en nombre propio, en personaje trasunto de la autora vuelta a la niñez. Lughar es como el lugar de la Mancha, “lugar”, “aldea” –es “Alén el sitio, el lughar, aldea cativa y rural que compón parroquia con otras…” (44)-, pero marcando con “gh” la sustitución del sonido g de gato por algo parecido a una j, ghato, fenómeno llamado geada, propio de algunas comarcas de Galicia.

 

Respecto a la traducción, se ve que a veces es bastante fiel al original, como en el poema “Epílogo” (112), pero aun en las traducciones más o menos literales encontramos la vertiginosa emoción del matiz que impone la lengua: en el poema “Ando a buscar belleza”, el verso “é soamente un sapo que anda cantando” (181) se convierte en “es solamente un sapo que anda a cantar” (88). Sin  embargo, lo habitual es la revisión y la reescritura, bastante libre y enriquecedora. Podríamos observarlo por ejemplo en la multiplicidad de voces que aparecen en la versión castrapa y que no están en la gallega: ¿son las de los antepasados?, ¿las de los amigos de la infancia?, ¿las de las distintas edades de la autora? De todo un poco.

Pero entre las dos versiones ha cambiado algo más que la lengua y se ha producido algo más que una mera amplificación de los poemas. Separadas por seis o siete años, numerosos signos parecen indicar que la poeta ya es otra, profundamente otra, y no necesita tanto el yo, por lo que en buena medida la primera persona desaparece y se disuelve en una tercera persona, en unos personajes y en la vida misma de la aldea. Por ejemplo, en el poema llamado “Siente el ghato la falta de su dueño”, la versión gallega dice “Mirouse nas miñas bágoas./Y revirouse” (148) y en la castellana “Mirose en una cuenca de agua / y revirose.” (47) De forma parecida, en el poema “Pésanle las ramas a la higuera por culpa de la carga”, en la versión gallega la higuera le habla a la poeta “E a figueira,/aliviada e contenta/move as follas e mira para min,/que me quedo sen figos,” (137) y en la castellana le habla a una niña indeterminada y hay incluso aclaraciones-acotaciones que lo hacen narrativo y hasta teatral:  “Descansa en esta sombra,/(…)/-la higuera, que pretende consolarla-/fantochea un poquito con la azada/a ver si encuentras algo,/una patata mismo./ Llevas mucho fardo encima,/no eres animal de por los aires.” (25) Tomando distancia, la experiencia personal y subjetiva se ha disuelto en experiencia colectiva y parece que la voz de la poeta ha salido de sí misma para transformarse y hacerse una con todas  las cosas (árboles, niños, perros, montañas, casas, muertos, herramientas).

La presencia de estas dos lenguas en tensión fronteriza pone de manifiesto otro de los aspectos más destacados del libro, el mestizaje, la impureza aquella de la que hablaban Neruda y sus amigos del 27, quizá lo que en música se llama fusión. Todo el libro es un canto a y sobre la impureza del mundo, sobre la esencial mezcolanza de cuanto hay en almas, cuerpos, lenguas, naciones, pero no como quien mira desde fuera y analiza sino como el que la vive por dentro (¿como un Whitman gallego?). De ello resulta una estética y una ética: “Ando a buscar belleza/en la forma deforme/de la patata.//Ando a buscar belleza/en la lengua cativa/de la patata.” (105) Ahondando más en lo híbrido de este libro, que transcurre “al fondo de los caminos hondos de un pueblo donde crece la uralita entre el maíz” (7), en el mismísimo corazón de Galicia, resulta que se cierra con un haiku que resume el viaje (los viajes) que supuso su escritura: “Abrí la puerta,/acaricié las cosas./Cerré con llave.” (111)

Efectivamente, esta obra es un viaje por la memoria a través de las diferentes estancias de la casa familiar, en  lo que recuerda a La casa encendida, de Luis Rosales; no solo por la casa, sino también por su carácter liberador. Sirven de guía y parada los mencionados letreros, que son textos breves, sugerentes y precisos a la vez, que parecen convertir la casa familiar por la que deambula la poeta, y todos los habitantes de su pasado –vivos y muertos-, en un verdadero museo (en su sentido etimológico de recopilación del saber humano) de vida atada a la naturaleza y a la aldea, llenos de fantasía o magia, siempre con hondura reflexiva: “Vete al alén,/no se te haga de nocheoscura./Cuando te eche de menos,/duermo en la tierra.” (45) Estos letreros, por cierto, siempre están atentos a la belleza de lo diminuto y a su simbolismo: “Maúllan, atacan, corren,/danse de gholpes contra las paredes/y no es más que la sombra de un volandero.” (54) Este museo convertirá la casa pechada, el pasado definitivamente perdido, en una casa aberta, iluminada para nosotros por estos poemillas que representan un mundo entero a punto de desaparecer, un museo de emociones pasadas, presentes y futuras, personales y colectivas, vivificadas para siempre por la palabra poética.

Pero este libro no es un simple museo porque todo en él está completamente vivo y coleando. Pichel no hace arqueología (quizá sí antropología) sino que crea un ambiente teatral en el que, como en las narraciones de Juan Rulfo, todo es un bullicio de vivos y muertos: “La niña escucha./Detrás de aquella piedra,/los muertos andan a fabular.” (101)

También es Cativa en su lughar  un viaje iniciático hacia la edad de la comprensión (sea cual sea esta) en la que la autora asume la complejidad de su pasado y se afirma libre, de ahí parte del carácter liberador: en el poema “Epílogo” “Cativa” le dice a su can “háceme un sitio en el pajar del trigo,/(…)/ando escapada”(112). Pero antes ha tenido que superar (y revivir) muchos miedos y muchas miserias: “Tú por querer, quieres volar. Pero no se te da,/no son alas eso que voltea la tierra, (…)//la maza genealógica,/la del padre,/la de la piedra./ Para mazar en ti, pum./para mazar en ti, pum, pum/ (…) y viene Cativa y mira y odia/y el odio la asusta y vase escapada” (55). En otro lugar es igual de clara: “duélenle las manos pero no dice nada,/pide perdón,/hace como está mandado” (59).

El viaje del que hablamos es el de la vida, claro, pero si quisiéramos verlo como el de la creación de este libro –que a fin de cuentas es lo mismo- encontraríamos que nace de una necesidad biográfica, que es un ajuste de cuentas con las lenguas de la autora, como ella misma confiesa, “Había que usar la lengua de la aldea para no ser aldeana” (7), y un grito de protesta liberador contra todas las formas de malos tratos, las del idioma, las de la escuela, las del sexo, las del machismo, las de los pueblos y las de las ciudades, las burdas y las sibilinas: “Sufrir por el hecho de hablar, eso no.” (9)

El poema “Epílogo” antes mencionado contiene esta aclaración entre paréntesis a modo de subtítulo, “(Canción de la reina liberada que rematará una pieza para monighotes que está por hacer)” (112) que nos recuerda que este libro también es un drama para títeres y “monighotes” que parece que quiere representar la Cativa adulta a sus nietos cativos, para que sepan, para que no olviden, para que vivan su catharsis. (Este aspecto dramático, como vamos viendo, daría materia para otro artículo.)

Las “notas” merecerían un estudio aparte. Son unas auténticas “Glosas alenses”, si se me permite el vocablo, que pretenden explicar términos desconocidos o ambiguos para el lector castellanohablante y lo hacen en un idioma que ya no es el castellano ni el gallego, sino una lengua en formación (y a punto al mismo tiempo de desaparecer; ¿no es eso lo que ocurrió con las primeras glosas medievales, en navarro-aragonés?), sin gramática definida, por tanto, y con un léxico prestado de aquí y de allá. Un ejemplo: “Gando. Es como ganado, toda clase de reses o gentes domesticadas y tratadas a palos. No vayan confundirte con trampa pequeñita y ghrande consecuencia, no te arreen con varas, que todo eso pronúnciase en un diosquetecreó si tú no espabilas.” (18) Estas glosas van tomando entidad propia y dejan de ser meras aclaraciones para convertirse en otro libro independiente, en otra parte de la historia en la que Cativa es personaje (a veces niña, a veces mujer) que participa y hasta dialoga: “Malformada. Es coruja pues tiene el ojo humano siendo como es una lechuza que mete miedo. (…) –Mirade, atendede, mirade lo que yo ando a hacer bien hecho de verdade, dice Cativa. Y viravuéltase por el prado abajo hasta el alto perfil del encantamiento. Un poema.” (96)

Entre las muchas maravillas de Cativa en su lughar destacan la musicalidad y la plasticidad. De un lado abundan el verso libre, contenido constantemente por el recuerdo de la musicalidad tradicional, el versículo y las jugosas prosas, entre otros metros. De otro lado, destaca una mirada fina, “La mañana despacio abre los ojos, / abre de espacio, mira de monte a río lo que baja/y duélele el sentido con la luz” (17). Muchas veces necesita el lenguaje infantil y el de la brujería, como corresponde a esa búsqueda de las raíces más profundas de su ser,  pues la infancia y su magia son el comienzo del viaje iniciático: “Rastrillo de palo/rastrillo de hierro/horquillas del mundo/palas de toda casta/palos de cada casa/palodepalo/palodepán/palodel-lomo y delas-piernas/palo de lumbre/guadaño, guadaña/azada y azadón/caldero/trasno del lavadero en el mes de enero/caldera y calderín/ y calderilla.” (23)

Es un libro tan personal, lírico y original que parece mentira que sea a la vez tan dramático y narrativo, tan local y tan universal. Es tan rico y complejo (en el mejor sentido), es tantas cosas a la vez, que me parece imposible nombrar todas sus caras, temáticas o estilísticas. En fin, creo que es un libro grande que será recordado.

 

[Luz Pichel nació en Alén, Pontevedra, y ha sido profesora de Lengua y Literatura castellanas. Ha publicado los siguientes poemarios: El pájaro mudo (Ediciones La Palma, 1990. I Premio internacional de poesía “Ciudad de Santa Cruz de La Palma”), La marca de los potros (Diputación de Huelva, 2004. XXIV Premio hispanoamericano de poesía “Juan Ramón Jiménez”), El pájaro mudo y otros poemas (Universidad popular José Hierro, 1004) y Casa pechada (Colección Esquío de poesía, Ferrol, 2006. XV premio “Esquío de poesía en lingua galega”). También ha publicado ensayos y traducciones de poesía. Ha sido traducida al inglés y al irlandés.]

 

Luz Pichel, Cativa en su lughar/casa pechada,  Ibiza, Progresele, 2013.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Miguel Mula Soler

Escritores regios

16 de septiembre de 2014 08:30:09 CEST

 Últimamente he estado en el correo electrónico como quien pasa las horas filosofando en el café. Vivir entre los libros y el diálogo internético me está convirtiendo en ermitaña, pensé, y decidí tomar aire fresco: me desprendí del teclado y salí rumbo a la Galería Regia. Era miércoles y esa noche se presentaba Cuaderno de la nieve (Mantis Editores-Conarte, 2004), nuevo poemario de Guillermo Meléndez.


En la mesa de presentación, Xavier Araiza y Eduardo Zambrano hablaban de la poesía de Meléndez. Se mencionó a Sartre, a Merleau-Ponty, a Pessoa. En el poemario las referencias son interminables: Blake, Dante, Eliseo Diego, Pizarnik, Nietzsche, Safo, Miguel Hernández, Cavafis... La poesía de Guillermo Meléndez no es nada fácil; y sin embargo, con toda su ironía y sus intertextualidades, resulta muy disfrutable.


Recordé las palabras de un amigo escritor una ocasión en que conversábamos precisamente de Meléndez, del prestigio que éste se ha ganado a fuerza de trabajo, de persistencia, de haber apostado a la poesía un poco en silencio, sin pretensiones, asumiendo su oficio desde un anonimato que parecía tenerlo sin cuidado y que desapareció con los años, cuando se convirtió en un -poeta de la ciudad, alguien que, como dijo Araiza durante su presentación, habla de las calles de Monterrey, de los bares, de los rincones que de pronto descubre ante los ojos de quienes habitamos esta ciudad sin asomarnos, casi sin verla.


Alguien había dicho hace poco que el poeta de la ciudad tiene en este momento 15 años, ya que hasta ahora no ha habido nadie capaz de sintetizarla. Descalificó a nuestros poetas uno por uno, asegurando de unos cuantos que sus textos resultan -decentes, pero no poseen grandeza.


A los regios nos resulta difícil aceptar la importancia de quienes se dedican a expresar la otra parte que somos: nuestras fantasías y deseos, nuestros sueños y desencantos. Si un gran poeta es aquel capaz de establecer con el lector una comunicación íntima, alguien que hace sentir al otro que el poema es suyo, que dice sus cosas, entonces no me explico el motivo por el cual, para nosotros, los buenos escritores no se relacionan con nuestras experiencias de lectura, sino con las opiniones del Centro. Sólo por esta vía se reconoce el trabajo de un escritor regiomontano.


Cuando pienso en la relación que existe entre nuestra ciudad y la poesía de Guillermo Meléndez me viene a la mente Álvaro Mutis, los lazos profundos entre sus textos y la Ciudad de México.


Pero comparar a Mutis con uno de los nuestros es arriesgarse a hacer el ridículo si Krauze no lo ha legitimado con anterioridad.


Para los regiomontanos, el problema de nuestros poetas es que son de aquí; en consecuencia, no se puede esperar gran cosa de ellos. He aquí un buen ejemplo de baja autoestima, una típica actitud regia.


II. Los fabulosos veinte


Sucede que, no conforme, el jueves regresé a la misma galería; esta vez para escuchar la lectura de Óscar David López, poeta de 22 años. La presentadora era Gabriela Torres, narradora de la misma edad, y actual becaria del Centro de Escritores.

La seriedad se les nota a los muchachos desde el principio, pensé, el afán de profesionalismo que los distingue entre sus compañeros.


No podía evitar una sonrisa de orgullo al escuchar a la Gaby leer, con su voz fuerte y su apostura envidiable, las múltiples referencias a poetas y narradores, grupos de rock, juegos de Nintendo, programas de televisión y toda una serie de elementos con los cuales dibujó un mapa generacional como introducción a la poesía de Óscar.


¿Qué dicen ellos en su momento de arranque, cuando apenas se dirigen hacia sus propias definiciones? Óscar David inició su lectura con tres epígrafes: uno de Gerardo Denis, el siguiente de Laura León, y el último de José José. Enseguida leyó una serie de poemas de calidad desigual, pero todos ellos frescos, rebosantes de energía, de ganas de decir sus cosas. Hubo dos o tres verdaderamente hermosos.


Evoqué a los Óscar y Gaby preparatorianos, cuando Óscar no se había enfermado, ni soñaba que vendrían estos dos últimos años de hospitales; cuando Gaby era una niña tímida que apenas hablaba; cuando aún no imaginaban que alguna vez iniciarían el proyecto Harakiri, que actualmente reúne a muchos de los escritores jóvenes de nuestra ciudad.


"La generación actual de talleristas hace demasiadas concesiones con estos jóvenes", suelen decir algunos escritores que conozco, "los están chiflando". Sin embargo, apenas empezó a leer Óscar recordé el apoyo de nuestros maestros y coordinadores. ¿Qué sería de nosotros si no nos hubieran mostrado una confianza de ese tamaño?


Me vinieron a la mente los dos Jorges: Xorge Manuel González y Jorge Cantú de la Garza. Recordé también algunas opiniones de sus compañeros, idénticas a las de mis conocidos. En el caso de nuestra generación, el apoyo de éstos y de tantos otros escritores significó, más que condescendencia destructiva, un empuje fuerte, una seguridad, una manera de ayudarnos a pisar tierra firme.


Al salir esa noche de la galería caí en la cuenta de que había presenciado una especie de reseña. No era solamente la gente de las mesas en ambos eventos, o el público que en las dos ocasiones llenó la sala; era el fenómeno literario regiomontano manifestado a través de diferentes generaciones. Un proceso vivo, dinámico.

 

Texto publicado en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, México. (Noviembre 2004)

Escrito en Sólo Digital Turia por Dulce María González

Rafael Gumucio (Santiago, 1970) es una de las figuras actuales más sólidas de las letras chilenas. El pasado junio, presentó en la Casa de América de Madrid su nuevo libro: Mi abuela, Marta Rivas González (Ediciones UDP).

Hija del diplomático Manuel Rivas Vicuña, y esposa del senador Rafael Agustín Gumucio, Marta Rivas González, una aristócrata de izquierdas, fue testigo de excepción de la historia de Chile de los últimos cien años.

De la mano de su abuela, profesora en la Soborna, Rafael Gumucio se estrenó de manera un tanto abrupta en la edad adulta. Tras el golpe de estado de Pinochet en 1973, Marta y Rafael compartieron la soledad del exilio en París al abrigo de autores determinantes en la vida de ambos como Proust.

Es esta una crónica familiar, escrita desde el humor, la poesía y la rabia, donde el escritor nos descubre a una abuela excéntrica, amiga de Marguerite Yourcenar, García Márquez o José Donoso, y a quien Cela invitó sin éxito a Mallorca.  Gumucio narra en primera persona, cómo fue aquella relación de amor y el vacío que dejó la muerte.

 

En nuestra conversación, el escritor y periodista habló además del futuro del periodismo, de su cátedra de Estudios humorísticos en la universidad santiaguina Diego Portales y, cómo no, de literatura.

 

-  Uno de los problemas primeros con los que se enfrenta un escritor es elegir un tema y unos personajes, en este libro lo has tenido fácil, estaba en tu familia…

-  Casi todos mis libros versan sobre mi vida familiar. He tenido la suerte de tener una familia muy divertida, que ha estado muy comprometida con sus circunstancias y con la vida de Chile; que además tiene un cierto gen exhibicionista que le hace contar sus cosas como si ellos esperaran que alguien las contara. He sido yo quien lo ha hecho. Cuando empecé a escribir no pensé nunca que este iba a ser mi tema. No pensé que iba a ser el cronista de mi familia, pero conforme pasan los años, la verdad es que las mejores historias son las que están cerca de mí. He tenido el raro privilegio de contar con el permiso implícito de contarla, y eso es lo que he hecho desde entonces.

-  Gracias a Marta Rivas,  el lector se acerca a una clase social que ella representa, me refiero a la aristocracia de izquierdas.

- En Chile ese grupo social se prolongó durante muchos años en la historia. De hecho, casi todo lo que el mundo conoce de Chile nace de esa clase social. Tuvo una enorme importancia. A mí me interesó sobre todo por las contradicciones, porque mi abuela era de izquierdas en cosas que uno no se esperaba, y de derechas en cosas que tampoco esperabas. Ella tenía el ADN de ambos mundos y eso era realmente interesante porque me ahorraba construir un mar de personajes; con ella tenía todo un mundo.

- Su abuela era una mujer de mentalidad abierta. Hoy la reconoceríamos como una feminista.

- Genéticamente era feminista, al contrario que otras mujeres que se han autoimpuesto ideológicamente la liberación. Ella lo era sin quererlo, en un medio donde el feminismo era impensable. Pero, creo que su intento no fue liberarse sino al contrario, amarrarse, encontrar un marido y una familia en la que buscar protección. Con tan mala suerte  de encontrar un marido como mi abuelo, que en el papel representaba el conservadurismo acérrimo, pero que en la vida real se transformó en un hombre de izquierdas y para nada machista. Con el tiempo he llegado a pensar que el hombre conservador que buscaba, no se hubiera casado nunca con ella, sólo mi abuelo pudo hacerlo.

- ¿Y eso?

- Porque ella era de las que decían a voz en cuello lo que opinaba, que era más inteligente y más culta que cualquier hombre, no estaba preparada para el matrimonio tradicional latinoamericano. Yo quise ir más allá de lo que era visible. A ella le importaban las convenciones pero nunca pudo amoldarse a ellas. En su vida tampoco tuvo ocasión de protagonizar ningún acto de rebeldía. Quiso siempre trabajar, pero no lo hubiera hecho si mi abuelo no se hubiera arruinado. No fue un acto de rebeldía o una Casa de muñecas, sino pura supervivencia.

- Dos exilios le marcaron la vida.

- Ella vivió en total 22 años de su vida fuera de Chile, la mayoría de su infancia y adolescencia. En su primer exilio vivió dos años en Suiza porque su padre fue nombrado presidente de la Liga de las Naciones. Pero era un fuera de Chile pensando en Chile, hablando de Chile, preocupada por Chile y entre chilenos. Ella tenía un empeño en lo chileno aunque nunca se sintió cómoda en Chile.

- Pero Marta Rivas quería morir en Chile a toda costa.

- Quería morir en Chile porque no que quería que Pinochet le ganara la batalla. Decía que quería volver por el clima. Yo no creo que fuera por eso, el clima de Chile es muy malo. Seguramente era por la luz. Hay una luz en Santiago que no tiene París y que a ella le era necesario; luego estaban los afectos. Vivir en el exilio exige vivir permanentemente en un logro, no te deja vivir en la inconsciencia. Pero para nosotros, que volviera a Chile nos parecía algo ilógico porque ella era feliz en París, había conseguido una buena vida. Era muy divertido porque los rusos blancos pensaban que mi abuela era una rusa y la llamaban: Olga, Sonia…

Vivió un tiempo en el mismo hotel que el príncipe Yusipov, que fue quien envenenó a Rasputín. Yusipov, que era buen mozo y muy homosexual, tenía un novio chileno: Cuevas, Cuevitas. Un personaje divertidísimo que se fue de Chile, se convirtió en un mecenas del ballet y se casó con Margaret Rockefeller, nieta del millonario. Yusipov era su amante. Terminó siendo rico e importante, pero en Chile le siguieron llamando Cuevitas, aunque en ese momento ya era el Marqués de Cuevas.

También vivió en el mismo barrio que Marguerite Yourcenar. Ella le tenía ganas a mi abuela, le regalaba huevos pintados de Pascua. Eras amigas, pero a mi abuela que era conservadora en el fondo, le asustaba que fuera tan abiertamente lesbiana.

Mi abuela amaba la literatura y quería a los escritores pero no le gustaba el esnobismo. En cuanto un escritor famoso le hacía demasiado caso, ella se distanciaba. Le pasó con Camilo José Cela. En sus clases ella hablaba de La familia Pascual Duarte. Cela se enteró que una profesora de la Sorbona hablaba de su obra y la invitó a Mallorca. Mi abuela le dijo que no porque no quería ser una esnob. Me parece que hizo una tontería, quizás Cela hubiera escrito este libro y me hubiera ahorrado a mí el tiempo…

-  Ella tenía sus más y sus menos con los escritores…  

- Normalmente los escritores son siempre arribistas, y eso era algo que mi abuela no olvidaba. Yo siempre le decía que si hubiera conocido a Proust hubieran sido amigos claro, porque tenían mucho en común, pero hubiera sido una amistad a la que mi abuela le hubiese puesto coto. Mi abuela hubiera suscrito la carta que le escribió Gide a Proust rechazando su manuscrito, donde le decía que un escritor joven no puede ser bueno si vive obsesionado con princesas y duques. Gide se arrepentiría después toda su vida, como se hubiera arrepentido mi abuela.

Entabló amistad con García Márquez, pero él se fue alejando y ella no hizo ningún esfuerzo de acercamiento. Lo mismo le ocurrió con Isabel Allende. En el fondo era una especie de timidez que la paralizaba.  De su relación con José Donoso hablo mucho en el libro, y lo pongo como ejemplo. Se conocieron cuando ambos eran muy jóvenes. Eran dos personas con gustos, fobias y aficiones en común realmente asombrosas. Lo que les distanció fue que Donoso era escritor, y tenía demasiadas ganas de ser su amigo… Y mi abuela pensó: si este tiene tantas ganas es porque está mal…

- Digamos que tampoco te animó a ser escritor.

- Sí y no. Me acercó a la lectura de escritores que para mí han sido fundamentales: Proust, Chéjov, Tólstoi, Shakespeare, también Ibsen, que  leí también por ella, pero que no fue tan importante. No sólo me alentó en la lectura, sino que fomentó en mí la idea de que yo era escritor, que debía dedicarme a la literatura. Pero cuando vio que esto se hacía realidad, entonces mantuvo una posición ambivalente.

- ¿Crees que sin la influencia de tu abuela, hubieras sido escritor de todas maneras?

- Yo quería ser escritor antes de conocerla, pero quizás me hubiera dedicado a escribir cómics. Yo tengo primos que no tenían ningún interés por la literatura y que mi abuela adoraba. Nunca se le ocurrió fomentarle esa afición, fue algo que yo pedí y que se transformó en el eje de nuestra relación.  Fui el único de sus descendientes que heredó sus tomos de Proust, un escritor fundamental en su desarrollo como persona. Pero al mismo tiempo me recordaba que yo nunca sería como Proust.

- La relación entre ustedes dos se forjó en París. Ella necesitaba un hijo y usted un padre. ¿Cómo fue aquel exilio para ti?

- Yo buscaba a alguien que hubiese vivido esa cosa inaudita y extraña que estábamos viviendo que era el exilio. Mi abuela era la única persona de las que me rodeaba para quien el exilio no era una novedad. Ella fue una guía.

Fue un tiempo doloroso porque en mi caso se cruzó con la separación de mis padres, la destrucción de un cierto equilibrio familiar que me influyó tanto o más que el exilio físico. Evidentemente las dos cosas juntas fue como una bomba. Yo era una persona hipersensible, que en mi caso vino acompañado de hechos externos. Ahora puedo ir al psicólogo y tener una justificación… (Ríe). 

- ¿Era París entonces una ciudad dura para un extranjero?

Muy dura, fría y solitaria. París no le ahorra dificultades a nadie. También hay un dato que está feo decirlo, pero nosotros nos desclasamos en París. Fuimos a vivir a una ciudad europea, importante, pero para mi familia fue una pérdida. En Chile contábamos con una red de apoyo en la que sentíamos que pasara lo que pasara no te iba a ocurrir nunca nada. Esto lo rompió primero Pinochet y luego el exilio confirmó esa sensación de que no estábamos seguros en ninguna parte.

- Los escritores chilenos de distintas generaciones, como Alberto Fuguet, Alejandro Zambra o tú mismo, llevan la dictadura en el ADN de su escritura.

- En los nombres que has citado cada uno lo vivió de un modo distinto: Alberto Fuguet vivió la dictadura hasta los 20-23 años. Yo la viví hasta los 18,  y Zambra hasta los 14. Pero hay un periodo del que se va a hablar con toda seguridad en la novela chilena.  Yo mismo estoy escribiendo sobre la época de la transición: del 88 al 98, donde Pinochet ya estaba preso en Londres, pero su sombra era alargada.

La dictadura es un tiempo donde los países se reencuentran con sus peores y sus mejores demonios. Allende era algo que nosotros no hubiéramos querido ser, pero nunca fuimos. Pinochet fue alguien que nunca quisimos ser pero fuimos. Un dictador se parece a lo peor de su país.

- En estas memorias hay dos voces: la voz de Marta Rivas y la tuya. Tú planteas cosas que quizás no te hubieras atrevido a decirle.

- Estuvo demente muchos años antes de morir. Yo me había resignado a la idea de que ya no me hacía falta, que no la necesitaba. Cuando se fue, empecé a necesitarla, ajustar cuentas con ella, y sobre todo preguntarle muchas cosas sobre cómo vivir. Yo la conocí de vieja y yo aún era un niño. Nunca supe cómo vivió de los 35 hasta los 60 años, que es el tiempo en la que uno tiene hijos, casa, perro, donde se vive de una manera rutinaria. Cuando empecé a vivir ese tiempo, fue cuando comencé a hacerle esas preguntas: cómo nosotros, que éramos tan distintos por herencia histórica, que no estábamos hechos para una vida burguesa y banal podíamos construir la vida. Me hubiese sido muy útil, pero ya no estaba. De alguna manera tuve que inventarla para que me respondiera a todas estas cuestiones. 

- ¿Crees que a Marta Rivas le hubiera gustado el libro?

- Hay un poeta chileno muy bueno, Armando Uribe, que fue muy amigo de mi abuela, y a quien yo le di a leer el manuscrito.  Él me dijo: tu abuela hubiera odiado tu libro y a la vez hubiera sentido mucho orgullo. Habría detestado que hubieras sido capaz de escribirlo y habría adorado que lo hubieras hecho. No sé si se entiende la paradoja.

- ¿Ha sido una manera de enterrarla?

- Sí. Entre su muerte y la novela escribí una obra de teatro que estaba basada en ella y que protagonizó una actriz que se le parece mucho, Delfina Guzmán. Con esa obra pensé que de alguna manera había logrado resucitarla, pero cuando se publicó este libro, mi abuela ya no estaba.

- Colaboras con diversos periódicos. En tu caso, ¿trazas una línea entre el escritor y el periodista?

- Yo nunca he pretendido ser periodista. Escribo como un escritor que se amolda al formato y a las necesidades editoriales del diario. Mis columnas son de opinión, cultura, literatura, política y sociedad; también hago entrevistas.

- ¿Cómo ves el oficio de periodista en el mundo actual?

 Hay una inflación del periodismo, lo mismo que pasa con la democracia porque ambos están relacionados. El poder opinar desde tu móvil parece democrático pero no es democracia. La democracia también supone someterse a un orden. El periodismo es el derecho a opinar de una sociedad a través de un periódico, pero no es lo mismo a que todos los ciudadanos griten al mismo tiempo.

El periodismo y la literatura sobrevivirán, pero creo que acabará con los profesionales que tienen este oficio como forma de subsistencia. Se perderá parte de la historia, la diversidad de voces, se convertirá en un periodismo previsible donde lo más importante serán las firmas.

- Háblame de tu faceta como director del Instituto de estudios humorísticos en la Universidad Diego Portales. ¿En qué consiste esta cátedra?

- Es un curso complementario en la Escuela de Periodismo en la universidad, donde enseñamos maneras de hacer humor aplicado en su trabajo. Organizamos también actividades donde explicamos el tipo de humor que se hace en Chile.

- Viviste en Madrid, después en Barcelona. El atractivo de España para los escritores hispanoamericanos se prolongó más allá del Boom.

- Cuando vine, el centro de la cultura en castellano era España, ya no lo es. Vinimos a España y fue una época gloriosa. Lamento mucho que después, con la crisis, los destinos se hayan alejado tanto. Un chileno conoce a muy pocos escritores españoles, y a un español le pasa lo mismo con los escritores chilenos. Es una pena.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Yolanda Delgado

Fundir el cuerpo y la palabra

2 de julio de 2014 08:08:54 CEST

Inmensidad. Esta es la primera sensación que el lector tiene cuando ojea, ayudándose de su mano ―se presenta como un libro electrónico y la mano sigue siendo nuestro acceso al espacio literario―, Soundscape. Esta obra es una ventana al espacio y al vacío, al blanco y al negro, respectivamente. La primera sección recopila una serie de poemas bajo el título de “Hábitat”. Se trata de pequeñas composiciones en forma de cubo que ocupan el centro de la página, poemas breves cuya velocidad vertiginosa se despliega de manera vertical para el lector, porque los significantes viajan de lo más alto hacia el suelo, incluso al subsuelo, a la raíz. De esta forma, un mismo poema puede enfocar al “techo” y al “cielo” y quedar, al final, completamente “sumergido”; observar las “nubes negras” y acabar pisando “la raya”. A medida que los poemas se suceden, los términos que hacen referencia a lo terrenal se multiplican, el penúltimo de ellos comienza con “Bajo tierra” y el último sentencia de manera sintética: “Ser fiel a la raíz, conservar la memoria del hambre”. Hace poco oí que un poema extenso no es tal en la medida de su número de versos, sino en la voluntad que tiene de extenderse a lo largo del espacio poético. “Hábitat” es un poema extenso mínimo; su vocación es delimitar el espacio a partir del cual el poeta crea y éste es el que se forma como un “puente entre el párpado y el pájaro”: cerrar el párpado puede ser suficiente para dejar escapar la materialidad de un mundo en constante movimiento. Abran las hojas de Soundscape, conviertan en pájaro las letras que componen estos poemas, porque no deben reconocer sólo en ellos la posibilidad de la palabra.

El poeta ya ha establecido el “lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal”. Tras éste sitúa las secciones “Vitral de voz” y “Materiales para el desastre”. En “Vitral de voz”, las hojas impares ―que serían las que primero observaría el lector de un libro impreso― están llenas de una vacuidad tal, que casi podríamos reflejarnos, la única marca poética existente en ellas lo constituyen unas sentencias que el autor denomina vetas, esas listas que se distinguen de la masa, de la masa blanca, del espacio febril: «hablan madera, muros de piedra y fruta, vetas», afirma el autor en la primera de ellas; a veces, esas vetas se destazan en una suerte de integración con los espacios en blanco: individualidad y masa como caras de una misma moneda. Los poemas se desgajan desnudos en las páginas pares, todas las letras se muestran en su “minusculosidad”, no hay ninguna que prime sobre el resto, para que su fundición sea más perfecta. Inmensidad. Y los lectores la aminoramos sumergiéndonos en las palabras, porque la única vidriera de color que encontramos ―el vitral― se encuentra en ellas, que tienen la dicha de ser pronunciadas por la voz. Los poemas se agrupan indefensos, sin título, sin numeración, sin barreras de signos que los separen, sobre tres voces: voz de agua, voz de llama, voz de llaga. Es el camino de la existencia, porque agua es como aludir al compuesto del que estamos hechos en esencia, es el líquido en donde nuestra primera corporeidad flota; llama es el calor que nos funde a otras materialidades, es la creación que pone entredicho la versión judeocristiana, es el contacto con la tierra que arde; llaga es el dolor de lo que encontramos hasta llegar a algo, «mi cuerpo que es todo herida hasta tu cuerpo turbio». El poema es el cuerpo, pero es también el camino de la palabra que nos acompaña, la definición que podemos hacer de nosotros mismos, el desprendimiento que de la corporeidad hace la voz para nombrar, nombrar el amor, nombrar la naturaleza, nombrar el sufrimiento, es el vitral.

Los poemas de “Vitral de voz” parecen provenir los unos de los otros, parecen irse desgajando de un cuerpo robusto que los compone, no poseen letras mayúsculas, los verbos indican transición ―en algunos incluso gradación. Para Fernández López no es tan importante la rima ―incluso hay versos que terminan con la conjunción copulativa “y”―, el ritmo lo marcan las diferentes fórmulas anafóricas que contiene cada poema y el sentido cadencioso de la oración. A modo ultraísta también, encontramos palabras que tipográficamente se fusionan en busca de nuevos significados, de nuevas sensaciones, estas fusiones van en armonía con el ritmo: “puertasgrito”, “domaryolor”. A veces, los caracteres en cursiva conviven con los redondos: “desnacimiento”, “surgir”, “desasimiento”, “rugir”, la plástica se fusiona con la poesía, la palabra lleva al límite la voz.

«En mi caso, el diálogo con las otras artes es una necesidad y una de las formas de asedio y encuentro con lo poético», nos confiesa el autor en una entrevista realizada por el también poeta Óscar Curieses. Ese diálogo es más directo en la tercera parte del libro, la denominada “Materiales para el desastre”, donde el autor pone letra ―y voz, en el montaje completo― a los dibujos de Héctor Solari, procedimientos para dibujar la condición humana en mitad del desastre. El espacio pictórico se despliega ante el lector como un cúmulo de letras abigarradas que apenas dejan un punto de fuga.

El final de cada uno de las secciones que componen Soundscape está marcado por el tránsito, la búsqueda del camino, el escarbar como procedimiento. El poeta no ceja en su empeño de descubrir su rumbo. Es un acierto que la nota del autor se encuentre al final del libro, porque así el lector abandona todo cúmulo de sinestesias adquiridas por la lectura y se da cuenta de que Soundscape no está concebido de una vez, sino que pertenece a un organismo que, en conjunción con el propio autor, se ha ido creando y desarrollando, replegándose en la materialidad de una hoja en blanco, de un escenario vacío, de un lienzo cándido, de un murmullo de ritmo cadente.

 

 

 

Carlos Fernández López, Soundscape, Uno y Cero Ediciones, Valencia, 2014.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Conrado Arranz

James Joyce: dublineses, cien años

25 de junio de 2014 08:29:16 CEST

 

    En una vitrina del Museo Sveviano de Trieste reposa la primera edición de Dublineses.  En la sala Joyce  se conserva un ejemplar en pasta roja y letras doradas con dedicatoria manuscrita de James Joyce  a Héctor y Livia Schmtitz.  Está fechado  y firmado el 25 de junio de 1914. La editorial Grant Richards lo publicó una década después de aparecer los tres primeros relatos en The Irish Homestad. Hacía más de ocho años que el autor irlandés había terminado de escribirlos.

    “Cae la nieve… sobre todos los vivos y sobre los muertos”.[1] James Joyce murió el 13 de enero de 1941en Zurich, donde se había instalado  huyendo de la ocupación germana de París. Imagino al autor del Ulises, con su inquieta curiosidad, compartiendo con Buñuel el deseo de salir  alguna vez de su tumba para  saber  algo de lo que está pasando en este mundo. Y ¿por qué no? conocer el recorrido de su obra, de las ediciones y  traducciones a nuestro idioma  y  su conversión en imágenes cinematográficas. El pasado día 16 se ha celebrado el “Bloomsday” en Dublín y en muchos pubs de todo el mundo. Desde 1954 –hace ya 60 años-  los irlandeses  festejan en esta fecha el encuentro entre Nora Barnacle y James  Joyce que da lugar a la jornada imaginaria-16 de junio de 1904- de Leopoldo Bloom en el Ulises. Ciento diez años después, en este mes de junio de 2014, conmemoramos además el centenario de  Dublineses, cuentos que, en aspectos de estilo y personajes, son  precedentes de su obra más universal. Empezó Joyce a escribir estos relatos cuando aún vivía en la capital irlandesa, pero la mayoría nacen en su época de autoexilio en Trieste.  Allí y en Roma y también en Pula(Croacia) concibió y redactó el grueso de los quince relatos breves que empiezan, según el orden que el propio Joyce estableció,  con  Las hermanas  y finaliza en Los muertos. Terminó este último relato hacia 1907  para concluir y mostrar aspectos de la vida dublinesa que aún no le parecían suficientemente tratados: “su ingenua insularidad ni su hospitalidad… virtud esta última que no creo exista en otro lugar de Europa…”[2], según le contó a su hermano Stanislaus en carta desde Roma.

    Con este motivo he seguido sus huellas ¡hay tantas¡  en el espíritu y rincones de Trieste. Doce años de una vida entre 1904 y 1916 en una ciudad que hoy es Italia, pero que hasta el final de la Gran Guerra formaba parte del  Imperio Austro-Húngaro. Era uno de los grandes puertos del Sur de Europa. En sus muelles estaba anclada  gran parte de la Armada Imperial. Eslavos serbios, germanos, judíos y, por supuesto, los italianos, muchos de los cuales ansiaban incorporarse a Italia, formaban un complejo entramado cosmopolita que aún se percibe en sus calles. Huyendo por voluntad propia de una Irlanda católica y nacionalista y-enfrentada a ella- otra anglófila y protestante, Joyce sintió el impacto de esa diversidad cultural.

     Trieste está salpicado de testimonios en  memoria del escritor, sentido por sus habitantes como Patrimonio inalienable de la ciudad. Hay varias esculturas. La del Jardín Público Muzio Tommasini es un busto sobre pedestal ubicado junto al de otros personajes ilustres. Entre ellos, muy cerca del de Joyce,  el de  Italo Svevo, primero  alumno de inglés, luego amigo y también maestro literario del escritor irlandés. Otra estatua  se encuentra en el canal, en Vía Roma, esculpida por Nino Spagnoli. El viaje continúa hasta  Pula, unos cien kilómetros al Sur, en la Península de Istria. Allí se encuentra una escultura sedente. El personaje, mucho más grueso  que la figura magra del escritor, parece dispuesto a tomarse una pinta de cerveza. Está sentado en una de las mesas de la terraza  junto al arco romano de los Segi. El pub está situado justo en el edificio que albergaba la delegación de  Berlitz School donde Joyce daba clases de inglés.

    Volviendo a Trieste, una placa recuerda que Joyce, buen tenor y aficionado a la Ópera, asistió a numerosas representaciones en el Teatro Verdi. Evocación obligada en la Piazza della Borsa donde estaba el Cinema Americano. Un hito en su biografía porque Joyce convenció a su empresario, Giuseppe Caris, para que invirtiera en la que está considerada la primera sala de cine de Dublín. Una vez instaladas las pantallas en el Teatro Volta, el propio Joyce regresó a la capital irlandesa con la intención de dirigir el Cine, pero un estrepitoso fracaso le devolvió nuevamente a Trieste. Camino de la Academia Berlitz, en via San Nicolò, es propicio un alto nutritivo en la Pasticceria Pirona. Allí se siguen degustando buenos y caros cruasanes y otros productos dulces y salados como los que debía tomar el escritor. La ruta urbana continúa por los humildes apartamentos en los que se alojó  junto a Nora y sus dos hijos, ambos nacidos en esta ciudad del Adriático. Termina el itinerario en el Museo que comparte con Svevo en la Vía de la Madonna del Mare donde entre sus libros, objetos personales,  escritorio, otros muebles y carteles conmemorativos destaca el primer ejemplar de Dublineses.

     Lo más personal de esta búsqueda  tuvo lugar en el encuentro con Claudio Magris. Ensayista, escritor, traductor de alemán, profesor universitario y viajero, tiene un vínculo intelectual y familiar con Joyce. Su padre fue alumno de inglés de Stanislaus, el hermano de James, quien acudió a su llamada, vino a visitarle y se quedó a vivir y morir definitivamente en Trieste, donde está enterrado. Nuestro encuentro fue el cumplimiento de una promesa aplazada desde 2006 cuando le entrevisté para el número 80 de la Revista Cultural Turia. Aquella conversación con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2004 se realizó por correo electrónico. Le pregunté, me envió sus respuestas en italiano y tuve la osadía de traducirle. Prometimos entonces saludarnos en cuanto se nos presentara la ocasión. Y así ha sido. Nos hemos encontrado en Trieste, la ciudad en la que vive cuando no viaja, le tiene en máxima consideración y le cita como referencia cultural  junto a Joyce y Svevo.

   Hemos mantenido un breve encuentro en el Café San Marco, uno de los más literarios e históricos de la ciudad. El amplio local alberga además una librería. Allí el camarero le tiene reservada una mesa junto al gran ventanal, iluminado ese día de abril por un sol espléndido. En la entrevista que ya he mencionado de 2006 decía del San Marco “voy allí no para tener una tertulia sino para escribir o leer o reunirme con amigos”. Desde el momento del saludo hasta la cercana despedida, el escritor ha sido acogedor y dinámico. Tomamos un café, sólo unos minutos, porque es un hombre con mucha actividad. Al día siguiente cumplía 75 años y le esperaba un homenaje en la Universidad. Apenas hubo tiempo para hablar de Joyce. Sin pedírselo cuenta una anécdota: “Un día estaban Joyce y Svevo en un Pub tomando wisky y cerveza. A Joyce  se le cayó un vaso y soltó una palabrota… Svevo le advirtió: eso se puede escribir, pero no se puede decir…” El episodio puede evocar la trágica afición a la bebida del escritor irlandés.

    Seguimos hablando del viaje como metáfora de la vida. Pone Magris de ejemplo el periplo de Odiseo en Homero y  la jornada de Ulises en Joyce. Enseguida nos despedimos con la misma amabilidad del principio. Al  día siguiente volvimos a vernos en el homenaje de  los intérpretes y traductores en la Universidad. Él estaba en el centro de la mesa, sobre el estrado,  junto a sus colegas, profesores y alumnos. El  público de sus fieles casi llenaba el aula. Palabras de agradecimiento y discursos sobre la idea transcultural de la literatura que atraviesa la obra de Claudio Magris. Entre las ponencias,  la más extensa fue la de  la doctora Pellegrini. Entendía esta profesora la traducción como acto de canibalismo, también al traductor como cómplice para salvar la suprema ambivalencia del lenguaje. En definitiva una fidelidad libre, ya que el traductor es a la vez cómplice y rival. Salió Borges a relucir: el escritor argentino entendía toda traducción como  identificación con el texto, al que a la vez se le somete a un proceso de alienación. Traducir es la invención de nuestros predecesores. El traductor reinventa, es coautor de la obra, a pesar de no ser suficientemente reconocido. Después de los agradecimientos y aplausos, al terminar el acto, otro amable apretón de manos de Claudio Magris y  una dedicatoria: con amistad A Maddalena y Eduardo estampada sobre El infinito viajar, el libro que desde Madrid  nos ha acompañado- a mi mujer y a mí- en nuestra estancia en Trieste.

    Estas ideas sobre la traducción sirven de referencia para indagar en algunas ediciones de Dublineses que han ido apareciendo en lengua española.  La primera versión a nuestro idioma, editada por Tartessos de Barcelona, es de I.Abelló y no apareció hasta 1942, un año después de fallecer Joyce. ¡Tardó 18 años en publicarse en español¡ Una de las ediciones más reputadas es la que Guillermo Cabrera Infante tradujo para Alianza Editorial en 1974. En el tiempo le sigue la del periodista y escritor Eduardo Chamorro. Ésta, editada por Cátedra en 1998, viene a salvar para los españoles el estilo del habla iberoamericana del escritor cubano. Lo más interesante de esta edición es el magnífico prólogo de Fernando Galván y los centenares de notas a pie de página para contextualizar mejor el texto. No olvidemos que en Dublineses  Joyce combina la inspiración creadora con un naturalismo obsesivamente fiel a la realidad social, geográfica e histórica que describe. Las notas de Chamorro permiten saber de dónde o de qué  habla el relato sobre temas y personajes conocidos en su época y que en muchos casos fueron parte del problema en los sucesivos intentos de publicarlo. En alguna ocasión, esos intentos derivaron en agrias disputas con editores y linotipistas. Hay otras ediciones de los relatos en Lumen, Premia y DeBolsillo.

    Hacia 1906 Joyce envió desde Trieste al editor Grant Richards varias cartas sobre Dublineses: “mi intención era escribir un capítulo de la historia moral de mi país y escogí como escenario Dublín porque esa ciudad revela la esencia de esa parálisis que muchos consideran una ciudad”[3]. Asistimos en sus páginas al desengaño que rodean las sombras de Dublín, una ciudad que  es tan pequeña que todo el mundo sabe lo de todo el mundo. Los tres relatos escritos antes de su partida vienen a ser el amargo diagnóstico previo al destierro. En Una pequeña nube advierte …no había la menor duda, si quieres triunfar has de irte. En Dublín no hay nada que hacer [4]. En otra carta fechada en 1905 le cuenta  a  su hermano Stanislaus  que aún vivía en Dublín …las historias de Dublineses me parecen incontestablemente bien hechas. No he tenido  dificultades para escribirlas…[5] Alguno de los cuentos además anticipan algunos personajes del Ulises.  Por ejemplo, la señora Mooney de La casa de huéspedes y Corley, uno de los protagonistas de Dos galanes. Hay otros muchos que se descubren leyendo ambas obras literarias. Sirve como guía  la edición de Cátedra.

    Los muertos, el último relato, encarna las nuevas ideas o actitud que  para Joyce habían cambiado en Roma después de un itinerario que había comenzado en París, con escalas en Zurich, Trieste y Pula. Descubrió allí que Dublín es como Roma una ciudad llena de monumentos y quiere olvidar, pero se aferra a su memoria. La fiesta con la que comienza el relato es una cena del Día de Reyes como las que celebraba su propia  familia. Se hablaba mucho sobre personas ya muertas. Stanislaus considera que el discurso en el que Gabriel Conroy habla del alma irlandesa es una buena imitación de los que pronunciaba  su padre en esas reuniones, rodeado de amigos.

    Pero en Dublineses hay otros muertos que están ahí para hablar de los seres que desde su ausencia han marcado  las vidas de quienes siguen aquí.  En el primer párrafo de Las hermanas, relato editado en solitario en 1904 y varias veces corregido, expresa lo que viene a ser un sinónimo literario de la muerte: todas las noches al levantar la mirada hacia la ventana, me decía suavemente a mí mismo la palabra parálisis.[6]  Enseguida constata  el fallecimiento del Padre James Flynn.  El niño – alter ego del escritor- observa y ve indicios de muerte. Si seguimos adelante asistimos a los preparativos del velatorio, al ritual narrado del embalsamamiento y ya, ante el cadáver del cura, se habla del muerto con frases entrecortadas o palabras suprimidas. Ese recurso literario lo inaugura Joyce en este relato. Luego continúa empleándolo en el Ulises. Frases sin concluir sobre el cura y también para justificar a los vivos. ¿Habrán hecho todo lo posible para tener limpia su conciencia? Se preparan de esta forma para el duelo íntimo que comenzará cuando pase el velatorio, el funeral y el entierro. En Arabia, el tercer relato, el muerto es también un sacerdote que ocupaba la casa antes que el protagonista. Fue hogar de la familia Joyce. El puber cuenta  cómo sus gustos están  marcados  por la presencia de los libros que dejó el fallecido. Serán una guía literaria entre Walter Scott y Vidocq. Describe el manzano en el jardín de la casa que había plantado el cura. Hay también una bomba de “bici” que seguirá usando el protagonista. La sala en la que se alojaba el anterior inquilino le da fuerzas y le inspira en su primera aventura amorosa. En Evelyn los muertos son los padres del narrador. Ya  mayor éste, lo que nos cuenta es cómo eran las cosas antes de que sus padres faltaran. Añoranza del hogar, desde el recuerdo de los tiempos en que ellos vivían. Es el momento de recordar  la amargura de Joyce por la muerte de su madre, Mary Jane Murray, en 1903. Quizá sea éste acontecimiento una de las claves que expliquen por qué un escritor de veinte años describe con cierta insistencia la realidad y el contexto inexorable de la muerte. James estaba muy vinculado emocionalmente a su madre y no se entendía, ni él ni ninguno de sus hermanos, con su padre John Joyce. Le consideraban un desagradable y violento borrachoLa casa de huéspedes comienza advirtiendo que cuando murió el suegro todo fue a peor. He aquí la influencia de los muertos sobre los vivos o  la deriva que un duelo puede causar. Un caso doloroso es un ejemplo de lo que el propio Joyce llamaba epifanía o, en un sentido más amplio, epícleto. Un hecho, en este caso un suicidio, representa  un deslumbramiento sobre el sentido y condición humana del personaje. Epifanía es sobre todo en Los muertos el trance que vive Mr. Conroy al descubrir que Gretta, su mujer, ha amado toda su vida a alguien que murió por su causa. Éste será el leit motiv que dará pie a John Huston para llevar este relato a la pantalla.

John Huston: Morir después de rodar Los muertos

     John Huston nos dejó en  Dublineses (Los Muertos) un testamento y un epitafio. Cuatro meses después de  finalizar el rodaje el cineasta falleció. No llegó a ver estrenada su última película. Hacía muchos años que el realizador de origen irlandés tenía el deseo de llevar a la pantalla esta obra de James Joyce. Consideraba Huston que Los muertos te muestra ciertos hechos de la vida –amor, matrimonio, pasión, muerte- y te obliga a enfrentarte a ellos. Muy pocos relatos tienen este misterioso poder[7].

       El guión lleva la firma su hijo Tony, pero él  estuvo muy presente en su elaboración. Tony Huston declaró que su padre le había ensañado cómo una palabra se transforma en lenguaje cinematográfico[8]. Al realizador le costaba sentarse a escribir, pero siempre fue minucioso en la supervisión de los guiones, escritos por él o por otros guionistas, incluidos Truman  Capote, Peter Viertel o Ray Bradbury. Además el cineasta estaba acostumbrado a adaptar para el teatro y el cine obras literarias: Ahí tenemos  El Halcón Maltés de Dashiell Hammett  o El hombre que pudo reinar de Ruyard Kipling. Padre e hijo pasaron una temporada juntos para dar forma al guión en casa del actor Burgess Meredith en Malibú.

     Enfermo y casi inmovilizado por la necesidad de estar enchufado a una bombona de oxígeno, pretendía  rodar en Irlanda. Llegó a decir: no quiero hacer la película si no puedo rodarla en Irlanda[9]. Era la tierra de sus antepasados donde había vivido un autoexilio como el de Joyce en el Continente. Huston estuvo pasando una larga temporada en Galway en 1952. Fue su manera de rebelarse contra el deterioro moral de América y la caza de brujas que tanto atenazó a la cultura del país por obra y gracia del senador McCarthy. Desde 1956 –el año en que realizó Mobby Dyck, otra adaptación literaria- intentó llevar  a la pantalla el relato de Joyce. Tardó tres décadas en cumplir su deseo. El tiempo vivido desde entonces dio calado a su obra póstuma. Ese empeño algo tenía que ver con la lectura del Ulises cuando apenas tenía 20 años. En esa época  la obra fundamental de Joyce estaba prohibida en Estados Unidos. John intentaba ganarse la vida como pintor. Su madre, actriz de teatro,  había viajado a Europa. A la vuelta trajo en la maleta, escondido el Ulyses. Huston confiesa en “A libro abierto”- la obra que recoge sus memorias- …probablemente fue la experiencia más grande que ningún otro libro me haya dado nunca[10] . Dorothy, su primera mujer, leía en voz alta las páginas del Ulyses mientras John pintaba.

    Cuando finalmente llevó a cabo el rodaje de Los muertos, por prescripción de sus médicos, que incluso le aconsejaron no hacer ese esfuerzo, tuvo que rodar cerca del hospital  Cedros del Sinaí, en el barrio de Valencia de la ciudad de Santa Clara, California. Eso sí, los escasos  exteriores están rodados en Dublín. El 5 de enero de 1987 comenzaban los ensayos con los 26 actores, incluida su hija Anjelica, la única no irlandesa del reparto. Aunque ella había vivido en Irlanda más de 10 años, John Huston entendió que debía suavizarle el acento para que no desentonara con el resto. Siempre fue minucioso con los detalles. Dos semanas después daba comienzo el rodaje. Anjelica Huston entendió perfectamente lo que significaba para su padre rodar esta película. La actriz declara: Joyce dice en Dublineses lo que John pensaba de la vida.

    The Dead  aquí titulada Dublineses(Los muertos), dedicada a Maricela, su última compañera, se estrenó fuera de competición en la Mostra de Venecia en 1987, pocos días después de haber fallecido el director. De haber vivido para verlo le habría emocionado que el guión que firmaba su hijo llegara a  ser candidato al Oscar. No obstante, se lo llevó El último emperador de Bertolucci.  En la reseña del estreno en España, Ángel Fernández Santos, maestro del periodismo y la crítica, escribía en El País del 19 de marzo de 1988: Es un filme amargo pero sereno, duro pero frágil, despojado pero rico, lleno de luminosas sombras y de sombrías luces; un grito inaudible y sagrado. La crítica en Europa y América acogió inicialmente la película con una valoración dispar que se acerca a la tibieza. Después, con el paso de los años, está considerada como obra maestra.

     Visionado tras visionado Los Muertos  va ganando sentido. La  epifanía  de Gabriel Conroy (Donald McCann) marca la tensión de una película en la que aparentemente no ocurre casi nada. Se canta, se baila, se charla, se discute, se come, se bebe en la fiesta del Día de Reyes. Lo trascendente pasa en el interior de los personajes. Huston, en el final de sus días, debía identificarse con Miss Kate o Miss Julia, las anfitrionas a quienes se rinde homenaje en esa fiesta por los méritos acumulados en una larga vida familiar. Primeros planos, planos medios y contraplanos, en la primera media hora el piano marca y justifica el  tiempo de la narración. Para anticipar lo que será el momento luminoso del relato, Huston añade el  poema  “Promesas rotas”  de Lady Gregory, poetisa con la que Joyce mantenía sus diferencias.

   Anoche … el pájaro hablaba de ti en el profundo pantano, decía que tú eres el ave solitaria a través del bosque y que probablemente sigas sin pareja hasta que me encuentres… Me prometiste y me mentiste

Dijiste que estarías conmigo …”

 

    Y continúa unos instantes el poema narrando la desolación y desorientación que provoca el desamor. Mientras Mr. Grace declama, un barrido de la cámara se va deteniendo en el rostro de los personajes que escuchan. En un punto del travelling marido y mujer se están mirando, él con una pregunta en su rostro, ella escondiéndose tras un gesto de melancolía. ¿Qué significado tiene este poema que recita Mr.Grace, un personaje que no está en el relato de Joyce? No tengo la respuesta de Huston pero entiendo que su elección anticipa la deslumbrante  secuencia en la que Gretta descubre a Gabriel que toda la vida ha llevado en su corazón el duelo por un joven que murió amándola. Habrá que asistir a la cena, esperar otros cuarenta minutos, y en  la despedida escuchamos  “La chica de Aughrim”.

 

“Si eres la chica de Aughrim como tú dices ser,
dime cuál fue la primera prenda que se cruzó entre tú y yo”.

   Esta canción irlandesa que canta el tenor Bartell D’Arcy (Frank Patterson) evoca un momento cumbre en la biografía del escritor. Lejana melodía llamaría al cuadro si fuera pintor[11], había escrito Joyce en el relato. Huston lo cuenta de una manera más explícita y aún más emotiva. La escena viene a representar los celos que sentía el escritor por un personaje del pasado de Nora. Ella le confesó que había tenido un amor de juventud que murió por ella. Para agravar aún más su amargura le añade que, cuando le conoció, lo que le había gustado de él era su parecido con aquel joven, Michael Fury.

    Joyce escribió Dublineses  con poco más de 20 años, más de ochenta tenía Huston cuando convirtió en imágenes este relato sobre la influencia que ejercen  los muertos sobre los vivos. Acuciado por el tiempo,  su epitafio habla de las horas que nos van acercando al final, en diálogo con los muertos. Es el momento de preguntarnos, y quizá entender, si nuestra vida ha tenido algún sentido, si hemos sido marionetas de una farsa cuyos hilos desconocemos.

 

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

-JAMES JOYCE. Ellmann, Richard Compactos Anagrama 2002

-JAMES JOYCE. Vargas, Manuel Arturo. Epesa 1972

-JAMES JOYCE: EL OFICIO DE ESCRIBIR. Melchiori, Giorgio. Antonio Machado Libros 2011

- A LIBRO ABIERTO:MEMORIAS. Huston, John. Memorias. Espasa Calpe  1986

-JOHN HUSTON. Cantero, Marcial. Edit. Cátedra. Signo e imagen/cineastas

-LOS HUSTON.HISTORIA DE UNA DINASTIA DE HOLLYWOOD, Grobel, Lawrence. T y B editores 2003



[1] Dublineses, Joyce, James. Alianza editorial…pg.213

[2] James Joyce, Richard Ellman…pg.273

[3] Joyce:el oficio de escribir, Giorgio Melchiori…pg.116

[4] Dublineses, Joyce, James. Cátedra…pg.167

[5] James Joyce, Manuel Arturo Vargas. Epesa…pg.54

[6] Dublineses, Joyce, James. Cátedra…pg.81

[7] declaraciones recogidas en El País el 9 de enero de 1988

[8] Tony Huston…en el mismo reportaje del Diario El País.

[9] Los Huston:historia de una dinastía de Hollywood. Grobel, Lawrence. TyB…pg.32

[10] A libro abierto. Huston,John. Espasa…pg.65

[11] Dublineses, Joyce, James. Cátedra…pg.332

Escrito en Sólo Digital Turia por Eduardo Larrocha

Dame una razón

4 de junio de 2014 08:22:02 CEST

Veo a la gente

preocupada por ser feliz,

les tengo miedo,

harán lo que sea por lograr ese objetivo,

amarán una bandera

sin importar los colores,

abrazarán una idea

sin importar los ideales,

firmarán la aniquilación

mientras no sea la propia,

les tengo miedo,

saben todo de memoria

cualquier cambio los hará tomar el fusil,

dirigirlo contra quien intente un cambio,

para dejarlo como útil alfombra

y muestra de su leal virtud.

Escrito en Sólo Digital Turia por Arturo Accio

Música para las fieras

28 de mayo de 2014 12:09:45 CEST

V

 

La memoria es una lenta caravana de consignas.

Una mano extendida que separa las aguas.

Una trampilla de paso. Una ficción del cántaro.

Una caja de reliquias que sobrevive al cálculo.

Una opinión que afina la velocidad de la mirada.

Una noria que da vueltas undívaga y portátil.

Un barco que se desliza por un mar de abecedarios

sobre esa incertidumbre fratricida del olvido

donde ya no coinciden ni los días ni las palabras;

y los sucesos se depuran de la sal en sus cornisas

y los héroes se desploman y caen sobre sus astas

tumbados a banderillerazos o envejecidos de súbito.

 

 

De largo sopla el viento que convida a los halcones

brincando entre la espiga y la bulla sofocante;

sin planos, ni portulanos, ni folios, ni recetarios

desahogando los naufragios rescatados de las olas

que confunden la ilusión de cal y canto de las piedras

con la tibieza protectora de una lumbre bien servida

porque la piel de los verdugos no se quema.

                       Sencilla metalurgia del infierno:

martillar a yunque plano la fatiga de la carne

y herrar la fragua dócil que ya no tiene aliento.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Giovanna Benedetti

El miedo unánime

7 de mayo de 2014 08:33:37 CEST

       Aún traía conmigo la nieve de la infancia

        Antonio Colinas

 

 

Es un latir apenas. Plumas que caen en el amanecer. Ladridos a lo lejos.

Es un horizonte de campanas y humo. El campo en la memoria. Lo que dejó de ser.

Humedad y pizarra, retales sueltos del tapiz de la infancia.

 

En este alcázar blanco que abrasa el sol.

 

Es el aliento apenas. Contener la respiración hasta domarla.

Que no galope el corazón,

que los pulmones cedan.

Si no respiras, si no aferras el latido a contralaire quizás no te expongas a la muerte, ancilla del dolor.

 

Lo que no vive no declina. Ni cae lo que yace ya en tierra.

Hieren los pensamientos, saeta en el azul.

Hiere la memoria, tormenta de luz brava.

Hiere lo no sufrido. Los errores que no ha sido posible cometer.

 

Hiere el lenguaje con sus mil alfileres inaudibles.

 

Hiere pensar la huida

sabiendo que vendrá

y que no hay compasión para el que huye.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pilar Blanco

Luis Fernando Heppe: el ángel pasajero

29 de abril de 2014 12:21:00 CEST

A veces las palabras no alcanzan. Son salvavidas en la torrentera de la existencia, pero, en ocasiones, no pueden mantenernos a flote. Ningún ser humano conoce su fuerza. Y el poeta menos que nadie, pues su trabajo es expresar, ya sea el dolor, los golpes que recibe de la fortuna, el silencio y también, aunque raramente, la alegría. Pero no será una historia alegre la que quiero contar. Se trata de un poeta, pues de poesía hablamos, hoy prácticamente desconocido, a excepción de unos pocos que le trataron o le leyeron en vida o en las escasas, escasísimas publicaciones, que se permitió realizar. Huía de los editores, pero se autoproclamaba poeta. Y el lenguaje le acompañaba como una vestidura hasta que la vida, en uno de esos vendavales que nos dejan desnudos, le arrojó en medio de la tormenta con unas palabras que apenas le servían ya, que eran sólo harapos de voces, jirones balbucientes.

El poeta tuvo un nombre. Se llamaba Luis Fernando Heppe. Nació y murió en Bilbao. Vivió casi 58 años. Era un extraño en el mundo, un estrafalario, exagerado en sus opiniones, apasionado -se casó cinco veces-, que se bebía la vida a grandes tragos, pero todo esto, que forma parte de su historia, no puede extrañarnos, pues se trataba de un poeta. Sin embargo, hubo algo para lo que no estaba preparado. Podía entretenerse con las pasiones, siempre que fueran suyas, pero no con algo imprevisto, que el destino le arrojó a la cara como un juguete roto. En noviembre de 2003, su hijo, Héctor Egieder, de 21 meses, murió al caerse de la terraza de su casa. Había sido un giro no previsto, maléfico, de la fortuna. La vida había vuelto su rostro enmascarado, la risotada maligna del destino resonó en las recónditas cavernas de su mente. Y las voces, las palabras, ya no le valieron para mitigar el dolor, ni las lágrimas, y el silencio se condensó como una costra, como insecto voraz que no abandona a su presa y arremete una y otra vez en la misma herida hasta envenenarla.

Para el poeta, este niño fue ya para siempre el Ángel Pasajero, “aquel que colma su perfección tras la fugaz estancia en la tierra.” Y la desolación de su partida no se pudo comparar a ninguna otra, su ausencia fue más poderosa que cualquier posible compañía. Recuerdo que, poco después de este hecho atroz, que pesaba en su conciencia como un silencio de piedra, se puso en contacto conmigo. Hacía muchos años que no nos hablábamos. Nos habíamos conocido en la Universidad, pero nuestros pasos nos habían separado. Me dijo que había escrito un Réquiem a su hijo y me describió los detalles del accidente con tal minuciosidad que me aterró. Luego su vida se precipitó y le perdí nuevamente de vista. Me impresionó aquella irrupción del pasado con su carga de desgracia, con el desconsuelo de una voz que no pude, entonces, acompañar, pues las palabras no sirven para aliviar semejante sufrimiento, tal absurdo, tan tremendo desajuste con la biología y en la naturaleza. El niño había muerto. Era una jugarreta del destino, un escupitajo arrojado a su rostro. Mala, funesta suerte. Nada más se podría decir. Sin embargo, hay que seguir viviendo. Sí, pero ¿cómo? ¿Cómo? Ya nada era posible.

Escribo este texto para presentar al lector una selección de este “Réquiem para Héctor Egieder”, el Ángel Pasajero, “iniciado en el camino de la vida el 8 de Febrero de 2002. Regresado a la esencia primordial el 13 de Noviembre de 2003.”

Hoy sólo quedan cenizas: las del poeta y las de su hijo. Las palabras, que no pudieron mitigar el dolor, son apenas las únicas que dan testimonio de los hechos. He elegido unos poemas de aquel libro, que no fue publicado ni su autor quiso escribir, que nunca debió existir. La verdad del poema se dirige, muchas veces, a una realidad imposible de aceptar. Dejemos hablar a las palabras: bajo una forma aparentemente serena, están empapadas de sufrimiento, de un dolor que las trasciende.

 

Poemas

 

 

 

Patio de vecindad con niño al fondo

 

 

En el patio de atrás, el de la muerte,

se ha dormido mi niño de oro y trigo.

 

Ya no le lloren más buenas mujeres

en el nombre del padre ya perdido.

 

Pero el nombre del hijo es el espíritu

que, literal, huyó por la ventana,

 

mas procede del padre y éste anuda

sus entrañas al negro y vasto día.

 

 

 

Te llamo

 

Carne sin sombra, luna de mis huesos,

nave del tiempo donde al fin navega

por terribles incendios mi desdén por las cosas

que de tu lado huyeron rendidas por la espera.

 

A tu presencia llego nutrido por el cielo

que me conforta y lava; rosa insondable, eterna,

que llenaste de pasos el desierto camino

donde como fantasma ondeaba mi estela.

 

Por ese dios que, apenas, se cierne sobre el mundo,

por esa incierta música, inerte ya, incompleta

sinfonía que el viento va escribiendo despacio

con ringleras de árboles hincados en la tierra,

yo te conjuro y llamo, más allá de los sueños

que la vida ha fingido de la esperanza muerta.       

 

Hijo, yo te convoco, sabedor de que un alma

que ya se fue no puede regresar a su esencia

y aún así te recojo, dormido en la ceniza,

desplazando en mi cuerpo sangre desnuda y vísceras

para que te acomodes en el cristal temprano

que un soplador constante, yo mismo, –forma terca

de la razón- expando procurando que crezcas

sin mesura ni límites.

 

                                          Hijo, por esa luna

de mis huesos menguantes, exentos de futuro,

he aireado y dispuesto la casa de mi cuerpo

y amueblo su oquedad con la luz que despierta. 

 

 

 

 

Pensarte como eras

 

Ya se cerró la noche. Escucho el giro

rotundo de las llaves en el ojo

sangriento de la tarde.

                                     Un ronco vértigo

de pájaros izados por la luna

se despierta en mi llanto.

                                         Y sólo quiero

pensar en ti, pensarte como eras

antes del mundo por aquél sendero

de los antepasados que brotaban

de tu mirada como un mar de flores

interiores, desnudas y fragantes.

 

Propios y extraños se me aparecían,

de pronto, innumerables, como niños

que ascienden por laderas escarpadas

hacia la eternidad de la promesa.

 

¿Oyes mi canto ahora, los acordes

de la carne estallando contra el suelo?

¿y sus arpegios, sangre rezagada,

más lenta y noble que las densas lágrimas?

 

No, tú no escuchas estas tristes cosas;

sólo mi voz arranca del pasado

y cruza el ronco espacio, el tiempo negro

donde ahora te meces y fulguras.

 

Pero es que esto es la noche y no sé bien

cómo empujarla hacia el abismo abriendo

las valvas crueles de la madrugada.         

                             

 

 

Risa que despierta

 

Me despierta tu risa que suena en la distancia

como el tañer sin torre de una inmensa campana

que rueda por desmontes hasta quedar exhausta

a los pies de mi vida.

                                        Tu risa era una suelta

de pájaros cantores que volaban despacio,

sin miedo, siempre abiertos, a la caricia lenta

de las manos del alma, sarmentosas, deshechas

en pequeñas astillas, a estas horas del alba

en que el cíclope alegre del día abre su párpado

único para verme llorar de cuerpo entero.

 

Tu risa, que no puedo contener en la esfera

diminuta y redonda de mis desnudas lágrimas,

me dice que aún esperas mi caricia, lejana

como ese porvenir minucioso, distante,

en que construyo escalas de venas ateridas,

de huesos bien despiertos, sólidos como rocas

basálticas y extremas en su inicial dureza,

para llegar a ti, a tu lado, y tenerte

cercado por mis besos, diluido en mis labios.

 

Quema tu risa, abrasa su emoción en las amplias

estancias del recuerdo, tu motivada risa,

tras un vuelo de mosca, la nariz de patata

de un enano de fieltro, gruñón, cuando yo hacía

de apayasado monstruo de feria, cojitranco, ondeando

mi melena en el aire segado de la casa.

 

No es tu risa, es su falta, lo que en mí ha desatado

las sibilinas fieras, arpías de los sueños,

que han arañado toda mi sustancia interior

reduciendo a un harapo mi traje de ternura

y lana que vestía las vísceras gastadas

donde yo te guardaba sereno frente al viento.

 

Ahora que estoy despierto quisiera oír de nuevo

la risa de mi amarga ensoñación, tu risa

tras la que hipabas luego, agotado quizá

por el tremendo esfuerzo de la felicidad.

 

Discúlpame, amor mío, yo cruzo a cada instante

rubicones de sombra cuando eres tan real

que te sales del mapa de las lamentaciones.

 

Mañana, hoy, cuando puedas, quiero que comparezcas

y llames a la puerta de tu casa: mi cuerpo;

o entres con leve pie en alcobas y salas

de un corazón que en diástole perpetua te recibe,

Ángel de la alegría final de la tormenta

que amaina cuando el barco de mi cuerpo se escora

y queda a punto de encallar en hoscos

arrecifes de pena; no te asuste

mi compunción de ahora; yo también reiré

cuando te sienta a salvo definitivamente,

y risa, llanto y sueño se confundan en uno        

por saber que aún entero vives entre nosotros.

 

 

 

Los allegados

 

Vinieron los parientes, faros negros

que oscurecen la túnica del día

donde el absurdo teje sus cuidados,

con su acción excesiva, sus banales

comentarios surgidos de la mesa.

Allá entre vianda y vinos maliciosos

se reían, recientes todavía

el calor de tus huesos, el trámite de exequias.

Con su glacial entendimiento hablaban

ponderando los platos que servía

cierta alegre muchacha.

                                            (Una excepción:

mi concuñado desplegó su llanto

pues era de otra sangre y de otra tierra

y del mar de las lágrimas que alberga

el plancton de la vida). 

 

                                                Yo, creyendo

que iba a desvanecerme, reprendía

su deslumbrada liviandad, o acaso

la clamorosa huida del quebranto

de esa inmisericorde parentela.

 

“Están muy bien estos jibiones, –dijo

la matriarca- yo como de todo.”

 

Tú, mi niño, dormido allá en la morgue,

sin hacer comentarios, sonreías

desnudo sobre el frío corredor de la sangre,

sobre el metal bullente de la muerte

que a sí misma se ignora, los ojitos

cerrados por un sueño de imposibles

beldades. 

 

                    Mientras ellos masticaban

tu delicado espíritu,

transustanciado en plato y tenedores.

Cerré un complejo nudo en mi garganta

para que en las obscenas cavidades

del apetito no cupiera el viento

siquiera de mi cólera silente.

 

Y ya no pude digerir la luz,

ni el tiempo que crujía como un pan

recién salido de la misma hornada

que el polvo de tu cuerpo.

                                 

                                          Hijo, perdónalos

porque no saben lo que harán mañana

ni ayer ni nunca,

                               amor de mi alma atenta.

 

Perdona tú, inmortal, a aquellos muertos

bien cebados que son los ataúdes

del amor y caminan a deshora

por la tierra doliente de tu cuerpo.

 

 

 

 

El Ángel Pasajero

 

Esta noche me hablaban dos mujeres

sabias en el dolor, vivas de pena,

de ti, me hablaban escuchando el río

de la desolación que más consuela.

Aura María, sí, y Cuarto-creciente,

trenzas urdidas en la cabellera

brillante de la noche; iban del frío

a la cálida luz con firme paso,

sumando verdes ramas a mi árbol

de la renunciación; al tronco seco

le nacían entonces unos bulbos

y en ellos hojas, flores, frutos, días

donde el vivir merece ser contado

en rosario de perlas ensartadas.

 

Aura María dijo que tú eras

el Ángel Pasajero, aquél que colma

su perfección tras la fugaz estancia

en la madrastra tierra;

                           se erizaban

por esto mis cabellos y, aun pensando

que ello pudiera ser verdad, negaba

la piedad de quien no ordenó a otro Arcángel

mas experto guardarte entre nosotros.

 

No es por hacer desprecio ni es acaso

por extraña avaricia lo que ansiaba:

guardar a mi Ángel vivo y el pasaje

hacerlo yo seguido y sin regreso

hacia el remoto corazón del tiempo

no mensurable, darme y no perderte.

 

Y las sabias mujeres denegaban

con la seguridad de lo intuido

hondamente –intuición de la experiencia-.

 

¿Es cierto que tu tránsito ya estaba

prevenido, que sólo precisabas

de unos celestes días para luego

disolverte en la dicha de estar muerto,

salvado, completando un largo ciclo

de perfección creciente? ¿En dónde queda,

mi amor, el desconsuelo? ¿Soy tan pobre

y ciego que no tengo y que no veo

tu realidad tan necesaria? Sólo

sé que ya nunca estrecharé tu cuerpo

contra el mío; la atroz metempsicosis

apenas me persuade, pero roba

alguna solidez a mi quebranto.

 

Si te digo, hijo mío ¿qué es lo mío?,

¿debo dejarte libre o retenerte

con mi dolor de ahora?

                                  Siempre libre

quise que fueras, pues, mi confianza.

En ti era más que una promesa, un acto.

 

Pero tú, Ángel remoto y venidero,

nos diste señas de frugal presencia,

tan leves, tan difusas y felices

que no las comprendimos, porque éramos

sombras de lodo en el pantano antiguo,

donde moran los hombres que no saben,

que no quieren ver la despiadada esfera

de fuego que los limpia de excrecencias.

 

Tú refulgías, hijo, eras la estrella

desvelada, una lúcida alegría

entre tanto sufrir por nimiedades;

y ahora nos centras tras la conmoción

de tu partida, mi Ángel transitorio,

uña de eternidad que rasga el paño

mal tejido por manos inexpertas,

guiadas por la furia, el descontento

y la niebla feroz de las respuestas

insolentes; no seas la verdad

porque debemos alcanzarla a tientas,

quizá, pero en caminos solitarios

que no sé si escogemos o se imponen

como necesidad; y no hay regreso

a la conciencia que ostentamos, tosca,

ruda, nerviosa, bronca y afligida.

 

Tal vez tengan razón quienes aducen

que no es preciso recordar

                                   o, acaso,

los que todo recuerdan; pero observo

que unos y otros tropiezan con las lindes.

Y su sendero va como las sierpes,

ondulando en deslices pedregosos.

 

Hijo, yo actúo de amanuense, acudo

a tu lado pues templas el invierno

de mi quebrada voluntad; escucho

voces, voces de cálidas mujeres

que te pronuncian con rigor benévolo;

y sé que entre tus muchas propiedades

una es esta: ser Ángel Pasajero

que descansa en la pálida estación

de la vida un momento y cuando partes

se levantan las torres del esfuerzo,

donde posaste el pie que yo persigo

por la estela de amor que fue dejando.

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Antonio Maura

La negra

15 de abril de 2014 12:38:24 CEST

Se preparó para salir, pero antes se acercó hasta el dormitorio donde convalecía su anciano marido. El pobre hombre llevaba varias semanas enfermo.

 

-          Voy a salir. Enseguida vuelvo.

 

En la calle hacía frío. Se abrochó el abrigo. Al hacerlo notó que uno de los botones estaba medio suelto y que el hilo que lo unía al tejido estaba deshilachado. Quiso comprobar su consistencia y se quedó con él en la mano.

 

-          ¡Porras!

 

Tiró de los hilos que habían quedado expuestos y los fue quitando uno a uno para que no quedase huella. Pensó en cómo iba a coserlo de nuevo. Enhebrar una aguja era tarea imposible, aunque se pusiese las gafas. Tampoco podía pedir ayuda a ningún vecino. En el edificio ya no quedaban. Se habían ido muriendo poco a poco, o habían sido trasladados a asilos y hospitales. Los nuevos ni siquiera se dignaban a devolverle el saludo cuando coincidían en el ascensor. De haber tenido a alguien de confianza le habría encargado que vigilase a su marido mientras ella estaba fuera de casa. Estamos solos, se dijo con resignación. Las bombillas de las farolas se fueron encendiendo. La luz iluminó unos pocos copos de nieve que, más que caer, flotaban a media altura mecidos por el viento. El frío se colaba por el hueco sin abotonar. Tuvo que agarrar la zona y taponarla con la mano. Con su marido enfermo no se podía permitir resfriarse. Observó la algarabía de gentío y tráfico. La ciudad crecía y se modernizaba a pasos agigantados, mientras que ella cada día que pasaba se sentía más vieja e insignificante. No reconocía los comercios, la mayoría eran tiendas nuevas. Todo era tan distinto. Todo estaba diseñado para la gente joven. Los cajeros, los electrodomésticos, los mandos del televisor… todo funcionaba apretando un interruptor, pero de todos ellos ¿cuál era el indicado? Ella nunca lo sabía y se sentía inútil y tonta. No, ya no había sitio en el mundo para ellos. Su marido pronto moriría, cosas de la edad, y ella se quedaría más sola que nunca, sin otra cosa que hacer que esperar su hora. Era triste llegar a esas edades. Se adentró en el casco antiguo. Vio a los hombres en las tabernas brindando por el fin de la jornada. Siguió calle abajo sorteando grupos de estudiantes que reían y hablaban subidos de tono. Por fin llegó a su destino e hizo amago  de entrar en el local. El portero, un tipo corpulento y con el pelo a cepillo, le dio el alto.

 

-          ¿Dónde va usted?

-          Dentro.

-          ¿Sabe dónde está entrando?

-          Claro.

-          ¿Está usted segura?

-          Sí señor, esto es un prostíbulo.

-          Perdone mi indiscreción… ¿Le puedo preguntar por qué quiere entrar en un sitio como éste?

-          Para qué va a ser. Para contratar los servicios de una prostituta.

 

El portero la miró extrañado. No comprendía que una anciana necesitase las atenciones de una puta. De todas formas él había visto cosas mucho más raras en aquel lugar. Le abrió la puerta y se dispuso para dejarla pasar. Antes la anciana preguntó:

 

-          ¿Aquí tienen negras?

-          Tenemos una.

-          ¿Es guapa?

-          Sí.

-          ¿Cómo se llama ella?

-          Yamila.

 

La anciana entró en el prostíbulo y avanzó hacia el bar. Apenas había clientes y la mayoría de las putas estaban sentadas alrededor de la barra. Cuando la anciana irrumpió todas las miradas se posaron en ella. No era corriente ver a una octogenaria visitando el lugar. Ella escrutó el garito buscando a Yamila. Al no encontrarla decidió preguntar al camarero.

 

-          Joven, ¿sabe usted dónde está Yamila?

-          En estos momentos está ocupada. Si quiere algo con ella tendrá que esperar.

-          Bien, esperaré.

-          ¿Quiere tomar algo mientras tanto?

-          ¿Es obligatorio?

-          No.

-          Entonces no.

 

La anciana esperó. Era la primera vez que pisaba un prostíbulo. Observó el lupanar con curiosidad. Todo tenía un aspecto deprimente y oscuro. Se dio cuenta de que las putas la miraban de reojo. No le importó, era consciente de que estaba fuera de lugar y que allí no pegaba ni con cola.

Al cuarto de hora Yamila bajó por las escaleras acompañada de un cliente satisfecho. Se le veía en la estúpida sonrisa que colgaba de su cara. La anciana esperó a que se despidiera del tipo y luego la abordó.

 

-          ¿Podría hablar un momento con usted?

-          Usted dirá.

-          Quería saber cuánto me costaría contratar sus servicios.

 

Yamila miró a su alrededor buscando las caras de sus compañeras, creyendo que éstas le estaban gastando una broma.

 

-          ¿Habla en serio?

-          Totalmente.

 

Yamila sopesó la oferta intentando decidir si la rechazaba o no. Finalmente resolvió que si alguien solicitaba sus servicios, como profesional que era estaba obligada a ofrecérselos.

 

-          Por media hora cobro sesenta euros, por una hora cien. Y le advierto que yo no hago cosas raras.

-          No se preocupe, lo único que tiene que hacer es desnudarse delante de mi marido.

-          ¿Su marido?

-          Sí, el pobre está enfermo en la cama. Hoy es su cumpleaños. Cumple noventa y dos años.

-          ¿Y solo tengo que desnudarme?

-          Como comprenderá el pobre hombre ya no tiene ánimo para más.

-          Está bien. Acepto.

 

Yamila recogió su abrigo y se pusieron en camino. Al salir por la puerta del local el portero se dirigió a ellas con recochineo.

 

-          Adiós chicas.  Cuidado con lo que hacéis.

 

En respuesta Yamila le enseñó el dedo corazón. La temperatura estaba bajando y al poco se puso a nevar. No había taxis por la zona. Decidieron hacer el camino a pie.

 

-          Hija, ¿me permite cogerla del brazo?

-          Claro.

 

Yamila se sintió conmovida cuando la anciana se agarró a ella. Por un momento se acordó de su abuela materna. Un alud de emociones estuvo a punto de humedecerle los ojos. Decidió iniciar una conversación para alejarse de todas las nostalgias.

 

-          Debe querer mucho a su marido para hacer esto por él.

-          El pobre, siempre ha tenido obsesión por ver a una negra desnuda, pero nunca ha podido cumplir su sueño.

-          Con los hombres nunca se sabe.

-          No digo que no haya visto alguna en las películas, pero al natural estoy segura que no.

-          Insisto en que con los hombres nunca se sabe. Hágame caso, de esto sé un rato.

-          Mi marido, en todo lo que llevamos de casados, siempre me ha sido fiel. Lo sé porque es un hombre sin un ápice de malicia. Toda su vida ha estado pendiente de mí. A su lado nunca me ha faltado de nada, me lo ha dado todo. Ahora me toca a mí. El pobrecito se muere y antes de que Dios se lo lleve a su lado quiero que su sueño se haga realidad.

 

Los copos de nieve eran del tamaño de pelotas de ping-pong y el viento los impulsaba contra sus caras. Cuando llegaron la ventisca estaba en pleno apogeo. Al entrar en la casa la anciana se llevó el índice a sus labios, indicándole a Yamila que guardase silencio. Las mujeres se dirigieron directamente al dormitorio. La anciana le hizo un gesto para que esperase en el pasillo. Después ella cruzó la puerta del dormitorio.

 

-          ¡Feliz cumpleaños, mi amor!

 

El anciano trató de incorporarse pero solo tuvo fuerzas para un amago de sonrisa. Ella se acercó a la cama y le acarició la cara.

 

-          Ya pensabas que me había olvidado ¿eh...? Tengo una sorpresa para ti.

 

Él la miró con curiosidad.

 

-          Ya puedes entrar.

 

Yamila entró en el dormitorio en plan seductor.

 

-          Cariño, te presento a Yamila.

 

De repente la pesada máscara de la enfermedad desapareció de la cara del anciano y un brillo vital se reflejó en sus pupilas.

 

-          Yamila tiene algo para ti, así que os dejo solos.

 

Yamila avanzó hasta los pies de la cama y empezó a desabrocharse la camisa. Mientras tanto la anciana se dirigió al salón. Se quitó el abrigo, dejó el botón sobre la mesa y sacó la caja de la costura. Sabía de antemano que era una batalla perdida, aun así se puso las gafas y trató de enhebrar una aguja. Llevaba más de un cuarto de hora pretendiendo acertar con el hilo cuando Yamila entró en el salón.

 

-          ¿Ya?

-          Sí.

 

La anciana sonrió satisfecha mientras siguió intentando pasar el hilo a través del ojal.

 

-          Déjeme a mí.

-          Te lo agradezco hija, porque soy incapaz.

-          Su marido quiere verla.

 

El enfermo sonreía de oreja a oreja cuando entró su esposa.

 

-          ¿Estás contento?

 

El anciano asintió sin dejar de sonreír.

 

-          Me alegro.

 

Se inclinó sobre él y le beso en los labios.

Cuando regresó encontró a Yamila terminando de coser el botón.

 

-          No tenías que haberte molestado.

-          No es ninguna molestia, además ya está.

 

Efectivamente el botón estaba firmemente zurcido al abrigo.

 

-          Eres muy amable.

-          No ha sido nada.

-          Lo digo por todo lo que has hecho. Te lo agradezco con el corazón. Por cierto, tengo que pagarte. Dime cuánto te debo.

 

La anciana echó mano del monedero y sacó unos billetes.

 

-          ¿Sabe qué...? No voy a cobrarle.

-          Hija, cómo dices eso. Es tu trabajo…

-          No, esto no ha sido trabajo, se lo aseguro. Esto ha sido algo muy bonito y agradable de hacer. Por eso no puedo aceptar su dinero.

 

El gesto conmovió a la anciana.

 

-          Muchísimas gracias, hija. Hacía mucho tiempo que nadie se portaba tan bien con nosotros.

-          Gracias a usted por darme la oportunidad de hacer algo tan… decente.

 

Las dos mujeres se abrazaron y permanecieron así durante unos segundos.

 

-          ¿Sabe?... Usted me recuerda a mi abuela. Por eso quisiera pedirle algo.

-          Claro.

-          Me gustaría darle un beso.

-          A los viejos no nos gusta que nos besen. Estamos llenos de gérmenes y enfermedades.

-          Aun así, lo voy a hacer.

 

Se besaron. A continuación se despidieron, conscientes en todo momento de que su adiós era definitivo.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pepe Pereza

El autor y los folletines

Antonio Castellote publicó en Diario de Teruel cinco folletines durante los correspondientes veranos, recuperando así una forma narrativa que había gozado del aprecio de los lectores al tiempo que un cierto desdén de la crítica, recelosa hacia aquellas manifestaciones literarias que han tenido éxito o popularidad. De hecho, cuando se habla del folletín, su sola mención asocia el término con cultura popular, baja calidad literaria, tramas truculentas y situaciones rocambolescas, personajes maniqueos, enredos inverosímiles y recurrentes sorpresas y apariciones o desapariciones de personajes a lo largo de la trama, entre otros rasgos intrínsecos al género. Pese a los estudios y desvelos de una parte de la crítica por sacar a la luz cuanto de positivo y trascendental tuvo el género del folletín en el devenir de la historia de la literatura, todavía pesan más los rasgos negativos anteriormente esbozados que su posible relevancia en la evolución de la literatura.

Con la aparición de las cinco novelas en el diario en forma de folletín, Antonio Castellote retomaba así a una forma narrativa que permitía ofrecer a los lectores del periódico una obra para ser leída no solo durante el periodo estival para el que parecía ser publicada, a la vez que confirmaba su buen quehacer como novelista, ya que como articulista y crítico literario y cultural era ya conocido y apreciado por los lectores del Diario de Teruel. Antonio Castellote (Teruel, 1965) es licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca y en la actualidad es profesor de Lengua castellana y Literatura en un instituto de Madrid. Trabajó en Radio Nacional como locutor-presentador y tuvo un programa junto al ilustrador Juan Carlos Navarro, quien ha puesto imágenes a las novelas y relatos de Antonio. Su colaboración con Diario de Teruel comenzó en 1990, con las columnas de Vuelo sin motor y continuó más adelante con Miniaturas del 98, Las bugonias y Bernardinas. Es también autor de diversos guiones de documentales, como Témpora y Violeta (1995) de José Miguel Iranzo. En abril de 2005 inauguró su blog Bernardinas, con título homónimo al de las columnas del periódico. Esta bitácora es un referente cultural y literario de primer orden, que también permite leer la obra del autor, junto con reflexiones y artículos de crítica literaria. Al mismo tiempo, posibilita más opciones sobre la lectura de los folletines y su proceso de escritura, ya que facilita conocer la génesis y evolución de cada obra. Y en ella se aloja gran parte de la producción novelística de Antonio Castellote, desde Modelo sin dolor (2000), los cinco folletines publicados en Diario de Teruel (Fabricación británica, 2005; Los ojos del río, 2006; Una flor de hierro, 2007; Otoño ruso, 2008; La enfermedad sospechosa, 2009), hasta diversos relatos y fragmentos de crítica literaria y de creación o traducciones, como la reciente Geórgicas (2013).    

         Para el estudio de los folletines, también hay que tener en cuenta la importancia de Juan Carlos Navarro, su habitual ilustrador. Esta relevancia no solo viene dada por su labor como dibujante, sino también por la ingente tarea de documentación histórica y ambientación para las novelas. En ocasiones, alguna fotografía antigua de la historia de Teruel ha servido para la posterior caracterización de algún personaje o pasaje de las novelas, como la Sangüesita (Sagrario) de Una flor de hierro; e incluso alguna descripción de personaje fue modificada en la escritura tras ver la ilustración diseñada para el capítulo (por ejemplo, en el caso del personaje de Manuela en Fabricación británica). Además, cada capítulo publicado de los folletines iba acompañado en el diario de la correspondiente ilustración de Juan Carlos, como también ha sucedido con las publicaciones en formato libro (Fabricación británica, 2007; Geórgicas, 2010; o la reciente y premiada Caballos de labor, de 2012, aunque solo sea en la ilustración de la portada), en una muestra de trabajo colaborativo para la confección de los folletines.

            La estructura de la narración de un folletín –con su correspondiente división episódica- viene determinada por el medio de publicación. Se impone una limitación espacial relacionada con el lugar en el que figura la narración del texto dentro del periódico: 150 líneas en el caso de Antonio Castellote, que luego aparecían en las páginas centrales del periódico (aunque en los últimos folletines se extendía hasta las 250 líneas); la limitación temporal variaba en función de la respuesta del público, pudiendo alargarse de manera casi paroxística en algunos folletines. En los de Antonio Castellote sí que existía una limitación temporal, que venía marcada por la aparición de cada capítulo en los días laborables del mes de agosto, por lo que el número total de entregas se situaba entre las 21 y las 23 y así, de este modo, se podía establecer un plan de trabajo previo limitado en la extensión de la narración, aunque gran parte de la carga de escritura fuera casi simultánea a la de publicación.

            Antes mencionábamos que gran parte de la novelística de Castellote se encuentra en su blog, ante las dificultades para encontrar acomodo en el complejo y cambiante mundo editorial presente. El blog y la difusión que este pueda tener suponen una salida para estos textos, en una tendencia cada vez más pronunciada dentro del panorama literario. Si nos centramos en el caso de los folletines de Antonio Castellote, observamos que la distribución del Diario de Teruel es limitada a un entorno geográfico próximo y, por tanto, también la de las entregas de cada folletín. Con la opción de publicarlos en el blog se amplían las posibilidades de llegar a más lectores, además de no tener que depender de la compra diaria del periódico o de tener que agavillar posteriormente las entregas, amén de preservar el texto, dada la volatilidad de la hoja impresa del periódico. El blog permite albergar las novelas, pues solo el primero de los folletines –Fabricación británica- fue publicado en formato libro dos años después de aparecer en el diario (editorial Certeza, colección Redallo, número 8); el resto, de momento, no ha corrido la misma suerte.

En cuanto al folletín en su forma originaria –es decir, en la prensa-, su presencia en nuestros días es muy escasa. Por ello, los folletines de Antonio Castellote publicados en Diario de Teruel constituyen, sin duda, una feliz excepción, una aventura singular en este género y forma narrativa, como ha señalado el propio escritor en más de una ocasión. Otra cosa es el “espíritu folletinesco”, que es más común y más perceptible en diversos autores contemporáneos, como se ha indicado antes, y que ya no tiene esa carga peyorativa con la que tradicionalmente se ha venido asociando, y que es, en definitiva, la forma en la que el folletín ha sobrevivido, pues las experiencias de Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez Reverte en El País a comienzos de los noventa del siglo pasado quedaron en poco más que fuegos de artificio. Y, aunque hay más ejemplos (Muñoz Puelles, de Prada, Fernando Marías…), el folletín, en su forma originaria –es decir, en la prensa- está prácticamente extinto.

            Pese a la ingente cantidad de obras que se publican y distribuyen por doquier, resulta complicado encontrar un lugar a algunos autores más allá del mainstream narrativo actual. Existen unas líneas temáticas y argumentales muy trilladas y explotadas –no solo la novela histórica, por supuesto- que son las que en estos momentos aglutinan el grueso de la narrativa que se publica en España. Lo que queda al margen puede encontrar su lugar (con suerte) en pequeñas editoriales o servicios de publicaciones municipales o autonómicos, sin que por ello se les asegure una distribución adecuada ni unos mínimos de calidad. Y ese es uno de los problemas con los que se encuentra la narrativa de Antonio Castellote. En el variado y confuso panorama literario actual, la narrativa de Castellote es una excepción, alejada de los vaivenes del mercado y sin caer en las modas más recientes, agostadas de tanta novela que repite los mismos clichés. Su obra narrativa está en diálogo con la gran literatura europea y norteamericana, sobre todo la del siglo XIX, y muestra el poso de un novelista que ha leído y asimilado también a los clásicos, que sabe construir y mantener una trama, sin la artificiosidad y discontinuidad narrativa que caracteriza a parte de la más reciente novela española. El hecho de que no sea subversivo, radical, ni cree argumentos en los que tenga más peso la hibridación de lenguajes o la metaliteratura, tal vez lo alejen del circuito comercial más conocido. Pero la publicación de cinco folletines durante los correspondientes veranos, la perfección formal que alcanza en ellos, con sus correspondientes recreaciones históricas que recorren todo el siglo XIX y comienzos del XX es algo más que un hecho aislado o un pasatiempo veraniego. Es posiblemente la constatación de que se puede hacer una novela de ambientación local con proyección universal, ya que no cae en el provincianismo ni en los localismos más tópicos, sino que a partir de esa localización crea argumentos e historias de mayor alcance. Además, la inmensa labor de documentación, pues recorre gran parte de la historia de Teruel desde el siglo XIX hasta nuestros días, emplea un lenguaje adaptado al tiempo de la narración, en un esfuerzo por ofrecer, a través del relato, fragmentos de la vida del momento. Sus historias son verosímiles y están dotadas de credibilidad, con un estilo y una preocupación por el lenguaje que se refleja en los giros y los términos con los que las narra. Su narrativa requiere de un lector atento, que sepa extraer sus propias conclusiones y que no solo busque un mero entretenimiento.

 

 

Un repóquer de novelas

            Las cinco novelas son folletines por la forma de publicación, pero escapan de los tópicos y características con las que se suele asociar al género desde comienzos del siglo XIX, aunque haya algunos guiños, como el final de La enfermedad sospechosa. Es una forma de publicación que responde a un encargo –un contrato formal, pero también un entretenimiento, como reconocen Antonio y Juan Carlos- y que ha de cumplir unos requisitos (en este caso que tuvieran ambientación en Teruel) y se ajustaran a la parte central de un periódico, es decir, que cada entrega tuviera una extensión similar. Para Antonio Castellote, el folletín es una forma que es juzgada en muchas ocasiones por lectores y críticos solo por los tópicos y no por la técnica narrativa que hay detrás, como si pesasen más los primeros que el oficio que subyace en su composición.

Aunque el grueso de la escritura de los folletines se abordaba en verano, el proceso de creación comenzaba antes, con la recopilación de la información y datos y, más adelante, se comenzaba a pergeñar la historia, hasta que ya en el mes de julio –un mes antes de la publicación en el diario- se iban perfilando los capítulos. Se trataba de un trabajo que requería de muchas horas y dedicación, pues prácticamente se escribía un capítulo por día. Existía por tanto una presión sobre la escritura, por cuanto los plazos tenían que cumplirse y la periodicidad de las entregas marcaba un ritmo de trabajo continuo.

            Cuando comenzó la composición de los folletines la idea fue escribir sobre diversos lugares de la provincia, aunque conforme avanzaba la escritura, la narración derivó en una novela de ambientación histórica para la primera colaboración (Fabricación británica. Folletín romántico del Maestrazgo) y, luego, en las posteriores, se pierde en cierto modo ese componente descriptivo con el que se narran las aventuras de Charles Lamb, protagonista del primer folletín, en el Maestrazgo. 

            Algunos de los elementos temáticos y formales más destacados posteriormente en los folletines aparecen ya en la primera obra de Antonio Castellote, Modelo sin dolor (2000), una larga novela de casi 500 páginas que no se ha llegado a publicar y que se encuentra disponible en el blog del escritor. En ella se narra la historia en primera persona a través de Güino, un bedel y modelo de la Escuela de Arte de Madrid, separado de su mujer Remedios y con una hija en común, Violeta. En algunos breves fragmentos se emplea la segunda persona del singular que alterna entre Güino, su hija Violeta y, justo al final, a través de un podenco que Güino adopta. En ocasiones, el narrador se refiere a su relato como si formara parte de un diario, técnica que el narrador-protagonista de Fabricación británica, Charles Lamb, emplea también para referirse a sus memorias y las de su compañero de viaje Lewis Gruneisen.

            Varios de los temas, ideas o personajes que aparecen en esta primera novela volverán a estar presentes en los folletines publicados entre 2005 y 2009, sobre todo en Los ojos del río (2006), cuyo argumento y personajes están sacados de esta primera obra. Así, la historia de Rosita, la compañera de trabajo de Güino y madre soltera de Lurdes, es la misma que unos años más tarde se desarrollará con Barbarita y su hija Lourdes en el segundo de los folletines. Entre ambas novelas se incluyen pasajes y motivos comunes, como el episodio de unas oposiciones fallidas, el affaire amoroso de la madre con un hombre de buena posición social (un juez y un catedrático, respectivamente) y alusiones a varios lugares comunes de la narrativa de Antonio Castellote. Aquí aparece también el personaje de Sebastián, que trata de ayudar a la hija de Rosita, tal y como su tocayo hará en el folletín de 2006; está también la ambientación de parte de la novela en Pomona (Teruel) y que simbólicamente puede entenderse como el descubrimiento de la ciudad como lugar narrativo para Antonio Castellote, en el que se localizará buena parte de la acción de los folletines.

            Así, con respecto a la serie de folletines posteriores, encontramos las referencias a los clásicos (los veremos, sobre todo, en La enfermedad sospechosa); la aparición de una cámara de fotos Leica y la lectura de los novelistas rusos, la historia de Jan, el chico polaco, tan parecido a Kolia o el episodio del conejo desollado (Otoño ruso, 2008); el personaje literario de Charles Lamb Jr., autor de Fabricación británica (Made in England), que es como Güino quiere titular una serie de ilustraciones para su hija, y que reaparecerá como personaje principal y narrador en la obra homónima y primer folletín de la serie en 2005; las menciones a Pau Monguió y el modernismo en la ciudad de Pomona, los vaciados de escayola (Una flor de hierro)… Al mismo tiempo, no se ha de olvidar la precisión en los registros idiomáticos de los personajes, la querencia por el diálogo como modo de presentación de los personajes –sobre todo en la segunda parte de la novela- y otros elementos que irán apareciendo y configurando la narrativa de Castellote. No se trata de hacer un catálogo de tópicos y temas de esta primera novela, pero esta obra, apenas conocida por el público, resulta de suma importancia para comprender la evolución de la narrativa de Castellote, no tanto por los temas o alusiones señalados, sino porque, muy posiblemente consolida un tono y un modo narrativo que será luego el de los dos primeros folletines.

            En el primero de los folletines, Fabricación británica. Folletín romántico por entregas (2005), Castellote se sirve de un episodio real e histórico –la existencia y presencia del reportero Lewis Gruneisen por el Maestrazgo turolense durante la Primera Guerra Carlista- y de una parte de ficción, que se centra en la historia de su reportero gráfico, Charles Lamb, que es quien narra la historia con posterioridad a lo acontecido. Con este personaje, homónimo del escritor británico autor de los conocidos Cuentos basados en el teatro de Shakespeare o sus celebérrimos Essays of Elia, Castellote rinde homenaje a un escritor que trató temas relativos a la vida cotidiana desde un prisma poético. Otra influencia visible son las narraciones de los viajeros extranjeros por España, como George Borrow quien estuvo entre 1836 y 1840 y cuya experiencia quedó reflejada en La Biblia en España (1842), interesante por su glosario de términos caló y muy útil para algunos pasajes de la novela de Castellote y para la caracterización del personaje de Manuela.

            Este folletín es la historia también de un viaje personal y de crecimiento de un personaje, Charles Lamb, de cuya evolución y aprendizaje (al modo de una bildungsroman) somos testigos a lo largo de la narración. De un joven algo snob y cínico –un poco como Gruneisen, que queda algo oscurecido en la narración-, pasamos a un reportero gráfico convertido en pintor, que ama las cosas sencillas y cercanas, que es consciente de sus defectos y de sus escasas virtudes, pero capaz de querer a los demás y ser bueno. De Gruneisen, presentado en una taberna en vez de en la redacción del periódico, para sorpresa de Lamb, se ha de recordar sus Sketches of Spain and the Spaniards during the Carlist Civil War (1874), que también sirven de apoyo documental a Lamb para su narración. Por otro lado, todos los ropajes descriptivos de la provincia de Teruel que hacían algo morosas algunas partes de la novela irán despojándose en futuros folletines; sin embargo, en Fabricación británica, esa carga la novela la lleva con soltura y sabe salir airosa. Pensemos también que el relato de Lamb, de carácter retrospectivo –cuarenta años después de lo narrado- puede estar dirigido a un público británico, por lo que la profusión descriptiva encuentra mayor espacio y justificación. Como curiosidad, en esa contemplación del paisaje se puede citar el descubrimiento de las “palomitas” (unos restos fósiles con forma de paloma en vuelo), que tanta importancia tendrán en el folletín posterior (Los ojos del río). Lamb alude a su amigo, el doctor Lyell, un eminente geólogo del siglo XIX, quien comentó la riqueza en fósiles de España (también los fósiles y la geología son habituales en la novelística de Castellote).

            En este primer folletín aparecen también por primera vez los caballos percherones, que se convertirán en una presencia casi constante en el resto de novelas, y que adquirirán, a través del caballo Severino (Caballos de labor) un lugar especial. Aparece fray Bernardino, un franciscano que volverá a asomar con el nombre de Silvestre en La enfermedad sospechosa y está también Miguel, tal vez un antecedente del Martín de Caballos de labor, un personaje apegado a su tierra, el Maestrazgo, diestro en tareas con la madera, sincero y cabal, un héroe discreto y abnegado. En el último capítulo de la novela conocemos un poco más a Florence, la esposa de Lamb, una mujer con una personalidad que solo podemos ver en el final del folletín, un antecedente de otros personajes femeninos como Barbarita (Los ojos del río), Roser (Una flor de hierro), Tatiana (Otoño ruso) o Amparín (La enfermedad sospechosa), muchos de ellos precedidos, en cierto modo, por Rosita (Modelo sin dolor): mujeres resueltas, directas, que luchan y pelean por lo suyo y que, en varios de estos ejemplos, están por encima de lo que se espera de ellas.

            Con Los ojos del río (2006), narrada en primera persona del singular a través de Balbino, un guarda fluvial a punto de jubilarse, Castellote retoma gran parte de los temas y argumentos de Modelo sin dolor. Destaca sobre todo la fidelidad lingüística del personaje de Balbino, que permite articular una voz narrativa creíble y verosímil que lleva al lector por los paisajes nevados de la Sierra de Albarracín o entre las tumultuosas fiestas con motivo de las bodas de Diego e Isabel. Está también la presencia del caballo percherón de Balbino, la asunción de la imposibilidad de las utopías (a través del personaje Sebastián y su robinsonismo algo trasnochado –pese a que evolucionará-, quien ya había aparecido en la novela de 2000). Es tal vez una novela más fría, más desilusionada en su descripción de Teruel y su vida –visible, por ejemplo, en las críticas a los últimos desatinos urbanísticos-, con personajes negativos como Simón Pedralba, presentado como un fantoche al estilo del Ramón Cabrera de la novela anterior. Por otro lado, en esta novela también se anuncian algunos de los temas que irán apareciendo en posteriores folletines, como la introducción al mundo de lo ruso, las alusiones a Monguió… Junto a Balbino destaca el inicialmente bisoño Sebastián, que también irá creciendo como personaje y madurando, hasta aceptar las cosas como vienen dadas. Además, es posible ver una relación de admiración por parte de Sebastián hacia Balbino, su mentor, quien siempre está aprendiendo nuevas cosas con él y despojándose de sus prejuicios de urbanita, cada vez más adaptado al medio. Y este último aspecto es una constante en los finales de las novelas de Antonio Castellote, por cuanto los protagonistas (aunque en este caso Sebastián no sea el principal) terminan por aceptar su condición, no luchan contra las circunstancias y se adaptan al medio. También con Balbino observaremos esta misma asunción de la realidad, algo visible desde Modelo sin dolor hasta Caballos de labor. El percherón de la novela adquiere su protagonismo en el capítulo “Los toros en invierno”, título homónimo al del relato publicado en 2010 y escrito tras este folletín, en el que abandonará la primera persona del singular para el narrador y adoptará la tercera, con un narrador omnisciente, que será el que caracterizará el resto de sus folletines.

            Una flor de hierro. Folletín modernista por entregas (2007) es el tercero de los folletines publicados en Diario de Teruel y supone una vuelta a una ambientación pretérita (en este caso el Teruel de comienzos del siglo XX), tras situar su anterior novela en el presente. Se produce un giro significativo en el modo de narrar, pues ahora Castellote emplea un narrador omnisciente y, al mismo tiempo, dota a su relato de “pedrería modernista”, con giros, expresiones y un tempo narrativo que remite a la novela finisecular y que confirma la versatilidad de nuestro autor hacia distintas formas narrativas y estilos. Por otro lado, la linealidad de los dos primeros folletines y la estructura que ambos presentaban cambia con esta tercera novela, más compleja en su estructura y en sus modos narrativos.

            Ahora la acción se sitúa en tierras del Jiloca (las minas de hierro de Ojos Negros) y en Teruel, en un momento artístico y cultural sobresaliente para la ciudad, con los talleres y las forjas produciendo útiles y bellos objetos de hierro y con Pau Monguió de vuelta por Teruel tras su estadía en tierras tarraconenses. Donde quizás se ve mejor el dominio de la técnica y la maestría que alcanza Antonio Castellote es, posiblemente, en los episodios que narran el vaciado de escayola (que ya había aparecido en Modelo sin dolor) y en aquellos que muestran a través de estilo indirecto libre las délusions de grandeur de Guillermina, algo neurasténica, que ve el mundo a través de las novelas francesas que lee, su anhelado mundo refinado y exquisito, que contrastará con el de los obreros que trabajan en la ciudad. Hasta ahora habíamos visto que el narrador omnisciente dejaba paso en contadas ocasiones a monólogos interiores de algunos personajes pero, en general, predominaba la narración en tercera persona; la variedad narrativa también incluye un cronista de un periódico local, en un episodio que supone un interludio cómico, en un cambio de narrador, perspectiva y tono (capítulo 17, “Cajas destempladas”). Y no hay que olvidarse de otros personajes como Roser, una mujer de rompe y rasga, con el pelo a lo garçon, o el niño Raimón, descrito con ternura y compasión, junto con otros personajes que formaron parte de la historia del Teruel de comienzos del pasado siglo. Es, posiblemente, la novela bisagra –junto con el relato Los toros en invierno, también de 2007- de la narrativa de Antonio Castellote, la que marca un cambio más importante y la que muestra la destreza del autor en diversos modos y técnicas narrativas.

            Otoño ruso (2008) sirve para cerrar el ciclo de las estaciones al que alguna vez ha aludido nuestro autor con respecto a sus folletines. Continúa con un narrador omnisciente, pese a que al principio iba a estar narrada en primera persona a través de una adolescente. Con este cuarto folletín se efectúa una vuelta al presente, al Teruel más tradicional y conservador, en una narración plena de fluidez y libertad estructural, que toca temas que ya habían aparecido anteriormente, como la Guerra Civil en Teruel y provincia, la literatura rusa, que flota en el ambiente y cuya influencia va más allá de las alusiones a los nombres de algunos personajes. Tal vez sea una novela más tranquila, serena y sosegada con respecto a la anterior y da la sensación de que con ella se cierra un ciclo. En cuanto a la ambientación, puede ser vista con un costumbrismo casi antropológico de las costumbres y gentes de Teruel, pero es un costumbrismo verosímil, no como algo tópico, sino como algo que el lector se cree.

En esta novela, los temas y motivos que han ido jalonando la novelística de Castellote vuelven a aparecer con fuerza, aunque tal vez sean los fragmentos dedicados a la familia rusa que vive cerca de Alfambra los más logrados, junto con la creación de los personajes femeninos, como Matilde y Tatiana, siempre superiores a los masculinos, con más aristas, complejidades y dudas. Es también una novela que se cierra de manera circular, volviendo, como es habitual en este autor, sobre la idea de que hay que asumir las cosas como vienen. Esta adaptación al medio y a las circunstancias será todavía más clara en el último de los folletines, que cierra también, creemos, un ciclo novelístico para Antonio Castellote.

            La enfermedad sospechosa. Folletín naturalista por entregas (2009) es un folletín lleno de datos históricos y reales, ambientado en Teruel en 1885, durante la epidemia de cólera (también llamada “morbo asiático”) que asoló parte del Levante y zonas limítrofes y que en la provincia de Teruel dejó más de 5000 muertos. Es una novela poblada de personajes que existieron y a los que no se les cambió el nombre, aunque sí se inventaron aspectos biográficos sobre alguno de ellos, como el doctor Aurelio Benito, redactor del periódico El Ferrocarril. Muchos son personas ligadas a la historia reciente de Teruel, como en el caso del botánico Loscos (que falleció al año siguiente debido a esta epidemia y que dejó inconclusa su gran obra de un Herbario Nacional, confeccionado desde su agencia de Castelserás), el novelista Polo y Peyrolón (que aparece en un episodio algo cómico-satírico), el abogado Muñoz Nogués o las hermanas Blanca y Clotilde Catalán de Ocón (botánica y naturalista respectivamente). La aparición de la enfermedad, la crónica detallada y pormenorizada del año 1885 en la ciudad de Teruel son descritas en el primer capítulo de la novela, que sirve como introducción histórica y social para el lector, que conoce así los datos y la ambientación de la historia.

Comparte esta novela con la anterior el tono circular de la narración, con la carta de Loscos que lleva guardada en su bolsillo Ramón Vargas, el heroico maestro protagonista de la novela. De nuevo nos encontramos con un narrador omnisciente, con escenas, como la descripción del hogar del maestro o de la enfermedad y agonía de la joven Encarnita que responden a la más inveterada tradición del movimiento naturalista. Está presente el determinismo biológico, cierta delectación en describir aspectos desagradables de algunos lugares y personas (como la visita médica del comienzo), aunque la narración no está tampoco exenta de algunos toques de humor negro, como el episodio en el que Ramón consigue libros y que muestra las duras condiciones de vida de un maestro que se atreve a hablar de Darwin en sus clases.

Quizás, junto a la mejor dupla de personajes masculinos de la narrativa de Castellote (Ramón Vargas y Aurelio Benito), destaca sobremanera, en especial hasta la mitad de la narración, el personaje de Amparín, la hija del doctor, que quiere ser una mujer de acción, que toma sus propias decisiones, como unirse a Ramón Vargas, en vez del “apareamiento lógico” que quiere su madre con uno de los hijos de la burguesía turolense y que tal vez obedezca (esta unión) a una cuestión meramente patrimonial. Frente a ella y los dos protagonistas a los que antes aludíamos están los personajes negativos, como el hijo del doctor Benito, Julio, prototipo de personaje de folletín. Como en las demás novelas siempre hay un personaje que ha de sufrir o perder más que los otros; en este caso es Julio, aunque su exilio final esté más que justificado por la ignominia que ha cometido con su familia. La adaptación final de los personajes, su aceptación de lo que les ha deparado la vida desemboca en tranquilidad y armonía, como sucede en la narrativa de Antonio Castellote.

 

A modo de conclusión

Los folletines publicados en Diario de Teruel por Antonio Castellote entre 2005 y 2009 constituyen un caso singular dentro del panorama literario actual, aunque su difusión haya tenido un marcado carácter local. Resulta interesante ver cómo a través de la escritura de estas cinco novelas se recrea la vida de una ciudad y una provincia con rigor y precisión históricas, en diversos momentos y tiempos, con un, creemos, profundo amor –no exento de crítica- hacia Teruel.

Antonio Castellote emplea un formato literario –el del folletín- como forma de publicación tradicional, al tiempo que para su posterior conservación y difusión utiliza un nuevo soporte digital, como es el blog. La particularidad de estas cinco novelas no solo radica en el hecho de que los haya publicado un pequeño periódico de provincias para algo más que “llenar los huecos informativos” del verano. Supone también la posibilidad de descubrir a un autor que ya era conocido por los lectores por sus artículos de crítica literaria y cultura, que demuestra su savoir faire narrativo en conjunción con Juan Carlos Navarro, su habitual ilustrador, excelso conocedor de la historia de Teruel, en una dupla que ha trabajado de manera conjunta durante muchos años en diversas actividades.

Cuando hablamos de los folletines de Antonio Castellote conviene hacerlo con el asombro y reconocimiento hacia una obra dotada, a nuestro juicio, de una alta calidad literaria, diferente a gran parte de lo que se publica en la actualidad y que tal vez por ello encuentra difícil acomodo en las líneas o temáticas que marcan las editoriales. Además, la localización en Teruel o su provincia puede ser un obstáculo más para la difusión de sus novelas, si bien es cierto que las historias que cuenta pueden extrapolarse a cualquier lugar, y buena prueba de ello son los lectores que han descubierto su obra desde sitios bien lejanos a Teruel gracias a la publicación en el blog de las novelas. Antonio Castellote logró, con los folletines, adaptarse a una forma de publicación que exigía unas determinadas características, en un oficio de escritor que requería de una gran dosis de conocimiento y habilidad narrativas para no caer en el tópico y lo sencillo, para mantenerse por encima de ello, como un funambulista sobre un fino alambre.

 

 

 

Bibliografía

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  • -------------------. Fabricación británica. Folletín romántico del Maestrazgo. Teruel, Diario de Teruel, agosto de 2005. También disponible en formato libro: Zaragoza, Certeza, 2007, con proemio de Enrique Romero Ena.
  • -------------------. Los ojos del río. Teruel, Diario de Teruel, agosto de 2006.
  • -------------------. Una flor de hierro. Folletín modernista por entregas. Teruel, Diario de Teruel, agosto de 2007.
  • -------------------. Otoño ruso. Teruel, Diario de Teruel, agosto de 2008.
  • -------------------. La enfermedad sospechosa. Folletín naturalista por entregas. Teruel, Diario de Teruel, agosto de 2009.
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Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro Moreno Pérez

Ruy Cinatti, de entre la bruma

2 de abril de 2014 08:30:26 CEST

 Brillante antropólogo, inmenso viajero, experto en Oriente y, por supuesto, notable poeta: de estas maneras y muchas más podemos definir a Ruy Cinatti Vaz Monteiro Gomes, más conocido como Ruy Cinatti, escritor portugués nacido en Londres en 1915 –era nieto del cónsul general de Portugal en Inglaterra por aquel entonces– y fallecido en Lisboa en 1986. Resulta cuando menos curioso el escasísimo conocimiento que en España tenemos de Ruy Cinatti, figura que en las letras lusas goza de considerable prestigio: no en vano fue cofundador, en 1940, de la emblemática y ecléctica revista Cadernos de Poesia, así como autor de más de quince libros de poemas –algunos de los cuales merecieron importantes premios– y de una docena de obras de carácter antropológico y botánico sobre las colonias portuguesas en general y Timor en particular, isla donde residió largas temporadas y que se convirtió en el centro de sus preocupaciones vitales y literarias; en 1992, y a título póstumo, el gobierno portugués le concedió la Gran Cruz de la Orden del Infante Don Henrique por su relevante contribución a la cultura nacional. 

 

Hasta donde llega mi conocimiento, las primeras y principales manifestaciones impresas de la obra de Ruy Cinatti en nuestro idioma son los ocho poemas que Ángel Crespo incluyó en la precursora Antología de la nueva poesía portuguesa, editada en 1961 en la colección Adonáis de Rialp, y los once poemas que Pilar Vázquez Cuesta tradujo para su Poesía portuguesa actual, publicada en 1976 por Editora Nacional, y en la que Cinatti comparte volumen con otros catorce autores de la talla de Fernando Pessoa, Mário de Sá-Carneiro, Miguel Torga o Eugénio de Andrade. Pero, al contrario que la práctica totalidad de sus compañeros de antología, cuyas obras fueron progresivamente divulgadas en lengua castellana, Ruy Cinatti se topó con un mayúsculo silencio editorial: así lo indican tanto los registros del ISBN y de la Biblioteca Nacional de España como las escasas referencias en Internet sobre su obra –apenas un reducido número de páginas web recogen una brevísima muestra de sus poemas–, lo que también nos permite dudar de la presencia de Ruy Cinatti en publicaciones hispanoamericanas en papel: un caprichoso velo, una especie de bruma injustificada y singular cubre la figura de nuestro poeta.

 

No sin esfuerzo, conseguí hacerme con un ejemplar de la extensa Antologia poética de Ruy Cinatti que Joaquim Manuel Magalhães seleccionó en 1986 para la editorial lisboeta Presença. Y, tras su lectura, llegué a la conclusión de que Cinatti es un poeta a todas luces inclasificable: cuando nos acostumbramos a las breves piezas de lo que podríamos definir como “romanticismo metafísico” de sus primeros libros, nos sorprende con poemas de marcado carácter cristiano; cuando creemos descubrir a una suerte de Álvaro de Campos resucitado, nos topamos con una numerosa serie de poemarios relativos a sus experiencias en Timor y otras colonias (no en vano seis de sus libros tienen referencias alusivas a estos territorios en el propio título). Cayendo en una posible simplificación, podemos afirmar que en la obra de Cinatti se presiente un camino que va desde lo sugerido o lo soñado hasta lo puramente vivido, hasta la cruda realidad que vivió entre aquellos hombres colonizados que de casi nada disponían: mientras que en sus primeros libros –a mi juicio, los más interesantes– nos encontramos con un Cinatti, por así decirlo, más poético, más decantado por la belleza

 

que por la verdad y más minimalista, en sus libros posteriores, pasados por el amargo filtro de sus vivencias en ultramar, hallamos unos poemas más narrativos, más etnográficos y más reivindicativos, escuchamos una voz más preocupada por informarnos de cómo era aquel extraño mundo colonial que habitaba –a veces injusto, casi siempre hermoso– que por el placer de la palabra misma: en los primeros libros prima el poeta, en los posteriores se impone el antropólogo. Una actitud que se fue tornando hastío, ironía y desazón al final de su vida, decepcionado de la barbarie que el supuesto hombre civilizado había perpetrado contra aquellos desorientados indígenas: así, ya de vuelta en Lisboa, sus dos últimos libros abandonan parcialmente la temática colonial y retornan a los eternos conceptos de amor y religión. En todo caso, lo que sí es común a todos los períodos de la obra de Cinatti es la gran presencia que la naturaleza tiene en sus poemas, el anhelo de un mundo en el que la acción del hombre resulte restringida, difuminada.

 

A falta de una antología de su obra en nuestro idioma que sitúe a Ruy Cinatti en el destacado lugar que merece, valga de momento este sucinto ramillete de poemas, que he tenido el placer de seleccionar y traducir, como humilde continuación de la labor que Crespo y Vázquez Cuesta iniciaran, y que espero contribuyan, desde su modestia, a abrir un poco más la pesada puerta tras la que se oculta tan interesante escritor.

 

 

SEIS POEMAS


Lentamente, al golpear de los remos, van los barcos

río arriba, río abajo, en el quehacer cotidiano de los días de sol y lluvia.

Los hombres ya han arrastrado los barcos a la orilla,

donde pasan señores, altaneros y herméticos,

por entre los plebeyos –aquellos que transportan sacos de trigo.

Los gestos se repiten, milenarios,

mientras, de sol a sol, los barcos pasan

sin prestar atención a los labradores de los campos.

Lentamente, sosegado como el correr de las aguas,

se yergue suplicante el canto durmiente de los remeros…

 

Va pasando, va rompiendo, va huyendo…

 

 

(Nós não somos deste mundo, 1941)

 

Tu felicidad fue como una sonrisa abierta en una mañana soleada, 

brillando sobre la tierra en una alegría inmensa.
Y tus ojos demoraban el vuelo de las aves y se alegraban,
sorprendidos y meditativos como el mirar de los siglos
ante el límpido despertar del paisaje.
Sin embargo, bajando rápidamente por el brillo de tu alma,
vino el sueño a posar, en tus rodillas,
la sombra de tu duro destino, 
de tu desnudez pesada y triste.

                                                   

  (Anoitecendo, a vida recomeça ,1942)

 

 

LOXODROMIA

 

Quien no me dio Amor, no me dio nada.

Estoy parado…

Miro a mi alrededor y veo inacabado

mi mundo mejor.

 

Tanto tiempo perdido…

Con qué saudade lo recuerdo y bendigo:

campos de flores

y zarzas…

 

Fuente de vida fui. Medito. Ordeno.

Pienso en el futuro que vendrá.

Y deslumbrado sigo el pensamiento

que se descubre.

 

Quien no me dio Amor, no me dio nada.

Desterrado.

Desterrado prosigo,

Y me sueño sin Patria y sin Amigos,

adrede.

 

 

 

  (O livro do nómada meu amigo, 1958)

 

 

Caminamos a solas por la ruda arena.

Bancos partidos, sol oblicuado,

papeles por el viento, polvo fino,

ruinas que se enredan como traicioneros

sueños despertados.

 

Él, entre todos, surgió.

Miró a su alrededor: vacío.

Muros ignotos: vacío.

Un río oculto inunda la ciudad.

Peligro eminente.

Pobres pidiendo limosna en una esquina.

Alguien atrasado, como siempre

adverso y diletante.

 

Él, entre tantos, surgió.

Temprano.

Se apoyó en el muro habitual,

abrió el periódico

y leyó.

 

 

(Borda d´Alma, 1970)

 

Sobre Timor planea un fuego fino,

se propaga, crepita cuando ronda la tierra

y creciente, envolvente, cerca el monte

y se afirma corona.

 

Mis ojos sienten la belleza roja

ululante de perros en la noche,

la paciencia del bosque destruido,

catana en la raíz, después ceniza.

 

Mi incomprensión procura en vano

resucitar las vanas creencias de otros tiempos,

las florestas sagradas donde el frío habita

en el temor que agarra y petrifica las manos.

 

Mi imaginación procura en vano

detener con astros y otras manos el destino

insidioso como la muerte de un hombre

anclado en el árbol que sobre la tierra se persigna.

 

Y veo un monte de paja

ardiendo de la cima hasta el mar que ondea y se derrama por las playas,

y contra el humo denso que me envuelve,

avanzo, resoluto, antorcha en vida,

mientras proclamo la verdad del cántico,

la danza terrenal que me fascina.

 

 

(Uma sequência timorense, 1970)

 

MOEURS CONTEMPORAINS O EL IMBÉCIL COTIDIANO

 

 III

 

No, no es una mujer lo que quieres.

Lo dijiste, salvo error.

Ni yo la boca de la noche

para poder perderme, sentarme y dar vueltas sin fin por el barrio

como ayer, como mañana,

como ojalá sea así por muchos años.

Todo son engaños.

¿Por qué no te enfrentas a la verdad de una vez por todas?

El hombre y la mujer se volvieron definitivamente

insoportables el uno para el otro.

Y es cierto que aceptamos este aturdimiento sin una protesta, este balanceo

del día a día, este sucio traje del hábito, este volteo asesino,

mintiendo, engañando, conspirando

hasta que la tierra ya no pueda con nosotros. Tú me odias, yo te desprecio,

siempre arrastrándote cuando me tocas,

siempre lagarta pidiendo el capullo del que te desprendiste

en la rutina de tus días.

¿Cómo es posible que todavía quieras hacer el amor en una cama que huele a

[cadáveres?

¿Cómo vas a querer, cómo vamos a querer

contemplar fraudes mezquinos sinceramente inmunes a la culpa que hemos olvidado

con tanta frecuencia? ¿Por qué no te enfrentas

a la verdad?

Todo perdido. Entonces,

¿por qué esperas? Hicimos del dinero y de lo funcional

nuestros dioses de guerra. Ahora aguanta la ley que los aguanta

hasta que seas barrido,

no de la tierra, pues ya lo fuiste, sino del aire y de las fétidas buhardillas que  

[habitamos.

Sácate el dedo de la boca, el dedo separado de la mano,

separado del brazo,

separado del tronco,

separado de la…

caricatura no reflejada en ningún espejo.

Nadie te ayuda,

porque todos estamos viciados por lo mismo.

Por la misma droga que infantilmente fabricamos,

como quien construye una casa con cubos pintados

y de repente la ve caer, y a él con ella.

No, el tuyo no es un problema de mujer,

ni el mío de fluidez translúcida.

Traicionamos a la mujer y al poeta, al animal, al espíritu

 

en las manos de quien, cruel, se exhibe igual que nosotros.

Yo no te conozco

sino como fantasma.

Todavía te acepto una bebida,

pero no me hables de Dios.

 

 

 (Memória descritiva, 1971)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Miguel Ángel Manzanas

Taxista

26 de marzo de 2014 08:36:56 CET

 

La ciudad es un mapa

 

que grita cuando te llaman.

 

El precio de este viaje es que tú

 

me mantengas la conversación,

 

que hagas un movimiento de mí espíritu,

 

que me expliques el mundo

 

con infinita paciencia de carretera.

 

Así anochece antes tras tus cristales.

 

Quizás me pares tú algún día

 

si me ves sin rumbo.

 

Tu adiós ha sido tajante

 

como una curva inesperada.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Lauren García

El odio

18 de marzo de 2014 08:26:06 CET

 

Difícil es saber si amanece
entre los pliegues del odio,
donde no penetra la luz
de la esperanza
ni florece la rosa de la reconciliación.

El odio es el fuelle
de un acordeón afónico,
lacerado por el reproche.

Revestido de palabras,
el odio es un puñado de sal
arrojado sobre los ojos
(esa herida abierta que es la mirada).

Es difícil saber si amanece
en la comisura de nuestros labios,
donde antes anidaba
el pájaro polícromo de la sonrisa.

Escrito en Sólo Digital Turia por Fermín López Costero

En el año 2006 José Luis Giménez-Frontín (Barcelona, 1943-2008) publica tres poemarios: Réquiem de las esferas (Ferrol: Sociedad de Cultura Valle-Inclán, col. Esquío), Tres elegías (Varese: La Torre degli Arabeschi) y la antología La ruta de Occitania. Poesía reunida (1972-2006) (Montblanc: Igitur). Con este último había cerrado un ciclo. El segundo ciclo de su dedicación a la composición poética, iniciado en 1993 con Que no muera ese instante (Barcelona: Lumen), continuó en 1999 con El ensayo del organista (Barcelona: Lumen) y dio en 2003 Zona Cero (Vic: Emboscall).

El primer ciclo se había clausurado con la primera antología, en 1989: Astrolabio (Antología 1972-1988) (Pamplona: Pamiela), con poemas de La sagrada familia y otros poemas (Barcelona: Lumen, 1972), Amor omnia y otros poemas (Barcelona: Linosa, 1976),  Las voces de Laye (Madrid: Hiperión, 1980) y El largo adiós (Barcelona: Taifa, 1985).

Grosso modo, en la primera fase (1972-1985) el 'yo' se afirma, y en la segunda etapa (1993-2006) el 'yo' desaparece para que el poema quede ahí, cantando solo, como una música, con cierta tendencia a una desintegración en la literatura misma.

Sobre su obra poética se han escrito sobre todo reseñas, con una percepción profunda y certera, en algunas de ellas, de la estética propuesta por el poeta. Los estudios más completos se hallan precisamente en los prólogos de las antologías (1989 y 2006), firmados ambos por Pilar Gómez Bedate. Asimismo, cabe destacar las aportaciones de José Luis García Martín[1], Santiago Martínez[2], Enrique Villagrasa[3] y, sobre todo, las de Juan Antonio Masoliver Ródenas[4] y Enrique Molina Campos[5].

La orientación de su quehacer poético en los últimos años se encaminaba hacia el género elegíaco. En 2009 y 2010 aparecen sendas antologías con enfoques y matices peculiares.

 

Los días que hemos visto

Cuidada edición la que desde la Fundación Jorge Guillén de Valladolid sale el 21 de diciembre de 2009, conmemorando el primer aniversario del fallecimiento del poeta.

Con prólogo de José Corredor˗Matheos, un escrito preliminar de Victoria Cirlot («Este libro») y una tercera pieza firmada por JLG-F, recuperada de la edición del Allegretto Malinconico de Varese -«La edad de la elegía (a modo de mínima poética)»-, se presenta esta introducción al cuerpo de poemas.

Después, tres secciones; a saber: «I. Primeras elegías» (consta de ocho poemas); «II. Segundas elegías» (doce poemas bajo el genérico «Elegías para Alberto Caeiro») y «III. Réquiem de las esferas» (veintisiete poemas, la edición completa de lo publicado en la colección Esquío).

De «Primeras elegías», ninguna pertenece a antes de 1993, fecha en que aparece Que no muera ese instante. Así, de este libro se seleccionan: «No le retuvo más. (En la muerte de Bohumil Hrabal)», «La frente anchísima del que está y ya no está» y «La nave de los muertos». De El ensayo del organista se extraen: «En el desierto claman», «Oculta y a la vista como una fiel amiga te esperaba» y «Jehudá Haleví da la bienvenida a César Vallejo». Por último, de Zona cero: «Más allá del temido portón de los Urales» y el antonomástico «Zona cero».

En esta selección la voz tiende al verso que dialoga con los muertos, cuando su propuesta ya avanza hacia esa desaparición del ‘yo’ en el poema, hacia una victoria de la vida sobre la muerte misma.

En «Segundas elegías» se reúnen las publicadas en 2006 por Blasco Muñoz cuando eran inéditas («Loa y ensoñación en Sicilia para Javier Lentini», «El león, Peter Russell, ha muerto en su cama» y «En la muerte prematura de O»), aunque en el mismo año la primera apareciera también en Poesía reunida.

A este cuerpo se le suman nueve textos inéditos: «Elegía para Alberto Caeiro»,  «Elegía de las casualidades», «Elegía de Sir John, el motero», «Elegía con mariposas negras y niño bien», «En el huerto de los olivos», «La alegría, las princesas, las diosas», «El enemigo», «Una vida de héroe» y «Señas de identidad».

Corredor˗Matheos destaca un cambio de actitud en la poesía de JLG-F a partir de Réquiem de las esferas, libro en que pretende manifestar «una visión científica del mundo [...] próximo a ciertos presocráticos».

 Victoria Cirlot enfoca la dinámica de la lectura partiendo del poema «En el desierto claman», del que escribe: «En este poema, que entronca con la mística del desierto, se abre la vía de salida al llanto y al lamento.»

En cuanto a los inéditos, «Elegía para Alberto Caeiro» presenta un bucolismo muy a conciencia, un canto en tiradas de heptasílabos libres separadas formalmente por líneas punteadas. El punto de vista desde donde canta la voz poética dota al texto de una vivacidad algo caleidoscópica: el dios, el poeta, el pastor, el perro. Una geórgica en miniatura con guiños a la soledad gongorina en algún momento: «Con no visible fuerza». Por momentos el apóstrofe evocando al Caeiro pessoano ofrece un pretexto a la interrogación retórica: «¿Sólo somos el sueño/ de los dioses soñados?», donde se halla la verdadera esencia del mensaje del poeta.

Y siempre, ya sin renuncia posible, el instante, el único tiempo viable, el de la salvación, donde confluyen los pretéritos, así como los futuros recordados. Y al final, la forma definitiva, la pugna entre la palabra y el silencio, porque, he ahí la paradoja de El Poema, sólo con la palabra se puede dar noticia del silencio: «El poema no explica. / Cabalgando por voces, / fijará la belleza / del momento inasible».

En «Elegía de las casualidades», el vocativo vuelve a ser ese antagonista necesario que Giménez-Frontín encontró como recurso retórico y emocional en esta última parte de su producción. Sin descartar la posibilidad de que en ciertos momentos se oculte alguien con nombre y apellidos tras el casi ya genérico Sir John, habida cuenta de su frecuente uso como recurso, nos atreveríamos a apuntar la posibilidad de un desdoblamiento, de una segunda persona retórica, como si el propio poeta fuese el interlocutor de sí mismo.

«Elegía de Sir John, el motero» nos transporta a un viaje realmente en moto por el norte de África. Las referencias a los evangelistas, al profeta Elías, al Lázaro resucitado o a la Magdalena con plomo en las arterias, se cruzan entre reflexiones sobre el propio género elegíaco: «Dicen: nadie escribe elegías. / No es tiempo de elegías, / ¿quién las escucha ya?»

Así, siguiendo la pauta métrica acostumbrada (heptasílabos, alejandrinos en menor medida y algún endecasílabo), la elegía cabalga hacia el tiempo que ha de llegar buscando reencontrarse con un origen atávico.

Con la métrica de costumbre y alguna asonancia gemela en algún momento y sin que sirva de pauta, con título algo naíf presenta «Elegía con mariposas negras y niño bien» en el que da noticia de una escena de su infancia de confort, la educación católica y su inseparable conciencia del pecado, cierta descripción de la hipocresía y la no conciencia del tiempo fugitivo. Cuando el niño despierta al mundo concluye el poema no sin un oscuro final:

 

Sin pasión y sin odio,

cuando le llegue el día,

en su remedo de salón materno

bondadosa, cortés, inútilmente,

con voz algo adamada,

habrá de preguntarles qué desean

a los heraldos negros

que vienen y que van y que tendrán sus ojos

en la ruina del rencor final.

 

Podría decirse, así lo afirma Corredor˗Matheos en el prólogo, que «En el huerto de los olivos» fue el último poema que Giménez-Frontín escribió, en agosto de 2008. El poema es una despedida en toda regla. Los signos del evangelio adquieren fuerza de nuevo en este texto. Lejos del dramatismo, su apuesta final es la siguiente: más allá del instante, se halla el poema. Más allá del tiempo, la literatura sola.

«La alegría, las princesas, las diosas» es un texto alegórico. Tras la descripción de cada una de las tres hijas (dos gemelas y una menor, adoptada, asiática, «que comparten su vida con nosotros») en un ambiente familiar, habla de «mi compañera» como componente tradicional de esa familia entre la parábola y la alegoría: «No tengo yo respuesta, pero las sé / gloriosas, presidiendo / el altar más hermoso del instante».

«El enemigo», «Una vida de héroe» y «Señas de identidad» cierran el cuerpo de elegías inéditas. Son poemas breves: 14, 15 y 8 versos, respectivamente. Los tres textos, tratados en conjunto, muestran una escasamente diáfana despedida: la vuelta al útero cero, al origen que ya no ha de progresar jamás en «El enemigo», la deliberación mantenida sobre el vacío y la nada con respecto al tan traído y llevado ego a lo largo de toda su carrera en «Una vida de héroe», y una resolución repulsiva hacia el vacío, insistencia última, en «Señas de identidad»: la vida tiende a la armonía, aunque el frío del vacío puede llegar a congelar todas sus virtudes.

Se aprecia en «El enemigo» el verso «Sin saberlo fui sabio», que nos lleva a la correspondencia con el poema «V» de «II. Atreverse a saber» del libro Réquiem de las esferas: «Sabía sin saberlo, la mirada» en una voluntad de tejer a conciencia, a base de paradojas, lo inefable, remedando la técnica del místico.

La tercera y última parte de este libro es la reproducción exacta de Réquiem de las esferas. No encontramos una razón poderosa para que aquí figure, salvo que tenga que ver con algún criterio editorial que se nos escapa. Con respecto a la edición de Esquío, observamos unas mínimas variaciones: una sangría y un lema tipográficamente descolocado. Sin embargo, se conserva en ambas el erróneo «estruendoso silencioso que nada percibía». 

 

Atreverse a saber

 

Fruto del empeño de los editores Jesús Aguado y José Ángel Cilleruelo es esta antología que sale desde Málaga con patrocinio de la Diputación en 2010, con el número 113 de la colección Puerta del Mar.

Un subtítulo la distingue como «Antología poética y homenaje a José Luis Giménez-Frontín». Tras una «Nota de los editores», se inicia el libro con «I Homenaje poético» (se incluyen veinte poemas, de otros tantos poetas, escritos in memoriam). «II Crítica y memoria» cuenta con veintidós escritos de otros tantos amigos que hablan de la persona y de la obra del poeta, a modo de semblanza en ocasiones, a modo de colaboración filológica que consigue aumentar el corpus crítico en torno a la poesía que escribiera Giménez-Frontín.

 «III Antología poética de José Luis Giménez-Frontín» aporta cuarenta y un poemas. Concluye este apartado la sección segunda, íntegra, de Réquiem de las esferas, «Atreverse a saber», compuesta por nueve poemas. Se trata, como es evidente, de la sección que da título a la antología. Por último, «IV Vida de un poeta» incluye una biografía y una bibliografía.

Posiblemente la parte más suculenta que merezca ser comentada en un estudio de estas características sea la segunda y, quizás a vista de pájaro la tercera, por tener presente qué selección llevaron a cabo los editores.

Entre el homenaje y la aportación crítica realmente certera en casi todas las ocasiones, se da noticia de la semblanza del poeta y de sus virtudes humanas.

  De Manuel Mantero se aporta el texto «José Luis Giménez-Frontín, poeta de la doble verdad», que había servido para la presentación de La ruta de Occitania, el 24 de mayo de 2006 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Mantero afirma que JLG-F «gusta de esconderse de lo demasiado explícito». Es poeta de «la inseguridad, la duda y la ambivalencia». El universo temático de Giménez-Frontín queda definido con precisión: «el tiempo, la materia, el misterio, el amor, la ciudad, la poesía».

Importante sobre muchos otros aspectos es el tema de la insatisfacción social, la del «sediento de igualdad y justicia». En el código moral del poeta este asunto reside como un magma incorrupto que elevará el canto en muchas ocasiones perfilando los contenidos.

Por último, el tema casi obligado de todo poeta que en algún momento se ha visto tentado a tratar: la Poesía misma. Así, como ya se ha dicho más arriba: la vida propia del poema, la armonía que, a base de contrarios como un trovador, define como «carne del verbo».

Corredor˗Matheos aporta el escrito «José Luis Giménez-Frontín, el poeta y amigo». El motor de buena parte de su obra queda definido así:

 

“El hombre no abandona –es decir, no pierde- su rebeldía, su sentido de la justicia y su inquietud, pero se va sosegando –es decir, aceptando lo que considera que ha de aceptar-, pero ni renuncia ni frena las reacciones ante tal o cual hecho que le indigna”.

 

 Montserrat Conill, en un texto sin título fechado en enero de 2010, manifiesta que «templaba su notable independencia de criterio guiándose siempre por la sensibilidad y la tolerancia de un humanismo profundo y radical».

Joaquín Marco lo define como «hombre de proyectos y eficaces gestiones». Destaca su tesón y paciencia y como poeta que es, Marco comprende el enfoque psicológico e intelectual que condujo al poeta:

 

José Luis se valoró a sí mismo como poeta. La poesía, por gratuita, no deja de ser una enfermedad incurable y él la cultivó no sólo en sus versos. Los poetas son seres extraños que intentan convertir la poesía en vida y la vida en poesía.

 

Ana María Moix, amistad desde la adolescencia, comenta que tras la publicación de sus memorias, Los años contados, «había puesto en orden, por un lado, su vida espiritual, por otra (sic), su andadura biográfica». Habla del vuelo «quasi místico» y lo califica de «asceta castellano», de «griego antiguo, mediterráneo».

El recientemente desaparecido Horacio Vázquez-Rial titula su intervención «JLGF: Poeta, amigo, hombre cortés». Habla de su cortesía y afirma que «tenía una elegancia británica que yo creo anterior a su estancia en Inglaterra: un don natural».

Nora Catelli habla en «La figura de José Luis Giménez-Frontín» de las diferentes figuras que fue el autor: «la del filólogo, la del crítico y ensayista, la del novelista, la del poeta, la del memorialista y diarista, la del observador atento de las tensiones comunitarias, la del mediador cultural».

Francesc de Carreras se remonta en «Tiempos de facultad, tiempos de juventud» al primer contacto de Giménez-Frontín con «la estupidez generalizada de esta elite social», refiriéndose a «los jóvenes pijos, hijos de gente bien de Barcelona».

Rodolfo Häsler redacta un entrañable «Recuerdo con José Luis en Madrid». Destaca la visita de Giménez-Frontín a su casa en otoño de 1985. Durante los tres días que estuvo refirió anécdotas de su reciente viaje a México, un viaje que sería de importancia capital en la gestación de su novela Señorear la tierra, de 1991. Concluye así el escrito: «fue uno de los más grandes valedores que ha tenido la poesía, tanto en castellano como en catalán, en Barcelona».

Albert Tugues en «La segunda mirada» habla de la fundación de Hora de poesía. «Palabras para un hombre digno de memoria» es el artículo de Mario Lucarda, que se inicia con un epitafio y acierta al resaltar uno de los versos que más fuerza va a tener en el arraigo ético del poeta: «Quien ignora su historia está condenado a repetirla».

Con título kerouakiano presenta su aportación Lluïsa Julià: «José Luis Giménez-Frontín, en el camino». Destaca esa forma inglesa de tratar la cultura que le permitió una rigurosidad de análisis. Y José Joaquín Beeme, el microeditor que desde Varese dio la botella que contiene las Tres elegías, certeramente afirma que Giménez-Frontín «se ha transustanciado, definitivamente, en poema».

Valentí Gómez i Oliver entiende a Giménez-Frontín como un maestro de la sinécdoque aplicada en su libro de memorias. Por último, destacaremos el artículo de Fernando Valls «Las vidas de Giménez-Frontín», donde nos emplaza a apreciar su paciencia y generosidad, al escuchar a los demás o al reírse «de algunas pequeñas vanidades de la vida literaria y del fanatismo y la intolerancia de tantos políticos catalanistas, asunto que lo sublevaba especialmente».

Para concluir, daremos cuenta de la estructura de los 41 poemas seleccionados en la parte «III Antología poética de José Luis Giménez-Frontín». El cuerpo es, cómo no, representativo y podría decirse que se trata de una buena selección aunque hayan quedado fuera algunos de los emblemáticos. El criterio de los editores clarifica o justifica. Es importante la perspectiva que enfoca hacia «ese sin-tiempo del que nacen y al que van los poemas, el amor o la misma existencia [...] aquello que se sustenta en el vacío, es la orfandad esencial de lo que es [...] en esa nada repleta de posibilidades de la que surge todo», según reza la «Nota de los editores».

Así, tendremos dos poemas pertenecientes a La sagrada familia y otros poemas, tres a Amor omnia y otros poemas, cinco a Las voces de Laye, siete a El largo adiós, siete a Que no muera ese instante, nueve a El ensayo del organista, siete a Zona Cero y el compendio antonomástico «Atreverse a saber» de Réquiem de las esferas.   

En definitiva, diremos que esta antología da un completo informe sobre su semblanza y su poesía. Si añadimos las elegías de Los días que hemos visto, obtendremos un completo Frontín, con las últimas meditaciones materiales y espirituales al respecto del género de la sensata desolación, la última de sus preocupaciones.



[1]              José Luis García Martín. «Imposible respuesta». ABCD Cultural, (9 de septiembre de 2006), 20.

[2]    Santiago Martínez. «Con los pies en la tierra». La Vanguardia, Suplemento Culturas, (18 de febrero de 2004), 14 y «Con la palabra justa». La Vanguardia, Suplemento Culturas, (13 de septiembre de 2006), 15.

[3]    Enrique Villagrasa, «La identidad del poeta: J.L. Giménez-Frontín». Hora de poesía, núm. 69-70, (mayo˗agosto de 1990), 174˗176 y «La ruta de Occitania». Cuadernos del Matemático, núm. 41-42, (febrero de 2009), 203.

[4]    Juan Antonio Masoliver Ródenas. «La mirada y su enigma». Insula, núm. 569, (diciembre de 2006), 22˗23 y «La armonía y el caos». La Vanguardia, Suplemento Culturas (23 de junio de 2010), 9.

[5]    Enrique Molina Campos. «El instante de José Luis Giménez-Frontín». Ínsula, núm. 569, (mayo de 1994), 25-28.

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Carlos Elijas

En el nombre de Keats

5 de marzo de 2014 13:08:37 CET

A Joaquín Juan Penalva

A Sandro Maciá

 

Poco antes de morir mi padre me agarró de la pechera y me dijo enfadado:

-A ti no te gustó nunca el fútbol.

Tal vez tenía razón. Es más, tenía toda la razón, nunca me gustó el futbol, ni para verlo ni para practicarlo. Me parecía una pérdida de tiempo pasar noventa minutos viendo a veintidós tíos detrás de un balón. Había cosas más importantes que hacer o a mí me lo parecían: escuchar el viento, ver llover tras las ventanas de casa, escribir nombres de mujer en el vaho que se forma en los cristales... Estaba claro que nos gustaban cosas diferentes, que habíamos venido a este mundo con conceptos distintos de lo que es la diversión.

            Mi padre intentó por activa y por pasiva que me gustase el fútbol. Uno de los primeros recuerdos que me viene de la infancia es mi padre gritando un gol en el estadio Martínez Valero, mientras el Real Madrid goleaba al Elche. No heredé esa pasión por el deporte del balón, lo que sí me quedó fue el gusto por el cine de Fellini. Como todo hombre, amé aquellos pechos enormes de la estanquera de Amarcord, amé a las mujeres que rodeaban a los protagonistas de 8 y medio y siempre quise ser parte de ese imaginario del neorrealismo italiano.

            Realmente el fútbol me dio más de un disgusto. Como no existía otro juego más en el colegio, cuando se hacía el reparto de los jugadores siempre acababa siendo el último, aunque era lo mejor que te podía pasar, porque, si te tocaba ser el portero, todo acababa en desastre. Yo, al ver venir el balón, acaba cubriéndome como un bichobola, con armazón incluido, con lo que siempre era el hazmerreír. Pero me tragaba todos los programas deportivos, Estudio estadio, El día después, para tener al menos un tema con el que hablar a la salida del colegio de regreso a casa.

            Solo por intentar complacerle, cansado de ser el torpe del colegio, le pedí que me llevara a probar en algún equipo. Los dos equipos juveniles rivales de la época eran el Intango y el Kelme; todo chaval al que le gustase el fútbol soñaba con jugar en alguno de ellos. No recuerdo muy bien en cuál de ellos probé, lo que sí sé es que se constató lo malo que era. Aquel hombre bajito y con bigote, que supuestamente hacía las veces de entrenador, me gritaba:

            -¡Mete cuerpo! ¡Mete más cuerpo!

Nunca llegué a comprender si lo hacía para meterse con mi voluminosa figura o aquella expresión la había escuchado en algún partido, ya que no tenía mucha pinta de leer manuales sobre el deporte rey. Acabé reventado de mi primer y único acercamiento al balompié. Era gordito y me gustaba la literatura, estaba sentenciado.

            Mi padre, lejos de desilusionarse, me dejó hacer. A mí lo que realmente me gustaba era leer e inventar historias. No todos podíamos ser Gary Lineker, Maradona o Pardeza. Se resignó el hombre a tener un hijo que quería ser periodista, escritor o ambas cosas. Lo bueno que tenía es que me encantaba fabular y el fútbol daba todo lo necesario para crear grandes historias. Se podría definir a este deporte como los circos de la Roma clásica de la época contemporánea. De niño disfrutábamos con los cromos, las alineaciones de los equipos. La quinta del buitre, El Dream Team de Cruyff o la naranja mecánica de Van Basten fueron hitos difíciles de superar. En el campo, con mis primos, todos queríamos ser Arconada o Santillana. Extrañamente me aburría y aburre el deporte en sí, pero me fascinaba y me fascina todo lo que mueve a su alrededor. Tal vez exista una poética en ese juego, movimientos coordinados y medidos, la búsqueda del triunfo, la glorificación de unos hombres que acaban siendo leyendas o mitos, los nuevos dioses.

            Los domingos por la tarde, mientras yo intentaba memorizar las tablas de multiplicar, a lo lejos, un viejo transistor torpedeaba mi concentración con el Carrusel deportivo. Aquellas voces con un ritmo trepidante relataban las jugabas como si les fuera la vida en ello. A veces, cuando el maestro de matemáticas nos preguntaba la lección, yo seguía escuchando a aquellos comentaristas relatar el falso fuera de juego que le habían pitado a Butragueño.

            Durante un tiempo pensé que era una rara avis, un tío extraño al que no le gustaba el fútbol. No era de este planeta, ni de este mundo, y acabaría confinado en un lugar solo, sin más compañía que mis libros. Con el paso de los años, descubrí que no, que había más gente como yo, e incluso peores, que eran capaces de rechazar todo lo que estuviera relacionado con el mencionado deporte. Pero, a veces, hasta lo que menos te gusta te acaba explotando en la cara. Mi amigo Joaquín Juan Penalva es uno de estos casos. Su poca pasión por el fútbol le ha hecho un gran amante de los libros; con esto no quiero decir que fútbol y literatura sean incompatibles, son numerosos los casos de poetas-futboleros, pero su vida siempre fue por otros derroteros. Quiso la providencia darle un hijo futbolero, más que futbolero forofo, así que el pobre de Joaquín, haga frío, viento, sol o truene, cada dos domingos acerca a Joaquín Jr. a ver al Novelda. Muchas jornadas fantasea con llevarse un libro de Keats y, en plena jugada al borde del área, cuando la emoción se puede cortar con cuchillo, en el nombre de Keats, comenzar a recitar La caída de Hiperión (Sueño):

Tienen los locos sueños donde traman

elíseos de una secta. Y el salvaje

vislumbra desde el sueño más profundo

lo celestial. Es lástima que no hayan

transcrito en una hoja o en vitela

las sombras de esa lengua melodiosa

y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.

Pues sólo la Poesía dice el sueño,

con hermosas palabras salvar puede

a la Imaginación del negro encanto

y el mudo sortilegio. ¿Quién que vive

dirá: "no eres poeta si no escribes/tus sueños"?

Pues todo aquel que tenga alma

tendrá también visiones y hablará

de ellas si en su lengua es bien criado.

Entonces imaginará la cara de su hijo horrorizado, intentando esconderse de aquel hombre que es su padre, que a voz en grito continúa dando cuenta de aquel poema de Keats. A la vuelta, camino a casa, no mediará palabra alguna entre ellos, y su relación no volverá a ser la misma. Joaquín volverá al campo cuando su hijo le haya abrazado, tras el gol que in extremis habrá metido el Novelda. A la vuelta a casa su hijo le hablará de jugadas, se quejará de fueras de juego, le hablará de acciones que realmente ni le podrán importar demasiado, ya que no habrá estado atento en ningún caso. El niño, que soñará con que algún día él pueda jugar en un equipo importante, gracias a la inocencia, no se percatará de lo poco o nada que le importa a su padre el fútbol, que tan solo intenta conseguir minutos que estar con él.

            Mi padre intentó lo contrario, convertirme en forofo de algo que nunca pude sentir. Tan solo me gustaba el fútbol en los videojuegos, en los que también era malo, al igual que en el futbolín, ya que mis manos de poeta pusilánime nunca tuvieron demasiada fuerza en las muñecas. Pero me sabía las alineaciones, me encantaban las estadísticas y seguía a los jugadores por su trayectoria. Me parecía increíble lo que debía sentir un deportista de élite y soñaba con estar en la élite de los escritores. Tiempo después comprendí que aquel pensamiento era excesivamente naif y el golpe de realidad fue tremendo. Élite y literatura nunca podrían ser palabras sinónimas; es más, decirle a tu familia que querías ser poeta en vez de futbolista convertía el hecho en tragedia familiar asegurada.

            Uno de mis juegos favoritos era crear alineaciones de la selección nacional con nombres de poetas. Gil de Biedma a la portería, en la defensa: Lorca, Salinas, Alberti y Miguel Hernández. En el centro del campo, repartiendo el juego, Machado, Goytisolo, Panero (hijo) y Espronceda. En la delantera, Bécquer y Garcilaso. Me los imaginaba en pantalón corto, corriendo por la banda como si les fuera la vida en ello, recitando poemas cada vez que marcaban gol o se revolcaban por el suelo a causa de una falta malintencionada. E incluso los comentaristas serían críticos literarios que elogiarían los sonetos, las rimas, las cuartetas o los versos libres que tan magistralmente habrán realizado los once del campo.

            Mi padre a veces me sentaba a su lado. Me explicaba qué era un fuera de juego, un saque de esquina, por qué se colocaba la barrera en algunas faltas y en otras no. Mi mente estaba en otra parte, poco caso le hacía a sus explicaciones. Yo construía en mi mente las vidas de mis admirados poetas, de mis queridos literatos y pensaba si a ellos les podría aburrir tanto el fútbol como a mí. Recuerdo aquel día en que mi padre, entusiasmado, me trajo las insignias conmemorativas de la victoria del FC Barcelona en aquella Copa de Europa de Wembley, y de cómo todos los chavales de mi generación se pasaron horas y horas ensayando aquella forma de chutar de Ronald Koeman. Todavía siguen esas insignias en un cajón, como tantas otras cosas olvidadas. Aquel regalo me hizo menos ilusión que aquel día en que mis padres me llevaron a ver una exposición de Miguel Hernández. Al ver aquella vieja máquina de escribir y aquellos manuscritos, supe perfectamente cuál era mi vocación y cómo quería alcanzarla. Con el tiempo, mi padre acabó claudicando y dándose cuenta de que aquel deporte aburrido no era lo mío, que me podrían interesar otras cosas y que, en el fondo, era mejor, cada uno su espacio.

            Al menos nos quedó la satisfacción a los dos de que pudiéramos ver juntos ganar a España un Mundial. De niño, cuando la selección nunca pasaba de cuartos, aquello era algo imposible, un sueño digno del mayor de los poetas. Hasta yo, hastiado de aquel deporte, grité el gol que dio la victoria, e incluso acabé siendo el más patriota de entre los patriotas.

Escrito en Sólo Digital Turia por Eduardo Boix

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