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Configurar sentido descendente

3 de septiembre de 2018

Pasado el tiempo, la herencia de muchos no es más que un tenebroso legado de detritos y cenizas.

 

 

Yo no iría tan lejos, acostumbra a decir quien nunca se ha movido del asiento.

 

 

En más ocasiones de las que quisiéramos el poema llega, nos mira… y se va.

 

 

Se echó las manos a la cabeza… y sus palmas se entrechocaron en el intento.

 

 

Para dogmáticos, los dioses, que jamás han dado su brazo a torcer.

 

 

El cobarde siempre busca algún necio al que poder traicionar.

 

 

Puede que quien siempre calla no esté otorgando nada sino que sea mudo.

 

 

La casi insoportable intimidación de algunos recuerdos.

 

 

Cuidado con ella: el horror del holocausto también fue en un momento de inspiración.

 

 

La patria, esa barriga voraz de sus hijos nunca satisfecha.

 

 

Al igual que el porche pertenece a la casa, la antesala del horror también es parte del horror.

 

 

El lugar del crimen es todo el mundo.

 

 

La libertad, ese espinoso asunto sepultado en la carpeta, cada vez más abultada, de temas por resolver.

 

 

¡Pobrecitas mis palabras, tener que soportar un día tras otro a un tipo como yo!

 

 

Me carcome la impaciencia por saber qué viejo error cometeré hoy de nuevo.

 

 

¿Cuándo fue que nos abandonó la bondad?

 

 

De vez en cuando me impongo tareas inaplazables que incumplo escrupulosamente.

 

 

Cuando me doy la razón es que no estoy en mis cabales.

 

 

Presumía de modesto.

 

 

Mientras el mundo no cambie, me declaro apátrida de todos los lugares y misántropo de casi todos sus habitantes.

 

 

La vida, la poesía: dos asuntos de lo más inseguro.

 

 

En verdad, en verdad os digo que el que la gula, la lujuria y la pereza se cuenten entre los pecados capitales no deja de parecerme una exageración.

 

 

Hay amaneceres que deberían pensárselo dos veces.

 

 

No me parece tarea menor causar desazón y desánimo en canallas y bribones.

 

 

Inútil como espejo de ciego.

 

 

El peligro de estar en boca de alguien es que o te tragan o te escupen.

 

 

De vez en cuando tenemos que librar batallas que sabemos perdidas de antemano.

 

 

Saber lo que hay que leer por haber leído.

 

 

Con la excusa de vivir no paramos de matar.

 

 

Viajas a tu interior y, nada más llegar, te dan ganas de salir huyendo.

 

 

Ante, contra, frente a lo prosaico de surtir efecto, lo poético de surtir de afectos.

 

 

El único beneficio que he conseguido sacar en claro es el de la duda.

 

Escrito en Lecturas Turia por Elías Moro

 

       Parece como si la poesía hubiera tenido que pasar por todos los infiernos del arte por el arte, antes de acometer la suprema tarea de someter todo esteticismo a la primacía de lo ético. Hermann Broch.

 

           De El Idiota, de Dostoievski: pudiera ser que tampoco la inteligencia fuera lo principal. No te rías, Aglaya, que no me contradigo: el burro con corazón y sin inteligencia es un burro tan desdichado como el burro con inteligencia y sin corazón. Es una gran verdad. Yo soy una burra con corazón y sin inteligencia, y tú eres una burra con inteligencia pero sin corazón: las dos sufrimos.

 

          El dolor se expresa mediante símbolos, no se expresa directamente, no vemos, tocamos o sentimos el dolor ajeno. Vemos los símbolos que de él emanan: las lágrimas, el gesto torturado del rostro; oímos los gritos, pero no sentimos el dolor que roe en silencio a una persona, que no puede pasarnos ni siquiera una pequeña parte de su carga para que la ayudemos a llevarla.

 

          Lo realmente desconocido no atrae, lo que atrae es lo intuido. Se siente atraído por algo quien intuye una nueva parcela de realidad y tiene que darle expresión para que salga a la luz. Tanto en el arte como en la ciencia, el problema se reduce a crear nuevos vocablos que nos adentren en el bosque de la realidad. Aquel que persigue buscar para el arte exclusivamente nuevas formas sin tener eso en cuenta, crea sensaciones pero no arte.

 

          El artista medieval servía a Dios si hacía un buen trabajo; su problema, al pintar un retablo, al tallarlo, al ajustar las piezas, no era Dios: era distribuir los colores, los espacios, las figuras humanas, los animales, los paisajes del cuadro o las figuras del retablo; que se sostuviera bien el andamiaje, que estuvieran bien encajadas predelas o polseras. Incluso la Iglesia desconfiaba de un artista que ligara de manera excesivamente directa su arte a Dios. Eso no era asunto suyo.

 

         Podemos perdonarlo todo, mientras no veamos a las víctimas, ¿todavía no has aprendido eso?

 

        De Musil (Diarios):

        Se refiere al Hume del Tratado de la Naturaleza Humana: Las discusiones se multiplican con el mismo ardor que si todo fuera cierto. En medio de esa furia, no es la razón la que obtiene la victoria, sino la elocuencia. Triunfan las hipótesis más audaces, con tal de que el orador posea la habilidad suficiente para presentarlas bajo una luz favorable. La victoria no la alcanzan los que llevan las armas, las espadas y picas, sino los trompetas, tambores y músicos del ejército.

 

27 de enero de 2000

          Vuelta al Decamerón. Nunca me había animado a leerlo en italiano. Lo hago ahora, y me sorprende la viveza de la lengua, que tan bien plasma la  melancolía por el tiempo ido, el perfume de las hermosas rosas de antaño, esas primeras páginas impregnadas por la tristeza de un mundo que se llevó la peste; en los cuentos, la socarrona y aguda mirada que con tanta frecuencia se encuentra entre los habitantes de las orillas del Mediterráneo y enseguida reconocemos: Petronio, Juvenal, Marcial, Martorell, el Fellini de Amarcord: una película que siempre que la veo sigue haciéndome hace reír y llorar.

          Al empezar a leer el libro, me sorprende, sobre todo, la potencia con la que Boccaccio describe los efectos de la terrible peste negra de 1348, tan cercana mientras escribía el libro. En mis lecturas anteriores nunca había introducido más que como rumor de fondo esa circunstancia que, en realidad, está en el cogollo del libro: la desolación de Boccaccio por los sufrimientos, por el horror de que ha sido testigo, es la espoleta que pone en marcha la gozosa narración. El texto surge de un impulso que hoy nos parece tremendamente moderno: la escritura combate el miedo y la angustia por sus pérdidas irreparables. Hay una sensación de inminencia en el libro, una proximidad casi escandalosa entre el mal y su curación: escrito por alguien que ha sobrevivido, su humor tiene algo de pascua gozosa; de resurrección. Una escritura desde el más allá, la mirada de alguien que, por mero azar, se ha salvado y se siente con fuerzas para levantarse sobre tanto cadáver, para entender que vivir es seguir contándole la vida a alguien, transmitir, y sobreponerse a esa deformación que han dejado en la mirada la acumulación de horror y dolor, y tantas cosas indeseables como se han visto y sufrido. Ajustar de nuevo la lente y ponerla en el tiempo anterior, en la edad dorada en la que se recogían los frutos de los árboles y la carne era lugar de acogida, refugio cálido (no podredumbre que se arroja a las fosas), y por encima de la tapia se escuchaban las risas en el huerto de los vecinos. Pero escribo estas líneas con rabia, porque el libro tiene una llaneza y una agilidad para captar la vida de las que carecen las palabras que voy escribiendo. Y es que -ya lo he dicho- la escritura, en Boccaccio, es consuelo, medicina, resurrección (todo se hundía mientras él estaba escribiendo: la palabra como esos flotadores de corcho que nos ponían a los niños en torno al pecho para que aprendiéramos a nadar). El Decamerón es de esos libros que te hacen pensar en ciertas figuritas chinas desteñidas, o ciertas verduras secas, que, en contacto con el agua, recuperan su color y su volumen. Cuando el mundo parece abandonado por los dioses, cuando el hombre parece a punto de desaparecer del reino de los seres vivos, Boccaccio nos abre su libro para que la fiesta continúe, para que no se pierda la alegría acumulada durante tantos milenios, belleza que estalla entre lo más sórdido, flor de estiércol. ¿Cómo podremos agradecérselo bastante?       

 

 

(Después de una lectura de Lukacs):

         La mera elección entre lenguaje visual y lenguaje escrito implica ya una pertinencia ideológica. Y nos lo parece especialmente hoy, porque el lenguaje televisivo ha adquirido una forma sintética, cortante, que no soporta la digresión, y cuyo modelo más perfecto sería el videoclip, triunfo de la ilusión óptica frente a la reflexión. Es la diferencia que existe entre labrar un terreno o bombardearlo. En ambos casos se remueve la tierra, pero de manera distinta. Confieso que tengo dificultades para ver muchos de los reportajes actuales: la cámara corretea, salta, las imágenes se entrecortan. Si es un reportaje de viajes, tengo la impresión de que no alcanzo a ver lo que me interesaría, los paisajes, los monumentos, los espacios urbanos; mostrar todo eso, hoy día, resulta reaccionario, anticuado, así que uno acaba viendo pedazos de muro, caras a las que ni siquiera se deja pronunciar dos frases seguidas, luces, semáforos y pasos de peatones, palmeras desenfocadas si es algo tropical… un guirigay. Echo de menos los viejos reportajes con planos largos y personajes que describen pausadamente las cosas o cuentan la historia de lo que estás viendo. Sigo necesitando saber, más que me toquen los nervios

 

 

Beniarbeig. Verano del 2000

          Leo a Chateaubriand: Memoires d’outre-tombe y, a continuación, Dostoievski: Los Hermanos Karamazov. Tomo infinidad de notas de ambos libros: me gusta guardar en los cuadernos páginas enteras de los libros que me interesan, copiar párrafos y párrafos con mi letra: yo creo que lo que me gustaría en realidad sería haberlos escrito yo.

 

          Apuntes para un artículo sobre concomitancias entre las escrituras de Lucrecio, Fernando de Rojas y Galdós: mundos sin alma, abandonados por los dioses, pero poblados por brujos que agitan sus sombras.

 

 

13 de marzo de 2005

 

           En la primera salida de Don Quijote, Cervantes no tiene piedad ninguna con su personaje: lo desprecia, casi diría que lo odia, un tipo estúpido que no se entera de nada de cuanto ocurre a su alrededor; a quien sólo la mezcla de humor y prudencia del ventero salva de un linchamiento, y cuyas únicas acciones son descalabrar a dos pobres arrieros y conseguirle una paliza suplementaria a un muchacho. El desprecio de Cervantes se resume en la frase con la que cierra la escena entre joven gañán golpeado y labrador rico, y que yo creo que resume qué es lo que Don Quijote ha conseguido con su acción: “él (el muchacho) se quedó llorando y su amo se partió riendo”. Nunca, en anteriores ocasiones en que lo había leído, me había dado tanta sensación de desprecio del autor hacia su personaje: un narrador agrio, malhumorado con su protagonista al que considera peligroso payaso, un ser inútil y dañino para su entorno, y, además, un engreído. La literatura (las novelas de caballería cuyos párrafos imagina en las descripciones) sale tremendamente mal parada, y frente a ella, el autor finge contar al margen, en una rara oralidad que rebaja las cosas de nivel, las pone a ras de suelo, las despoja de cualquier fascinación, las descarga, les quita los coturnos. Otra cosa es que luego, en las siguientes excursiones, se enamore cada vez más de don Quijote, y el personaje se le vaya escapando, tomando vida propia. En la primera salida, lo que viene a contar la novela es la sucesión de desastres que puede llegar a cometer quien mira el mundo a través de los libros fantásticos. Más bien parece una venganza  contra la literatura y contra quienes la sacralizan. Y claro que es una venganza contra la literatura, como cualquier buena novela que se precie. No hay gran literatura que no se haya escrito contra la literatura.

 

 

10 de mayo de 2006          

 

          Esta mañana, mientras me duchaba, he escuchado por la radio que el actual Conseller de Interior de la Generalitat catalana estuvo acusado de poner dos bombas, o más bien dos petardos, hace unos años. La vida se empeña en repetir los esquemas que le regala la literatura: el exagitador de La educación sentimental convertido en ministro del interior; el ministro del interior que fue poeta frecuentador de la bohemia en Luces de bohemia;  Vautrin, el gran criminal de las novelas de Balzac, convertido en jefe de la policía. En la charla de hoy, les hablaba a los alumnos de la Autónoma de la permanente disyuntiva de la literatura: ayudar a levantar el retablo de las maravillas, que encandila; o intentar echarlo abajo: la disyuntiva de toda la cultura. Nos bastaría De rerum natura como instrumento para trabajar en la tarea de demolición, claro que también nos basta un taparrabos para cubrirnos. Hay que ponerse al día, seguir las modas. El retablo renueva sus muñecos. Ahora es otra cosa, nos dice el titeretero. Voy a contaros otra historia, pero seguid atentos. La literatura, tela de Penélope, fer i desfer treball de dimonis: hacer y deshacer trabajo de diablos, dicen en valenciano. Hace algunos años, en un encuentro con un anarquista con quien mucho tiempo antes había compartido celda en la cárcel de Carabanchel, se me ocurrió hacer un chiste sobre el vicepresidente del gobierno (Alfonso Guerra). En vez de reírse como yo esperaba, se levantó de un salto (charlábamos en un café), y se alejó precipitadamente. Movía los brazos, hacía aspavientos, daba voces. Un tercero que nos acompañaba a la mesa me explicó que aquel anarquista rebelde que yo había conocido ahora era un alto cargo de prisiones y admirador entregado del vicepresidente de quien yo me había permitido hacer un chiste; años más tarde, volví a encontrármelo y durante todo el tiempo estuvo explicándome su segura posición, su garantía hasta la hora final, gracias a que se había convertido en funcionario del grado superior (no sé si el treinta, el cuarenta y tres o el cincuenta y ocho, de eso no entiendo) en el Ministerio de Agricultura, una plaza conseguida por influencias políticas y no por oposición o por méritos profesionales. Me hablaba con orgullo, marcando la distancia que nos separaba (yo era un modestísimo periodista). La vida sigue sin apartarse ni un ápice del guión marcado hace muchos siglos. La literatura nos lo ha ido contando en cada  época. Cada hornada de jóvenes que llega a escena cree representar una nueva obra cuando resulta que repite viejísimos papeles. 

 

El mismo mes de mayo… 

 

           Por cierto, el adulterio dannunziano en Il piazzere, su primera novela, es la comunicación secreta entre dos seres privilegiados que participan de la energía del espíritu, la gran cultura (dos cacharrerías de libros y objetos unidas). En estas novelas de adulterio, el marido es, la mayor parte de las veces, sólo pesado cuerpo, materia: cuerpo y dinero (lo indeseable), y el dinero es una pesada emanación corporal (una especie de sudor), que (en la dicotomía que propone esa estética), aleja del espíritu y condena al disfrute de placeres groseros. El marido grosero, monetario, del que hay que liberar a la mujer sensible es un tópico que recorre la literatura fin de siglo, la italiana, pero también la francesa y la española, el adulterio como forma de refinamiento lo encontramos mucho en nuestro Blasco Ibáñez (ya, pero el refinado en el fondo pide carne: muchos velos, malvas y rosas, pero, al final, su ración de carne). Andrea, el protagonista de la novela de D’Annunzio, tras su primer encuentro con la deseada Elena, descubre que se esfuma el velo del misterio, y, por lo tanto, que lo suyo non aveva piu nulla di comune con l’Amore. El motivo de ese desprecio es que ha descubierto que, si ella lo abandonó tras el primer encuentro, fue porque sufría apuros económicos, y se vio obligada –o eligió- a casarse con un hombre rico. Andrea no puede soportar eso, lo más degradante, un matrimonio utile. El súmmum de la vulgaridad. Él, que –como dice el narrador- tanto ha engañado, no soporta el engaño de ella porque lo hace por mezquindad, por cálculo. Maldito dinero. Elena ya no forma parte del modelo, puede ser tratada de cualquier manera: a él ya no le importa que ella sea impura, sólo carnalidad una lascivia interamente carnale comme una libidine bassa.                                                    

                        Mientras leo la novela de D’Annunzio me acuerdo de las palabras de Eça de Queiroz en la introducción que puso a sus divertidísimas Farpas (banderillas) recopiladas bajo el título Una campaña alegre. Caricaturiza así la novela portuguesa de su época empeñada en mostrar perversos adulterios: Julia, pálida, casada con Antonio, gordo, tira las cadenas conyugales a la cabeza del marido y se desmaya líricamente en brazos de Arturo, desgreñado y macilento. Para mayor emoción del lector sensible y para disculpa de la esposa infiel, Antonio trabaja, lo cual es una vergüenza burguesa, y Arturo es un vago, lo cual representa una gloria romántica. Es el modelo al que se acoge D’Annunzio  –mujer delicada, casada con robusto e insensible burgués-, una plaga que minará la narrativa europea de fines del XIX (las Farpas son de los noventa, y las escribe a partir del 70; la novela de D’Annunzio aparece en el 89). En la narrativa española abundan los ejemplos.  A Galdós, en cambio, le gustan esos burgueses sanguíneos y los pone a  luchar contra la palidez cerúlea del viejo régimen y su ñoñería de culo apretado. Agustín Caballero, el personaje de Tormento, es buena muestra de esos personajes positivos. Tienen la energía del progreso, el ímpetu de la turbina, de la máquina de vapor.  

 

 

 

 

19 de enero de 2007

 

Pan, de Knut Hamsun: la leí de joven, cuando tenía quince o dieciséis años. Recordaba un ambiente asfixiante, extraño, la presencia del bosque y un tono panteísta que la unió en el almacén de mis imaginarios a los poemas de Whitman que conocí algún tiempo después. Vuelta a leer hoy, pasados casi cincuenta años, me la encuentro rejuvenecida. Hamsun, que fue muy popular, tuvo escaso prestigio entre los jóvenes universitarios de mi generación, seguramente porque habíamos leído en alguna parte que fue colaboracionista, o directamente nazi. Asociamos su militancia con una literatura desfasada, vieja. Ahora descubro a un escritor en línea con las tendencias nihilistas de su tiempo y que conecta muy bien con ciertos rasgos actuales: novela de un yo sufriente, de un héroe torturado, incapaz de contactar con el mundo que lo rodea y destruye sus posibilidades. En realidad –según descubrimos en la carta final que escribe alguien que lo conoció- fue un hombre dotado de cualidades, seductor. El propio yo se encarga de distorsionar la imagen de sí mismo: el demonio de dentro lo arrastra a destruirse al tiempo que destruye su entorno. Incapaz de amar, pero furioso buscador del amor, ni siquiera la comunión con la naturaleza –a la que dice aspirar- le proporciona un bálsamo a su intimidad herida. Su desazón nos lleva a pensar en Dostoievski, en Kafka, en Drieu, en Camus y tutti quanti. Creo que alguien como Vila Matas se sentirá fascinado por un libro tan rabiosamente moderno como éste. A mí me toca constatar una vez más la capacidad que tienen las novelas para remozarse: a Hamsun lo abandonamos hace medio siglo por viejo, y hoy nos fastidia por demasiado moderno. Como el personaje que la protagoniza, la novela de Hamsun parece no encontrar su sitio: es un libro incómodo, esquinado, precursor de un malestar que, cuando fue escrito, aún se anunciaba como una sombra en el horizonte. Nos fascina la cualidad del clima que construye, peculiar textura que parece traernos el alma nórdica, espacio entre psicológico y geográfico o meteorológico, que se resuelve en sensibilidad herida a su (peculiar) manera. Se me viene a la cabeza una reflexión de Jünger que he leído días atrás en sus memorias, y en la que viene a decir algo así como que el sur (el mundo solar) facilita la relación del hombre con el tiempo. Hay una radical soledad en los seres sufrientes que nos llegan del norte, traídos por el pintor Münch, el cineasta Bergman, el dramaturgo Strindberg. Pienso ahora en todas esas torturadas figuras que, en el gran parque de Oslo, levantó el escultor Vigeland. Como diría la Gaite: son seres que, cuando se comunican entre sí, da la impresión de que lo hacen por frotamiento y no por ósmosis.                       

 

Escrito en Lecturas Turia por Rafael Chirbes

3 de septiembre de 2018

 

Abandonaría mi casa, el paisaje,

mi propia extrañeza ante lo desconocido.

Los caminos serían hermanos de leche

y los pueblos y las ciudades renovados hogares

si así me lo pidieses y tu voz susurrante

escuchase en la atroz distancia.

 

Acudiría con mi ejército enseguida

si la guerra convocases;

arrasaría, como una estrella moribunda

            justo antes de desaparecer,

al enemigo que sufrimiento te infligiera,

y tu alegría yo preservaría

como si fuera la reliquia primigenia:

llevada sería a mis templos

como fe verdadera.

 

Me entregaría cautivo si necesitases

como precio de rescate mi agonía,

si con ello libre puedes acogerte

a la inmensidad de la vida.

 

Compartiríamos la felicidad del mundo,

sorbiéndola toda, con el egoísmo avaro

del ladrón hambriento,

y nuestras risas se convertirían en eco

que recorrería cada rincón del mundo.

 

A mi hogar regresaría, la paz

guardaría con celoso sigilo

mientras supiera que mi amigo

entre lujuriantes bienes anida.

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por David Lorenzo Cardiel

La revista Turia  es una publicación científico-literaria de Teruel del Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación Provincial de Teruel fundada por Raúl Carlos Maícas Pallares en 1983 , en recuerdo de la vieja revista del Turia del siglo XIX (1881-1888) DE CIENCIAS, ARTES, LETRAS Y OTROS TEMAS, CREADA POR Joaquín Guimbao, como portavoz de los intelectuales de Teruel, 

Turia 127 está dedicada a dar a conocer la literatura peruana y española  a través de un panorama muy amplio y rico: el ensayo crítico, la poesía, el pensamiento, la ficción;  está dividida por eso en  varios apartados como : Letras, Taller, Poesía, pensamiento, Cartapacio: Literatura peruana actual, Conversaciones, La isla, Sobre Aragón,  Cuadernos turolenses y  La torre de babel, la sección más larga donde se reúnen escritos de opinión sobre autores y autoras de distintos géneros y nacionalidades., con estilos y enfoques muy personales.

Para el lector peruano es una oportunidad de conocer a muchos escritores y escritoras que no llegan fácilmente a nuestras librerías, y supongo que ocurre lo mismo allá,  en Teruel, es deseable que la revista también tenga una circulación amplia, si no en físico porque se trata de un número voluminoso, 500 páginas, podría tener una difusión virtual.

Turia 127 se abre con un ensayo de Javier Morales Mena sobre nuestro  Premio Nobel “Mario Vargas Llosa: ensayista” Morales Mena opina que su ensayística es  autorreferencial, al decir del crítico peruano José Miguel Oviedo; es decir, que los argumentos vargasllosianos sirven para comprender su poética novelística, más que el mundo representado de la obra de otros autores. “ No tiene tampoco sustento epistemológico, según el uruguayo Ángel Rama –anota Morales Mena, así su crítica se convierte en un largo monologo sobre su obra”. Morales se pregunta “Entonces, ¿cómo leer los ensayos de Vargas Llosa?  Pues desde una posición intermedia, o mejor dicho intersticial,  para lo cual analiza  el discurso para ser leído en la ceremonia de concesión del Premio Rómulo Gallegos: «La literatura es fuego» (1967),la noción de «vocación» y la metáfora del fuego. Morales Mena hace breve reflexión sobre los afeptos , palabra que articula dos dimensiones en el trabajo del escritor peruano, lo conceptual y lo afectivo; para Vargas Llosa la literatura es fuego pero el fuego que señala la razón crítica, el inconformismo y la rebelión.

César Vallejo, en nuestro presente Eva Valero

Eva Valero se remite para explicar la importancia de Vallejo a autores como “Mario Benedetti, que en 1967 escribió un artículo  sobre Vallejo y Neruda según Valero, los dos grandes paradigmas poéticos de la literatura hispanoamericana del siglo XX, bajo el título «, dos modos de influir»; al poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, autor del artículo «Actualidad de César Vallejo», publicado en la revista Debate, n.º 69, en 1992; y a algunos fragmentos del poeta chileno Raúl Zurita de su ensayo «Poesía y Nuevo Mundo», compilado en el libro Sobre el amor, el sufrimiento y el nuevo milenio, del año 2000.” Segun Valero,: “Vallejo deja huella en los lectores gracias a un  «lenguaje seco a veces, irregular, entrañable y estallante, vital hasta el sufrimiento»,”, dice Eva Valero.  Es conocido el tema sobre el dolor en Vallejo que para Valero y para muchos estudiosos se trata de un dolor universal,  y cita el poema «Los nueve monstruos», Benedetti y Zurita consideran, que Vallejo  fragua un lenguaje nuevo al doblegarlo y violentarlo.

“El tan conocido poema «Considerando en frío, imparcialmente...» resulta paradigmático. En él, el tono frío e impersonal del lenguaje judicial que recorre parte de la composición en sus gerundios repetidos («considerando», «explicando», «comprendiendo») es estrategia textual que va a dar finalmente en una exposición de «considerandos» con la que, por contraste, Vallejo logra la comunicación más radical sobre su sentido de lo humano. Eielson también insiste en el amor universal, en el amor por el ser humano y la compasión por el ser humano, aunque hay algo que agrega y es el «pathos vallejiano», que pone en relación con los estoicos y los místicos castellanos («Quevedo y Unamuno, hasta los grandes rusos de fin de siglo»),  dice Valero, y ello refresca un poco la idea del dolor universal que  en Trilce (1922) tiene otros matices, menos romántico o sentimentales, porque el dolor universal, a mi modo de ver en Vallejo, se ha convertido en un tópico muy recurrente que a veces se vacía de significado. Zurita en cambio se refiere a Vallejo desde una visión histórica, y lo conecta con el Inca Garcilaso y s relato sobre el ajusticiamiento de Túpac Amaru en 1572 para referirse también al sacrificio de los poemas de Vallejo.

De nuevo con Jaime Gil de Biedma/ Luis Antonio de Villena Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990)  uno de los mitos de la  poesía española  conocido por su pereza entre comillas, por escribir poco y corto. Villena se pregunta: “por qué Jai me, el poeta y personaje más conocido de su generación, no escribía...  Y propone interesantes explicaciones sobre el tema “Sin duda la obra en prosa más importante de Gil de Biedma es el Diario de 1956, publicado póstumamente apenas un año después de su muerte. A Jaime le interesaba mucho lo que se ha llamado «literatura del yo»”

En Diez instantáneas de Eduardo Chirinos Fernando Iwasaki Lima, 1960 – Missoula, 2016 Cuenta anécdotas desde su época escolar, paseos de juventud, trabajos que compartió con Eduardo,  así como las lecturas, ya que sus familias se conocían y eran muy amigas. Es un recuerdo vívido y sentido de un amigo y de un poeta al que Iwasaki admira y quiso mucho.

Taller: narrativa, ficción.  Se aprecia en taller una tendencia que prevalece en los cuentos, el realismo literario. Por ejemplo, en Mediterráneo, de Santiago Roncagliolo, un arquitecto maniático de la limpieza de los dientes, del confort, de la soledad, algo misántropo que se casa “por descuido” y hace un viaje de luna de miel a unas islas orientales del Dodecaneso con su mujer, se trata de un energúmeno a quien todo le parece una molestia, una carga, algo difícil de digerir. El asunto doméstico, la soledad el matrimonio, los bebés…todo lo que hace a la gente feliz pero también la aburre y harta.

Fernando Aramburu por su parte en Dilema presenta Las complicadas relaciones entre padre e hija. La relación con la hija y unas palabras duras de ella hacia él lo sumen en la tristeza y confusión, al extremo de no saber cuando  está al volante qué carril tomar para no atropellar a un niño o a un anciano, ello lo lleva a evaluar o poner en valor la vida de las dos posibles víctimas. Este dilema es un pretexto para una desesperación  que no concuerda con la velocidad del instante, lo que convierte a este relato en un cuento especulativo sobre la reflexión de quién vale más en este mundo: un niño o un anciano.

Dioptrías de Eloy Tizón (dioptrías término relacionado con una lente y su poder de refracción.)

 Se ocupa de la culpa,  cargamos con ella desde pequeños, en la escuela. Y claro, lo que sigue es pedir perdón, también por todo. “Por tantos fallos. Por haber sido mal hijo, mal hermano, mal novio, mal copiloto, mal marido, mal padre, mal amigo, mal compañero de trabajo.” El cuento es un monólogo sobre diversos temas, el trabajo, los arrestos en la calle, las navidades, así la narración  avanza a través de pequeñas historias sin argumento,  hasta un gato que fuma, el delirio sin ser delirante, el caos sin lugar a confusión, el amor y la timidez. En resumen, es el relato sobre la felicidad de vivir.

Otras caricias de Alonso Cueto (fragmento de una novela inédita.)En un restaurante humilde o peña criolla, una mujer emprendedora y un cantante tienen una relación de amistad y amor pero cuyas vidas muestran un conformismo ante la pobreza y la medianía de sus logros en el negocio y en el show: “Cuando (Humberto) se miraba, podía verse también la foto de Eloísa Angulo detrás. La gran cantante que no logró ser nunca grande. Como no lo sería él. Para qué ser grande. Para qué ser famoso, para qué ser un éxito. Lo que cuenta es ser uno mismo. Es más tranquilo así.” Ello no impide que Humberto sea una suerte de filósofo que reflexiona sobre la importancia del canto y analiza la letra de canciones criollas, sobre el amor, el abandono. Y la soledad sobre todo.

En Lepidopterología de Sara Mesa, la importancia del pasado que se evoca cuando se escribe y se ha dejado atrás la infancia; hay personajes marginales, mendigas y vagabundos, orates, ancianas buenas en los viejos barrios. Ellos, sus perros y otros personajes dignos de ser protagonistas de historias tiernas. Y el triste fin de estos seres desarraigados

El collar de los Balbases Jorge Eduardo Benavides gira en torno a  una famosa joyería de Madrid,  es el fragmento de una novela sobre el robo de una perla. Abundan las descripciones con lujo de detalles. Un pasaje ilustra cómo” Sánchez Pescador saca con sumo cuidado la larga caja, que es como un nicho donde en pequeños compartimentos guarda los taleguillos con las preciadas perlas. Las hay en verdad hermosas y él está secretamente orgulloso de todas y cada una de ellas, pues algunas rivalizarían con la mismísima Peregrina. Aquí fue precisamente donde el marqués de Alcañices, cuando heredó el marquesado de los Balbases, y siguiendo una tradición antiquísima de los Spínola, eligió la perla para el fastuoso collar que generación tras generación lucen las mujeres de dicha familia. Don Nicolás Osorio se decantó para el llamado «collar de los Balbases por una perla como no hay otra en el reino.”

Un comienzo prometedor  es el de Carlos Pardo, también un extracto de una novela inédita: Lejos de Kakania: historia de jóvenes a quienes les gusta la poesía, y su relación con una madre enferma, el sexo, el amor que según he notado en la mayoría de los textos, casi ha desparecido como sentimiento y pasión romántica, tiene mucho que ver con la moda, con el gusto y la estética…

Unos se casan por descuido, otros simplemente tienen sexo porque se acoplan bien…. O por diversión como en La niña: de Patricia Esteban Erlés, de la novela inédita La niña, en la que una pareja que desea tener un hijo, pero la madre deberá guardar cama, se trata de un embarazo difícil que dispara un drama desalentador para el amor.

Poesía

Egureninana de Bonet, pues es un homenaje al poeta peruano de Barranco, un poema breve pero sugestivo.

La poesía atraviesa épocas, ruinas como Pompeya, donde un ave es el mejor recuerdo de la existencia antes de la destrucción del Vesubio: de José Carlos LLop,

Pasa por el descontento, pero también pone en valor el amor el poeta R. Silva Santisteban en Carta del desterrado.

Casonas antiguas y la nostalgia de lo que se deja atrás y a quienes no volveremos a ver en Duende de Marco Martos. O el deseo de rememorar a una abuela querida a través de una habitación y una silla en Inés de Álvaro Valverde.  Un poema sobre el paraíso, las sombras, la muerte el olvido, los grandes temas son los temas que apreciamos en Alonso Ruiz Rosas.

Sobre la fragilidad y belleza de una mariposa en contraste con la rutina doméstica es el asunto destacable en Amalia Bautista. Es hora de vivir, le dice Aurora Luque a las mujeres de América, este poema tiene un matiz más contestatario que los anteriores.

El tiempo pasa pero no lo digas ante un relámpago, dice en un haikú  Matsuo Basho, por eso Giovanna Pollarolo habla de la casa en ruinas para mostrarnos el  cambio a través de una descripción minuciosa  de los objetos rotos o en desuso, en ausencia de las personas que la habitaron. 

En  “La Llamada”, La metapoesía también aparece como una tendencia hoy en día, en el poema de Ben Clark, sobre qué significa escribir un poema.

Es raro describir un paisaje con alegría y hablar del amor asociándolo a la naturaleza en estas épocas, Roger Santibáñez lo logra con éxito en “Principio del tiempo”.

Menchú Gutiérrez como Aurora Luque recurren a la poesía en prosa en  “La piedra que nunca más fue piedra”; es una alegoría o metáfora  o metonimia -en realidad la prosa poética siempre dispara en distintas direcciones- sobre el origen de la vida, de las cosas, y su destrucción. En cambio, Almudena Grandes se burla de la belleza artificial en Qué bonita era, un pequeño texto que se acerca al microrrelato

Hay más poesía, sobre la guerra,  de García Román,  y Sanmartin con distintos enfoques, y tonos, ironía o  el llamado de la naturaleza a través del canto y no de las balas;  la sabiduría en una alegoría sobre las cavernas y nuestros orígenes como especie. Precisamente las flores, la fauna son  temas predilectos de Morales Saravia en Gaviotas, donde la ausencia de gente hace más vívido el paisaje marino. En “Viaje”, en cambio, Mariela Dreyfus escribe un poema en prosa para mostrarnos  al artista Max Jacob y sus alucinaciones. Con este poema termina la sección Taller, revelando la diversidad de estilos, tonos, temas y enfoques sobre los que la poesía sigue y seguirá ocupándose a lo largo de la historia. Una interesante y rica muestra, sin duda.

En Pensamientos sobresale el ensayo “Sociedades abiertas o guetos de Valentí Puig

Puig sostiene que La migración en el siglo XXI es un peligro amenazante para la identidad y arraigo de los pueblos europeos en su tradición, el desborde de las fronteras, con inmigrantes y refugiados provoca pánico político y no encuentra solución, cuál es el justo medio, se pregunta el autor, ya otros como el expresidente Zapatero han dicho que los pueblos seguirán tratando de cruzar fronteras porque no tienen nada que perder en sus pueblos, todo lo contrario, se trata de huir o morir…. El asunto es muy complejo, y causa zozobra entre las gentes de los países para quienes los inmigrantes son sinónimo de terroristas. Algo que no puede neutralizar ni el paradigma o la utipía multiculturalista.

También en Pensamientos podemos leer el ensayo “Escrituras en primera persona: Yo, como experiencia de alteridad” de la peruana Patricia de Souza.

Patricia de Souza se pregunta en qué consiste el trabajo de escritura partiendo de quién es ese yo que se autoproclama como narrador y personaje. Ello en medio de una crisis del sujeto.  “Hasta dónde podemos decir YO” en medio de la soledad cuando ya no hay dios y la idea de trascendencia es relativa. Así, analiza lo esencial en la autobiografía como género considerado antes del siglo XX: cartas, memorias, diarios no literarios. La autora se refiere a escrituras en primera persona, no necesariamente autorreferenciales, pues ese yo puede ser otro, como bien anota. “No olvido que en el siglo XIX las mujeres tenían mucho miedo de revelar su identidad y optaban por el seudónimo, en ese caso, ¿cómo delimitar el terreno de propiedad de la autor/a?” Lo interesante de estos ensayos es cómo de un problema intrínseco a  la literatura y a la identidad del narrador-personaje el análisis se puede trasladar a otros campos de carácter social, como los movimientos feministas y políticos.

Cartapacio: Literatura peruana actual

Los firmamentos de la narrativa peruana contemporánea de Félix Terrones

Como me refería a propósito de los ensayos de Puig y de De Souza, Terrones habla de un ensayo errático, especulativo, más que de un pensamiento teórico doctrinario. Esto mismo hace del ensayo un género abierto, diverso y multidisciplinario.Terrones afirma:” la literatura constituye la caprichosa alineación de azares, arbitrariedades y contingencias”, igual que el origen de la vida, producto de la casualidad, de la contingencia.

Terrones señala la naturaleza urbana de la literatura peruana desde Vargas Llosa , Ribeyro, hasta Pilar Dughi. Pero también a partir de los más jóvenes, como Parra, Anticona y los que escriben en el exterior: Cáceres, Wiener, Roncagliolo. Ahí adquiere relieve, el exiliado, el migrante. En cuanto a  la identidad del autor - que como en Bellatin deja de ser  escritor peruano- , este tema adquiere relieve para los escritores del siglo XXI-.  Un asunto  polémico es el de la manera como se esquiva o elude incluso la realidad nacional en otros autores como Prochazca. No está referido al costumbrismo, sino a crear  cito un “artefacto autotélico, suficiente en sí mismo; en ocasiones, incluso, intransitivo con la realidad.”

Yeniva Fernández en  “Condena ” nos deja oír una voz del pasado  que se despierta en la oscuridad sin tiempo, sin espacio conocido, para repasar la derrota de la conquista del Incario.

 En “Camino” de Ricardo Sumalavia, también prevalece como en la mayoría de los relatos la tendencia realista, salvo en Yaniva Fernández. En el de Sumalavia un accidente hace que un hombre dedicado a los negocios descubra que su vida ha estado alejada de la naturaleza, de los pequeños placeres, el deseo de éxito es un camino que no permite alcanzar la belleza de las cosas.

Diego Trelles, colabora en Turia con Langog, que en el lenguaje de los chifas significa comida de los cerdos, o las sobras. Es un relato sobre el racismo en Lima, con el estilo cropolàlico de quienes tuvieron riquezas y cayeron en desgracia socialmente; los resentidos a la inversa, blancos venidos a menos que detestan a los denominaos cholos, a los pobres, al diferente, y son tan delincuentes como cualquier criminal.

“El hombre palo” de Sergio Galarza es un ser deshumanizado para quien la vida animal le es ajena, es cínico y cruel con los insectos, por ejemplo.

Se advierte en casi todos los textos de ficción la necesidad de ser libres, independientes, pero la sociedad impone sus convenciones, el matrimonio, los hijos, el deseo del éxito aunque nada los convence y hace felices. Los autores se remiten a personajes que también son escritores como ellos, cuando no son ellos los mismos personajes, es una necesidad imperiosa de verse en el espejo literario, y su malestar recae por lo general en la rutina domèstica matrimonial cargada de reproches y tensiones. Las atmósferas son opresivas .muy pocos tienen un tono optimista ante el futuro, la idea del fracaso, aquí en Perú o en el extranjero está conectada con las tramas de una tradición que viene desde los años cincuenta con Julio Ramìon Ribeiro, Congrains, Dughi.

Es el caso de “La luna de papà” de Irma del Águila, donde se ventila el tema de la vejez, lo irreversible de las enfermedades en los ancianos. Otro detalle interesante es el abandono por completo de la linealidad en relación con el tiempo, las anacronías o pausas y elipsis permiten salirse del asunto introductorio y el texto se libera de las viejas normativa, como dice Mempo Giardinelli: el cuento empieza y termina moviéndose y lo hace en varias direcciones. Es el caso de Qué locura enamorarme de ti, de Wienner, donde el poliamor, el amor entre tres construye una intriga erótico sentimental y la tradicional deja de ser el centro con todas las implicancias socioculturales y políticas que ello supone. En este relato, el personaje es una escritora, estamos ante los tiempos del postamor, es una constante en una época donde el amor como dice Zygmund Bauman es líquido y frágil el vinculo que une a las personas.

Parte de la ficción dedicada al Perù se desarrolla principalmente dentro de las cuatro paredes de la casa matrimonial, más que la ciudad, sobresale la rutina doméstica como en Ventanas rotas de Karina Pacheco, donde interviene la tecnología, el Internet, el televisor, el celular, en medio de ello, la corrupción que abarca diversas esferas, y va desde arriba hasta abajo, desde el espacio público y las instancias el gobierno hasta el privado, empresas y personas individuales, por ello el deseo de ser activistas e incorporarse a un partido político o entrar en la clandestinidad.

En este panorama bastante amplio de la literatura peruana actual figuran poetas con una trayectoria importante e incluso premiados en el exterior como Miguel Ildefonso, que expresa e ilustra con claridad el hastío, el carecer de metas, el ir a la deriva buscando una salida que no se vislumbra. Victoria Guerrero, en Sturm und Drang, por ejemplo, desarrolla el tema de la mujer y su subordinación social, con un lenguaje transgresor, en este texto está en juego la cultura europea y la tradición romántica, el clasicismo alemán, todo puede ser amado, odiado, mancillado, admirado. O la figura del padre en Alessandra Tenorio que prefigura más que nostalgia la conciencia de la pérdida y la muerte como algo natural que ha de venir, sin rebelarse ante ella.

La selección se refresca un poco con el texto lúdico y el juego de palabras con el que se aprecia la esencia de las cosas de Micaela Chirif a través de contrastes simples pero que esconden realidades complejas.

Rocìo Silva escribe un ensayo inspirado en un famoso y hermoso poema de Blanca Varela “Ternera acosada por tábanos”. En Coronada de moscas, Rocío Silva presenta una semblanza sobre la poeta que se convierte en ficción, en  un texto que dialoga con Varela y es asimismo una lectura de la poética vareliana y un análisis sobre su poesía y su vida.

El trabajo de Paul Baudry sobre Julio Ramón Ribeyro plantea algo que todos respetan en el autor de Los gallinazos sin plumas y muchos excelentes relatos, su ahistoricidad, Ribeyro nunca hizo caso de tendencias de moda, ni buscó la manera de sorprender para trascender, lo más ajeno a él era el pretender estar en la cima de la pirámide. Por ello Baudry hace hincapié en su visión transmoderna: “Ribeyro percibe semejanzas entre los diferentes presentes estéticos, lo cual le permite entender la historia literaria desde un punto de vista sincrónico y no necesariamente diacrónico. De este modo, las modernidades estéticas que se encuentran desperdigadas a lo largo del tiempo lineal son reunidas dentro de su mirada circular, propia de un escritor clásico”

Ribeyro conocerá la fama tardíamente, algo que consigue al margen de su voluntad, como Borges descreía en la trascendencia.

Quiero terminar con una frase de Julio Ortega en una conversación con Fèlix Terrones: “Sin mejores lectores no habrá mejor literatura”.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Carmen Ollé

3 de septiembre de 2018

Me dijeron que la habían plantado. Que volvería a nacer, igual que una semilla arrojada a aquel pedazo de tierra tan a resguardo. La muerte de los niños es así, dijo mi madre. Mi padre, sublevado, pensaba que hubiera sido mejor haberla echado a la boca de dios. Cuando comenzó a llover, nuestra gente se apartó a los lados, y vi cómo él se quedaba aún allí solo. Pensé que iba a excavarlo todo de nuevo con sus propias manos y que iría montaña arriba hasta la fosa aciaga, cargando con el cuerpo apagado de mi hermana.

Éramos gemelas. Niñas espejo. Todo a mi alrededor quedó partido por la mitad con su muerte.

Aquella noche al acostarme sentí el lento hormigueo de la tierra en la piel y la humedad inundándolo todo. Comencé a oír el ruido en sordina de los pasos de las ovejas. Así fue como lo expliqué, asustada. Me dijeron que tal vez la niña muerta había continuado en mi cuerpo. Seguía viva, de alguna forma. Y yo creí de forma cándida que era verdad que la habían plantado para que germinase de nuevo. Podía ser que brotase de allí un árbol raro para nuestro rincón abandonado en los fiordos. Podía ser que diese flor. Que diese fruto. Mi madre, debilitada y siempre enferma, me tomó de la mano y me dijo: tienes dos almas que salvar. Me asusté tanto como ternura sentí por ella. Mi madre no iba a perdonarme ningún fallo.

 Pensé que mi hermana podría brotar en forma de árbol de músculos, con ramas de huesos de las que florecerían flores de uñas. Miles de uñas creciendo, quizás, en dirección al sol escaso. Quizás crecerían como garras afiladas. Pensé que la muerte sería igual que la imaginación, entre lo encantado y lo terrible, llena de brillos y de susto, hecha de ser al azar. Pensé que la muerte estaba hecha al tuntún.

Me acostaba en la cama, imaginaba la tierra en el cuerpo, el agua, los pasos de las ovejas, ninguna luz. Mucho frío. Hacía mucho frío. No me podía ni mover. Los muertos no se encogían, no se arropaban mejor, se quedaban tal cual los hubieran dejado. Y yo sabía que debería haber previsto eso. Debería haber comprobado que llevase un jersey, que tuviese el cuello resguardado, que le hubieran puesto almohadas o si tenía apenas un tejido en las tablas duras. Después iba asumiendo la certidumbre de que mi hermana había sido acostada en la tierra como otro resto cualquiera.

La gente ya llamaba a aquel pedazo de tierra la niña plantada. Así decían. La niña plantada. También parecía una chanza, porque el tiempo pasaba y nada germinaba, no germinaba nadie. Era un plantío ridículo. Algo para consolar la cabeza afligida de la familia. Pero no servía para ningún trabajo. Y me preguntaban: es verdad que los gemelos se quedan con dos almas. Como si yo me tuviera que sentir gorda o pesada, como si algún cambio en el cuerpo o en la luz de mis ojos evidenciase la obligación de hacer que mi hermana viviese. Tienes un fantasma dentro, afirmaba Einar.

Yo seguía siendo delgada. Tan sólo un esbozo de persona. Casi no existía. No me parecía que hubiera adquirido nueva gordura y a duras penas encontraba sitio para el alma que hasta entonces me había correspondido.

A mi hermana le gustaban los dulces y yo los odiaba. Quizás la gente se esforzase en convencerme de que comiera dulces para consolar su alma. Quizás pudieran comenzar a gustarme los snudurs, si es que Sigridur estaba de veras metida dentro de mí. Cuando los probé los odié igual que hacía antes, y la ausencia de mi hermana no hacía más que aumentar. Yo decía que el azúcar me venía a la lengua como sangre.

Sólo por anticipación podría yo sentir la tierra y el agua. Durante un tiempo, entendí, la caja en la que la habían guardado la protegería, limpia, antes de que se mezclase todo, podrido, hasta desaparecer. Aún así, me acostaba con la muerte. Me ponía las manos en el pecho como habían hecho con Sigridur, inmóvil, e imaginaba cosas en lugar de dormirme. Imaginar era como morir.

Al cabo de unas noches sentí que un bicho me picaba. Un bicho dentado que claramente devoraba una parte de mi cuerpo. Aterrorizada, me levanté. La lumbre estaba ya floja, la casa se enfriaba. No la toqué. Tan sólo miré como quien espera que nazca el sol de una llama cualquiera. Podía ser que se hiciera el día a partir de una hoguera pequeña que fuese más amiga del sol o supiese, súbitamente, volar.

Pensé que quería ver una pequeña hoguera volando.

Cuando mi padre se levantó, fue eso lo que le confesé. Yo sabía que los bichos devorarían el cuerpo de Sigrid. Si su destino fuera ser una semilla, si confiaba en germinar, no lo conseguiría si las bichos devoraban sus brotes. O podría ocurrirle igual que a esos árboles pequeños de Japón. Árboles que querían crecer más pero a los que alguien mutilaba para que se quedasen raquíticos, tan sólo graciosos, humillados en su grandeza perdida. Mi padre, que era un soñador nervioso, me abrazó brevemente y sonrió. Una sonrisa silenciosa, un modo de revelar ser tan inservible como yo para la exageración de la muerte. Comencé a sentirme violentamente sola.

Los bichos, apresurados y repletos de estrategias, masticaban a Sigridur para que siguiera siendo una semilla cerrada, impidiendo que creciera hasta verse por encima de la tierra, hasta llegar a la altura de nuestros ojos, haciendo algún ruido a medias con el viento, espiando por sí misma el mar. La devoraban para que la piel se mantuviese infértil, apenas secándose de podredumbre como el tiburón en el almacén grande.

La niña plantada no podía regresar, pensaba yo con terror. La tierra estaba infestada de seres asesinos, envidiosos, golosos de la felicidad de los otros. Que le comen la felicidad.

Pensé que mi hermana tan sólo se iba muriendo más y más a cada instante. Era una niña bonsai. Me lo explicó mi padre. Esos árboles, dije yo. Bonsais, respondió él. Con ellos se hacen jardines raquíticos. Como si los japoneses prefirieran que las cosas del mundo fueran diminutas. Cosas enanas. O, si no, para que los hombres adquirieran las propiedades de los pájaros. Estuve de acuerdo. Circularían entre los árboles pequeños con la impresión de ser pájaros en pleno vuelo.

Me gustaría que mi cuerpo pudiera frenarse del mismo modo. Ser niña eternamente por voluntad propia, sin que diera mucho trabajo. Ser siempre así, igual a como había sido mi hermana. El único modo de continuar siendo gemelas. Sabes, padre, si yo crezco y Sigrid no crece al mismo tiempo va a ser difícil reconocernos. Haz de mí un bonsai. Te lo ruego. Corta mi cuerpo, impide que cambie. Golpéalo, asústalo, oblígalo a no ser otra cosa que una imagen cristalizada de mi hermana. Voy a empezar a caminar encogida, a dormir apretada, a comer menos. Voy a soñar siempre lo mismo o a soñar menos. A querer lo mismo durante toda la vida o querer menos. A querer lo que ella quería. Si los bichos de la tierra no permiten que se haga mayor, si es verdad que se la llevarán por entero, que por lo menos quede yo, por las dos, siendo igual, para que no muramos. Por lo menos deberíamos haber enterrado unas flores junto a ella. Para que florecieran. Porque no puede ver más que bichos y tierra sucia. No cogimos flores, fuimos muy egoístas. Había tantas en el matorral. Olían bien, algunas.

En mis sueños imaginaba jardines de niños. Los árboles bajos de los cuerpos, hablando, jugando con los brazos y los pájaros posándose entre sus hojas. De los brazos colgaban hojas y sostenían nidos en las manos y los niños eran siempre pequeños, animados por la ingenuidad, agradecidos por la vida sin saber de otra cosa que no fuera la vida. Y soñaba que las personas japonesas venían a contemplar el jardín, y arrojaban agua de regaderas coloridas que lavaban los pies-raíces de los niños bonsáis. Y sólo por la noche, cuando estaba bien oscuro, alguien venía con un cuchillo a cortar las partes de los cuerpos que se estaban alargando. Cortaban con cuidado, cada noche, para que los niños no se deformasen, para que envejecieran sin que se notase. Incapaces de mostrar su edad. Libres tan sólo de usar su edad para la manutención eufórica de la infancia. Sufrían los cortes en silencio. Conscientes de la maravilla que obtenían a cambio de aquel dolor.

Al ver la inmensidad de los fiordos, las montañas de piedra cortadas con rigor, la ausencia de movimiento, pensé que el mundo mostraba la belleza pero lo único que era capaz de producir era horror. De nuestra gente quedaban allí dos decenas de casas habitadas, contando la iglesia y el minúsculo cuarto donde dormía el insoportable Einar. No había más niños. Era todo viejo. La gente, los sueños, los miedos y las montañas.

Puede ser que yo estuviera más delgada aún por haberme librado de los pocos gramos que pesaba el alma. Mi madre me llamaba estúpida. Le pregunté qué sentido tenía la vida para ella. Qué intentábamos descubrir en ella. Pero ella nunca lo sabría. Se sorprendió con la profundidad de la pregunta. Fue un modo instintivo que tuve de hacerle daño, para que dejara de ofenderme con su continuo e impensado rechazo. Nos hacíamos daño, pensaba yo, siempre por culpa de la ternura. Como si la reclamásemos al mismo tiempo que la perdíamos, cada vez.

Más tarde escuchaba cómo avisaba a mi padre. En algunos casos de muerte entre gemelos quien sobrevive va muriendo de un cierto suicidio. Desiste de cada gesto. Quiere morirse. Eso decía ella.

Cuando me di cuenta de que estábamos solos, tranquilicé a mi padre. No quería morir. Estaba entre matar y morir, pero no quería ni lo uno ni lo otro. Quería quedarme quieta.

Lo repetí: la muerte es una exageración. Se lleva demasiado. Deja muy poco.

Comenzaron a hablar de las hermanas muertas. La más muerta y la menos muerta. Obligada a andar llena de almas, yo era como un fantasma. Einar tenía razón. Nuestra gente me miraba sin saber si yo me convertiría en santa o en demonio. Los santos se aparecen, los demonios espantan.

 

***

Mi madre se pasó una lámina por el pecho. Dibujó un círculo torcido con el pezón en el centro, como si quisiera retirar un huevo de la piel. Parecía una runa haciendo de corazón. Se leía tan sólo una tristeza desesperada y presagiaba cosas malas. Mi padre enseñaba que ya no adorábamos a los dioses antiguos porque ignorábamos lo que nos habían ofrecido y cerrábamos los ojos a las pruebas de su existencia. Decía que mi madre era una ignorante y que su ritual no tenía sentido. La desesperación era lo contrario de cuanto debíamos saber. Al día siguiente estaba esparcido por todo el páramo el cuerpo de una oveja.

Por causa de la furia, mi madre despedazaba animales en una loca expiación de su dolor. De poco le servía. Confundida por los modos cristianos, cantaba el himno fúnebre de Hallgrímur Pétursson y lo ensangrentaba todo. Bebía. Se quedaba tonta barajando versos y recados. Me llamaba, ya tumbada en la cama, incapaz de levantarse para cuidar de las ideas que tenía.

La oveja esparcida se quedó allí como si hubiera caído como lluvia del cielo. En el infierno llovían cuerpos despedazados y las nubes eran pozos de sangre vagabundos, como sartenes hirviendo de donde los muertos se caían. Mi madre decía que era necesario pedir perdón. Yo escapaba de ella. Hacía cualquier cosa con tal de estar lejos de ella.

Ahuyenté a los carneros, a las ovejas hacia arriba, para dentro del corral. Fui haciendo rodar la carne a patadas páramo abajo, hasta el agua. El agua limpiaba los menudos, deshacía la sangre. El mar arrastaría lo demás lejos, hasta la boca de las ballenas. Miré la piel. Tiré la cabeza del animal a una fosa lejana. Limpié el plumaje que había recogido. Pensando en el invierno.

Mi madre me preguntó por el plumaje. Lo había recogido de los nidos abandonados por los patos. Serviría para la ropa de cama. Estaba cansada. Estoy cansada, madre. Mientras el luto era intenso la compasión no se sentía. Me obligaba a una resignación callada. Me levantaba la mano.

Aquella noche, mi padre salió con el barco. Fuimos a decirle adiós. Nunca lo hacíamos. Estábamos ridículas. Él no marchaba, tan sólo trabajaba. Después, ella me sentó en un banco pequeño. Sostenía el cuchillo en su mano. Pensé que me mataría y me esparciría como a una oveja. Juzgué que mi sueño de esculpir a los niños como semillas era muy cierto. Quería retirar un huevo de mi piel, también. Quería que, como en su pecho, se viese mi corazón. No hizo nada más. Me dejó dormir con mi susto. Aplastada por tanta tristeza y tanto miedo.

El infierno no son los otros, pequeña Halla. Ellos son el paraíso, porque un hombre solo no es más que un animal. La humanidad comienza en quienes te rodean, y no exactamente en ti. Ser persona implica a tu madre, a nuestra gente, a un desconocido, o a su expectativa. Sin nadie en el presente ni en el futuro, el individuo piensa tan sin razón como los peces. Dura por su ingenio y perece como un atributo indistinto de otro planeta. Perece como una cosa cualquiera.

Pintábamos los muebles con flores oscuras. Tardábamos mucho y la casa olía a pintura mala, barata, que tardaba en secarse. Mi padre me impedía llorar mediante el oficio de la racionalidad.

Aprender la soledad no es más que darnos cuenta de lo que representamos entre todos. Tal vez no representemos nada, lo que me parece imposible. Cualquier rastro que dejemos en la ermita es una conversación con los hombres que, cinco minutos o cinco mil años después, descubran nuestra presencia. Difícilmente se puede concebir un hombre no motivado por dejar un rastro y, de ese modo, conversar. Y si existiera un ermitaño así, empecinado, seguro que tendrá en el cielo y en la tierra una idea de compañía, espiritualizando cada elemento como quien busca puertas para llegar a conversar con dios. Siempre estamos conversando con dios. La soledad no existe. Es una ficción de nuestras cabezas.

Los hombres solos entienden que hay alguien en el agua, en la piedra, en el viento en el fuego. Hay alguien en la tierra.

De cualquier modo, le expliqué a mi padre, mi madre me odia. Y eso hace que llore, me deja triste, y me ofende.

Él insistía en explicarme que los niños eran modos de espera. Quería decir que los niños no tenían verdades, sino tan sólo pistas. Su mundo se hacía de apariencias y tendencias. Nada estaba definido. Ser niño era esperar. También significaba que esperaba de mí una fuerza admirable apoyada tan sólo en mi edad y no en ninguna otra cosa. Me abandonaba a mi suerte, llena de palabras extrañas cuyo significado me costaba encontrar.

Miré los muebles viejos y me parecó que ya eran tristes antes de que los oscureciéramos. Eran los muebles de nuestra ermita.

Qué maravilla, la hondura de los volcanes que respiran y aguardan. Qué maravilla, la espesura de las montañas que se esconden bajo las aguas y aguardan. Decían los viejos cargados de ideas inútiles. Los profundos viejos. Gastados por el coraje, crecidos por la desconfianza. Yo pasaba y ellos siempre con exclamaciones. Palabras acerca de cómo debía ser cada gesto, cada sentimiento, cada sueño de futuro. Como si el futuro estuviera preparado para ser igual que el pasado, a los días ya gastados por ellos. Como si yo aún estuviera a tiempo de ser igual que ellos. Una vieja metida para dentro conspirando inconfesablemente contra todo y contra todos.

Quien tiene hijos necesita futuro. Así les oí hablar.

Espiaban el agua para descubrir si había movimientos sospechosos. Casi todos querían ver montruos. Nadie se convencía de que los mares sólo existían para los animales de clara ciencia. Algunos juraban haber visto cabezas levantadas, hechas de diez ojos y bocas de mil dientes. Monstruos oceánicos. Veían el océano como sangre de cristal. Se balanceaba sinuoso ante nosotros, hermosísimo, pero se cargaba de peligros y amenazaba con ahogarnos a todos. El oceáno descendió de las venas puras de dios. Decía un viejo. En las venas puras de dios viven parásitos monstruosos.

 

Capítulos 1 y 2 de la novela A desumanização (2013).

Traducción de Martín López-Vega

Escrito en Lecturas Turia por Valter Hugo Mae

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