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19 de junio de 2014

 

                       Lo que veo yo cada noche

es el aire que respiras.

Tus ojos que brillan

en el cielo abierto

de tus sueños.

Unas ventanas desnudas

que te rodean

sin que lo sepas.

Unas cortinas transparentes

que te envuelven

sin que lo notes.

Lo que veo yo cada noche

solo lo ven los ángeles

que nos acompañan.

Lo que yo veo

no lo ve nadie.

Y aunque se siente

a veces cercano,

no lo pueden ver

porque no se mira

aquello que no se pronuncia

ni se sabe.

El amor que te acompaña,

a tu lado veo.

El corazón que te salpica

con cada gota

de lluvia inexistente.

El cuerpo que se agita

durante un segundo

cuando vuela el silencio

tras la palabra dicha

en un susurro.

Lo que veo yo cada noche

solo lo ven las personas

que no están con nosotros.

Las que se fueron

a volar muy alto.

Las que se marcharon muy lejos

en busca de su alma

con unas flores rojas

que dejan un rastro

en el atardecer de la tarde.

Lo que yo veo cada noche

es la intensidad de la misma noche

en una luz blanca que nos acompaña

hasta el umbral del primer sueño.

La estancia blanca que cobija

el ligero beso de unos labios

que todavía no han pronunciado

la palabra amor,

las palabras te quiero,

y que huyen del deseo

como se huye del fuego

cuando se tiene miedo

y alrededor todo arde.

Lo que veo yo cada noche

es el banco del parque

donde a leer te sientas.

La calle que pisas

con tus ojos abiertos

para no tropezarte.

La sombra que te cobija

cuando descansas.

La mañana que despierta

tras salir del sueño.

Y veo al recuerdo

cómo te acaricia el rostro.

A la memoria

que te lava la cara.

Cómo quitan las legañas de tus ojos

las caricias de unos dedos

que se posan a escribir

lo que te traerá el día

sobre una hoja blanca

con la luz de la mañana.

Lo que veo yo cada noche

son las horas que pasan,

la tarde que te envuelve,

la noche que te acaricia

cuando vas a la cama a dormir,

y cierras los ojos

con una sonrisa.

Lo que yo veo cada noche,

lo que sintieron en vida

y no se dieron cuenta de su magia.

Ese ligero murmullo

que todavía no llega a tus oídos

para que no se equivoque.

Lo que veo yo cada noche

es el aire que respiras,

el corazón que te despierta

cuando estás dormida.

Escrito en Lecturas Turia por Kepa Murua

18 de junio de 2014

                         

                         

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

Para reconocer la mordedura

de la muerte no hay límites. Tu ocaso

aún brilla en el azar de los rescoldos,

entre las dalias de Bastions, en brazos

de esas estatuas que sin voz increpan

la finitud de todo lo nombrado.

No basta un cúmulo de claridad

ni es necesario que amanezca. El blanco

de la luz incipiente nada dice.

Ronronea tan sólo a nuestro alrededor y el amplio

murmullo de la noche rasga el aire,

sin comprender siquiera que los pájaros

fermentan con el alba, aún a sabiendas

de que la sed es cómplice, que tanto

la lunación como el ardid del éxtasis

apenas saben si imitar su canto

o disolverse en su vaivén, en busca

de otra hondonada en que morir. Descalzo,

con la hermandad de las estrellas,

camino sobre esquirlas de otro cielo. Marzo

se ha vuelto un mes cruel, porque se ha ido

con la memoria intacta de tu paso.

Voy sin mirar atrás por un sendero

hecho de brotes en sazón, de abrazos

tan sin futuro como la esperanza

frágil del despertar. Por los sembrados,

abril se desparrama y la cosecha

muestra que hubo traición, que sólo cuando

es húmeda la tierra y nos acoge  

la eternidad florece, pero en vano.

 

V

 

O weiter, stiller Friede!


So tief im Abendrot.


Wie sind wir wandermüde--


Ist dies etwa der Tod?

Joseph von Eichendorf

 

“Im Abendrot”, Vier letzte Lieder

Richard Strauss

 

Un cielo a tu medida, aún por hacer, ha intentado fijarte en el vértigo de lo visible, pero eres como el aire, que es aire sólo porque pasa, sin más sustancia que la sensación de una memoria imaginaria, tan mía y tan ajena, igual que las astillas de la luz que dibujan mi sombra por el parque y en su fulgor se desvanecen. Inmune a la inclemencia del silencio, todo era para ti puro sonido, música diurna, incluso la rumorosa melodía del atardecer. Tu ausencia de palabras giraba en el vacío, lo mismo que la estrella (cuya luz certifica que ya ha muerto) brilla con fuerza en medio de la noche. Dabas con generosidad lo que nunca pedí, y a cambio sólo de un temblor, es decir, nada. Hoy la brisa de mayo te trae a mí de nuevo, entre fragmentos dispersos de un monólogo antiguo disuelto con la niebla, y recuerdo (¿o escucho?) algo como un zumbido triste que agita y desordena las hojas de los plátanos.

 

Jenaro Talens

Escrito en Lecturas Turia por Jenaro Talens

17 de junio de 2014

 

Cuaderno de interior, Ricardo Virtanen, Baile del sol, 2013.

 

En una reseña reciente he afirmado que soy un voraz lector de diarios. Algo hay en ellos me atrae irremediablemente, incluso aunque propenda a lo aburrido y lo intrascendente. La mezcla de géneros, ese gusto por los pequeños detalles, esa opción que nos dan de comprender una visión ajena y particular  del mundo desde lo más ínfimo de la existencia de un autor; y esa crónica, muchas veces, de las inquietudes  más curiosas y del desasosiego personal de quien lo escribe. Creo que encuentro también cierto placer en leer diarios por lo que tienen de rutina, pues el hábito es algo que me procura seguridad. Me gustan por lo que tienen de inmediato y de literatura sin retoques, ese dejar constancia de las cosas entrevista al paso, tan acuciadas por divagaciones y ensueños. Y porque son un útil registro de lecturas y recomendaciones.

Acabo de terminar Cuaderno de interior (Baile del sol, 2013), la más reciente publicación de Ricardo Virtanen, de quien hasta la fecha sólo había leído su estupenda colección de haikus editada por Renacimiento, Sol de hogueras. Cuaderno de interior es un diario que, a pesar de su volumen de más de trescientas páginas, sólo acoge poco más de un año de itinerario vital. Uno, consciente como es del rigor y la disciplina que requiere esa tarea, se sorprende preguntándose por los pormenores que le habrán llevado al autor a dedicar un esfuerzo y dedicación de esa magnitud; también, por supuesto, por la exclusividad de acoger únicamente ese periodo de tiempo. Virtanen es músico, veterano baterista de un grupo de rock y experto en Musicología, algo perceptible a poco que se lea Cuaderno de interior, pues en él se mencionan a muchas leyendas del rock y del jazz (con algunos obituarios), audiciones de ópera y artistas contemporáneos como Cage.

Con el carácter de lo íntimo como imperativo, Ricardo Virtanen atesora en Cuaderno de interior una intrincada trama de sugerencias y evocaciones privadas. Se confirma como un diarista impecable y entretenido, capaz de sacar al lector más perezoso de su monotonía particular y penitente. Hay tanto de narcisismo en estas páginas como de verdad a medias, advierte en los preliminares del libro. La prosa ágil, no afectada, y carente de retórica, se digiere fácilmente y el libro permite la lectura en tandas e incluso en desorden cronológico, sin que pierda interés. En Virtanen, el ejercicio de la escritura, a la vez que de otras artes, especialmente la música y la pintura, supone la forma más accesible de llegar al conocimiento personal, poblar lo anodino de vida y que los propios acontecimientos vitales  escenifiquen la grandeza de la cotidianidad.

La vida, en general, no es tan diferente de todo lo que uno intenta describir en la literatura. Si una autobiografía es un camino estrecho e interrumpido por multitud de tramos de niebla, el archivo de lo acumulado con perseverancia a diario es más una amalgama y un derroche de inutilidades, un cajón de nimiedad, una abigarrada estampa de incidencias y embrujos banales.

De muchos libros actuales, no señalados como diarios, se podría decir aquello de  Chamfort: la mayor parte de los libros del presente tienen el aire de haber sido escritos en un día, con los libros leídos la víspera. Hay diarios, como el de Virtanen, que  tienen por norma trascender la anécdota y abrirse a la expectativa sensorial, a la reflexión metaliteraria o a la visual  definición del paisaje. Ya lo dijo César Simón, con acierto, en uno de los suyos: “Debo anotar lo pensado. Aunque no es pensado, sino sentido. He tenido una experiencia que no debo permitir que se desdibuje y transforme en ideas”.

 

Toda vida es provisional. La mía no es una excepción - especula Virtanen.

 

En un diario la veleta permanece siempre quieta, impasible, apuntando hacia una región de niebla perdida en el horizonte. Escribir un diario es no concluir nada, es, en todo caso, llegar tarde a la escritura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Aitor Francos

17 de junio de 2014

Apenas dos años después de que apareciese en las librerías La isla, la obra maestra del escritor triestino Giani Stuparich (Trieste 1891-1961), aparece, en la misma colección, de los ya célebres Paisajes narrados de ediciones Minúscula, otra pieza, menos redonda quizás, pero que nos devuelve, por momentos, toda la magia, no sólo de la literatura, lo que ya sería mucho decir, sino, más aún, de la vida propia, magistralmente sugerida en sus apenas cien páginas.

 

Si La isla era el relato circular y completo de una vida, a través de la relación paterno-filial, en esta nueva entrega el marco temporal es, en principio, un único año escolar, el tiempo que transcurre linealmente del final de un verano al siguiente, pero de un año trascendental para cada uno de los protagonistas. El año terminal, el último de los del bachillerato, aquel en que se perfilan los grandes amores y los claroscuros horizontes vitales.

 

En la clase del instituto habsbúrgico (pleno de latines, griegos y de un espíritu que juega conscientemente a distanciarse de la insoportable levedad de lo real), un grupo de bachilleres italianos ve transformada su peripecia vital por la irrupción inesperada de una condiscípula mujer: Edda Marty. Al desconcierto general por el mero hecho de que una joven esté dispuesta a concurrir y competir con ellos en el ámbito académico – se trata de una de aquellas pioneras –, hay que sumarle el espíritu particular, mucho más libre y vivo que el de los barones, de la protagonista femenina del relato de Stuparich. Nórdica, abierta, tan inalcanzable como sensual, Edda Marty consigue enamorar a media escuela, profesores incluidos, despertando en su entorno todas las fuerzas, constructivas o destructivas, de sus inexpertos colegas. Ante la aparición inusitada del genio femenino, el grupo deja de comportarse como tal y despuntan, como voluntarios garantes de la especie, una larga serie de individuos a cual más perdido.

 

Surge la elección (la del brillante Antero) y el enamoramiento. “Esta vez se miraron. Las pupilas de ella eran de una luminosidad solar, y por su boca pasaban los sentimientos como suaves sombras en los prados. Antero naufragó en toda aquella luz y por un instante  tuvo la sensación de que quizás habría sido mejor no existir, porque dolía demasiado; y lo miró como si implorase la muerte. Edda Marty parpadeó como para alejar de sí aquella mirada, y con unos ojos más dulces, en que refulgían bellas briznas de oro, y con la voz un poco silbante, ruborizándose, lo invitó a dar un paseo” (pp. 18-19). En la obra, el divino despertar es descrito con toda la sutileza, la precisión y la viveza que sólo los grandes han sabido imprimir en sus narraciones, pero también infestado con el germen de dolorosa mortalidad que implica y que tiñe cada  una de las palabras citadas. Ante el deseo sexual que invade a los amantes, se asoma, quizás por última vez en sus vidas, la aspiración a la pureza: “Ahora se veían incluso algunos domingos. Mañana caminaremos, se decían, con un tono como si en aquel caminaremos hubiese la prohibición de besarse. Sabían que era necesario un descanso, una pausa en su extenuante deseo; y, en efecto, al día siguiente se ponían a caminar, esforzándose en volver al espontáneo proceder y a las conversaciones de cuando eran simplemente dos compañeros de instituto en buena armonía que paseaban alegremente juntos; pero una ocasión que les ofreciera el taimado camino, una palabra dicha con pasión, a veces un simple cruce de miradas, lo sumía de nuevo en ansia amorosa; y entonces los besos tenían un dulce sabor a ira y a sangre” (p. 46). Nótese la bellísima aparición del subjuntivo de ese “ofreciera”, introduciendo el terreno pantanoso de la inseguridad de los propósitos de la voluntad, al comienzo de la enumeración de los desencadenantes del deseo. Surge al fin el desamor y la imposibilidad erótica. Aparecen la desesperación, la huida y hasta el suicidio (esa sombra que rondó de por vida y fatalmente a Stuparich). El autor se quejó siempre de la imposibilidad de crear en su ciudad una identidad cultural duradera: la razón era la fuga constante de los mejores, a través de la vida (la emigración, la ambición capitalina o extranjera, las circunstancias) y de la muerte (la guerra y el suicidio). Al final del último año escolar, algunos se marchan a estudiar a otras cuidades (Viena, Roma…), otros en cambio vuelven a su tierra natal, los menos ni siquiera han llegado al final, la muerte les ha atrapado con sus garras y con sus uñas de mujer. De todo ese rosario de misterios, gozosos y dolorosos, está compuesta esta narración. Estilísticamente perfecta, en tanto que se mimetiza con el estado mental de la primera juventud que rompe la adolescencia. Y literariamente sublime, en la medida en que lo hace con el sello indispensable de la claridad y de la distancia.- ÁLVARO DE LA RICA

 

 

 

 

Giani Stuparich, Un año de escuela en Trieste, traducción de Francesc Miravitlles, Barcelona, Minúscula, 2010.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Álvaro de la Rica

SOLEDAD PUÉRTOLAS PRESENTARÁ EL 24 DE JUNIO EN ZARAGOZA EL NUEVO NÚMERO DE LA REVISTA

La escritora y académica Soledad Puértolas será la encargada de presentar en Zaragoza el nuevo número de la revista cultural TURIA. Un sumario de casi 500 páginas que tiene como gran protagonista a Benjamín Jarnés. Será un ejercicio de reivindicación y homenaje a un gran autor del siglo XX español que merece, de una vez por todas, ocupar un lugar destacado dentro de la historia de nuestra literatura y conseguir que nuevas generaciones de lectores disfruten de una obra que sigue teniendo interés y vigencia.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

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