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11 de marzo de 2019

Entre 1872 y 1912, Benito Pérez Galdós emprendió la titánica tarea de novelar los momentos más importantes de la historia de España. Cuarenta y seis novelas históricas fueron el resultado; cuarenta y seis bajorrelieves de aquellos instantes en que España se jugó su futuro a partir del siglo XIX; cuarenta y seis que comenzaban con la Guerra de la Independencia y terminaban con la Restauración de los Borbones. Galdós no disponía de una abundante documentación, sino de la memoria de quienes lo vivieron, los partes de guerra y los contados ensayos que se había publicado; sin embargo, su voluntad le empujó a novelar un siglo entero con sus guerras y batallas, reyes y políticos, ciudades y villorrios, héroes y cobardes.

    Trafalgar, Bailén, Zaragoza, El Empecinado, Los cien mil hijos de San Luis, Los Apostólicos, Zumalacárregui, La Campaña del Maestrazgo, Narváez, O´Donnell, Prim... fueron algunos de sus títulos. Gabriel de Araceli, Salvador Monsalud, Fernando Calpena, José García Fajardo y Tito Liviano, los personajes que hilan las cinco series, a saber, un muchacho, un soldado, un romántico, un señorito y el alter ego del autor, cinco puntos de vista para aunar la lucha con Francia en contra de los ingleses y de España contra la invasión de Napoleón; el Trienio Liberal y el reinado de Fernando VII; las Guerras Carlistas y la regencia de la reina madre María Cristina; el reinado de Isabel II y la Revolución de 1868; Amadeo I de Saboya, la Primera República Española y la Restauración de los Borbones, narrados en primera persona, tercera, clave de epístola o monólogo. El resultado, una serie que equipara a Galdós con Tolstoi y lo sitúa junto a Cervantes, Fernando de Rojas y Leopoldo Alas, en la primera división de la narrativa en lengua española.

   Fernando Martínez Laínez (Barcelona, 1941) es un escritor veterano. Doctor en Ciencias de la Información, corresponsal de la Agencia EFE en Cuba, Argentina y la Unión Soviética, Director de Programas de Radio Nacional, colaborador del diario ABC, puede ser considerado el padre de la novela negra en España con obras como Carne de trueque (1978), Destruyan a Anderson (1983) y Se va el caimán (1988), ha ganado dos veces el premio Rodolfo Walsh de la Semana de Novela negra de Gijón con Candelas. Crónica de un bandido (1991) y Sin piedad (1993). Es, pues, un escritor al que le preocupan los sucesos, los problemas humanos y las enfermedades de la sociedad. También, las ciudades y países en cambio, como lo demuestra en sus ensayos Viena, Praga, Budapest. El imperio enterrado (1999) o Tras los pasos de Drácula (2001), donde estudia el imperio austrohúngaro y la sociedad rumana en unos libros entre la investigación histórica y la reflexión sociológica. Fruto de esa evolución, que acaso sea responsabilidad, comenzó a fijar su atención en la historia. Primero, de forma ensayística; después, novelándola.

     Así dio a la imprenta títulos como Tercios de España (2006), en que estudia aquellos soldados que entre 1534 y finales del XVII conquistaron casi toda Europa y asombraron al mundo; Una pica en Flandes (2007), donde  recrea el camino que atravesaba Europa de sur a norte, en concreto  la Lombardía italiana hasta Namur y Bruselas, atravesando el Milanesado, Saboya, Piamonte, el Franco Condado, Alsacia, Lorena, Luxemburgo y el Principado de Lieja, por el que se abastecían de hombres, armas y provisiones los soldados españoles que combatían en Flandes, el Vietnam español como lo definió él mismo, y Banderas lejanas (2009), donde revisa la exploración y conquista de lo que luego serían los Estados Unidos, por los conquistadores españoles, desde México hasta la frontera canadiense y Alaska, además de El náufrago de la Gran Armada (2015), donde  salta de la investigación a la narración novelada, mediante la gesta de Francisco Cuéllar, un capitán de la Armada Invencible que naufragó en Irlanda y atravesó furtivamente el país, consciente de que si era descubierto pagaría con la vida. Esas son sus principales obras, acaso las más recordadas, pero hay que sumar otras como Los monstruos de la niebla (1994), Recordada sombra (2002), El clan de los reporteros (2002), Crímenes sin castigo (2002), Miguel Servet: Historia de un fugitivo (2003), Embajada a Samarcanda (2003), Escritores espías (2004), El tren más largo: de Moscú a Vladivostok en el Transiberiano (2004), El enigma Gioconda (2005), El rey del Maestrazgo (2005), El tapiz de Bayeux (2005), Como lobos hambrientos (2007), Los espías que estremecieron al siglo (2009), Los libros de plomo (2010), Vientos de gloria (2011), Escritores 007 (2012) o Aceros rotos (2013). Esas son sus obras hasta que en el 2017 comenzó a publicar “La senda de los Tercios”, una trilogía formada por Las Lanzas (2017), La batalla (2018) y un título pendiente de publicar.

   Las lanzas recreaba las primeras décadas del siglo XVII, cuando los tercios parecían invencibles como los retrató genialmente Diego de Velázquez en el cuadro del mismo nombre, formalmente titulado la Rendición de Breda. Dos eran sus protagonistas: Ambrosio de Spinola y Alonso de Montenegro, dos personajes procedentes de ámbitos opuestos, el primero buscando la gloria, mientras que el segundo la supervivencia y acaso fortuna; dos, también las voces narrativas: la omnisciente y la de Alonso que contaba la historia en primera persona. El resultado, una novela coral en la que los tres estamentos, la nobleza, el pueblo y el clero, aparecían retratados con sus miedos, alegrías y ambiciones. La guerra, el dinero que la costea, la frustración, la fama, el heroísmo… eran los paralelos y meridianos que la contornaban, a la par que la incompetencia de los políticos, Inglaterra (pérfida con España), la disciplina, Rubens o Velázquez… hasta construir una novela magnífica.

    La batalla, como Las lanzas, participa de estrategias de escritura parecidas, con planos temporales diferentes, narradores distintos, espacios cambiantes, enfoques  disímiles, que permiten visiones opuestas de los acontecimientos, construyendo un poliedro narrativo completo y heterogéneo; un puzzle argumental que se va encajando en la mente del lector hasta formar un lienzo  minucioso de los acontecimientos y  personajes. Se trata, pues, de una novela coral, como Las lanzas; una novela estructurada como aquellas vidrieras que adornaban y daban luz a las catedrales, con teselas narrativas que se funden según avanza la trama y vamos conociendo los personajes y sus actos, hasta ofrecer una visión deslumbrante de la gesta y la historia.

    La novela recrea la batalla de Nördlingern, cuando los tercios españoles con el infante Fernando de Austria al frente derrotaron al ejército sueco y luterano, hasta entonces invencible, inclinando a nuestro favor la Guerra de los Treinta Años, algo que Francia no podía tolerar, por lo que declaró la guerra a España. El protagonista principal es un personaje que Martínez Láinez retrata de forma soberbia: el cardenal-infante don Fernando de Austria, un hermano del rey Felipe IV, que había sido destinado a la vida religiosa pero que no tenía ninguna vocación; un chaval nombrado arzobispo de Toledo a los diez años de edad, pues era la diócesis más rica de España, y cardenal a los once; un príncipe lleno de contradicciones pero con vocación de servicio a la monarquía y a España; un hombre inteligente y leal que tenía que lidiar con los luteranos pero también con las decisiones del Conde Duque de Olivares, valido del rey, ambicioso y fantasioso, aparte de no siempre sensato ni práctico. Las conspiraciones, el heroísmo, las rivalidades entre los nobles, el declive del gigantesco imperio, el despilfarro, la miserabilidad con los pobres… aparecen magníficamente narrados junto a la campaña militar que adquiere tintes épicos.

    La batalla es una novela donde el afán de verosimilitud lleva al autor a entregarnos una cronología completa de la vida del personaje principal, el cardenal-infante, además de un bien explicado cuadro de personajes al principio del libro, que remata con un mapa de países, estados y ciudades de la época; un glosario de términos y un plano del desarrollo de la contienda. Entre uno y otro, no pocos momentos de brillante narrativa que nos permiten hacernos una idea cabal de cómo fue y sus actores directos o lejanos: el rey Planetario Felipe IV (“tenía como rasgo fundamental de su carácter su sensualidad pasiva e inagotable, manifestada en su falta de voluntad: la abulia que le consumía. Su vida pública era una continua efeméride de devaneos amorosos con mujeres de cualquier categoría social”; el cardenal-infante don Fernando de Austria (“yo deseaba ser como ese gentío, que me vieran como deseaba ser, con el sudor y la fatiga en el rostro, gritando y riendo en las lidias de toros o en los corrales de comedias, con dama y dueñas haciendo de espectadoras. En lo único que mis hermanos y yo nos parecíamos mucho era en perseguir faldas”); el conde duque de Olivares (“gran burócrata, gran papelista, la mayor parte de los años de privanza los consumió en su bufete de Madrid, donde era capaz de velar noches enteras despachando”); la corte intrigante  (“don Gaspar vigilaba a don Fernando, y le puso de espía al marqués de Camarasa. Sabe de sobra que ambos hermanos, los infantes don Fernando y don Carlos, son utilizados como banderín para las intrigas de los nobles descontentos”); los nobles en constante rivalidad como el duque de Lerma, valido del rey Felipe III, padre del cardenal-infante y de Felipe IV (“los festejos públicos por el bautizo están programados para el mes de julio en la villa ducal de Lerma. Corridas de toros y juegos de cañas. Calor, cacerías y rejoneo a la jineta, mientras el duque de Feria, rumboso, corre con el  gasto. Un millón de escudos en quince días, dicen, con caballos andaluces que maravillan en el coso a la plebe. Y la sombra del privado siempre pendiente, vigilando al niño infante como el buitre al cabritillo herido”) y por debajo de todo, pero por encima,  aquellos tercios, duros como piedras pero valientes como tigres de la España antes de España (“En el campamento del tercio de españoles, los soldados se desperezan, escupen, carraspean, tosen o se ajustan la ropa en las tiendas.”) Junto a ellos, una pléyade de personajes bien perfilados y, a menudo, inolvidables como el marqués de Leganés, el conde Oñate, Francisco de Melo, Diego de Aedo, Axel Oxentierna, Gustaf Horn, Francisco de Escobar…

   Eso era España y sus enemigos antes de la decadencia, nos dice el autor, una nación donde la Hacienda Real gastaba cuatro millones y medio de ducados en festejos en una pequeña ciudad, mientras la peste y el hambre se extendían en algunas zonas; una monarquía con un rey que padecía “neurastenia erótica”, que le llevó a dar vida  a más de cuarenta hijos bastardos, cifra que subía año tras año; una nación donde los tercios pasaban meses sin cobrar la soldada y donde el oro de América parecía que podía pagarlo todo mientras Europa, puritana y trabajadora, se escandalizaba con tanto despilfarro; un estado con nostalgias de imperio que había gastado, más por prestigio que por necesidad, ciento ochenta millones de escudos en Flandes desde que se inició la contienda; una tierra resignada y valentísima, capaz de librar la batalla de Nördlingern, palpitante corazón de la novela, que termina con estas emocionantes palabras: “El 4 de noviembre de 1634, el cardenal-infante cumplió el plan estratégico que la corona hispana le había encomendado y entró victorioso en Brusela, capital de Flandes y corte de los estados de Borgoña.  Había tardado unos dos años y quince semanas desde que saliera de Madrid con destino incierto, y el triunfo que se le tributó fue apoteósico. Las calles se abarrotaron con miles de personas y un larguísimo cortejo de nobles, milicias y corporaciones. España, ese viejo león rodeado de hienas, se había sobrepuesto, una vez más, a sus heridas y había asestado con sus temibles tercios un zarpazo que conmovió a Europa.”

    La batalla es una oda al pueblo español más sencillo, que nutrió los tercios que dilataron España por los cuatro puntos cardinales; una novela magnífica y muy recomendable para todo aquel que guste de la lectura, pero también quiera conocer la historia de España novelada de la manera más entretenida; un libro que hace bueno el comienzo del vigésimo canto del Cantar del Cid, que escribió un oscuro juglar entre Medinaceli y Aragón cuatro siglos antes del XVII: “¡Dios que buen vassallo!, ¡si oviesse buen señor”, esto es, qué grandes soldados, qué gran nación, si hubiera tenido buenos gobernantes.

 

 

Fernando Martínez Laínez, La batalla, Barcelona, Ediciones B, 2018

Escrito en Sólo Digital Turia por José Luis Gracia Mosteo

TAMBIÉN PUBLICA UN INÉDITO DE RAFAEL AZCONA

EL ESCRITOR Y DIRECTOR DE CINE ANALIZA LAS CLAVES DE LO QUE NOS PASA: “LA PRECARIEDAD DEFINE NUESTRA ÉPOCA”

EL GEÓGRAFO LO TIENE CLARO: “EL PAISAJE ES UN GRADO DE CIVILIZACIÓN”
 
Los lectores del nuevo número de la revista TURIA, que se distribuye este mes de marzo, podrán disfrutar de dos entrevistas a fondo y sin cortapisas con Manuel Gutiérrez Aragón y Eduardo Martínez de Pisón. Se trata de dos conversaciones exclusivas y sin desperdicio,  que permiten no sólo conocerlos mejor, sino  también descubrir sus opiniones sobre un amplio repertorio de asuntos de interés. Ambos son dos de los más valiosos protagonistas de nuestra actualidad cultural: Gutiérrez Aragón ha abandonado el cine pero su nueva vida como literato a tiempo completo nos resulta muy atractiva por la calidad de su labor creativa. Por lo que se refiere a Eduardo Martínez de Pisón, es mucho más que un prestigioso catedrático emérito de geografía, escritor y montañero, es un sabio que ama y defiende la causa de la naturaleza.
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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

El presente trabajo debe interpretarse como un modesto homenaje que rinde esta revista y el Instituto de Estudios Turolenses a la persona de Gonzalo M. Borras Gualis, tan vinculado a ambas, no sólo como colaborador, sino como figura esencial en su misma existencia. En él trataremos de dibujar, siquiera someramente, las diferentes caras de su poliédrica personalidad, en la que se compagina en perfecta coherencia vital su labor docente e investigadora con el compromiso personal, intelectual y político con su tierra y con sus gentes, no sólo difundiendo su patrimonio artístico, sino también modernizando –democratizando en algunos casos- algunas de sus instituciones públicas más importantes vinculadas con el mundo de la cultura.

            El profesor Gonzalo Borrás pertenece a esa generación de intelectuales -en su mayoría profesores- que vivió con pasión y compromiso los últimos años del franquismo y los primeros de la transición. Un colectivo que entendía la cultura y la libertad como elementos indisociables, como instrumentos prácticos, como herramientas de transformación social capaces de generar proyectos de futuro para un territorio ancestralmente olvidado y de ilusionar a sus gentes, devolviéndoles la confianza perdida en sus posibilidades, al hacerles ver, en el caso concreto de nuestro protagonista, que sus recursos patrimoniales son únicos en el mundo y que podían convertirse en verdaderos motores de desarrollo generadores de riqueza.

 

Bajoaragonés de los pies a la cabeza

            Gonzalo Máximo Borrás Gualis nació en Valdealgorfa en 1940 y se reconoce como bajoaragonés de los pies a la cabeza: “Uno es de donde vivió su infancia”[1], que transcurrió entre Peñarroya de Tastavins, Castelserás y Valdealgorfa. Sus abuelos paternos procedían de Fórnoles: “nosotros somos de los Borrás de Fórnoles desde el siglo XV. Mis padres fueron Gonzalo Borrás y María Teresa Gualis, un apellido también documentado en Alcañiz desde el siglo XV. De manera que toda mi familia, tanto por parte de padre como por parte de madre, es bajoaragonesa desde la Baja Edad Media.”

            En Valdealgorfa, de la mano del maestro, don Manuel, al que recuerda con profundo cariño, aprendió a leer, a escribir y latín: “yo aprendí el presente de subjuntivo en latín (ame, ames, ame, amemos, ametis, amen) antes que en castellano. Toda aquella época dejó una huella profunda en mí…”

            Más tarde, avalado por el cura del pueblo, mosén Francisco, se trasladó al Seminario Menor de Alcorisa, donde pasó cuatro años (1951-55). En el tercer curso estuvo a punto de morir a causa de unas fiebres tifoideas, resistentes a la penicilina. Superada la enfermedad y concluida su etapa en Alcorisa, continuó con su formación en el Seminario Mayor de Zaragoza (1955-58), donde hizo el último curso de Humanidades y dos de Filosofía. Los veranos los pasaba en el lugar de destino de su padre, cabo de la guardia civil que llegó a capitán: Caminreal, Valderrobres y Andorra.

            Tras un fallido intento de ingreso en la Academia General Militar, inició la carrera de Derecho, que abandonó a los pocos años para comenzar Filosofía y Letras (Sección de Historia)  en la Universidad de Zaragoza (1960-65).

 

Maestro de maestros del arte

            Gonzalo Borrás ha sido profesor en todas sus categorías: tras terminar los estudios en 1965, pasó un tiempo de profesor ayudante en  la Universidad de Zaragoza, pero en 1967 falleció su padre en un trágico accidente de circulación  y tuvo que trabajar un tiempo como profesor de enseñanza media en Calatayud, donde  comenzó a preparar con intensidad su tesis doctoral sobre la arquitectura mudéjar en los valles del Jalón y del Jiloca. Más tarde, fundó un Colegio Libre Adoptado en Graus, dependiente del instituto de enseñanza media “Ramón y Cajal” de Huesca.

            En 1968 se casó y se trasladó de nuevo a Zaragoza, donde el catedrático de arte don Francisco Abad lo reincorporó a la universidad. Tras fallecer su mentor en 1974, sacó al año siguiente las oposiciones a profesor adjunto y en 1976, cuando para ascender en la Universidad de Zaragoza había que emigrar, tras aprobar las oposiciones de profesor agregado se trasladó a Barcelona, donde desempeñó por un año el vicedecanato de la Facultad de Letras de la Universidad Autónoma.

            Su aragonesismo militante le trajo de vuelta a Zaragoza donde, tras la jubilación de Federico Torralba, le,sucedió desde 1982 en la Cátedra  de Historia del Arte. En la actualidad es catedrático emérito e imparte clases en la Universidad de la Experiencia.

            Como se puede apreciar por el recorrido profesional expuesto, el profesor Gonzalo Borrás durante sus más de cuarenta años dedicados a la docencia ha sido y sigue siendo maestro de maestros, bajo su magisterio se ha formado una nutrida nómina de enseñantes del arte en sus diferentes niveles y especialidades. Son legión las memorias de licenciatura que ha dirigido desde la asignatura de Arte Aragonés y numerosas las tesis doctorales. Así, entre sus alumnos se cuentan nombres tan prestigiosos en la investigación y la enseñanza como los de Juan José Carreras, Concepción Lomba, José Luis Pano, Carlos Lasierra, y un larguísimo etcétera. Todos ellos le dedicaron un libro homenaje[2], y en la “Presentación” que abre sus páginas destacan dos de entre sus muchas cualidades como docente: “la claridad con la que siempre ha transmitido los conocimientos sobre cualquier tema, y la directa relación entre las materias impartidas y sus propias investigaciones y publicaciones.”

            Como establecen pues sus alumnos,  en su persona docencia e investigación son dos caras de una misma moneda. En este sentido, son de enorme utilidad por su labor de síntesis y claridad expositiva los manuales de apoyo a su tarea docente, que facilitan de manera extraordinaria el trabajo de los estudiantes de arte y les ayudan a comprender la esencia de las materias de los que tratan. En algunos casos, como en el del utilísimo Diccionario de términos de arte y elementos de arqueología, heráldica y numismática, realizado en colaboración con Guillermo Fatás Cabeza, que ya desde su primera edición en 1970 se convirtió en todo un clásico de obligada consulta para generaciones de estudiantes que querían iniciarse y familiarizarse no sólo con el vocabulario específico de la escultura, la pintura, la arquitectura y las artes decorativas, sino también con los términos propios de una amplia gama de ciencias auxiliares. Todavía en la actualidad sigue siendo el diccionario imprescindible de la materia. Lo mismo podría decirse de su Introducción general al Arte, escrita en colaboración con Juan F. Esteban Lorente y María Isabel Álvaro Zamora, o de su participación en diferentes manuales de referencia dedicados a determinados periodos artísticos.

            Ha dirigido algunas colecciones destinadas a universitarios, caso de Lo mejor del Arte (Historia 16, 1998) y ha coordinado publicaciones de carácter monográfico, como la dedicada al Arte Andalusí  (Zaragoza, Artigrama, Departamento de Historia del Arte e Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, 2008), sin olvidar la gran utilidad para los universitarios de obras como el Diccionario de historiadores españoles de Arte; Cómo y qué investigar en Historia del Arte e Historia del arte y patrimonio cultural: una revisión crítica.

 

Investigador           

            Lejos queda ya aquel primer artículo publicado en la revista Teruel (núm. 38, 1967) sobre “La iglesia de Santa María la Mayor, de Valderrobles”. Luego vendría su tesis de licenciatura dedicada a “La guerra de Sucesión en Zaragoza”, defendida en 1967 (publicada en 1973), y su ya citada tesis doctoral, Mudéjar en los valles del Jalón-Jiloca (1971), que marcaría su trayectoria profesional posterior abriendo el camino de la que habría de ser su principal línea de investigación, el estudio del arte mudéjar, del que en la actualidad es, sin ninguna duda, una autoridad indiscutible, avalada por más de setenta publicaciones al respecto, algunas de ellas imprescindibles, caso de El arte mudéjar aragonés (ediciones de 1978 y 1985) y El arte mudéjar (1990) o de sus magníficos estudios dedicados a la arquitectura mudéjar conservada en Teruel capital y provincia y a la techumbre de su catedral.

            Es evidente que el profesor Borrás no inventó el mudéjar, ya estaba ahí, en nuestros pueblos y ciudades, con su belleza dormida de siglos de olvido, esperando a un príncipe azul que lo rescatara del absoluto abandono en el que se encontraba, que descubriera su enorme interés y singularidad. Nuestro profesor lo estudió con mimo y perseverancia, se convirtió en su máximo defensor, en una autoridad indiscutible, pero no se conformó con eso, sino que con sus tan interesantes como decisivas publicaciones logró despertar el interés de sus indolentes paisanos y nos hizo comprender a autóctonos y foráneos, que el mudéjar no era un híbrido ni un estrambote del románico y el gótico, sino que, como ya sostuviera Menéndez Pelayo, es “el único estilo artístico del que podemos envanecernos los españoles”, y en especial los aragoneses, añadimos ahora ya con orgullo, pues nos demostró fehacientemente la riqueza cultural y económica que supone para nuestras tierras su presencia con el marchamo de casi en exclusiva.             Esa concienciación ha sido una tarea lenta y difícil, una labor ímproba de muchos años. Fue en 1975 cuando, en compañía de Santiago Sebastián y Emilio Sáez, impulsó en Teruel el I Simposio Internacional de Mudejarismo, sembrando de ese modo la semilla del que con el tiempo sería el Centro de Estudios Mudéjares. La tozudez de su defensa y la contundencia de sus argumentos colaboraron de manera fundamental para que en 1986 el mudéjar turolense fuera declarado por la Unesco Patrimonio Mundial y en el 2002, por extensión, lo fuera el de todo Aragón. En este sentido, el profesor Gonzalo Borrás ha coordinado programas internacionales de investigación para la Unesco y Museo Sin Fronteras.

            Pero su dedicación al estudio del arte no se agota en el mudéjar,  también son importantes sus contribuciones en el campo de la pintura románica, del arte gótico y del Islam, de la escultura del Renacimiento, de la obra de Goya, de la arquitectura y artes aplicadas del Modernismo, etc.

 

Activista cultural y difusor del patrimonio artístico aragonés

            El profesor Gonzalo Borrás siempre ha considerado que la cultura es un motor de progreso ideal para una tierra como la aragonesa, tan necesitada de proyectos de futuro. De ahí que no haya escatimado tiempo ni esfuerzos en dinamizar, promover y difundir el patrimonio cultural aragonés en todos sus órdenes y desde diferentes instituciones y empresas culturales de toda índole.

            Junto con Eloy Fernández Clemente, José Antonio Labordeta, José Carlos Mainer, Guillermo Fatás, María Dolores Albiac, etc., formó parte del grupo de intelectuales que configuró el primer Andalán (1972), una revista mítica que ha pasado con letras mayúsculas a formar parte del imaginario colectivo de los aragoneses.

            Ha sido el impulsor de los Coloquios de Arte Aragonés, que se han sucedido periódicamente desde 1978 en diferentes localidades aragonesas. De igual forma, fue fundador en 1984 de la revista del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza, Artigrama y es miembro del Comité Científico de varias revistas especializadas, como el Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar (Zaragoza, IberCaja), Anales de Historia del Arte (Departamento de Historia del Arte, Universidad Complutense de Madrid), Brocar (Universidad de la Rioja), Liño (Departamento de Historia del Arte, Universidad de Oviedo) y Seminario de Arte Aragonés (Institución Fernando el Católico, Diputación de Zaragoza).

            Entre los años 1985 y 1995,  se hizo cargo de la dirección del Instituto de Estudios Turolenses (Excma. Diputación Provincial de Teruel, CSIC), una institución que languidecía a la deriva tras el fallecimiento de su anterior director, el arqueólogo Martín Almagro Basch. Cuando tomó las riendas del centro, fundado en 1948, se encontró con una institución regida por normas franquistas, alejada del pueblo y anquilosada en su funcionamiento, por lo que su primera labor fue modernizar sus estatutos fundacionales (por ejemplo suprimió el carácter vitalicio de la dirección, que pasó a ser periódica y renovable, etc.) y dotarla de los recursos humanos y materiales necesarios para su correcto funcionamiento, propiciando también la consecución de una sede propia. Con la intención de acercar su labor cultural a la ciudadanía organizó simposios y congresos, editó libros y revistas, financió investigaciones y fomentó la creación literaria. Relanzó, remozándola, el buque insignia de la institución, la revista Teruel, que desdobló en dos entregas, una dedicada a las humanidades y otra, más novedosa, a las ciencias, con especial interés por la economía aplicada a la realidad turolense, para la que desde el instituto se buscó en todo momento una proyección de futuro.

            De entre las nuevas publicaciones, destacaron por su afán divulgativo y éxito popular las Cartillas Turolenses, encargadas a especialistas de las diversas materias, pero con un formato claro y sencillo y una más que evidente voluntad de difundir el patrimonio artístico y cultural de la provincia. También esta misma revista cultural Turia fue amparada por su paraguas y le dio estabilidad y cobertura administrativa. De igual forma, trabajó también por  vertebrar todas las actividades culturales de la provincia y promovió la integración en el Instituto de los diferentes centros de estudios locales con el fin de coordinar sus actividades y optimizar los recursos económicos, pero siempre  respetando su autonomía.

            Entre 2002 y 2005 fue director de la Institución Fernando el Católico (Excma. Diputación de Zaragoza, CSIC), en la que prosiguió con las actividades de la institución y dio continuidad a su política de publicaciones, cursos y conferencias.

            Paralelamente a la anterior dirección, puso en marcha y dirigió desde 2002 hasta su desaparición en 2011, el Instituto de Estudios Islámicos y de Oriente Próximo (Universidad de Zaragoza, CSIC y Cortes de Aragón).

            De igual forma, resultó decisivo su impulso y dirección del proyecto museológico del Espacio Goya, en 2005; también como miembro del Patronato y director de las Actividades del Centro de Investigación y Documentación sobre Goya en la Fundación Goya en Aragón desde 2010, fundación que impulsa actividades de toda índole relativas al genio de Fuendetodos, desde becas, publicaciones, conferencias, recopilación de documentación, etc. En este sentido, Gonzalo Borrás coordinó personalmente diferentes cursos de nivel internacional sobre el artista.

 

Vocación de servicio público. Su faceta política

            Gonzalo Borrás no ha entendido su dedicación a la docencia y a la investigación como algo excluyente del mundo y de la vida, no es pues el típico caso de intelectual aislado en su “torre de marfil”, ajeno a lo humano, todo lo contrario, la política es una cara más de su vocación y profesión, si bien debemos matizar que ha sido más un “hombre público” que un político al uso; es decir, su vocación de servicio le llevó primero al público compromiso y presencia activa en grupos y colectivos, como el que constituyó el ya citado Andalán, la Comisión Aragonesa pro Alternativa Democrática (1972), y la Acción Socialista Aragonesa (1974), para, en su momento, y de manera ocasional, militar políticamente en el PSA, bajo cuyas siglas participó en las elecciones generales de 1977 y más tarde, en las municipales de 1979, como independiente en las listas del PCA-PCE.

            Esa misma actitud y una evolución similar se ha dado en los que podemos considerar sus compañeros de viaje: el profesor Eloy Fernández Clemente y José Antonio Labordeta, cuyos caminos se puede decir han corrido paralelos. De hecho, esta circunstancia la resumía con clarividencia absoluta el propio Gonzalo de la siguiente manera: “Resulta muy difícil para quienes hemos vivido bajo el franquismo, la transición democrática y la actual democracia mantener a nuestro lado, en una trayectoria política tan dilatada y compleja, compañeros permanentes de viaje. Es, al menos, poco frecuente, ya que cada nueva situación política exige de cada uno de nosotros una respuesta política diferente. Y aquellos que coincidimos en un punto de partida común, que fue la lucha contra el tardofranquismo, hemos ido derivando por muy diversos derroteros a lo largo de la transición democrática y de la actual democracia. No es habitual, máxime cuando las estaciones del mismo han sido el Partido Socialista de Aragón (PSA), el Partido Comunista de Aragón (PCA-PCE) y la Chunta Aragonesista (CHA). Uno ha ido perdiendo a lo largo del camino compañeros de viaje y, al doblar el último recodo, no deja de sorprenderse de seguir todavía en compañía de José Antonio Labordeta y de Eloy Fernández Clemente […]”

            En su participación en el libro colectivo coordinado por Javier Aguirre Santos, José Antonio Labordeta, creación, compromiso, memoria[3], cuenta con enorme ironía y gracejo en su particular homenaje al amigo titulado “El compromiso político de José Antonio Labordeta”, cómo entró en las listas del PSA en las elecciones de junio de 1977, partido creado en febrero del año anterior por Emilio Gastón, en el que militó en la distancia durante su etapa en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde recibió una llamada del partido comunicándole que lo incorporaban a las listas como número tres por Teruel, tras Rufino Foz y Orencio Andrés, a la que contestó de manera airada: “¡Cómo se os ocurre semejante despropósito! ¡Poned a Labordeta, que es mucho más conocido!”. “Ya va por Zaragoza”, le contestaron. “Pues que sea Eloy”, replicó, pero también su amigo iba por Zaragoza. No tuvo más remedio que aceptar: “…decidí, para ahorrar gastos, ya que todo lo hice a mis expensas,  instalarme en Castelserás, lugar de residencia de mis abuelos paternos, desde donde me desplazaba diariamente a los pueblos del Bajo Aragón […] practicaba de este modo el socialismo autogestionario que propugnábamos en el proyecto político, ya que todo me lo hacía yo […]” Añade también alguna sabrosa anécdota como la vivida en Calanda, en cuya plaza de toros dio un mitin al que asistieron “mal contadas unas sesenta personas, y ello con el tirón electoral de Labordeta […] Al terminar y ya marchándose la gente José Antonio y yo nos acercamos a saludar a dos abuelos que ya no cumplían los noventa, gayata en mano, que nos aclararon: ‘No se preocupen ustedes por que haya venido tan poca gente. Existe mucho miedo todavía. Pero aquí van a tener ustedes muchos votos. Aquí muchos vamos a votar PSOE’. Les dimos las gracias cariacontecidos y se fueron los dos abuelos muy erguidos hacia la noche calandina.”

            Tras lo que se interpretó, seguramente de forma equivocada, como un fracaso, al salir elegido sólo Emilio Gastón, el partido se disolvió, pero antes se les encomendó a los dos amigos, Eloy y Gonzalo, la difícil e ingrata tarea de negociar el pase de la militancia del PSA al PCE o al PSOE en las mejores condiciones posibles con el fin de salvar los restos del naufragio.

            Fruto de estas negociaciones, se integraron en el PCE como independientes en su candidatura al Ayuntamiento de Zaragoza en los comicios municipales de 1979, dando lugar a un amargo episodio que Eloy tituló en sus Memorias como “El timo de los independientes”[4]  y que al fin y a la postre iba a suponer la dimisión de Gonzalo Borrás como teniente de alcalde de cultura, tras encabezar una candidatura que contra todo pronóstico (quizá no contra el suyo propio), consiguió cuatro concejales, al ver cómo el partido comunista vetaba a Eloy Fernández Clemente, quinto de la lista, que debía entrar en el consistorio diez meses más tarde al dimitir el número dos para dedicarse a labores sindicales, pero se le forzó a renunciar en favor  de otro candidato afiliado al partido. Esta triste experiencia le llevó a dejar la política activa hasta que, en 1991, fue candidato a la alcaldía de Zaragoza por Chunta Aragonesista.

 

A modo de conclusión

            El diamantino Gonzalo Borrás siempre será profesor, investigador y difusor de la cultura aragonesa. De su trayectoria personal y profesional aquí esbozada, destacaríamos fundamentalmente dos características esenciales: responsabilidad y compromiso social. Su ámbito de trabajo ha sido el público más que el político propiamente dicho, un escenario secundario o complementario de su faceta anterior, fuente en numerosas ocasiones de desengaños y decepciones, mientras que el espacio público –fundación de periódicos, publicaciones de libros, dirección de instituciones, de empresas culturales varias, docencia, investigación, conferencias, etc.- le ha comportado más satisfacción personal y reconocimiento colectivo.

            Su personalidad es en esencia la de un intelectual apasionado por la libertad y la difusión cultural, absolutamente convencido de que la unión hace la fuerza, máxime cuando los recursos escasean; la de un estudioso inteligente y memorioso convencido de las posibilidades de futuro de su tierra, es pues aragonesista además de aragonés, capaz con su trabajo y pasión por el territorio de entusiasmar a sus paisanos y de devolverles la confianza en sí mismos; la de un hombre amigo de sus amigos, con un humor inteligente, dotado de cierta retranca y fina ironía, con toques somardas, como procede, cuyas máxima frustración tal vez haya sido la de no haber podido crear el Instituto de Cultura Aragonesa, como le hubiera gustado y por el que luchó con denuedo sin éxito. No pudo ser, pero todavía estamos a tiempo.

 



[1] Entrevista realizada por Ramón Mur presente en el libro la Comarca del Bajo Aragón, Zaragoza, Gobierno de Aragón, Departamento de Presidencia y Relaciones Institucionales, 2005, pp. 311-315.

[2] Estudios de Historia del Arte, Zaragoza, Institución Fernándo el Católico, 2013.

[3]Zaragoza, Rolde de Estudios Aragoneses, 2008.

[4] Los años de Andalán. Memorias (1972-1987), Zaragoza, Rode de Estudios Aragoneses, 2013, pp. 535-540.

Escrito en Lecturas Turia por Juan Villalba Sebastián

27 de febrero de 2019

 

 

 “Escribir –declaró Milan Kundera hace ya más de una década- es el placer de contradecir, la dicha de encontrarse solo frente a todos, la alegría de provocar a los enemigos e incluso de irritar a algunos amigos”. De ahí que la literatura diarística, ese útil marcapasos de voluntades frágiles, amplíe nuestra capacidad de emanciparnos de este mundo enfermo y aburrido, de esta realidad resquebrajada. Nos permite la aventura permanente de desafiar a todos con nuestras provocaciones intelectuales, morales, geográficas y estéticas. Con esta humilde odisea de ir contando, negro sobre blanco, las peripecias y los desafíos que nos producen nuestras pesquisas interiores, nuestro inventario de sentimientos, sueños, certezas y desvaríos.

 

Fragmento del diario La nieve sobre el agua, publicado por Fórcola Ediciones)

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Raúl Carlos Maícas

EL NUEVO NÚMERO DE LA REVISTA DA A CONOCER TEXTOS DE PETER HANDKE, ALAN HOLLINGHURST, MILTOS SAJTURIS Y SOBRE EMMANUEL CARRÈRE

La revista cultural TURIA publica en su nuevo número, que se distribuye este mes de marzo en España y otros países, un sumario repleto de interesantes textos inéditos de grandes autores internacionales. Así, TURIA da a conocer un fragmento de la nueva novela del escritor austríaco Peter Handke, uno de los más relevantes nombres propios de la literatura universal de nuestros días. Un próximo libro que se titulará en castellano “La ladrona de fruta o Viaje de ida al interior del país” y en el que Handke realiza un muy original recorrido por el norte de Francia que le sirve para plasmar su particular visión del mundo y de la literatura.

 

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

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