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Configurar sentido descendente

20 de marzo de 2015

 

Trabajo todo el día, y por la noche bebo.

Despertado a las cuatro, miro la calma oscura.

Tendrán luz las cortinas, despacio, en sus extremos. 

Miro mientras lo que hay ahí sin duda:

la muerte infatigable, hoy un día más cerca,

que no deja pensar más que de qué manera

y dónde y cuándo moriré yo mismo.

Árido interrogante: pero el miedo

a morirse, a estar muerto,

aterroriza y siempre está encendido.

 

Más luz. La mente en blanco. No por remordimiento

-el bien que no ha hecho uno, el amor que no ha dado,

tiempo arrancado intacto-, ni depresión ante esto

de que una sola vida tarde tanto  

en rehuir sus comienzos erróneos, si es que puede;

sino por el vacío total y para siempre,

la segura extinción hacia la que viajamos

a perdernos del todo. A no estar más aquí,

a no estar en ninguna parte y

pronto. ¿Hay algo peor y más exacto?

 

Es un modo especial de tener uno pánico

que no hay trucos que quiten. La religión lo quiso,

brocado musical y apolillado

creado para hacer como que no morimos,

o ese rollo engañoso de que Un ser racional

cómo puede temer lo que no sentirá,

cuando el miedo -no ver, no oir- es ése,

sin tacto, gusto, olfato, nada con que pensar,

nada que amar o con que conectar,

la anestesia total de la que nadie vuelve.

 

Y así está en el umbral de la visión,

vaho borroso y breve, un frío siempre ahí,

que frena cada impulso hasta la indecisión.

Tantas cosas es raro que ocurran: ésta sí.

Y su conciencia nos encorajina

igual que algo que quema, si nos pilla

sin nadie o sin alcohol. Inútil ser valiente,

es decir, no asustar a otros. La bravura

no libra a nadie de la sepultura.

En la muerte da igual quejica o resistente.

 

Poco a poco hay más luz y el cuarto se percibe.

Simple como un ropero esto que sí se sabe,

que siempre hemos sabido, que no puede rehuirse

ni aceptarse. Tendrá que irse una parte.

Los teléfonos, prontos a sonar, laten mientras

en despachos cerrados; toda la indiferencia

amanece del mundo alquilado y complejo.

Blanco como la arcilla está el cielo, nublado.

Habrá que ir al trabajo.

Van de una casa a otra carteros como médicos.

   

    

 

Traducción de Álvaro García

Escrito en Sólo Digital Turia por Philip Larkin

  

                         Si yo creyese que mi respuesta fuese

                                             para alguien que retornare alguna vez al mundo,

             esta llama dejaría de refulgir,

                                              pero como de estas profundidades,

                                       no volvió nadie vivo, si lo que he oído es cierto,

                    sin temor a la infamia, te respondo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vayamos pues, tú y yo,

cuando la tarde se extiende contra el cielo

como un paciente eterizado en una mesa;
vayamos por algunas calles medio desiertas,

retiros murmurantes

de noches sin descanso en hoteles baratos de una noche

y restaurantes de serrín y cáscaras de almejas[i];

calles que se siguen como un argumento tedioso

de intención insidiosa

que te lleva a una pregunta abrumadora…

Ah, no preguntes “¿Qué?”

Vayamos a hacer nuestra visita.

 

En la habitación las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

 

La niebla amarilla que se frota el lomo con los ventanales,

el humo amarillo que se frota el hocico con los ventanales

lamía con su lengua las esquinas de la tarde,

se paraba en los charcos de las alcantarillas,

dejaba caer sobre su lomo el hollín que cae de las chimeneas,

se resbalaba por la terraza, daba de pronto un salto,

y al ver que era una suave noche de octubre,

se hacía un ovillo junto a la casa y se quedaba dormido.

 

Y es cierto que habrá tiempo

para el humo amarillo que se desliza por la calle

frotándose el lomo con los ventanales

habrá tiempo, habrá tiempo

para  preparar una cara que se encuentre con las caras que uno encuentra,

habrá tiempo para asesinar y crear,

y tiempo para todos los trabajos y días de las manos

que levantan y dejan caer una pregunta en tu plato.

Tiempo para ti y tiempo para mí;

y tiempo aún para mil indecisiones

y para mil visiones y revisiones

antes de tomarse un té y una tostada.

 

En la habitación las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

 

Y es cierto que habrá tiempo

para preguntarse, “¿Me atrevo?” y “¿Me atrevo?”

Tiempo para volverse y descender por la escalera

con una calva en mitad del pelo.

(Dirán: “¡Cómo se le está cayendo el pelo!”)

Mi chaqué con el cuello firmemente levantado hasta la barbilla,

mi corbata, viva y sencilla, pero sujeta por un simple alfiler-

(Dirán: “¡Pero qué delgados tiene los brazos y las piernas!”)

¿Me atrevo

a perturbar el Universo?

En un minuto hay tiempo

para decisiones y revisiones que un minuto deshará.

Pues ya las he conocido todas, las he conocido todas:

He conocido las noches, las mañanas, las tardes,

he medido mi vida con cucharillas de café;

conozco las voces que mueren con una cadencia mortuoria

bajo la música de una habitación alejada.

Y ¿Cómo podría asumir yo?

 

Y ya he conocido los ojos, los he conocido todos –

los ojos que te fijan en una frase formulada,

y cuando esté yo formulado, estirado en un alfiler,

cuando esté pinchado y retorciéndome en la pared,

entonces ¿Cómo podría empezar

a escupir todas las colillas de mis días y manías?

        ¿Y cómo podría asumir yo?

 

Y ya he conocido los brazos, los he conocido todos–

brazos con brazaletes y blancos y desnudos

(¡pero bajo la luz de la lámpara con pelusa rubia!)

¿Es el perfume de un vestido

el que me hace divagar?

Brazos que se posan a lo largo de  una mesa o se envuelven en un chal.

¿Y debería entonces asumir?

¿Y cómo debería comenzar?

.   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .

¿Digo : he pasado al anochecer por calles estrechas

y mirado el humo que sale de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa asomados a las ventanas?

 

 

 

Yo tenía que haber sido un par de poderosas pinzas
que se arrastran por el fondo de mares silenciosos.

.   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .

Y por la tarde, ¡la noche duerme tan plácidamente!

suavizada por largos dedos,
dormida, cansada... o haciéndose la enferma

estirada en el suelo, aquí delante de ti  y de mí.

¿Debería yo, después del té y los pasteles y helados,

tener la entereza de forzar el momento de la crisis?

Pero aunque he llorado y  he ayunado, llorado y orado,
aunque he visto mi cabeza (ya un poco calva) servida en una bandeja,
no soy un profeta – ni es que importe;
he visto titilar el momento de mi grandeza
y he visto al eterno lacayo sosteniéndome el abrigo y reírse por lo bajo,
y, en breve, tuve miedo.

 

Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre las charlas de ti y de mí,
habría valido realmente la pena

haber abordado el asunto con una sonrisa,
haber exprimido el universo en una bola
para hacerla rodar hacia una pregunta abrumadora,

para decir: –“Soy Lázaro que vuelve de entre los muertos,
que vuelve para decíroslo a todos, os lo diré todo”–
Si alguien, poniéndose  una almohada bajo la cabeza ,
dijera: “No es eso lo que yo quería decir en absoluto,
no es eso en absoluto”.

 

 

Y habría valido la pena después de todo,
habría valido la pena,
después de los atardeceres y los rellanos de la puerta y las calles regadas,

después de las novelas, después de las tazas del té, después de las faldas que dejan una  estela al arrastrarse por el suelo
y esto, y cuánto más–
¡ Es imposible decir justo lo que quiero decir!
Pero como si una linterna mágica proyectara los nervios en imágenes sobre una

[pantalla;                                

habría valido la pena
si alguien, colocándose una almohada o quitándose un chal
y volviéndose hacia la ventana dijera:
“No es eso lo que yo quería decir en absoluto,
no es eso en absoluto”.

¡No! No soy el príncipe Hamlet ni nací para serlo;
soy un sirviente noble, el que servirá
para rellenar la trama, empezar una escena o dos,
aconsejar al príncipe; sin duda una herramienta fácil,
deferente, contento de ser útil,

político, cauto y meticuloso
lleno de frases elevadas pero un poco obtuso;
a veces, la verdad, casi ridículo–
Casi, a veces, el necio.

Me hago viejo...Me hago viejo…

el pantalón por abajo me lo pliego

¿Me echo el pelo hacia delante? ¿Me atrevo a comerme un melocotón?
Me pondré pantalones blancos de franela y caminaré por la playa.
He oído a las sirenas cantarse unas a otras.

 

No creo que me canten mí.

 

Las he visto subidas en las olas dirigiéndose al mar,
peinando el pelo blanco de las olas revueltas con el viento
cuando sopla en el agua y la vuelve en blanco y en negro.

Nos hemos quedado en las cámaras del mar
junto a chicas marinas con collares de algas marinas marrones y rojas
hasta que las voces humanas nos despiertan y nos hundimos.

 

 

 

 

 

(Traducción de MARÍA JOSÉ CARRASCO)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



N del T:

El verso original es: “And sawdust restaurants with oyster-shells” pero hemos creído oportuno traducirlo por y restaurantes de serrín y cáscaras de almejas” ya que las ostras en tiempos de Eliot eran un alimento muy común que solían comer los pobres, como afirma Dickens a través de su personaje Sam Weller en  Los papeles póstumos del club Pickwick:La pobreza y las ostras  parecen ir de la mano”.

  El verso original describe un restaurante barato, donde hay serrín en el suelo para absorber  las bebidas que la gente probablemente derramara en el suelo o incluso para los que escupían y en el que la gente tiraba las cáscaras de las ostras al suelo. Hoy esto confundiría mucho al lector porque las ostras son generalmente un símbolo de lujo y sofisticación, todo lo contrario de lo que expresa el texto original.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por T.S. Eliot

         Las novelas del escritor y periodista Carlos Pajuelo de Arcos, como el cine de Hitchcock, utilizan siempre un macguffin en su trama para terminar contándonos otra u otras cosas. ¿Qué fue del dinero robado por Janet Leigh en Psicósis, del microfilm de Con la muerte en los talones o del uranio de Encadenados? Nunca más se supo, tan sólo eran excusas argumentales de carácter flexible (se pueden intercambiar al gusto de unas películas a otras y daría absolutamente igual) para narrar una historia.

         En su última novela, El tetrapléjico, Carlos Pajuelo esbozará el macguffin de una compleja “trama rusa bancaria” para envolver de misterio la cotidianeidad de sus protagonistas, un tan prosaico matrimonio como anticipan sus propios nombres de pila, Cirilo Bonacasa Ferro y Facunda Malpie Trenza -¡ah, los nombres!, siempre tan importantes en la escritura de Pajuelo-, agotado por la rutina y el tedio del monótono discurrir diario, fatalmente interrumpido por un absurdo accidente doméstico: Cirilo se cae de una escalera, o mejor dicho, lo tira el perro de su mujer, cuando estaba poniendo un ventilador en su cuarto. A partir de ese momento, asistimos de la mano de sus hijos, Uma y Santiago, y de los propios recuerdos del ya tetrapléjico Cirilo, al descubrimiento de la existencia de una vida anterior y paralela del mismo ignota para todos ellos, incluida la mujer. De esta forma, tras la cortina de un mundo aparentemente rutinario, se esconde otro mundo lleno de secretos, que da paso a la dialéctica apariencia/realidad, al particular macguffin narrativo de Pajuelo.

         El tetrapléjico tiene pues ese carácter de crónica familiar, tendente siempre hacia lo social y hacia la comprensión -como mínimo, exposición- de una época, la que nos ha tocado vivir. El registro familiar, el sermo humilis, es parte de la herencia de la tradición realista de la novela decimonónica; es esa poética que coloca a la novela en la zona de frontera con la crónica, con el periodismo e, incluso, con la historia del presente, y es aquí donde nuestro novelista se mueve como pez en el agua –no olvidemos su condición de prolífico columnista de opinión y bloguero-. Así, con su estilo conversacional como medio de expresión y  con la familia como objeto de análisis, Pajuelo nos plantea la complejidad de la vida y de las relaciones humanas, y nos muestra su particular visión del mundo, un tanto -o más bien un mucho- paradójica, pues nunca antes en la historia de la humanidad se ha estado tan intercomunicados (Facebook, twitter, whatsapp, etc.) para estar tan solos, solos como su tetrapléjico protagonista, rodeado de gente pero absolutamente solo, solo con sus pensamientos en los que se confunden realidad y ficción, presente y pasado, incapaz de comunicarse con nadie. El tetrapléjico, en suma, es una historia de incomunicación, individual y colectiva.

         En suma, para Carlos Pajuelo contar la vida de un hombre o de una mujer dentro del seno familiar supone adentrarse en las vidas de quienes lo rodean (por muy simples que sean las pinceladas) y en consecuencia, dado que todo el mundo es producto o está inserto en su ámbito social e histórico, el relato de esta vida terminará deviniendo hacia lo colectivo y su crónica. En suma, la familia, gracias a los individuos que pertenecen a ella, le permitirá hablar de la pluralidad de tales vidas y, con ellas, de la vida con mayúscula, mediante agudas reflexiones sobre la realidad contemporánea -los bancos, los banqueros y bancarios; los médicos y la sanidad española; los problemas del mundo globalizado, la informática y los hackers, etc.-, expuestas con un humor ente fino y socarrón, en ocasiones, incluso, si me permiten el adjetivo aragonés, somarda. De hecho, Carlos Pajuelo no se corta e intercala numerosos artículos de opinión bajo la autoría de Uma, la hija periodista de Cirilo, convirtiendo de esta forma su novela en un cajón de sastre, donde todo tiene cabida, pero esto no es algo novedoso en su narrativa, sino una más de las constantes de su forma de novelar.

CARLOS PAJUELO DE ARCOS, El tetrapléjico, Valencia, C.P.A, 2014.

          

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Juan Villalba Sebastián

LA SUYA ES TODA UNA VIDA DE AMOR POR LAS LETRAS NÓRDICAS

LA REVISTA TAMBIÉN SE OCUPA DEL REGENERACIONISTA TUROLENSE JERÓNIMO LAFUENTE

 

El nuevo número de la revista cultural TURIA, que se distribuirá a partir del 24 de marzo,  brinda a los lectores que se interesan por los asuntos o protagonistas aragoneses un atractivo repertorio de temas. En primer lugar, TURIA se ocupa de rendir tributo a uno de los grandes nombres propios de nuestra cultura, el traductor y poeta Francisco J. Uriz. A través de un excelente artículo de Juan Marqués, se analiza la extensa e intensa trayectoria intelectual de un zaragozano “tenaz, ilusionado y algo zumbón que tiene mucho de artesano pero también un poco de jornalero” de las letras. Sin duda, Uriz ha sido un incansable trabajador del idioma: bien traduciendo con maestría como certifica su Premio Nacional a la obra de un traductor, o bien como autor de una obra poética propia que merece ser muy tenida en cuenta.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

SU AUTOBIOGRAFÍA “MI LUCHA”, UNA SAGA DE 3.600 PÁGINAS Y SEIS TOMOS, HA CONSAGRADO INTERNACIONALMENTE AL ESCRITOR NORUEGO

“TURIA” DA A CONOCER, EN PRIMICIA EN ESPAÑOL, UN FRAGMENTO DE “LA ISLA DE LA INFANCIA”, TERCER VOLUMEN DE LA SERIE

 

La revista cultural TURIA publica, en su nuevo número que se distribuirá el 24 de marzo en España y otros países, un avance de la edición en español de “La isla de la infancia”, del escritor noruego Karl Ove Knausgard. La obra, que será editada en mayo por Anagrama, es tercer volumen de su celebrada saga autobiográfica “Mi lucha”, una serie cuya aparición ha constituido en los últimos años todo un éxito internacional.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

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