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Configurar sentido descendente

18 de junio de 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Menos tú, todo está en internet.

 

Habría que vivir dos veces, pero no para no cometer los mismos errores, sino para terminar las lecturas pendientes.

 

El desprecio, ese disfraz de la envidia.

 

La escena más íntima: cuando los libros se desnudan y te desnudan.

 

A veces, un plato caliente viene mejor al corazón que al estómago.

 

La vida es un borrador que no se puede pasar a limpio.

 

Las relaciones comienzan siendo sólidas, luego se vuelven líquidas y después gaseosas. Como los estados de la materia.

 

La feminidad es un arma que se puede malinterpretar. Pero el que se equivoca, ya viene confundido.

 

Sabía de las sílabas de la vida, de la rima libre del tiempo y de la consonancia y asonancia del camino.

 

Se advertía que sus luces eran de bajo consumo.

 

Le preguntaban el presente, el pasado y el futuro del verbo amar. Respondía en imperfecto.

 

Me gusta la rima de cicatriz con olvido.

Las soledades pobladas de libros ya son otras soledades.

 

La fotografía es el insomnio de una imagen.

 

Todo pensamiento abre su propio paisaje.

 

Tengo ganas de llorar –me dijo la nube. Y yo de llover –le contesté.

 

  “Todo fluye”,  hasta que deja de fluir heráclitamente.

 

El aforismo es un pasillo estrecho que nuestra mente ensancha.

 

Le gritaron: la lectura o la vida, y siguió leyendo.

 

Esos matrimonios que van cogidos del brazo para no caerse del todo.

 

¡Ya está bien de tanto sentido común, utilicemos el propio!

 

Las relaciones tormentosas debería partirlas un rayo.

 

Decir “hasta luego” es más cercano que decir ”adiós”, “ a Dior”, es más elegante.

 

En la vida y en los libros pasar páginas es avanzar.

                                                                           

Menos mal que nos queda la utopía y el cuento de la lechera.

                                            

                                                                        

Escrito en Sólo Digital Turia por Carmen Canet

 He aquí un libro inolvidable, se dice el lector cuando concluye la lectura de El cazador de ángeles, un libro al que le tenía ganas y leí apenas tuve entre las manos, pero dejé para leer en profundidad más tarde pues sigo un orden temporal y antes estaban Ensayo para una misión de Fran Ignacio Mendoza, Pavana del silencio de Fernando Sarría, Nadar hasta la orilla de Nacho Escuín y algún otro más. Ya en aquella primera lectura, peripatética pues fue mientras caminaba aquel día, hubo algo que me sorprendió: la amenidad, algo inusitado en un poemario pues la mayoría suelen ser pajas mentales, desahogos sentimentales, pataletas dialécticas o juegos del intelecto. Aquí, no. Antón Castro canta y cuenta la memoria y las gentes que construyeron su educación sentimental y flaubertiana; realiza un homenaje al pasado y el presente que se va, comenzando de esta manera: “Sé dónde estás y qué ves. / Puedo imaginarlo muy bien: / ese océano verde, ahogado por un cielo/ gris y melancólico, el campo abierto / hacia un horizonte interminable”, pues se desdobla en bilocación sorprendente: es el poeta pero es también el objeto de su amor que mira el horizonte; es el lector a quien invita a que se meta entre sus brazos que son líneas; escribe un epitalamio en el que nos fundimos todos. A partir de ahí, desgrana sus recuerdos desde su partida del paraíso gallego: “Cuando yo era chiquillo, / tras irme de la Arcadia / ideal, me dijeron / que ya había perdido / a mi primer amor: / aquella carnicera / que me doblaba en años / y quizás en picardías”, cazando la atención del lector que ya no puede dejar de leer, como si el poeta fuera un ciego con zanfoña y el libro una plaza de piedra y lluvia, para después presentarnos a Saturnino el mendigo que contaba estrellas, invocado por una tercera persona que es el padre del autor, algo que se repite en el libro como si el poeta quisiera ocultar su voz tras apariciones y conjuros, diciendo “no soy yo quien habla, sino ellos”, en un juego mágico, no en vano declara “soy de un país de brujas y cuentos. Mi padre me decía que los aparecidos llegaban con la lluvia y que las salamandras de la fuente eran sagradas", declara para después cantar a su madre en el poema titulado Medianoche, con versos emocionantes que mueven las lágrimas al final, pues esa es una de sus cualidades, saber cerrar los poemas con versos coherentes y maravillosos que deslumbran por su belleza; así, tras evocar a su madre y recordar cómo él cazaba estrellas con tirachinas de niño, mientras que ahora lo hace con el teléfono móvil, concluyendo: “Mamá, o neno”, pues mágicamente se ha hecho niño con el conjuro de los versos. Y es que las figuras de los padres, tíos, hijos, amores y amigos están presentes hasta convertirlos en familia de todos, pasando de lo singular a lo universal, como cuando canta la historia de su padre, emigrante en Suiza, que es la de media generación de españoles que tuvo que emigrar en los años 50 y 60. Es así cómo, entre recordaciones y ensueños, Antón Castro nos va guiando por un mundo telúrico y prodigioso; un mundo entreverado de homenajes a vivos y muertos, como hiciera, por ejemplo, Jorge Guillén pero aquí con versículos empapados de saudade y lluvia que calan al lector, pues no están dedicados a grandes personajes, sino a gente común como Ana y Diego, José Terol, Vicente Almazán, Eva Armisén y Miguel Sebastián…, gente sencilla y corriente a quien acaricia y, si se ha ido, resucita como a Félix Romeo y Javier Delgado. ¿Hay algo más generoso? Creo que no. Un poeta cantando no al mecenas, sino a nadie, como Odiseo, es decir, a todos. Así es este libro sobre el que se podría escribir un ensayo, un libro donde caben relatos en prosa poética (Claro del bosque con mujer), poemas eróticos (Niña de nubes I), enigmas (Dices que te duele la cabeza) y sueños que acaso no lo son (Desvelados), repartidos en cinco secciones como cinco cofres de tesoros donde se guarda el ayer y el hoy; los que se fueron y los que aún están; un libro bellísimo y de lectura imprescindible para quien ame la poesía.

 

 

Antón Castro, El cazador de ángeles, Zaragoza, Olifante, 2021.

Escrito en Sólo Digital Turia por José Luis Gracia Mosteo

4 de junio de 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No quiero ver un mundo sin nosotros
aunque eso nos condene a vivir para siempre. 
De todo lo que hablamos no quedaría nada.
Apenas hay testigos.
Inútil fue la calle iluminada por un sol de verano
y el ruido de otra gente,
y también los tacones castigando la acera solitaria
cuando corría a verte en medio del invierno.
Mi corazón ardiendo y aquel niño 
que comprendió que yo me iba muy lejos
y estaba desarmada
y vino con su paso de pequeño borracho
a darme su pistola de juguete. 
(Debí matarme entonces, mientras pude;
debí matarte entonces, mas qué importa,
si tampoco del arrepentimiento
quedará ni sospecha ni recuerdo).
Faltará mi dramática tristeza 
cuando no puedo verte.
Y faltará la noche,
la noche acumulada,
la noche entre tus ojos, la que tú no veías,
la que tú no querías,
la que yo no podía expulsar de mi cabeza. 
Y faltará tu luz. 
La suave luz que meces mientras andas.
Faltará mi alegría de campana,
de perro rastreando, de hambre, de codicia
de ti, faltará todo.
No quiero ver un mundo sin nosotros.

 

Escrito en Lecturas Turia por Olga Bernad

           Con una marcada tendencia hacia el verso de arte menor, cada palabra de Antonio Méndez Rubio en Hacia lo violento es un soplo de luz, un pálpito de imagen breve pero de inhalación sumamente profunda que, una vez leída, ya nunca más vuelve a desvanecerse, sino que desde el latido accede a lo patente y no solo permanece sino que también se amplifica a través de la caja de resonancia del silencio. A medio camino entre la sombra y el albor, leemos versos como «la luz que ahora titila / a punto de apagarse, / traspasada, no ajena, / nos resume mejor / que cualquier claridad más verdadera» (Méndez Rubio, 2021: 47), y en esta imagen que parece evocarnos el sueño de la vela bachelardiana, el autor insiste en esa «pregunta por la claridad» (Méndez Rubio, 2021: 42) con la que a menudo renombra su incertidumbre. Es así como el poeta deja abierto un interrogante que no parece pretender encontrar respuesta concreta y que sin embargo sí que la halla de algún modo en la forma en la que Méndez Rubio concibe sus versos, permitiendo que la «nieve para la noche» (Méndez Rubio, 2021: 67) del «hilo blanco» (Méndez Rubio, 2021: 109) que vertebra el lenguaje ilumine en cada página la contención de lo accesorio y ascienda al otro lado de las cosas, a su verdad, consiguiendo así ahondar más allá de lo que la vida a simple vista nos presenta.

            El autor, consciente de las continuas hostilidades del mundo en el que vivimos, toma la palabra y, con ella, su propio partido contra el silencio, y muestra en varias ocasiones un paraje desolador en el que «todo bajo las nubes / de después de la destrucción / es de por sí un peligro» (Méndez Rubio, 2021: 57). En este ambiente no resuena sino el eco de la amenaza que, a menudo, por miedo, puede conducirnos a reprimirnos y contener ciertas ideas, clausurando a nuestras propias palabras dentro, y por eso leemos unos versos en los que el poeta nos advierte «Coge aire: te va a hacer falta / para llegar a callar eso» (Méndez Rubio, 2021: 153). El mutismo ocupa entonces ese paisaje hostil en el que se intuye la tragedia y donde «Quienes se quedan no saben hablar. / Se inclinan solamente / como callándose en resto / de vida». Este resto vinculado al silencio, que encontramos también en la inquietante señal de alarma de «Resto sin voz, ¿se oye?» (Méndez Rubio, 2021: 61), es un término que nos conduce a la que en ocasiones da la impresión de ser la única certeza en estos poemas, que no es sino la de que «nada cierra / una mano vacía» (Méndez Rubio, 2021: 106), la de la carencia, la privación, la pérdida, la ausencia, la falta como «lugar / para aprender a perder» (Méndez Rubio, 2021: 98), o lo que sería lo mismo: una experiencia del vacío en la que cualquier indicio de posesión e identidad se ha disuelto y la búsqueda de algo a lo que aferrarse es lo que señaliza el camino.

            De esta forma, Méndez Rubio se resiste a la colonización de un discurso vacío que emane de la palabra fundada por la creencia en la fabulación del relato impuesto verticalmente desde arriba, y al mismo tiempo rechaza firmemente el mutismo absoluto de un mundo oprimido, el agujero dejado por «el hueco de las palabras / que no se dijeron / ni se dirán» (Méndez Rubio, 2021: 133). Así, en las diez partes que conforman Hacia lo violento que recogen textos de nueve libros publicados entre 2007 y 2017 y también una sección final de poemas inéditos el autor logra llegar a establecerse precisamente en el justo punto medio entre estos dos extremos y busca la verdad, avanza hacia lo violento por medio de una creación libre y subversiva que abre con la palabra una grieta en el mutismo dominante, comprometiéndose con la entrega de su lenguaje como cuando reconoce «te puedo dar mi palabra» (Méndez Rubio, 2021: 116) y permitiendo a su vez que la voz sea amparada en otras ocasiones en el silencio de la respiración requerida por determinados poemas como cuando leemos «te hago justicia: / guardo silencio» (Méndez Rubio, 2021: 98) .

            De ahí que, retomando la carencia y el aprendizaje de la pérdida, leamos «para saber faltar: así también el árbol blanco: respira de verdad en la memoria» (Méndez Rubio, 2021: 51), donde vemos cómo se vincula la experiencia del vacío con la apertura del espacio inmaculado a la profundidad del hálito, a esa inhalación del mundo que después exhala la sinceridad en forma de donación de aliento, de palabra e imagen de verdadera trascendencia. El autor entonces permite a sus poemas «ser / del abrir» (Méndez Rubio, 2021: 62), y de esta forma cada verso se convierte en entrega, se vuelve donación de libertad en el lugar abierto que ha traspasado quien ha decidido batallar entre la palabra y el silencio, y en este ámbito leemos «Palabra a palabra. / Manos abiertas: signo eterno / sin más seguridad / que la historia del aire / interrumpida solo por su propia inconstancia […] Dan». Méndez Rubio nos ofrece sus versos y nos entrega su escritura con el riesgo y la naturalidad que acompañan a la profundidad de quien respira, y así inspira la ausencia y la carencia de «la mano que  no / llega hasta la mano que más / quiere alcanzar» (Méndez Rubio, 2021: 147) y desde allí espira la presencia y la entrega de un gesto que «se abre contra el aire / en ofrenda» (Méndez Rubio, 2021: 147).

            Llegamos en este momento al afuera como exhalación, a las «palabras fuera / de las palabras» (Méndez Rubio, 2021: 123) que emanan muchas veces de la necesidad de huida, de la voluntad de extrañarse y salirse de uno mismo, con la convicción de que «adentro de esa voz / todo está fuera / de sitio, de plazo» (Méndez Rubio, 2021: 121) y de que «cualquier fuga puede hablar» (Méndez Rubio, 2021: 126) porque la ruptura de los límites es siempre el inicio del camino hacia el otro lado, hacia la realidad que se encuentra más allá de la apariencia de las ficciones disfrazadas de verdades y de todos aquellos datos subrepticiamente superficiales que podrían conducirnos a «confundir / el mundo con la ilusión de un mundo» (Méndez Rubio, 2021: 144). Se abre así el espacio a la profundidad de la trascendencia, a esa voluntad de aprender a «faltar: hundirse como raíz / del árbol más visible y más seguro» (Méndez Rubio, 2021: 63), y vemos de qué forma el descenso del dinamismo vertical conduce al posterior ascenso de la palabra transmutada en imagen, como advertimos por ejemplo en el poema titulado «A todas las preguntas», que se erige como respuesta que renombra la incertidumbre de un primer interrogante pero sin renunciar a ella, sin resistirse con ello a fundar otra nueva duda. Así, leemos «Hundiéndose esa voz. / Haciendo un agujero / en la tierra inocente, entre la hierba fresca / con la mano que existe. Presintiendo / neblina que, mientras desciende, fulge […] Aquí sigue la mano, / la insegura. / Haciendo un agujero en la tierra con silencio» (Méndez Rubio, 2021: 73). Es así como esta «raíz, la de mover los labios, la de los ojos demasiado abiertos» (Méndez Rubio, 2021: 53) ahonda en la verdad, la excava, horada la tierra y deposita allí la voz a modo de simiente de los labios, del «cielo de la boca» (Méndez Rubio, 2021: 133), y la imagen como semilla de mirada, descendiendo así a la raíz del germinar, al rayo del poema plantado, al filón de verdad de un tallo que crece desde las tinieblas del más silencioso ahondamiento, para acto seguido pasar a elevarse en el vuelo de la imagen como una presencia distinta, como una «raíz del alzar, que a otro intento obedece» (Méndez Rubio, 2021: 53). La palabra de albor de Méndez Rubio procede entonces del abismo, de la oscuridad, no es esa «luz que se olvidó del fondo / para poder vivir» (Méndez Rubio, 2021: 48) sino que permanentemente nos está recordando que se ha originado en las profundidades del silencio y en los dinamismos de las semillas de la vida, como vemos también en «sube la hiedra negra, pero sube / hacia el único cielo / que, hecho de azar, nos / asiste» (Méndez Rubio, 2021: 74). 

            Son las de Antonio Méndez Rubio en Hacia lo violento, por tanto, palabras que, tras haber ahondado en las tinieblas de un mundo hostil, reconocen que «la única sombra / que no es necesario olvidar / es la que nos acompaña» (Méndez Rubio, 2021: 113) y nos hacen entrega de la luz de su ascenso poético, del vuelo libre de la imagen transmutada en exhalación, en hálito que logra elevarse hacia su verdadera y más lírica trascendencia.

 

 

Antonio Méndez Rubio, Hacia lo violento, Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2021.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Celia Carrasco Gil

EL PRESTIGIOSO POETA ESPAÑOL ASEGURA: "TODOS LLEVAMOS UN DEPÓSITO DE ABISMO Y DE SOMBRA DENTRO”

LA AUTORA DE "EL INFINITO EN UN JUNCO" LO TIENE CLARO: "PARA TRANSFORMAR EL MUNDO, HAY QUE REFORMULAR LOS MITS ANTIGUOS"

LA REVISTA TAMBIÉN RESCATA ARTÍCULOS OLVIDADOS DE FRANCISCO UMBRAL

Los lectores del nuevo número de la revista TURIA, que se distribuye este mes de junio, podrán disfrutar de dos entrevistas a fondo con protagonistas inolvidables: Antonio Colinas, uno de los poetas mas carismáticos y de más sólida trayectoria de la literatura española contemporánea y con la filóloga y escritora Irene Vallejo, una de las autoras del momento debido al arrollador éxito de su libro sobre libros “El infinito en un junco”.

 

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

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