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8 de agosto de 2019

        (Primavera)

 

I

Primeras luces.

El aire se estremece:

alas y brisas.

 

II

Han florecido

las ramas del almendro.

¿Es primavera?

 

III

Cruzan la tarde.

¿Adónde van? ¿Adónde?

Vuelo de grullas.

 

IV

Suena a lo lejos

la canción de la tierra.

Croan las ranas.

 

V

Lluvia de mayo.

¡Cómo tiembla la luna

sobre los charcos!

 

VI

En el sendero

que viene de la infancia

crecen zarzales.

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Manuel Neila

8 de agosto de 2019

 No estoy acostumbrada a la esperanza

Seguramente tú estás hecho de energía oscura, ésa que los astrónomos dicen que mantiene, desafiando todas las leyes de la física, en constante expansión el universo desde la explosión inicial. Probablemente eres así y no puedes evitar la destrucción que produces a tu alrededor. O quizá sólo yo provoco en ti esa fuerza oscura con la que me has lanzado hacia el otro extremo del universo. Has creado entre nosotros,en secreto, una distancia infinita que a mí me ha sumido en la confusión y la tristeza. No soy capaz de sobreponerme a la marea que la violencia de tu engaño ha levantado en mi mente. Yo creí ser más fuerte que tu dolor, me engañé pensando que una voluntad decidida puede enfrentarse al destino y dominarlo, que mi amor permitiría allanar las dificultades, sortear las trampas del camino, incluso conseguir que te sintieras ligado a mí cualquiera que fueran las circunstancias de nuestras vidas, que el paso del tiempo y la entrega de estos años tejerían entre los dos una red de complicidad indestructible. ¡Qué inmenso error! Me convertiste en tu juez, en una pesada carga de la que te despojaste, como de una estrella apagada, con gélido desdén. Y aquí estoy derrotada, escondida, temblando de frío y miedo, esperando que llegue un poco de luz a los escombros de esta galaxia en ruinas en la que me he refugiado, como los soldados de un ejército vencido que no quieren ser capturados, pero que tampoco tienen ya valor o fuerzas para seguir combatiendo.

Tengo por delante años de exilio, de no querer ver ni ser vista, tratando de recobrar el aliento y sobrevivir en lugares donde nadie habla con quien está sentado a su lado. Lugares siempre en penumbra en los que, casi en silencio, viejos piratas, desertores de todas las guerras, que hace siglos vendieron su alma al diablo, apuran el líquido brillante que les llama desde el fondo del vaso.

Ellos son la única compañía que puedo soportar porque sus cicatrices hacen las mías menos visibles, su dolor vuelve el mío menos áspero y no me engañan haciéndome creer que no estoy sola.

 

 

 

Baile de debutantes

Escucho una voz de niña enfadada y luego la veo salir del parque y dirigirse a la calle volviéndose, de vez en cuando, para insultar a unos chicos que se ríen de ella. A los chicos no puedo verlos porque unos arbustos los ocultan, sólo oigo sus risas y sus comentarios burlones.

Ella parece furiosa y sus ojos azules y redondos, como los de una actriz de cine mudo, están velados por lágrimas que, valerosa, logra contener.

En el silencio del domingo por la tarde cualquier pelea, por pequeña que sea, supone un acontecimiento y en algunos balcones comienzan a asomar las cabezas de mis vecinos, tan aburridos como yo, intentando enterarse de qué está pasando.

Debe de tener unos catorce años y seguramente por eso me resulta llamativa la soltura con la que maneja palabras tan soeces. Siento la tentación de preguntarle si le han hecho daño o si necesita ayuda pero me da la impresión de que probablemente lo interpretaría como un entrometimiento de vieja.

Es una chica flaca, de caderas y espalda aún estrechas pero se ha vestido como si fuera a posar para la portada de una revista hortera. Quizá esa sea la razón que explique que las risas de sus amigos le parezcan tan humillantes. Se ha puesto unos vaqueros ceñidos de talle muy bajo sujetos en la cadera por un pañuelo rojo y una camisa anudada justo por debajo del brevísimo pecho. Deja a las vista un cuerpo larguirucho y prometedor pero poco apropiado para una vestimenta tan exuberante. La contradicción le confiere un aspecto extremadamente frágil.

Como si hubiera adivinado lo que yo estaba pensando y quisiera desmentirme escupe al suelo con rabia y levanta airada la cabeza, en la que un turbante rojo, como su camisa, sostiene una altísima coleta.

Va caminando delante de mí, apretando altivamente el paso porque dos de los chicos del parque han salido tras ella. Uno lleva al otro sentado en el manillar de su bicicleta y en ese extraño equilibrio de idas y venidas detrás de la chica, este último trata de excusarse echándole la culpa a un tercero ausente. Las excusas me suenan tan familiares, tan repetidas, tan inútiles y,  al mismo tiempo, tan eficaces.

Ella va cambiando el tono de sus respuestas con tanta facilidad que obliga a pensar que estaba deseando hacerlo desde el principio y el chico se baja de un salto del manillar y continúa caminando junto a ella. La conversación, a partir de ese momento, sigue en un tono mucho más bajo y el ciclista se retira sin decir nada.

Ya no puedo escuchar lo que dicen pero, de repente, siento una enorme fatiga. Al verlos juntos, uno al lado del otro, me parecen aún más jóvenes de lo que había creído; ella le saca un palmo y eso suele ocurrir cuando los chicos no han llegado aún a la edad del estirón. No son más que dos niños ensayando un juego extenuante que los tendrá entretenidos, al menos, los próximos cuarenta años.

 

 

Al caer la tarde

Solo necesito una mecedora para pasar la tarde. ¡Qué espíritu tan pobre el mío!. Como a una niña en su columpio, el movimiento me parece suficiente ocupación, me acuna y me acompaña. Atrás y adelante, subir un poco y luego bajar, uno, dos... Siento pasar el tiempo sin dolor y sin afán en la mecedora blanca de mi abuela. La recuerdo a ella, tan lejana, como me veo a mí ahora: adulta, abstraída, extraviada en un laberinto oculto en la parte de atrás de sus ojos, mirando sin fijar la vista en ningún sitio, dejando pasar la tarde sin hacer nada, sin decir nada, sin esperar nada.

Me arrullan el ruido suave de la madera que se balancea sobre el mármol y el roce de las viejas cuerdas que trenzan el asiento al estirarse. Música de tres notas que se repiten, en orden, una y otra vez mientras me voy quedando a oscuras.

Ensayo para mi vejez, solo probable, muchas tardes así. No quiero ver la tele, tan sórdida como acostumbra, sentada en un sillón inmóvil, ni siquiera oír la radio que chorrea palabras grasientas. Mejor mecerme en el silencio y el olvido.

Escrito en Sólo Digital Turia por Eve Ferriols

8 de agosto de 2019

Hay mañanas

 

—generalmente muy frías—

 

en las que ensaya la esperanza

su arquitectura de promesa,

su apetito de suficiente lejanía.

 

Así lo siento en esta plaza,

 

en el perro que persigue palomas

sin intención de atraparlas;

en las luces que a estas horas de luz

siguen encendidas sin necesidad.

 

Todos actuamos hoy como si esa promesa

pudiera cumplirse, sabiendo que es

su incapacidad lo que hoy nos confirma,

que nuestra renuncia es su tratado.

 

Será verdaderamente humana la espera

cuando el tiempo pase así,

sobre esta silla de metal helada

como si fuera una piedra

que me protege de un río

y que me ofrece un río.

 

Tenme en cuenta aquí, Señor,

aunque me niegues el jardín y el huerto,

la lucha contra la mosquita que arruina el tomate.

 

Tenme presente en la piedad

con que esos críos inician la cuenta atrás,

en los sudores fríos de esta pausa.

Escrito en Lecturas Turia por Alejandro Simón Partal

8 de agosto de 2019

 

 

 

 

 

 

Chema López en la biblioteca del IVAM.


 

La visión siempre es un hecho. Es la realidad lo que suele ser un fraude.

G.K. Chesterton

 

 

Chema López, Historia y novela, 2018. Óleo sobre lino, 200x100 cm.

 

 

 

 

  I

 

En las paredes cuadros colgados de diferentes dimensiones, superficies borradas, tachadas, intervenciones, moscas de un considerable tamaño pintadas directamente en la pared, Historia y novela (un óleo a partir del manuscrito de Campos de Almendros de Max Aub), un video de tres minutos de duración que en esta ocasión es un montaje de Chema López a partir de la mítica película de Antonio Maenza Orfeo filmado en el campo de batalla, enfrente, un cuadro de grandes dimensiones -- ¿las dimensiones de una pantalla de cine? -- que representa una escena de la película (Orfeo en el campo de batalla, 2019). En el centro de la sala una vitrina, una mesa  expositora donde se exponen documentos, libros, cartas, carnés, fotografías. Max Aub (1903-1972) y Rafael Chirbes (1949-2015).

 

El pasado = los documentos =la memoria.

El presente = la exposición = la mirada retrospectiva = la interpretación.

El futuro = el archivo.

 

A la izquierda una vitrina más pequeña, junto a otro cuadro que reproduce la contra del único libro publicado por Eduardo Hervás (1950-1972), Intervalo. En la vitrina algunas cartas manuscritas, poemas, traducciones, un cuaderno escolar azul, algunos libros, El Antiedipo de Deleuze y Guattari, Sur le materialisme de Sollers, El Erotismo de Bataille, una edición mexicana del Manifiesto Comunista subrayado, dos panfletos de Mao Tse-Toung en francés contra el culto del libro, dos números de la revista de cine Cinethique. Todo este material sale a la luz por primera vez. Es el contenido de una carpeta de la que no se tenía noticia y que no había sido abierta hasta hoy.

 

Los documentos = el pasado = la memoria = la muerte  = el olvido.

 

Esto es “Materia y memoria en Aub, Hervás y Chirbes: un proyecto de Chema López”. Una intervención en un espacio reducido pero simbólico: la biblioteca del IVAM, que acompañará durante cuatro meses a la exposición Tiempos convulsos (13/02/2019 – 19/04/2020). Una reflexión a través de las imágenes, sobre una época fecunda en contradicciones e intransigencias, una época que dilapidó su herencia,  hipotecó su futuro, y se cobró sus primeras víctimas, vista a través de las colecciones del IVAM.

 

Aub, Hervás y Chirbes. Tres nombres propios. Tres escritores en el museo. Tres obras literarias. Y un encargo a un pintor. ¿Qué tienen en común? En principio estar muertos. El mismo país. La misma historia. Tres muertos. Dos de ellos de sobra conocidos, o desconocidos de sobra. Y el tercero una sombra. La sombra de una sombra. Apenas dejó obra. Apenas tiene biografía. Apenas pisó el mundo. Es el que más nos interesa. Lo cual no quiere decir que sea el más interesante. El que nos interesa hoy es el pintor Chema López. Su lectura. Su exposición. Su pintura.

 

 

II

 

La vida no es una biografía dice Pascal Quignard en su libro La vida no es una biografía.

 

“Vivir no tiene ningún fin;

vivir no tiene ningún telos;

vivir no tiene ningún objetivo;

vivir no tiene ninguna “labor”.

 

Chema López es, a mi juicio, uno de los pintores más originales y comprometidos que tenemos en la actualidad. Su obra, dura, difícil, arriesgada, exigente, comprometida, transciende la mera representación de una realidad concreta para narrarla en imágenes, en metáforas, de cuadro a cuadro y dentro del mismo cuadro, imágenes que se reinterpretan unas a otras, que se aluden unas a otras, que se prolongan, se borran, se difuminan, el mismo cuadro pintado dos veces, negro sobre blanco, blanco sobre negro.

 

Las exposiciones de Chema López narran una historia, cuentan un cuento en el que el protagonista persigue pistas, las pistas le persiguen, pistas en ocasiones falsas, las pistas falsas son las que más nos acercan a la verdad, las pistas verdaderas no son pistas, son pruebas.

 

El acontecimiento acontece.

 

El discurso discurre.

 

Chema López no reconstruye una historia. La historia de un crimen cometido en común. Sino que la deconstruye. Lo contrario de la realidad no es la ficción, es la irrealidad.

 

La literatura.

 

Max Blecher:  Acontecimientos de la irrealidad inmediata: “Cuando miro durante largo rato un punto fijo en la pared, a veces me ocurre que dejo de saber quién soy y dónde me encuentro.” Cuando Chema López pinta un retrato, su modelo es casi   siempre una fotografía impresa o una fotocopia (el impresionante retrato de Hervás incluido en la reproducción pictórica de la contraportada del libro).  Y lo que capta con sus pinceles no lo puede captar la cámara (hay cierta perversión en pintar una cámara, un libro, una caja de cerillas, una partitura, una mosca, cuando  una fotografía aparentemente hubiera hecho mejor el trabajo.) La cámara reproduce lo que ve, lo que tiene delante, lo que se deja ver, lo que no presenta resistencia. El cuadro lo que no se ve, lo que está detrás, lo que se resiste a entregarse, lo que se oculta. No es el parecido, la ressemblance, lo que persigue la pintura de Chema López.

 

La literatura.

 

Max Blecher:  Acontecimientos de la irrealidad inmediata: “A mi alrededor, la realidad exacta tira de mí cada vez más hacia abajo intentando arrastrarme hasta el fondo. ¿Quién me despertará? Siempre ha sido así, siempre, siempre.”

 

Todo encaja.

La materia.

La memoria.

La muerte.

 

Violenta trayectoria:

“Esos ojos no te pertenecen.

 ¿De dónde los has tomado?”

 

y

III

La exposición

 

Cómo la disposición de las obras, su forma, su formato, orienta la mirada del espectador. (La obra siempre es más que la suma de sus partes.) Max Aub, Eduardo Hervás, Rafael Chirbes unidos por lo que los separa. Siempre ha sido así.

Chema López anula la distancia entre la imagen y la palabra pintando palabras que son a la vez imágenes. Pintando la pintura. Algunos cuadros parecen inacabados. Todos los cuadros están inacabados. ¿Cuándo un cuadro está acabado? ¿Lo sabe el pintor? ¿Qué quiere decir acabado? ¿Qué quiere decir inacabado?

El espectador ve lo que cree estar viendo, sin embargo lo que está viendo nunca es lo que él cree estar viendo.

Insistir en la diferencia entre dentro (de la vitrina) / y fuera (en las paredes). Dentro (del museo) y fuera (en la calle)

 

Volvamos al principio. Volvamos a ver la exposición. Volvamos a esa carpeta inédita que contenía los documentos de Eduardo Hervás que se exponen en la vitrina y que tanto ha dado que hablar. Recordémoslos: cartas manuscritas, poemas, traducciones, un cuaderno escolar azul, algunos libros, El Antiedipo de Deleuze y Guattari, Sur le materialisme de Philippe Sollers, El Erotismo de Bataille, una edición mexicana del Manifiesto Comunista subrayado, panfletos en francés, dos números de Cinethique… Escribamos la historia de la carpeta. ¿Hay otras carpetas? ¿Otros documentos? ¿Saldrán a la luz algún día? Antonio Maenza, “el ángel exterminador”, después del suicidio de Hervás estuvo ingresado en un manicomio. Su historia clínica se ha perdido. Sólo Lacan hubiera podido salvarle.  Muere en 1979. Una muerte violenta. “Violenta trayectoria”. El ángel exterminador exterminado. De cuando en cuando alguien escribe un artículo reivindicando a “nuestros malditos”, a nuestra “generación perdida”. De cuando en cuando se publica algún inédito, se pasa una película, aparece una carpeta. De cuando en cuando alguien muere.

 

“Siempre ha sido así, siempre, siempre.”

 

Finalmente me he decidido a escribir la historia de la carpeta. Sería una pena que se perdiera. Sería una pena que se tergiversara. Aquí la tienen.

 

 

Historia de una carpeta

 

--No toquen nada hasta que no lleguemos nosotros, dijo el policía.


 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Manuel Arranz

8 de agosto de 2019

    Ariadna G. García (Madrid, 1977), poeta, crítica literaria, novelista, traductora, con una sólida formación humanista, proyecta, con la publicación de Ciudad Sumergida en Hiperión (el cuarto poemario que publica en esta editorial), una voz poética personal y muy hecha, que ha encontrado en la lírica el molde perfecto para transmitir una conciencia cívica y ecológica que conforma su proyecto de vida.  

    El libro se vertebra en dos temas principales, poco transitados en la poesía española y, por tanto, muy novedosos: la conciencia ecológica universal y otros modelos de familia. Comienza haciendo alusión a los ciclos naturales de las estaciones, que nos recuerdan que somos naturaleza, ante todo. A lo largo del poemario, se va desplegando un ideal, una arcadia soñada que dialoga con los clásicos de los siglos de Oro y hace guiños a la tradición pastoril hispánica, a través de versos que irradian optimismo, a la vez que son sumamente críticos con la sociedad consumista y superficial, plagada de “slogans publicitarios.”

   Llama asimismo la atención un imaginario ártico que retoma tópicos que ya aparecían en La guerra de invierno: bayas, bosques de abedules, nieve y tiendas de piel de reno, que sumergen al lector en una atmósfera de calma y placidez, donde el tiempo se dilata y culmina en la felicidad sencilla, en comunión perfecta con la naturaleza y con la persona amada. Paisajes emocionales donde se puede respirar un aire limpio que conduce al yo poético a un canto celebratorio que nos recuerda la poética de la danesa Inger Christensen:

 

                        “Resplandezco

                        soy el verde

                        atolón

                        el albedo

                        que mantiene

                        habitable

                        el planeta”.

 

    El yo se escinde del ego para hacerse naturaleza, empatizar con todos los seres vivos, yendo de lo individual a lo colectivo:

 

                        “soy la primera célula

                        de los osos polares,

                        y de los zorros árticos,

                        no distingo entre especies

                        cuando comparto un bien

                        soy el suelo que viaja de un ser humano a otro”

                       

    El segundo tema principal, conecta con la militancia LGTBI de la autora, muy presente a lo largo de su obra, e indaga en un modelo de maternidad donde el nosotras (las dos madres), representa el amor libre de convenciones y de “cruces”, que va superando todos los obstáculos para llevar a cabo su proyecto de familia. Destacaría los poemas al embarazo, que celebran a los hijos que van creciendo en el vientre de la esposa y esa espera hace que el yo poético se expanda (“y no me canse nunca de nombraros y hablaros”), transmitiendo seguridad, a través de alejandrinos contundentes, combinados con endecasílabos bien cincelados.

 La sección titulada “Memoria”, reflexiona sobre la estirpe y cómo conforma nuestra identidad:

 

            “Voy siguiendo tus huellas

            por el bosque nevado,

            hundo mis botas

            dentro de tus huellas”.

 

Cobran especial altura esos poemas en prosa poética que mezclan lo elegiaco y lo narrativo donde nos encontramos con el abuelo actor de teatro, superviviente de la guerra civil y de la posguerra gris en la que tuvo que reinventarse.

   En el fondo, Ciudad sumergida es un canto optimista al amor, a la superación. Un yo cívico que no deja de movilizarse: “Aún estamos a tiempo de cambiar.” Ariadna G. García cree en la utilidad de la poesía, en que a golpe de verso es posible mover conciencias y transmitir el mensaje de que siendo cuidadosos con la naturaleza, podemos construir un mundo más saludable. El camino, según la autora, es lo colectivo, vivir como antaño, cultivar la tierra y contribuir a que no se agoten los recursos limitados y llegue el caos:

 

            “Recolectemos juntos las moras del pantano.

            compartamos la hogaza frente al fuego de leña”.

 

Un poemario muy necesario en esta era de egoísmo, cambio climático y degradación del medio ambiente.

 

 

Ariadna G. García, Ciudad sumergida, Madrid, Hiperión, 2018.

Escrito en Sólo Digital Turia por Verónica Aranda

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