Dichoso quien, como Ulises, ha hecho un buen viaje
Joachim du Bellay
Ten siempre a Itaca en tu mente
Llegar allí es tu destino
Konstantino Kavafis
“Desandas el camino de la fuente, de la vía, de la viña. Y de pronto recuerdas el silencio de los membrillos” “Con prados silenciosos, en la orilla / de mi siempre Jiloca avanzo libre, / por lenta seda del ribazo oscuro /a beber en la fuente del regreso”. ¿Cómo mi poesía puede carecer de temas:/ cómo no puedo cantar lo que a Burbáguena se debe?"
Decimoséptimo poemario del autor es el poemario donde la ausencia del tiempo ido está más presente. Fosfenos es un poemario que el propio poeta describe como «revelador», «contundente» y «místico».
Itaca, Burbáguena, origen y destino. Alfa y omega. Razón de ser. Además de eso, nos encontramos ante un silbo de afirmación en la aldea como hiciera Miguel Hernández y Fray Antonio de Guevara en su Menosprecio de Corte y alabanza de aldea. Su mundo, su tierra; sólo su tierra. Su paraíso tantas veces añorado y recobrado. Le sobra todo lo demás.
En el prólogo a las Páginas escogidas, Machado, citado profusamente en Fosfenos, nos explicó uno de los logros formalizados con su poesía, del que se mostró muy satisfecho. “Como valor absoluto bien poco tendrá mi obra, si alguno tiene; pero creo –y en esto estriba su valor relativo— haber contribuido con ella, y al par de otros poetas de mi promoción, a la poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras”.
Del frondoso árbol poético, como Machado, ha podado, cuidosamente, las ramas superfluas, del mismo modo que Juan Ramón Jiménez: “Se quedó con la túnica/ de su inocencia antigua./ (…)/ ¡Oh pasión de mi vida, poesía/ desnuda, mía para siempre!” Ha quitado las ramas pero no han desaparecido los ecos y los trinos de cuantas aves las han poblado. Esas que lo han acompañado en sus despertares como a Fray Luis. Se adivinan los fosfenos deslumbrantes de Quevedo, Bécquer, Machado, Juan Ramón y tantos otros. Como Don Antonio, a distinguir se para las voces de los ecos, y escucha solamente, entre las voces, una. Cumplen esas ramas superfluas que está decidido a podar, con el fin de que el árbol metafórico de la lírica luzca en su integridad. No debe extrañarnos el tremendo parecido entre la preocupación de Bécquer, otro autor numerosamente evocado por el autor, al principio de las Rimas y la de Enrique Villagrasa en su Fosfenos.
“Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo. En algunas ocasiones, (…) buscan en tropel por donde salir a la luz de entre las tinieblas en que viven.(…) Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo. (…) Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido”.
En las Rimas se nos ofrece una poesía desnuda de artificios, una poesía de máxima condensación lírica. Si a Bécquer lo llevó a decir poesía eres tú, la presencia de la amada, la misma que, como en Dante, entiende que un poema cabe en un beso/ verso trémulo. “La bocca mi bacció tutto tremante” (Dante: Inferno, V, 136), en el caso de nuestro poeta, podemos decir que el tú que justifica el poema es Burbáguena. “Burbáguena con el Jiloca se hace verso/ y el poeta exiliado en el mar de su escritura/ abraza ribera y ribazos” (p.19). “(Toda luz amanece en verso justo en Burbáguena con su Jiloca)”. (p.30.)
Siles dice, a propósito de Enrique “Todo poeta tiene, guardado en su memoria, un espacio-tiempo al que siempre que lo necesita – y poeta es quien lo necesita- suele regresar. Ese espacio-tiempo, que puede tomar – o no- forma de lugar, es el que el poeta invoca y busca en ese otro espacio, nunca coincidente del todo con él, que es el de la página.”
Buscando la razón poética, la metapoesía, la metalírica de Fosfenos, podemos convenir, sin excesivo esfuerzo, no hacen falta ni la hermenéutica ni Gadamer, que “todo poeta es su pueblo”, (p.185) que lo sublime es lo normal que “toda poesía es mirada errante y todo poema/ es/ palabra ida. Al fin, marmóreo frío/ en Burbáguena”. (p. 35).
Villagrasa ha sido y es un experimentador (El poeta experimenta en el poema/ todas las formas de la nada y el azar/ del lenguaje en el lenguaje), que no se ha arredrado ni ante el poema en prosa ni ante las formas fijas ni ante la estrofa. Lo que prueba su decidida voluntad de innovación, y su necesidad también. “Todo poeta tiene, guardado en su memoria, un espacio-tiempo al que siempre que lo necesita – y poeta es quien lo necesita – suele regresar” (…) “el yo del autor y el yo de su persona poemática conversan sobre lo que a ambos les parece fue – y en cierto modo sigue siendo aún – su identidad.” Dice Jaime Siles.
Villagrasa despertó a Burbáguena, ¿lo descubrió? al salir del convento. “Desde la celda llegaste a Burbáguena./ Llegaste al amanecer del nuevo día./ La poesía pudo al fin contener la luz/ del murmullo de las quietas aguas del Jiloca” (p.121). Como Machado, “Toda la imaginería/que no ha brotado del río, /barata bisutería”.
Lo confiesa. Del mismo modo que confiesa que la belleza, el fin último de la poesía, no puede ponerse en palabras, ¡ah lo inefable lírico!, más que por aproximación (o el silencio). La palabra poética empieza justo donde el decir es imposible. (José Ángel Valente)
“El silencio que está en la base de la obra de arte (...) es la indecibilidad de la cual nace la obra, la oscuridad inherente a cada una de sus revelaciones. En el arte, la forma se condena y se redime al mismo tiempo. Su consonancia es disonante, su entonación milagrosa, armonía cacofónica. El arte no brinda respuestas, sino sólo una pregunta, y todo a su alrededor, la vida” (Thomas Harrison).
Señala J. A. Valente: “sabemos que comentar es aprender a callar, generar el silencio en el que el texto habla”. El silencio es entonces la materia de la escritura, indica los límites de su extensión y abre el camino a su posibilidad, una posibilidad que incorpora el riesgo de su propia imposibilidad; así se entienden las palabras de J. A. Valente: “Leer es entrar en el libro, es decir, en el territorio de su infinita posibilidad. Entrar en su blanco, en su silencio o en su vacío. (…) La plenitud del libro es su vacío”, y los poemas en los que escribe: “Vienen/ desde el vacío las palabras”, “Este tiempo vacío, blanco, extenso,/ su lenta progresión hacia la sombra”. “El arte no brinda respuestas, sino sólo una pregunta, y todo a su alrededor, la vida”.
Su pueblo es el topos al que volver y recurrir constantemente, como el mito del eterno retorno, el lugar donde se encuentra y se define a sí mismo. En el prólogo del libro, “Burbáguena o la poesía de los lares” José Luis Rey dice: “Villagrasa construye una obra de alabanza a los dioses primigenios del lugar; dioses de infancia y para infancia. Dioses para la palabra y para el silencio; para el poema y el ser.” Estamos ante un poeta profundamente lírico, qué poco hay en Fosfenos fuera de la poesía, y “lárico”, fiel a su lar, a sus lares, que lo hacen volver, volver, volver, cada momento a su Ítaca, a su paraíso. Es allí, en su paraíso, donde cuidadosamente teje y desteje, no le hace falta Penélope, la malla mágica del poema.
Hay que establecer un pacto entre los ojos y el corazón, pacto que se crea con memoria y lenguaje, con vida y poesía. La belleza depende del verso y el verso depende de Burbáguena.
“Burbáguena: esa realidad inventada, renacida, resurrecta, soñada, que reúne en sí misma los juncos de ayer con los de hoy, la escuela y el cementerio, y que permite a Enrique Villagrasa no huir de la huida sino dar sentido a su propio fluir. No otra cosa es la poesía: fijación de un instante que creíamos perdido, salvación de un momento que no queremos ver desaparecer” sigue Jaime Siles.
Los poemas que contienen referentes explícitos o elementos relacionados con la vida o el entorno de la voz poética, que son prácticamente todos, se presentan en la nostalgia de lo indefinido En ese sentido un buen número de poemas plantean como un profundo motor para la nostalgia, el hecho de la imposibilidad de la palabra para ser la cosa que refiere, ese hecho refuerza en los poetas la impresión nostálgica de que hay una parte inaprensible en cada cosa; perciben que no hay modo de referir lo vivido sin lenguaje y, a la vez, notan que lo vivido queda tocado o convertido en buena medida en lenguaje.
Ese topos absoluto, topos trascendido y trascendente, que es Burbáguena, se desarrolla en otros topoi que anclan a este “monaguillo de incensario e hisopo” en su paraíso. Ahí están firmes en el recuerdo y en el presente “en el seco recinto de tus muertos ese tu espacio y su tiempo” (p.101), el río Jiloca, la viña, la fuente, el cierzo, la ermita, la casa, el barrio Moral, el cementerio, “Cuando yo venga a esta casa, el cementerio, no llegaré como extranjero/ Me quedaré aquí para encender tu memoria, como un cirio perfumado. Resonancia y ecos de vidas vividas” (p.149), “a lo lejos la imagen que te persigue: el cementerio/ de Burbáguena, al sol de la tarde siempre” (p,198) o el gratificante sabor de las cerezas, las uvas o los membrillos que nos aproximan la experiencia de nuestro poeta a la de Fray Luis y su huerto o a la de San Juan y el zumo de granadas. “El poeta prueba el exquisito sabor de las uvas en la viña/ de su padre” (p. 168).
Este locus amoenus, cerca del río y en soledad amena, como en Garcilaso, esta razón de ser para el poeta, requieren un contrapunto que haga más entendible la fascinación por ese pueblo-poema-verso-memoria-lenguaje. Ese silbo de afirmación en la aldea del que hablaba al principio.
El contrapunto parece serlo Tarragona y su mar, la aldea y su río frente a la ciudad y el mar. Ciudad y mar que son vistos en el poema con un enfrentamiento en los títulos “En Burbáguena, mi pueblo” (p.46) y “En Tarragona, media vida”.(p.47). “¡En el Diari, en el Port: oh triste memoria! Ciudad con menos teclas que un piano”. (p.47).
Ciudad y aldea que encuentran su nexo, aparte de en la biografía del poeta, en el puerto. Ambos, Burbáguena y Tarragona tienen un puerto que ha conocido las diferentes inquietudes del poeta. Tarragona, exilio pluscuamperfecto la llama en ocasiones, ofrece un puerto en el que trabajar, Burbáguena le ofrece un Puerto: plaza donde descansa el viajero, ante el signo grave de tres bares y una farmacia, (p.170) y la casa del Temple. Cerca del Puerto. (p.134). en la que nació, aunque no la reconozca.
“Así es mi vida del Jiloca al Mediterráneo en este otoño primaveral” (…) Aunque/ siempre estoy en mi pueblo con los que están en mi tierra cercana” (p.99). “No quiero volver a ese mar mediterráneo de la Tarragona del noreste. No quiero/ vivir bruñido por el sol. Estoy con la belleza/inaudita de Burbáguena y sus gentes” (p.178)
Pero en Fosfenos ni todo es retorno ni solo es luz. Como dije de Sílaba del anochecer, es un libro recorrido por la tristeza, lleno de percepciones tristes, románticas si se quiere, en las que el autor se anega. El recuerdo es nostalgia, añoranza del paraíso de la infancia.
Observamos como peculiaridad que el interés de la poesía de nostalgia por la ausencia y lo perdido deriva en la reflexión sobre lo irresoluble o lo imposible. Nos anuncia el fin de algo, la imposibilidad de seguir poblando de palabras las hojas, bien porque la mancha de la tinta las ha hecho inservibles o bien porque no hay tinta con la que impregnar la pluma, dije en otra ocasión.
Cernuda decía: “Importa que el poeta se dé cuenta de cuándo acaba una fase y comienza otra en su desarrollo espiritual; mientras el poeta está vivo, es decir, mientras no se agote su capacidad creadora. No solo es letraherido. Aparecen aquí y allá destellos del presente que nos dicen que la poesía sabe esperar, y dejar paso a otras realidades como puedan ser la pandemia, la muerte de una gatita o las guerras, las malditas guerras, que nos rodean o la visión idílica de unos “niños jugaban en la acequia con sus cáscaras /de nuez” (p.175).
Fosfenos da para mucho, como las infinitas esquinas del verso que lo contiene. “La poesía de Enrique Villagrasa, tiene un componente metapoético esencial, hasta el punto de que no la comprenderemos si no somos consciente de ello. Vale decir que este autor tiene, en gran parte de su obra, la poesía como referente último de su mensaje.” (Pérez Lasheras)
Efectivamente, como característica que tiene ya arraigo en los anteriores poemarios de nuestro poeta, la metapoesía hace presencia en casi todas las secciones del libro. Junto con estos ingredientes habría que añadir otros formales (como el dominio del ritmo poético) o de tono (como la nostalgia -el poeta ha vivido, por razones laborales, lejos de su tierra natal, la muy hermosa comarca del río Jiloca- o la ternura), y de este modo nos haríamos una primera imagen de la poesía de Enrique Villagrasa, en apariencia sencilla pero complejamente elaborada. “¿Acaso en el fondo del verso no es donde vives/ aquel poema que palpita en su profunda luz?” Para Enrique Villagrasa, sigue Siles, “La poesía es lo que él encuentra en Burbáguena, donde la palabra es vida y sendero directo al pasado. Lo que lo obliga a buscar en el texto lo que llama las fronteras de la palabra, que él identifica con el límite blanco/ sonoro, del lenguaje del silencio”.
Cierro esta breve aproximación al libro y su autor con otro reto poético: es la reivindicación del especio lector, como hizo, hace casi un siglo, Robert Escarpit. “Lo sagrado, es la comunicación, el texto es algo secundario" decía el Profesor de Burdeos.
El receptor, con sus posibilidades descodificadoras, es el protagonista final de la cadena de comunicación y conocimiento. La relación es entre tres: emisor-receptor, siendo el texto la bisagra en torno a la cual giran ambos. O Noé Jitrik: “Leer es transformar lo que se lee, lo cual deviene, de este modo, un objeto refractado, interpretado, modificado.
El poema lo es porque lo es para el lector. En muchos casos el autor, el poeta, es su propio lector. De ahí que entre la página y aquel se establezca siempre una dinámica dialógica, en la que el yo del autor y el yo de su persona poemática conversan sobre lo que a ambos les parece fue -y en cierto modo sigue siendo aún- su identidad.
“Es la persona lectora quien termina el poema al atravesar esa y no la puerta que conduce al desierto” (p.97). “Que es un juego de espejos en el misterio, del que no hay que separar obra y lector” (p.53).
Hay que transgredir los límites entre lo vivo, lo experimentado y la metáfora” “canto y cuento es el deseo poético” nos dirá ( p. 105). “Al igual que el Jiloca busca el mar/ el que esto escribe busca y persigue/su conocerse y conocer mejor lo propio”. ¿Cuándo habitarán mis versos/ en tu pasión? Urge ese/ planteamiento poético de la realidad” (p.177).
“El lector es siempre el que escribe/ el poema y su decir significado/ yo me (re)invento en los poemas. Tú te descubres en las palabras./ En tu lectura los signos son. En mi escritura no se significan. ¿Qué clave utilizas poeta?/ La misma que tú lector./La palabra ida” (p.207).
“Un libro de plena madurez reflexiva en el que la memoria se hace filosofía y sensación, conciencia disgregada que busca lo originario y el retorno, que confía en el lenguaje para que persista en los ojos del niño que habitamos esa ilusión azul de eternidad” (José Luis Morante).
Tu sola compañía es la palabra. La soledad del verso te sustenta. No está nada mal reconocer que el poeta vive de (entre, por, hacia, para, con, etc. se puede añadir muchas preposiciones) la soledad de su verso. El eco de ese verso que, de acuerdo con las palabras del poeta en ese mismo poema, alumbra el día en el recorrido del poeta por las calles.
“Sólo el poeta puede/ mirar lo que está lejos/ dentro del alma, en turbio/ y mago sol envuelto./ En esas galerías,/ sin fondo del recuerdo, /...” (Machado). El ancho azul de la tarde y su rostro fosfénico.
Hace muchos años escribí sobre Sílaba del anochecer: “es un libro recorrido por la tristeza, lleno de percepciones tristes, románticas si se quiere, en las que el autor se anega. El recuerdo es nostalgia, añoranza del paraíso perdido de la infancia y el presente intentos de una fuga imposible”.
Digamos, para cerrar estas páginas que todo el poemario no es más que la búsqueda de la palabra definitiva, del verso que refleje mejor sus estados de ánimo, sus sentimientos. El poema demiurgo: El poema quiere alumbrar con el verso lo que el silencio clama.
Burbáguena es la marca de origen, el factor desencadenante. El poeta labra sus surcos poéticos desde esta confesión, esa es su atalaya, su perspectiva, el cristal que tiñe con su color cuanto se contempla a través de él.
Termino con su final, con su confesión: “Y decirles a las personas lectoras de Fosfenos que aquí está mi vida y su poesía, con muchos ecos y muchas voces, con muchas lecturas, con muchos versos repetidos en una forma y en otra, una estructura y otra, siempre necesarias por y para la unidad temática, Es un libro de libros muy descriptivo, pienso, de lo que es el proceso de escritura, o al menos del mío. Y es, tal vez, un tanto, mucho o poco, místico, revelador y contundente. Ahora, las personas lectoras tienen la palabra. ¡Gracias!” Nota final. (p.215.)