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Una decidida apuesta por la filosofía

22 de abril de 2016 12:21:28 CEST

A nadie se le oculta la difícil situación que está viviendo la cultura en los últimos años. El auge de las nuevas tecnologías y el rodillo implacable del progreso están dejando en un lugar secundario todo lo relacionado con el ámbito de las Humanidades y, especialmente, lo que se refiere a la Filosofía, no sólo como disciplina escolar y universitaria sino como proyecto de investigación.

La obra Huérfanos de Sofía, prologada por Javier Gomá y coordinada e introducida por Àlex Munbrú, es una reflexión de docentes y profesionales de la filosofía sobre la problemática de esta materia a principios del siglo XXI. Este ensayo colectivo aglutina la experiencia de trece pensadores que contrastan ideas, proponen nuevos retos y apuestan decididamente por un futuro para la filosofía no sólo como asignatura impartida en el bachillerato y en la universidad sino, sobre todo, como vehículo privilegiado del amor al saber. El libro, subtitulado acertadamente Elogio y defensa de la enseñanza de la filosofía, está abierto al debate, a la reflexión lúcida y a una argumentación basada en el día a día en el aula o en el cada vez más difícil quehacer investigador.

Javier Gomá anticipa en un jugoso prólogo las bondades de la filosofía a la que valora como una actividad intelectual no positivista y no especializada y a la que considera como parte esencial de la cultura de una comunidad. Àlex Munbrú se lamenta en la introducción del daño que la reciente Ley Wert – LOMCE – va a causar a la filosofía, que está cada vez más desamparada por las instituciones y queda relegada al ámbito de la optatividad en bachillerato y a un minoritario número de alumnos en la universidad. Hace especial hincapié en el concepto de utilidad – “¿Para qué sirve la Filosofía?” – y afirma que, por sorprendente que parezca, lo verdaderamente revolucionario hoy día es consagrarse a las Humanidades.

La parte más interesante del libro es la que recoge la experiencia docente de algunos profesores de enseñanza secundaria que conocen la problemática del aula y están cada día al pie del cañón. Alguna de estas aportaciones, como la de Manoel Muxico, está enriquecida con la opinión de cinco antiguos alumnos que proponen diversas iniciativas como replantear el temario, acotar la parte histórica o presentar la materia en forma de seminarios. Todos coinciden en algo tan importante como fomentar la opinión propia y el espíritu crítico consolidando así una buena base humanística. En esta misma línea se sitúa la profesora Ana Lacalle que dibuja con precisión el perfil del estudiante de filosofía en el bachillerato y opina que el papel del profesor en el proceso de aprendizaje debe ser de liderazgo y de orientación. Cita a Gregorio Luri, que establece tres ejes para que funcione el sistema educativo: la confianza de la sociedad en la escuela, el desarrollo del esfuerzo y la voluntad del alumno y la autoridad del profesor.

            Otros docentes abordan con clarividencia el problema y proponen nuevos tratamientos de la asignatura tanto en secundaria como en bachillerato. Ramón Sánchez Román critica el modelo magistral que venimos arrastrando y aboga por un diálogo profesor-alumno que enriquezca a ambos. Cita para ello a Ángel Gabilondo: “El mejor método educativo es querer a los alumnos, hablar bien de ellos, esperar algo de ellos”. También ofrece aportaciones interesantes el profesor Damián Cerezuela, que insiste en la importancia de la filosofía en secundaria y propone una nueva visión de la moral y de la ética. Se lamenta además de la desconexión entre la Facultad de Filosofía y la práctica docente y abre nuevos caminos pedagógicos como el “Diario filosófico” o el cine como herramienta didáctica. Finalmente, el coordinador Àlex Mumbrú juega irónicamente con el nulo papel de la filosofía en la sociedad actual y se plantea la importancia de esta materia como un motivo enriquecedor para la competencia “aprender a aprender” y un instrumento para potenciar la habilidad y conciencia lingüística en el proceso educativo.

            Esta defensa de la filosofía por los docentes de secundaria se complementa con una crítica del tratamiento de la materia en el ámbito universitario: Salas Sánchez aboga por una filosofía analítica, en la línea anglosajona, y critica el excesivo historicismo; Ignacio Pajón reconoce que la filosofía está arrinconada en los últimos planes de estudio  y propone otras salidas laborales al margen de la docencia; Begoña Román insiste en la responsabilidad social de la ética aplicada y Jacinto Rivera insiste en que la reflexión filosófica ha de ocuparse de los problemas sociales: “La actividad filosófica nos enseña a pensar y a dialogar y, por tanto, construye la base subjetiva necesaria para una convivencia moral y democrática” (p. 159). En esta misma línea, aunque desde la atalaya de la jubilación, Francesc Perenya cita a Husserl para valorar la importancia de la filosofía en secundaria aunque expresa el temor de que esta disciplina vaya camino de convertirse en una “maría”.

            El volumen se completa con aportaciones de pensadores que inciden más en la reflexión filosófica que en la propia labor docente: Agustín Serrano vuelve a insistir en la mediocridad de la enseñanza de la filosofía en España; Josep Maria Bech ofrece un diagnóstico poco alentador y unas perspectivas poco risueñas para el cultivo de la filosofía en nuestro país y José María Sánchez de León defiende la apertura mental de la cultura contemporánea, critica el dogma como incultura institucionalizada y perfila la misión de la filosofía como adquisición de la visión global de la totalidad del conocimiento.

            Son muchas las razones para aconsejar la lectura de este libro. Una lectura recomendada no sólo para los profesores de filosofía sino –  ¿por qué no? –  para todo aquel ciudadano interesado en aportar sus conocimientos y reflexiones para mejorar el mundo. La frase de la UNESCO que cierra el ensayo es claramente ilustrativa: “La filosofía tiene el poder de cambiar el mundo, pues está dotada de esa capacidad de transformarnos, dando mayor peso a nuestras indignaciones ante la injusticia, más lucidez para formular las preguntas que incomodan, más convicción para defender la dignidad humana”. – JOSÉ MARÍA ARIÑO COLÁS.

 

VV.AA. Huérfanos de Sofía. Elogio y defensa de la enseñanza de la filosofía, Madrid, Fórcola Ediciones, 2014.

Escrito en La Torre de Babel Turia por José María Ariño Colás

Reflexiones de un intelectual comprometido

23 de febrero de 2016 08:30:07 CET

El novelista, semiólogo y ensayista italiano Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, 1932) ha sorprendido de nuevo a sus miles de lectores con una recopilación de conferencias y artículos, escritos entre 2000 y 2005. Este acreditado intelectual proyecta su mirada inquieta y privilegiada sobre el inicio del tercer milenio y deduce que, a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la humanidad ha entrado en un declive progresivo y ha iniciado una preocupante marcha atrás.

La metáfora popular que da título a esta obra recopilatoria – utilizada ya por el alemán Günter Grass en una de sus últimas novelas – se convierte en afilado estilete con el que el escritor piamontés va diseccionando el mundo actual en sus diversas vertientes y se va haciendo eco de las paradojas del progreso, de lo absurdo de las actuales guerras, de las contradicciones de las nuevas tecnologías y del carnavalesco populismo mediático de la política berlusconiana. El subtítulo de la edición castellana – Artículos, reflexiones y decepciones – difiere del original italiano – A paso di gambero: Guerre calde e populismo mediatico –.  En ambos casos se sugiere, sin embargo, esa actitud abiertamente crítica y ese poso de insatisfacción que nacen con espontaneidad de la pluma de este intelectual curtido en mil batallas dialécticas.

El autor de El nombre de la rosa razona en un breve prefacio el por qué del título de esta obra recopilatoria: “Parece que la historia, cansada de dar saltos hacia delante en los dos milenios anteriores, se encerrara de nuevo en sí misma y volviera a los fastos confortables de la tradición”. Afirma también que le llena de orgullo le consideren antipático, debido a su talante inconformista, a su pensamiento escéptico y a sus planteamientos aparentemente pesimistas e impopulares. Eco agrupa sus ensayos en ocho grandes apartados, para facilitar al lector el acercamiento a los diversos temas y  una adecuada interpretación. La mayoría de estos escritos fueron publicados en los diarios L’espresso y La Repubblica.

El tema de la guerra, tristemente actualizado a partir de los atentados contra las Torres Gemelas y de las invasiones de Afganistán e Irak, ocupa la primera de estas agrupaciones temáticas. El autor retoma, para ello, algunos asuntos ya planteados en un ensayo de su obra Cinco escritos morales (Lumen, Barcelona, 1998), que motivó una serie de reflexiones sobre la primera guerra del Golfo. Umberto Eco acuña los neologismos paleoguerra y neoguerra para referirse a los conflictos de Kosovo y a las invasiones de Afganistán e Irak como productos mediáticos y como un retroceso, en cierta medida, a los conflictos bélicos tradicionales. Para hablar de la paz como una palabra de naturaleza equívoca, el ensayista propone similares planteamientos y la presenta utópicamente como un retorno al primitivismo de la humanidad o a la tan cacareada “Edad de Oro”. El inicio de la guerra de Irak en marzo de 2003 – que sigue produciendo un goteo continuo de víctimas inocentes – inspira numerosos artículos del pensador italiano. Sus clarividentes premoniciones se han cumplido: un ataque a Irak  no ha acabado con el terrorismo, las distintas posturas adoptadas frente a este conflicto han mostrado a una Europa dividida, en el origen de la invasión de las tropas estadounidenses ha predominado el casus belli y, al igual que en la Primera Guerra Mundial, se ha seguido la retórica de la prevaricación.

Una cita del libro Política y cultura (1954), del pensador Norberto Bobbio, orienta las reflexiones antibelicistas de Eco hacia el ámbito de la ilustración, de la cultura y del sentido común: “Sólo el buen pesimista está en condiciones de actuar con la mente despejada, con la voluntad decidida, con sentimiento de humildad y plena entrega a su deber”. Partiendo de esta peculiar filosofía, el autor habla de la importancia del sentido común, de la progresiva pérdida de privacidad, de los eufemismos para referirse a lo políticamente correcto y de la importancia de la cultura y de la educación. En este sentido, hace especial hincapié en la tarea de la escuela en una sociedad multicultural, en el derecho democrático a una auténtica libertad y en la distinción entre ciencia y tecnología.

En la segunda parte, el autor orienta más su crítica hacia los problemas domésticos. El ensayista critica abiertamente la peligrosa tendencia al populismo del gobierno de Berlusconi y alerta sobre los peligros de una nueva política economicista y de un avance progresivo de la incultura en todos los ámbitos. Umberto Eco no puede evitar leves alusiones a su infancia bajo el fascismo y teme, por tanto, una nueva vuelta de tuerca. Su defensa de la libertad de expresión y de las manifestaciones callejeras supone un pequeño impulso a una sociedad todavía imperfecta y perfectible.

Los conflictos bélicos como situaciones de regresión, como retorno a las Cruzadas y como “el modo más absurdo de resolver las cuestiones internacionales”, ocupan gran parte del resto de la obra. Los artículos del piamontés adoptan un enfoque más irónico y un tono crítico cada vez más acebo. Insiste, de nuevo, en la importancia de la cultura para prevenir las guerras, ataca todas las formas de intolerancia –  tanto el fundamentalismo islamista como el integrismo cristiano –  y propone una cultura de la paz basada en la aceptación de las diferencias. Reclama, para ello, una educación en la tolerancia, la ausencia de determinados símbolos en las escuelas y unas propuestas realistas para superar episodios de xenofobia.

Un libro que presenta una visión retrospectiva del presente no podía terminar sin una alusión paradójica al futuro, aunque sólo sea a través del tamiz del sueño: ¿Cómo será el mundo después de una hipotética tercera Guerra Mundial? El autor deja abiertos varios interrogantes y prefiere optar por una reflexión filosófica sobre la muerte. No como un final inevitable, sino como una pérdida del tesoro de la experiencia.

Filosofía, crítica social, disquisición política,…toda una rica miscelánea de temas y propuestas para el lector inquieto por las turbulencias contradictorias de este nuevo milenio.

 

Umberto Eco, A paso de cangrejo, traducción de María Pons Irazazábal, Barcelona, Debate, 2007.

 

 

 

 

    

Escrito en La Torre de Babel Turia por José María Ariño Colás

Una infancia de provincias

13 de noviembre de 2015 08:37:00 CET

Ángel Gracia nació en Zaragoza en 1970. Ha trabajado en bibliotecas, quioscos, librerías de todo tipo (ambulantes, independientes y de grandes almacenes), como corrector y, desde 2005, como programador cultural. Es autor de los libros de poesía Valhondo (2003), Libro de los ibones (2005) y Arar (2010), que forman una trilogía unitaria. Ha publicado la novela Pastoral (2007) y el libro de viajes Destino y trazo. En bici por Aragón (2009), una recopilación de artículos publicados en Heraldo de Aragón.

El Campo Rojo es un descampado parecido a Marte, asfixiado por la contaminación de las fábricas. Ahí acuden los chavales de la banda del Farute a jugar a los fusilamientos, a esnifar pegamento y a meter mano a las chicas. El poder de los matones se extiende por las aulas frías y hostiles del colegio. Los alumnos viven aterrados: tienen once o doce años y no hay nadie que los proteja. Todo lo observamos a través de los cristales hiperbólicos del Gafarras, el cuatroojos empollón de la clase, que sobrevive callando, repitiendo a diario los mismos gestos rituales y gracias a la fuerza secreta que lo sostiene: su odio infinito.

El maltrato de niños a otros niños es la herida y el hematoma central de esta narración, a menudo despiadada. Los pasajes llenos de ternura y el humor (por momentos salvaje e hilarante) son apenas una venda que oculta pero no cura. Los libros, los sueños y las fantasías infantiles se convierten en la única vía de escape de la mente erosionada del Gafarras. En sus ojos vemos escrita una fatalidad inminente. El Mal habita por igual en verdugos y víctimas. 

Como muy bien ha subrayado Alberto Olmos: "Campo Rojo retrata una adolescencia de provincias que a muchos nos resulta conmovedoramente reconocible, con la distancia justa entre el pudor y la recriminación".

Ángel Gracia. Campo Rojo. Candaya, 2015.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Redacción

La música visual de la escritura

10 de noviembre de 2015 09:38:37 CET

Aunque el siglo XX haya sido muy fértil en sus reflexiones sobre el lenguaje, no resulta fácil encontrar experiencias como la de Clarice Lispector. La escritora brasileña se adentró en los parajes mudos, buscó lo que alienta bajo el manto del silencio. Allí se asientan praderas y praderas de seres y sentimientos nunca mencionados, e imposibles de nombrar, no porque no existan, sino porque las palabras son incapaces de orientarse en ese flujo de vida, de latidos y presencias que no se dejan atrapar por el lenguaje. La palabra ha de actuar como anzuelo para atrapar lo no dicho y, tal vez así, tampoco lo consiga, y sólo pueda obtener un rumor, un aroma, un vago presentimiento. Pocos escritores han luchado tan duramente con el lenguaje como lo hizo Clarice Lispector y quizá uno de sus logros, una de sus obras más herméticas, pese a lo trasparente de su léxico y de sus imágenes, sea justamente Agua viva.

El libro se publicó en 1973, pero lo que el lector tiene en sus manos es apenas un resumen de una obra que triplicaba el número de páginas, cuya redacción llevó a su autora varios años y que recibió, a lo largo de ese periodo, distintos títulos como “Detrás del pensamiento: monólogo con la vida” u “Objeto gritante”. Sólo tras una exhaustiva reducción el libro terminó denominándose Agua viva con el doble significado de “manantial” y “medusa”, pues recibe ese nombre en Brasil un tipo de celentéreos trasparentes que abundan en sus playas. La obra no tiene la denominación de “novela”, sino de “ficción”, tal vez porque su autora no consiguió darle la coherencia que consideraba necesaria para ese género literario. Así, pues, estamos ante un libro u obra de ficción, que no alcanza el rango de novela y que describe el día a día, los apuntes, de una artista plástica que podría ser la propia Clarice Lispector. Es sabido que, en aquellos años, la escritora brasileña se interesó por la pintura y la fotografía. De hecho, se han catalogado un total de veintidós obras, la mayoría en técnica mixta sobre madera, de las cuales dieciséis están fechadas en 1975 y una en 1976. Las restantes son, sin duda, anteriores.

Sin embargo, el tema de Agua viva es la vida, el instante, o la instantánea, pues también estamos hablando de fotografía. Pero es además un libro musical con su melodía de fonemas y palabras, donde también suena el silencio o, al menos, éste deba ser escuchado.

Se trata, por tanto, de las anotaciones de una mujer que se sirve de todos los lenguajes artísticos para expresar lo que denomina lo “it”, lo neutro que constituye el núcleo del ser, lo anónimo que habita en la vida, ya que, semejante a una corriente imparable, ésta circula confundiendo las aguas y puede desembocar tanto en la muerte como en la divinidad. El libro es también un pequeño tratado metafísico, un conjunto de aforismos, de visiones nocturnas, de clarividencias de una escritora que, en todo momento, quiere transcenderse a sí misma, alcanzar un estadio en el que los lenguajes pierdan su sentido o, tal vez, lo tengan justamente en su total acabamiento.

Agua viva murmura como una fuente, pero no parece tener huesos ni nervios, como una medusa, que nos atrapara para absorbernos poco a poco. Es un libro para leer y releer en un continuo que nunca acaba y que tampoco tiene un principio. Es cierto que muchos de los párrafos que se incluyen en él fueron escritos a vuela pluma y publicados en la columna que la escritora tenía en el Jornal do Brasil en el que colaboró entre 1967 y 1973. Aquellos textos fueron luego incorporados a sus libros Agua viva y Un aprendizaje o El libro de los placeres como también a cuentos y relatos de esos años. Se entiende así la aparente inconexión de los fragmentos que no siguen un hilo narrativo, pero que tienen un denominador común, un pathos, que son esas reflexiones de una escritora, artista plástica y compositora mental, que está angustiada por la soledad y el abandono, obsesionada por una divinidad ausente a la que continuamente apela, desasosegada por el significado de la vida y por su propia identidad. ¿Quién habla en este escrito? ¿Quién es ella, la que nunca se nombra a sí misma, que se dirige al lector como a un amigo, con un “te”, que en portugués implica un importante grado de complicidad? Todo hace pensar que se trata de la escritora, autora del libro, que, en este caso, no necesita enmascarase bajo unas siglas como en La pasión según GH u otros nombres como Macabea o Ángela, protagonistas de sus novelas La hora de la estrella o Un soplo de vida. Quizás por esta falta de simulación, por este hablar cara a cara con el lector, como lo haría en sus columnas periodísticas, sea por lo que no califique el libro de novela, aunque ¿porqué denominarlo ficción si tiene más que ver con un diario?

Diario o ficción, Agua viva presenta algunos de los textos más sugerentes de la obra clariceana: el catálogo de las flores, por ejemplo, que podría describir su peculiar, y poética, forma de aproximarse a un ser vivo ya sea animal o vegetal. O también la descripción del espejo—su calidad de objeto enmarcado le permite asemejarse a un cuadro—, que se convierte en puro destello, en un “vacío cristalizado”, en el “espacio más hondo que existe”, pues brilla con todos los reflejos, absorbe todas las luces y las imágenes, es el retrato de quien lo mira y vibra como un cuerpo palpitante: Se quita su marco o la línea de su bisel y crece como el agua que se derrama. Es, en consecuencia, agua viva.

Entre las curiosidades que se podrían mencionar acerca del libro están las anotaciones de Clarice en el manuscrito previo con el que trabajó ya sea suprimiendo, reorganizando o añadiendo textos. En éste, que lleva por título “Objeto gritante”, sintetiza en tres frases sus pretensiones: esperar el argumento, escribir sin apremio y abolir la crítica que seca todo. Sabemos que el argumento nunca llegó, o mejor, estaba ya implícito en el original, por lo que no fue necesario inventarse otro. En lo que respecta a las otras dos pautas, al parecer, tampoco fue tan estricta como pretendía. Su biógrafa, Nadia Batella Gotlib, afirma que trabajó en este libro desde 1971 y que, llena de inseguridades, consultó a diversos amigos por la calidad y coherencia de su obra. Finalmente, en 1973, decidió imprimirla. Sin embargo, en el manuscrito mencionado hay una anotación curiosa: “Rever (y volver copiar lo que fuera necesario) cambiándolo a 1974 o 1975, hasta fin de año, diciembre inclusive.” Es decir, que, al formalizarse este original, a comienzos de 1972, Clarice consideraba que tendría que trabajar en el libro por lo menos hasta el 75, que fue justamente el año en el que produjo la mayor cantidad de sus obras pictóricas. Una razón más para testimoniar la actividad interdisciplinar de la escritora brasileña y su necesidad acuciante de expresarse.

Hay que celebrar la reedición de este libro y destacar la espléndida traducción de Elena Losada que, como le caracteriza, es ajustada y meticulosa. Como debe ser.- ANTONIO MAURA.

 

Clarice Lispector, Agua viva, traducción de Elena Losada, Siruela, Madrid, 2014.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Redacción

Una oportuna e interesante novela sobre la identidad

10 de noviembre de 2015 09:33:55 CET

Carlos Fortea (Madrid, 1963). Además de escritor, es profesor en la Universidad de Salamanca y traductor literario con una labor de más de cien títulos, entre los que se cuentan obras de Thomas Bernhard, Günter Grass, Stefan Zweig, Alfred Döblin, E.T.A. Hoffmann y Eduard von Keyserling. Es autor de las novelas juveniles Impresión bajo sospecha (Anaya, 2009), El diablo en Madrid (Anaya, 2012) y El comendador de las sombras (Edebé, 2013). Los jugadores (Nocturna, 2015) es su primera novela para adultos.

En la Conferencia de Paz de París, en 1919, coincide una serie de personajes provenientes de diversos países: algunos españoles -una periodista apodada «Carta Blanca», un extraño reportero que trabaja por libre, un especulador y su amante- y otros de las potencias en conflicto, tales como un congresista norteamericano, un activista empeñado en difundir su mensaje, diplomáticos, exiliados rusos y figuras históricas de la magnitud del presidente Wilson, Churchill, Keynes o Clemenceau.

A partir de un asesinato, el comisario Retier iniciará una investigación que entrelazará los rumbos de todos ellos y evidenciará los conflictos que se originan cuando tantos países se reúnen para defender intereses muy distintos.

Una fascinante novela con ecos de perturbadora actualidad sobre la identidad europea ambientada justo antes del Tratado de Versalles y de la irrupción de Estados Unidos como primera potencia mundial.

Carlos Fortea. Los jugadores. Nocturna, 2015.

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por Redacción

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