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Configurar sentido descendente

He llegado hasta aquí gracias al dolor

30 de septiembre de 2024 10:01:34 CEST

O cómo mantenerse viva gracias a la literatura. Iuliana S. Apostu, nacida en Sibiu, Rumania, en 1995, vive en España desde hace casi veinte años. Graduada en Filología Hispánica, actualmente es profesora de Lengua y Literatura Española en un instituto turolense. Ha sido premiada en algunos concursos literarios, como el Premio Internacional de Cuentos Max Aub de Segorbe (modalidad comarcal) por el relato “Sin título” –primero de los presentes en el libro objeto de reseña, aunque con leves modificaciones estilísticas y de contenido– y el Premi Universitat de València d’Escriptura de Creació por el poemario válgame dios, ambos en el año 2020.

Cuidada edición la de la sevillana Editorial Dieciséis, con bella portada de una muchacha cerrando los ojos y viajando, que es muy útil, como Céline sugería al principio de su novela más famosa. Solapas y contraportada también nos proporcionan buena información sobre el universo vital de la autora.

Ocho relatos del taller de la autora componen el volumen: “Sin título” (que intitula el libro), “Una niña”, “Puntadas”, “nacer, morir”, “Mirilla”, “Llueve con rabia”, “crac, amor, crac” y “Yo quería quedarme en Barcelona”, interconectados por cierta experiencia vital y/o literaria y narrados en primera persona, a excepción de “Llueve con rabia”. Ocho cuadros, como los de la exposición de Mussorgsky, con diferente música literaria. Ut pictura poesis atormentada e interior: no es casualidad que cierto inquietante universo pictórico esté reflejado en algunos de ellos –Rothko, Polke, Kiefer por partida doble…–. Tan turbadores como el indiscutible lenguaje poético de nuestra autora.

Porque es peligroso asomarse tanto al exterior como al interior, ambos universos inhóspitos. La lectura de los relatos demuestra que Iuliana S. Apostu es maestra en el recurso de la elipsis, no exenta de un hermetismo que no pone las cosas fáciles al lector. Pero ahí radica lo sugestivo de su literatura. Automartirio, autoinmolación, sangre, cuerpos y mentes maltratados. Aunque sea curioso que, ante tanta truculencia, la descomposición y la podredumbre estén relativamente poco presentes en su narrativa. Porque lo podrido está muerto y en esta escritura hay mucha vida, demasiada.

Leamos el relato “Puntadas”: son las catorce que se aplica en la boca el personaje. Cada una de ellas es un momento de su vida, explicado con mayor o menor extensión. Lo que en principio es sinónimo de callar, paradójicamente y gracias al poder de la escritura deviene literatura… Romántica (sí), posmoderna o de retorno a lo real, que el lector elija. Y puede que oracular desentrañando señales: de ahí los sacrificios cruentos. Porque todo es hecatombe, como la de las cabras y humanos en “Llueve con rabia”, que recuerda a versos de su poemario válgame dios: “[…] los corderos a punto de ser desollados / para degustarlos en la mesa de Pascua / después de ir a misa / y rezarle a un dios que está de vacaciones”. Cosmogonías vacías, que de alguna forma hay que llenar el paréntesis de cada cual.

Lo cotidiano, la vida normal, conduce en ocasiones a auténticas historias de terror, como acontece en los relatos “Una niña” o “Mirilla”, no exentos de cierto suspense con finales inquietantes.

Amores y desamores también pululan entre las líneas de las ficciones literarias de la autora, casi siempre con mucha inestabilidad cargada de esperanza y, sin embargo, consciente de desilusiones anteriores, así como de imposibilidades a veces cargadas de crítica. Así sucede en el último cuento de la recopilación (“Yo quería quedarme en Barcelona”): “Tu capacidad de invadir lo bello y descomponerlo, de convertirlo en basura, es asombrosa. Y es una pena porque te repito que te arrastraría hasta esa puta pared porque ese rojo no es más de lo que reflejas: muerte, descomposición, hambre de carroña” (p. 152). Ante lo cual, el reseñista se abstiene de cualquier comentario. No es lo mismo un rojo “arteria” que un rojo “putón” (p. 151). O un expresionismo abstracto de Rothko que, pongamos por ejemplo, el de Barnett Newman de “Vir heroicus sublimis”… Formas de ver la vida y sensibilidades incompatibles, lo que es casi inevitable.

Literatura española, sí, pero con orígenes, no lo olvidemos, en una Rumanía natal no desdeñada ni olvidada, lo que conduce a una excelente simbiosis. Éste y otros aspectos de la narrativa de Iuliana S. Apostu quedarán en el tintero, como ciertos feminismos, vista la poca relevancia de elementos masculinos en los cuentos –a excepción de “Llueve con rabia” – o cierta sexualidad natural que da lugar a encuentros… y desencuentros.

Sin título es una recopilación muy bien hilvanada con puntadas expertas, pero también un prometedor banco de pruebas de la autora, de la que cabe esperar mucho en un futuro. No cabe duda de que el “Continuará” augura buenas expectativas.

 

Iuliana S. Apostu, Sin título, Sevilla, Editorial Dieciséis, 2024.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Jesús S. Carrera Lacleta

La luz de la memoria

30 de septiembre de 2024 09:43:59 CEST

La poesía de Vicente Cervera alcanza plenitud expresiva en El sueño de Leteo (Sevilla, Renacimiento, 2023) gracias a una destilación estética en la que se dan cita el impulso hímnico y la cadencia elegiaca, la emoción y el misterio, la sensualidad y la erudición. A lo largo de la trayectoria del autor se prefiguraban diversos temas que encuentran una feliz decantación en estas páginas. El descubrimiento de la otredad, la interrogación sobre el enigma de la existencia o la reflexión metapoética son motivos que ya asomaban en la galería de semblanzas literarias contenida en De aurigas inmortales (1993, reeditado en 2018), en los acordes que animaban La partitura (2001) o en las inquisiciones metafísicas que protagonizaban El alma oblicua (2003) y Escalada y otros poemas (2010). No obstante, El sueño de Leteo aporta una nueva tonalidad que surge de la aleación entre la serena distancia y la combustión emotiva, de tal modo que se difuminan las fronteras que separan “el desgarrón afectivo” de la evocación lírica. También la impronta de los maestros aparece ahora metabolizada en una voz personal, por más que adivinemos aquí y allá la huella de los clásicos latinos, la altivez estoica tamizada por los vates del Siglo de Oro, el homenaje a los románticos alemanes o la acogedora sombra de Borges, a quien Cervera ha estudiado en su faceta de investigador y profesor universitario.

Si bien El sueño de Leteo se divide externamente en tres partes numeradas, no es difícil apreciar una serie de hilos conductores que dotan de continuidad al discurso. El primero se corresponde con las paradojas de la identidad, que nos muestran a un yo escindido y tentado alternativamente por la luz y la oscuridad. Ya el primer poema, “Leteo”, en el que el poeta discute con “el impostor de la conciencia”, remite a los monodiálogos de Gil de Biedma, aunque sustituyendo el efecto de intimidad y el registro coloquial por una pudorosa lección existencial. La presencia del doble se advierte asimismo en “Mi maestro”, una recreación del mito de Jekyll y Hyde, o en “Over the rainbow”, donde el camino de baldosas amarillas conduce al extrañamiento: “Bajé / la vista y allí esperaba, radiante, / mi otro yo: la fecha, el nombre y el árbol / de la genealogía”. Las máscaras subjetivas se asocian en ocasiones con el somnium imago mortis, según se observa en “Despiertas” o “Del sueño”, y con los símbolos de la desazón, como la lechuza o el “felino rampante” que vigilan a un yo aprisionado por la rutina en “El filo”.

Otro núcleo semántico del libro es la oda a los poetas, a quienes se les atribuyen valores vinculados a la ilusión, la inocencia y la libertad. Con todo, la materialidad del mundo circundante los condena irremisiblemente al desencanto: los retratos espirituales de Hölderlin (en la torre de “Tübingen”) y de Byron (ante las tinieblas de “Tenebrae factae sunt”) ejemplifican el combate entre el anhelo auroral y la propensión a la penumbra. De distinto sesgo es “Unidos en Eleusis”, que se eleva sobre la desesperanza para culminar con una admonición a los poetas de la Arcadia bajo la bandera del paganismo hedonista: “Unidos en Eleusis, poetas del Leteo”. Junto con la poesía, la música adquiere relevancia en “O grosse liebe!” (sobre una pieza coral de Bach), “Algarabía” (consagrado a un coro de gorriones) o “Bremen”, que retoma la melodía del cuento “Los músicos de Bremen” para reivindicar la capacidad catártica del canto “frente al presagio oscuro o la noticia / ronca o el heraldo negro o la sonrisa / hosca”.

La elegía amorosa constituye el eje de algunos poemas en los que se entrelazan la pérdida de la inocencia y la cicatriz del deseo. “La inocencia”, “Anima dannata” o “Dos almas” inciden en la fugacidad de una comunión erótica que a menudo desemboca en “turbias lágrimas de ausencia”. Siguiendo el lema del romance francés “plaisir d’amour ne dure qu’un moment, / chagrin d’amour dure toute la vie”, el personaje de estos versos lleva a cabo una ritualización amorosa presidida por la melancolía. Así ocurre en “Del absurdo” o en “Halloween”, en cuyo desenlace los disfraces aterradores se reemplazan por una espectralidad más inquietante: “Sabían que los esqueletos / no estaban en los disfraces ni en los filosos / chillidos, sino en sus pasos torpes y en sus desligados / corazones”. De ese desligamiento dan cuenta igualmente aquellas composiciones que afrontan con serena resignación el paso del tiempo, a veces atemperado por la compañía de los libros (“Clamor”, que rubrica el mensaje de Quevedo en “Desde la torre”) y otras veces adscrito a la plantilla tópica de las ruinas (“Mutaciones”, donde la devastación arquitectónica funciona como una suerte de correlato psíquico del paseante que contempla los estragos de la vanitas).

El último apartado de El sueño de Leteo aún nos depara más sorpresas: si “La vergüenza” ofrece una entrañada denuncia social mediante la reconstrucción de una estampa infantil, “Rosas y apotegmas” se erige en una conturbadora elegía a la figura del padre, más cerca del regeneracionismo del Machado que cantaba a Giner de los Ríos que del patetismo al que se prestan esta clase de composiciones, en las que el dolor por la pérdida suele imponerse a la coloración afectiva del recuerdo. En definitiva, con El sueño de Leteo Vicente Cervera emprende un viaje hacia el alumbramiento (tanto hacia la luz de la conciencia como hacia la ceniza de la memoria) y firma su mejor libro hasta la fecha.

 

Vicente Cervera, El sueño de Leteo, Sevilla, Renacimiento, 2023.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Luis Bagué Quílez

Una moderna elegía a la muerte del padre

23 de septiembre de 2024 09:58:29 CEST

Una de las mayores alegrías que puede encontrar un lector de poesía es la de un libro bien escrito y distinto, lejos de los cánones transitados (pero con los lenguajes y usos del momento que habitamos), y con esa autenticidad de la poesía genuina. Algo dice T. S Eliot sobre esa poesía en Lo clásico y el talento individual, aunque desgraciadamente para él, salvo Virgilio, todos seamos poetas menores. Lo cierto es que en este gran momento de las lenguas asentadas y donde el todo por venir está en las que aguardan su clasicismo, es esta incumbencia que vivimos, explicó Northrop Frye, la hipersubjetividad está a la orden del día. Es el caso de esta moderna elegía que guarda en lo íntimo el desgarro “él se quedará aquí en el pecho prendido y en las fotografías manchadas de huellas dactilares” porque no necesita enumerar para la gloria, para la Fama, las virtudes del padre a lo Jorge Manrique, sino guardarlas, atesorarlas en su propio dolor e intimidad, en la coraza de su propio pecho. Y es que Cabeza de familia es una moderna elegía a la muerte del padre con el horizonte referencial de Jorge Manrique (solo referencial, pues poco tienen en común salvo el óbito del progenitor), para hacer una emulación de las virtudes del fallecido, pero también del aura que se infiltra y tizna la espera ante la muerte de quienes le aman, las circunstancias, en el Hospital Arquitecto Marcide de Ferrol, ciudad donde nació Alicia Bouzao (1987). Y para mostrar esos dos mundos, el del recuerdo del muerto, el de las creencias, que “guarda mi madre” y el del puro fervor sin creencia, el yo lírico desenrolla estos versos llenos de delicadeza y ternura, emoción.

Cabeza de familia es un libro dividido en cuatro secciones con el mismo asunto, para contarnos un proceso emocional (y un suceso que lo desencadena) en verso libre y versículos, a veces casi “proemas” e indistinguibles en la práctica pues todo depende del cómo se lean… Así lo estudiaron Carlos Jiménez Arribas (demuestra en un ejercicio a propósito de ello) y María Victoria Utrera Torremocha. Proemas que han tenido en las dos últimas décadas una importante presencia en España, aunque vinculada a ciertos herederos de las poéticas del silencio en los 2000, si bien no solo. Y así asistimos al proceso de la espera, de la generosidad y virtudes del padre, a los vacíos, a veces con la técnica del leixa-pren para relatar ese dolor íntimo que algunos poemas sobrecogedores y espléndidos elevan a poemas que así pueden llamarse, con mayúsculas. Me refiero a «Dust» o «Para crear el ojo de Emilia», «En el cuello» y «Una bala llegó en mayo» que nos hablan del talento de una poeta relativamente tardía en cuanto a la publicación de su primer libro, Manual para la comprensión del insomnio (2019), y que ha sabido esperar para cantar con fuerza y autenticidad, con esa determinación literaria del poeta genuino, con el que comenzábamos la reseña. Lecturas no parecen faltarle y, además, bien escogidas (la de Dylan Thomas es estupenda), bien traídas. Y si a eso le sumamos la mezcla de referencias realistas (zapatos de Zara o Jin Morrison), y las asociaciones de corte irracional que maneja con tropología propia, “la chica de perfil recto/como la línea de un divorcio” o esa personificación de la melena que “empezaba a caer dormido sobre los hombros”, entre otras más arriesgadas y sugerentes,  pero controladas (no es Michaux ni Ashbery), sabremos que estamos ante una poeta que lo es, con mucho que decir y futuro por delante. Una grata sorpresa este Cabeza de familia y su cuidada edición en Lastura.

 

Alicia Loustao, Cabeza de familia, Madrid, Lastura, 2024

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

Eternidad

13 de septiembre de 2024 12:04:47 CEST

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensar la eternidad

(con sus distintas marcas registradas:

«la gloria literaria» es una de ellas,

tal vez la menos falsa o la que pasa

mejor las aduanas, sin levantar sospechas

su a menudo dudosa mercancía),

pensar la eternidad, decía y digo,

es manejar trilita, un explosivo;

raro será que no te estalle un día

en el alma y te deje para siempre

mutilado de sueños y esperanzas.

Si «humano no es medirse

con los demás, sino ocuparse solo

de las cosas», no quieras

medir tu corta vida con nada que no sea

tan corto como ella.

Blíndate el alma con la rosa efímera;

hazte un búnker por dentro con el canto

del ruiseñor, bastión inexpugnable;

alambra con espino tus afectos

y mina sus contornos 

de soledad, pues los resentimientos

son buenos zapadores. Que ninguna

luna llena se vaya sin que tú

con ella hayas hablado unos minutos:

nada te hará más fuerte.

«Oh monte, oh fuente, oh río» es todo cuanto

un hombre como tú va a precisar.

Ninguna de las ruinas gloriosas del pasado

ni la suma de siglos que hasta aquí

nos las han conservado etiquetadas

vale lo que este día, uno de tantos,

lo que esta rosa efímera,

lo que un ruiseñor, lo que cualquier

noche de luna llena.

Cada segundo de esos, vividos a conciencia,

vale lo que mil años. 

Ninguna eternidad podría comparársele.

Escrito en Sólo Digital Turia por Andrés Trapiello

Un título ajustado, tomado de Yorgos Seferis “Dondequiera que viaje Grecia me duele” (o el dolor ante esa Grecia que ya no es la Magna Grecia), le sirve de partida a Helena González Vaquerizo en este ensayo, para hablar de la poesía griega reciente como respuesta a una situación social e identitaria de un país enfrentado a la precariedad frente a la mitificación de su historia. Y a sus propios conflictos ante una herida que vuelve a sangrar, por culpa de la crisis económica reciente, y todavía en el imaginario, con todo lo que de humillación y precariedad puso sobre la mesa. No hace falta ir muy lejos. En la memoria colectiva reciente europea aún colea la crisis económica de 2008-2009, como consecuencia de múltiples causas, contras las que estalló una rebeldía social de la juventud en la calle. Una de las causas desencadenantes fueron los riesgos adquiridos por ciertos alquimistas financieros, los famosos “quants”, o exprimidores al máximo de las posibilidades de crecimiento económico, y partidarios de la autorregulación de los mercados sin necesidad de mecanismos controladores o de su disminución e irrelevancia. La rueda de las especulaciones montadas y falta de control sobre los prestatarios que solicitaban créditos hipotecarios subió hasta el punto de generar grandes pasivos y morosidades, además de una inflación exponencial que acabó con bancos, instituciones, y casi con estados. Algunos debieron ser rescatados (Portugal, Italia, Irlanda, España y Grecia), por algo que se originó en Estados Unidos. Cuando Helena González Vaquerizo aborda la poesía de un periodo con epicentro en 2010, desde el título La Grecia que duele. Poesía griega de la crisis, parte fundamentalmente de la repercusión de esa crisis en los poetas nacidos entre los 70/80, y de cómo toman conciencia de su país desde la historia y crisis citada, que conlleva, acorde a los tiempos, una mirada sobre el género, crisis migratorias y la identidad nacional ante el presente y su historia. Siempre desde la poesía, recordemos. Estamos ante un minucioso ensayo generacional y visto desde dentro, con conocimiento profundo, rigurosidad y entusiasmo (en sentido etimológico) que, además de acercarnos a la poesía griega actual entre la tradición y la modernidad, muestra en las traducciones el hacer de unas promociones equivalentes en cierta manera a los/as poetas del malestar español (pero distintas) según los denominé. O, si prefieren, a los “deshabitados” (en términos de Juan Carlos Abril), en un momento de la invisibilización del capitalismo como ideología dominante.  Es muy posible que, en medio de las diferencias entre países con tradiciones tan diversas (Occidente/Oriente), tengamos que hacer más caso a las propuestas de Raúl Molina Gil (Poesía española joven: un estudio del campo poético. 2000-2019), en nuestro caso, sobre el desencanto y la marginalización o nuevos territorios que, desde Alicia bajo Cero a Voces del Extremo, han desembocado en los Hijos de los hijos de la ira, por contarlo con Ben Clark.

La nueva poesía griega surge “de manera espontánea y con gran ímpetu en un escenario de crisis económica a partir de la primera década del siglo XXI”, explica González Vaquerizo.  Espontaneidad e ímpetu son sinónimos de respuesta de la juventud y de escritores en su primera madurez ante una situación insatisfactoria, tal y como ocurrió con el 15-M en España en 2011.  En este caso el hecho desencadena una diferenciación estilística y asuntos marcados, de identidades frente a la canonización de la tradición (reutilizada con otros sesgos), que en España no se ha producido con esa virulencia, en mi opinión. Y para explicarnos todo ello ha dividido la autora el libro en dos secciones: “una introducción al contexto del país y de su producción poética reciente, y una selección y comentario de poemas”.  En una explicación sintética, clara y muy convincente, sin digresiones, se explica la primera sección y el resurgimiento de la problemática identitaria del país a partir de su reciente historia y los movimientos filohelenos, el peso del pasado o la reacción ante la citada crisis, hasta la relación de criptocolonialismo que Europa establece con Grecia. Es el preámbulo al estudio de cuanto también se ha llamado generación de la “melancolía de la izquierda”, y adelanto de cuanto se verá desde la poesía y que, nos avisa, parte de antologías recientes: “la mayoría de los poemas analizados (…) proceden de antologías bilingües griego-inglés” publicadas a partir del año 2009 y que su existencia es en sí misma una prueba de las complejas relaciones de servidumbre y dependencia de la cultura griega con Occidente”. Siempre es de agradecer esa honradez, pues muchas veces, tantas veces, vemos antólogos que no leen las fuentes primarias, pero no lo cuentan. Aquí, sin embargo, veremos una interpretación temática muy clara y amplia, aunque sea desde lo canonizado por los estudiosos, poetas y críticos griegos y extranjeros.

La segunda parte del libro, mucho más personal, incide en el asunto específico del libro. La autora avisa de haber realizado traducciones literales y no literarias, algo que para mi generación tiene connotaciones grandes a causa de las estupendas versiones realizadas sobre traducciones ajenas. Pienso en José María Álvarez (las de José Ángel Valente), frente, por ejemplo, a las de un gran conocedor de Cavafis, Miguel Castillo Didier (el prólogo a Kavafis íntegro (2003) es una delicia), pero cuyas traducciones emocionan mucho menos. Y también en la de Juan Manuel Macías en la Poesía Completa (2015), de referencia.  La autora nos avisa de esa literalidad con modestia y deja “a los profesionales de la traducción poética” el salto, aunque a pesar de la letra diminuta (debería haber sido más cuidado ese aspecto), los textos funcionen con sensibilidad literaria en castellano. Estamos pues ante un libro apasionante y apasionado, riguroso y filológico (por ahí anda, aunque sea tarea personal, el grupo de investigación Marginalia Classica) sobre esta revitalización de lo antiguo. Y así llegan con una perspectiva moderna “El país de los lotófagos” y la crítica implícita al hedonismo y a la búsqueda de una revitalización contra la adormidera del desánimo, con poetas como Phoebe Giannisi (1964), Kyoko Kishida (1983) o Lina Fytili (1974), por citar por lo breve. Y al fondo la crítica que hizo el poeta laureado Alfred Lord Tennyson contra la inercia y sensualidad sin misión, a diferencia de los Ulises o Eneas. La perspectiva reivindicadora exige, acorde a los tiempos, otras lecturas. Y así la perspectiva alcanza al género, a la Penélope cantada por varones, contra su papel mítico pasivo de un simple hilar y deshilar. Tal y como como diría Fernando Pessoa es una Penélope “revisitada” por la modernidad y otro rol literario (desde hace dos siglos) por un sinfín de escritores/as en la revisión feminista del mito. Los nombres son innumerables, desde Margaret Atwood o Louise Glük, por citar las mediáticas de moda, junto a otras personalidades revisadas frente a la mirada narrada por hombres (desde Circe a Ifigenia o Nausica). Y junto a esta sección la crisis de los refugiados o las muertes de los migrantes en el mar ante la indiferencia de Occidente al que el Egeo queda lejos, los movimientos migratorios por falta de futuro o el machismo, van teniendo reflejo en poetas como Yannis Stiggas (1977), Christodoulos Makris (1971), Jazra Khaleed (1979) o tantos otros que la autora estudia con claridad y precisión. Y, por supuesto, se cierra el libro con un capítulo dedicado a los “mármoles y ruinas”, o ese recuerdo del pasado heroico frente al presente en crisis, de las duras analogías entre el heroísmo de ayer y el presente en crisis, frente a las visiones románticas idealizadas. También hay una llamada de atención, llena de intención, sobre la policromía estatuaria y la multirracialidad, frente a la “blanquicización” o monocromatismo de las estatuas por parte del pensamiento occidental. Las ruinas son “un vivir entre ruinas”, entre diferentes perspectivas de las mismas, a las que asistimos a través de los poemas de Apostolos Thivaios (1981), Elena Penga (1981), Yannis Doukas (1981) o Dimitra Kotoula (1974) entre otros. No le falta tampoco el humor al libro en una divertida comparación entre Pericles e Isabel Díaz Ayuso. Un libro que, como recordaba Ortega y Gasset, además de ser un libro de ciencia y ser riguroso, “también tiene que ser un libro”, es decir estar bien escrito. Y si a todo ello le añadimos biobibliografía de los poetas estudiados y una extensísima bibliografía, tendremos un libro necesario y legible. Un ensayo muy serio, ágil, de plena actualidad, que nos habla de la Grecia real desde una perspectiva actual, la de la tercera década del siglo XXI, a través de la revisión de su historia en el presente desde la poesía.

Helena González Vaquerizo, La Grecia que duele. Poesía griega de la crisis, Madrid, Catarata, 2024.

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

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