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Configurar sentido descendente

Javier Salvago: “soy muy poco mitómano”

9 de mayo de 2025 10:15:08 CEST

Tengo para mí que si alguna vez Javier Salvago le hubiera preguntado al Loco de la Colina (Jesús Quintero) si, en algún instante de su vida, le habría gustado ser Javier Salvago, el Loco le hubiera dicho que sí. Y seguramente el primer sorprendido de una respuesta como esa hubiese sido el propio Salvago, porque inmediatamente se habría preguntado qué tendría él de envidiable para que un personaje famoso, poderoso, rico y admirado como El Loco quisiera transmutarse por un momento en una persona casi anónima, huidiza, sin ningún poder mediático y medio derrotado por la vida. Mi intuición (o mi osada fantasía) me dice que al Loco no le hubiera importado nada despojarse de todo lo que tenía para, por unas horas, unos días o unas semanas, tener uno de los dones que más apreciaba: el de la poesía. Ser poeta, escribir textos conmovedores, llenar con la magia de la tinta el blanco cielo del papel, saber hacer, en fin, lo que Salvago sabía hacer con maestría inigualable. Eso, sigo con mi fantasía, al Loco de la Colina le hubiera encantado, por la sencilla razón de que, muy por encima de la fama, del postureo, del mucho dinero o de la esplendente popularidad, lo que más estimaba El Loco era la gracia que las Musas solo regalan a unos pocos mortales: los artistas, los poetas. Y aunque El Loco, a su manera, también era un artista, un artista de profundos silencios, de intensas miradas y de preguntas lacónicas, en el fondo carecía de la capacidad de moldear un discurso propio con su mano de nieve, cosa en la que sí era competente el poeta Javier Salvago escribiéndole sus reflexiones para los diferentes programas de radio y de televisión en los que trabajó, siempre a la sombra, como guionista durante más de treinta años. Ahora algunas de esas reflexiones que El Loco leía en sus programas acaban de ver la luz en una pequeña editorial, Los papeles del sitio (Sevilla), justo con el preciso título de Mis reflexiones de El Loco, firmadas naturalmente por Salvago, que fue quien las escribió para que El Loco las hiciera suyas y su millonaria audiencia las creyera como salidas de su magín. Es verdad que esas reflexiones cuadraban muy bien con el personaje encarnado por Jesús Quintero, pero no menos cierto es que si Salvago las escribió fue porque también muchas de ellas se amoldaban a su propia filosofía de vida, la de un descreído de las grandes palabras (Justicia, Paz, Igualdad, etc.) o la de un soñador de sueños imposibles.

 

“Recuerdo a Jesús Quintero, el Loco de la Colina, con agradecimiento, admiración y cariño”

 

-¿Por qué otro libro sobre El Loco de la Colina, si ya hablaste mucho (y no en términos muy halagüeños) de él en El Purgatorio, segundo tomo de tus memorias?

 

-Bueno, este no es exactamente un libro sobre el Loco, es solo una pequeña muestra de parte del trabajo que durante más de treinta años desarrollé como guionista de radio y televisión, especialmente junto a Jesús Quintero, el Loco de la Colina. Pero te aseguro que no tengo ningún interés en seguir hablando del Loco. Lo que pasa es que me llaman periodistas más o menos conocidos o amigos, como tú, pidiéndome entrevistas, y me cuesta decir no. Tampoco quiero que se piense, si me niego, que es porque odio a Quintero o algo por el estilo. Nada más lejos. Lo recuerdo con agradecimiento, admiración y cariño. Pero, desde 2013, fecha en la que hicimos los últimos programas, yo estoy en otra historia, mi historia, dedicado a mí y a escribir mis libros. Que, desde entonces, he publicado trece, sin contar los que he publicado últimamente en Amazon.

 

“No entiendo esa necesidad de mitificar a gentes que son iguales que todos los demás”

 

-Precisamente en esas memorias decías que no sentiste mucha simpatía por él. ¿Por qué?

 

-No es que no sintiera simpatía por él, sino que no siempre estaba de acuerdo con el personaje. Esas memorias están escritas en caliente y con cierta mala leche, lo reconozco. Es normal que haya roces en treinta años de estrecha colaboración, digamos artística, cuando no siempre se tiene la misma visión de las cosas ni la misma mentalidad. Había cosas de Quintero que no me gustaban y seguramente también habría cosas mías que no le gustaran a él. Quizá tendría que haber sido más comedido en mis opiniones personales. Pero como estoy acostumbrado a decir pestes de mí mismo no le doy demasiada importancia a decir inconveniencias de los demás. Además yo, por naturaleza, soy muy poco mitómano. No entiendo esa necesidad de mitificar a gentes que son iguales que todos los demás, solo que tienen un talento especial para hacer algo, pero que ni son dioses ni lo saben ni lo pueden todo. Son gente, limitada en muchos aspectos, que necesita a la gente, como todos.

 

“Escribir diariamente por obligación me dio músculo literario”

 

-Ahora, en Mis reflexiones de El Loco, apuntas a que nunca te has avenido a escribir por obligación, como cuando escribías los guiones de los programas de Jesús Quintero, porque afirmas que los textos de esos guiones no los consideras realmente tuyos, pero, sin embargo, lo son, son parte de ti. ¿No consideras que haber escrito por obligación ha sido un mecanismo literario para descubrir cosas de ti mismo que de otra manera no habrías descubierto?

 

-Escribir diariamente por obligación -que, en principio, llegó a anularme como poeta y como escritor, estuve once años sin escribir para mi y sin publicar un solo libro mío- me dio algo muy importante que descubrí cuando dejé de escribir por obligación: músculo literario. Yo no habría escrito todos los libros que he escrito después -cuatro libros de relatos, tres de aforismos, tres novelas, etc.- si no hubiera sido por el ejercicio casi gimnástico de escribir por obligación durante tantos años. Eso me ha desarrollado los músculos de escritor. Yo antes me cansaba solo de pensar en escribir una novela, y ahora me la puedo escribir en un par de meses.

 

“Quintero tenía la vanidad necesaria para ser quien era y para hacer lo que hacía, que no todos podían ni pueden hacerlo”

 

-¿Tan vanidoso era Quintero como para afirmar que lo que escribías para él eran todos textos de autobombo, de ensalzamiento de su personaje?

 

-No todos los textos eran de autobombo, como se puede comprobar en este librito, ni siquiera la mayoría de ellos. Quintero era vanidoso como cualquier artista y con toda la razón porque lo que hacía tenía mucho éxito. Además era Leo, rey sol. Cuando hablo de autobombo no es algo exclusivo de Quintero ni de sus programas. Todos los programas y todos los presentadores se elogian a sí mismos de algún modo. Eso se llama venderse y vender el producto. Más que vanidad, es marketing. También lo hacen los escritores y todos los que venden algo. Pero, vamos, Quintero tenía la vanidad necesaria para ser quien era y para hacer lo que hacía, que no todos podían ni pueden hacerlo.

 

-De rareza calificas tu libro. ¿Qué tiene de raro?

 

-Hombre, de raro tiene que es trabajo, que no nace de una necesidad mía de expresar algo, sino de la obligación de llenar unos folios para cumplir con un trabajo. Esto puede sonar despectivo quizá. Pero esos folios no son basura, son trabajo, pero trabajo bien hecho en el que hay mucho de mí mismo y mucha autenticidad, mucha verdad. Aunque la verdad no siempre sea la mía, sino la del personaje que habla. Yo no sé trabajar ni escribir de otra manera, sino de la mejor manera. Y estas son reflexiones del Loco escritas por mí, como si fuera el Loco, y aportándole al personaje mi visión y mi experiencia.

 

“Utopía hoy es poder comprarse un piso o llegar a fin de mes”

 

-¿De verdad crees que estas reflexiones tuyas dichas por El Loco tenían más sentido hace treinta años que si fuesen dichas ahora, porque grandes palabras como Revolución, Utopía, Libertad, Justicia, Democracia, Paz o Solidaridad significaban otra cosa que lo que significan ahora?

 

-Está claro que todas esas palabras o no significan hoy nada o significan cualquier cosa. Yo he visto spots publicitarios en los que se llamaba revolución a cualquier majadería moderna. Utopía hoy es poder comprarse un piso o llegar a fin de mes. Y ya hemos visto la destrucción de países bajo las bombas en nombre de la libertad y la democracia. De la justicia, mejor no hablar, ni de la divina ni de la humana. La apropiación indebida de esas palabras por gente que representa todo lo contrario de libertad, justicia o democracia, es una de las aberraciones de estos tiempos. La manipulación o prostitución del lenguaje está matando las palabras y lo que significan.

 

-¿El Loco aceptaba tus textos y guiones sin ponerles nunca ningún reparo? Si fue así, ¿es que intuiste desde el principio cómo era el personaje y que supiste hacer que dijera lo que tú querías que dijera?

 

-El Loco aceptaba mis textos porque le gustaba mi manera de escribir y lo que decían, los sentía muy próximos, como propios. Pero unos textos le gustaban más y otros menos, como es normal. Antes de trabajar con él, yo apenas había escuchado el programa. Comencé a escucharlo cuando Quintero me dijo que escribiera para él, y la verdad es que lo que escuchaba me parecía por lo general demasiado excesivo para mi gusto, muy remontado, muy retórico, muy efectista y muy cursi incluso. No era mi estilo y aunque sabía que debía adaptarme al personaje, porque ese era mi trabajo, sabía que si no conseguía llevarlo un poco a mi terreno me iba a sentir muy incómodo. Y fui quitándole palabrería, dándole sentido a su locura, bajándolo de las nubes y haciendo que pisara tierra.

 

“Las ingenuidades de hoy no por ser más cínicas son menos ingenuas”

 

-En algunas de las reflexiones incluidas en el libro parece que escribes una guía de vida a modo de consejos trillados, de esos que vienen en los libros de autoayuda, como cuando dices: «Quiero vivir como si no tuviera nada que perder, como si cada día fuera el último». Parece un consejo un poco naif, ¿no?

 

-Bueno, puede que esté trillado ahora. Pero ese texto es de 1984 cuando no creo que hubiera demasiados libros de autoayuda conocidos. A lo mejor muchos de los gurús que dicen eso ahora se inspiraron en el Loco, quién sabe. Muchos de estos textos tienen cuarenta años, como digo. Eran otros tiempos y otras nuestras ingenuidades, aunque las ingenuidades de hoy no por ser más cínicas son menos ingenuas. Y claro que eran reflexiones para animar a los que las escuchaban y para que las entendieran a la primera. Piensa que estaban dirigidas a millones de personas, que era la audiencia normal de los programas de Quintero, no a una veintena de intelectuales. Aunque he de decir que los intelectuales andaban locos por que los entrevistara el Loco. Y no solo los intelectuales. Que te llevara el Loco a su programa era todo un privilegio.

 

-En otras reflexiones, por ejemplo, las dedicadas a Mayakovski, reivindicas el derecho a la locura, a no sentar cabeza. ¿Eso era revolucionario o simple provocación para que la gente dejara de ser conformista?

 

-Esa reflexión no me costó nada escribirla porque en realidad la escribió Mayakovski. Yo lo único que hago es citarla tal cual con una mínima entradilla. El loco era el Loco y, por mucho que yo intentara bajarlo de las nubes, su naturaleza era la locura. Debía reivindicar la locura y el derecho a estar locos en un mundo horrible de cuerdos horribles.

 

-¿Y por qué tantas referencias a autores tan dispares como Nietzsche, Dostoievski, Eugenio Sue, Goethe, Allen Ginsberg, Bécquer, etc.? ¿Te pedía El Loco que amoldaras sus opiniones a sus ideas?

 

-No, el Loco no me pedía nada. Era yo el que recurría a ellos para facilitarme mi trabajo. Si me faltaba inspiración glosaba una frase de alguno de estos autores y ya tenía una reflexión. Más o menos como creo que decía González-Ruano cuando escribía un artículo sobre un texto ajeno: “y ahora a firmar y a cobrar”. Pero, en mi caso, esas citas ajenas estaban perfectamente seleccionadas para poder decir, a través de ellas, lo que quería y debía decir el Loco.

 

“Con el Loco de la Colina me hice trabajador, obrero de la escritura”

 

-¿Con El Loco te hiciste mayor o El Loco te hizo mayor?

 

-Con el Loco me hice trabajador, obrero de la escritura. Yo, hasta entonces, solo había escrito poemas y algún artículo de prensa. No tenía trabajo ni encontraba una manera digna de tenerlo puesto que en el 68, cuando terminé el bachillerato, en lugar de estudiar una carrera, me hice hippie. Lo único que quería era ser escritor y creía que la carrera de escritor se estudiaba viviendo a tope y a fondo y leyendo mucho. Así que, cuando me llegó la hora de tener que trabajar, tenía pocas armas para defenderme en el mundo laboral. Una de las cosas que le agradeceré siempre a Quintero es que me ofreciera un trabajo que se adaptaba a mí, puesto que se trataba principalmente de escribir, que se acabó convirtiendo en mi medio de vida y que me permitió vivir en un ambiente envidiable, para muchos, y ganar un buen sueldo. Porque aunque empecé ganando mil pesetas por folio, que tampoco era poco en aquellos tiempos, cuando llegamos a la televisión tenía sueldo de yuppie.

 

-De Schopenhauer se decía que era el filósofo más pesimista de la historia de la filosofía, pero yo he leído todos tus libros de poemas y de aforismos, y la conclusión que saco es que se podría decir de ti que eres el poeta y el aforista más pesimista de la historia. ¿Tan poca esperanza de mejora tienes en el ser humano?

 

-Yo no me considero pesimista. La realidad es mucho peor de lo que yo pueda imaginar o temer. Vosotros los vitalistas y optimistas no lo veis porque estáis ciegos, os dejáis engatusar con fines de semana, fiestas, vacaciones, aguinaldos y los mil espejismos de la felicidad. Pero yo solo me dejo engatusar por los gatos, que no me mienten.

“Las aspiraciones, como los sueños, sueños son”

 

-El Loco le decía a sus oyentes: «No envidiar a nadie. No temer a nadie. Contar con alguien a quien poder llamar amigo. Trabajar poco y en lo que te gusta. Descubrir cada día cosas nuevas en las cosas de siempre. Sacarle jugo a lo que hay. No esperar lo que no existe. No tener nunca que mentir a nadie y mucho menos a uno mismo». ¿Cumplía él esos consejos?

 

-Nadie cumple esos consejos. Todos envidiamos, tememos, esperamos de lo que no existe, mentimos a los demás y a nosotros mismos. Más que consejos son aspiraciones. Y las aspiraciones, como los sueños, sueños son.

 

-En otro de tus más recientes libros, Aquí nací, este es mi pueblo, confiesas que, pese a haberos relacionado durante muchos años y muchas horas, nunca os considerasteis amigos. Entonces ¿qué eráis, conocidos, saludados?

 

-Teníamos una cordial y amistosa relación y hasta había un cierto cariño. A mí me dolía lo malo que le pasaba y me consta que a él lo mismo. Lo que sucede es que creo que no debes ser amigo de alguien que te paga y con el que trabajas diariamente porque entonces no hay frontera entre el trabajo y la amistad y todo se convierte en trabajo. Si yo estaba en una fiesta con Quintero estaba trabajando porque se nos ocurrían cosas que tenían que ver con el trabajo, hablábamos del trabajo, lo mirábamos todo como materia de trabajo, etc. Y eso no es sano. Hay que desconectar. Así que éramos amigos, pero cada uno en su casa y Dios en la de todos.

 

“La soledad es mi estado natural”

 

-El final de una de tus reflexiones dice: «La soledad es la princesa de la noche, la inevitable compañía de los insomnes y los noctámbulos». Es una bella frase, sin duda, pero ¿con esa princesa de la noche te referías al Loco o a ti mismo?

 

-Yo me he llevado siempre mucho mejor con la soledad que Quintero. Al Loco no le gustaba la soledad, no quería ni sabía estar solo. Yo sí, la soledad es mi estado natural.

 

-¿El Loco se creía un profeta, un consejero aúlico para miles de oyentes, una divinidad radiofónica y televisiva, un chamán, una criatura con poderes sobrehumanos o solo era un simple locutor?

 

-El Loco era todo eso para millones de oyentes y de espectadores. Lo que no fue nunca es un simple locutor. El Loco no era un locutor, era ante todo y sobre todo un artista. Vino a hacer arte con la radio y la televisión. Y creo que lo logró.

 

“El único trabajo que de verdad valoraba el Loco de la Colina era el arte”

 

-Qué crees que hubiera respondido El Loco a la pregunta que él mismo le hizo una vez a sus oyentes: «¿Crees, como Cicerón, que el trabajo nos endurece contra el dolor?»

 

-Bueno, a él el trabajo lo salvaba de muchas cosas, entre otras de la soledad, de la que hemos hablado. Él era muy trabajador, pero trabajando en lo suyo, en lo que le interesaba. En eso no tenía descanso, siempre estaba trabajando, buscando cosas nuevas para sus programas. El único trabajo que de verdad valoraba era el arte.

 

-¿Y no te parece que algunas de sus alocuciones tenían algo de homilías, de sermones laicos?

 

-Pues sí, pero algunas de esas homilías eran precisamente las que más le llegaban a la gente. A veces necesitamos que nos sermoneen para despertarnos.

 

-¿A qué se refería cuando dijo que para él la revolución era mucho más que un cambio de sistema político, que lo que él deseaba era un cambio total?

 

-Eso sí que es una utopía, la utopía total.

 

“Trabajar en los medios me ha inmunizado contra la propaganda y la manipulación”

 

-¿Qué le agradecerías a Jesús Quintero si tuvieras que agradecerle algo, aparte de haberte dado trabajo durante treinta años?

 

.Aparte de un atractivo trabajo durante más de treinta años que me ha dado músculo literario para escribir más y mejor, me ha dado la oportunidad de ver a gente supuestamente grande o importante que de cerca ni son tan grandes ni importan demasiado. Nadie es más que nadie, unos hacen bien unas cosas y otros otras, la diferencia es puro marketing. Trabajar en los medios me ha inmunizado contra la propaganda y la manipulación, las huelo a kilómetros, y me ha hecho ver lo cutre que suele ser la fama. La fama, como he dicho en algún lado, es un criadero de monstruos. Si alguna vez deseé ser famoso, mi trabajo me curó de cualquier tentación de serlo. No diré que antes muerto que famoso, pero casi.

 

“Hay que ser muy bobo, por mucha fama, poder o dinero que consigas, para creerte un triunfador”

 

-No sé si piensas que tu larga trayectoria con él fue un éxito o un fracaso (personal o profesional), pero lo cierto es que a ti siempre te ha atraído mucho más la senda del perdedor que la del triunfador. ¿Tienes una propensión natural por el malditismo o maldita la gracia que te hace el triunfalismo?

 

-He tenido un buen trabajo, lo he hecho lo mejor que sé y hasta estoy considerado dentro de la profesión, así que de fracaso nada. Lo que pasa es que yo, aunque he trabajado durante treinta años como guionista, nunca me he sentido guionista. Quizá porque antes que guionista siempre he sido poeta y dejar de ser poeta para ser otra cosa puede que sea un buen negocio en cuestión de dinero, pero nada más. En cuanto a lo del éxito, ya he dicho en algún aforismo que el éxito -como la felicidad, según Séneca- es no necesitarlo. Y triunfalismo, el mínimo. ¿Cómo un pesimista como yo, según mi fama, va a confiar en el triunfo cuando sabe que ningún triunfo, por grande que parezca, nos podrá salvar del inevitable fracaso final? La vida misma es un fracaso, siempre acaba mal. Así que todos, a la postre, somos perdedores. Y sí, maldita la gracia que me hacen los triunfadores, porque hay que ser muy bobo, por mucha fama, poder o dinero que consigas, para creerte un triunfador. Triunfador ¿de qué?

 

-Si tuvieras que escribir un epitafio para El Loco de la Colina, qué escribirías.

 

-Suponiendo que, esté donde esté, seguirá pensando en su programa y en tener a los más ilustres entrevistados, más que epitafio, yo pondría: Buenas noches, aquí el Loco. Te hablo desde una colina del Edén de las estrellas.  Esta noche tenemos con nosotros a Dios padre,  y seguidamente conseguiré entrevistar por fin a Fidel Castro.

 

(Fidel Castro era el personaje fetiche que todas las temporadas aparecía el primero en las listas de grandes invitados, y que nunca consiguió entrevistar… en la tierra. En la gloria no sabemos si lo habrá conseguido). 

 

Javier Salvago, Mis reflexiones de El Loco, Sevilla, Editorial Los Papeles del Sitio, 2024.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Álamo

Una hija salvaje del sur

2 de mayo de 2025 12:27:14 CEST

Fernando Navarro (Granada, 1980), que maneja la narrativa audiovisual por su condición de guionista en diferentes proyectos, ha conseguido generar una expectación como hacía mucho no se veía en la literatura española con la llegada de este título, Crisálida, editada por Impedimenta, su primera novela, que llega después del éxito arrollador de su volumen de cuentos, Malaventura (Impedimenta, 2022) y su participación como guionista en Segundo premio, largometraje sobre la banda granadina Los Planetas y que consiguió ser propuesta a los Oscar para mejor película extranjera después de llevarse el Goya a la mejor película española del año 2024. 

Crisálida es una historia que conjuga dos espacios literarios: el descenso a la locura de una familia que se interna en la sierra para vivir alejada de la civilización y las consecuencias que tiene esa huida en la protagonista, uno de los vástagos, desde su despertar y estancia en lo que parece un pabellón de reposo. La novela suena a sello Gong, a las leyendas del tiempo y del espacio, a una vieja noche y un nuevo día. 

Crisálida es una historia de lluvia y barro, de niños encendidos por la fiebre que abandonan la infancia en un salvajismo de gusanos grises y yerbas tóxicas mientras Granada, siempre Granada  (ciudad innombrable) aparece en la lejanía, fría y atemporal, una Granada de sierra y nieve, dominada por la señora de las alturas y las sustancias, carbono, hidrógeno y oxígeno. Destiladas o fermentadas, hasta que las semillas, abordadas por el agua pura de la nieve, germinan en sangre y delirio: “El agua en sus cabellos, esas aguas son aguas que vienen de niños como nosotros, niños de la niebla, perdidos y muertos, desangrados ahí arriba”. La idea de la tradición española, del norte gallego al sur andaluz, de las canciones de Golpes Bajos a las de Los Planetas. 

Señora de las alturas, Señor Mostaza, Till podría ser ella, la pobre Till que pisaba charcos mientras huía de los fantasmas. Esos cuerpos y esa sangre de los muertos, los que le dan al agua el color rojo de la sangre y convierten la sierra en un lugar que parece más selva que bosque. En Granada el calor y la nieve conviven, como la electricidad y el flamenco, la modernidad tóxica y la tradición opaca. Baterías de vidrio y percusión de Semana Santa. El sabor a cuero de las estatuas, diazepam y duermevela, padre y madre, Lole y Manuel, Enrique y la mujer de Morente. Elegir estos nombres no es baladí para la reseña, están ahí, tras las palabras, en el hueco estrecho que hay entre cada frase.

Fernando Navarro, que venía del polvo y los suelos áridos del sur, sin cascadas de agua, de silencios secos en la garganta, de otro sur donde la lluvia es un mito, se adentra en el horror de la civilización ausente, de la disfuncionalidad familiar. Para alimentar el terror utiliza los muslos del romancero y las pistolas de los guardias civiles, monstruosos son los elementos arácnidos, mucosos, una excreción que surge entre dimensiones, ahí donde confundimos sierra con sanatorio, uñas largas para poder dejar marcas en el suelo que, con la luz de la mañana, han desaparecido, uñas afiladas para recorrer la madera ahogada de humedad y acercarse hasta el catre, uñas y huesos, de tuétano demente. Un padre, Capitán, que se lanza hacia el abismo de la miel (como un caballo, en los pulmones) y la escopeta, metáfora de pólvora y locura. 

Malaventura su sobresaliente libro de relatos, era un cuerpo recorrido por la calima del estrecho, penetrado hasta sus hambrientos órganos, mientras que Crisálida peca del misterio resuelto en El pequeño salvaje (L'Enfant sauvage, 1970) de François Truffaut o la herencia de El señor de las moscas, antes, claro, de caer en El juego de los niños de Juan José Plans o Los chicos del maíz de Stephen King. Claramente hablamos de lenguaje literario y audiovisual, yendo de un lado a otro, en Crisálida hay espacio para la ética innata o naturalismo desbocado y convive con el Jack Ketchum y su familia desdentada y falta de vitamina C, como si los vaivenes en tierra trajeran escorbuto y un tripi malo. Crisálida es Gualberto de ácido, whisky malo y Lole cantando una seguidilla de benzodiacepinas y rohypnol. Todos los horrores tienen ramificaciones, del pasado al presente, confundiéndose las señales: incesto subliminal, instintos, un carnaval de muerte que va acercando conforme la familia reduce su radio social, la muerte, sí, otra vez, insisto, la muerte que sigue al amor, la madre es dolor y la madre es muerte, así que la si la madre sigue al amor, el padre sigue la locura. Y los hijos son un aullido de los dos.  Nadie puede escapar con vida porque ya están todos muertos. O porque el único tiempo para vivir ya se lo han ofrecido. Comenzar el libro con la muerte. Y por el camino, como vetas en la narración, los pinchazos de la voz que narra, atenazada, en la clínica, sanatorio, prisión o psiquiátrico. De pronto es una novela-manicomio, El pabellón de reposo de Camilo José Cela, Razas de noche de Clive Barker o La saga del oso místico de Chris Claremont y Bill Sienkiewicz. Integramos al enfermo en el edificio. Se convierte en un fantasma, las ruinas son los restos, ¿Quién observa y quién es el observado? Fernando Navarro juega con la estructura circular del tiempo, con la cinta de Moebius, comienzo frente a final. ¿Somos nosotros, los lectores o los enfermos, los que observan o los observados? Ella es la señora de las alturas, otra vez, volvemos a Los Planetas, más bien los Evangelistas o, más recientemente, David Montañés. Es un libro notable, que se queda atrapado en su desarrollo acumulativo, que desemboca en una violencia narrativa que enmudece, que sería sobresaliente si no viniéramos de Malaventura. Quizá el sabor de un cuento espléndido estirado a base de coleccionar capas y capas sobre la digestión que caracteriza a los personajes. Ensoñaciones, estadios subjetivos… Fernando Navarro crea un estado de sierra que acumula frustración y demencia. Un libro abierto, sugerente, esquivo. Un libro que marca un punto y seguido en la obra de Fernando Navarro. 

 

Fernando Navarro, Crisálida,  Madrid, Editorial Impedimenta, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

Poeta de la gente

2 de mayo de 2025 12:02:54 CEST

Los poemas en prosa de Pablo García Casado (Córdoba, 1972) son parte del canon de la literatura española. De la poesía contemporánea, en realidad. Es la generación DVD, el catálogo de la editorial de Sergio Gaspar, que hace que cualquier libro que encuentres con su sello en una librería de lance sea, con toda seguridad, una compra necesaria, puesto que en ella se encontraban Manuel Vilas, por supuesto, pero también Miriam Reyes, Jesús Jiménez, Roger Wolfe o Martín López-Vega. Y Pablo García-Casado. Con Las afueras, de 1997, y Dinero, de 2001, marcó un antes y un después en la lírica española. 

Después de unos años de una producción más calmada, vuelve a la poesía con Cada uno es mucha gente, Premio Ciudad de Burgos 2025, editado por Visor. Los poemas de Pablo García-Casado son elementos de una narrativa lírica de la vida, píldoras de urbanismo infinito y lírico extrarradio, de madurez poética, de mujeres y hombres, poemas de padre y de marido, trufados de una lluvia común que nos empapa y sorprende. ¿Qué diferencia hay entre el cuento corto y el extracto lírico en los poemas de este libro? El instante, el ámbar que atrapa: “Le dije gracias, fue lo único que le dije y que se lo devolvería”. Mujeres que son madres, esposas e hijas: en ADN, con música de Lou Reed de fondo, Sweet Jane, por ejemplo, capturan las generaciones y nos ofrecen un espacio para crecer al que volvemos una y otra vez. “Sabemos que es lo más conveniente, que es un error aferrarse a las cosas. Porque son solo eso, cosas. Que nuestra vida, como él dice, está ya en otra parte”. 

Todo el futuro es belleza, el único momento en el que la envidia se convierte en felicidad. Quizá no sea envidia, quizá, más bien, es admiración, la sensación entre la física y la ética, complementándose. Protección suprema: “Yo seré tu castillo, yo, tu única centinela, armada de apiretal”. El único amor es el de las vísceras, los recuerdos pueden venderse, en la basura los besos más sinceros… la primera parte del libro, Mujeres encuentra incluso el espacio para el muro de Facebook de un muerto, el silencio como agonía. El poema Baltimore tiene: “Piensas en bebés gateando en el pasillo” y el poema Mujeres, donde todo está contenido, la vida, la ruptura, el derrumbe, padre y madre, segundas partes y dinero termina de este modo: “Le dije gracias, fue lo único que dije. Y que se lo devolvería”. Magnífico. 

La segunda parte tiene como título Hombres. Poemas como Equipo donde el nosotros es una palabra técnica, la paz es una siesta y los objetivos siempre son a largo plazo. Fuera de lugar, en un orden distinto, la familia se enfrenta a la realidad. Todo queda en el camino, el recuerdo de las papelinas y las frentes desesperadas. Pablo García-Casado habla de su generación y de los que aprendimos leyéndoles, puesto que no somos parte de ella, ella forma parte de nosotros: “Pero una parte de ti pisaría a fondo”. Un punto vital, el empate, el descuento, que te salva en el descuento, antes de sacar a Alexanco de delantero centro. Pienso en Pier Paolo Pasolini y sus medias y su cigarrillo y, claro, en Saturnino Arrúa. Pienso, sobre todo en Albis, Ricardo Raúl Albisbeascoechea Pertica, oriundo centrocampista del Málaga CF. El poema Casa, una elegía para proteger al caído, un hilo para escapar del laberinto. Como siempre, ese cierre en el texto, el verso, la frase, el momento en el que poema explota: “En casa me espera Marisa para bañar al bebé”. 

Hablamos de Manuel Vilas al principio, su poema Mujeres, aparecido en su libro Resurrección (Visor, 2005), emparentado con el poema Invisible, las cajeras con las cutículas destrozadas del ácido y del amoníaco, las parafarmacias, la pizza del viernes como una fiesta, el teléfono móvil, el aburrimiento. Más adelante, el 303 que nos convierte en héroes: “Solo el sonido hidráulico del camión de la basura”. Pablo García Casado disfruta del rock y del fútbol: del alopécico Creep de Radiohead en las revistas musicales en papel, ¿qué nos ofreces, funcionario de provincias? Te preguntas: “¿Qué pasó, qué ha sido de nosotros, quiénes somos que no nos reconocemos”. No es una comparación, pero el Tato Abadía acabó en el Compostela y Ruggeri, “El cabezón”, invitaba a pavo por Navidad a Diego Armando Maradona cuando estaba en Logroño. Gente: “Que hablaban de Luis Aragonés como si fuera el profeta Isaías”. 

Los campos, los quesos, la exmujer, salían en los cromos, solo había dos extranjeros por equipo, mi amigo Juan Luis Saldaña, poeta y futbolista, y el recuerdo de Maradona saliendo al campo del Sevilla mientras sonaba Mi enfermedad de Andrés Calamaro. ¿Pablo, lo escuchaste? No estabas muy lejos, cerca, en Córdoba seguro que se notaba el temblor: “Te lanzas a los pies del contrario con la honradez de un soldado del Vietcong”. La tos socialdemócrata: “La hija cansada y gris” y cuando él se va, se queda la enfermedad, porque es un concepto: “Comienzan los picores. Justo aquí, detrás del paladar”. Un día menos, un día más, el portátil, bajar la tapa del portátil. En los seiscientos kilómetros que nos separan del poema Lobo uno encuentra el recuerdo de un ciclista, del cromo de Arteche, más estampita que colección. 

En Genoma, tercera parte del libro, encontramos poemas directos, más cortos, una especie de sorpresa donde la genética se erige a la vez como misión y como razón de vida: “Enamorado, aunque el cansancio me haya vuelto más distante. Así, en estado de oxidación”. Una reseña como esta, que tiene algo de carta, que escapa de lo académico, me lo pide la emoción y la admiración por el poeta, capaz de enhebrar palabras como estas para hablar de su vástago: “No poner sobre tus hombros mis expectativas. No una versión corregida y aumentada” o del mañana, cuando todos coincidimos en el mismo mensaje, recibido o por recibir: “Llévate los libros, hay ropa tuya en el trastero, tengo unas sábanas para ti”. Una mutación de José Agustín Goytisolo. 

La última parte del libro, Mucha gente, es una carta de amor a la presión de los neumáticos, al despertarse a las cinco de la mañana para buscar a tu hija que vuelve de juerga, al minuto 89 de un partido. Hacía calor en agosto, ahora a todos los que nacimos en los setenta nos duele la espalda, es, como escribe en Balada de Santa Rosa, “Un dolor de hipoteca a treinta años”. El poeta y el padre duerme con un cuchillo bajo la almohada. Y es capaz de escribir un poema majestuoso como “Elegía contemporánea para Rocío Jurado”. Rocío de amor y leucemia, caminando por la playa, con Quintero, León y Quiroga, y Manuel Alejandro y Bambino, con una copita o dos de más, en la noche profunda de una camisa de lino negra empapada de sudor: “Tu voz en el cuerpo de las camareras que te rezan, te cantan, desde las seis de la mañana. ¿De dónde vendrán estas mujeres tan temprano?”. Leo y paladeo, casi saboreo: “¿Desde qué hora el rímel caliente, la pintura en los labios, sombra en los ojos, desde qué hora?”. Mugre de vertederos e insectos, de vídeo VHS, la frase: “Manolo, ponme un White Label que tengo prisa”. Un poema de vinilos y algas, turbio. El poeta que vive conmigo es un extraño. Solo aparece cuando sopla la bohemia o toca dialogar con los fantasmas. Germán Coppini y Jean Luc Godard. El poeta siempre busca un cuerpo más joven sobre el que hacer el trasvase: “Aquel que tenga la vida por delante”, serio, sin teatros, solo, disfrutando.  UBER Y KFC (yo que tomo Lorazepan y busco el amor como quien busca una emisora en la FM) para el poeta de los hombres lobos, el poeta adulto, que colecciona horrendas placas cerámicas de los lugares donde recita, hace sus bolos, botellas de vino, facturas a noventa días, el poeta, Pablo García-Casado, que ofrece su poesía a unos ojos y unos cuerpos que tienen más cansancio que euforia: “Ojalá algún día en un futuro lejano, el azar de otros ojos lo reclame, ojos limpios, jóvenes, ojos que nunca llegaré a conocer”. Uno de nuestros grandes poetas contemporáneos en uno de sus libros más notables. 

 

Pablo García Casado, Cada uno es mucha gente, Madrid, Visor, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

Miguel Albero: “no consigo dejar de escribir”

25 de abril de 2025 14:25:44 CEST

Miguel Albero es poeta, novelista, cuentista y ensayista, es decir, una suerte de hombre orquesta, un escritor que toca todos los palos o todos los géneros literarios, y además con finura, porque tiene buen oído para la música de las letras. Y no solo eso: también es bibliófilo, que no bibliómano, porque como decía Paul Lacroix “la bibliomanía más elevada y la más ilustre no está exenta de manía, y en cada manía se percibe un ente de locura”, y Albero no está loco, sino que colecciona libros para leerlos, que es lo propio de cualquier bibliófilo, porque como también decía otro francés, Charles Nodier, los bibliófilos son hombres dotados de cierto ingenio y gusto, que gozan con las obras fruto del talento, la imaginación y el sentimiento, que es para lo que al fin y al cabo están hechos los libros: no para atesorarlos como piezas de colección por el mero afán de tenerlas, sino para disfrutar con su lectura. Y Albero ha leído mucho, mucho, cosa que se nota sin duda alguna en su Diccionario provisional de pérdidas, que no es simplemente un diccionario en el que  da cabida a un sinfín de voces que directa o indirectamente están relacionadas con las pérdidas, sino que también contiene un fastuoso repertorio de citas, de fragmentos y de referencias literarias de toda clase de autores (poetas, filósofos, novelistas, historiadores i tutti quanti letraherido) que han dejado una reflexión aguda o un juicio inteligente para la posteridad y que Albero, con su habitual pericia para encontrar puentes de unión entre unos y otros, ha sido capaz de encajarlas en cada una de las entradas que arman su ameno y curioso diccionario. Porque curioso es que algunas de esas entradas sean, por ejemplo, ‘spleen’, ‘ayer’, ‘acrasia’, ‘nunca’, ‘pero’, ‘tampoco’, que casi nadie imaginaría que suponen alguna clase de pérdida, pero que sin duda lo son, como el lector que se adentre en sus páginas podrá comprobar fehacientemente guiado por la persuasiva prosa del autor madrileño afincado en Washington, donde actualmente ejerce su profesión de diplomático.

 

-En la biosemblanza de tu Diccionario provisional de pérdidas, se dice que has publicado ya demasiados libros. ¿Para qué entonces este nuevo libro?

 

-Borges decía que publicar un libro es la única manera de librarse de él, y así nombras a quien te estorba enviándolo a algún consulado palúdico para librarte de él, alejándolo, y el autor se libra de la obsesión que todo libro supone publicándolo. En este caso siendo además un diccionario provisional, o lo publicas o por mor de la provisionalidad se te van a seguir ocurriendo pérdidas cada día. Pero en lo que a mí respecta, creo que la pregunta atinada es por qué sigo escribiendo, no tanto publicando. Lo cuento en un poema de un libro inédito (otro más), titulado No consigo, una suerte de reverso del Me Acuerdo de Perec. Aquí van las dos primeras estrofas:

 

OCUPA TU TIEMPO LIBRE EN OTRA COSA

 

NO CONSIGO dejar de escribir,

Grafomanía es una forma de llamarlo,

Logorrea escrita y publicada,

Me levanto y pienso en escribir,

Me acuesto y sigo pensando en escribir,

Y entremedias escribo, en el aeropuerto,

En un taxi, en la sala de espera del dentista.

 

NO CONSIGO dejar de escribir,

Y lo cierto es que los hechos debieran disuadirme,

Si no de escribir sí de publicar al menos,

Porque los lectores brillan hermosos por su ausencia,

Y como mientras tanto tú no paras de escribir 

Ya tienes orgulloso más libros que lectores, 

Ya incluso atesoras, siempre orgulloso,

Más premios que lectores.

 

 En fin, no hay más preguntas, señoría.

 

“Este es un diccionario que se lee y no se consulta”

 

-A nadie se le ocurriría leer un Diccionario de pe a pa, y tú mismo en la introducción  ofreces una serie de sugerencias para su lectura, pero ¿cuál es la mejor, o la que tú, si no fueses su autor, preferirías?

 

-En el prólogo sugiero que los diccionarios se consultan, no se leen, pero este es un diccionario que se lee y no se consulta.  Y de las líneas de lectura que propongo a mí me gusta esa que llamo marcarse un Rayuela, esto es, no hacer una lectura lineal del diccionario, sino abrir al azar una página y luego ir de entrada en entrada por las referencias a otras que en cada una hay, y así, el ‘spleen’ te lleva travieso al ‘desencanto’, y de ahí vas derecho al ‘desengaño’ y así transitas de pérdida en pérdida con fluidez e ignorancia, como hablo yo algún idioma que otro.

 

-En alguna parte de tu libro afirmas que no se puede perder lo que no se ha poseído, pero ¿no crees que también perdemos lo que no tenemos, y que tal cosa es quizás la mayor pérdida de todas?

 

“Todo poema, con el tiempo, es una elegía”

 

-Por darle la vuelta a tu argumento, no es tanto que perdemos lo que no tenemos como que lo que tenemos es lo que perdemos, o mejor dicho, lo que hemos perdido. Pero lo dice, cómo no, mucho mejor Borges que yo, en ese poema magnífico que se llama “Posesión del ayer”, siendo ‘ayer’, (pérdida del presente), otra entrada de mi diccionario:

 

“Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujeto a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”.

 

-También dices que perder algo casi siempre causa dolor. ¿Cómo explicas entonces que algunas pérdidas sean, sin embargo, un alivio?

 

-En mi definición, la pérdida debe ser siempre involuntaria e incluir un patere, en efecto, un dolor, un menoscabo. Si hay alivio no hay pérdida, como puede suceder por ejemplo en la ‘ausencia’ (pérdida de la presencia). La ausencia  es una de las pérdidas más dolorosas que puedes sufrir, cuando lo es de un ser querido. Pero si tu pareja es lamentable y se marcha a comprar tabaco y no regresa nunca, como canta el Boss en lo que parece un microrrelato de Carver: “Got a wife and kids in Baltimore Jack, I went out for a ride and I never came back”, entonces en efecto hay alivio pero no pérdida, porque la ausencia no te procura menoscabo, más bien liberación, dicha, otra vez alivio.

 

-En otro lugar afirmas categórico que tu diccionario no es un instrumento para revertir ni mitigar el conjunto de pérdidas que pueblan invasivas nuestro triste existir, o sea, que no es un libro de autoayuda ni un vademécum, sino un diccionario literario. Pero, ¿la literatura no es, a su modo, un remedio, una autodefensa, un instrumento de evasión, incluso de consuelo, frente al prosaico mundo real?

 

-Advierto que es un diccionario literario y no médico, para que no acuda a él ingenuo quien sufre ‘alopecia’ (pérdida del pelo) pensando que va a encontrar en esa entrada remedios para las suyas, para su mal, curas milagrosas o descuentos para implantes capilares con visita guiada a Santa Sofía, porque se decepcionará, añadiendo más descontento si cabe al que ya le procura dadivosa la propia calvicie. Y sí, la literatura es una forma de esquivar la realidad, es incluso una forma de realidad.

 

“En general la pérdida genera mejor literatura que la ganancia”

 

-¿Es mejor cantar lo que se pierde, como decía Machado, que cantar y contar lo que se gana?

 

-Sin duda, a nadie le interesa lo que ganas, más bien disfrútalo pero no me lo cuentes, no lo cantes tampoco. Además, es tras la pérdida cuando lo quieres verbalizar, hay más poemas de ‘desamor’, otra entrada del diccionario, o de ‘desengaño’, una más, que de amor. El desamor impregna pastoso toda la poesía y desde luego por entero ese mundo empalagoso de la canción ligera, porque al que ama y es correspondido ya le basta con eso. Claro, si eres Luis Miguel Dominguín y acabas de acostarte con Ava Gardner, igual en efecto sales corriendo para contarlo, a ti puede interesarte contarlo, a mí escucharlo menos. Pero en general la pérdida genera mejor literatura que la ganancia, así el fracaso que el éxito, desde el inicio de la novela con el Quijote, el protagonista tiene que ser un perdedor para que nos interese, los príncipes victoriosos se quedan para la literatura medieval o las películas de Marvel.  

 

-¿Realmente es la pérdida de la voluntad la mayor de las pérdidas, tal como llegas a afirmar en tu libro?

 

Para mí sí. El ‘abandono’ (pérdida de la voluntad) es pérdida severa, casi irreversible, porque sin voluntad te vienen luego pérdidas en racimo, nada puedes hacer porque careces de voluntad para afrontarlo. Y es que en la vida, más importante que el talento, desde luego que la suerte, es la voluntad. Otra cosa es la ‘acrasia’ (pérdida del buen juicio) que implica una pérdida temporal de la voluntad, el buen juicio se ve alterado por otras cosas y cedes por ejemplo a la tentación. Así, Eva cedió y terminó comiéndose la manzana, en la que es la madre de todas las pérdidas, la fundacional, la ‘caída’ (pérdida del Paraíso). Pero aunque no recuperes el Paraíso (en verdad nunca lo tuviste, es el invento para no asumir la idea de un creador chapucero), en la acrasia la voluntad sí puedes recuperarla, en el abandono no.

 

-En la voz ‘adicción’, dices que significa pérdida del control en el consumo de algo. ¿Sería entonces un adicto el bibliófilo y, por tanto, un descontrolado?

 

-Sin duda, la bibliofilia es casi siempre bibliomanía, es decir, es una patología como otra cualquiera. Yo la padezco y a veces a mi pesar, he pasado de comprar libros que sabía que iba a leer a comprar libros que igual no leía y he terminado comprando libros que sé que no voy a leer. Y todo esto sin control, poniéndome límites que luego incumplo, como Samuel Peppys, que decía que la biblioteca de un caballero no tiene que tener más de 3000 libros y luego libro que entra libro que tiene que salir. Pero él no hacía caso a su propia regla, también trataba de controlar su dipsomanía diciendo no antes de las seis no más de seis, esta vez para los gintonics, pero a veces el límite ejercía de acicate, vaya, son las ocho y solo me he tomado dos, esto hay que arreglarlo.

 

“Esa idea de que el sufrimiento nos hace mejores personas es una de las mayores falacias”

 

-San Agustín afirmaba que es malo sufrir, pero bueno haber sufrido. ¿No piensas, como él, que las pérdidas nos humanizan, y que en puridad no todas son malas?

 

-Sufrir no sirve para nada, esa idea de que el sufrimiento nos hace mejores personas es una de las mayores falacias. Lo decía Leopoldo María Panero, en una película en la que participé hace ya tantos años,  desde el muy pinturero manicomio de Mondragón: “yo creía que los locos iban a ser buenos porque han sufrido mucho, pero precisamente porque han sufrido son los mayores hijos de puta”.

 

-En la voz ‘asimilación’, declaras que es sinónimo de Integración (en otra cultura), con un carácter positivo. ¿De verdad? ¿No has leído a Arcadi Espada? ¿La integración, sensu estricto, no es más bien un modo de sumisión, y sobre todo el modo en que los que te acogen te siguen viendo no como a uno más de los suyos, sino como lo que eres, el charnego docilizado?

 

No, más bien digo que ‘asimilación’ (pérdida de la identidad por abrazar la del entorno), es algo chungo, literalmente  tiene un tufillo feo y rancio, suena a pérdida y no gustosa, suena a obligación, suena a imposición, tiene como ellas ese final agudo y asertivo, o te asimilas o te vas, vienen a decirte, asimilación o rechazo, conversión o expulsión.  Integración es la versión positiva, y suena más bien a voluntad tuya, te integras, asimilación es la versión en efecto chunga. Salvo si eres camaleón o Zelig, entonces tu identidad es precisamente la de abrazar la identidad del entorno, luego no hay ahí pérdida ni menoscabo, más bien la habría si no cambiaras. Y no, no he leído a Arcadi Espada, pero supongo que tampoco él me ha leído a mí, así que ya tenemos algo en común.

 

-¿Te consideras un buscapérdidas?

 

Sin duda, ando buscando pérdidas todo el tiempo. Y a veces me encantan los hallazgos, me gustan por ejemplo las pérdidas digamos más abstractas como ‘nunca’ (pérdida de la posibilidad), ‘tampoco’ (pérdida de la segunda oportunidad) o ‘pero’ (pérdida del valor de cuanto antecede). De entre todas ellas, por escoger la pérdida preferida de este buscapérdidas que soy, a mí me fascina ‘casi’, (pérdida del todo), de la que por una vez el diccionario da una definición maravillosa, acierta, como lo hacen dos veces al día los relojes detenidos. Poco menos de, aproximadamente, con corta diferencia, por poco. Por eso es hermosa pero terrible esta pérdida, casi ganas la maratón pero no la ganaste, por poco, casi apruebas las oposiciones pero nunca lo hiciste, aprobaron otros, tú no, casi llegas a la cima pero te quedaste con las ganas. Para eso, casi mejor no haber salido de casa.

 

“El humor hace a las pérdidas más tolerables, hasta las peores”

 

 

-En tu libro recurres con bastante frecuencia al humor en un tema aparentemente tan serio como este de las pérdidas. ¿Por qué?

 

-Porque no quiero incurrir en una de las peores pérdidas con derecho a entrada en mi diccionario, la ‘solemnidad’, (pérdida de la ironía),  mal que afecta a gran parte de la literatura española, no así a la anglosajona. Se pueden abordar las pérdidas desde el humor, el humor no debe ser el antónimo de lo riguroso, se puede ser riguroso pero con humor.  Y se puede perder pero con humor, es más se pierde mucho mejor, el humor hace a las pérdidas más tolerables, hasta las peores.

 

-En la voz ‘cese’ describes con sarcasmo lo que has visto en algunos casos de ceses de diplomáticos, políticos o similares…, ¿siendo tú diplomático, verías tu cese de la misma forma?

 

Distingo entre el ‘cese’ (pérdida del cargo) y el ‘despido’ (pérdida del trabajo), porque al primero se le supone una cierta solemnidad, la mejor liturgia era la de Franco, que te mandaba el motorista a casa, para que no asistieras ya al consejo de ministros, habías dejado de ser parte de él, y de paso te ahorrabas los monosílabos del jefe con voz atiplada. En el despido la liturgia es más cutre y sales con la inevitable caja de cartón con la foto enmarcada de los niños (que ni siquiera son tuyos), devolviendo la tarjeta para entrar en el edificio porque ya no eres bienvenido. Y hablando de mi cese, lo que me gustaría es ser cesante, esa categoría maravillosa del XIX, el uso del participio pasado lo estropea todo, cesado es terrible, cesante es hermoso.

 

-¿Qué se gana y qué se pierde al leer tu Diccionario?

 

-En el asunto de las ganancias no soy experto, pero igual ganas en ganas de leer otra cosa, de practicar el senderismo o la natación. Y perder se pierde sin duda, se pierde el tiempo, la ocasión de ver el partido de la Champions, los veinticinco euros del ala que cuesta el libro, la posibilidad de releer las obras completas de Martín Vigil, tan injustamente preterido en nuestros días.

 

-He notado que te muestras muy crítico con los libros de autoayuda, pero en tu libro también hay consejos y recomendaciones, como cuando en el cierre de la voz ‘extravío’ invitas al lector a que trate “de no incurrir en esta pérdida, de no extraviarte, de no perderte en suma cuando perderte no quieres, porque vendrán después las pérdidas racimo y nada podrás hacer para evitarlas”. ¡Ah, creía que tus lectores no necesitaban consejos…

 

El asunto es que no tengo lectores, y eso me permite hacer lo que me dé la gana, porque a diferencia de Lola Flores no me debo a mi público, porque carezco de él. Y por eso puedo aconsejar al lector después de haber dicho que no iba a hacerlo, dirigirme a él o ignorarlo olímpicamente. Pero sí, el ‘extravío’ (Pérdida del rumbo. Pérdida a secas) es otro de los nombres de la pérdida, si pierdes el rumbo prepárate porque vienen curvas, si pierdes el rumbo te pierdes.

 

-¿Qué no te gustaría perder nunca? Y no me vale que me digas la vida…

 

El sentido del humor, ya mencionado, para no incurrir así en ‘solemnidad’. Pero si me pongo serio aunque solo sea por un momento, no me gustaría perder la voluntad, motor de todo, puede estar mermada, maltrecha pero sigue ahí. Ahí sí que perderla sería perderme. Y claro si te pierdes voluntariamente, en esa idea del flâneur de Benjamin, que nos sugiere que perderse en la ciudad requiere un aprendizaje, entonces está todo bien, pero si pierdes la voluntad entonces te pierdes sin querer, y ya no te encuentras, como en el extravío.

 

-¿Y de qué cosas de las que has perdido hasta ahora te lamentas más?

 

-Cuando alcanzas una edad empiezan a acumularse las pérdidas. Fitzgerald decía que la vida es un proceso de demolición, pero erraba, es primero un proceso de construcción. Luego sí, luego empiezan los golpes pequeños, la demolición sistemática se pone en marcha. Y es también una sucesión de pérdidas, pero de nuevo empieza más bien siendo un proceso de acumulación, es verdad que algunos acumulan más que otros, pero si tienes la desdicha de vivir muchos años acumulas, amigos, cosas, recuerdos, familia. Y luego sí, luego empieza ceniza la sucesión de pérdidas irreversibles, cotidianas. En mi caso la pérdida de mi padre, su ‘ausencia’, es todavía hoy la pérdida más dolorosa, más años pasan, más le echo de menos.

 

“El lenguaje a veces ofrece segundas oportunidades a las palabras”

 

-Aunque yo no te veo como un perdedor, ¿qué te gustaría perder?

 

-Si ‘perdedor’ es el que siempre pierde, el que ha nacido para perder,  y no como dice el diccionario solo el que pierde, todos somos al cabo perdedores, algunos llegan antes como el poeta menor llega antes al ‘olvido’ (otra vez Borges), pero a él vamos todos derechitos. Es curioso cómo ‘perdedor’ era siempre el varón, porque de él se esperaba el éxito y por tanto era el que perdía, mientras que la ‘perdida’ (pérdida de la tilde de pérdida) era ella, porque de ella se esperaba la virtud, y el hombre nunca era un perdido, en todo caso un golfo, pero perdido no. El lenguaje a veces ofrece segundas oportunidades a las palabras, y perdida ya no es sinónimo de mujer de vida licenciosa, sino una llamada perdida. Mucho mejor.

 

-La historia de la literatura está llena de fracasados, de perdedores…, ¿podrías hablarnos de cuáles te han llamado más la atención?

 

-La lista es infinita, desde Ignatius Riley a Arturo Belano, de Oscar Wao a Alonso Quijano. Y están claro los malditos, que pierden de antemano porque se sitúan al margen, los extravagantes en su sentido literal, que vagan fuera de las lindes. Y ahí de nuevo la lista es interminable, del citado Panero a su primo Artaud, de Satie a Arthur Cravan.

 

“Escribir, para mí, es más bien terapia, es mi tiempo de disfrute”

 

-Y ya que estamos, ¿cuál de tus libros consideras que fue una pérdida de tiempo haberlo escrito?

 

-Yo me lo paso muy bien escribiendo, luego no hay pérdida para mí por no mediar menoscabo, y por ser siempre algo voluntario, hago muchas cosas al día por obligación pero escribir no se encuentra entre ellas. Por otra parte,  nunca he entendido eso del sufrimiento para escribir, para mí es más bien terapia, es mi tiempo de disfrute. Otra cosa es que luego nadie lo lea y tú te frustres o no, que antes sí pero ahora desde luego ya no, pero haber escrito libros no ha supuesto pérdida de tiempo, tantas otras cosas en mi vida sí. Porque en esto de perder el tiempo siempre hay ese sentido utilitarista, el de aprovechar el tiempo, en inglés perderlo es to waste time. Sánchez Ferlosio se preguntaba “¿de quién es esa vida que dicen que sigue cuando dicen que la vida sigue?”, y podríamos reformularlo preguntándonos ¿de quién es ese tiempo que dicen que pierdo cuando dicen que pierdo el tiempo? El mío quizás no. Si uno tiene claro cuanto quiere hacer con su tiempo, entonces cualquier otra cosa será perder el tiempo. Kafka decía que todo lo que no era literatura era perder el tiempo. Ahora bien, somos muy ingenuos con esto del tiempo, lo perdemos, lo matamos e incluso lo hacemos, hacemos tiempo, quién pudiera. Matarlo tampoco podemos en verdad, porque como nos recuerda Cioran, “mi misión es matar el tiempo, y la del tiempo es matarme en su turno a mí. Qué cómodo se encuentra uno entre asesinos”. Y ya sabemos quién gana esa apuesta, quién cumple con su misión de forma inapelable.

 

“No prestes nunca tus libros, compra y regala, incluso roba y regala”

 

-Hay un libro tuyo que me gusta mucho, Roba este libro, y sin embargo no has incluido la voz ‘robo’ en tu Diccionario. A los bibliófilos, incluido tú, nos apasiona ese tema, así que no entendemos que nos hayas hurtado esa voz, ¿alguna razón que lo explique?

 

-Como este es un diccionario provisional habrá que añadirla, es verdad que está ‘tirón’ (pérdida del bolso por sustracción violenta), pero en el bolso no sueles llevar libros. Podríamos improvisar una que fuera ‘préstamo’ (pérdida de libros por estupidez manifiesta del propietario), aunque en puridad no es robo, que implica violencia, ni hurto, sin ella, sino apropiación indebida, porque yo te he prestado ese libro pero quería que me lo devolvieras. Pero es sin duda la peor manera de perder un libro, porque pierdes además al amigo al que se lo prestaste, y se te queda de paso una cara de idiota que es la que has debido gastar siempre pero no te habías percatado. Luego no prestes nunca tus libros, compra y regala, incluso roba y regala, pero no prestes.

 

-Si este es un libro de pérdidas, qué le dirías a un lector para que se perdiera en él.

 

-A ese lector improbable le diría que se sumerja en las pérdidas como quien se aficiona a esnifar pegamento, y no será nunca una victoria, porque no es lo mismo la derrota que la pérdida, en la pérdida se te sustrae algo que tenías previamente, en la derrota no, nunca alcanzaste la victoria, luego tuya no era. Sumérjase pues el lector en el diccionario, aporte pérdidas propias, discuta las que hay, y como si esto fuera una clase de las de ahora, ya sumergido, subraye la entrada  ‘hundimiento’ (pérdida del contacto con la superficie por inmersión) y coméntela con su vecino de pupitre.

 

Miguel Albero,  Diccionario provisional de pérdidas, Madrid, Abada Editores, 2024.

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Álamo

Amor sin convencionalismos

25 de abril de 2025 13:52:41 CEST

“¿Qué clase de libro es este poemario? Porque la verdad es que es raro: a veces rima o traza un pentagrama, y muchas, juega, sí, juega con las palabras con la seriedad con que juegan los niños, la seriedad con que nos juega la vida” comenta Hugo Mujica de este último libro de Gonzalo Escarpa (1977).  Un libro que no acaba en ese explícito juego verbal o “perfoescrito” (pensado para escucharse, pues lo excede de largo) como gusta definir cierto tipo de poesía el autor (próxima a la canción). Y no lo es porque también filtra desasosiegos su canción de amor insurgente, amable y profundamente seria, a veces en la contralectura con Nicanor Parra (sin su acidez), frente quienes corrompen el mundo por su falta de empatía y solidaridad. Quiero decir trae mucho de eso en su miscelánea de poemas de diferentes registros y tonos, emociones, metros y fórmulas, desde el mentado sentido del juego, a veces puro ludismo verbal, pero otras crítica y reflexión, necesidad de intimidad, no sé si cierto cansancio… pero sobre todo amor sin convencionalismos cursis o astucias, pues estamos ante un libro de amor lleno de delicadezas. Y pienso en el estupendo “No cabe en un color el Paraíso”, claro en dicción en su declaración de intenciones. Me refiero a ese explícito amor vitalista que reflexiona y piensa en sí, hecho actitud y postura frente al mundo, comprensión de la vida, hermenéutica, piedra tirada al fondo, diría José Ángel Valente. Quiero decir es eso fundamentalmente; también mirar, repasar, y un sopesar pensativo (ya está Escarpa en esa poesía de la edad o de reflexión), sin gravedad atosigante, con sugerencia, ante el motivo del mar frente al mar de la vida, de donde nacen, en ocasiones, algunos poemas estupendos con ese motivo, y se hila el libro en su reiteración, engranaje.

Quiero decir es todo eso, pero además de esa reflexión llena de deseo de intimidad es un poema. Uno que debió, quizá, poner al frente: “Regocíjate, hermano” realmente estupendo en intención y fórmula, hijo de Walt Whitman, sin desbordamientos. Y más en un libro misceláneo en tiempos en que los conglomerados de misceláneas no terminan de soltarse la melena, frente a estas maceradas vivencias, reflexiones o poemas de la madurez, elaboradas por la vivencia y por el tiempo, bien macerados.  De ese orujo de yerbas destilado por los días, léase reflexión y “saber decir”, por contarlo a la manera de Ángel Gabilondo, surge este libro apetecible, vivo, con sus colinas y valles, pero siempre con esa verdad de fondo, con ese adentramiento sin trampa de quien tiene verdades o situaciones que contar/cantar. Las de “Un hombre frente al mar/no está del todo solo” u otro delicioso, realmente, “Un hombre frente al mar/ puede estar en silencio / sin estar en silencio. / Es como un hombre frente a un libro. / Está leyendo el mar, / que le habla / sin hablar”, por no hablar de “Mazunte”, o esa soledad donde parece empezar a pesarle al yo. Sin duda en el extremo opuesto al deseo, a ese “Regocíjate, hermano”, estupendo, o el vitalismo del que está impregnado el libro y su diálogo con la vida de un poeta con otro mérito añadido en sus aciertos. Me refiero a que Gonzalo Escarpa (que no sé por qué publica poco), cuando se lo propone, sabe narrar líricamente, a la manera de José Hierro, y sabe mantener la tensión. Y lo hace muy bien. Tal debiera emprenderse más desde ahí. Me refiero a poemas, estupendos, como “Nick Cave llega a la playa de Antón Lizardo, en Veracruz”. No es fácil desarrollar esa mezcla de distancia con el yo y de transparentarlo en medio del camino de la vida, narrarlo líricamente y sostener un poema largo, como hizo Hierro, del que sin duda ha aprendido a hacerlo. Y lo hace bien. Y no solo una vez, sino también en “Memoria de la sombra. París ya no recuerda a Paul Celan” (si alguna vez lo recordó), y donde Escarpa nos cuenta que no todo en su poesía está hecho para la canción y el recital, sino también para la lectura atenta debajo de la luz en un rincón de la casa, o debajo del hueco de la escalera, escribió Marcel Proust.

 

Gonzalo Escarpa, Quiero decir, Madrid, La Imprenta, 2024.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

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