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Un nuevo libro sobre Franco y la Masonería

20 de octubre de 2022 09:31:58 CEST

Publicado en la colección “Historiadores de la Masonería” el libro Franco y la Masonería. Un terrible enemigo que no se rinde jamás del profesor de Historia Contemporánea de España en el Centro de la UNED en Calatayud, fue presentado en el Ateneo de Cádiz, durante la celebración del II Seminario Internacional de Historia de la Masonería, organizado por el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME) de la Universidad de Zaragoza.  

“Francisco Franco Bahamonde – escribe Juan José Morales-  el Generalísimo, el Caudillo, el dictador: nunca fue masón, pero estaba obsesionado con la masonería y los masones. De hecho, fue el único Jefe de Estado que firmó una ley implacable para la persecución de los masones. Recién acabada la guerra civil y durante toda su vida repitió insistentemente en numerosos discursos y en más de un centenar de artículos –curiosamente firmados con distintos seudónimos- que había que estar en guardia contra las acechanzas de un extraño contubernio judeo-masónico-comunista, basado fundamentalmente en rancias, pero muy eficaces teorías conspiratorias. En España prevalece todavía la visión más oscura de la masonería; como la de un ente secreto, satánico e infernal, causante de todos los males. Esta visión estaba tan arraigada en la mente de muchos españoles- y probablemente aún lo esté- que por eso los masones tuvieron que esperar unos cuantos años después del fallecimiento de Franco, para poder regresar del exilio. Y algo que también parece muy significativo: la masonería no fue legalizada hasta dos años después que el Partido Comunista de España (PCE). Franco, no podía dormir tranquilo porque estaba convencido de que la Masonería es un terrible enemigo que no se rinde jamás. Esa era la peor de sus pesadillas”.

El profesor Juan José Morales Ruiz se ha especializado en el tema del discurso antimasónico y la represión de la masonería en la guerra civil y durante el franquismo. Es miembro del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME) de la Universidad de Zaragoza. En la misma editorial (Masónica.es) ha publicado Palabras asesinas. El discurso antimasónico en la guerra civil española.

Escrito en Sólo Digital Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

 

Hay obras literarias que conforman un cosmos: órbitas lunares, astro que rige, satélites, influencias, meteoritos… Obras literarias que son, acaso, la propia biografía del autor, sin que se trate de textos autobiográficos al uso. La de Marguerite Duras es una obra altísima, con una profundidad renovada, con una intensidad de bosquejo impresionista que nunca sacia del todo la sed. Como las grandes historias. María Cecilia Salas Guerra, psicóloga y profesora de la Universidad de Antioquia y doctora en problemas del pensar filosófico de la Universidad Autónoma de Madrid, es la autora de un ensayo en el que se adentra en el significado último de la escritura de la autora francesa: Marguerite Duras. Escribir la parte de sombra (editorial Swann).

 

“La obra de Marguerite Duras es tremendamente visual”

 

- La sombra de Duras, ¿es alargada, espesa, intermitente...?

- La obra de Marguerite Duras es tremendamente visual. Con palabras, pinta, fotografía y hace montajes con los paisajes, los estados de ánimo, los eventos grandes y pequeños que marcan su vida, o que dan lugar a sus relatos. Podemos decir que su escritura arroja una sombra intermitente que, como el claroscuro, agrega luz y sombra, y nos da la sensación de volumen y profundidad: da vida a las palabras, atiende a la fugacidad de las vislumbres, a esa mirada pasajera que reclama una escritura sutil, marginal, blanca, en la que se atesoran las huellas de acontecimientos nimios pero decisivos, abiertos a infinitos campos de posibilidades, en los que la escritura recomienza con cada libro.

 

- ¿Cómo hacer de la sombra de cada cual un hontanar de inspiración, de creación?

- En su condición de artista, Duras muestra que cada uno hace lo que puede con su parte de sombra, y para ello no existe una clave o una receta. Escribir es algo que se le impone a la escritora como un acto irrenunciable, que la conduce por «lugares pantanosos en los que no se puede apoyar el pie». Su obra, entonces, es un modo singular de hacer con la parte de sombra, es una versión con múltiples aristas y matices, que atrapa o expulsa al lector, y cuando lo atrapa lo exilia de sí mismo o al menos le permite verse un poco desde fuera, atender a ciertas vivencias, escucharse de otro modo, desalojar uno que otro prejuicio.

 

“Escribiendo, Duras se entrega a la soledad, al silencio, a la brutalidad de la vida”

 

- ¿Qué es lo que más le fascina de la obra de Marguerite Duras? ¿Qué hace de ella una autora tan reconocible, indispensable?

- Sorprende esa manera tan suya de tejer la vida en una forma de escritura que es eminentemente femenina, y que constatamos no solo en las novelas sino también en los ensayos, en las conversaciones y en los guiones cinematográficos. Asistimos a un tejido indiscernible que nos interpela, sobre todo en cuanto al deseo no sabido, a la feminidad inatrapable en las redes del saber, a los oscuros lazos familiares, a la convulsa infancia, entre otras experiencias igualmente vitales para cualquier lector.

De igual modo, resulta excepcional la precisión y la sutileza con la que Duras recrea la experiencia de la locura, del arrebato y del exilio, tan frecuentes en sus personajes, por el mismo hecho de que son bastante corrientes en la vida misma.

Escribiendo, Duras se entrega a la soledad, al silencio, a la brutalidad de la vida; se expone al no saber, al enigma de la existencia: muestra con palabras esa otra región, y lo hace sin saber cómo, sin método, por eso no escribe libros «encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio». Ella reivindica los «libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento». (Duras, Escribir) O, como advierte en Los ojos verdes: «Escribir es no poder evitarlo, no poder escaparse de ello. Veo [al escritor] bregando consigo mismo, por esos lugares movedizos que lindan con la pasión, imposible de cercar, de ver, y de lo que nada puede librarle. (…) La desdicha maravillosa es quizá aquella tortura, esta invocación que no deja descanso alguno, ese arrebato de uno que le hace sentirse abandonado y perdido cuando termina el libro. Tú lo sabes. Ser para sí mismo su propio objeto de locura y no volverse loco por ello. Eso podría ser la desdicha maravillosa».

 

- Usted dice que el acto de leer es un acto de escucha. ¿En algún momento, el texto, además de hablarnos, nos escucha?

- Leer es un paciente acto de escucha, es decir, de cierto vaciamiento, no de otro modo es posible una mínima receptividad ante el misterioso acto de escribir llevado a cabo por otro ser humano, cuya existencia estuvo tomada por la necesidad apremiante de decir, evocar, reelaborar, hasta sostenerse casi prioritariamente en las palabras, cual funambulista. Leer es escuchar el acto de escribir, que consiste en «callarse y hablar» a la vez.

En ese sentido, el acto de escuchar, como el acto de mirar, es casi siempre de ida y vuelta. Leyendo, de repente somos escuchados por el relato, así como ante la imagen, de repente, somos mirados. En ambos casos, se puede decir que somos certeramente interpelados, que salimos del libro o de la imagen siendo otros.

 

- La obra de Marguerite Duras está “poblada de personajes arrastrados por el desierto del deseo”. ¿Cuándo —de haber esa ocasión— conviene no atender al deseo?

Aunque es la esencia del hombre, el deseo es, habitualmente, no sabido, enigmático, de ahí que no se confunde con las ansias, las necesidades o las aspiraciones. El ser humano es causado por el deseo, tomado por él, como una fuerza que lo empuja y que, eventualmente, casi siempre a posteriori, se despeja un poco. Algunos personajes de Duras se abandonan a esa fuerza oscura que es el deseo, se arrojan hasta la catástrofe incluso, tal como podemos verlo en Lol V. Stein, en el Vicecónsul o en Anne-Marie Stretter, entre otros.

 

“Escribir la infancia es también inventar un lugar en el mundo”

- ¿Hasta qué punto uno puede «escribir la infancia» (toda vez que se cambia de apellido para arraigar aún más su nombre en ella)?

- Escribir la infancia es, para Marguerite Duras, evocar, re-construir, ficcionar, arrojar un poco de luz sobre esa región que es determinante de la vida, pero de la cual apenas sobreviven restos inconexos y destellos que, al escribirlos, atraviesan o perfilan la parte de sombra en la que los seres hablantes se hallan un poco exiliados de sí mismos. Escribir la infancia también es inventar un lugar en el mundo, poblar una geografía antes inexistente, imaginar un origen, traer a colación ciertos rasgos de la madre o del padre…

 

- ¿Qué aporta conocer la vida del autor cuando uno lee su obra? ¿De qué manera la condiciona?

- De la vida de un autor se pueden conocer algunos hechos, narrados por él mismo, casi siempre con matices y diferencias cada vez que los evoca; o referidos por los biógrafos, en el propósito de hacer un homenaje o de evidenciar algunas claves para acercarse a la obra. Pero en alguna medida la biografía es «ofrenda vana» —como dice Pascal Quignard—, y la autoexposición o autobiografía es, en buena medida, autoficción. Por tanto, la vida del autor no se conoce plenamente, y como lectores estamos ante unos personajes que tampoco llegamos a conocer a cabalidad. La misma Duras afirma que no puede conocer a su criatura Lol V. Stein y el lector tampoco: ella deambula, aparece y desaparece, solo la vemos en su errancia, hasta ser presas nosotros mismos de ella, es decir, somos perseguidos y mirados por Lol, como una presencia silenciosa que desconcierta e incita el decir y la especulación de otros, díganse otros personajes que la miran o los lectores que no logran definirla. Tampoco podemos conocer al Vicecónsul, de quien solo nos llegan sus gritos, porque está claro que grita y aúlla como quien reza, del mismo modo que dispara por las noches contra Lahore y contra la India en descomposición, porque no puede hacer otra cosa, dispara para matar por matar.

 

“Todos vivimos en el exilio”

 

- Si tuviera que escoger una de las obras de Duras, ¿Cuál sería y por qué?

Elegiría El Vicecónsul. En primer lugar, porque en esta novela la autora revisita y extiende las geografías de la infancia, que había recreado en Dique contra el pacífico —el libro preferido de Duras al final de su vida—, ampliando en esta ocasión su mirada sobre los efectos del colonialismo: el hambre, la miseria, el exilio. En segundo lugar, porque la autora construye una voz narrativa masculina, la de Peter Morgan, que es quien escribe, y aparece tanto o más implicada que la voz narrativa de Jacques Hold, que escuchamos en El arrebato de Lol V. Stein. Y, en tercer lugar, porque en esta novela se muestra la locura, el extravío y la llamada lepra del corazón con un refinamiento casi clínico. El Vicecónsul nos muestra que, para decirlo con los versos de Henri Luque Muñoz: “Todos somos discapacitados, / Todos vivimos en el exilio, / Todos somos la noche, / Llevamos el misterio en la cara…”

 

- ¿Usted diría que fue una mujer feliz?

- Su obra nos muestra una mujer consecuente con el arduo deseo de escribir, hasta las últimas consecuencias, tanto, que Lacan se pregunta si la «caridad sin grandes esperanzas con la cual Duras anima sus creaciones, no proviene de la fe que usted tiene de sobra cuando celebra las bodas taciturnas de la vida vacía con el objeto indescriptible». Fiel y consecuente con la escritura, con las palabras, hasta el momento final de su vida, tal como podemos leerlo en Esto es todo, hecho a partir de los esbozos intensos y lacónicos que le dictara a su incondicional compañero, Yann Andrea: “A veces estoy vacía durante mucho tiempo./ Existo sin identidad./ (…) / La felicidad es lo mismo que decir, un poco muerta./ Un poco ausente del lugar donde hablo. / (…) Cuando escribo, estoy en la misma locura que cuando vivo./ Me reúno con masas de piedra cuando escribo. Las piedras de la Presa / (…) / Escribir durante toda la vida, eso enseña a escribir. Eso no salva de nada.” 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

Aventuras y desventuras de la razón

10 de octubre de 2022 12:11:57 CEST

Quizás la historia de la filosofía, como cualquier historia, deba reescribirse continuamente. Cada momento contempla el pasado desde su propio punto de vista. Y mirar hoy la historia de la filosofía desde una óptica diferente constituye una experiencia única, una aventura sugestiva que nadie ha vivido antes. Exige leer un texto envejecido por los años que esconde un mensaje oculto que debemos descifrar. Y eso pretende hacer aquí nuestro compañero de viaje, cuando conversa con los sabios de antaño y con los lectores de hogaño, un encaje de bolillos que quiere ser fiel a la imagen de siempre, pero reeditándola con las investigaciones recientes para así obtener una imagen nueva que refleje el estado de la cuestión.

Juan Padilla es un profesor de la UDIMA que ha escrito libros sobre Henri Bergson y sobre la escuela de Madrid. Su tesis doctoral, dirigida por Heliodoro Carpintero, versó sobre Antonio Rodríguez Huéscar. Ha trabajado en la edición de las obras completas de Ortega por la Fundación José Ortega y Gasset e investiga hoy sobre temas de muy distinta índole. Es un filósofo por vocación que vive en la filosofía, para quien toda la historia del pensamiento occidental interpela al hombre de hoy, que, por más que lo intente, no puede permanecer de espaldas al desafío máximo de la condición humana y a las preguntas que se hace cuando se enfrenta al sentido y al sinsentido de todo, abrumado por el vértigo del abismo.

Este grueso volumen de setecientas páginas es algo más que un libro de texto. Además de exponer en pocas palabras las ideas de cada escuela y de cada filósofo, con objetividad, con rigor y con las explicaciones necesarias para entenderlas, aporta algunas claves que van descubriendo el sentido general de los cambios de rumbo que se suceden en el tiempo, como el tránsito de la Grecia clásica a la época helenística, el encuentro (o desencuentro) del cristianismo naciente con la Antigüedad pagana, el Renacimiento y la reforma protestante o el surgimiento de la modernidad y de la posmodernidad. Pero no se contenta con ello, sino que además fotografía el contexto en el que las ideas nacen, viven y mueren. Quizás se deba a la influencia de Ortega esta sensación que transmite al lector de que la filosofía vive en la historia, de que tiene que hacerse a sí misma, concebir proyectos en cuya ejecución se topa con facilidades y dificultades. Y todo ello se puede explicar y entender haciendo uso de la razón.

Consciente de que su discurso tiene un argumento, no puede evitar poner un cierto orden en lo que en sí mismo es caos. Y esta dación de forma en una materia informe supone un disimulado acto de creación personal (patente desde las primeras líneas para el lector avisado) que excita la curiosidad. Todo un magma de ideas ajenas que el autor ha repensado en la soledad sonora de su más íntimo ser y que en cierto modo hace suyas.

Aunque es imposible ser especialista en todo, para que este acto de atrevimiento sea fructífero debe abarcar la filosofía (occidental) en su conjunto, porque cualquier idea es antecedente o consecuente de otra. Y el crítico, que no cree en el progreso del pensamiento, debe exponerla teniendo en cuenta lo que hubo antes y lo que vendrá después. Advertir de la relación de cada uno de los elementos del sistema con todos los demás es lo que dota de fuerza y vigor a un relato como este.

El título anuncia ya una toma de postura. Sustituir la denominación tradicional de filosofía por pensamiento supone ensanchar el campo de estudio con incursiones en la ciencia y en la religión para acercarse a lo que Arthur Lovejoy llamó historia de las ideas. Y aludir a las desventuras de la razón implica ser consciente de la relación de amor/odio que, a pesar de los pesares, liga a ésta con la filosofía. Corta sin contemplaciones el autor cualquier cordón umbilical que lleve a confundir la filosofía con la religión. Si aquella es por su propia naturaleza racional, esta “se apoya siempre en algún modo en una vivencia, en una teofanía, en una fe, en una revelación trascendentes que el hombre recibe de la divinidad pero no descubre por sus propios medios” (p. 15). Pero esta declaración de principio no podrá impedir que el irracionalismo se entrometa en la ansiada racionalidad filosófica, unas veces desde ciertas  religiones, otras desde la mística y en el pasado inmediato desde la propia filosofía.

Muchas maneras de pensar deambulan por las páginas del libro: las religiones mistéricas, los sofistas, las escuelas socráticas, los gnósticos, apologistas y Padres de la Iglesia, los escolásticos, los humanistas, los ilustrados, los positivistas y neopositivistas. Dentro de este enjambre abigarrado del pensamiento occidental no se le escapa al autor que hubo quienes cultivaron formas de ser y de vivir al margen de la racionalidad dominante, tachadas casi siempre por los depositarios de la ortodoxia y de la ortopraxis, pese a lo cual una y otra vez renacen de sus cenizas componiendo una corriente subterránea y variopinta de ideas que se resiste a morir y a la que la historia reservará el lugar que le corresponde. Místicos de la primera Edad Media, como el pseudo Dionisio o Máximo el Confesor, y del siglo XIV como el maestro Eckhart y sus seguidores, filósofos perseguidos, como Amaury de Bène o Siger de Brabante, hacen acto de presencia por derecho propio.

Escrito por un español, este libro presta atención a una filosofía española despreciada y silenciada por los nacionales, profesores e investigadores que dirigen su mirada hacia las grandes figuras, de antes y de ahora, nimbadas por la fama y encumbradas por la tradición. Sin embargo, Isidoro de Sevilla llena en Europa todo el siglo VII, Domingo Gundisalvo, Juan Hispano y la escuela de traductores de Toledo propician la recepción en la Universidad de París de la sabiduría antigua en el siglo XIII, los filósofos de al-Ándalus, musulmanes y judíos, Ibn Hazm de Córdoba, Ibn Gabirol, Ibn Arabi de Murcia y otros muchos rayan a la máxima altura en su tiempo y en toda la posteridad. Y, sobre todo, Averroes y Maimónides fuerzan el salto a una nueva escolástica de raíz aristotélica sobre la que se edificarán la ciencia y la filosofía modernas. En este sentido, merecen un lugar destacado en el Olimpo los filósofos del siglo XX Unamuno, Ortega y la escuela de Madrid.

Si los manuales al uso son oscuros y pesados, esta historia es nítida, cristalina, porque lo explica todo, y además lo hace con un estilo literario de gran belleza. Escribir, aunque sea de filosofía, es escribir bien, escribir como se habla, para que el lector goce cada momento del placer del texto. Aunque al filósofo le va la vida en ello, filosofar también es gozar, y el autor lo sabe bien.

El libro es atractivo tanto para el neófito como para el iniciado. Al primero sirve para hacerse una idea muy completa de cuáles son las líneas maestras del pensamiento occidental, que verá explicadas con claridad y al mismo tiempo con todo el rigor, huyendo de las deformaciones divulgativas al uso. Quien conozca la filosofía de Platón o Schopenhauer también disfrutará leyendo entre líneas y descubriendo sutilezas, nuevas interpretaciones, datos históricos relevantes e incluso filósofos hasta ahora poco conocidos.

Juan Padilla es orteguiano, quizás el último filósofo de la escuela de Madrid, que además se siente orgulloso de serlo. Y, con ello, da vida a una filosofía de otra época, que marcó a fuego durante mucho tiempo la historia intelectual de España, y no sólo de ella. Desde el momento presente, fiel a sí mismo y a su punto de vista, reactualiza una manera de hacer filosofía y de entender la tradición que abre nuevas vías para la comprensión de los problemas eternos.

El libro no llega hasta el día de hoy, porque el autor alberga el convencimiento de que sólo se puede hacer historia del pasado y, por tanto,  serán otros quienes en el futuro cuenten lo que está sucediendo ahora. A pesar de todo, despierta la curiosidad del lector, que quiere saber dónde y cómo termina el relato, después de un siglo XX caótico e ininteligible. Pues bien, sin querer desvelar el desenlace, entre las últimas corrientes de pensamiento y de la ciencia inserta el autor un capítulo dedicado a  la ciencia de las religiones y la teología, en el que trata del surgimiento de la nueva fenomenología de la religión y de la crisis del modernismo dentro de la teología católica.

Mezcla de tradición y originalidad, esta historia, filosófica o crítica, de la filosofía occidental, será una fuente de estudio e investigación a la que habrá que volver una y otra vez para contrastar con el autor los descubrimientos, nuevas ideas, hipótesis y corazonadas que vayan apareciendo a lo largo del camino, porque la filosofía no se puede separar de su historia.

 

Juan Padilla, Aventuras y desventuras de la razón. Historia del pensamiento occidental, Centro de Estudios Financieros, Madrid, 2021.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Florentino Alaez Serrano

Una de las antologías más famosas del XX en castellano fue la que compiló José María Castellet en 1970. Nueve poetas agrupados en la “coqueluche”, los más jóvenes, con querencia a la cultura pop y contracultura (Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero) y los «senior», feligreses de la cultura clásica: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión y José María Álvarez.

Licenciado de Filosofía y Letras, desde que publicase su primer poemario (Cuadernos de arte y pensamiento, 1959), José María Álvarez (Cartagena, 1942) ha ido tejiendo una colosal obra, a lo largo de treinta años, que ha reunido bajo el epígrafe Museo de cera, con diferentes ediciones y sus pertinentes ampliaciones. Poeta épico, los suyos son versos que cantan a los clásicos, haciéndolos cuaderno de bitácora en un mundo en decadencia. Un deseo tumultuoso, con voluptuosidades obscenamente hermosas, un apurar la vida en sus vertientes más hedonistas, una constante reivindicación de la memoria y de la cultura pueblan sus poemas, traducido a numerosos idiomas.

Traductor de Cavafis, Stevenson, Jack London, Shakespeare, Hölderling o Maikovski, entre otros, su novela La esclava instruida obtuvo el Premio Sonrisa Vertical (1992). Ha conocido (e intimado) con alguno de los autores imprescindibles del XX, como Cioran, Borges, Onetti, Octavio Paz o Raymond Aron. Viajero inmarcesible, siente debilidad por Venezia o Istambul—como gusta escribir—, París o Cartagena.

 

- Recuerdo una de mis primeras entrevistas, con Buero Vallejo, que me confesó que estaba un tanto harto de que, cincuenta años después, se le siguiera conociendo y preguntando por Historia de una escalera, como si no hubiera escrito nada más en su vida. A usted, que le pregunten por los Novísimos, ¿le irita, le hastía, le enorgullece?

- A mí me da lo mismo. Agradezco haber sido incluido en ese libro, porque
—sin duda— nos sirvió para ocupar un espacio que nos hizo más conocidos. Lo importante, culturalmente, es ver hoy qué queda y a dónde ha llegado cada uno de los antologados.

 

“El ser humano se ha vuelto más domesticado”

- Pienso en textos de Miller, de Lawrence, de Witkopp (acaso la última escritora libertina), Sade o Apollinaire. Me llevan, de otro modo, a su espléndida novela La esclava instruida, y no estoy segura de que, de nuevas, alguien publicase un texto así. ¿Nos hemos vuelto más pacatos?

- Más pacatos, no… Más domesticados —y espero no incluirme en esa masa—, sí. Es inconcebible cómo gran parte de la sociedad ha aceptado esta especie de lobotomía sexual que arrasa lo que verdaderamente somos, lo que es el ser humano. Pero, bueno, no es sino uno más, aunque puede que esencial, de los crímenes incesantes de la intelligentsia y los gobiernos, como toda esa patraña de la ideología de género, la falsificación de la Historia, la destrucción de la Memoria. En fin… el basurero en que han convertido el vivir.

 

“El deseo ha hecho posible una vida digna”

“Como la hiedra a una pared vieja / el deseo se agarra a mi alma”. ¿Qué papel ha de desempeñar el deseo en nuestras vidas?

- La ha hecho posible, quiero decir, como vida digna.

- Me resulta curioso que titulase su obra completa Museo de cera, porque sus poemas están vivos, apasionados, vehementes, lo contrario a que quietud mórbida que convoca un Museo de cera…

- En realidad, fue el título que nació al mismo tiempo que el primer poema de ese libro, allá por el verano de 1960, en París. Y puede que sea lo que, en realidad, es Museo de cera: un museo. Y «de cera» porque es en lo que estamos convirtiéndonos. Se ve que fue una premonición.

 

“No creo que pueda haber ética sin adoración de la belleza”

- Leyéndole, da la impresión de que antepone la belleza, la estética, a la ética…

- Todo es lo mismo. Yo no creo que pueda haber ética sin adoración de la belleza, sin lo más alto que podamos conseguir estéticamente, sin el constante decantar la cultura.

 

- Como tantos otros intelectuales, usted orbitó en el Partido Comunista. ¿La cuestión es estar siempre frente al poder? ¿De qué modo ha de comprometerse políticamente un poeta —si es que ha de hacerlo—?

- En los viejos años 60 —y he escrito mucho sobre esto— y en España, el Partido Comunista era la única oposición al régimen. Y, además, éramos muy ignorantes, muy fácilmente manipulables. En Francia sucedía lo mismo, y en casi todas las naciones… menos las que estaban sufriendo el horror, horror que se nos ocultaba. Pero, de todas formas, mi labor como «compañero de viaje» fue muy corto y lleno de dudas; desde los setenta, lo que he ido siendo, e in crescendo, es un anticomunista feroz. He contado sobre todo esto en mis libros La insoportable levedad de la libertad, Los decorados del olvido y Manifiesto de Villa Gracia.

 

- “Oh, ebria la Fortuna”, canta uno de sus versos. ¿Se puede vivir sin dioses? ¿A qué precio?

- Creo que no. De todas formas, de lo que se trata es de formas de adoración, y yo, lo que siento más cercano a mí en esa literatura fantástica, son aquellas del antiguo mundo griego. Desde luego, lo que no se puede es vivir sin adoración de la trascendencia.

 

“No concibo la vida sin épica”

- “Oigo los hierros de la Ilíada…” ¿Puede ser épica una vida vivida en el siglo XXI?

- Yo no entiendo, no concibo la vida sin la épica. No hace mucho, precisamente, hablé sobre lo bien que le vendría a casi toda la actual poesía, no sólo española, un «paso» por Kipling, por ejemplo. Y claro está que por Homero, Virgilio… o Shakespeare…

 

- ¿En qué se resume “el botín del mundo”?

- En la libertad y en la desaparición de los necios.

 

- Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Aleixandre… de todos los personajes que ha conocido, ¿cuál le ha causado una impresión más honda?

- Oh… muchos. Borges, Espríu, Raymond Aron, Ferruzzi, Giarcarlo Ivancic, Onetti, García Márquez, Jean-François Revel… no sé, son tantos… Y no sólo que haya conocido personalmente, sino los leídos, los contemplados, los escuchados. ¿Qué sería yo sin Shakespeare, sin Tácito, sin Velázquez o Rembrandt, sin Mozart, sin Bach, sin Gibbon, sin Stevenson, sin Lampedusa, sin Hölderlin, sin Baudelaire, sin Manrique, sin Flaubert, sin Stendhal, sin Tocqueville, sin Hayek y von Mises, o sin Popper, sin Kavafis, sin Nabokov, sin Alfonso Reyes, sin Quevedo…? Yo qué sé; la lista sería infinita.

 

“Las masas no tienen nada que ver con la cultura”

- Si “los animales buscan el oro”, usted parece buscar, verso tras verso, el esplendor vital en la dialéctica cultura clásica/cultura de masas…

- Las masas no tienen nada que ver con la cultura. Yo busco… y acaso ni busco, sino que, como decía Picasso, “encuentro”.

 

- “¿Sabes lo que me preocupa, lo que / a veces me inquieta? /                                     Imaginar que no hay salida / en tu descenso a los Infiernos, / hilo que te asegure regresar”. ¿Conviene atravesar el infierno? ¿Qué disposición de ánimo ha de tenerse para salir de él?

- El infierno lo atravesamos con excesiva frecuencia. Y, sin duda, es fundamental ese hilo de Ariadna que nos permite volver. Y ese hilo es precisamente lo que ahora se pretende, y acaso se consiga, destruir: lo que somos de verdad, nuestra memoria.

 

- ¿Cómo saber que lo vivido ha merecido la alegría de recordarlo?

- Si lo ha guardado la memoria es porque se lo merece.

 

- Homero, Aquiles, Plutarco, Virgilio, Teseo, Ulises, Patroclo… de todos los personajes clásico que habitan su poesía, ¿por cuál siente debilidad? ¿Por qué no Eneas?  O Alejandro Magno. ¿Cómo saber qué o quién merece ser pálpito de un poema?

- Está en la emoción que su recuerdo nos regala. Pero pocas veces —o ninguna— existe sin pasar antes por un espacio que sólo al Arte pertenece.

 

- ¿Qué se hace cuando uno “tiene la Luna en la palma de la mano”?

- Asombrarse.

 

“Creer en el mas allá es un acto de fe que mis dioses no me han concedido”

- ¿Mantiene la certeza de que “no hay nada / más allá de la tierra que piso”?

- Bueno… Yo soy agnóstico. Toda otra conjetura, afirmación o negación, creo que precisa de un acto de fe que mis dioses no me han concedido.

 

- Vive entre París y Cartagena, y es un hombre que ama viajar. ¿De qué modo condicionan y transforman los lugares a uno?

- Cada día amo menos viajar. Viajo, pero lo detesto. La calidad de los medios, la cantidad de gente que nadie sabe por qué están ahí… la calidad de todo, las ciudades que están haciéndose insoportables por el tráfico. Y, sobre todo, cómo van perdiéndose tantas librerías, haciéndose desagradable la visita a museos, etc. Donde más vivo es en París y en Villa Gracia, con escapadas a Venecia o a Budapest, porque otras ciudades, digamos «de mi vida», como Alejandría o Istanbul, o San Petersburgo, o New York, cada vez tienen más inconvenientes, limitaciones para el gozo, normativas irracionales.

 

“Los únicos héroes son los que luchan contra toda ideología miserable?

¿Quién fue, a su juicio, el último héroe del que tengamos constancia?

Ni idea. En este momento, los únicos que me parecen héroes son los que luchan contra toda ideología miserable (género, multiculturalismo, pensamiento «correcto», ecologismo delirante, falsificación de la Historia, abolición de la Memoria, etc., etc., etc.)

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

Distopía milagrosa

30 de septiembre de 2022 14:20:52 CEST

Martín Lasalt (Montevideo, 1977) es uno de los narradores con mayor proyección de su generación, habiendo recibido ya varias distinciones nacionales relevantes. Es autor de las novelas La entrada al Paraíso (2015), Pichis (2016), La subversión de la lluvia (2017) y el volumen de cuentos Un odio cansado (2019). Ha colaborado en volúmenes colectivos y antologías como 8cho & 8cho (2014), 13 que cuentan (2016), 25/40 Narradores de la Banda Oriental (2018), Las historias que Fressia no contó (2018). En 2020 fue premiado con una beca a la creación artística del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay para trabajar en su próxima novela, de la que esperamos poder dar pronta noticia.

Después de que en 2019 sus obras cruzaran el Río de la Plata y el Atlántico por primera vez, para editarse en Argentina y en Francia, este 2022 arriba a tierras valencianas de la mano de la editorial ‘Tiempo de papel ediciones’ con la que fuera su segunda novela Pichis. Lasalt narra sus historias desde un prosa que llega al lector ágil y liviana, se acerca a las sensaciones del momento para revelarlas, se detiene en los pensamientos, en las ideas y hasta en las grietas de la lógica y lo cabal, en las que sus personajes hacen incursiones de apnea, abriendo el pecho al reto del abismo. Los protagonistas de sus novelas —y esta no es una excepción— son vidas alejadas del canon moderno del éxito, son corrientes de voluntad a la sombra de un destino que no entrega el deseado amparo. Y, es que, si entendemos por certidumbre lo que prevemos puede pasar y por milagro aquello que no cabía plantearse como el “resultado lógico de los acontecimientos”, Pichis nos presenta los milagrosos episodios de dos parias (dos pichis, que es una forma despectiva de designar a las personas sin hogar en esas tierras rioplatenses) en su diáspora por una miseria asumida y —por ello y en algunos momentos— invisible a sus propios ojos.

El Cholo y la Chola deambulan por la gran ciudad hurgando en los desechos cotidianos, en la irrealidad, en la esencia de nuestra sociedad como antítesis reveladora de nuestra naturaleza, al tiempo que su distopía milagrosa (por incierta y por su velado homenaje al realismo mágico) también se mezcla con el realismo más descarnado. Estos vagabundos no esperan a Godot, de hecho no esperan sino encontrar algo (cualquier cosa) que les alivie del peso del instante, satisfaciendo el hambre de todo, la ignorancia de todo, la carencia oceánica en la que naufragan y para la que no hay más sol que el calor indulgente de su autocompasión y —a veces— de la complicidad con ese otro pichi con el que se comparte la suerte nefanda.

Montevideo es el personaje silente, se muestra como un Gobi en el que no se ha de hallar provisión alguna, ni refugio, ni salida triunfal. Pero en el infierno también hay belleza, hay amor, hay una luna rebosante de magia. Lasalt tampoco priva a sus desdichados pichis del placer de sentir esa grandeza de nuestra condición humana que se nos revela con el breve fulgor de alguna dicha que, aunque sea pasajera, nos colma de agrado como, sin duda, lo hace esta obra sorprendente e ingeniosa con la que podemos acercarnos a las letras uruguayas y que obtuvo una mención especial del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay en el año 2018.

 

Martín Lasalt, Pichis, Tiempo de papel, 2022.

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Díez

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