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Configurar sentido descendente

12 de noviembre de 2024

Maestro, amigo, oráculo zaragozano, viajero, Fernando Sanmartín se ha convertido en uno de los escritores fundamentales de Aragón. La variedad de su obra literaria, que abarca el dietario, la novela, el cuento corto o la poesía y su presencia en los catálogos de distintas editoriales nacionales lo convierten en un referente ineludible de las letras aragonesas. En esta nueva entrega poética, una elegante separata publicada con mimo amanuense por los Cuadernos del Mirador, con la magnífica ilustración naval de Pepe Cerdá en portada, encontramos a un Sanmartín contemplativo y errante, levemente terminal, atrapado en recuerdos de parada última, recorriendo espacios interiores e hitos paisajísticos. Me atrevo a utilizar el paralelismo con los antiguos sencillos, los singles del pop. Como adelanto. Como golosina. Quizá, más bien, sería un Extended Play, un EP de final de década: conceptuales, inmediatos, con una cohesión larval que pide ser compartida. Ya el barco inaugural, el vapor que ha escapado de del refugio transparente del vidrio, exhibe, en contra de sus hermanos mayores, de sus primos lejanos de velas bellas y trasnochadas, una picaresca lírica que deslumbra. 

Exige una mirada reparadora. Yo, que escribo mis notas sobre los libros en cuadernos sobrantes de cursos pasados, cuadros en blanco de temas y lecciones inacabadas, con una birome atemporal, de diseño industrial perfecto, una empatía hacia el poema de Sanmartín, hacia sus formas clásicas y pausadas. Como el texto que abre el libro: ¿Quién puede permitirse el lujo de perderse en Manhattan? Federico García Lorca, Enrique Morente y Leonard Cohen. Así escribe Fernando Sanmartín: “Perderse, a veces / puede ser como lavar una herida”, ¿qué había en aquella isla? ¿Piratas o náufragos? ¿Judíos ortodoxos o borrachos nigerianos? Quizá solo las huellas de los cocodrilos sobre el alquitrán de la aurora. Poeta que, al final, escribe: “Y caminé tanto / que perdí / el asombro de los túneles”. 

De Estambul al Pireo, vergonzoso lector aficionado al baloncesto europeo celebramos la ruta. Ya me disculpará el poeta Sanmartín. Los alimentos habían perdido el miedo porque los turistas llegaban con apetito, algunos, incluso, con hambre atrasada: “Cuando los cangrejos/se movían/como carruajes/encima de las rocas”. El soporífero sur de Europa, el norte de África, el Mediterráneo inexacto que anima al sueño y al olvido. Utilizo la tecnología para calcular la distancia entre Tánger y Estambul, porque no puede evitar recordar a Paul Bowles y William Burroughs − sobre todo tras el sintagma ‘Príncipe vicioso’. Son, exactamente cuatro mil ochenta y cuatro kilómetros. Casi dos días en coche. Podría haber sido otra parte, podría pensar en Mick Jagger en 1975, tiempos de Black and blue, y puede que el Estambul de Sanmartín tenga algo de azul. Y de negro, claro. 

Nos preguntamos qué himno se canta en cada una de las dos orillas, en la de Estambul o en la de Budapest. Las palabras escritas en la mano son aventureras, les gusta jugar. Parece que siempre tienen un lugar mejor donde estar, se arrastran, se olvidan, son manchas de tinta en la piel del libro. Por eso su forma de final (negro) o de frío (azul). Y pienso, claro, en la última vez que vi a Luis Eduardo Aute. Fue en la misma sala en la que estaba el poeta Fernando Sanmartín, aunque quizá él solo tenga el recuerdo de la distancia amable que mantiene con el mundo. En aquel lugar, con el poeta Gabriel Sopeña, Luis Eduardo Aute me firmó unos discos, un ejemplar de Fuga, un ejemplar de Rito: “O iniciando, quizá / sin saberlo, / inconsciente / los ritos de la fuga”. Cierra el poema, cierra la vida, el cielo protector, la compañía de José Manuel Caballero Bonald, la canción Hafa café del disco Slowly de Luis Eduardo Aute. 

Estoy sentado en una guardia de aula. Es viernes, última hora. Mis alumnos, en realidad, los alumnos de otro, se afanan con sus tareas de inglés. Yo leo y escribo esta reseña. El aula minúscula ha hecho un hueco al silencio y el silencio es un elemento fundamental en las canciones de Kiev cuando nieva, en la pintura de Pepe Cerdá, en los poemas de Fernando Sanmartín. Y así: “El silencio / es un suburbio / en el que muchachos terribles / tiran piedras / a un oso ciego”. Y suspiro, atrapado en la evocación y el mutismo reinante. Y sigo leyendo y escribiendo, en un quiero y no puedo, en un cuaderno que, más que dejarnos ir, nos devora: “Quiero ser linterna en la noche/para meter dos cicatrices en una bolsa de basura”. 

Turín, como antes Estambul, como siempre París. París, se diga a o no, París es un poema que no necesita ser nombrado, al menos en uno libro de Fernando Sanmartín. En Turín hay una bestia señorial y ancianos que nos regalan consejos como solo pueden hacer las personas mayores. Si tanto llovía las huellas de Ernest Hemingway debieron haberse borrado del poema. En Turín, donde solo pueden ganar Francesco y Giuseppe, Gino y Fausto o Claudio y Gianni, en Turín es por eso que son dos ancianos los que querían indicar algo al poeta Sanmartín. Los ancianos que van, bajo la lluvia, en parejas. Solo de lo perdido Marco, quizá Vincenzo. El elegante Felice. Pero ellos, ellos son nombres que debemos olvida: “Obedecía a los laberintos / aparté mi confusión de perseguido / y memoricé tu nombre / antes de borrarlo / como esa indicación que reciben los espías de quemar una evidencia”. 

Poeta de aplicación general, como esos antibióticos de amplio espectro que se le administran a los enfermos de males ciegos, en tiempos de muerte del padre, de terribles ausencias de amigos, en sus llamadas de primera hora, Fernando Sanmartín (padre biológico y padre no venal), confiesa que, como todos, acumulamos el alcohol, las pinturas y la ropa de nuestros padres como marte de una captura en ámbar, de una eternidad en forma de memoria. Escribe: “En este poema no hay ruido/ y sí mucha intemperie/porque la memoria es un idioma/que me produce insomnio”. Orfidal de todos los santos, hijos de Lee Marvin o de militares lectores del ABC. En este Mediterráneo de amistad y plenilunio, Fernando Sanmartín monta en la misma embarcación que nos salvará, más allá de Sirualas o la playa de los Capellanes. Ya no hay señal: “Es la hora/de borrar los errores”.

 

 

Fernando Sanmartín, Archivo fotográfico, Úbeda, Cuadernos El Mirador, 2024)

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

6 de noviembre de 2024

Que los libros de Jon Fosse circularan por el mundo antes de recibir el Nobel y que su nombre sonara durante años para el premio se lo debemos en gran parte a Daimon Searls, su traductor al inglés. Los traductores van teniendo cara y nombre en el siglo XXI.                                

Hace veinte años Daimon Searls tradujo al inglés un sample en alemán de Melancolía. Fascinado por su estilo decidió co-traducir el libro con una noruega nativa. Después de ese trabajo, ella decidió no seguir con Fosse y Searls aprendió noruego para continuar trabajando con la obra del que creía un genio.

 

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Escrito en Artículos Revista Turia por Silvia Bardelás

«Todo el mundo tiene experiencias poéticas —la vida ya es en sí una experiencia poética— y todos sienten la necesidad de comunicarlas a sus semejantes», pero solo unos pocos deciden hacerlo por medio de un lenguaje artístico. José Verón Gormaz (Calatayud, 1946-Calatayud, 2021) es uno de esos seres poetas que pertenecen al ámbito de lo poético, ese lugar donde surge el impulso de indagar en los fenómenos ocultos del universo y de expresar la experiencia más íntima a través de poemas o de fotografías.

 

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Escrito en Artículos Revista Turia por Ana Belén Rubio Fernández

Ida Vitale: “Aprendí a ser piadosa releyéndome”

Los significados parecen escritos en piedra. Luego va la poesía y rompe las palabras en mil y un pedazos. ‘Desvahar plantas’. Ella limpia y moldea. Es el ejército enemigo del Principio de no contradicción. Eso de que nos lleva a las fronteras del lenguaje suena manido; los lugares comunes, sin embargo, hay que sonarlos de vez en cuando: una campana sin tocar es poco más que un adorno del paisaje.

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Escrito en Conversaciones Revista Turia por Fernando del Val

Fernando Savater: “No soy ni quiero ser nacionalista, ni de izquierdas ni de derechas”

Con motivo de la publicación de su último libro, Carne gobernada, tuve la oportunidad de conversar un rato a través de Zoom con Fernando Savater, uno de los grandes referentes del ensayo, la filosofía y la literatura de periódicos en España desde hace más de cincuenta años. Yo desde Barcelona y él desde su amada San Sebastián, pudimos charlar distendidamente sobre asuntos literarios, políticos y filosóficos. Recordar sus comienzos como escritor en los años setenta, y la polémica que ha representado su expulsión de las páginas de El País, un rotativo del que había sido parte fundamental desde el principio.

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Escrito en Conversaciones Revista Turia por José Antonio Vila Sánchez

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